Laberinto No.694 (01/10/16)

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Laberinto

EL NOBEL QUE ESPERO

armando gonzález torres p. 02

QUARKS Y ONDAS GRAVITACIONALES

gerardo herrera corral p. 08

MILENIO

NÚM. 694

sábado 1 de octubre de 2016 FOTO: OMAR MENESES

SOBRE MARIO LAVISTA Y EL EL CLÓSET DE CRISTAL REENCUENTRO CON LOS DIOSES sabina berman p. 04 y 05

hugo roca joglar p. 06 y 07


ANTESALA

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sábado 1 de octubre de 2016

LABERINTO

ILAN ASSAYAG

Espero equivocarme ESCOLIOS

ARMANDO GONZÁLEZ TORRES @Sobreperdonar

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l Premio Nobel es lo mismo un indicador de calidad literaria que un mediador entre las geografías de las letras o un escaparate de valores artísticos, políticos y hasta comerciales. En estos días previos a la concesión del Premio, y propicios a las quinielas, mientras hurgaba en los estantes de narrativa internacional de una librería, me di cuenta de un detalle: el orden alfabético hacía aparecer sucesivamente a Herta Müller, Alice Munro (dos grandes escritoras ya merecidamente condecoradas) y Haruki Murakami. Supersticioso como soy, imaginé que esa cercanía en los estantes podría ser un presagio de que el escritor japonés ganará este año el preciado galardón. Ojalá me equivoque. Murakami es un fenómeno mercadotécnico que tiene oficio y laboriosidad literaria; sin embargo, me decepciona la forma en que ha sucumbido a su propia celebridad. Aunque ya no he seguido sus obras recientes, puedo decir que lo leí lo suficiente. Sus novelas tempranas me descubrieron un escritor solvente, entretenido y, sobre todo, representativo de los dilemas de la cultura japonesa. Sus personajes evadían lo pintoresco y reflejaban esa tensión entre el colectivismo y el individualismo, entre el

ALFILERES ARMANDO ALANÍS @elsaltillero

Amos Oz

rigor y el hedonismo, entre la cultura refinada y milenaria y las corrientes de consumo global. Después comencé a indigestarme con esas novelas obesas en las que mezcla, con cada vez mayor complacencia, imaginería chatarra, cómics y personajes adolescentes. Mi impresión hasta donde llegué con Murakami es que su obra está orientada a cortejar al público juvenil, a imitar sus cambiantes gustos, códigos y obsesiones y a buscar, más que lectores, fans. Hay mucho de dónde escoger, aparte de Murakami: si se quiere premiar la constancia narrativa están Ismail Kadaré y Philip Roth; si se apuesta por la experimentación ahí anda Pascal

Don Juan es más cruel que Jack el Destripador: deja vivas a sus víctimas.

El debate LOS PAISAJES INVISIBLES

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ncuestas que a nada ni nadie representan, estadísticas a modo sobre la preferencia electoral, paneles de discusión a cargo de opinadores variopintos, exhaustivas coberturas sobre la hipotética reacción y la volubilidad de los electores ante tal o cual declaración de un candidato. Especulaciones sobre la salud física (curiosamente pocos reflexionan sobre la otra salud, la mental, de un suspirante) o reportajes de color sobre la supuesta cotidianidad doméstica de los adversarios en las urnas: nada de esto sirve al momento en que el ciudadano se encierra en la casilla y emite su voto, la política ha dejado de ser eso, política, con el reality show mediático que le da forma pero la deja sin fondo, sin contenido. Los “debates” televisivos son una herramienta que perdió

Quignard; si se arriesga por el ensayo y la prosa de ideas están George Steiner, Claudio Magris y Roberto Calasso; si se quiere volver a la poesía está la obra inmensa y ascética al mismo tiempo de Philippe Jaccottet o la actualidad de Adonis. Ciertamente, yo me inclinaría por algún autor anfibio, capaz no solo de escribir gran literatura sino de reflexionar en torno a dicha literatura y adoptar una voz congruente en el concierto de las ideas y en el terreno político. Por eso, me gustaría que la suerte se corriera unas letras más de la “M”, hasta la “O”, donde figura el escritor israelí Amos Oz, mi preferido para este año. L

IVÁN RÍOS GASCÓN @IvanRiosGascon

sus atributos al minimizar la argumentación para enfatizar los enconos de los contendientes. Reproches y acusaciones que se vuelven un torneo de culpable versus culpable. Se dice que Donald Trump perdió el primer debate con Hillary Clinton y festinaron la caída de puntos porcentuales del Republicano, aunque algunos no están de acuerdo con el saldo, por ejemplo el documentalista Michael Moore. Aquí se celebró un exiguo avance del peso contra el dólar poco después del encuentro en la Universidad Hofstra en Hempstead, Nueva York. Sin embargo, ¿hubo ideas concretas sobre los proyectos presidenciales para el país líder del continente y la potencia más influyente del planeta? Solo algunas pinceladas en torno del terrorismo, la seguridad, la guerra cibernética,

la portación de armas de fuego (el mal supremo que aqueja a los ciudadanos estadunidenses) y la ley, el orden y la capacitación policiaca (vaya que la necesitan con urgencia pues prosiguen las revueltas por los homicidios extralegales de tinte racial) o los problemas, los “muchos problemas” (economía, acuerdos comerciales, infraestructura) que aquejan al país vecino. En suma, puros lugares comunes para los que no se trazó una estrategia firme que conceda, al menos, una pizca de certeza de un futuro mejor para un país cuyo colapso se halla en su propio territorio, porque no hay que perder de vista la cosmogonía bélica, intervencionista, depredadora y supremacista que se desborda en el imaginario colectivo al otro lado de la frontera, esa idea implantada por el maniqueísmo demagógico no solo de los políticos sino de la industria del entretenimiento. ¿Qué conciencia en sí y para sí tiene un nostálgico del western o un detractor del progresismo oriundo de Ohio o de Georgia? Trump centró sus dislates, no fueron ideas ni concepciones, en el desprecio a los mexicanos e insistió en su muro. Clinton no pudo

responder con elocuencia su apoyo a la guerra contra Irak en 2002 (una de las razones por las que el 70% del electorado desconfía de ella), lo que el empresario aprovechó para señalarla como alguien incapaz de ejercer la presidencia. ¿Entonces?... Michael Moore, el que no cree que Trump perdió el debate, tiene varios argumentos para afirmar que el Republicano ganará la presidencia. Matemática geográfica: Michigan, Ohio, Pennsylvania y Wisconsin (el llamado “cinturón industrial” es la clave numérica para llegar a la Casa Blanca), la molestia de los estadunidenses blancos que sienten que han perdido mucho en los últimos años, el sufragio de los deprimidos, el escepticismo sexista con respecto a una presidenta y, sobre todo, la sensación de poder que el voto le inspira al ciudadano. Moore lo explica así: “Millones van a votar por Trump no porque estén de acuerdo con él, ni porque les guste su fanatismo o su ego, sino simplemente porque pueden”. La política mediática, con los debates como piedra angular, es el gran fraude a la inteligencia de este siglo porque no hay nada más ignoto, más voluble, que la psique de las masas. L

dirección josé luis martínez s. edición roberto pliego, iván ríos gascón arte y diseño salvador vázquez


MILENIO

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× E D UA R D O

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ANTESALA

STEFAN ROIGK

H U RTA D O ×

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Ilustrado con acuarelas de Kenia Cano, este poema forma parte de Ocurre todavía, publicado recientemente por el Fondo de Cultura Económica

S

i fue de ti el alcohol que en mí cebó la llama, aunque nos despareje la sombra sin contornos me he de quemar en ti, despabilado por la ausencia viva que yo de ti te tuve: como quien agoniza y en cada espasmo aprueba la perfección del aire

