Laberinto No.675 (21/05/16)

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Laberinto

SOBRE JEAN GENET

melina balcázar moreno p. 04

SOBRE GABRIEL ZAID

luis xavier lópez farjeat p. 05

MILENIO

NÚM. 675

sábado 21 de mayo de 2016 FOTO: PASCUAL BORZELLI IGLESIAS

90 AÑOS

TEODORO GONZÁLEZ DE LEÓN josé luis martínez s., miriam mabel martínez p. 06 a 08


ANTESALA

sábado 21 de mayo de 2016

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LABERINTO

AVELINA LÉSPER

Ninis AVELINA LÉSPER www.avelinalesper.com

CASTA DIVA

E

l actual Museo Carrillo Gil se ha convertido en el refugio de los ninis: los expuestos ni son artistas, ni tienen talento, ni saben curar una exposición. Como ni hay exposición permanente, el espacio ni de referencia turística sirve, así que sin las obras que le dan sentido lo llamaremos desde ahora Museo carillo vil. Las exposiciones montadas son: los ninis BBVA Bancomer, una exposición de un artista VIP importado de España y otra que usa como “pretexto” el aniversario de Hieronymus Bosch, el Bosco, y su pintura El jardín de las delicias. Los ninis BBVA Bancomer pertenecen a un sistema que premia con becas las escasas posibilidades que tienen para hacer algo con sus vidas y les abre la puerta al gymboree del arte VIP, aquí no solo cualquier cosa, gesto o vivencia es arte, además la beca se suma a la iniciativa de la Asamblea de Representantes de la Ciudad de México de dar el 50 por ciento de descuento a los ninis en el transporte público, beneficio que pueden extender al resto de los artistas y curadores del museo. El banco invierte sus ganancias en la colección de obras de un montón de “jóvenes valores” que incluyen una beca para irse de vacaciones en coche; beca para “estudiar el tiempo de la improductividad” y “qué es lo que ocurre cuando no ocurre nada”, una explicación que describe con un pleonasmo toda la exposición; en otra obra se “critica a los valores formales del gigantismo” que incluyó beca para la acción–competencia de comer papas fritas; en otra más, no satisfecho con ser beneficiario del banco, reivindica al sistema financiero con una falsa crítica; y un conjunto de ociosidades recreativas respaldadas por cédulas en las que los agradecimientos

son listas de nombres que ayudaron o intervinieron en la realización de estas cosas porque los ninis son incapaces de hacer solos sus elementales objetos. El artista de España, Eugenio Ampudia, al margen de que en sus obras no hay gran diferencia con los ninis becarios, la curaduría es tan deficiente que no hay forma de encontrar cédulas, ni un trayecto lógico, a menos que esto sea parte de la obra o de lo que el artista “reflexionaba”. La exposición alusiva al Bosco es sintomática de la falta de comprensión que el arte VIP tiene con la pintura, los más de 20 artistas y su curador no logran ni remotamente dimensionar El jardín de las delicias. La pretenciosa y fatua idea de que el nulo manejo del espacio de la curaduría con esa aglomeración de videos, objetos y sonidos es una “entropía” que puede darnos una referencia o interpretación de esta pintura,

únicamente describe lo desproporcionado y vanidoso que es el arte VIP con los conceptos que usa, demuestra la superficialidad en la que se desarrollan y en el momento que abordan la obra del Bosco, que sí tiene contenido filosófico y estético, ignoran cómo analizarlo y mucho menos replantearlo. Estas personas no saben ver al Bosco, no les interesa, las obras podrían cargar con otro “pretexto” y daría lo mismo, hasta la pintura de Manuel Mathar que está muy bien realizada, no tiene qué hacer ahí, se supone que la acompaña un trabajo sonoro imposible de detectar. No es que se hayan quedado cortos, es que están en la indigencia intelectual. Si quieren hacer homenajes, o lo que sea que el curador haya pretendido, tomen a sus propios genios como Yoko Ono, Jeff Koons y demás luminarias, eso es lo que está a su alcance mental. El arte verdadero, con todas sus implicaciones, déjenlo en paz. L

El Dorian Gray del retrato se marchitaba de pena porque su dueño era un libertino.

ALFILERES ARMANDO ALANÍS alaniscanales@gmail.com

ISAK TINER

La vida desde la otra orilla AMBOS MUNDOS

U

SANTIAGO GAMBOA Facebook: Santiago Gamboa–círculo de lectores

no de los mejores encuentros literarios que tuve recientemente fue con la escritora norteamericana de origen colombiano Patricia Engel, cuyo libro de relatos Vida tuve la fortuna de presentar en la Feria del Libro de Bogotá. Vida, editado por Alfaguara, está en la tradición de libros de cuento con unidad temática, pues cada una de las narraciones tiene por protagonista al mismo personaje pero en diferentes momentos de su vida y con diferentes lances. El personaje se llama Sabina, una mujer de origen colombiano, de clase media alta, que vive su adolescencia en Nueva Jersey y luego en Nueva York y Miami. Cada una de las historias hace referencia a un episodio clave, con temas que van desde el primer amor, la maldad y la competencia entre las mujeres, el

deseo y la belleza, la infidelidad, el erotismo, la amistad y, por encima de todo, la relación con ese lejano país del que vinieron sus padres, Colombia, y que para el personaje es una fuente de historias y referencias de diverso signo, desde lo idílico hasta lo tremebundo. Sus padres y los demás expatriados de la diáspora colombiana “se reunían a comer sancocho y oír vallenatos para apaciguar su culpa por haber dejado la madre patria”, y en esas reuniones se hablaba del país como de un lugar enloquecido y peligroso, con su corte de paramilitares, guerrilleros, secuestradores, delincuentes y corruptos, pero también como un lugar del que emanan bellísimos recuerdos de abuelas sabias y paisajes entrañables que están en el centro de su identidad y al que inevitablemente volverán.

Patricia Engel

La escritura de Engel es rápida, envolvente, llena de destellos y humor. Cuando el novio gringo de Sabina le pone cuernos con una panameña, ella lo recrimina diciéndole: “Panamá era de Colombia, estúpido”. En otro momento se refiere a una “condena por infidelidad en segundo grado”, por tratarse de una ex pareja. Y también momentos de gran ternura, como cuando uno de sus personajes dice: “No existe el amor. Solo hay personas que viven la vida juntas. Mañana será mejor”. En alguna página llama a Miami “la Jerusalén de los colombianos”. En fin, tantos aciertos en la escritura que al ser publicado en Estados Unidos, en 2010, recibió el aplauso de prestigiosos reseñadores de The Economist, The New York

Times o Vanity Fair, así como el apoyo de Junot Díaz. Leyendo este libro de Patricia Engel, así como su más reciente novela en inglés (la extraordinaria The Veins of the Ocean), me pregunto si Engel podría ser considerada también una novelista colombiana que escribe en inglés, y pienso que sí, pues a pesar de haber nacido y vivido toda su vida en Estados Unidos su modo de ver el mundo está fuertemente influido por esa doble pertenencia. Igual que Junot Díaz, autor dominicano en inglés, o Daniel Alarcón, de origen peruano. Porque tal vez ya es hora de comprender que la literatura colombiana, como la latinoamericana, no solo se está escribiendo en español. L

dirección josé luis martínez s. edición roberto pliego, iván ríos gascón arte y diseño salvador vázquez


MILENIO

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sábado 21 de mayo de 2016

ANTESALA

ESPECIAL

× A R M A N D O

A L A N Í S

P U L I D O ×

Tiro de gracia Este poema proviene de Balacera (Tusquets, México, 2016), libro que se nutre de todos aquellos males que tienen a México en vilo

¿

No es gracioso, miembros del senado? Hay instantes tan parecidos a los instintos…

Hay blancura en mi escritorio: la página, el polvo…

El bully

Y me elevo y luego caigo y algo sale de mi cabeza (supongo son los efectos del poema, porque de músico, poeta y coco todos tenemos un poco). Consúmanse en sus discusiones estériles, esas en las que nadie habla de los índices de consumo, eso sí, ya en lo oscurito la praxis, la praxis… y los testigos firman, afirman, confirman que les dan línea.

