Laberinto No.690 (03/09/16)

Page 1

Laberinto

juan carlos bautista, josé javier villarreal, josé humberto chávez, minerva margarita villarreal, enrique patrón de rueda, hernán bravo varela, guillermo arreola y braulio peralta p. 03 y 06 a 08

MILENIO

NÚM. 690

sábado 3 de septiembre de 2016 FOTO: MARCELO PALACIOS/ CUARTOSCURO

JUAN GABRIEL


ANTESALA

sábado 3 de septiembre de 2016

p. 02

LABERINTO

ESPECIAL

Creación e intoxicación ESCOLIOS

ARMANDO GONZÁLEZ TORRES @sobreperdonar

L

a presencia de alcohol y las drogas refulge en la creación artística y, particularmente, en la poesía. La lista de autores que han cantado al vino abarca desde los líricos griegos Arquíloco y Simónides hasta los contemporáneos Dylan Thomas y Robert Lowell. Pese a todos los matices temporales, quizá puedan observarse dos grandes motivos que unen la intoxicación y la creación: por un lado, el carácter ritual de la intoxicación y, por el otro, el desafío a las convenciones. Tanto la creación como la intoxicación implican un apartamiento del mundo de la lógica, la obligación y el tiempo lineal y representan un tránsito a otras modalidades de percepción. La intoxicación comparte con la experiencia religiosa la salida de sí y la comunión con lo inefable. El vino y otros generadores de éxtasis ocupan un lugar importante en los textos religiosos fundadores e incluso en tradiciones que limitan la ingesta de bebidas embriagantes, como el Islam, y existe, paradójicamente, una rica genealogía de poetas (encabezada por el inmenso Khayyam) que celebran el vino e identifican sus efluvios con la experiencia mística. En la exaltación artística de la bebida puede advertirse la búsqueda de recuperar su uso ritual y

ALFILERES ARMANDO ALANÍS @elsaltillero

Malcolm Lowry

volver a encantar un mundo desacralizado. Por otro lado, la utilización de la bebida y otras sustancias prohibidas tiene que ver con un rechazo a las convenciones que ha sido característico de cierta creación y que se ha consolidado en la época moderna. La intoxicación implica un reto a las exigencias contemporáneas de sobriedad y productividad y, a menudo, se acompaña de otros signos de liberación de las costumbres. Especialmente a partir del romanticismo, cuando el creador ha patentado la disidencia, la intoxicación ha sido un modo de protesta, diferenciación y, a veces, impostación.

Como no tenía tiempo de escribir microrrelatos, pergeñaba novelas de 500 páginas.

Actos consumados LOS PAISAJES INVISIBLES

E

¿En verdad resulta creativa la intoxicación? Evidentemente hay obras indisolubles de la circunstancia de su creador y, por mencionar solo un ejemplo, sin la experiencia abismal del bebedor no existiría Bajo el volcán, de Malcom Lowry. Pero si la intoxicación brinda un espesor único a la creación, es probadamente disfuncional a la hora de manufacturar una obra. Acaso un creador requiera la visión de los infiernos o paraísos que proporciona la intoxicación, pero también requiere un pulso firme para materializarla. Por eso, quizá muchas obras largamente soñadas se quedan en nuestro pulso tembloroso e imaginación somnolienta de intoxicados. L

l peor defecto del ciudadano es resignarse a los hechos consumados: elegir la mansedumbre, la rendición, echar los incidentes propios o ajenos en el baúl de lo anecdótico y dar vuelta a la página hundido en la impotencia o en una silenciosa, aunque rabiosa, frustración. El conformista es cómplice de las aberraciones cotidianas. Se asume vulnerable y en ese peculiar apocamiento, se afilia a los átomos de una sociedad amaestrada en el fatalismo inútil. ¿Hay un antídoto para ese mal? Acaso la denuncia, mas solo como analgésico porque en este país de los actos consumados todo es legítimo, que no legal; es irremediable y sin consecuencias, sobre todo si se trata de ataques de los cuerpos policiacos o de las otras fuerzas de seguridad contra civiles, en materia de seguridad vivimos un ambiente parecido al de la década de los setenta del siglo pasado.

IVÁN RÍOS GASCÓN @IvanRiosGascon

Algunos piensan (y afirman) que ya no es peligroso asistir a un espectáculo masivo, que el alto riesgo de participar en mítines o marchas es cosa del pasado, porque supuestamente ha habido cambios en las políticas de vigilancia y respeto a las garantías individuales. ¡Ja! (carcajada de ironía). Mentira vil. Los granaderos, esos grupos de choque armados hasta los dientes, siguen siendo el paradigma de la represión e impunidad sistémica, la lógica política de la era de las cavernas. México vive una crisis profunda, irreconciliable. Se violenta a todos por igual. Sin razón, sin argumentos. Así fue la pesadilla que viví la noche del 27 de agosto en el estadio Azteca, donde los granaderos tundieron a la gente que salía pacíficamente de las instalaciones tras el partido América–Guadajara: en formación y utilizando sus escudos, los granaderos desalojan a los aficionados como si se

tratara de un plantón. Descendemos pacíficamente por el túnel y a metros de llegar la explanada del estadio, oigo reclamos y veo empujones urdidos por los cascos, escudos y toletes, y sin más recibo un golpe en el flanco derecho de la cara. Me gritan una elegante sugerencia: “¡Órale, hijo de tu puta madre, camínale!”. Pierdo el equilibrio, tropiezo y me llueven patadas. Mi amiga Celia reclama la agresión gratuita y el distinguido granadero le responde a puntapiés. Estoy atónito. A un lado camina un joven con una herida en la cabeza: lo entrevisto y subo el clip a Twitter. También comparto los sucesos con amigos y colegas de la prensa. La tensión aumenta de nivel porque en las calles aledañas al Azteca, paradójicamente, hay cero vigilancia (claro: los granaderos están muy ocupados pegándole al gentío adentro del estadio), y los caminantes caemos en el cerco de una pandilla con jerseys del Club América. ¿Así o más alucinante? Otra lluvia de porrazos ahora por cortesía de la plebe amarilla, Celia y yo corremos hasta avenida del Imán. Casos como este, aunque palidezcan de trivialidad ante episodios como el de Nochixtlán o los garrotazos que le recetaron a Javier Sicilia en Cuernavaca (también los granaderos), son materia ineludible del gobierno de Miguel Ángel Mancera, del secretario de Seguridad Pública, Hiram Almeida, de la administración del Estadio Azteca y de la CNDH. Y sí. Lo sé. Este espacio debe abordar asuntos de genuina trascendencia pero lo siento, no puedo callarlo. Quizá porque las contusiones físicas se alivian pero las lesiones al ego, al orgullo y la dignidad nunca se curan. L

dirección josé luis martínez s. edición roberto pliego, iván ríos gascón arte y diseño salvador vázquez


MILENIO

p. 03

× J UA N

C A R LOS

sábado 3 de septiembre de 2016

ANTESALA

BAU T I STA ×

Juan Gabriel maldito Con autorización del autor, publicamos este poema que forma parte del libro Cantar del Marrakech (Tierra Adentro, 1993)

S

i fuera solo desmadrarse tres minutos. Pero la canción, Juan Gabriel maldito, se clava en el hueso y se entierra detrás de la pupila. Como enfermedad que dura más allá del microbio, dulcemente nos quema. Tú lo sabías, emergiendo en púrpuras de tu abrigo, con la voz vasta del que ha sufrido la pasión de todos. Tú, profeta —las mieses cayendo sobre el corazón de tus pobres y el sexo de los eunucos coronándote—, no conocías lástima ni reposo. Ahí va tu evangelio: en las cantinas, en los tristes hotelitos y en el radio de las niñas que sueñan. Esta es la verdad, el cuerpo y la sangre de los que se alzan contra sí mismos.

×EKO×EX LIBRIS×COPELIA×

La fortuna de la comparación POESÍA EN SEGUNDOS

A

VÍCTOR MANUEL MENDIOLA mendiola54@yahoo.com.mx

mediados de este año aparecieron dos libros de ensayo: De la intimidad (FCE, 2016) de Luis Vicente de Aguinaga y Anotaciones para una teoría del fracaso (FCE, 2016) de Gabriel Bernal Granados. Ambos títulos no solo son buenas prosas por el carácter atractivo de la escritura y la claridad de las preocupaciones sino por el conocimiento verdadero y original de momentos significativos, en el primer caso, de la tradición poética en México y, en el segundo, de una fuente de la poesía moderna con sus inevitables digresiones hacia la pintura. El texto de Aguinaga, del que me ocuparé en esta ocasión, además ofrece un sugerente subtítulo: Emociones privadas y experiencias públicas en la poesía mexicana, rótulo con el cual el autor nos advierte el sentido frágil y singular de la escritura y la lectura y, a la vez, la condición inevitablemente política y social de estos dos actos. El estudio, elaborado a lo largo de siete capítulos, desarrolla un análisis contrastado de varias poesías significativas: “Las ruinas de México” de José Emilio Pacheco, “El retorno imposible” de Enrique González Martínez, “A las vírgenes” de Ramón López Velarde, “Non serviam” de Jorge Fernández Granados y “Migraña” de Luigi Amara. Los cinco ensayos principales tienen la cualidad común de plantear la relación imprevista, pero necesaria, de los textos examinados con otras escrituras, de tal forma que De Aguinaga nos hace entender los poemas que estudia en perspectiva, es decir, vemos en su unidad la pieza considerada, pero también la vemos en la profundidad de algunas de las obras que la precedieron. La comparación, como sucede en el caso de las comparaciones certeras, crea la hondura y el horizonte múltiple desde donde debemos observar cualquier poema. Así, al parangonar unos poemas con otros, De Aguinaga convierte a las composiciones observadas en formas más claras y, lo que es más interesante, en formas más abiertas en las que el lector cuenta con más recursos de apreciación y puede decidir si le gustan o no. Esta habilidad de cotejar de manera libre y atinada —seguro ayuda que el autor sea, además de un poeta, también un académico— muestra que la comparación juega un papel muy importante en la dilucidación del mérito de un texto. Quizá la única manera que tenemos de saber cuál es el valor real de una obra ocurra a través de una confrontación en perspectiva. En este ejercicio aprendemos qué tan lejos ha llegado un poema en relación con sus antecedentes y en correspondencia con los aciertos o los defectos. Un ejemplo de este hecho es el análisis del poema de González Martínez. En el tercer capítulo, De Aguinaga nos hace ver cómo el poeta simbolista de El hombre del búho y de La apacible locura utiliza la idea “del sujeto representado como viajero en el transcurso de la vida”. La idea de homo viator nos permite comprender la pertenencia de “El retorno imposible” a una tradición universal y, al mismo tiempo, equiparar la coincidencia con la añoranza candorosa de “La elegía del retorno” de Luis G. Urbina, lejos de la sensibilidad actual, y la acción dramática del “retorno maléfico” de López Velarde, también distante de la poesía fácil y retórica de hoy. En el juego de espejos de las analogías, De la intimidad afirma —sin proponérselo— que confrontar produce una visión más rica de momentos claves de la singular poesía mexicana y que la comparación, en estética, no es insidiosa y es la verdad de la emoción privada sobre la “democrática” cháchara pública.L