×EKO×EX LIBRIS×SEMPRONIA Y ESCIPIÓN EMILIANO×

Desenvolvimiento

Escuchar el arte MIRADAS MIRIAM MABEL MARTÍNEZ

¿

Cómo ver el arte sonoro? Primera lección: visitar el Laboratorio Arte Alameda. Segunda lección: completar el recorrido en el Ex Teresa Arte Actual. Objetivo: contemplar y escuchar diez propuestas de artistas mexicanos y alemanes que dialogan en la exposición Entre límites, que se exhibe en ambas sedes hasta el 23 de octubre. Esta colectiva fue curada por Carten Seiffarth para celebrar el año dual México–Alemania. Las diez piezas son resultado de un intercambio cultural de tres años y plantean un recorrido a través de distintas generaciones que muestra la diversidad de estrategias y subraya la relación arte–ciencia. Esta mirada acústica crea puentes entre oído y vista, como la pieza Tetraktys del alemán Jens Brand: cuatro drones emiten un sonido hipnótico. La de Manuel Rocha, Síntesis de espacios, es una constelación trazada por cables y bocinas, mientras que Desenvolvimientos de Stefan Roigk propone el viaje al espacio de las notas dibujadas en un pentagrama para dar tridimensionalidad al sonido. Iron Dancing, de Rolf Julius, juega con la posibilidad de dar materialidad al hierro, creando sonidos que moldean este material casi fundiéndolo a través del oído. Pionero del arte sonoro alemán, desde la década de 1970 ha sobresalido también como compositor, y al igual que Rocha ha creado piezas conceptuales en la tradición de John Cage. Sideral es todo un viaje espacial: invita a escuchar las intensidades del campo magnético del meteorito La Concepción, que el Ex Teresa alberga: lo que oímos son tres toneladas que parecieran contener al universo. Las cinco instalaciones exhibidas en el Laboratorio Arte Alameda nos llevan a explorar los límites entre el ruido y la música de la ciudad, traducen el caos en un sonido que invita a imaginar la urbe. Reflexiones infinitas, de Stefan Rummel, evoca las pirámides mesoamericanas en el atrio de la ex Pinacoteca Virreinal de San Diego; al recorrerla, nos envuelve un sonido electrónico creado a partir de grabaciones que el artista recolectó en México. En este tenor está Resonating Mexico City, de Sam Auinger y Bruce Odland, que lleva el caos callejero a la nave central del museo. Lorena Mal nos invita a descubrir los secretos sonoros de este espacio, mientras que Rogelio Sosa nos hace reflexionar sobre los puntos de encuentro entre imagen y sonido. Abstentia, de Mario de la Vega, subraya la importancia del proceso y nos mueve a experimentar las posibilidades del sonido. L

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LABERINTO

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¿Con qué derecho traidor? ROGELIO CUÉLLAR

Este texto fue leído el 26 de septiembre en el Museo de la Ciudad de México, durante la presentación de El clóset de cristal, de Braulio Peralta, un relato en clave personal de los vínculos entre el intelectual al que también le gustaban los boleros y el movimiento gay de la década de 1970 ENSAYO SABINA BERMAN

V

elamos el cuerpo de Carlos Monsiváis en el patio central del Museo de la Ciudad de México —es decir, acá mismo, donde estamos—, un día de junio del año 2010 —hace ya seis años—. Éramos, no sé, unas mil personas, tal vez 2 mil. Lo cierto es que la gente llenaba este patio colonial y los tres balcones del segundo piso que rodean el patio, y no cabía ni un alfiler más. Y sobre todos nosotros pesaba la sombra ominosa de la futilidad. ¿Qué podíamos hacer por Carlos, ahora que estaba dormido para siempre? ¿Y qué podíamos hacer por nosotros mismos, sus amigos y sus lectores huérfanos, para los que Carlos fue a lo largo de la vida una guía moral? Entonces, quién sabe de dónde, apareció una bandera con el arcoíris, la bandera de la comunidad LBGT —la comunidad de la diversidad sexual— y a través de cien manos la bandera multicolor fue siendo llevada hacia el féretro, encima del cuál alguien la depositó: estalló el aplauso de la gente, la bandera completaba el homenaje: la patria de Carlos, el corazón de su pensamiento, había sido la diversidad, y él había sido su gran estructurador y difusor intelectual en México, el escritor que había llevado el pensamiento de lo diverso desde lo marginal al centro del pensamiento colectivo. Fue entonces, con la bandera del arcoíris ya sobre su ataúd, que Isabelle Tardan, productora de cine y teatro, dijo en voz alta: —Falta algo más. ¿Qué falta? Falta música. ¿Dónde está Horacio Franco? Diez personas a la derecha de Isabelle, Horacio Franco alzó la mano y respondió: —Horacio acá presente. —Horacio —dijo la productora—, toca “Amor perdido”. Una elección perfecta, también así llamó Carlos a uno de sus primeros y más populares libros, y por lo demás así nos sentíamos los que lo velábamos, heridos por la pérdida de Carlos y perdidos sin él. Así que Horacio sacó su flauta transversa y tocó “Amor perdido”, y esos mil o 2 mil deudos íntimos de Carlos, cantamos, y un títere con la cara y la melena blanca y los lentes de pasta de Carlos se elevó sobre las cabezas, y se meció al ritmo de la música del bolero romántico. Pocos sabíamos que en una esquina del patio colonial la familia de Carlos, escandalizada, le reclamaba a la directora del Conaculta, e intimísima de Carlos, Consuelo Sáizar: —¿Por qué la bandera gay, Cheli? ¿Por qué sacar a Carlos del clóset sin su permiso? Que alguien quite esa bandera ahora mismo, que alguien meta a Carlos en el clóset otra vez, que no salga en los periódicos así, ordena que se haga ahora mismo. ¿Por qué nadie se atrevió a quitar esa bandera y a cerrar otra vez la puerta del clóset de Carlos? La razón es simple. Porque casi nadie sabía que Monsiváis vivía su preferencia sexual dentro de un clóset. Porque siendo el gay más famoso del México culto era alucinante siquiera suponer que el mismo Monsiváis creyó que vivía dentro del clóset.

Carlos Monsiváis

◆◆◆ Algo semejante pasó con Juan Gabriel, el gay más famoso del México popular. Solo a su muerte se publicaron fotos del Divo de Juárez y de su pareja, es decir: su última de varias parejas. Su último gran amor, decía el periódico La Prensa en el encabezado de su primera plana, al día siguiente de su deceso, y bajo la foto de Juanga en shorts blancos y abrazando feliz a su novio robusto y moreno, aparecía otra foto más pequeña, una foto de Juanga y su familia política en una mesa comiendo, con el titular: “Hasta comía con la familia de su amor”. Nótese la sorpresa del redactor del titular en la palabra “hasta”. Es decir, Juanga no solo se comía al muchacho con los cinco sentidos, sobre el mantel blanco de una cama: sobre la sábana blanca de una mesa, con sus suegros, ¡hasta comía mariscos! Y es que, increíblemente, es verdad que tanto Juanga como Carlos creyeron que vivían en el clóset, y también increíblemente la prensa nacional les respetó el delirio durante tres décadas, y nunca los exhibió fuera del clóset. Un acuerdo de gentileza o de hipocresía: más bien una tregua entre dos Méxicos: el México macho e intolerante y el México laxo y diverso: un México que nos llega del pasado, el México autoritario donde la voluntad democrática es leída como mariconería, y el México que aspira a ser mucho más democrático y libre y diverso.

Una tregua cifrada en la expresión “no me preguntes, y no te digo”. O como Juanga lo cifró, cuando un periodista de CNN le preguntó si era o no era gay: “Lo que se ve, no se pregunta” (y tampoco se nombra). O como la Iglesia católica pide a sus sacerdotes gay, que son legión: “lo que importa es que no se sepa”. El mundo es mi clóset, pudieron haber dicho Juanga y Carlos, y la prensa pudo haberles replicado haciendo una reverencia: “Cómo gustéis suponerlo, caballeros de la flor”. ◆◆◆ Pero ¿por qué diablos quiso Carlos vivir su sexualidad dentro del clóset? ¿Por qué él, que fue valiente en tantos asuntos, decidió acatar la tregua entre el México macho y el México democrático? Hace muchos años, acaso diez, comiendo con él en un restaurante de la colonia Condesa, Carlos me dijo, no importa ahora a raíz de qué cosa: —Por eso yo no quiero salir del clóset. Se me cayó el tenedor al plato. Clanc. —¿Perdón? —le pregunté alarmada—, ¿de qué hablas? Eres el gay más público del país. ¿Cómo que no quieres salir del clóset? —No es verdad —protestó Carlos—, la gente sabe que defiendo la diversidad, pero yo no soy públicamente gay.