×EKO×EX LIBRIS×ALEXANDRE DUMAS Y MARGUERITE GAUTIER×

CARACTERES

ÁLVARO URIBE alvuribe@yahoo.com.mx

E

n la controversia clásica de si es primero el nombre que la cosa o la cosa que el nombre, el bullying favorece a quienes piensan lo segundo. Hubo bullies (“matones” en castellano de España, “cabrones abusivos” en español de México) mucho antes de que en el orbe hispánico se adoptaran, por una veleidad malinchista, el término anglosajón y sus derivados. Bullies, de hecho, hubo siempre. El bullying parece formar parte indisociable de la naturaleza humana (particularmente aunque no solo la masculina) que tiende a privilegiar la fuerza (particularmente aunque no solo la física) sobre otras cualidades o defectos resultantes de nuestra pertenencia al reino animal. El bully más cercano a tu propia experiencia es el temible Esculy (cuyo apellido británico era Schoollie cuando sus antepasados llegaron a México, pero pronto degeneró en Scully, porque los nativos pronunciaban “Eschoyie”, y luego en la forma presente, porque los nativos no podían con la ese inicial ni con la doble ele). Desde la primaria, Esculy era todo un bully. A golpes les quitaba a sus condiscípulos más mansos las tortas que sus mamás les habían preparado para el recreo. A golpes les arrebataba a los más ricos el dinero que sus papás les habían dado para comprar el lunch. A golpes obligaba a los más estudiosos a hacerle la tarea. Como no era tonto, en la secundaria aprendió los dos principios rectores del bullying: que, para intimidar al prójimo a seguir tu voluntad, la amenaza creíble puede ser tan eficaz como la violencia palpable; y que tus órdenes, peticiones o sugerencias son más amenazantes si las respalda una turba fiel a ti. Rodeado de gente que lo obedecía a ciegas, Esculy fue el terror de la Prepa 6. Nadie pudo ni siquiera intentó probar que los grafitis, peleas, robos y violaciones perpetrados durante su paso por el plantel eran responsabilidad suya. Y cuando los padres de una adolescente vejada se atrevieron a acusarlo, él comprobó que la violencia selectiva supera a la vaga amenaza. En la Facultad de Filosofía y Letras (donde sepa cómo se licenció en historia) sus dotes organizadoras lo convirtieron en líder estudiantil. Fue de los más aguerridos en la huelga del milenio que tanto tiempo hizo perder a los universitarios. Luego se afilió al partido entonces único de izquierda donde, sin renunciar a la violencia física, se especializó en violencia verbal. Sus imprecaciones (repetidas con deleite por la prensa) no dejan en paz al gobierno, pero se enderezan sobre todo contra la propia izquierda. Tú nunca fuiste su amigo, aunque cuidas de no ser su enemigo. Siempre que van a coincidir te prometes no alegar de nada, ni del último fraude ni del último crimen de Estado. Pero la lengua es débil y te involucras y él te señala con dedo acusador y te embarra de insultos personales. Hasta que te das por vencido y le concedes alguna razón. No sea que la izquierda de la izquierda llegue por fin a la presidencia, y Esculy el bully a la secretaría de Cultura, y qué tal si te quita la beca. L

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LABERINTO

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Jean Genet

Llevar la rabia al desierto Treinta años hace que murió el escritor francés a quien debemos no solo la rebeldía y la solidaridad con los humillados y ofendidos sino la pasión por las luces del mundo árabe ENSAYO MELINA BALCÁZAR MORENO/ PARÍS

J

ean Genet murió hace 30 años tal como vivió: solo, sin familia, sin domicilio fijo. Tenía 86 años. La causa no fueron los somníferos de los que solía abusar, ni el cáncer de garganta que sufría desde hacía varios años. Simplemente tropezó con un escalón en la habitación del modesto hotel en el que habitaba en París, su ciudad de origen y en donde lo abandonó su madre a los pocos días de nacido. Sabiendo que el fi nal se acercaba, había dejado estipulado su deseo de que se le sepultara en Marruecos. Nada odiaba más Genet que su país natal, que lo ligaba a ese Occidente que despreciaba tanto. Por ironía del destino, su ataúd envuelto en un saco de yute llevaba la etiqueta de “Trabajador inmigrado”, que lo reunió con esos trabajadores clandestinos que defendió arduamente. Con esta identidad usurpada —como fue el caso en innumerables momentos de su vida—, sus restos pudieron ser enterrados en el antiguo cementerio español de Larache. Al no saber cómo se enterraba a un cristiano, se cuenta que los sepultureros orientaron su tumba en dirección a la Meca. El mundo árabe fue su pasión más durable, la más intensa, ese mundo que conoció en su juventud —Siria, Jordania, Líbano—, durante el periodo en que se alistó en el ejército, del que por cierto desertó, y que muchos años más tarde volvería a visitar en su defensa de los palestinos, a quienes consagró el fi nal de su vida. Un cautivo enamorado, el libro cuyas pruebas corregía al momento de su muerte, fue el último testimonio de amor que le dedicó. Con él rompía un silencio editorial de 25 años; su última publicación había sido la obra de teatro Los biombos, que abordaba el espinoso tema de la guerra de Argelia y que le valió ataques violentos de la extrema derecha francesa. A pesar del éxito y de la notoriedad que su obra, en particular su teatro, cobraba en el mundo entero, Genet había decidido renunciar a la literatura, a la que no le encontraba más sentido. No era, sin embargo, la primera vez que el silencio invadía su escritura. Después de la publicación del “San Genet: comediante y mártir” de Sartre (monumental e indigesto prólogo a sus obras completas publicado en 1952), dejó de publicar por varios años. No tanto, como se suele explicar, por el supuesto bloqueo que el análisis socio–sicológico del fi lósofo habría provocado en él, sino más bien para escapar del mundo editorial y mundano de París que intentaba recuperarlo. Genet necesitaba mover las líneas y establecer sus propios términos: “Hay que inventar las reglas, que son más estéticas que morales. Y únicamente en la inseguridad las descubre uno —o las inventa—. Las reglas que me guían y que invento se oponen a toda regla, quiero decir a toda ley” (entrevista con Antoine Bourseiller). Y fue justamente este rigor ético y literario el que lo llevó a cuestionarse sin cesar, a destruir sus manuscritos, a negarse a publicar lo que escribía y formar parte de un círculo de literatos o intelectuales (son conocidas sus múltiples rupturas y distanciamientos, por ejemplo, con Cocteau, Sartre, Beauvoir y Juan Goytisolo). Pues para Genet no es posible escribir sino contra sí mismo, contra su propia imagen, contra su propio estilo; arriesgándose al error, a la incomprensión, incluso al ridículo que al aislar al autor pueden dar lugar a algo verdadero. Así lo escribe al director Roger Blin, a propósito de la puesta en escena de Los biombos: “Debemos equivocarnos a menudo, y hacer que nuestros errores sirvan. ESPECIAL

GENET SE MANTUVO FIEL A SUS MUERTOS, NEGÁNDOSE A TODO TRABAJO DEL DUELO, A TODO PACTO CON EL LLAMADO PRINCIPIO DE REALIDAD

De hecho, vamos muy desencaminados y ni la locura ni la muerte me parecen aún, para esta pieza, la sanción más justa. Sin embargo, debemos conmover a estas dos Diosas para que se ocupen de nosotros. No, no estamos en peligro de muerte, la poesía no ha acudido como sería necesario”. Antisocial, anárquica, violenta, bella, así es la poesía en su escritura, ese instante fulgurante, de audacia y libertad extremas. Y al mismo tiempo profundamente humana, es decir, frágil y vulnerable. Eso es lo que Genet percibe en la obra de Giacometti, una de las pocas personas que admiró: “No hay para la belleza más origen que la herida singular, distinta para cada uno, oculta o visible, la que todo hombre guarda en sí, que preserva y a la que se retira cuando desea abandonar el mundo por una soledad temporal pero profunda. Me parece que el arte de Giacometti desea descubrir esa herida secreta de todo ser y de toda cosa, para que los ilumine” (El taller de Alberto Giacometti). Para Genet, solo es bello lo que es verdadero y solo es verdadero aquello que se acerca a la muerte o, más bien, aquello que nos acerca a los muertos. De ahí tal vez la enorme dificultad que tenía para escribir, para encontrar ese tono justo que lo obsesionaba. Así lo confía a su traductor al inglés, Bernard Frechtman: “La sola idea de escribir se me ha vuelto insoportable. Escribir me provoca cada vez más repulsión, no he conseguido aún hacer algo que sea verdadero. Estoy estancado en esta masa de palabras estúpidas. Las críticas más elogiosas no me tranquilizan pues sus autores son unos imbéciles. Sé bien que el tono de voz más verdadero lo alcanzaré cuando hable, cuando escriba para los muertos. Es difícil hacer algo que no sea una mentira ni un subterfugio”. Escribir no es un acto inofensivo, sin consecuencias, cuando se busca acercarse a los muertos o más aún dirigirse a ellos: “No, no, la obra de arte no se destina a las generaciones infantes. Se ofrece al innumerable pueblo de los muertos. Que la aprueban. O la rechazan”, afirmó Genet. Esta exigencia a la que, según él, toda obra verdadera debe plegarse, atraviesa cada uno de sus escritos: desde los primeros como El condenado a muerte y Nuestra Señora de las Flores hasta Un cautivo enamorado, que dedica a esos muertos, jóvenes delincuentes, asesinos, resistentes, inmigrados, que fueron sus amantes y a quienes lo ligaba una fidelidad que trascendía la muerte. Ampliamente conocido por su gusto por la traición, Genet se mantuvo sin embargo fiel a sus muertos, negándose a todo trabajo del duelo, a todo pacto con el llamado principio de realidad que su elaboración restablece: “Todo debe reunirse para hacer estallar lo que nos separa de los muertos. Hacerlo todo para que tengamos la sensación de haber trabajado por ellos y haberlo conseguido”. Acercarse a los muertos implica separarse de manera aún más radical del lector —que designa con ese usted, marca de su estilo, con el que nos pone a distancia sin cesar—. Manera extrema de rechazar el mundo que por su condición de bastardo lo marginó: “Habiendo sido abandonado por mi familia, me parece en sí natural agravar esto mediante el amor por los hombres y este amor por el robo y el robo por el crimen o la complacencia en el crimen. Así repudiaba yo con decisión un mundo que me había repudiado”. La fuerza de la escritura de Jean Genet reside en su manera de situar la escritura ahí donde el peligro de la significación surge, donde la línea de la frase —que es también línea de vida— puede romperse. Reside en esa manera tan suya de llevar la literatura al desierto, exponiéndose, deshaciéndose de todas sus certidumbres: “Poner al abrigo todas las imágenes del lenguaje y recurrir a ellas, [pues] están en el desierto, adonde hay que ir a buscarlas”. L