http://www.milenio.com/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter: @SCLaberinto


LABERINTO

p. 04

Tedi López Mills

¿Quién inventa los desenlaces? El idioma, la conciencia, preguntas de múltiples respuestas, la interpretación y la búsqueda estética sin fin, desembarcan en la obra de la poeta mexicana que se formó como filósofa y lectora de novelas ENTREVISTA FANNY DEL RÍO

T

edi López Mills comenzó sus estudios de fi losofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) para terminarlos en la Universidad de La Sorbona, en París, donde más tarde realizó estudios de posgrado en Literatura Hispanoamericana. Entre otras actividades, ha sido jefa de redacción en La Gaceta del FCE; traductora en el Fondo de Cultura Económica, Ediciones del Equilibrista y revistas nacionales científicas. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta 1994 por Segunda persona, fue becaria de la Fundación Octavio Paz en 1998 y del Fideicomiso para la Cultura México/ Estados Unidos en 1999. Miembro del Sistema Nacional de Creadores desde el año 2000, también obtuvo el Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares 2006 por Contracorriente, el Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2009 por Muerte en la rúa Augusta, el Premio de Narrativa Antonin Artaud 2013 por El libro de las explicaciones y el Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada en 2015 por Amigo del perro cojo. Otros de sus libros son La noche en blanco de Mallarmé e Invención de un diario.

¿Por qué estudiar filosofía?

Decidí estudiar filosofía porque decidí definitivamente no estudiar literatura, aunque ésta fue desde siempre mi interés principal, sobre todo la novela, muy rara vez la poesía. Leía novelas de todo tipo, sin criterio o prejuicios: esos los construí después. No habría podido plantearlo así en ese entonces, pero leer era —y es todavía— una forma muy intensa de emplear el tiempo sin que el tiempo pese. Cuando salí de la preparatoria me regalé un año: quería ir a Europa, el clásico itinerario iniciático; sin embargo, mis papás no tenían suficiente dinero para financiar un viaje de esas dimensiones, entonces me fui

a Estados Unidos, a casa de mi abuela materna en Fullerton, California. No recuerdo cuántos meses o semanas estuve ahí. Más que quedarme en una casa, me atoré en un lugar. Era una vida extraña, con mi abuela entre enferma y muy deprimida, y un tío alcohólico en recuperación, que fumaba y tosía sin parar; a veces se iba a jugar billar o golf con sus amigos; a veces me llevaba a pasear en su Cadillac beige y a comer hamburguesas. No era fácil hablar con él; farfullaba el inglés y se reía extemporáneamente. Yo le sonreía para darle ánimos. Mi interlocutor predilecto era un jardinero mexicano. La casa de mi abuela estaba en un conjunto residencial en cuyo centro había una impecable alberca. Yo era la única que usaba la alberca o caminaba por el jardín. Mis conversaciones con el jardinero eran escuetas, pero sumamente reales, elemento que me hacía mucha falta en ese ambiente fantasmal. En algunas ocasiones, para interrumpir el encierro, me iba a caminar por la zona, pero las cuadras eran largas y no había nadie. Se oía el ruido de las máquinas, de los coches; solo eso. La incomodidad de ser la única peatona me hacía regresar a casa de mi abuela. Prefería esa rareza al menos cálida que el exterior vacío donde podía ocurrir cualquier cosa o nada: simplemente más y más autoconciencia, mi enemiga predilecta. Regresé a México. Quería estudiar en la UNAM, pero no sabía qué. Desde mi punto de vista (muy arrogante, lo sé), en la carrera de literatura acabaría por dominar todos los instrumentos de la interpretación; por concebir los libros que yo ya leía veloz y placenteramente como una serie de símbolos que había que descifrar. Hasta la fecha, salvo en el caso de autores barrocos, herméticos, me cuesta trabajo aceptar que una “autoridad” me aclare que eso que yo entendí en la superficie, significa otra cosa que, por si fuera poco, socava a esa misma superficie. En cambio, la filosofía, el reino absoluto de las teorías y no de los resultados, me pareció un desafío desconcertante. Hubo además un dato biográfico. Yo ya había conocido al narrador Álvaro Uribe Mateos; él estudiaba fi losofía. Sin duda, eso influyó mucho en mi elección. Y también lo hizo mi papá, lector caótico de Nietzsche, de Hegel, de Marx. Su pasión por el pensamiento fue contagiosa. No me arrepiento en lo más mínimo de mi decisión; al contrario. Quizá suene pueril, ingenuo, pero estudiar esa carrera te enseña a ordenar incertidumbres; la filosofía está hecha de muy buenas preguntas, más que de respuestas; preguntas que siguen siendo más o menos las mismas, lo cual demuestra que la famosa verdad que se persigue existe en la persecución, no en el desenlace. Es la historia de una racionalidad en riesgo perpetuo. No deja de ser seductor. ¿En la facultad, qué lecturas o autores fueron más importantes en su formación?

La lista tendría que ser cronológica; empezar con los presocráticos y continuar hasta donde uno ya no entiende, que para mí fue Hegel. Descartes fue fundamental, tal vez por cierto sesgo literario; su Discurso del método y sus Meditaciones metafísicas son inicialmente narrativas. Parten de un lugar concreto, de una persona, de una circunstancia y cuentan; eso desemboca en un sistema filosófico que es prístino desde su comienzo. ¿A quién le gusta perder el hilo? Con Descartes no existe ese peligro porque su método y su sistema lo excluyen. En términos de mi formación, supongo que todos los autores

ESPECIAL


p. 05

que leí como parte del programa de estudios fueron definitivos, si bien pasajeramente: Spinoza, Kant y, claro, Nietzsche. Algo se queda, mucho se va. Desde mi actual alejamiento de la filosofía, me atrevería a decir que tal vez uno de los errores de la filosofía fue desviarse del procedimiento socrático, platónico del diálogo, de la teatralidad, y abstraerse tanto de las preguntas originales. Las limitaciones del idioma tienen que procurar dosis enormes de modestia. Nunca aprendí griego ni latín ni alemán; al problema de la fi losofía habría que agregar el problema de la calidad de las traducciones. Amigos que saben alemán me comentan que Hegel y Heidegger no son tan complejos como lo parecen en español. Por desgracia, no puedo comprobarlo. En todo caso, yo tomé el camino fácil: hice mi tesis de licenciatura sobre San Juan de la Cruz; ahí junté una forma de la fi losofía con la literatura, la poesía mística. Mi relación profesional con la fi losofía terminó con esa mezcla que hasta cierto punto me dio todos los permisos, pues no había propiamente reglas. Detrás de su escritura da la impresión de que hay mucha filosofía, y muchos filósofos.

La poesía posee ambiciones similares a las de la filosofía; asume un vínculo íntimo con la verdad, con la esencia, con la raíz de las palabras. En ese sentido, encontró desde hace siglos lo que aún busca la filosofía. Debo confesar que yo no he logrado descifrar esos descubrimientos poéticos. No importa. Basta con que la poesía, los poetas, repitan los evangelios para que terminen por convertirse en certezas. El contenido es lo de menos. En esto la poesía roza la política: ha armado su propia demagogia, con ayuda de algunos filósofos, por ejemplo, Heidegger, que enalteció a la poesía y le colocó una corona envidiable en la cabeza: la de dominar la auténtica naturaleza de las palabras. Me desvié del tema una vez más. Antes que nada, debo subrayar que dejé la fi losofía hace mucho tiempo: no me dedico a eso y no quiero usurpar funciones que no me corresponden. Si hubiera continuado en la carrera, habría sido maestra de fi losofía, no fi lósofa. Ese es otro nivel. ¿Cuántos o cuántas hay por generación, por década, por siglo? Existe afortunadamente el consuelo de los híbridos, los géneros cruzados, los ensayistas que fi losofan o, mejor, divagan fuera del marco de un sistema estricto. Pensar no es una especialización; lo hacemos todos, algunos con más o menos imaginación. En lo que escribo se han de notar las huellas (o las cicatrices) de la filosofía. ¿Cómo evitarlo? Quizá una de esas huellas sea que usted es una autora literaria que también escribe ensayo.