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LITERATURA

NOTIMEX

Y arrasando mi incredulidad por el método de hablar más rápido y más abundantemente que yo, me dijo por qué había decidido vivir dentro del clóset. —No quiero que se me coloque en el nicho de los asuntos gay. Quiero que se me respete como un intelectual completo, un intelectual que opina de los temas centrales, no solo los marginales. —Pero —protesté yo todavía— uno de tus grandes temas es que lo marginal debe ir en el centro. —Exacto. Mi obra quiere eso, llevar lo marginal al centro, y yo no quiero estorbar a mi obra. Ni Houdini logró algo tan difícil: vivir en el clóset y al mismo tiempo derrumbar el clóset. Argumentar en el centro de la cultura los derechos de lo marginal, expandir así el centro para abarcar lo marginal, y al mismo tiempo nunca exhibir su vida privada, dejarla dentro del clóset. Algo que si suena complicado de explicar es porque fue más complicado de vivir. ◆◆◆ Luego entonces, ¿con qué derecho traidor llega Braulio Peralta con un hacha y destruye el clóset de Carlos? La imagen es exagerada, y la corrijo. Luego entonces, ¿con qué derecho traidor ahora Braulio Peralta abre la puerta del clóset de Carlos y nos invita al interior a todos y todas? Ahora el clóset parece demasiado estrecho para recibir a tantos, y se antoja asfixiante, así que vuelvo a intentar la imagen justa. Luego entonces, ¿con qué derecho traidor Braulio Peralta transparenta el clóset de Carlos Monsiváis y nos invita a ver a través del cristal translúcido lo que ahí ocurrió? Pueden darse dos respuestas, una corta y otra larga, que en esencia son la misma. Empiezo por la larga. Porque es demasiado importante para la historia de nuestro país lo que dentro de ese clóset ocurrió. Dentro de ese clóset sucedieron varias de las escenas clave del movimiento que llevó a México de ser un país machín, rígido, patriarcal, homófobo y misógino, a ser lo que hoy es: un país machín, homófobo y misógino, pero —y este pero es trascendente— con mala conciencia de todavía serlo y con la aspiración de convertirse en su promesa, un México diverso. Habrá quien objete no el relato de adentro del clóset de Carlos, pero sí las escenas que huelen a semen y sudor en el relato. Sobre ello quisiera hacer un símil. Si la independencia de México la fraguó una elite minúscula de librepensadores, conspirando en secreto, es solo natural que sus escenas clave hayan sucedido en el secreto de sus lugares de intimidad. El salón de estar de la corregidora Josefa Ortiz de Domínguez, donde se reunían a charlar en voces bajas; en el pasillo donde la misma dama sopló al oído a su amante insurgente los planes de su esposo realista, el corregidor Domínguez; en los ensayos de teatro del Tartufo de Molière que dirigía un cura mujeriego, Miguel Hidalgo y Costilla; en la cama legendariamente amplia donde La Güera Rodríguez convenció a su amante realista Iturbide y a su amante insurgente Guerrero de la necesidad de una alianza —a cada uno por separado, desde luego, para lograr que luego ambos se abrazaran entre sí por su interpósita persona. Si en esos escenarios se fraguó nuestra independencia, es solo natural que la revolución cultural de los derechos de los diversos, fraguada por un puñado de gente desadaptada al México macho, haya tenido sus escenas principales en los Baños Río, entre señores con toallas alrededor de los muslos; en las camas calientes de Nancy Cárdenas, en las que conspiró con esposas de gobernadores y

Braulio Peralta

de secretarios de Gobernación; en el departamentito secreto de Carlos, en la Zona Rosa; en el funesto viaje en camión a Malinalco donde las lesbianas hombrunas y los gay afeminados del comité del entonces secreto politburó gay terminaron a cachetadas —las cachetadas a cargo de las lesbianas a los afeminados—; o en los rincones deliciosamente oscuros de la discoteca Any Way, donde periodistas famosas se besaron con políticas influyentes. Todo esto se perdería si no es narrado por Braulio Peralta —y por los que en adelante se animen a hacerlo—. Todas esas escenas de la conspiración que devino en el movimiento de liberación gay, un movimiento que también gracias a Carlos reunió sus aguas con el movimiento de liberación feminista, en buena medida en el comedor de la casa de Marta Lamas, y se convirtió en el río tumultuoso del movimiento de los derechos humanos que transformó y sigue transformando a México. Lo dicho, Braulio Peralta lo narra para no dejarlo arrumbado en la oscuridad del clóset de Carlos, a la merced “No quiero que se me cruel de la polilla del coloque en el nicho de olvido. Una gran épica los asuntos gay. Quiero que se me respete como sin duda: la hazaña un intelectual completo” de esa generación de los primeros diversos con conciencia política, cuya figura más visible —y a menudo más influyente hacia dentro del clóset y hacia afuera— fue Carlos Monsiváis. ◆◆◆ La razón corta de por qué Braulio transparenta el clóset de Carlos es ésta. Porque ya es tiempo. Ahora menos breve. Porque precisamente gracias a Carlos y su generación, lo marginal en efecto ha llegado al centro del pensamiento colectivo, y por tanto el clóset de Carlos ya no es una necesidad de sobrevivencia; por el contrario, el clóset de Carlos, y el recuento de lo que dentro de ese clóset aconteció, ya debe ser parte de la historia, no solo del México gay sino del México democrático. Igual que esa bandera de arcoíris voló de mano en mano sobre mil cabezas en el velorio de Monsi, para ser depositada sobre ese clóset de madera que lo apartaba de la vida y de nosotros, así esta biografía cae sobre su memoria todavía fresca, para completar su periplo y su hazaña.

◆◆◆ Lo que me lleva a un tema de coyuntura, que trataré de la manera más breve posible. El Frente del Orgullo Gay ha sacado del clóset a cuatro sacerdotes, incluyendo al vocero de la curia, Hugo Valdemar, es decir: al encargado de decir públicamente que los gay son una amenaza. Y la curia a su vez ha publicado una lista de cinco periodistas gay. El Frente cuenta ya con denuncias de otros 38 sacerdotes gay —que por cierto son poquísimos, dada la densidad de gay en la Iglesia católica, que es algo así como la gran discoteca gay de Occidente, solo que con música gregoriana—. (A decir de un estudio realizado en la curia de Norteamérica, al menos 60% de los curas llevan una vida sexual, gay o hetero, enclosetada.) Sobre toda esta actividad declosetera, quiero comentar apenas tres cosas. Es una gran época para sacar un libro llamado El clóset de cristal de Monsiváis. Dos, mientras más gay salgan del clóset, menos peligroso será ser gay, más normal será la diversidad, y también más diversa. Y tres, podemos celebrarlo, porque la diversidad es la mayor riqueza de un hábitat. La afirmación no es mía, sino de Charles Darwin. ◆◆◆ Dice bien Braulio Peralta al final de su libro: un libro no es suficiente para narrar a Monsiváis, que escribió tanto, dijo tanto, hizo tanto. Ya vendrán los estudios literarios meticulosos. Ya vendrán las obras completas en encuadernación de lujo. Ya se volverá figurín de bronce en Avenida Reforma entre los héroes que nos dieron Patria —¿por qué no?—: a un lado del general Miramón con el sable en una mano y en la otra un fusil, Monsi en overol de bronce con una mano en la máquina de escribir y en la otra un teléfono. Ya habrá niños nombrados Monsi —“Ven, Monsi, deja de abrazar a ese niño y ven acá”—. Ya se le retratará en el teatro y el cine como el ogro gruñón defensor del derecho al amor que fue. Pero entre tanto y tanto que irá apareciendo, este libro de Braulio Peralta quedará siempre visible. Siempre guardando la clave íntima de una vida que cambió nuestra vida pública. Y ojalá, este libro que detiene su relato en la década de 1980, pronto cuente con su pareja, otro libro donde Braulio Peralta cuente los tiempos de Monsiváis hasta el año 2010. No, no queremos de ninguna forma que este libro de Monsi se quede solitario y célibe en el librero. Este libro solicita encarecidamente la pareja que lo complete. L


LABERINTO

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Mario Lavista

De una jaula al reencuent OMAR MENESES

Con motivo de la reedición de su libro de ensayos Cuadernos de música I (El Colegio Nacional, 2016), ofrecemos un retrato del compositor que se arriesga a los experimentos más radicales HUGO ROCA JOGLAR

M

ario Lavista está condenado a buscar y entender su canto entre caos, incertidumbre y conflicto. Su fascinante tragedia es la de nunca haber sentido la seguridad de tener un propio sonido: “Carlos Chávez nos pedía en su taller de composición una fuga tipo Bach, una sinfonía tipo Mozart, un concierto tipo Schumann, pero eran meros ejercicios que nada tenían que ver con lo que yo quería que fuera mi música”. Bach, Mozart y Schumann abarcan tres siglos de música (XVII, XVIII y XIX), unidos en torno a la aburrida certeza de un idioma ideal: la tonalidad, en la cual la melodía es parámetro absoluto. Mario Lavista —y cualquier compositor sensato de la segunda mitad del siglo XX— nunca ha tenido esa seguridad. ¿Cómo tenerla si hacia la Primera Guerra Mundial la tonalidad fue destruida y de sus cenizas surgieron interminables maneras de articulación sonora (algunas tan radicales como la electroacústica, en donde el sonido, gracias a la manipulación tecnológica, puede ser convertido en materia)? Imaginemos entonces a un jovencísimo Mario Lavista al lado de un jovencísimo Eduardo Mata (1942–1995), en 1965, en un salón de clases. Ambos componen en estilo antiguo —de malas, rencorosos y despreciativos, bajo la irónica mirada de Carlos Chávez—, con la certeza doliente de que esa música anacrónica, fácil, cursi e inútil es una forma humillante de perder su tiempo —tiempo que anhelan dedicar a experimentos radicales. “Cuando comencé a definir una estética propia, me opuse a construir algo que sonara consonante”. Mario Lavista está sentado en la biblioteca de El Colegio Nacional, a un costado del Templo Mayor, detrás de la Catedral. Conversa con traje gris, lentes y camisa blanca sin corbata. Su voz es grave y templada. El silencio resulta muy importante entre sus palabras; significa, como ahora, que algo lo preocupa cuando se prolonga. “La experimentación era un camino que quería seguir y John Cage fue una figura que me interesaba”. John Cage (1912–1992) dijo: “Que la música se produzca por sí misma; el compositor no tiene por qué hacer que las notas lo sigan: ¡que el azar tome las decisiones!”. En México, los compositores jóvenes de las décadas de 1960 y 1970 —incluso los más arrojados como Julio Estrada (1943) o Manuel Enríquez (1926–1994)— escuchaban a Cage con curioso interés pero nunca estuvieron dispuestos a abrir su pensamiento hacia la indeterminación absoluta.

