Laberinto No.695 (08/10/16)

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Laberinto

ENTREVISTA A ANNIE ERNAUX

Virginia Negro p. 04 y 05

UNA CONVERSACIÓN CON JORGE VOLPI

Marcos Daniel Aguilar p. 08

MILENIO

NÚM. 695

sábado 8 de octubre de 2016 FOTO: OCTAVIO HOYOS

LUIS GONZÁLEZ DE ALBA (1944-2016) Rogelio Villarreal p. 06 y 07


ANTESALA

sábado 8 de octubre de 2016

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LABERINTO

Más obras, más negocio

ESPECIAL

AVELINA LÉSPER www.avelinalesper.com

CASTA DIVA

S

i los romanos iban al Coliseo a ver sangre, los new yorkers van a Phillips para ver dinero”, dice Simon de Pury, ex dueño y fundador de la casa de subastas Phillips de Pury en su libro de memorias The Actioneer, editado por St. Martin’s Press (New York, 2016). Las subastas y los precios han distorsionado la compra y venta de arte, lo que se adquiere va más allá de la obra, es valor social, presencia mediática, sostener una puja es un duelo por la nominación de millonario. Simon de Pury, con el descaro de un suizo que trafica arte en New York, cuenta su trayectoria con tanta satisfacción que cae en revelaciones que ponen en su sitio al mercado del arte. Con la autoridad de un insider, da un golpe a los historiadores y

ALFILERES ARMANDO ALANÍS @elsaltillero

académicos del arte afirmando que el concepto de “arte contemporáneo” lo estableció Christie’s con las obras creadas desde los años setenta hasta la fecha para vender más, y que ellos deciden a quiénes deben anunciar como los “grandes maestros actuales”, no hay un análisis de “los valores conceptuales de la obra”, es una decisión comercial, buscan artistas que produzcan mucho y rápido: entre más obra, más negocio. Los maestros impresionistas y anteriores son difíciles de encontrar, lo poco que hay no da para que sobrevivan las casas de subastas, así que lanzan a sus propios valores en sinergia con los museos, porque los directivos han sido empleados de los subastadores. Eso coincide con las últimas subastas de la obra

de Basquiat, encumbrado como “el Van Gogh contemporáneo”. Destroza el misterio del avalúo de la obra, esa demiurga resolución que parece exclusiva de un grupo: lo compran si cuesta más de un millón de dólares. Tal cual, nada de que la trayectoria, el contenido y la

implicación en el arte, es manipulación de lo que significa ser rico y eso es tener un millón cash. Hace énfasis en lo fácil que es adquirir fama comprando una obra en subasta, y que eso cautiva a los ricos que aspiran a ser conocidos por gastar su dinero. El libro está escrito en un tono frívolo, lleno de anécdotas y chismes, con la agilidad que su coescritor William Stadiem imprime en sus artículos para el Vanity Fair, sin el pretencioso academicismo de los libros escritos por curadores y “expertos”, por esa raza que solemniza una bolsa de papas fritas puesta en un pedestal. Lejos de la denuncia, con la jactancia de un vendedor exitoso, dice que la venta de arte es el nuevo casino, la ruleta hace artistas, las apuestas encumbran nombres, en el precio está el arte. L

Los pezones de esa mujer ciegan a los turistas que se acercan demasiado al cuadro. AFP/LUIS ACOSTA

Nos queda el silencio AMBOS MUNDOS

T

ras el golpe en el estómago que acabamos de recibir por la victoria del NO en Colombia, ¿qué es lo que nos queda? Nos queda el silencio, nada más, y la vergüenza de haber creído que éramos más y mejores. Ahora tendremos que bajar la cabeza, derrotados, y regresar a nuestras pequeñas vidas, individuales, y enfrascarnos en ellas. Perdimos la oportunidad y ahora todo es incertidumbre. Como explicó Mario Mendoza en una entrevista: “Si el ejército, el gobierno y la guerrilla pudieron ponerse de acuerdo en La Habana, y nosotros, la sociedad civil, no, quiere decir que el problema somos nosotros, no ellos”. Lo único bueno del NO es que nos abre los ojos: no somos un país sino dos, distintos y enfrentados. La casualidad quiso que yo haya estado toda la semana anterior en Seúl, viviendo de cerca ese hecho extraño y casi inverosímil

SANTIAGO GAMBOA Facebook: Santiago Gamboa-círculo de lectores

de que un mismo país esté radicalmente dividido en dos: Corea del Norte y Corea del Sur. Pero ahora compruebo que Colombia es igual, también está cortada salvajemente en dos mitades, solo que no hay una frontera terrestre que las separe sino un muro invisible en las cabezas. Porque con el NO no solo gana ese país en el que Uribe hizo hasta lo imposible por vengarse de Santos y destruirle su pedestal (hasta que lo logró), sino que gana también el país oscuro y homofóbico de la ideología de género, el de la venganza, el del nacional-catolicismo y el control de la moral. Dos Colombias que se miran con recelo y desconfianza, cuyos héroes, además, se hicieron los de la vista gorda. ¿Alguien oyó decir algo a James o a Falcao sobre el plebiscito? ¿Es que no son colombianos también? El único deportista que habló en favor de la paz fue el gran Nairo Quintana. La incoherencia, de cualquier modo, es palpable. Santos ganó la reelección con el