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sábado 21 de mayo de 2016

LITERATURA

SHUTTERSTOCK

Cambio, tiempo, lo mejor Con optimismo moderado, Gabriel Zaid ilumina la cara amable del progreso, esa hija consentida de la Ilustración que se valora mejor cuando favorece a la vida humana ENSAYO LUIS XAVIER LÓPEZ FARJEAT

E

n La otra voz Octavio Paz sostiene que en la llamada “posmodernidad” hemos sido testigos del quiebre de dos ideas constitutivas de la modernidad: por una parte, la concepción lineal del tiempo orientada hacia el progreso y, como tal, hacia un futuro promisorio; por otra, la noción de cambio, considerada como la forma más adecuada para propulsar dicho progreso (en el orden político, dice Paz, la idea de cambio cristalizó en la idea de “Revolución” y, en el orden del arte y la literatura, en la idea de “novedad”). En parte tiene razón, aunque quizá es un tanto difícil deshacerse por completo, si es que aún vivimos en la posmodernidad, de las ideas de progreso y revolución o transformación. La innovación, la actualización, el desarrollo y la perfección continua, la industrialización, la urbanización, el crecimiento tecnológico y el desarrollo científico, la productividad y la eficiencia máxima son valores prominentes en las sociedades actuales. El progreso ha sido contradictorio. Épocas de prosperidad material son también épocas de depresión; en tiempos de bonanza económica la pobreza y la miseria aumentan; mientras teóricamente la violencia va en descenso, se han generado formas de dominio y explotación quizá más crueles y sofisticadas; cuanto más avanza la investigación médica nuevas enfermedades emergen. El progreso nunca llega. Parece, como lo han visto cantidad de pensadores, que se trata de un mito, una promesa jamás cumplida. El progreso puede entenderse como la fe ciega en el futuro, como una marcha hacia delante aunque se desconozca hacia dónde vamos. No necesariamente tiene un término o una meta final. Puede ser perpetuo y con alcances y consecuencias —positivas y negativas— inimaginables. El progreso también puede ser, como sostiene Gabriel Zaid en su libro Cronología del progreso (Debate, México, 2016), “toda innovación favorable para la vida humana”. La reflexión acerca del progreso nunca ha estado ausente del pensamiento de Zaid. En una obra capital en la historia de las ideas económicas, políticas y filosóficas en México, El progreso improductivo (1979), combate cierta fascinación irreflexiva por el progreso: “Ningún progreso parece hoy más urgente que superar la ciega voluntad de

progreso”, escribe. La “voluntad de progreso” es casi siempre utópica, carente de realismo y, por lo general, entiende el progreso de manera errática. Emprender un ejercicio reflexivo acerca de los variados significados del “progreso” con la intención de destacar sus efectos positivos, así como el impacto que éstos tienen en la vida de los seres humanos y el modo en que nos han modificado, parecería una labor ambiciosa, quizá imposible. Se torna aún más inviable si las reflexiones van acompañadas de una cronología general del progreso. Sin embargo, Cronología del progreso es precisamente esa clase de libro que no cualquiera podría escribir o, corrijo, esa clase de libro que solo Gabriel Zaid podría escribir. Es, en efecto, una nítida y profunda reflexión sobre el progreso, y una presentación cronológica que abarca desde el origen del universo hasta el descubrimiento del planeta Kepler. El progreso se ha dado, como observa Zaid, de distintas maneras (voluntaria, involuntaria, aleatoria, incluso accidental) y en distintas esferas (en el mundo físico y en la naturaleza, en las ciencias y la cultura, en la moral y en la sociedad, etcétera). Es verdad, como lo muestra el libro, que debemos al progreso cantidad de acontecimientos, inventos y descubrimientos, que han hecho la vida humana más amable, dotándola de comodidades y conocimientos con alcances insospechados hasta hace apenas pocas décadas. No obstante, el optimismo derivado de nuestra confianza en el progreso no elimina una serie de temores bien fundados que emergen al percatarnos de la enorme incidencia que ha tenido en nuestras vidas la idea de “progreso técnico”: nuestro hacer cotidiano depende en buena medida del desarrollo tecnológico, todas nuestras dinámicas sociales y políticas se rigen en función de criterios de eficacia, el crecimiento macroeconómico se utiliza para justificar la desigual distribución de la riqueza, y hemos explotado los recursos naturales de nuestro planeta de manera descomunal e irresponsable. Acaso estos aspectos negativos han contribuido a la satanización de cierta idea de “progreso”. La visión de Zaid no es, sin embargo, una oda al desarrollo técnico y tecnológico; tampoco puede sumarse a la enorme cantidad de literatura crítica en contra del progreso y sus consecuencias negativas. Zaid aporta, como es costumbre, una visión ponderada: “No es verdad que todo tiempo pasado fue mejor. Ni que todo lo más reciente es mejor. Ni que el futuro será siempre mejor. Pero cabe desearlo, y trabajar por que

así sea, con optimismo razonable”. Los ensayos que componen Cronología del progreso son una revisión de nuestras variadas concepciones sobre el tema, acompañadas de variedad de ejemplos. En éstos se muestra que el progreso no necesariamente se identifica, como hacen la mayor parte de sus críticos, con los abusos de la razón instrumental. La bomba atómica no es la consecuencia ineludible de la fe en el progreso. De hecho, puesto que sus consecuencias son desfavorables para la humanidad, la bomba atómica no puede ser vista como parte del progreso. Desde su optimismo moderado, Zaid sostiene que en realidad el progreso existe antes de los ideales progresistas: hay progreso cuando hay ser en vez de nada, vida en vez de materia inerte; forman parte del progreso el fuego, la agricultura, la danza, la conversación, la escritura, los papiros, las bibliotecas, la óptica, y una enorme cantidad de acontecimientos, inventos y descubrimientos que pueden leerse en la cronología elaborada por él mismo hacia la parte fi nal del libro. El progreso, tal como lo va entendiendo Zaid, no se limita a la evolución de la materia y la naturaleza, así como tampoco a los descubrimientos o a la producción de artefactos. También existe un progreso moral. El progreso material y el moral no son, sin embargo, simétricos: sostiene Zaid que los alcances del progreso moral son aún mayores que los del desarrollo tecnológico y productivo. Piensa que en estos tiempos hay un creciente interés en la participación cívica, mayor atención en la buena salud, la alimentación y la educación y, además, preocupación por la degradación ambiental; se reprueban, por otra parte, el infanticidio, el canibalismo, las masacres, los genocidios, las guerras, la tortura, la explotación de personas, y también el maltrato animal. Sin embargo, en palabras de Zaid, “el progreso moral no está exento de ambigüedades”. En efecto, el modo en que construimos nuestro futuro, nuestro destino, generará siempre un sinnúmero de dilemas éticos. Zaid vincula tres conceptos a la noción de progreso: el cambio, el tiempo, lo mejor. Los tres, como bien apunta, han sido negados por grandes pensadores: Parménides sostuvo que el cambio no existía, Einstein hizo lo mismo con el tiempo, y Nietzsche con lo mejor. No obstante, fiel al optimismo razonable, Zaid sostiene que podemos suponer que los tres, el cambio, el tiempo y lo mejor, sí existen y que, en consecuencia, a pesar de “titubeos, altibajos y hasta retrocesos”, ha habido y seguirán habiendo innovaciones favorables para la vida humana. L


LABERINTO

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PASCUAL BORZELLI IGLESIAS

Teodoro González de León

“La Ciudad de México tiene futuro” El 28 de mayo, el creador, entre otras construcciones, del Museo Rufino Tamayo, el Colegio de México y la casa matriz del Fondo de Cultura Económica, cumple 90 años. Festejamos con este ping-pong en el que expone su visión del presente y el futuro urbanístico de la capital del país, y con un retrato que va de sus años formativos a la huella que ha impreso en la cultura ENTREVISTA JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S.

E

l siguiente es un fragmento de una larga conversación con el arquitecto Teodoro González de León realizada en su estudio de la colonia Condesa, en la que habla de la ciudad donde nació hace 90 años (en una casa de la colonia Juárez en la esquina de Tíber y Paseo de la Reforma) y de la que lamenta su crecimiento desordenado, el incesante número de automóviles que saturan sus calles, la ineptitud de sus gobernantes. Dice que la de México es una ciudad intensa, con mucha vida, que requiere menos estacionamientos y un mejor transporte colectivo. González de León es alto, erguido, tiene la voz delgada pero firme; en ocasiones completa sus frases con movimientos de las manos y sonríe cuando recuerda y cuando habla de lo bien que se siente a los 90 años. ¿Qué es para usted la arquitectura?