Cuando John Cage, invitado por la UNAM, ofreció un concierto a piano en la biblioteca Benjamin Franklin de la Ciudad de México, Mario Lavista absorbió esa música (Études Australes I–VIII, de 1975) con ávida simpatía creadora y compuso una extraña obra de inspiración cageiana: Jaula (1977), para cualquier número de pianos preparados (con tornillos y pedazos de goma y madera metidos entre las cuerdas) e ilimitadas posibilidades interpretativas. Cada interpretación posible de Jaula parte de una partitura gráfica —diseñada por el artista plástico Arnaldo Coen— que muestra una serie de cubos concéntricos con puntos plateados colocados en las aristas que representan notas musicales: Do–La–Sol–Mi (C–A–G–E, en la nomenclatura musical estadunidense). Ningún parámetro está establecido: el timbre, la altura, la duración o el ritmo Los sonidos que son aspectos compleadmira no suelen tamente libres. Aunque guardar una relación el compositor controla aparente con los las características de sonidos que inventa la atmósfera sonora al fijar la prohibición de salirse de las cuatro notas establecidas en la partitura gráfica. “Después, poco a poco, me liberé de ese prejuicio: del prejuicio de que todo lo consonante debe ser destruido, y mis obras comenzaron a incorporar intervalos consonantes, pues a veces así lo solicitaba mi pensamiento musical”. Mario Lavista es solemne y amable; su solemnidad tiene que ver con las ideas; su amabilidad con el espíritu. Es artista de trato fácil y pensamiento profundo, místico y complejo. Su música pertenece únicamente al segundo aspecto (el referente a su pensamiento), y aquí no hay concesiones: si no representan fielmente sus ideas, Mario Lavista nunca escribirá sonidos amables. “Por ejemplo, en mi obra Marsias (para oboe y ocho copas de cristal, 1982), describo el mundo divino de Apolo, encomendado a las copas de cristal, con intervalos (como quinta y octava)

que los compositores de la antigüedad, los renacentistas y barrocos, utilizaban para comunicarse con Dios. En cambio, utilizo intervalos disonantes, como la séptima o el tritono, que antiguamente se asociaban con la maldad, con lo diabólico incluso, para describir el mundo de Marsias, es decir, para ilustrar (por medio del oboe) la debilidad de los hombres”. ◆◆◆ Extraigamos al azar cinco elementos de la poética lavistiana: evocaciones de Jaula: arrojada música impredecible, casi iconoclasta; evocaciones de Marsias: místico panorama que propone la sonora convivencia entre el cielo y la tierra; tributo a un excéntrico de nombre John Cage, mitológicos recuerdos de pastores y de dioses; preparar un piano: trazos de humana debilidad a cargo del oboe, buscar lo divino al frotar finas copas de cristal; colorear a través de proporciones, la distancia entre las notas afincada como declaración de principios: en intervalos consonantes existen los cuerpos celestes, tormentos y placeres carnales están trazados con disonancias. Una poética de hermetismo raro, que acude a la contemplación y luego existe en el riesgo. ◆◆◆ Mario Lavista parpadea. La cara relajada. Recorre con la vista los estantes. Abre la boca y la cierra sin emitir sonido. Se muerde los labios. Toma agua. Nariz delgada; delineadas las líneas de los labios. Cejas ralas, amplia frente y cara cuadrada. El Centro y su estruendo perpetuo. Desde esta biblioteca los sonidos se fusionan en mezclas asombrosas: entre cercano claxon sostenido y ecos de un desafinado organillero interpretando “Palomita blanca”, un baladro de “gaaaas” en voz masculina sirve como fondo de la conversación que una mujer sostiene por celular en el patio de El Colegio Nacional cuyas palabras sueltas —“cinismo”, “chingaderas”, “¡te callas!”— la perfilan turbulenta. John Cage aquí se divertiría mucho: en la biblioteca de El Colegio Nacional, al lado de Mario


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sábado 1 de octubre de 2016

tro con los dioses Lavista, en septiembre de 2016, escuchando los sonidos de su entorno, quedándose quieto, sin manipularlos, sin obligarlos a seguirlo, dejándolos ser, y así, no siendo compositor, abriría una nueva dimensión sonora en donde la música en la Ciudad de México se crea en tiempo real, por sí misma. Y Mario Lavista se quedaría callado también al lado de John Cage y luego tal vez le recitaría ese poema de Octavio Paz en donde el poeta se ofrece en sacrificio para que los sonidos pasen a través de él: “Dentro de mí los oigo/ pasar afuera./ Fuera de mí los veo/ pasar conmigo./ Yo soy la circunstancia/ […]. Soy/ una arquitectura de sonidos/ instantáneos/ sobre/ un espacio que se desintegra”. ¿Alguna vez, tras más de medio siglo de hacer música, ha sentido la tranquilidad de haberse acercado a un idioma ideal? “¡No, jamás! Nunca he encontrado ni creo encontrar un idioma ideal”, responde Mario Lavista y sonríe. Su sonrisa es suave e incompleta. Cabello blanco peinado con impecable raya de lado. Cuerpo esbelto y dedos alargados. Insiste en recorrer con la vista los estantes. Grandes libros antiguos; gordos, de pasta gruesa. Obras completas: de Plinio, de Cicerón y de Milton. ◆◆◆ Mario Lavista acude a Octavio Paz (Vislumbres de la India) para escribir Hacia el comienzo (1984), para mezzosoprano y gran orquesta, una obra en donde explora cómo el alma va y viene entre la tensión de la unidad y la vacuidad. De pronto, en su búsqueda hacia lo divino, resulta que el erotismo es una de las tantas maneras que existen para rezar. Mario Lavista acude a Octavio Paz y también a Xavier Villaurrutia —a la “Suite del insomnio”— para, en Reflejos de la noche (para cuarteto de cuerdas, 1984), trasladar los versos “la noche juega con los ruidos,/ copiándolos en su espejo de sonidos” a un mundo musical fantasmagórico en donde no hay cantantes ni realidades, únicamente sonidos armónicos (Álvaro Mutis dijo sobre esta obra: “nadie, en fin, conseguirá evocar la despojada maravilla de esta música limpia de las más imperceptibles huellas”). Mario Lavista acude a Octavio Paz, a Xavier Villaurrutia y también a Carlos Fuentes. Convierte Aura en una ópera hermética (con libreto de Juan Tovar, 1989): la acción nunca sale de una casa de cortinas cerradas y flores marchitas cuyo desarrollo es un flujo único, continuo, incontenible, que surge de las fusiones y colisiones entre cuatro temas: el de la Casa (cuerdas): sonidos armónicos que al efectuar una progresión de acordes muy corta da la impresión de que se cierran sobre sí mismos; el de la vieja–mezzo Consuelo (alientos), lúgubre y coqueta (a veces se confunde con los sonidos de la Casa, como si hubiese sido absorbida por ellos); el de la joven–soprano Aura (maderas y celesta): contemplativo, lejano y vagamente melódico (un melodismo de invención triste); el del joven tenor Felipe (clarinete), que contrasta con todo: juvenil y lleno de ilusiones, aunque poco a poco se desvanece en la soledad y en la pena. Paz, Villaurrutia y Fuentes. Tres hombres que le dan letras a Mario Lavista. Letras que, a lo largo de su carrera musical —sobre todo durante la década de 1980—, le sugieren caminos y descubren voces posibles. Y eso —para un condenado a existir rodeado de interminables maneras de articular sonidos— es algo muy cercano al consuelo.

que pronunció en 1998 (“El lenguaje del músico”) cuando ingresó a El Colegio Nacional— compilados en Cuaderno de música, un libro construido con letras seguras sobre sus lenguajes —diáfanos, melódicos y lineales— y seguro sobre sus ideas —armónicas, accesibles y vigorosas. Leemos sobre su audición de El mar de Debussy: la innovación en la geometría sonora de la obra radica en un diálogo esencial donde los parámetros musicales mantienen un incesante peregrinaje —como el ir y venir del oleaje— entre estructuras rítmicas regulares y complejas texturas polimétricas, entre contornos melódicos y sonidos fragmentados, entre reexposiciones y giros inesperados; un diálogo entre presente y pasado que está enrarecido por la presencia permanente, brumosa, de un brillo opaco, casi sombrío, de acordes ingrávidos, “que flotan sobre las aguas sin que ninguna necesidad de causa y efecto los obligue a ir a determinado lugar: son acordes que vagan con libertad”. Así también escribe Mario Lavista, alegre, curioso y libre, como Schumann, como Manuel M. Ponce, como Joachim Raff: sin la meticulosidad del historiador, sin el énfasis geográfico del musicólogo, sin la mirada corrosiva del crítico. El único afán de su pluma es el de compartirle al mundo —al mundo de los melómanos— narraciones musicales sobre fobias y gustos, admiraciones y enojos. Son letras que surgen desde su liberada intimidad.