2 de octubre de 2016 en una casilla de Colombia

clarísimo mandato de llevar a término el proceso de paz con las FARC, y una vez que está hecho, hoy, una mayoría dice NO, y otra mayoría silenciosa, la más grande de todas, ni siquiera se molestó en ir a votar, como si las consecuencias de este plebiscito fueran a vivirse en algún lejano anillo de Saturno. Por lo demás, lo del domingo es inentendible fuera de Colombia, en donde, dicho sea de paso, pasamos de ser el país de moda a ser otra vez la misma nación esquizofrénica de siempre, que ahora todos perciben con inquietud, y que hace sentir vergüenza a quienes se la jugaron por ella, como los países garantes o la propia ONU. Sí, solo nos queda el silencio. L

dirección josé luis martínez s. edición roberto pliego, iván ríos gascón arte y diseño salvador vázquez


MILENIO

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× I R E N E

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ANTESALA

MEDIOIMAGES/PHOTODISC

S E L S E R ×

Ignoro dónde… Este poema pertenece a Tazas vemos, un volumen disponible en www.Amazon.com e inspirado en las figuras que forman los asientos de café

El yo-yo CARACTERES

ÁLVARO URIBE alvuribe@yahoo.com.mx

E Si yo fuese dromedario no tendría sed.

Vicente Huidobro

I

gnoro dónde comenzó la travesía, los desiertos a cuestas con tu única joroba perseverante, y si es verdad lo que un pájaro atolondrado le dijo una tarde al poeta. Pero si tienes sed, pongo ante tus rodillas callosas de tiempo el cuenco de mis manos como dos ánforas de arena.

×EKO×EX LIBRIS×VENUS CLARA Y RIMBAUD×

n el género de los protagónicos, la especie más perniciosa es la del yo-yo. No por nada se la designa con el nombre de un juguete cuya característica principal es la de girar y girar sobre sí mismo. Si el protagónico aprovecha las anécdotas ajenas para narrar una propia, el yo-yo se apodera de la plática para referirse con fruición a su tema único: él. Del concepto o postulado o sonido hueco de “persona” (que en griego antiguo significa “máscara” y en francés moderno, “nadie”) deriva una de sus dos palabras favoritas. La otra, por supuesto, es “yo”. Cuantas veces puede, el yo-yo esboza un autorretrato verbal no solicitado por sus interlocutores. Comienza con la declaración: “yo soy una persona”, seguida de complementos vacuos, si no de perogrulladas, como: “que no se deja engañar por las apariencias”; o bien: “que dice la verdad, cueste lo que cueste”; o con incómoda franqueza fisiológica: “que no puede hacer caca fuera de su casa”. Y si ve que no rechazas sus banalidades, o sea, si no ve que solo por timidez o por cortesía finges interesarte en ellas, el yo-yo extiende su persona a la tuya con formulaciones por el estilo de: “yo no te pruebo un marisco ni de relajo”; o quizá: “yo te duermo ocho horas de corrido cada noche”. Como si te hiciera el favor de comer o dormir por ti. Sobre estos fundamentos generales Bedoyo ha desarrollado varias especializaciones que lo distinguen de otras personalidades yo-yoísticas. La primera de sus conductas especializadas es quizá la más bedoyocéntrica. Apenas traes a cuento a Calero el tuitero, colega de ambos, Bedoyo te interrumpe para establecer: “yo lo conozco”. Si a tu vez le arrebatas la palabra para externar la pésima opinión que tienes de Calero, Bedoyo te reinterrumpe para advertir: “es mi amigo”. Y si entonces le contrarrebatas la palabra para enumerar las canalladas que te ha hecho Calero, Bedoyo te contrainterrumpe para enaltecer los muchos favores que él le debe. Pero si ocurre que, meses después de esta disputa, Calero se ha portado mal con Bedoyo, éste olvida todo lo bueno que había dicho antes y habla pestes de su ahora ex amigo. La segunda especialidad de Bedoyo es el arrinconamiento. Cuando por fin los otros siete comensales se han puesto de acuerdo en abordar un tema común, que además te interesa particularmente, él decide comentar contigo un asunto que no tiene nada que ver. Y si vuelves la cabeza para seguir escuchando a los demás, Bedoyo implacable te agarra el brazo y te obliga a mirarlo a los ojos y a oírlo solo a él. Su tercera especialidad son los obituarios. Siempre que muere alguien famoso, Bedoyo se las arregla para que lo entrevisten o le pidan un artículo y para que al lado de sus palabras figure una foto de él con (o sin) el difunto. Y en vez de aplaudir la vida y obra de éste, Bedoyo recuerda todo lo que él hizo para ayudarlo a triunfar. Te asusta suponer qué dirá Bedoyo el yo-yo de sí mismo, pretendiendo hablar de ti, en el caso muy lamentable de que tú seas quien muera antes. L