Para mí esto no es un oficio, es una forma de vida. Definir la arquitectura es imposible, muchos teóricos lo han intentado, pero la única definición que funciona es la que hizo Le Corbusier: “Es el juego sabio y correcto de los volúmenes bajo el sol”. Dice todo lo que es, pero es un poema. Usted nació en la Ciudad de México en 1926. ¿Cómo la mira actualmente?

Ha cambiado mucho. Mi impresión es que su crecimiento urbano es impredecible, entre otras cosas, por falta de continuidad en los planes; las normas cambian de un gobierno a otro. Nueva York, por ejemplo, tiene un orden bárbaro. Primero, una retícula implacable: calles y avenidas, calles y, cada determinados metros, avenidas. Las normas de Nueva York son de 1840, aproximadamente. Es una disciplina fortísima la de Nueva York; la de París es igual. Son ciudades que están hechas a base de un molde. El trabajo privado solo es desordenado, hay que ponerle topes. ¿Tiene futuro la Ciudad de México con el crecimiento desordenado y el aumento de automóviles?

Sí tiene futuro, porque es una ciudad muy intensa. Todo el mundo que llega por primera

vez se asombra con su intensidad. Usted va al Centro y es increíble. Eso la mantiene viva, por supuesto. Pero hay que darle transporte colectivo, quitar la actual ley de estacionamientos, porque se hacen estacionamientos cada vez más grandes. El último edificio de Reforma (la Torre Bancomer) tiene lugar para cientos de automóviles (para 2 mil 813, exactamente). En Nueva York, la Torre Trump tiene lugar para 15, no les dejan tener más. Aquí no pasaría nada si se suprime la ley de estacionamientos: la gente le busca, sabe acomodarse, y el gobierno estaría apremiado para hacer inversiones fuertes en el transporte colectivo. A López Obrador se le fue todo su sexenio y no hizo nada con el transporte colectivo, hizo los segundos pisos. Mancera tampoco ha hecho nada, cerró un tiempo la Línea 12 para fregar a Marcelo (Ebrard), la volvieron a abrir y no le hicieron nada. No ha hecho ni siquiera más Metrobuses, aunque anunció el de Reforma. Inventan obras estúpidas como el segundo piso en la Avenida Chapultepec, que afortunadamente se canceló —yo contribuí a que así fuera—, porque era un proyecto infame: a una avenida ancha como Chapultepec ponerle un bodoque en medio con un centro comercial privado, ¡qué horror! ¡Qué deformación de un jefe de Gobierno! Falta amor de los políticos por la ciudad…

Falta que sepan tratar a la ciudad, pues es un ente muy dinámico, cambiante. Están haciendo la Constitución de la Ciudad de México cuando lo que se necesita es una coordinación general con los estados y las municipalidades que rodean a la ciudad. Una coordinación referente a la basura, el agua, el transporte. El que haga eso, salva a la ciudad. Pero van a hacer su Constitución. Usted está muy ligado a Ciudad Universitaria. ¿Qué piensa del edificio H de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales que bloquea la vista desde el Espacio Escultórico hacia los volcanes?

Fui a ver al rector dos semanas después de que tomó el cargo. Lo conozco porque me atendió una oftalmitis; es muy amable, muy inteligente. Platicamos sobre el edificio. “Yo todavía no lo veo, pero estoy preocupado porque sé que hay mucha gente molesta”, me dijo. “¿Qué haría usted?”, me preguntó. “Tirarlo”, respondí. “¿De verdad?” “Sí, está

ESTÁN HACIENDO LA CONSTITUCIÓN DE LA CIUDAD DE MÉXICO CUANDO SE NECESITA UNA COORDINACIÓN GENERAL CON LOS ESTADOS Y MUNICIPIOS QUE RODEAN A LA CIUDAD

bloqueando la vista al oriente, es un bodoque insoportable en un espacio que es sagrado, es un espacio de arte, el mejor Land Art del mundo”. “¿Está usted seguro?” “Totalmente. No se puede compensar ni con espejos ni con árboles, igual tapan la vista”. Le pedí que me permitiera subir al noveno piso de la Torre de Rectoría. Le pregunté si desde ahí se veía el edificio de Ciencias Políticas. “No, hombre, está muy lejos”, me dijo. Fuimos, levanté la cortina de una ventana, y ahí estaba el edificio, amenazador, solo, espantoso, ocultando el Espacio Escultórico. “Mírelo, rector, mírelo”, le indiqué. “Qué barbaridad”, exclamó. Bueno, ojalá lo tiren, es lo único que puedo decir, que las autoridades universitarias reconozcan que metieron la pata, que invirtieron mal el dinero, y se acabó. Aunque comprendo que el rector tiene otras tareas, entre ellas sacar a los invasores del Auditorio Justo Sierra, un auditorio enorme, impresionante. Usted también es pintor y escultor. ¿Qué son para usted la pintura y la escultura?

Otra forma de vida. Mire usted: lectura, pintura, escultura y, sobre todo, arquitectura, ahí está toda mi biografía (risas). ¿Cómo ve a la nueva generación de arquitectos mexicanos?

Hay una generación buena, educada. Hay muchos jóvenes con gran futuro. Con tantas cosas como ha hecho, ¿cómo le hace para no repetirse?

Intento no repetirme, y eso hace que sea más difícil crear nuevos proyectos. Es también más difícil porque ahora me doy cuenta de más cosas, estoy consciente de más cosas. ¿Cómo es un día normal para usted?

Me levanto a las 8. Hago 45 minutos de gimnasia y 45 de nado, no me los perdono. Desayuno entre las 10 y las 10:30 y me vengo para la oficina, y aquí estoy hasta las siete, ocho o nueve de la noche. ¿Cómo se siente llegar a los 90 en tan excelente forma?

Me siento bien. Es bueno cumplirlos. L


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sábado 21 de mayo de 2016

Arquitecto a escala humana SEMBLANZA MIRIAM MABEL MARTÍNEZ

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e le suele ver en galerías y museos, en inauguraciones con la misma curiosidad con la que hurga año con año en la feria de Arte Zona MACO; también con la misma vitalidad con la que se le ve pasear por la Condesa, su barrio. En el restaurante Arturo’s no solo tiene una mesa reservada, sino una placa en metal dorada que en letra negra y cursiva anuncia: “Mesa reservada para el arq. Teodoro González de León”. A sus 90 años (28 de mayo de 1926) aún quiere comerse el mundo a bocados, y lo demuestra al seguir construyendo. No por nada ha inspirado a las generaciones posteriores y colaborado, como en el proyecto Vuelta a la ciudad lacustre con Alberto Kalach. Sus inmuebles son parte del paisaje urbano, tal como lo acota el pintor Abel Quezada Rueda: “para quienes crecimos en el DF es imposible no estar ligado, consciente o inconscientemente, a su estética. Su arquitectura es parte de nuestro entorno y por lo tanto de nuestra memoria visual”. ¿Cómo luciría Polanco sin el nuevo Auditorio Nacional o el sur de la ciudad sin el Colegio de México, la Universidad Pedagógica, la matriz del Fondo de Cultura Económica (FCE), o el Centro Histórico sin el trabajo de restauración de las oficinas centrales de Banamex y del Colegio Nacional? Es difícil desvincular el concreto de la propuesta de su nombre, sin duda su sello. Si sumáramos los proyectos y construcciones públicas y privadas que ha realizado desde su época de estudiante, es casi imposible imaginar que Teodoro González de León tenga una vida antes de ser arquitecto. Celebrar su 90 aniversario resulta un pretexto para revisitar su obra y valorar su aportación en el trazo de un DF que se perfilaría en las décadas de 1950 y 1960 como un modelo de modernización en América Latina. La capital en la que creció González de León sin Circuito Interior, con art noveau, sin ejes viales, un Paseo

de la Reforma sin rascacielos que custodiaba colonias colindantes, como la Cuauhtémoc —donde nació— y el Centro Histórico, que literalmente era el corazón de la ciudad: ahí vivían inmigrantes, comerciaban judíos y árabes, y pululaban los universitarios como González de León que, como estudiante, observaba la arquitectura colonial integrarse a un discurso más moderno y dialogar con obra plástica, como los murarles de San Ildefonso, la preparatoria donde todo joven de aquella época deseaba estudiar. Su trayectoria evidencia que nunca tuvo una duda vocacional. Aunque también pinta, en la arquitectura sintetizó sus búsquedas, las cuales apuntaban hacia la vanguardia. La visión de la Bauhaus, el funcionalismo y la idea de más es menos fueron determinantes en el anteproyecto que, junto con su compañero, Armando Franco, presentara en la convocatoria lanzada por la Escuela Nacional de Arquitectura para proyectar la futura Ciudad Universitaria. El trabajo de esta dupla enriqueció el programa presentado por sus profesores Enrique del Moral y Mario Pani, el cual —desde la perspectiva de las nuevas generaciones— perpetuaba cánones decimonónicos. Franco y González de León, inspirados en Le Torre Virreyes Corbusier, proponían una universidad moderna, del siglo XX; por fortuna, el entonces decano de la arquitectura mexicana, José Villagrán, entendió la actualidad de ese planteamiento urbanístico que hoy es Patrimonio de la Humanidad. Durante esos años de construcción de Ciudad Universitaria, en pleno desarrollo estabilizador, cuando el DF empezó a transformarse en una urbe moderna, González Su trayectoria evidencia de León tuvo que escoger que nunca tuvo una entre unirse al equipo de duda vocacional. Villagrán para diseñar la Aunque también pinta, Escuela de Arquitectura en la arquitectura y el Museo Universitario sintetizó sus búsquedas o aceptar una beca del gobierno de Francia. Se mudó a París en 1947, con el objetivo de trabajar con Le Corbusier, solo que antes tuvo que pasar por la Escuela de Bellas Artes y la Escuela de Trabajos Públicos, donde estudió concreto, para luego entrar, por fin, al Atelier de bâtisseurs donde,