DE PORTADA

Quien haya visto y escuchado durante la década de 1970 a Mario Lavista al piano, prepararlo con juguetes y jalar las cuerdas en vez de pulsar las teclas, no podría imaginarlo escribiendo Chopin, nuestro contemporáneo; no podría creer que un disonante compositor mexicano ávido de experimentaciones radicales pueda admirar al santo patrón de la imaginación pianística romántica. Y, sin embargo, Mario Lavista aprendió de Chopin sobre la fidelidad —amar a un instrumento y no abandonarlo jamás—, sobre atmósferas oníricas —frases melódicas asimétricas dentro de simétricas estructuras formales— y sobre concisión —obras breves que cuentan historias en que no sobra nada y nada falta. Una posible lectura de los Cuadernos de música de Mario Lavista es esa: descubrir cómo los sonidos que admira no suelen guardar una relación aparente con los sonidos que inventa; cómo entre músicas opuestas, incluso antagónicas, existen vínculos invisibles, subterráneos, que las hermanan. Y otra posible lectura es la contraria: encontrar evidentes coincidencias. Leemos, por ejemplo, la crónica sobre su encuentro, en 1974, con el misterioso Conlon Nancarrow (1912–1997), compositor estadunidense que se nacionalizó mexicano y cuya obsesión por construir laberintos lo orilló a dejar de componer para instrumentos acústicos y dedicarse en exclusiva a crear música para pianola. Mario Lavista lo visitó en su casa de Las Águilas construida por Juan O’Gorman. “Su estudio era una especie de intrincado taller mecánico–musical: había, aquí y allá, toda suerte de objetos, escuadras, reglas y compases, lápices y plumas de varios tamaños; sobre una mesa inmensa descansaban los rollos que día a día Nancarrow transformaba en música por medio de extraños y exactos aparatos que perforaban el papel en los puntos asignados”. Y Mario Lavista, excitado y triste, se rinde (excitado por los sonidos, triste por el desprecio que Nancarrow recibió en México) ante esta velocísima música en donde las extrañas proporciones numéricas concebidas para una máquina crean en el oyente la ilusión de líneas sonoras que se desplazan a velocidades diferentes. ◆◆◆ ¿En qué idiomas hablará su próxima música? “Me interesa la música sacra”, responde. Mario Lavista no entiende a las iglesias modernas, no entiende cómo no pueden darse cuenta que la espiritualidad en un mensaje sagrado radica en la música y no en las palabras, no entiende por qué no han renovado sus misas, sus credos, sus himnos, sus aves marías. Para él es muy claro: si la gente se ha alejado de los dioses es porque la Iglesia se ha alejado de la música. “Me interesa retomar el sentido antiguo que tenía la música como el vehículo más eficaz de acercar las almas a lo inexplicable”. L

◆◆◆ Y de pronto, cesa la angustia. Mario Lavista es un hombre que cuando se aleja de su propio sonido —incluso en terrenos musicales— transmite claridades. Tomemos, por ejemplo, los 18 ensayos —publicados en diversas revistas, sobre todo Letras Libres, y extraídos de conferencias, como la WALTER ARANELA


CIENCIA

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LABERINTO

Un mundo de quarks inundado por ondas gravitacionales RAÚL CAMPOS

El nuevo libro de Carlos Chimal, El Universo en un puñado de átomos, trae hasta nosotros muchos años de vida en el laboratorio DESMETÁFORA

GERARDO HERRERA CORRAL gherrera@fis.cinvestav.mx

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arlos Chimal tiene el olfato del periodista. Con él puede captar los momentos importantes y extraer la esencia de los acontecimientos. Sin embargo, a diferencia de ellos no genera instantáneas, por el contrario, desarrolla un tema por años hasta convertirlo en un libro de memorias. Cuando lo conocí, hace más de 25 años, quería relatar lo que sucedía en el mundo de la ciencia. Parecía haber tomado la decisión de viajar por el mundo, visitar los lugares remarcables donde se cocina el conocimiento de frontera, imbuirse de los laboratorios y perderse entre asistentes y especialistas que habitan cubículos sombríos o talleres ruidosos. Los periodistas divulgadores de la ciencia a menudo nos muestran la fotografía de un hecho. Nos relatan el descubrimiento y la hazaña científica narrando los sucesos, en un texto que hará líneas por uno o dos días en los diarios o revistas. Carlos, en cambio, ha dedicado su vida a seguir el proceso que se vuelve historia para acabar contando a sus lectores algo más íntimo del mundo de la investigación científica. Es por él que conozco la frase “hacer vida de laboratorio”. “Álvarez Gaumé se queja de ese periodismo ‘de pisa y corre’ de los apresurados medios que exigen que les expliques la neta del planeta (de hecho, del Universo) en un dos por tres. ‘Hay una hazaña en el diseño de los fierros’, agregó, ‘en la gestación de las entrañas de estos aceleradores y detectores; deberías contarla, pero eso exige más tiempo y no todos están dispuestos a invertirlo’ ”. Editorial Tusquets nos ofrece un gran ensayo de Carlos Chimal que es también un libro de reminiscencias: El Universo en un puñado de átomos. En él se relatan los acontecimientos en los principales laboratorios del mundo de la física de partículas elementales a lo largo de más de 20 años. Casi de manera obligada, una buena parte del itinerario se desarrolla en el Centro Europeo de Investigaciones Nucleares (CERN) que es hoy por hoy el laboratorio más grande del mundo. Ahí se ha construido la máquina de investigación científica más grande de todos los tiempos: el Gran Colisionador de Hadrones, mejor conocido como LHC. El LHC es un anillo subterráneo con casi 28 kilómetros de perímetro formado por poderosos magnetos que mantienen en órbita circular al haz de protones más intenso y más energético en la historia de la tecnología. Desde que comenzó a producir las colisiones más violentas nunca antes vistas, se han observado aquí fenómenos físicos sin precedente. Así, por ejemplo, se observó por primera vez una luz muy especial que emiten los iones plomo cuando se los hace circular. Aunque ya había sido observada en otras especies de partículas, la aparición de este peculiar fulgor en núcleos atómicos es un resultado destacable. También se detectó una partícula nunca antes vista a la que se llamó Higgs, que acabó por ser reconocida con el Premio Nobel de Física en 2013. Por si esto fuera poco, el LHC ha logrado crear la materia más caliente y más densa jamás vista

en nuestro planeta; así se llegó a crear de manera controlada en el laboratorio la más alta temperatura que es de 5.5 billones de grados centígrados. Carlos Chimal acompañó el surgimiento de este proyecto durante 20 años y ahora nos cuenta en su libro los pormenores de su desarrollo. El Centro Europeo de Investigaciones Nucleares comenzó en 2011 un programa de residencia para artistas con el fi n de dar oportunidad a los creadores del mundo de someter sus propuestas que, de ser aprobadas, les daría la oportunidad de pasar dos meses en el laboratorio, entre miles de científicos en un viaje por la investigación fundamental. El programa lleva ya cinco años de realizarse y es todo un éxito en ambos mundos: el de la física de partículas elementales y el del arte. Mucho antes de que esto ocurriera, Carlos Chimal ya se ejercitaba en la búsqueda del espacio común que la ciencia y el arte comparten, casi siempre sin percatarse del encuentro involuntario. La experiencia ha mostrado que ambos dominios están ligados de manera inextricable por el simple hecho de que los dos son caminos de búsqueda. El arte y la ciencia son, por naturaleza, residencias de la creación, moradas de la imaginación y socios en la exploración de nuestra existencia. Carlos Chimal ha venido fundiendo estos mundos desde mucho antes de que el CERN decidiera recorrer los caminos confluentes del arte y de la ciencia con este programa para artistas.