Tengo dos libros de ensayo. Uno sobre Mallarmé y su poética de la incomunicación que, paradójicamente, plantea por vía de una correspondencia muy comunicativa, cartas a uno de sus mejores amigos, donde Mallarmé insiste en que la poesía es inefable, está más allá de la escritura, en ese libro ausente que él nunca escribió, pero que ya ocupa un nicho en la historia de la poesía, una entrada en el canon. La obsesión de Mallarmé fundó una tradición en la poesía. El título de mi libro es La noche en blanco de Mallarmé. El segundo es El libro de las explicaciones, una miscelánea de ensayos que arranca con uno sobre mi nombre tan inusual: Tedi, y luego se va hacia los libros y la adolescencia, el no tener hijos, los gatos, los celos, la compasión, la política, las buenas personas, la sabiduría, el pesimismo, la identidad.

sábado 3 de septiembre de 2016

× A

Mucho antes de eso, tomó la decisión de elegir el idioma en el que iba a escribir.

Seguramente la primera parte de mi infancia transcurrió en inglés, con mi mamá, el idioma secreto que no entendía del todo bien mi papá. También era el idioma de los viajes a ver a mis abuelos gringos quienes nos regalaban juguetes recién inventados que podíamos presumir ante nuestros amigos en México. Sin embargo, poco a poco, fui percibiendo la mala conciencia del inglés, la relación áspera, violenta entre México y Estados Unidos; el inglés era un idioma culpable. Es muy distinto decir que eres franco–mexicana, incluso anglo–mexicana a decir que eres gringo–mexicana; te cae encima una lápida y te enredas en discusiones absurdas acerca de la barbarie de los gringos, su falta de historia, cómo ellos son “romanos” y nosotros (Rodó dixit) “griegos”: caramba. Mi decisión de colocar el inglés detrás del español tuvo que ver con aquello de la identidad, una patria y no dos, sobre todo no esa. Me sumergí en el español e hice esfuerzos descomunales para borrar el inglés; fue una labor difícil, requirió una disciplina constante, muy neurótica, casi sicótica: retraducir el flujo de mi conciencia al español. Ahora ya los dos idiomas conviven sin el menor problema, pero en ese entonces, en mi adolescencia, fue crucial declararle la guerra al inglés; lo cual no significa que dejé de leer en inglés, sino que mi cabeza — ese lugar que llamamos el fuero interno— tuvo que aprender a hablar consigo misma en español. ¿Usted cree que se puede hablar de filosofía mexicana?

No sé. ¿Leopoldo Zea es fi losofía mexicana? Han pasado muchos años desde que dejé la fi losofía. Es muy posible que haya una fi losofía mexicana. Eduardo Nicol, Luis Villoro, Ramón Xirau, Carlos Pereda… Mi enumeración es limitada e injusta.

¿Hay una conciencia de género en su poesía?

Al margen de cualquier declaración mía, existe una literatura de género, una literatura feminista. No la practico. Diré lo obvio: soy una mujer que escribe. Desde ahí puedo plantear la cuestión de mi “género” como yo quiera. Pero en nuestro país hay zonas no literarias donde ser mujer es una condición peligrosa, donde la violencia de género se ejerce con absoluta normalidad. En este sentido, mis deliberaciones acerca de si elijo o no escribir “como mujer militante” suenan huecas, frívolas. Hábleme de un libro fundamental para usted, Retrato del artista adolescente.

Retrato del artista adolescente, de James Joyce, fue el libro que me cambió la vida en la adolescencia. Se convirtió en mi manual de instrucciones; intenté imitar a Stephen Dedalus, ser ese personaje. No lo logré, pero sí tuve la experiencia de leer un libro como si hubiera sido una vida paralela. Me acompañó durante meses: mi mejor amigo. Habré tenido catorce o quince años. Hice una especie de propedéutica para parecerme a Dedalus. Incluso me separé de mis amigas: traté de dejar todo, cambiar mi vida. Mi papá tenía un cuarto en la azotea que había construido como estudio para él, pero yo le pedí permiso para usarlo como recámara y ahí empecé a entrenarme para ser Dedalus. Ya luego se restableció la normalidad, pero me costó trabajo. Al fi nal escribí un largo ensayo sobre el tema en el Libro de las explicaciones. L

F U EG O

LITERATURA

L E N TO ×

TRAMPAS DEL HAMBRE

Mara Jiménez La Otra México, 2016

No corras, no corras ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

E

l cuento no está para expresar la longitud ni la anchura de una vida. Está, como si de esa manera encontrara su más inmediata vocación, para manifestar las iluminaciones, las pocas iluminaciones, que hacen que una vida se distinga de las demás. La anchura y la longitud son atributos de la novela, que corre maratones. Lástima que Mara Jiménez haya echado en falta estas prescripciones, sobre todo porque tiene buena mano, buen oído (aunque necesita con urgencia un editor que evite tantas erratas, tantos descuidos de puntuación). El cuento exige rapidez, no apresuramiento, y la prisa le juega malas pasadas a Mara Jiménez. Cinco historias componen Trampas del hambre. Son tan diferentes unas de otras que uno diría que su autora está siempre dispuesta a dejar de ser ella misma para tomar la personalidad y la voz que cada una de esas historias necesita. Se mueve naturalmente por la introspección, el relato de terror y el humor negro. Pero no sabe dosificar la velocidad. Pongamos el caso de “Zurdo”. En siete páginas asistimos al nacimiento, el encuentro y la sorpresa frente al mundo, la enfermedad y una muerte hermosa. “Un atardecer de verano perdió el sentido en una plaza pública del mundo mientras luchaba contra su dolor”, leemos, y nos invade la sensación de que apenas y hemos sido invitados a una bonita casa y ya nos están despidiendo de ahí. Menos suerte obtiene Mara Jiménez con el cuento que abre el libro (por cierto, más que inútil resulta la “Presentación” de Carlos Maciel), “El muerto al pozo”. Un médico forense descubre un boleto de lotería que un cadáver femenino aprisiona en una de sus manos y… por supuesto, unos días después se encuentra millonario. De la autopsia a la atracción que ejerce el cuerpo de la mujer, y de ahí a la fortuna súbita, el ritmo corre aceleradamente, como si lo importante no fuera contar sino terminar en unos pocos minutos. “La salida” es, sin duda, el cuento más logrado, no solo porque se mueve con parsimonia sino porque consigue atrapar la soledad de un médico que abandona Cuba para después volver a ella y saberse aún más solo. Trampas del hambre es el primer libro de Mara Jiménez. Ya que es capaz de entregarnos momentos conmovedores y sonoros (“Hacía mucho tiempo que no se conmovía ante la rendida inocencia de un cadáver”; “El calor lo pudre todo, incluida la inocencia”; “Quizá un poco antes de que la noche se rindiera ante el amanecer”), deberíamos exigirle paciencia en su próxima entrega. Deberíamos, como sugiere Raymond Carver, que escriba sin pegar la carrera, como si llevara un florero con tres rosas amarillas. L


LABERINTO

p. 06

Juan Gabriel Icono de la cultura popular, Alberto Aguilera Valadez murió el 28 de agosto. En estas páginas presentamos un puñado de miradas a su obra, que incluye la de Enrique Patrón de Rueda, director que lo acompañó en 1990 con la Orquesta Sinfónica Nacional en el Palacio de Bellas Artes, recinto en el que este lunes se le rendirá homenaje

En voz de los poetas MARCOS DANIEL AGUILAR

VIDAS PARALELAS

Me gustaría ver la vida de Juan Gabriel como en vidas paralelas con grandes personajes y escritores. Por ejemplo Cervantes, cuando es prisionero en Argel y está en un calabozo en un barco que se dirigía a Constantinopla, si los que lo iban a rescatar hubieran llegado un día después, ya no hubiera existido retorno a España para Cervantes. De esta forma, veo cómo en México hay cientos de jóvenes que desaparecen y no sabemos si ellos pudieron haber escrito un Quijote, en este sentido, Juan Gabriel fue un joven expósito, quien fue remando contra todo, si él no lo hubiera hecho no habría Juan Gabriel ni nada. Otra. Juan Gabriel estuvo preso en Lecumberri, estuvo en Bellas Artes y sus restos llegarán a Bellas Artes, como José Revueltas, quien también estuvo preso en Lecumberri y en su muerte fue llevado a Bellas Artes. Siguiendo estas vidas paralelas, Juan Gabriel tiene una canción que dice “No tengo dinero ni nada que dar, lo único que tengo es amor para dar”, que me recuerda a Fray Luis de León, quien fue hecho preso por traducir el Cantar de los cantares. Cuando es liberado lo reinstalan en su cátedra en Salamanca y cuando regresó dijo “decíamos ayer…”, como si no hubiera transcurrido un solo día desde que lo apresaron y eso hizo Juan Gabriel: se va a la cárcel y cuando sale solo tiene amor para dar y no habla de sus días de prisión. Tiene otra canción, “Yo no nací para amar”. Es una frase en Ricardo III cuando dice “los que no nacimos para amar”. Juan Gabriel habla en sus canciones de un México de entre las 4 y 5 de la madrugada, que en el ambiente es parecido a “La suave patria” de López Velarde, y la añoranza de un

México que ya no es, en ambos casos. Juan Gabriel habla de ese México fraterno, de fiesta, de amistad que ya no se ve tanto. Otro ejemplo. Cuando leía en público, Jaime Sabines comenzaba los poemas y la gente, porque se los sabía de memoria, los continuaba; a Juan Gabriel le pasaba lo mismo cuando cantaba. Ambos eran antenas de una sociedad y de una cultura, ambos eran ejemplos a seguir y representantes de la cultura mexicana. Sobre las letras de sus canciones quiero decir que éstas eran repetitivas en el estribillo y en el ritornelo, en poesía pierden mucho, pero las letras pasaron de lo cursi a la sensibilidad y esa retórica nos representa a todos. José Javier Villarreal. Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 1987 por Mar del norte.