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como él mismo lo recuerda, “se estaba haciendo la arquitectura moderna más audaz del siglo XX”. Esa es su escuela. El artista Jan Hendrix define a González de León como “un hombre del Renacimiento” (entre los proyectos conjuntos destaca la Librería Rosario Castellanos del FCE, 2006). “No solo tiene mucha información, es un hombre que está estudiando todo el tiempo, tiene una capacidad de absorber y recordar todo, no necesita Internet para estar al día, es un hombre post computadora interesado en las artes visuales, en la música y en la poesía”. Esa inteligencia despierta admiración sobre todo entre sus amigos, como Quezada Rueda, quien se declara admirador “de su coherencia, disciplina, de su infinita curiosidad y análisis siempre claro y preciso. Es una fortuna contar con su amistad y, sobre todo, con su sabia opinión”. Si algo le han sobrado a Teodoro González de León son amigos de distintas generaciones y profesiones, como los escritores Ramón Xirau y Alejandro Rossi, el poeta Tomás Segovia o los hijos de sus amigos, como Abel Quezada, hijo del caricaturista.

Museo Universitario Arte Contemporáneo


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LABERINTO

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Auditorio Nacional

Emérito de la Academia Nacional de Arquitectura de la Sociedad de Arquitectos Mexicanos (1978), miembro honorario del American Institute of Architects (1983), de la Academia de Arte de México (1984) y de El Colegio Nacional (1989), González de León es un intelectual en el sentido estricto y moderno de la palabra. Amigo de Octavio Paz, compañero de vida de su primo, el diplomático Antonio González de León; esposo de la poeta uruguaya Ulalume, con la que tuvo tres hijos (Berenice, Diego y Sofía); interlocutor del grupo Vuelta, ha sido un hombre fiel a su creatividad tanto como a su elegancia —es un dandy—. “Lo que más sorprende de la arquitectura de Teodoro es el balance que logra entre la proporción, el espacio y sus materiales”, asegura Quezada, “que le da a su trabajo un sello reconocible. Si tuviera que escoger una obra favorita sería el MUAC, que a cada visita ofrece una experiencia distinta y enriquecedora”. Por su parte, Tatiana Bilbao afirma que “es un intelectual al que se debe escuchar; un hombre y un profesional que ha perseguido sus ideales. Es inspirador. Su capacidad para construir un discurso personal, para poner sus creencias en la arquitectura es su gran legado para mi generación”… y para todos. Desde sus primeras obras, como el Conjunto Habitacional José Clemente Orozco en Guadalajara (1957), hasta las Torres Arcos I y II en Bosques de Las Lomas (2008) o el Centro Urbano Manacar (aún en construcción), queda asentada su preocupación por el terminado. Este cuidado es lo que más le impresionó a Hendrix y que ha caracterizado sus inmuebles, como la embajada de México en Berlín, que sorprendió más aún a los alemanes quienes, confiados en su tecnología, tuvieron que aceptar la lección de González de León: la mano humana todavía hace la diferencia, no solo en el cincelado sino al dibujar. Su gusto por el trazo a mano radica en la inmediatez y le ayuda a proyectar con mayor precisión esa proporción armónica que, como menciona Hendrix, “crea un espacio, un hueco, un vacío que te rodea e impacta”, como en el edificio Infonavit (1975).

Esa proporción también está en sus proyectos de vivienda social, “de los que poco se habla”, anota Tatiana Bilbao. “Su legado es increíble, con valores maravillosos que nos hablan de los ideales de los años sesenta. Me gusta mucho lo que hizo en Jalisco así como las Torres de Mixcoac, que siguen siendo ejemplos. Son trabajos que debemos repensar”. A su regreso a México, en la década de 1950, aplicó esa “búsqueda paciente para encontrar algo” que le enseñara Le Corbusier. Uno de sus primeros proyectos fue con Armando Franco, su antiguo compañero, una casa prefabricada en Las Lomas, la cual fue demolida, y la Casa Catán (1953). En aquella época también trabajó con Carlos Lazo y para la Oficina de Bienes Nacionales. Con José del Río Álvarez y la Comisión de la Costa de Jalisco hizo la planeación de la zona de Barra de Navidad. Paralelamente, empezó a experimentar el concreto, como en la Escuela de Derecho en Ciudad Victoria, de la Universidad de Tamaulipas, donde se enfrentó con la masividad del material; el siguiente problema a resolver fue la textura del concreto, pero esa búsqueda ya la realizó con Abraham Zabludovsky a mediados de la década de 1960. Uno de sus primeros proyectos en conjunto —que no se realizó— fue por invitación de Agustín Yáñez, entonces secretario de Educación, para trazar la Biblioteca Nacional. Luego vendrían obras como la Unidad Habitacional Vallejo–La Patera (1970), el Colegio de México (1976), el Museo Tamayo Arte Contemporáneo (1981) —el inmueble favorito de Bilbao “por la composición espacial y su escala”— y la remodelación del Auditorio Nacional (1991). A sus 90 años, 70 los ha dedicado a la arquitectura. Tiene edificios en las ciudades más importantes de México y del mundo. ¿Cuál es su favorito? “No tengo uno. Me interesa el último, en el que estoy volcado”, dice. A muchos de esos inmuebles icónicos,

como la Universidad Pedagógica Nacional y el Museo Tamayo, ha regresado. En 2012 hizo una ampliación del museo respetando el programa diseñado en colaboración con Zabludovsky. Además, se le suele ver paseando por ahí. “Viene regularmente”, comenta Rodolfo García, jefe de museografía del museo, “recorre las exposiciones, pero no es raro mirarlo contemplar en silencio los espacios. Lo que más me gusta del recinto es que no ha envejecido. Es muy noble. Aquí luce muy bien lo que le pongas: pintura, foto, escultura, video, instalación, y también se puede vestibular muy bien”. La aportación de Teodoro González de León a la cultura mexicana es visible. Basta caminar por la Ciudad de México y observar el Palacio de Justicia Federal (1993), al oriente, o el edificio Reforma 222 (2007), el Conservatorio Nacional de Música (1994) o en el interior del país redescubrir la unidad habitacional en Ciudad Sahagún (1962), el Deportivo Tlalli (1972), en Tlalnepantla, o el Parque Tomas Garrido en Villahermosa. Esta huella también está presente en el extranjero, en las embajadas de México en Brasilia (1972) y Berlín (2001) y en el diseño de la Sala Mexicana del Museo Británico (1994), en Londres, en la que trabajó con Miguel Cervantes, quien curó para el Tamayo la exposición Ensamblajes y excavaciones. La obra de Teodoro González de León, 1968–1996. “Era muy impactante verlos colaborar. Se notaba que se llevaban bien, pero nunca perdían de vista el profesionalismo”, recuerda García. “La muestra se montó en las salas 6, 7, 8 y 9. Miguel Cervantes tenía todo el montaje detallado en dibujos y planos, y la realidad siempre supera al plano. Era increíble ver a Teodoro salir con una sonrisa. Recuerdo mucho las paredes en gris Oxford dramatizando la obra del arquitecto”. Tanto su escultura como su pintura tienen base geométrica, como anota Quezada Rueda: “es un quehacer personal de exploración del espacio y la proporción que refleja sus preocupaciones más personales. La admiro por íntima y por suya”. Siempre está al día. No para, sigue creando, dibujando, pintando, nadando a diario y, sobre todo, disfrutando del buen vino y la buena mesa. Es un bon vivant que aún tiene mucho por hacer. A pesar de su extensa obra, Teodoro González de León tiene aún antojos creativos. Le gustaría hacer un teatro, pero sabe bien que los arquitectos no eligen sus obras; es la sociedad la que les da la oportunidad, la que los abraza y reconoce. L