Como muchos lo hicimos, también ve en el Centro Europeo de Investigaciones Nucleares la Torre de Babel con la que se quiere, otra vez, alcanzar el cielo. Situado en una llanura de la Europa latina, el CERN reúne a hombres posdiluvianos de todas partes del mundo que tienen la certeza de que “trabajando juntos en un mismo fi n, lograrán todo lo que se propongan”. Si alguna vez sus lenguas fueron confundidas para que no se entendieran más y no pudieran seguir trabajando juntos, si en el pasado fueron dispersados, divididos para restar sus posibilidades celestiales, hoy regresan con un lenguaje común para construir un gigantesco acelerador de partículas que les permitirá escudriñar el universo como nunca antes se hizo. El CERN es, ante todo, eso: “Imagina una inmensa Torre de Babel en su interior y un texto que se traduce a sí mismo en una inmensidad de lenguas distintas. Las frases surgen de él a la velocidad del pensamiento, y cada palabra proviene de una lengua distinta; mil idiomas que gritan a la vez en su interior, con un clamor que resuena en un laberinto de habitaciones, pasillos y escaleras, cientos de pisos más arriba” (Paul Auster en La invención de la soledad). Por todo esto es que recomiendo muy ampliamente la lectura de El Universo en un puñado de átomos , un ensayo de ciencia, arte y tecnología que nos lleva a mirar un mundo de quarks inundado por ondas gravitacionales. L


MILENIO

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× A

EL DESAPEGO ES UNA MANERA DE QUERERNOS SELVA ALMADA Random House México, 2016 291 pp. El presenta volumen reúne una serie de cuentos prácticamente inencontrables de la también autora de Chicas muertas y Mal de muñecas, libros que han hecho de la escritora argentina una de las firmas más populares en América y Europa. En estos relatos, fincados en la disgregación de un núcleo, sea familiar, fraterno, de negocios o de vecindario, se plantea la idea de pertenencia y el grado en que requerimos formar parte de un grupo para afianzar nuestra identidad. LA NOCHE DE ÁNGELES IGNACIO SOLARES Tusquets México, 2016 206 pp. Veinticinco años cumple esta novela sin la cual no es posible medir los alcances del mundo literario de Ignacio Solares. Se enmarca en 1918, una vez que Villa no representa ya a la fiera amenazante de años anteriores, cuando el más brillante estratega militar de la Revolución solo tiene fuerzas para sopesar el dolor y la tristeza. Por sus páginas, el desencanto se pasea como el dueño de almas y de hombres. LOS LATINOAMERICANOS DE PROUST RUBÉN GALLO Sexto piso México, 2016 330 pp. Quién iba a pensar que América Latina ocuparía un lugar preponderante en la vida y en la andadura artística del autor de En busca del tiempo perdido. Con imperceptible erudición, Gallo muestra esa influencia a partir del círculo de amigos y amantes cercanos, como el poeta cubano José–María de Heredia y el músico venezolano Reynaldo Hahn. Un libro que potencia la perdurabilidad del último dandy de la Francia aristocrática. EL SUBASTADOR. AVENTURAS EN EL MERCADO DEL ARTE SIMON DE PURY Turner, España, 2016, 336 pp. Un pintor podrá ser un genio, pero sin un marchand ni será famoso ni tendrá dinero. Eso es lo que muestra este libro de De Pury, un barón suizo que por modestia no enarbola su título nobiliario, y que fuera presidente de Sotheby’s Europa. Es uno de los responsables del cambio de paradigma en el mercado del arte reciente, que significó el encumbramiento de artistas como Basquiat, Jeff Koons y Damien Hirst. LA PROFECÍA DE DANTE ALBERTO GAFFI Vaso Roto España, 2016 114 pp. Obviamente, el tema central de este ensayo es la Divina Comedia y las múltiples claves en torno de sus Cantos pero, también, la figura del gran poeta florentino: el contexto socio–histórico de la Italia medieval, las disputas económicas y las inquietudes espirituales de la vieja Europa, la crisis de los imperios y la afirmación de la burguesía mercantil, elementos que, como decorado, revisten los círculos oscuros que Dante recorre con Virgilio.

F U EG O

EN LIBRERÍAS

L E N TO ×

LA CASA INUNDADA

José Mariano Leyva Literatura Random House México, 2016

Infancia no es Edén ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

S

abemos que los recuerdos pueden tener la consistencia de una taza de té o salir en tropel frente a un pelotón de fusilamiento. Menos seguro es que pueden también servir de asidero cuando la vida se empeña en irse por el desbarrancadero, tal como observamos en La casa inundada de José Mariano Leyva. Estos recuerdos, por cierto, no son edificantes. Leyva ha elegido un ámbito de la memoria al que tenemos un acceso restringido: el de los niños mexicanos que compartieron sus temores y arrebatos con los niños del exilio sudamericano que hallaron refugio en la Ciudad de México y Cuernavaca en la década de 1970. No habitan una sucursal del paraíso sino un terreno donde se libra una batalla contra los apetitos burgueses. De modo que la infancia tiene poco tiempo para el juego y mucho en cambio para iniciarse en las responsabilidades de la vida adulta, sobre todo porque los padres y las madres no son más que proveedores ideológicos, libertarios hacinados en comunas o cambiando el mundo a la hora del desayuno. ¿El cariño? ¿Qué es eso? El cariño está siempre ausente pero no la acción revolucionaria ni la teología de la liberación. Como cabría esperar, no hay nostalgia sino desencanto en la voz del narrador, a quien conocemos en un hotel de Tepoztlán después de un fi n de semana enganchado a la cocaína y el alcohol junto a una modelo. ¿A esa condición ha ido a parar quien se hizo en la escuela de la tolerancia, la libertad de pensamiento y el desprecio al dinero? En el mundo progre en el que le había tocado crecer, los compañeros de ruta eran capaces de abusar de un niño o meterse a la cama de la esposa de su sobrino pero había espacio también para compartir el sufrimiento ajeno. ¿A dónde fue a dar este último reducto del sueño igualitario? Leyva oculta inteligentemente la respuesta y deja a su protagonista intentando corregir las faltas del pasado cultivando el amor de su pequeña hija. La casa inundada admira por la luz impúdica que arroja sobre una franja inhóspita de la memoria pero decepciona porque su escritura no está a la altura de los recuerdos que invoca (cómo que “influenciado”, cómo que “Ninguno de los tres la pasamos bien”, cómo que “La pareja de mexicanos se hicieron pasar por regiomontanos millonarios”). José Mariano Leyva se ha preocupado más por acuñar frases despampanantes (“Somos lo que más nos da vergüenza”) que por pulir y volver a pulir hasta dar con las palabras y el ritmo que trasciendan el mero registro. La decepción crece si caemos en la cuenta de que La casa inundada no es su primera novela. Sí: las pequeñas cosas pueden malograr las grandes historias. L


CINE

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LABERINTO

ESPECIAL

Jorge Michel Grau

“Quería contar una historia claustrofóbica” 7:19 evoca el terremoto que devastó a la Ciudad de México pero también es la metáfora de la desazón en que vivimos ENTREVISTA

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a mañana del 19 de septiembre de 1985, Martín (Héctor Bonilla) y Fernando (Demián Bichir) se encuentran, como todos los días, en la recepción del edificio de gobierno donde trabajan. Un terremoto derrumba la estructura y, atrapados, muestran sus miedos, prejuicios y rencores. En su filme 7:19, Jorge Michel Grau crea una metáfora del pasado y el presente del país. ¿Qué lo hace regresar al terremoto de 1985?

Tengo una afición por escribir historias de personajes en situaciones extremas. Quería contar una historia claustrofóbica, porque además lo soy. La sensación de encierro me aportaba elementos dramáticos interesantes y esto me llevó a pensar en el terremoto de 1985 para hablar de varias cosas. El rodaje no fue sencillo, por momentos sentí que se me iba la respiración porque el espacio era muy cerrado. El guión lo coescribió con Alberto Chimal. ¿Qué le aportó a su idea original?

Aportó intriga. Aunque sabíamos los puntos nodales, él los tejió; le dio forma y vida a los diálogos. Usa el terremoto como metáfora.

Quería hablar de corrupción e incluir comentarios sociales. La metáfora de la película es

HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com

que la tragedia nos está asfixiando. Estamos en la misma situación, vivimos una tragedia de magnitud similar. La única posibilidad de salir adelante es reorganizándonos. Pese a contar con actores conocidos, la película tiene una propuesta arriesgada.

La idea es mostrar cómo el terremoto cambia la vida de esta gente. El plano secuencia inicial dura 7:19 minutos y muestra el fluir natural de la vida y cómo un evento nos obliga a detenernos. A partir del terremoto la cámara es fija y estática. Por otro lado, nos interesaba hablar del destino. Queríamos que el público sintiera el terror de estar en los escombros y no poder salir. Como sucede en Rojo amanecer de Jorge Fons.

siempre y cuando respeten el universo de la película. El coro nos ayudó a extender la posibilidad dramática. En otro plano, la lectura confronta al hombre y su circunstancia.

Quería regresar a lo más básico de la animalidad y a la idea de tribu. Si nos despojamos de la clase social y la educación, somos lo mismo. Los personajes descubren quiénes son a partir de su circunstancia.

Al principio no la tenía en el radar, pero es curioso cómo se fue acercando a esa película. Uso a dos de sus actores. Ambas películas se refieren a un hecho que cambió el perfil político y social de la ciudad, y las dos ocurren en espacios cerrados de la misma zona.