UNA FIGURA IRREPETIBLE

Juan Gabriel se formó desde pequeño en las calles y las aceras resecas de Ciudad Juárez. A los quince años era ya Adán Luna y recorría los bares y las cantinas de la frontera con una guitarra, ofreciendo sus primeras canciones. No era poeta, era un músico popular que tradujo en versos sencillos y notas esplendidas los ascensos y las caídas amorosas de gente común, con mucha más fortuna que José Alfredo Jiménez y con tanta calidad como Agustín Lara. Con su muerte se extingue la estrella que por décadas iluminó la noche de la Avenida Juárez, en la orilla de este país. Como Pedro Infante y Germán Valdés, Juan Gabriel representa una cúspide de la cultura popular mexicana, con una sólida base de aceptación y admiración social. Es una figura irrepetible en la historia musical de nuestro país. José Humberto Chávez. Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2013 por Te diría que fuéramos al río Bravo a llorar pero debes saber que ya no hay río ni llanto.

Oscura soledad HERNÁN BRAVO VARELA

N

A Armando Vera

o poseía la venérea elegancia de Agustín Lara; lejos de componer elegías para la pequeña muerte, celebró el “amor eterno e inolvidable” aun desde “la misma soledad” del sepulcro. Si bien su voz no era el canto —sino el desgañitadero— del cisne, rehuyó a la noche del alcohol y de la hombría en José Alfredo Jiménez. Más próximo a la austeridad de Armando Manzanero, Juan Gabriel hizo de la improvisación y el ritornelo estrategias de persuasión estética. Sus canciones son mantras comentados al paso, en los que el “mundanal ruido” se antoja indispensable para meditar sobre los sentimientos. Ruido blanco de la letra mezclado con el ruido de fondo de la música, repeticiones como un bajo continuo que abren paréntesis mucho más extensos que la propia canción, cerrados luego para hacer una pausa indefinida en la memoria, incapaz de fijar un solo recuerdo de la misma vivencia. Como en “Se ESPECIAL


p. 07

sábado 3 de septiembre de 2016

DE PORTADA

ELOY VALTIERRA/ CUARTOSCURO

SABIO Y ANTISOLEMNE Enrique Patrón de Rueda

UNA IMAGEN CONSAGRADA

Juan Gabriel no es solo, y desde hace un buen de años, el representante por excelencia de la balada romántica, sino que su penetración en la conciencia colectiva es tal que se ha convertido en un icono cuya presencia funde y arrastra distintos rasgos o aspiraciones de nuestra identidad mexicana. El hecho de que se le llame “El divo de Juárez” ya dice de su arrastre social. Juan Gabriel desde sus primeras actuaciones encauzó con orgullo su afeminamiento, su habla dulce y melosa, su tono amanerado. Esto, junto con la forma como fusionaba en escena ingenio musical, cadencia, gracia y donaire en el baile, así como diálogos con el público entre canción y canción, resume el manejo subversivo y la capacidad de maniobra que sostenían sus entregas al público. Cuando vivía en El Paso, Texas, viajaba con frecuencia a Ciudad Juárez. Y siempre, religiosamente, pasaba frente a la casa blanca grandísima, casi de Lo que el viento se llevó, que Juan Gabriel tenía en la Avenida 16 de Septiembre. Hacía ese paseo como un mantra. Juan Gabriel me significaba que sí se puede, desde el desierto y su inframundo de antros que me dejaba ver el centro de Ciudad Juárez, desde la sordidez y la miseria, desde la explotación y el abandono, que un ser como él surja de allí, habiendo pasado por los episodios que eso debe haber significado y no solo dar su amor al mundo, sino convertirse en el amor del mundo. me olvidó otra vez”, lo único que guía a esa memoria abierta y cambiante, desplazada y travesti, a su “lugar de siempre,/ en la misma ciudad/ y con la misma gente”, es la voz; para que quien la escucha, al volver de su trance, “no encuentre nada extraño”. Pero el mal —el don contradictorio, la lección efímera— de la extrañeza ya está hecho: así como una melodía de Juan Gabriel jamás era igual en vivo y en directo, empeñada en ofrecer variaciones a un mismo tema, nuestra experiencia es un prolongado déjà vu de sí, un reiterado olvido, un fantasma que ve en nosotros su antiguo “lugar de siempre”, su terruño en carne viva. Si el amor y el desamor son al mismo tiempo obsesivos e incomunicables, ¿para qué ordenar sus sensaciones, para qué dotarlos de elocuencia? ¿Qué caso tiene convertir el ardor en una ofrenda lírica, cuando el gemido pasional o el espumarajo de rabia lo revelan a aquél de cuerpo entero, sin sublimaciones? De ahí que Juan Gabriel trabajara con materias residuales y no con el inventario modernista de Lara o el bucólico de Jiménez: el ripio, el uso enfático de los pronombres, la dislocación sintáctica, la agramaticalidad y hasta jitanjáforas que suelen

Veamos hasta ahora cuánta gente no lo está llorando tanto en esa ciudad como en la Plaza Garibaldi y en la explanada de Bellas Artes, en la Ciudad de México. Juan Gabriel es un artista con todas las de la ley, un icono con el empuje y la gloria de una Frida Kahlo, de un Pedro Infante, guardadas las distancias estéticas entre cada uno. Un ser que supo manejar a su antojo lo que quería explotar. Exploró la sensiblería a tal grado que el pueblo masivamente se le rinde. Paseó, por encima de los preceptos machistas y retrógrados de la Iglesia católica mexicana, su identidad homosexual sin declaraciones ni escándalos. Suavecito dejaba penetrar su posición y hasta los machos más fajados se le arrodillaban en los conciertos. En la Divina Comedia, Dante habla del “parlar coperto”, del hablar encubierto, decir de soslayo para que el otro, en ese caso Virgilio, entendiera de manera subyacente lo que Dante quería transmitirle. Juan Gabriel hace exactamente lo mismo con sus letras, y en su actuación en escena. “Amor eterno”, según la biografía de su ex manager, no fue escrita para su madre sino para un amante del artista que se voló los sesos jugando a la ruleta rusa siendo muy joven. Si observas el manejo que hace Juan Gabriel de esa canción ante una multitud de mujeres en Bellas Artes, te queda muy claro que fue escrito para ellas, para las madres, para su propia madre. Ese tratamiento de la ficción escénica es lo que hace la construcción de una verdad. confundirse con vocalizaciones. El sentido, ausente de muchos estribillos y coros, se revela en trabalenguas de gran economía conceptual y torrencialidad emotiva: “No sé por qué realmente tú a mí ya no me interesas”, “Cómo quieres tú que te olvide si estás tú,/ siempre tú, tú, tú, siempre en mi mente”, “No tengo nada–nada– nada–nada–nada–nada–nada–nada,/ que no, que no”. La legibilidad y la retórica, parecía Sus canciones, mantras decirnos Juan Gabriel, comentados al paso, en los son vanos empeños de que el “mundanal ruido” los que nada tienen se antoja indispensable qué decir, fábulas para para meditar sobre los soportar el peso de las sentimientos historias sin palabras. Como López Velarde, el cantautor juzgaba con incredulidad las rimas perfectas y prefería, en cambio, insólitas coincidencias sonoras: Mira que el día que de mí te enamores,/ yo voy a ser feliz/ y con puro amorte protegeré,/ y será un honor/ dedicarme a ti,/ eso quiera Dios./ El día que de mí te enamores tú,/ voy a ver por fin/ de una vez la luz./ Y me desharé/ de esta soledad,/ de la esclavitud./ Ese día que

No nada más en la música sino en todo, Juan Gabriel es parte de la cultura de México, de la forma de ser del mexicano. Siempre ha sido un misterio su manera de componer, esa forma de enajenar y cautivar al público de todas las capas sociales y de todas las edades. Me siento muy contento de que me haya elegido para acompañarlo en sus conciertos en Bellas Artes, de darme la posibilidad de abrirle la puerta a esa gran aventura; como compañero en el escenario me queda un gran recuerdo de esa experiencia, la disfruté plenamente y me sorprendió su respeto hacia el recinto, hacia los maestros de la Orquesta Sinfónica Nacional. Desde nuestros primeros ensayos fue de lo más humilde y receptivo y nos ayudó a perder la solemnidad, que es la enemiga de quienes nos dedicamos a la música clásica. Juan Gabriel era una persona muy sabia, con una filosofía muy básica pero muy real de lo que es la vida, jamás lo vi hablar de nadie. Es indudable que ya pasó a la historia. (De una entrevista con JLMS)

Una cosa que me subyuga de sus letras es su manera de pegarse, de estarse contigo. En lo personal siempre que escucho “Amor eterno” lloro. O bailo con “El Noa Noa”. Me entusiasma “Déjame vivir”, o “Querida”. Y si tengo una decepción pues me viene a la cabeza “Yo no nací para amar”… Son letras bastantes sencillas, nombra al pan pan y al vino vino. No utiliza metáforas ni hay una búsqueda de imágenes. El propio artista es la imagen consagrada que hizo y deshizo con repeticiones y estribillos, con decirle a la soledad soledad y a la angustia angustia. Así bautizó nuestro tiempo, y lo genial es que se salió con la suya: un charro ataviado de rosa, de morado. Un divo amanerado, cuya docilidad aparente fue la puerta de entrada a una postura declarada, abierta, enfática y firme de la libertad individual y de la propia definición de género. L Minerva Margarita Villarreal. Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2016 por Las maneras del agua.