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SUERTE MALDITA DANNY MILLER Siruela España, 2016 391 pp. Vaya auge comercial el de la novela negra en Europa. Cada semana hay un nuevo autor con su detective bajo el brazo. Miller es uno de ellos y tras el éxito de Besos para los malditos vuelve a la escena con una historia ambientada en el Londres de la década de 1960. El resorte de la trama: los asesinatos de una joven negra en un barrio de mala muerte y el de un hombre blanco ligado a una aristocracia que sigue viendo las conquistas sociales con malos ojos. Se diría que no hay conexión entre ambos mundos pero Miller consigue fundirlos hasta borrar las diferencias entre uno y otro. CICLOS DE TIEMPO Y SIGNIFICADO EN LOS LIBROS MEXICANOS DEL DESTINO ELIZABETH HILL BOONE Fondo de Cultura Económica México, 2016 476 pp. De entre el magma de códices que han sido objeto de estudios acuciosos, ningunos más reservados a los especialistas como los que se destinaban a las artes adivinatorias, un corpus del que sobrevivieron unos pocos libros. Hill Boone intenta acercar al gran público mediante este volumen que, por lo demás, está bellamente ilustrado. Lo hace siguiendo la idea de que esos libros narraban un presente que anunciaba los triunfos y peligros que aguardaban sin la intervención humana; y ya que no daban pistas espaciales ni temporales, podían servir a todos. TUMULTO HANS MAGNUS ENZENSBERGER Malpaso Barcelona, 2015 252 pp. En este volumen el escritor alemán realiza un balance de lo que llamaríamos su “periodo revolucionario”. Recuerda sus visitas a la URSS en 1963 y 1966. La primera vez, siendo un escritor incipiente, formando parte de un grupo de escritores reconocidos en los que figuraban Sartre y Giuseppe Ungaretti, cuyo momento álgido fue una visita a la residencia de Nikita Jruschov. Tres años después, vuelve con mayor reconocimiento y hace un viaje más extenso, después del cual termina enamorado de una rusa. La última parte corresponde al tumulto en su país y algunas vivencias en Cuba. LA INVENCIÓN DE LA LIBERTAD JUAN ARNAU Atalanta España, 2016 283 pp. La ciencia contemporánea —la química, la física, la biología— se muestra demasiado a gusto con la noción de que el ser humano es una marioneta de la naturaleza. ¿De modo que la filosofía debe inclinarse ciegamente ante esta noción? Arnau dice que no, que delante de nosotros se abre un “universo vivo y creativo, cuyo destino no está escrito sino que se encuentra regulado por la vida consciente y el ejercicio de la libertad”. A los padres de esta postura, la que separa la filosofía de la ciencia, dedica este libro: William James, Henri Bergson y Alfred North Whitehead. YEAH! YEAH! YEAH! BOB STANLEY Turner España, 2015 748 pp. Ante la desmemoria que se padece en nuestros días, este libro es oportuno para recordar de dónde proviene la música que ha acompañado a Occidente desde hace 60 años. Para el autor, los límites cronológicos de lo que llama La historia del pop moderno van de 1955, “cuando la revista Billboard publicó su primer Hot 100” y “Rock Around the Clock”, de Bill Haley and His Comets, se coló en la lista, hasta Beyoncé. En lo esencial, Stanley respeta los nombres canónicos, pero no faltarán desacuerdos por omisiones sobre todo en la parte final de la historia.

F U EG O

EN LIBRERÍAS

L E N TO ×

DÍA FRANCO

Adrián Curiel Rivera Difusión Cultural/ UNAM México, 2016

La familia equivocada ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

U

na escena concentra el talante de los cinco relatos con los que Adrián Curiel Rivera vuelve a mostrar su poderío narrativo después de Blanco trópico: mientras un anciano cascarrabias trepa a la azotea de su casa para reparar la antena del televisor, copos de nieve caen sobre el paisaje brumoso de Mérida. La realidad, en efecto, parece diseñada al arbitrio de un dios burlón. ¿O quién dejaría caer una nevada sobre una ciudad tropical? Una sensación de extrañamiento se va abriendo paso a medida que presenciamos otras escenas semejantes, y ese extrañamiento nace del choque entre los deseos y la circunstancia de los personajes: quieren algo a la usanza de cualquiera —volver a casa ileso luego de un paseo, huir, una mujer de piernas largas, reconquistar a la pareja, una vejez sin sobresaltos— pero el orden social o el mero azar juegan siempre en su contra, como si el fracaso fuera el pulso que guía su existencia. Una vez que aprendemos las reglas del juego, nos sentimos en confianza ante la visión de un arquitecto con el cuerpo quemado tras el estallido de una olla de vapor; la apocalíptica rebelión de jaurías de perros, cientos, miles de ellos atacando a una población híper disciplinada; la silenciosa caída de un aspirante a cuentista que apenas tiene arrestos para tomar en brazos a su hijo; la moliente cotidianidad de una internacionalista que ha decidido abandonar su futuro promisorio para montarse en sus patines y servir a jóvenes gañanes en un bar. Y caemos en la cuenta de que en cada relato hay perros que ladran alegre, lastimosa o fieramente: son testigos y en ocasiones autores del empellón que los personajes necesitan para precipitarse al vacío. Hay perros por todos lados pero puede que la familia sea el eje alrededor del cual giran “Día franco”, “Salida número catorce”, “Influyente”, “Te extraño, bestia” y “Un anciano en la azotea”. Con insomne y convincente desencanto, Curiel Rivera hace pensar en un centro de rehabilitación que en vez de cura promete largas sesiones de culpa y odio a uno mismo. Ese centro tiene puerta de entrada pero no parece preocuparse por la salida. Los hijos reniegan de los padres, los padres abominan de sus hijos, los nietos roban a sus abuelos. Y luego está la parentela que se hará indeseable para cultivar su sadismo. Nada ilustra mejor este universo ponzoñoso y carcelario que la pareja protagonista del último relato: ella visiblemente trasnochada (“su cabeza olía muy raro, como a champú de rebajas”), él, “un gordo con aliento a turbodísel, acompañado de una lépera semidesnuda”. Priva la opinión de que México es un país de cuentistas superdotados. A favor de este argumento se invocan tres o cuatro nombres —así es, así de numerosa es la prole que se exhibe con tanto orgullo— con un libro estruendoso en su cuenta corriente. Ya va siendo hora de llamar a esas filas exiguas a Adrián Curiel Rivera, quien no solo se halla en plena forma sino en ese momento vital en el que la buena literatura se desmarca de los Grandes Temas Nacionales. L


CINE

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LABERINTO

Fernando Frías

“No me gusta que el mensaje traicione a la forma” A través del romance y el sentido del humor, Rezeta reivindica a la comedia ligera en el cine mexicano

Aunque su película hace una crítica al machismo del mexicano.

HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com

ENTREVISTA

ESPECIAL

R

ezeta es la historia de una modelo que llega a México para trabajar. Conforme transcurre su carrera en la ciudad, encuentra compañía con varios hombres hasta que conoce a Alex, un rockero tatuado que se ocupa de limpiar un tráiler en una filmación. Los encuentros y desencuentros de la pareja hilan la ópera prima de Fernando Frías, un cineasta que intenta superar los prejuicios sobre la comedia ligera.

¿Por qué hacerla en tono de comedia?

Porque refleja un poco más de cómo soy. No quería hacer una comedia de pastelazo; de hecho, el humor salió a flote hasta la edición. Cuando la catalogaron como comedia romántica

No me gusta que el mensaje traicione a la forma. La crítica se interioriza más cuando la ves desde la ligereza y el humor. No quiero cambiar a la gente pero sí mostrar una forma diferente de mirar el machismo. Ser sutil, irónicamente, tiene más impacto. Rezeta se estrenó casi cuatro años después de su filmación. ¿Se sigue viendo en la historia?

Estoy muy orgulloso porque es mi primera película, pero era también una carta de despedida para la Ciudad de México. Ahora tengo más herramientas pero estoy más confundido. Fue frustrante y difícil empujar la carreta solo, no únicamente en la dirección. Me ocupó mucho tiempo y me impidió concentrarme en otros proyectos. Ahora la película ha fluido bastante bien y lleva varias semanas en la Cineteca Nacional.

Rezeta plantea, en primer término, el choque cultural. ¿Era esta su premisa básica?

Por alguna razón que no sé explicar muy bien, mis películas giran alrededor del choque intercultural. Partir de una chava foránea me permitió comentar ciertos patrones de comportamiento de la gente a mi alrededor. Además quería contar una historia sencilla, intuitiva y con total libertad.

ubicarla como una comedia se le restaba valor. Por fortuna, en los festivales de México le fue muy bien, pero es verdad que existe una visión postcolonialista que apuesta por reivindicar a los latinoamericanos. Veo a jóvenes directores queriendo hacer cosas con la pretensión de ser aceptados al otro lado del océano y tal vez eso contribuya a que la comedia sea tratada como algo banal.

tuve sentimientos encontrados pero del cine que se estaba haciendo alredecuando recordé Annie Hall y When dor mío. No quería subirme al vagón de Harry Met Sally, no me pareció tan mal. contar el drama nacional de la violencia ni explotar al personaje marginal, y no Está claro que aspira a un humor porque no me guste, simplemente porque similar al de Woody Allen. quería algo un poco más ligero. Las influencias son claras, sobre todo en nuestros primeros trabajos, aunque ¿Cree que hay un estigma sobre la también es cierto que las influencias no comedia ligera, en particular por necesariamente son moldes. Me encanta parte de la crítica? el cine francés y el de Woody Allen. Quería Sí. A pesar de que la película fue descansar de la estructura y la pesadez aceptada en muchos festivales, al

HOMBRE DE CELULOIDE

¿Por qué tardó tiempo en estrenarse?