¿No le parece que la ficción cinematográfica tardó en reaccionar ante un tema como el terremoto?

¿Por qué usar elementos teatrales: el coro de voces, por ejemplo?

La ficción cinematográfica nacional no va al ritmo de la historia.

Disfruto trabajar con actores. La apuesta era tener a dos grandes intérpretes que actuaran con los ojos. El director es el arquitecto de la carretera y ellos traen los coches. Me gusta darles libertad

HOMBRE DE CELULOIDE

Quizá porque era una herida abierta. Conforme avanzó el tiempo sucedieron cosas muy importantes y los cineastas le pusieron foco a los temas inmediatos. El terremoto es más que la caída de los edificios, es algo más amplio.

El público está acostumbrado a ver melodramas televisivos. Una película que te obliga a pensar o ponga en cuestión tu conocimiento da flojera. Apenas ahora está cambiando con el boom de las series y de los contenidos por Internet. L FERNANDO ZAMORA

@fernandovzamora ESPECIAL

El mafioso honorable

N

o debería sorprender que John le Carré, con casi 90 años encima, siga produciendo historias de espionaje tan redondas como una teoría del complot. Después de todo, conoció la intriga política desde niño y desde adentro. Vivió la guerra, fue diplomático y maestro de Eton, escuela de lujo donde, cuenta Ian Fleming, estudió la prepa el comandante James Bond. Un traidor entre nosotros vuelve a demostrar que la novela de espionaje, esa que si es buena tarde o temprano se convierte en película, tiene aún tela de donde cortar. El siglo XXI, lejos de alejar la necesidad de un héroe, nos ha hecho más frágiles. No solo ha vuelto a la arena de la alta diplomacia la disputa entre Rusia y Estados Unidos; hay linduras nuevas, dignas de personajes de la llamada literatura pulp. Están, para empezar, los narcotraficantes, pero no solo eso: los traficantes de armas, los proxenetas de cuello blanco y los dueños de bancos que lavan lo que, de acuerdo con Le Carré en Un traidor entre nosotros, representa un octavo de la riqueza del mundo: dinero manchado de sangre.

Susanna White ha conseguido salir de la televisión para dirigir éste, su primer largometraje, que cuenta la historia de un mafioso ruso que busca la oportunidad de escapar de sus antiguos jefes. Y ya que hemos llegado a ese momento en la historia en que los mafiosos son primeros ministros, la cosa no es fácil. El Príncipe malo de Un traidor entre nosotros no solo es jefe de la mafia rusa, es un hombre de negocios respetable que cruza las fronteras sin más trámite que mostrar su visa. En esta historia de Le Carré, el Príncipe trabaja para Putin y para la renovada KGB, lo cual no significa por supuesto que los gobiernos occidentales puedan darse baños de pureza. Al contrario, si Putin es el zar de todas las mafias, el jefe del espionaje británico trabaja para él. Lo intuimos desde los primeros minutos de la película. Le Carré sabe que los ciudadanos desconfían más de sus gobiernos que de los matones profesionales, de modo que en Un traidor entre nosotros el héroe es mafioso y el chico bueno, interpretado por Ewan McGregor, es un ciudadano de a pie que, casado con la típica abogada de buenas intenciones,

Un traidor entre nosotros (Our Kind of Traitor). Dirección: Susanna White. Guión: Hossein Amini basado en la novela de John le Carré. Con Ewan McGregor, Stellan Skarsgård, Damian Lewis, Naomie Harris. Reino Unido, 2016.

está a punto de saltar a las arenas de la lucha geopolítica poniéndose del lado de la gente de honor, ese mafioso de antaño que tiene una familia digna de El padrino, regala camellos a su hija y bebe Château Petrus. El asunto es que en una noche de parranda nuestro ciudadano consigue dar sentido a su existencia, confirmar que el gobierno es peor que cualquier mafia y hasta mejorar su vida sexual. Un traidor entre nosotros es una buena película si nos gusta el suspenso, la teoría del complot, las locaciones exóticas, los autos de lujo, las mujeres despampanantes y, en fin, todo aquello que da vida a esas novelas de espionaje que los ingleses saben escribir tan bien. L


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ESCENARIOS

ESPECIAL

La presencia de su ausencia MERDE!

La obra escrita y dirigida por Daniela Arroio y Micaela Gramajo se presenta sábados y domingos en el Teatro Benito Juárez

Los recuerdos son cosa del presente Cosas pequeñas y extraordinarias perfila el mundo interior de una niña que suple la realidad con la fantasía TEATRO

H

ay una obra de teatro para niños en nuestro país que habla a su audiencia de las desapariciones forzadas, de la inseguridad que separa familias, del exilio y lo aterrador que resulta para una niña de ocho años llegar de improviso a un país en el que todo es desconocido, donde no hay un solo amigo, una palabra, algo que esté en su idioma. Cosas pequeñas y extraordinarias, escrita y dirigida por Daniela Arroio y Micaela Gramajo, narra la historia de una familia conformada por una madre editora y un padre fotógrafo que deben huir de su país con su pequeña hija, tras la desaparición, por motivos políticos, del hermano de uno de ellos. La anécdota que plantea una situación cada vez más cotidiana en un México cada día más intolerante y violento contra quienes ejercen la libertad de expresión es transformada por ambas dramaturgas, directoras y actrices, en un montaje que abre espacio al humor, la ternura, el juego y la esperanza. Como si se tratara de algo mágico, cuando el narrador menciona los lugares donde sucede la acción —la recámara de la niña Emma, el croquis de su barrio, el mercado, o la habitación del nuevo país que la recibe—, aparecen proyectados en una pantalla ubicada sobre el escenario, en la que se agiganta, mediante un proyector de cuerpos opacos, la breve y bella obra de arte confeccionada en cartón y papel que los recrea. Los espectadores observan la esquina del escenario que contiene computadoras, cables, proyector y tecnología, desde donde se transmiten imágenes escenográficas que son habitadas por personajes vivos, a quienes se puede ver en el tren, la calle, la escuela, la casa y la nevería, desde la mirada de Emma que, de vez en cuando, clava los ojos en las cálidas letras de su abuela, contenidas en una carta que le regala la comprensión y el amor de su compañera de actividades y sueños. Arroio y Gramajo son integrantes de la Compañía Proyecto Perla, que hace ho-

ALEGRÍA MARTÍNEZ alegriamtz@gmail.com

menaje a Perla Schumazcher (1946–2010), docente, autora y directora argentina, llegada a México a raíz del golpe de Estado de 1976, quien se dedicó a dignificar el teatro para niños desde todas las áreas del arte escénico, con óptimos resultados. La compañía —que cuenta para este montaje con la actuación de Sergio Solís y de Mario Eduardo D’León, también diseñador del espacio e iluminación, así como con el vestuario, la utilería, el arte visual y el museo de cosas pequeñas y extraordinarias de Ana Bellido, y la música original de Jacobo Lieberman— utiliza recursos tecnológicos actuales para interactuar con los espectadores mediante diversos lenguajes artísticos que incluyen el teatro de sombras y la confección de maquetas que cobran otra dimensión sobre el escenario. La experiencia invita a acompañar el asombro, la incredulidad y el desasosiego de la pequeña Emma, que no acierta a comprender por qué se encuentra en una situación nueva que le es difícil asimilar, al tiempo en que comparte su amor por cada uno de los objetos que ha atesorado a lo largo de su vida, testigos de los sucesos que marcan su existencia. El trabajo de la compañía, a partir de una propuesta sencilla en apariencia, encierra un universo complejo de sutiles detalles, que acercan a la protagonista, a sus padres y los espectadores, a un espacio de luz, como el que puede otorgar el dibujo o la sonrisa de una chica desconocida, el nado de una ballena con su cría, o la oportunidad de empezar de nuevo, de construir y de hacer camino. Cosas pequeñas y extraordinarias es una obra que nos rescata del temor y del desconsuelo desde la energía de una niña que atesora recuerdos, que encuentra el significado de cada suceso, se asombra y se comunica abiertamente con un gato. El montaje, que se dirige al corazón sin edad de todo espectador, seguro hace llegar a Perla —donde sea que se encuentre— la satisfacción por la flor que ha dado su ardua siembra. L