tú de mi amor te enamores, tú,/ veré por fin de una vez la luz./ De mí enamórate. Para alguien que construía laberintos a fin de perderse en sus encrucijadas, la rima y su “galana pólvora” eran juegos de artificio tan avejentados como inútiles. No exagera Eduardo Milán al señalar que el “divo de Juárez” es nuestro único compositor en prosa. Al modernismo de la canción mexicana debía, en efecto, suceder el verso libre, la vecindad con la prosa y lo prosaico. Y claro: la vanguardia sexual y escénica que acompañó ese salto al vacío, la revolución que Juan Gabriel incitó en un público harto del oropel y del sarape, secreta o furiosamente ávido de lentejuelas. Hace más de ochenta años, José Vasconcelos lamentó con orgullo herido la “literatura afeminada” de Contemporáneos. Sobra decir que el “grupo sin grupo” ganó la batalla contra un nacionalismo parroquial y machista. En su “oscura soledad”, Juan Gabriel brindó la misma victoria a la música y la cultura populares. Ese mérito es ya suficiente para abrirle, en vida y muerte, las puertas del Palacio de Bellas Artes al primerísimo autor de la “canción afeminada”. L


DE PORTADA

sábado 3 de septiembre de 2016

p. 08

LABERINTO

bre Alberto Aguilera Valadez, quien ahora, gracias al consejo de los afectos, barajeando combinaciones de seudónimos, hizo llamarse Juan Gabriel. Y para tal designio se basó el público en una canción: “No tengo dinero”. Entonces vio la idolatría que todo aquello era bueno, y lo bueno que era empezar a sentirse llena; y así, dijo: produzca el ídolo: que dé semilla, árbol, música que dé fruto; que sea pródiga su inspiración. GUILLERMO ARREOLA Y vio la fama que contaba con un nuevo egún cuentan las leyendas, a principios de adepto y abrió sus brazos no sin antes cobrar los años setenta vivía en México una idolatría la obligada cuota artística que precede a la musical que se sentía incompleta, y en desven- consagración: descalificación en el ahora taja respecto de sus semejantes e intentaba remoto festival OTI, reticencia inicial del mitigar, pasmada ante la probabilidad del error, sus público al corroborar la singularidad de su insatisfacciones y su falta de plenitud, deambulando elegido, participación en caravanas y giras a ciegas entre baladistas perecederos, covers de éxito a lo largo y ancho de la república, semanas en inglés, vedettes de sospechoso origen y promesas y semanas de ardua labor transmutando los inacabadas del espectáculo; recurría con insistencia sentimientos en letras y las letras en géneros, a la nostalgia; removía en las cenizas del pasado y que se vieron remunerados con la continua caía en los abismos de la desesperación sin que a sus programación en las radiodifusoras, con las manos, llenas de barro, las pudieran saciar las últimas inusitadas ventas de discos, con la admiración fotografías de su afán por venerar: mitos de la canción generalizada cediendo ante la creatividad vernácula, conjuntos de música tropical y las más compulsiva del artista. ingenuas composiciones de rock mexicano. La radio Y así aconteció que de Norte a Sur, de Este navegaba sin rumbo fijo, exhortando a Oeste del sentimiento y de a los cantantes nacionales y a los de las ciudades, de los pueblos importación a que convivieran cordialAsí fue como, cuentan y rancherías más distantes, mente en su seno, y en las compañías las leyendas, con un acudieron las emociones, disqueras reinaba la incertidumbre talento musical sin neutralizando diferencias de si algún día podrían repartir a parangón Juan Gabriel de clases y de edades, desdiestra y siniestra discos de oro y de proveyó al pueblo de concertadas entre ellas platino, y los auditorios y los centros un rostro emocional al saberse comunes, para nocturnos padecían de una nostalgia converger en una misma futura por una figura que fuera capaz coordenada musical y en de convocar a miles de personas en una sola noche y un mismo interés: la música y la vida de sostener largas temporadas de presentaciones, y con Juan Gabriel. Y vieron todos que la semilla ello establecer récords de asistencia. Y el chisme y el del sentir del pueblo era la misma que la del escándalo se abochornaban de cubrir con su capa ídolo y que se expandía con rapidez vertigiletal a efímeros personajes que no lograban homoge- nosa, derrotando a su paso escepticismos y neizar el morbo del pueblo. Y las sinfonolas, en bares dudas acerca de su autenticidad en su voz y y loncherías, pedían a gritos que se les renovaran sus en las de Angélica María, Estela Núñez, Rocío repertorios con canciones que reflejaran fidedigna- Dúrcal, Lucha Villa, y un abultado etcétera; mente las emociones de los oyentes. y en producciones cinematográficas en las Y ante tal caos y oscuridad dijo el público: hágase el que el rumor depositaba, inútilmente, su ídolo. Y después de ponderar el cúmulo de adversidades deseo de convertirse en verdad irrebatible, que, como condición inapelable todo ídolo verdadero y por medio de la proliferación de clubes debe haber enfrentado, cayó su mano benefactora so- de fanáticos, y reconocieron todos que si a

Nos sigue amando

S

El oído iletrado BRAULIO PERALTA

U

no puede prescindir de algunas o de muchas de sus canciones —de entre mil 800 que compuso—, pero lo que no se puede hacer es olvidar algunas frases de esas piezas que ya son del dominio público. (Ahora que ha muerto, muchos de los artículos sobre su persona y obra han sido titulados con sus composiciones, o citado versos completos de sus letras. No es poca cosa). Tenía oído para pepenar la sabiduría del mismo pueblo que lo encumbró. Estudió apenas hasta el quinto de primaria —tampoco estudió música— pero se llenó los tímpanos de pop, ranchero, sones, banda, boleros, baladas, rumba, rock y hasta salsa. No sabía leer música pero la entendía tan bien

que componía por intuición. El sentimiento musical estruja el corazón, el músculo que palpita y que olvidándose del cerebro se permite la emoción; rendirse ante el drama de vivir, donde el conocimiento poco importa. Punto. Era tan buena su capacidad de escuchar que hizo el verso perfecto, musicalizado, con “Amor eterno” (quien lo dude, que lea en circulodepoesia.com la disección poética de la pieza hecha por Yuri Vargas, aunque no es la única con versos de primera). Es un poeta popular sin ninguna presunción intelectual. Texto y música en la composición son como la carne y el hueso, no se pueden separar. Ese oído iletrado caló profundo en el sentimiento del idioma castellano, como José Alfredo Jiménez o Agustín Lara. Sus letras compiten por igual.

los cantantes se les llamaba estrellas, Juan Gabriel rebasaba el concepto y alcanzaba la condición de sistema solar, pues a su alrededor gravitaban las carreras de otros intérpretes y de sus composiciones derivaban éxitos rotundos y renacimientos artísticos. Y fue feliz el público al saberse receptor de la entrega incondicional del ídolo. Y dijo la idolatría, al ver que su creación estaba hecha a semejanza e imagen de sus necesidades: produzca el ídolo multitudes y tumultos y a éstos dijo: reproducid y multiplicaos, y ordenó al aplauso prolongar su duración sin preocuparle los límites geográficos, de forma que, sin recato e ignorando polémicas inútiles sobre las preferencias íntimas del ídolo, se hacía presente con la misma intensidad fuera en un palenque o en el Rose Bowl de Los Ángeles, en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, o en el Madison Square Garden de Nueva York. Y el público, que en un principio rehúsa a congregarse en torno a la costumbre —aunque sus hábitos revelen lo contrario—, al ver lo que había hecho, fue benigno consigo mismo e integró a su memoria y su educación sentimental —como si tratase de un maná caído del cielo— la música y la voz de Juan Gabriel, la efigie de Juan Gabriel, la capacidad de Juan Gabriel para unificar gustos; para desmenuzar y luego rehacer la cartografía del amor; convertir el arrebato en práctica y el sufrimiento en un estado de gracia: el estilo de Juan Gabriel como una necesidad social; su presencia como un catalizador de los deseos reprimidos. Así fue como, cuentan las leyendas, y consta en las Sagradas Escrituras del espectáculo, con un talento musical sin parangón Juan Gabriel proveyó al pueblo de un rostro emocional, de un soundtrack masivo, y de plenitud a una idolatría, la cual no reposó al crear su obra, sino que se siguió de largo, atravesando fronteras, décadas, desplegando su poderío y echando abajo linderos generacionales, hasta que el corazón del ídolo se detuvo un día domingo de agosto de 2016. Y las despedidas se hicieron género, y a la resurrección la antecedió el mito. L

Su éxito no fue un golpe de suerte ni lo encumbró la televisión. No. Fue su empeño, su terco afán de ser compositor, tanto, que defendió sus derechos autorales y se los quitó a quienes habían saqueado su patrimonio. Diez años peleando por su obra hasta que venció y regresó con un nuevo disco, Pero qué necesidad. Un artista contra el mundo del hurto y el plagio. De tonto, ni un pelo. Sin apellidos ni familiares o poderes fácticos que lo encumbraran —no cualquiera puede decir eso—, el oído iletrado —aunque suene cacofónico—, nos dejó para siempre. Inmortal es aquel a quien las masas se niegan a ver muerto y se apropian de su arte, como María Félix o Pedro Infante. Es lo que estamos viendo en las calles del país: lo cantan, lo interpretan, lo quieren, como Gabriel García Márquez pedía para su escritura. (Escribo “escritura” y pienso que sin música nadie puede comunicar nada, porque haría falta oído. Él tenía el don, con esa sintaxis que empataba a la

perfección con una música que se adhería como cadencia en subidas y bajadas sentimentales, lejos de la razón). Porque el arte —culto o popular— no razona: comunica. Y no hay explicaciones para el gusto, o el disgusto. Se vale que exista gente que no aprecie su trabajo. Lo que no se vale es descalificar sin argumentar, cuando poco se sabe de verso y música. O sin siquiera detenerse a escuchar con atención, para diseccionarlo y apartarlo del oído que se dice refinado. Lo popular siempre vive alejado de los ismos: una lección más para los informados pero no cultos. Tener información no es tener cultura. Siempre me importó poco aquello de “lo que se ve, no se pregunta”. Pero ahora que termino de escribir estas líneas, a él —más que a nadie— México le debe que existan menos crímenes de odio por homofobia. Machos o no, casi todos —repito el casi— cantamos con él. Hasta Norberto Rivera. Gracias, Juan Gabriel. L