La gente trabaja en función del dinero y al saber que no era una película comercial pero tampoco de arte se sacaban de onda. Los exhibidores comerciales no comprendían por qué la habíamos filmado de esa manera; y la gente clavada en el cine intelectual la tomaba como una comedia ligera. Creo que si ha funcionado en las salas donde se ha exhibido es porque tiene la semilla de un buen hallazgo. L

FERNANDO ZAMORA

@fernandovzamora ESPECIAL

Entre la gracia y la naturaleza

D

esde los primeros minutos de La bruja, tal vez incluso desde la primera imagen (una niña rubia con cofia en el siglo XVII), se desvanece el prejuicio: lo que estamos por ver no es una película de horror, de esas que gustan por el placer de la adrenalina. De hecho los amantes del terror corren el riesgo de decepcionarse con esta obra que tiene más estilo que sustos. Lo interesante aquí son las imágenes y la actuación. Cuando ambas confluyen la película llega a sus mejores momentos. Desde el inicio el director se cura en salud y anuncia que está por contar “una historia folclórica inglesa–americana”. Es cierto, narrativamente la película es poco más que el cuentito de una familia puritana que se va a las afueras de un bosque habitado por brujas, pero la fotografía tiene una virtud: es consonante con el arte puritano. Los horrores de La bruja no son los del cine de miedo sino los de pintores como Grünewald. No se trata, claro, de decir que esta peliculita tiene el valor de Grünewald. La comparación se limita a la visión de las obras con respecto a lo que es la divinidad: una entidad veleidosa e incognoscible. Salva a quien se le da la gana. Ha sacrificado a su hijo para pagarse a sí misma y más: lo ha hecho pecado para que los pecados mueran con él. Solo un dios de este calado puede condenar a una familia tan fervorosa, porque al interior deLa bruja, en efecto, el mal existe. No sucede como en El listón blanco, en que el director ofrece el retrato antropológico de un grupo social que cree en un dios frívolo e insensible para explicar los males que surgen de dicha sociedad. En el bosque de esta

La bruja (The Witch). dirección: Robert Eggers. guión: Robert Eggers. con Anya Taylor–Joy, Ralph Ineson, Kate Dickie, Harvey Scrimshaw. Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá, Brasil, 2015.

América habitan las brujas y hay posesiones. Y si hay brujas y hay posesiones, hay diablo. Y si hay diablo, en alguna parte debe haber dios, pero ¿dónde está Dios en esta película? Durante una secuencia, el niño que ha sido tocado por la magia negra despierta y mira extasiado el rostro de Cristo. Nosotros no lo vemos, pero el niño parece tener un éxtasis místico, un encuentro que solo puede consumirlo. El otro personaje, el que no se encuentra con Dios, es todavía más interesante y es en éste en quien la estética puritana parece más presente. La de Thomasin es una belleza manchada. Es una gran actriz, tanto que consigue introducirnos en este mundo en el que es difícil amar a un Salvador

que está tan lejano. Detrás de esta fábula están los intereses de grandes películas o, al menos, los de El árbol de la vida y El Anticristo. En ambas se ofrece al espectador una alegoría de la paradoja que presenta un universo que aparece indudablemente malévolo y un dios que, para serlo, tendría que ser bueno. La dicotomía en ambas películas (aunque de manera distinta) se disuelve con la distinción entre gracia y naturaleza. El discurso de Job en El árbol de la vida y la entrega a la naturaleza humana en El Anticristo son elementos que reaparecen en La bruja, que en efecto habla de unos puritanos incapaces de domar la naturaleza de América porque no pueden ni siquiera domarse a sí mismos. L


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ESCENARIOS

ESPECIAL

Furia y ausencia La Cuarta Sinfonía de Henryk Górecki sugiere un algo ominoso que se consuma en el vacío HUGO ROCA JOGLAR hrjoglar@gmail.com

VIBRACIONES

E

scuchemos la Cuarta Sinfonía de Henryk Górecki (1933–2010). Los dos primeros movimientos están llenos de terror. Alientos y percusiones impelidos por la brutalidad invaden escalas tonales —de amplias melodías que proponen atmósferas ya siniestras, ya delicadas y otra vez siniestras— a cargo de las cuerdas. Y la sensación de invasión se convierte en lo inmediato, aun cuando todo parece haberse tranquilizado: la presencia del mal se ha instalado en el espíritu. Ataques (reales e imaginarios) continuos e inclementes, que no deben significar algo concreto. Su única realidad es la abstracción del miedo; un miedo abierto hacia la imaginación, en espera de adquirir cualquier forma posible que algún efímero visitante quiera darle a esos sonidos: un maestro humilla a su alumno, bombas destruyen ciudades o dos amantes que en el sexo únicamente encuentran vacío.

II

Górecki murió antes de poder concluir esta música (su hijo Mikolaj la terminó de orquestar). ¿Qué visiones lo atormentaban durante su agonía?, ¿qué insoportables pesadillas? Tal vez sufría por su Tercera Sinfonía, una obra que —se lo repitió cada día durante los últimos 30 años de su vida— nunca debió haber escrito. El arrepentimiento no fue a causa de la música, sino por lo que vino después: la fama desmedida y la vileza.

III

Górecki fue un niño que creció con la sensación de estar a un instante de la muerte. Tenía dos años cuando murió su madre, cinco durante la invasión de Alemania a su Polonia natal y 11 al término de la Segunda Guerra. Para afrontar el miedo y la soledad, su padre le enseñó a rezar, y juntos rezaban todas las noches de rodillas ante una imagen de María.

Esta experiencia espiritual definió el sentido de su música. Aunque al principio —como en Epitafium (1958) o su Primera Sinfonía (1959), en donde se alinea con la Escuela de Darmstadt y utiliza el serialismo para suprimir cualquier tipo de jerarquía en la partitura— sus lenguajes fueron crípticos, cerebrales y fríos, a partir de su Segunda Sinfonía (1972), “Copernicana”, encontró en otra vanguardia de la posguerra, el minimalismo, un procedimiento sonoro que lo llevaría, en la Tercera Sinfonía (1976), a expresar con desconcertante transparencia las sensaciones de su infancia: estar a un instante de la muerte y rezar al lado de su padre ante una imagen de María.

IV

En la Tercera Sinfonía interviene una soprano. Se divide en tres movimientos y en cada uno ella interpreta una canción triste: la de María llorando las heridas de Cristo; la de una mujer de 18 años encerrada en Polonia por la Gestapo que escribió “Madre, no, no hay que llorar” en las paredes de su celda; y la de una madre que busca el cadáver de su hijo muerto en la guerra. Es música que busca acercar el alma a lo inexplicable. Es música en donde cantar es la manera más pura de rezar.

V

En 1992 una grabación de la Tercera Sinfonía se volvió masiva. La música sagrada de Górecki —las tres canciones tristes sobre su miedo y su infancia, sobre la muerte, la sanación y la esperanza— comenzó a ser escuchada fuera de contexto (como música de fondo en restaurantes y centros comerciales) y a inspirar ridículas versiones de rock y de rap. Górecki se sintió agredido y humillado. Entonces despreció al mundo moderno.

DANZA

VI

Y aquí tenemos la furia de Górecki. Escuchemos la Cuarta Sinfonía. El tercer movimiento comienza con una efímera marcha —efusiva, un poco grotesca— protagonizada por los metales. En toda marcha habita la sensación de que algo avanza. Por eso ésta resulta tan trágica: a la mitad, tras minuto y medio de recorrido, en el nacimiento mismo de su alegría, justo cuando se comenzaba a atisbar el lugar al que se llegaría, la marcha es destruida. De su destrucción surge un piano solitario de acordes ambiguos y tintes impresionistas. Entra un chelo, después un violón y finalmente un pícolo. Los cuatro instrumentos tejen una angustiante quietud que desemboca en la otra mitad de la marcha destruida. Ahora la marcha es continua y avanza a través del cuarto y último movimiento adquiriendo atmósferas cada vez más primitivas y descontroladas. Las formas se enrarecen. Los sonidos se agolpan, enciman y anulan. A la mitad, el piano otra vez destruye y se queda solo. De su canción corta y errática vuelve a nacer la orquesta. Y el mismo terror del principio nace con ella. Alientos y percusiones impelidos por la brutalidad invaden escalas tonales a cargo de las cuerdas. Pero algo ha cambiado. Ya no hay miedo, solo ausencia. L ARGELIA GUERRERO

makarova81@yahoo.com.mx ESPECIAL

Crónica de pasos M ucho se ha especulado sobre el futuro del Taller Coreográfico de la UNAM a seis meses del fallecimiento de Gloria Contreras. Hemos de estar atentos al complejo debate sobre el ser y deber ser de un proyecto como éste, pues no se reduce a temas administrativos. Va una crónica de la función del 6 de mayo pasado pues ilustra un acontecimiento especial, pero que para los fines del arte y del TCUNAM es relevante. Una conjunción de casualidades permitió programar la visita de Blanca Nava y Carmen Cruz, madres de dos de los 43 normalistas desaparecidos en Iguala, a la función que la compañía dedica anualmente a las madres, cuyo programa contempla Danza para mujeres, obra creada para homenajear a las mujeres que han decidido la maternidad. La compañía recibió a ambas madres con expectación y respeto. En el íntimo instante previo a la entrada del público, los bailarines concedieron ese tiempo para escuchar en voz de sus dos invitadas la experiencia de buscar con todo en contra a un hijo desaparecido. Ellas