BRAULIO PERALTA juanamoza@gmail.com

M

argarita Sanz, te extraño. No tienes idea la de veces que te busco en la cartelera teatral y no te encuentro. Por qué, no sé, pero las obras en las que trabajas se cubren del halo de tu actuación. ¿Será que de repente dejas de estar en un escenario y el teatro se entristece? Igual me pasa con Rosa María Bianchi. Desde que las vi por primera vez en In memoriam, de Héctor Mendoza, Rosario la de Acuña era inmortal en su voz y cuerpo. Bailaban, cantaban, actuaban como hermosas mujeres que brillaban incluso en la oscuridad. No está de moda hacer loas a las actrices de este tiempo pero me importa un bledo. Son la presencia con su ausencia. Margarita, la sutileza de tu trabajo es de una magnitud que despierta conciencias aun en almas dormidas. ¿Qué pasa, Margarita, por qué no trabajas en los escenarios? ¿Ya no hay papeles para ti, Rosa María, excelsa mujer que puede transformarse con Veronese en Mujeres soñaron caballos? ¡Qué no las desaparezca la televisión! (en Wikipedia apenas aparece su origen, el teatro). Pertenecen a una generación de actrices que podían dominar la escena como si fueran las únicas capaces de iluminar con su arte histriónico ese espacio vacío que, con ustedes, cobraba dimensiones dionisiacas. Igual que Julieta Egurrola, Luisa Huertas, Ana Ofelia Murguía y Angelina Peláez. ¿Qué hicieron de ustedes los directores del teatro mexicano que las extinguieron en las sombras de compañías sin rumbo para el actor? Mala época para mujeres con carácter que, como ustedes, serían capaces de ofrecernos los frutos de la tierra y los excrementos del alma. “Actuar es reaccionar activamente a estímulos ficticios”, decía Héctor Mendoza. Y tú, Margarita, hacías con los dones del sueño de tu mente que la realidad fuera tan procaz y lúdica, tan etérea y oscura como esa mancha que cubre de ilusiones a un espectador. La bendición de tu risa. La candidez de tu mirada. La sutileza en tu voz. Capaz de romper la rigidez de cualquiera porque tienes la gracia de hacernos reír como si fuera la primera vez. De verdad no entiendo qué pasó. Se decía que eran monstruos que trabajaban por su cuenta, que ningún director podía con ellas. No. En realidad no se atrevieron a irse con los jóvenes que hoy hacen la escena contemporánea. Se quedaron en el confort de la beca estatal. No Margarita Sanz ni Rosa María Bianchi —una señora con distinción y porte de entereza que confronta al dramaturgo más difícil—. Han seguido caminos distintos. Se reciclan y, de vez en vez, aparecen fulgurantes dando clases magisteriales. Regresen. Urgen en un teatro que ha perdido la identidad de sus escasas divas que hacen que la escena tenga sentido. No se pierdan la oportunidad de perseverar para alcanzar. L ESPECIAL

Rosa María Bianchi, Margarita Sanz


VARIA

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LABERINTO

GALI TIBBON/ AFP

El nicho de la vergüenza TOSCANADAS

DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

C

ada año pienso en Ismail Kadaré cuando se comienzan a barajar nombres para el Premio Nobel de Literatura. Hoy también pensaba en él, pero por su novela El nicho de la vergüenza. He aquí que en tiempos del imperio otomano existía en una plaza cercana a la iglesia de Santa Sofía un nicho en el que se exhibían las cabezas cercenadas de visires rebeldes o altos dignatarios caídos en desgracia. El sitio específico era un muro de la Puerta de los Cañones, en ese lugar que quienes han visitado Estambul mejor conocen como el palacio de Topkapi. La cabeza del funcionario en turno no se dejaba a merced de la natural podredumbre. Recibía visitas médicas y cuidados diarios para mantener su aspecto lo más inmutable posible, hasta que llegase una nueva cabeza de otro oficial. Entre otros mimos, estos cuidados requerían una dosis de hielo y sal. En una visita de conservación, Kadaré nos cuenta que “tras echar un vistazo a la cabeza”, el médico “empezó a palpar con sus dedos ágiles primero las sienes, después bajo los ojos y luego la garganta”. Limpia la cabeza con un algodón y le echa cierto líquido en los ojos; al final le da una cachetada que más parece una caricia y le dice: “Una maravilla, has quedado como nuevo”. De cualquier modo de vez en cuando llegaban emisarios del sultán para evaluar el trabajo del médico. ¿Por qué la piel lucía amarillenta? ¿Por qué los ojos se habían podrido tan pronto? En México también conocemos el escarmiento de exhibir cabezas, las más célebres pendieron de la

Ismail Kadaré

Alhóndiga de Granaditas en 1811; las más vulgares aparecen contemporáneamente con mensajes redactados con narco-ortografía. Suponemos, en cambio, que en el nicho de Estambul el mensaje estaría redactado en perfecto turco con primorosa caligrafía árabe. “Esta es la cabeza del visir Bugrahan Bajá, condenado por el Sultán Soberano por haberse cubierto de oprobio en la guerra y ser derrotado por el traidor al imperio, Alí de Tepelena, ex gobernador de Albania”. Las palabras “oprobio” y “gobernador”, que leemos en un texto junto al Bósforo en el siglo XIX, los mexicanos solemos aparearlas con frecuencia en una misma frase, idea, protesta o iracundia. No sería simpático pedir la cabeza de uno de esos pillos en el sentido literal, pero metafóricamente las cabezas caen, ruedan, se cortan. Los judíos han tenido durante siglos la tumba de Absalón para arrojarle piedras;

LO QUE CONTEMPLAS

nosotros nos ajustamos a una piñata o una quema de judas. Junto a la rotonda de las personas ilustres, ya nos va haciendo falta un nicho de la vergüenza, pues así como hay que recordar a los grandes personajes de la historia, también es bueno tener memoria para los villanos. A la rotonda se pueden llevar homenajes, flores y loas; al nicho, piedras, insultos y escupitajos. Tristemente, no habría que hurgar mucho en nuestro pasado para darle al nicho más integrantes que a la rotonda. Así es que vayamos pensando en inaugurar en algún lugar público ese nicho de la vergüenza, o paseo de la infamia. Aprovechemos que ahora tenemos muchas ratas que podrían ir a montar personalmente su vergonzosa condecoración como si fuese estrella de Hollywood. Y da lo mismo, exactamente lo mismo, si el pueblo les paga la condecoración o ellos la costean de su bolsillo. L

ADRIANA DÍAZ ENCISO

adrianadiazenciso@gmail.com ESPECIAL

Esconden la bandera

E

stos días México ha estado presente en Londres con su rostro más triste. También con su rostro solidario. Se cumplen dos años de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, sin justicia y sin verdad. London Mexico Solidarity marcó el sombrío aniversario con una serie de eventos para recordar a los londinenses que México es más que taquerías de lujo, James Bond y jugosos acuerdos comerciales bilaterales. A unas semanas de la publicación por MacLehose Press de The Sorrows of Mexico, de lectura casi insoportable por sus testimonios de la atrocidad en que se ha convertido la cotidianidad mexicana, estas acciones conmemorativas fueron un sumar de voces para decir “basta de impunidad y violencia” a los criminales mexicanos, dentro y fuera del gobierno, pero también para decirle al Reino Unido que la condena a las violaciones de los derechos humanos en México es urgente y debe ser inequívoca, sin sujeción a pactos de conveniencia mutua. Un evento tuvo lugar en el Museo Británico, que a últimas fechas promueve la imagen del México para turistas, explotando

un Día de Muertos donde los muertos son todos colourful, y no seres humanos sometidos a tortura antes de ser arrojados a fosas clandestinas. El museo recibe patrocinio de British Petroleum, cuyas inversiones en México son bien conocidas. En otro foro se proyectó la película Mirar morir. El ejército en la noche de Iguala, de Coizta Grecko, que desnuda el papel de las fuerzas armadas en Ayotzinapa y la mezcla de complicidad, indiferencia e ineficiencia de las autoridades, en un país en el que los familiares de las víctimas tienen que escarbar la tierra con sus propias manos en busca de aquellos que les han sido arrebatados. Leticia Hidalgo, quien entró al activismo por la vía dolorosa de la desaparición de su hijo Roy Rivera, habló en representación del Frente Unido por Nuestros Desaparecidos de Nuevo León. A la barbarie, el FUNDENL opone el testimonio de un bordado. Las madres de los desaparecidos bordan su dolor y honran la vida de sus hijos con las mismas manos con que los buscan. El 26 de septiembre un nutrido grupo de personas nos congregamos a la puerta

Protesta frente a la embajada de México en Londres

de la embajada de México en Londres para marcar el aniversario con las imágenes de los desaparecidos que recorren el mundo. Tras la ya conocida cuenta de los 43, Leticia dijo: “Hemos contado a 43, y son muchos números. Pero no podemos contar 28 mil”. ¿La respuesta de la embajada? Contraria a la conmemoración creativa del bordado del dolor ante la barbarie, decide hacer algo muy distinto con un trozo de tela: advertidos de que estaríamos ahí, retiraron de la fachada la bandera mexicana. Como si con eso se pudiera borrar el crimen, la ignominia, la vergüenza. La puerilidad del gesto es de una brutal coherencia: al gobierno de México no le importan los muertos ni los desaparecidos, y desconoce la solidaridad humana. Lo que le importa es el ocultamiento. Frente a la atrocidad, esconde la bandera. L


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