MILENIO

p. 09

sábado 3 de septiembre de 2016

CIENCIA

ESPECIAL

Neptuno, el planeta azul DESMETÁFORA

GERARDO HERRERA CORRAL gherrera@fis.cinvestav.mx

H

ace 170 años, en septiembre de 1846, se descubrió al planeta Neptuno. El hermoso astro verde azul, descubierto con lápiz y papel, nos cuenta una historia de secretos envuelta en el silencio de los años. Su tenue brillo en la oscuridad del firmamento representa también al resplandor de la razón Crono sabía que su destino era ser derrocado por uno de sus hijos. Él mismo había depuesto a su padre de manera cruel y es por eso que, en un mórbido afán por evitar la fatalidad, se tragaba a sus hijos en cuanto nacían. Cuando el sexto estaba por nacer, la madre Rea ideó un plan para salvarlo. Dio a luz a Zeus en secreto y le entregó a Crono una piedra envuelta en pañales que se tragó enseguida creyendo que era su hijo. Cuando nació Poseidón, Rea hizo lo mismo. Algunos dicen que en esa ocasión Rea simuló haber parido un potro que dio a Crono. Luego hizo lo mismo con Hades. Los tres hermanos crecieron en un rebaño de corderos, ocultos a la mirada del padre. Cuando crecieron, el destino desplegó sus alas y levantó el vuelo. Zeus liberó a sus hermanos del vientre de su padre y el mundo se dividió en tres partes: el cielo y la tierra fueron para Zeus, Hades gobernaría el inframundo y Poseidón los mares. En Roma, el Zeus griego fue nombrado Júpiter, Hades pasó a llamarse Plutón y Poseidón se denominó Neptuno. Todos ellos surcan nuestro cielo sin cesar. Neptuno no solo permaneció oculto a los ojos de su padre por mucho tiempo, cuando por fin tuvo el poder de elegir, decidió vivir en el fondo del océano. Fue esta elección de las profundidades marinas la que mantuvo a Neptuno por tanto tiempo lejos de las miradas, en un abismo de tinieblas. Hace apenas 170 años que la distante mota de luz, antes vista con los ojos pero no con la inteligencia, apareció en nuestro sistema solar. En ese entonces se pensaba que la gravedad era una fuerza que actuaba entre los cuerpos atrayéndolos entre sí. Cuanto más grandes los objetos mayor la intensidad de la fuerza, cuanto más cercanos más fuerte la atracción. La observación de este comportamiento de la naturaleza representó un avance importantísimo en la comprensión de muchos fenómenos: explicó la órbita de los planetas alrededor del Sol y la de la Luna alrededor de la Tierra. Nos mostró también por qué los objetos caen como queriendo llegar al centro de nuestro planeta y nos explicó el movimiento de las mareas. Durante muchos años esta idea de la gravedad fue puesta a prueba y uno de los resultados más espectaculares de su universalidad y precisión fue el descubrimiento de Neptuno, el planeta más alejado del Sol en su momento. Cuando ya se conocía al planeta Urano, las mediciones más precisas de las orbitas de Saturno y Júpiter mostraban un comportamiento distinto al esperado. El principio con que opera la gravedad nos dice cómo se mueven los planetas, pero en esta ocasión la previsión no coincidía con la realidad. Esto colocó a los físicos ante el dilema de abandonar las ideas planteadas o de aventurarse en la búsqueda de una explicación que permaneciera fiel a lo conocido. Fue entonces que el inglés John Couch Adams (1819–1892) por un lado, y el francés Urbain Le Verrier (1811–1877) por otro, pronosticaron la presencia y posición de un planeta hipotético. Si un objeto estuviese ahí perturbaría la trayectoria de sus

Imágenes conmemorativas captadas por el telescopio Hubble en 2011, a 165 años del descubrimiento de Neptuno

compañeros desviándolos de su curso. Los cálculos predecían la existencia de un nuevo planeta. Neptuno fue encontrado en 1846 muy cerca de la posición calculada. En esta ocasión, como en muchas otras, el debate entre Francia e Inglaterra sobre la prioridad del descubrimiento fue intenso —hasta hace poco, cuando en 1998, “los archivos de Neptuno” que por muchos años habían estado perdidos, salieron a la luz—. Los documentos, encontrados en una ciudad de Chile, aclararon los hechos al mismo tiempo que revelaron una historia fascinante de reclamos de prioridad, pasión e intriga detrás del descubrimiento. Fue la chilena Elaine Mac Auliffe quien al embalar las pertenencias de un astrónomo recién fallecido en la Serena, Chile, se encontró con una caja llena de papeles debajo de la cama. Los archivos que Olin Eggen había robado del Observatorio Real de Greenwich fueron, por muchos años, un inusual tesoro de papel bajo su catre. Estos viejos documentos con el sello real acabaron por mostrar que Adams había calculado la existencia de Neptuno con graves inconsistencias y errores considerables. Francia ganó el debate por vía de la precisión. Cuando en 2011 se celebró el aniversario 165 del descubrimiento del planeta azul, éste concluyó su primera vuelta al Sol desde que fuera visto por primera vez. En esta ocasión, el telescopio Hubble estuvo fotografiando al hermoso astro durante 16 horas seguidas para darnos la vista completa de toda una rotación del planeta. Neptuno se encuentra a 4,500 millones de kilómetros del Sol es decir, 30 veces más lejos que nosotros. Esta distancia hace que la fuerza gravitacional de nuestra estrella sea muy débil para Neptuno, por eso es que se mueve lentamente. El “año” en Neptuno dura 165 años terrestres. En 2006 la Unión Astronómica Internacional definió a Plutón como un cuerpo más allá de los confines del sistema solar y Neptuno pasó a ser, nuevamente, el planeta más alejado —160 años después del descubrimiento de Neptuno los mortales de la Tierra decidieron que Plutón dejaría de ser una parte de nuestro cielo para

gobernar en el inframundo donde aún vaga desterrado y cubierto por las sombras—. La atmósfera de Neptuno está compuesta de hidrógeno y helio con rastros de metano que le dan el color azul vivo. Tiene un núcleo rocoso cubierto de hielo debajo de una atmósfera muy gruesa y densa. Hay quien piensa que las condiciones de presión y temperatura hacen que el metano forme cristales de diamante que se precipitan en una espectacular lluvia de gemas. La historia de su descubrimiento es asombrosa por ser el primer planeta cuya existencia fue prevista con lápiz y papel. Los físicos vieron corroboradas sus ideas al nivel más alto que se pueda concebir. Esta hazaña del pensamiento generó gran entusiasmo y la exaltación del momento hizo pensar que el fin de la ciencia estaba cerca. El éxito de Le Verrier en la predicción de la existencia de Neptuno lo incitó a proponer que algo parecido ocurría con la órbita de Mercurio, el planeta más cercano al Sol que se movía de forma inesperada. Sus giros mostraban un sutil desplazamiento del perihelio en algo que se conoce como precesión. Animado con el juego de su juventud, Le Verrier predijo la existencia de un cuerpo masivo que perturbaba la órbita de Mercurio. Llegó a bautizar al misterioso planeta invisible como Vulcano, pero esta vez el planeta teórico nunca apareció. Cuando habían pasado 70 años del descubrimiento de Neptuno, otra vez con cálculos matemáticos y sin necesidad de más planetas, el movimiento de Mercurio pudo ser entendido. Ahora los físicos decidieron ser infieles a las ideas imperantes. En esta ocasión se corroboró toda una nueva manera de entender al espacio y al tiempo. No fue la lealtad con lo conocido sino la rebeldía en contra, la que acabaría triunfando para darnos la teoría de la relatividad general. La gravedad dejó de ser una fuerza para convertirse en una deformación del espacio y del tiempo. Una nueva manera de ver las cosas se estableció entre nosotros. Los nuevos conceptos resultaron ser tan brillantes como Neptuno, el planeta azul que emerge cada noche en un cielo tan oscuro como las profundidades del océano. L


CINE

sábado 3 de septiembre de 2016

p. 10

LABERINTO

ESPECIAL

Roberto Sneider

“El sexismo está presente en hombres y mujeres” Me estás matando Susana no solo desmenuza al machismo sino a la esencia de lo mexicano ENTREVISTA

E

l primer libro que leyó Roberto Sneider fue Los miserables. Desde entonces, la literatura se volvió un fiel compañero de viaje, tan es así que Dos crímenes, Arráncame la vida y ahora Ciudades desiertas, que da pie a Me estás matando Susana, filme en que Gael García Bernal encarna a Eligio, el personaje de José Agustín que deja México para seguir a su pareja en Estados Unidos.

¿Cuál es su relación con Ciudades desiertas de José Agustín?

Leí el libro cuando tenía dieciocho años, justo me regresaba a vivir a México después de una estancia en Estados Unidos. El personaje de Eligio me entusiasmó porque refleja a un joven mexicano con mucha honestidad. No había leído algo semejante. Por otra parte la descripción de la relación entre México y Estados Unidos me pareció exacta: sus contradicciones no les permiten tener una relación plena. Después, al graduarme en la maestría en dirección busqué los derechos pero José Agustín me dijo que ya se los había pedido Alfonso Cuarón, quien después me habló enojadísimo porque pensaba que le estaba tratando de bajar la novela. Por supuesto, yo no tenía idea de su proyecto. Aclarado el tema nos juntamos para hablar del libro, me olvidé del asunto por años y hasta no hace mucho Alfonso me propuso que yo la dirigiera.

HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com

¿Por qué cambió el título a Me estás matando

Susana, fue una concesión mercadológica?

Fue muy doloroso. Inicialmente íbamos a estrenarla hace dos meses e iba a coincidir con otra película con Gael García llamada Desierto. La gente podía confundir ambos trabajos. Además, la película se centra más en la relación de pareja que en la novela, por eso decidimos cambiarlo. No estoy muy feliz con el título pero creo que funciona para comunicar que es una comedia. ¿Siguen siendo válidas las observaciones al machismo que plantea la novela?

Al principio me hice ese cuestionamiento. Lo que más ha cambiado es el léxico, pero el problema sigue siendo vigente. El Eligio, tanto el de la novela como el de la película, no se cree machista, va de progresista. Nos centramos en mostrar todo lo que cuestione su hombría. La novela tiene algo de visceralidad. ¿Cómo respetar este rasgo y no diluirlo en la comedia?

Es verdad, creo que parte de la eficacia de la novela es la visceralidad. No sé si José Agustín vivió algo similar pero no me sorprendería. En mi caso, centrarme en el punto de vista del hombre me ayudó a no salirme de este canal. No quise hacer un juego mental en ningún momento. Por eso decidí que Susana fuera española, creo que funciona para meter en

HOMBRE DE CELULOIDE

problemas a Eligio. Después de todo, el drama consiste en poner en problemas a los actores. Ha adaptado Dos crímenes , Arráncame la vida y Ciudades desiertas. Está claro que la literatura es muy importante en su trabajo.

Sí, en especial, la mexicana. He intentado escribir guiones originales pero nunca he sentido que mis personajes superen a las grandes obras de nuestros escritores. Ahora estoy desarrollando un par de cosas que no son adaptaciones y ya veremos cómo funcionan. En las tres el machismo está presente de alguna manera.

Más que de machismo hablaría de personajes masculinos profundamente mexicanos. Me apasionan las relaciones hombre–mujer y los roles que asumen, porque el sexismo (o machismo) está presente en ambos géneros. Me interesa reflexionar sobre lo que nos hace ser mexicanos. ¿Ha encontrado la fórmula para adaptar la novela al cine?

No, siempre pienso que la siguiente será más fácil pero me equivoco. Desafortunadamente Jorge Ibarguengoitia no estaba para ayudarme y aclarar dudas, cosa que sí sucedió con Ángeles Mastretta, quien fue muy generosa. José Agustín, en cambio, no quiso meterse, de vez en cuando le mandaba el guión y me daba comentarios generales. Cada película es una experiencia distinta. L FERNANDO ZAMORA

@fernandovzamora ESPECIAL

El cineasta antropólogo

S

i existes, es la prueba de que no estoy encerrado en un sueño. A tus pies, yo deposito mi fe.” La cosa suena bien solo en una película francesa y en boca del adolescente enamorado de la chica fatal. Ella es Ester y él, Dedalus. La película es Mis mejores días, ganadora del Premio de la Crítica en Cannes. Mis mejores días es una película salpicada de referencias. El nombre del protagonista, por ejemplo, remite al Retrato del artista adolescente, de James Joyce, cuyo protagonista se apellidaba Dedalus también. Ni las referencias ni las pretensiones se detienen aquí. Como Caín en el Génesis, Paul se niega a ser “guardián de su hermano”, quien tiene el carácter de un personaje de Dostoyevski. Dedalus es un Orestes que odia a su madre y en otro diálogo adornado hasta la cursilería acepta que es “un Ulises que no quiere volver a Ítaca.” Mis mejores días tiene grandes momentos de cine, es verdad, pero a veces da la incomodidad de quien asiste a algo que está sobrescrito y sobreactuado. Dedalus vuelve a París luego de varios años viajando como antropólogo. En Francia lo detiene la policía secreta a causa de un pequeño gesto de

generosidad adolescente que ha terminado por volverse asunto de seguridad para el Estado. El director utiliza este inicio bien interesante, pero no lo retoma. Solo es el pretexto para pasearnos por su infancia en el pueblo de Roubaix, al norte de Francia. Ahí conocemos a sus primos, a la chica de senos firmes que lo enloquece, y a una tía lesbiana que le enseña a hablar ruso. Miembro de la primera generación de cineastas franceses que hizo cine habiendo estudiado en la Sorbona, Arnaud Desplechin se autorretrata como antropólogo porque parece pensar que un verdadero director de cine es una suerte de científico social que estudia al ser humano. En francés la película se llama “Tres recuerdos de mi juventud”, tres recuerdos que confluyen en un amor desgarrado, erotizado y, en suma, muy francés. Ester es la Penélope que espera a su Ulises que investiga las culturas islámicas en las antiguas repúblicas soviéticas. Paul Dedalus tampoco ha encontrado paz en el trayecto, pero sus lestrigones son celos, miedo a la locura y una rabia explosiva que solo se manifiestan al inicio y al final de esta película que está

Mis mejores días (Trois souvenirs de ma jeunesse). dirección: Arnaud Desplechin. guión: Arnaud Desplechin y Julie Peyr. fotografía: Irina Lubtchansky. on Quentin Dolmaire, Mathieu Amalric y Lou Roy–Lecollinet. Francia, 2015.

bien si uno es de esos amantes del cine de arte que goza contando una a una las referencias doctas. Por más que las imágenes que ofrece Desplechin sean hermosas, la película tiene el sabor de esos poemas llenos de ripios y sin un final contundente. Si vale la pena verla es solo porque esta clase de cine puede (si uno lo permite) introducirnos más en un estado de ánimo que en una ficción. La verdadera referencia en esta película es el Amarcord de Fellini. Como el italiano, Desplechin se retrata en el pueblo de su infancia. La diferencia entre Fellini y Desplechin estriba en la capacidad de ser introspectivo con menos solemnidad y más sentido del humor. L


MILENIO

p. 11

sábado 3 de septiembre de 2016

ESCENARIOS

ESPECIAL

Proust en México MERDE!

BRAULIO PERALTA juanamoza@gmail.com

E

La obra se presenta los viernes a las 20:30 en La Gruta del Centro Cultural Helénico.

Despojos sin importancia De tripas corazón transcurre en una morgue en la que la muerte violenta pierde sus atributos de tragedia TEATRO

L

a pesadilla que implica que el cuerpo de un ser querido llegue a la morgue es planteada en una farsa en la que el humor mexicano arrasa con la posibilidad de tomar en serio a los personajes principales, dos empleados del gobierno que han hecho de la muerte con violencia el universo de una vida cotidiana que, para subsistir, no puede tomarse en serio. Escrita por la joven Anaid Varela, la obra De tripas corazón, ganadora del Premio Nacional de Dramaturgia Joven Gerardo Mancebo del Castillo Trejo 2015, es una especie de viaje al submundo en que los seres humanos se han transformado en despojo sin importancia para quienes los reciben, auscultan, observan y abren, en una especie de juego macabro que se vuelve parte de la broma del día, de la comida y las canciones de amor que protegen a los receptores de cuerpos, al abrigo de lo que se ha convertido en su propio refugio. Mariana Hartasánchez dirige esta nueva obra que aborda viejas conductas y vicios desde una mirada fresca que juega con los excesos de un doctor, una asistente, una jefa de departamento y un emprendedor, personajes salidos de una historieta en la que ocurrencias, despropósitos e indolencia son parte de un juego que muestra la otra cara de nuestra miseria social y encima, nos causa risa. Montada sobre un escenario de laterales abiertos, a poca distancia del espectador, cuyos zapatos casi pueden tocar el piso ensangrentado gracias a una alfombra plástica, cual mica gigante contenedora del líquido rojo que viaja horizontalmente según la presión de las pisadas, la acción de De tripas corazón transcurre entre elementos reales como una camilla metálica, dos sillas, algún banco, una vieja máquina de escribir, arroz, albóndigas y la proyección de paisajes desérticos, hasta donde se asoma algún chango, una vaca y un dinosaurio, entre nubes negras, azules y blancas que avanzan raudas el agreste territorio. Sobre esta escenografía e iluminación diseñada por Fernando Flores y ante la animación de diseño y multimedia de Ismael