fueron breves, ellos no tuvieron más que fundirse en un abrazo colectivo y enlazar sus propios pasos con los de ellas. El público entró y la tercera llamada llegó. La función inició con Sinfonía, obra que resalta el carácter femenino, fuerte y resistente, sobre una partitura de Stravinsky en la que las bailarinas logran la contundencia en los movimientos que tanto exigía Contreras durante sus ensayos. Las puntas clavadas en el piso casi de modo marcial recrean un tipo de marcha incansable en el que ambas madres se reconocieron. “¿No se cansan?”, preguntó una de ellas. “Sí, pero como ustedes, aguantan”. Entonces sonrió y continuó mirando aquella composición de cuerpos femeninos frágiles pero poderosamente fuertes. El clímax del programa llegó al anunciarse Danza para mujeres. Antes de ello, las dos madres subieron al escenario y, cobijadas por la compañía en pleno, dirigieron su palabra y exigencia al público que llenaba el teatro y que cálidamente escuchó su voz. Rodaron algunas lágrimas arriba y abajo del escenario, los aplausos no se hicieron

Valeria Álvarez en Danza para mujeres

esperar ni escatimaron en duración. El telón bajó, las bailarinas se alistaron mientras se escuchaba un espontáneo conteo del 1 al 43. Entonces fuimos testigos de una de las interpretaciones más sentidas de esta elegía dedicada a las madres que hoy recibía especialmente a quienes, en representación de 43, visitaban al TCUNAM. Cuando Gloria Contreras montó esta obra separó a cada una de las bailarinas

en un cuarto y les pidió imaginar la pérdida de la persona que más amaran. Esta vez las bailarinas no tuvieron que imaginar nada: escucharon y abrazaron la voz viva que se los contó. Con ello llenaron su propia danza y abrazaron, como solo el arte puede hacerlo, a las madres sentadas frente a ellas. “Bailar es pagar nuestra cuota a la vida, es llenar con nuestro yo el yo del otro”, decía Contreras sobre la danza; y aun en ausencia, nos regaló otra lección. L


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ESPECIAL

La escalera del humor TOSCANADAS

DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

A

unque muchos intelectuales desprecian el Selecciones del Reader’s Digest por ser una revista elemental, lo cierto es que yo le estoy agradecido, pues durante mi infancia fue el único texto en español que teníamos en casa, ya que el otro era la Encyclopaedia Britannica, edición de 1959. Más allá de los artículos en los que descubrí algo de arte, historia, literatura, medicina y geografía, recuerdo en especial dos viñetas con breves anécdotas. Una de ellas suelo citarla en mis talleres literarios para jalarle las orejas a quienes piensen que el arte es asunto de meras ocurrencias; y en cambio hay que entregarle cuerpo y alma. Trata de una señora que se acerca a Arthur Rubinstein luego de un concierto. Ella le dice: “Daría mi vida por tocar como usted”. Él le responde: “Yo la di”. La otra es una intrigante reflexión sobre el sentido del humor. Cuenta la anécdota que en una fiesta de gala Monsieur Fortibleu saluda a todos sus invitados desde el mezzanine y entonces se dispone a bajar. El ilustre hombre tropieza y comienza a rodar por las escaleras. Al principio los asistentes sonríen. A medida que continúa el ignominioso descenso, comienzan a reír y las risas se van convirtiendo en carcajadas. Para cuando el anfitrión llega hasta el suelo del salón, se escuchan por todo el palacio estridentes risotadas de las damas y los caballeros. “Monsieur Fortibleu estaba muerto”, nos dice el narrador. Y luego concluye: “Solo domina el sentido del humor quien sepa a partir de qué peldaño la cosa dejó de ser divertida”. Hace cinco años me reuní con los antiguos compañeros de la secundaria. No diré que ya somos todo aquello

Buster Keaton

contra lo que luchábamos, pues entonces no luchábamos por nada. La cosa es que entre uno y otro trago, pregunté: “¿Quién va a ser el primero?” Luego del choque inicial, comenzamos a reír. Nos señalábamos unos a otros. Hacíamos apuestas. Hacíamos bromas sobre los funerales y hasta salieron algunas carcajadas. Pero esta semana me enteré de que había muerto el primero. Un infarto. Alguien por el que nadie había apostado. Llegamos a ese peldaño en el que Monsieur Fortibleu dejó de existir y con él desapareció lo gracioso. Hay cosas que no solo pierden la gracia, sino que se vuelven de mal gusto, ofensivas. El humor siempre ha sido un acto de equilibrismo; peor aún, pues no solo depende del funambulista, sino del público,

CAFÉ MADRID

del estado de ánimo y del espíritu de los tiempos. Depende, sobre todo, del estado de ánimo del momento. Muchas veces hemos visto a algún cómico estimulando la risa de su auditorio con algún lance; pero al día siguiente viene el contraataque en medios sociales, pues alguien hizo ver que el chiste fue algófobo y aquel motivo de risa se convierte en fuente de indignación. El humor está siempre en un peldaño del palacio de Monsieur Fortibleu, y ya no existe en el siguiente. Es intuitivo, pero a la vez tiene una precisión matemática, fronteras bien delimitadas, el momento justo. Tiene primeras partes, pero no segundas. Haber preguntado por el primero, pasa. ¿Pero qué ocurriría si hoy pregunto a mis compañeros por el segundo? L

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME

periodismovictor@yahoo.com.mx ESPECIAL

La mujer oído H

ace ocho días, Svetlana Alexiévich se puso unos tenis y salió a caminar por las calles de Barcelona. La Premio Nobel de Literatura 2015 quería conocer, sobre todo, la arquitectura de Antoni Gaudí y, después de visitar el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia (¡todavía en obras!), pidió que la llevaran a la Torre Bellesguard, también de Gaudí, a los pies de la sierra Collserola. Bellesguard significa “bella vista” y, cuando la escritora entró a la sala de música de este edificio, se quedó asombrada. Dijo: “Es un lugar maravilloso para escribir”. Luego preguntó por los detalles de la construcción y los materiales de las puertas y ventanas. “Me interesa mucho la libertad de las formas de este arquitecto”, comentó, y así dejó ver la esencia de su escritura. Porque esta periodista curtida en los sótanos de la Unión Soviética compone sus libros de testimonio a la manera del artista catalán: con intuición y capacidad creativa en las estructuras (narrativas, en su caso). Alexiévich vino a España para contarle a los lectores (ahora numerosos después de su

importante galardón y gracias a que ya se han publicado cuatro de sus libros en español) el trasfondo de su obra: empatizar con el otro y saber escuchar. En las dos charlas que dio en Barcelona, y en las dos que dio luego en Madrid, se definió como “mujer oído”. “Cuando alguien nota un verdadero interés en su historia, se dispone a contarla con todos sus detalles. Pero para llegar a eso hay que tener mucha paciencia. Para hacer cada uno de mis libros tengo que hablar con cientos de personas y tardo años en escribirlos”, subrayó. Dio muchas lecciones de periodismo Svetlana, pero lo que más me llamó la atención de esta mujer bajita y de ojos claros fue que llamara plegarias, y no testimonios, a los monólogos que pueblan sus libros. Dio una explicación: “En ruso, plegaria tiene un significado muy amplio y muy profundo que va más allá de lo religioso. Es la compenetración profunda entre el sujeto y el mundo exterior. Busco a personas que estén en un estado de exaltación, que han vivido algo que las ha conmocionado. Este tipo de conversación es similar al de la plegaria. Normalmente, encuentro a mi interlocutor cerca de la muerte o cerca del amor, en

La escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich

este estado tan extremo de pedir, de expresar, de vomitar todo lo que tiene dentro. No escribo sobre las catástrofes, ese es solo formalmente el tema de mis libros. En realidad escribo sobre el amor”. La autora, que fue profesora de historia en una escuela rural, viajó tres días después a Madrid y, ante un auditorio compuesto principalmente por estudiantes, dijo que no era partidaria de “sacralizar” su oficio. “No me gusta que me pregunten por lo que he soportado. Un oncólogo de un hospital infantil tiene una vida más dura que la mía. Por supuesto que ha sido desolador

haber vivido cosas terribles en Afganistán, donde los militares intentaban probar mi capacidad de aguante. Pero no voy por ahí contando lo sacrificada que soy”. Al final, sabedora de la expectación que ha causado su presencia, la “mujer oído” quiso dejar clara otra cosa a sus lectores hispanos: “No es correcto decir que estoy ausente en mis libros. Está presente mi punto de vista, mi forma de percibir y de pensar. La cuestión es que el grado de detalle de los testimonios que elijo para que aparezca en el libro es tan alto que no puedo ponerme allí adentro, al lado de ellos”. L


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