ALEGRÍA MARTÍNEZ alegriamtz@gmail.com

Gimate, poseedoras ambas de su propio humor, el montaje corre veloz a partir de una actuación espontánea y desparpajada del elenco, encabezado por Emmanuel Márquez, quien le presta a su personaje de doctor esa capacidad que el actor tiene de burlarse de sí y de toda situación ante la que se encuentre su médico especializado, al que le añade un encanto perverso, como el que le es propio a los seres apoltronados en su mullida desidia. Por su parte, la joven ayudante, interpretada por Thania Luna, quien se ajusta abiertamente al desencanto de su personaje, construye honestamente una naturaleza frágil bajo la piel dura de una mujer autosuficiente y entrona, que no conoce nada más allá del depósito de cadáveres. Sergio Bátiz, quien interpreta algunas piezas en acordeón, además de encarnar al narrador, a Regina, la jefa, al Soldado, a Lágrimas Negras, al camillero y al perro, entra y sale del juego, como si fuera una caricatura que puede cambiar de personaje mediante un giro, bajo una cachucha, una peluca color bugambilia o la lánguida, entrañable y humana mirada de un can que se ha vuelto parte del equipo mortuorio. Francisco Bahena, a cargo del personaje de El vaca con cuernos, el camillero y Yáñez, el emprendedor que tras su buena intención transformadora y optimista oculta su inmensa debilidad, otorga con este personaje un contrapunto que se desvanece ante la realidad que sujeta a los personajes a una desconsoladora existencia de mentiras, corrupción y violencia. Mariana Hartasánchez sabe cómo guiar a este equipo sobre la cresta de un género rejego. Se percibe el apoyo que tanto la directora como los actores Márquez y Batiz, los más experimentados, aportan al montaje y al nutrimento del texto. Se aplaude el impulso de un premio como el Gerardo Mancebo, que permite trabajar un texto dramático distinto, que apoya su verificación escénica y con ésta da aliento a la joven dramaturgia. De tripas corazón hace reír para congelar más tarde esa detonación festiva en algo amargo. L

n 1957, Héctor Mendoza estrenó tres obras de Elena Garro dentro del grupo de Poesía en Voz Alta: Andarse por las ramas, La señora en su balcón y Un hogar sólido. Luis G. Basurto escribió: “posee agudeza, sensibilidad ‘proustiana’… diálogos poéticos y coloquiales, combinando la profundidad y la suavidad, y un espíritu muy mexicano dentro de lo universal”. Hoy, 63 años después, Sandra Félix reta aquella mítica representación que significó el estreno en el teatro de Elena Garro. Con actores y actrices de la Compañía Nacional de Teatro, el texto es poesía pura y Basurto acertó al calificarla de “proustiana”. Donde hablan los muertos, enterrados, recién llegados a su tumba. (Nótese que en 1957, Juan Rulfo tenía dos años de escribir Pedro Páramo). Teatro fantástico que Jorge Luis Borges no dudó al incluir Un hogar sólido en su Antología de Literatura Fantástica. No surrealista, como la clasificamos. Montaje sobrio, aunque con pinzas —endeble Un hogar sólido, quizá faltan ensayos—, pero uno vislumbra obras grandiosas de nuestra dramaturga. Textos geniales. Podría competir con Samuel Beckett porque al resultar inverosímil lo que vemos, acabamos por creer el sueño del arte como hecho real. Sé que en México cuesta trabajo pensar en escritores geniales como Elena Garro y Juan Rulfo: están a la par (antes de proferir juicio en contra de esta declaratoria, favor de leer a la escritora, junto a su novela Los recuerdos del porvenir). La escenografía, su plástica, colabora para soñar despierto. Félix había realizado el montaje 20 años atrás en el desaparecido Núcleo de Estudios Teatrales. Exitoso retorno aunque uno recuerda aquel trabajo más fresco, menos “profesional”. Salta demasiado el pastiche de canciones que recetan en el intermedio. Innecesario. Las obras tocan la opresión: de vivir, de sentir libremente, de ser mujer en patriarcado, de evadirse de la realidad a través de un lenguaje poético, con metáforas. La diáspora de la mente como escape. Fue Octavio Paz quien pidió a Héctor Mendoza montar las obras de Garro. Ninguno dudó de lo que significaba: encontrar en México espectadores capaces de entender un lenguaje poético lejos del costumbrismo y el mismo realismo. Onírico. Simbólico. Diferente a la costumbre. Valiente. Feliz retorno de Proust a México. Feliz posibilidad de que Garro represente lo mejor de nuestra dramaturgia. Escritora a la que hemos negado los galardones que la historia de la literatura le restituye a cuentagotas. Con envidias. Con grupos literarios incapaces de deslindar, de una vez, a esa mujer que fue esposa de Octavio Paz, cuyos pleitos inundaron de caca lo que tendrían ser privilegios del pensar la vida como literatura, al margen de la cocina. Nadie debe dejar de ver la puesta de Sandra Félix. L SERGIO CARREÓN IRETA/ CNT

Escena de Este paisaje de Elenas


VARIA

sábado 3 de septiembre de 2016

p. 12

LABERINTO

ESPECIAL

Plagio total TOSCANADAS

DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

L

eí esta semana diversos artículos sobre el plagio en la tesis de Enrique Peña Nieto. Pero creo que se está haciendo a un lado algo importante: cuando se determinó que el plagio alcanzaba el treinta por ciento, se está hablando de un plagio de redacción; el plagio de ideas bien puede llegar al cien por ciento. Por ejemplo, cito una frase que no está marcada como parte del plagio: “La Constitución de Cádiz recibió marcada influencia de la Constitución Francesa de 1791”. Podemos imaginar al joven Peña Nieto leyendo ambas constituciones, comparándolas, y dándose cuenta de la tal influencia. O podemos admitir que esto es un hecho sabido, que aparece en bastantes libros, y que el autor de la tesis se lo apropia para completar su texto. Sin duda la primera opción implica un mayor esfuerzo, mas no necesariamente mayor mérito, pues en cualquier caso no es una idea original. Y así pasa con el resto de la tesis. Pero ojo: con esto no estoy queriendo hacer leña del árbol caído. Simplemente me estoy preguntando hasta qué punto puede ser original un estudiante de licenciatura cuando habla de un tema histórico, ya pasado y repasado por académicos, historiadores y politólogos. ¿Qué de nuevo se puede decir sobre “El presidencialismo mexicano y Álvaro Obregón”? Muy poco, si se tienen veinticinco años y se avanzó por nuestro ordinario sistema educativo. Y ahora veamos una frase señalada como “plagio descarado” en la tesis, ya que proviene sin dar crédito de un libro de Jorge Carpizo: “El primer sistema presidencial que existió lo encontramos en la

Constitución Norteamericana de 1787”. Pues bien, Peña Nieto le roba la frase a Carpizo, pero la noción tampoco es de Carpizo sino que se trata de un dato histórico sin autor. ¿Acaso voy a llegar a la fácil conclusión de que la originalidad no existe? Por supuesto que no. Jorge Carpizo, como muchos hombres de letras, hombres librescos, hombres brillantes, pueden recopilar ideas y datos viejos, pero luego saben seleccionarlos y ordenarlos, darles la redacción justa, agregarles la perspicacia personal y condimentarlos con la opinión individual. La suma de todo esto da el sabor de la originalidad, de hallarnos ante un texto que no solo compila, sino que revela. Pero los pensadores son garbanzos de a libra. La demás gente, si acaso piensa, piensa a través de los que se hacen llamar líderes de opinión; y lo más simpático es que todos los

LO QUE CONTEMPLAS

impensantes se sienten parte de la minoría pensante; están seguros de que los babosos son siempre los otros. Por eso ahora mismo el lector ordinario se está diciendo: “Ajá, seguro que Toscana es de ésos”. El mexicano promedio que se titula de alguna licenciatura no es un intelectual, no sabe redactar, no recuerda tres libros que haya leído. Así las cosas, supongo que armar una investigación general sobre tesis de ese nivel nos revelaría que abunda el plagio, que abundan los graduados que ni siquiera escribieron sus tesis, y que aun así seguirán pensando que la literatura no sirve para nada, pues de las universidades se salta al mundo laboral, ese mundo en que el salario se gana mejor sin originalidad, con un monosílabo esencial y con lo más selecto del lugar común. Y, con un poco de suerte, hasta se llega a presidente. L

ADRIANA DÍAZ ENCISO

adrianadiazenciso@gmail.com HENRY FUSELI

Conciencia L

os delicados estudios en tinta de astrocitos (las principales células gliales), realizados por Santiago Ramón y Cajal a principios del siglo XX, contienen el misterio y la belleza de una obra de arte. Expuestos junto a las elucubraciones de René Descartes, inician sin embargo el camino de disolución del dualismo con que religiones y filosofía han fracturado nuestra experiencia para confrontarnos con posibilidades mucho más inciertas, pero también más interesantes. La exposición States of Mind continua la tradición de la Colección Wellcome de integrar todas las fuentes del saber con el arte, esta vez explorando los bordes de la conciencia: “la maravilla y la fragilidad de nuestra vida interior”. El ilustrador Jean Holabird interpreta en un alfabeto en acuarela la audición del color de Nabokov. En la sala contigua, una instalación sonora sobre el espanto experimentado durante la parálisis del sueño envuelve los trastornos

del dormir, incluyendo La pesadilla de Fuseli y una sección dedicada al Gabinete del Dr. Caligari. Un Cesare de tamaño natural duerme en espera de las órdenes del siniestro doctor. Obra de Goshka Macuga, es una imagen perturbadora de la más completa vulnerabilidad. Más difíciles de mirar son los videos de pacientes en el momento en que la anestesia se los lleva por un rato al más allá, o la película Shift, de Aya Ben Ron, documento a la vez mesurado y desgarrador de la vida de pacientes en estado vegetativo, con preguntas urgentes pero sin respuestas fáciles sobre ética y nuestra común humanidad. Alarmante y muy divertida es la selección del “Archivo de la memoria falsa” de A. R. Hopwood. Pero la exposición alcanza una cima de lirismo en la película Time Present, de Shona Illingworth, proyectada en un díptico de pantallas con el ritmo lento con que Claire, su protagonista, atraviesa a diario el extraño paisaje al que trata de darle coherencia. Claire despertó de un coma a los

La pesadilla, 1781

44 años para entrar en el aterrador mundo ajeno de la vida propia que es la amnesia. Durante más de cuatro años Illingworth trabajó con Claire, un terapeuta cognitivo y una neuropsicóloga, colaboración que ha generado un mayor entendimiento fenomenológico y neurobiológico de la amnesia y que, a la vez, dio lugar a una obra de arte. Illingworth y Claire exploran además la analogía entre la

amnesia individual y la amnesia cultural que rodea la isla escocesa de St Kilda, evacuada en 1930 tras 4 mil años de ser habitada, y que se convierte en segunda protagonista. El filme termina de disolver las barreras del dualismo cartesiano con una indagación creativa que vuelve posible la unión de arte y ciencia en la delicada labor humana de formular preguntas. L


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.