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LABERINTO

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Annie Ernaux

“Las palabras son cuchillos”

La concesión del Premio Strega 2016 por su novela Los años ha puesto a la autora francesa en la primera línea de la literatura europea. En estas páginas devela la ambición de su obra, un trabajo paciente de dominio del tiempo ENTREVISTA VIRGINIA NEGRO

L

a neurociencia considera a la creatividad un ars combinatoria que procede de la función del cerebro donde se controla el proceso de los recuerdos. Para generar algo nuevo no podemos prescindir de la memoria. Pero ésta no es un acto espontáneo, sino un ejercicio de concentración que requiere atención y cuidado: una excepción en el trasfondo de nuestras vidas a menudo dominadas por el olvido. Interconectar los recuerdos es un lugar de lucha y de conflicto, de remordimiento, y también un lugar privilegiado desde donde comprender la historia. Annie Ernaux ha hecho de esa operación de evocación el trabajo de su vida. Esta profesora de letras es una apasionada anticuaria de la reconstrucción, que presta sus ojos y oídos a sus lectores para que puedan impregnarse de una cultura y un tiempo. “Durante mi juventud fui una apasionada de la literatura de ficción. Me perturbó descubrir que en las novelas podía entrar la realidad”, confiesa la escritora de origen francés. La memoria se transforma en la mejor herramienta para diseccionar lo real: “Antes de escribir no hay nada, únicamente una materia confusa, recuerdos, sensaciones, visiones… Me impongo encontrar a todo esto una forma. En mi escritura intento ejercer la sustracción, depurar todo: me parece que es la única manera de ser fiel a la historia que debo contar. Mi imperativo es escribe solo lo que conoces”. Su novela Los años acaba de ganar el Premio Strega europeo, en la edición italiana traducida por Lorenzo Flabbi, uno de los fundadores de la joven casa editorial L’orma editore. Los años es un documento político y cultural que corre por dos vías: es un acto de desposesión de los recuerdos, pero con el firme intento de salvarlos. “Cuando descubrí la obra de Annie Ernaux estaba trabajando como profesor universitario en París”, dice Lorenzo Flabbi. “Ella ya era un nombre influyente en Francia. En aquella época el proyecto de fundar una editorial no estaba aún en mi mente, ni siquiera en mis fantasías; yo daba por sentado que una autora de ese calibre había sido seguramente traducida por una de las grandes casas editoriales italianas”. No fue así. Solo algunas de sus novelas fueron traducidas, aunque no las más importantes. Entre las grandes relegadas estaba Les années (Gallimard, 2008). “Años después, cuando con mi socio Marco Federici Solari decidimos fundar L’orma editore, Annie Ernaux fue uno de los primeros nombres que queríamos en nuestro catálogo, junto con el alemán Uwe Johnson y su Jahrestage (Aniversario), otra obra maestra ignorada fuera de los confines nacionales. Solo por traer a estos dos grandísimos autores L’orma editore ya tenía su razón de ser”.

Annie Ernaux es uno de esos misterios del universo editorial: un enorme talento que no termina de arraigar fuera de los Alpes, una de las escritoras más destacadas del último cuarto de siglo, autora de la prestigiosa Gallimard, conocida en el Reino Unido y en Estados Unidos y, sin embargo, aún poco traducida al español. Tusquets publicó algunas obras (Pura pasión, La vergüenza, El acontecimiento y El lugar), la ibérica Cabaret Voltaire hizo llegar La mujer helada, mientras la editorial española Herce trae Los años (2008), pero aún faltan muchos de sus trabajos. Tramas ocultas del mercado literario. En su autobiografía colectiva, Los años, la niñez de la autora se entrelaza con la recuperación económica de la posguerra, la retórica sobre la resistencia, la guerra de Argelia y la sociedad de consumo. Al mismo tiempo, la Annie adulta muestra la Francia de mayo de 1968, la revolución feminista con el divorcio, el aborto, Chirac y Mitterrand, pero también una Europa movida por Gorbachov y la caída del Muro de Berlín, hasta llegar a la invasión de Kuwait y al ataque a las Torres Gemelas. “Quiero incluir en la literatura lo duro, lo pesado y también lo violento que existe en las condiciones de vida y las transformaciones del mundo obrero y campesino que me perteneció hasta la mayoría de edad. Las palabras son como un cuchillo, contienen siempre algo real. Tengo la impresión de que la escritura es lo único que puedo hacer como acto político, y como regalo”. Narrada a la vez en tercera persona del singular y en primera del plural, Los años logra construir una subjetividad múltiple, y hace aflorar una memoria social gracias a su capacidad evocadora, catalizadora de realidades, donde la historia simplemente sucede. Los capítulos son tránsitos tersos de fechas y hechos desde la posguerra hasta nuestros días. De la autora no sabemos casi nada, y al mismo tiempo lo suficiente para poner en escena a la sociedad francesa en su totalidad. Esta escritora demuestra que la autobiografía no es un género literario nacido para contemplarse el ombligo sino un proceso de extracción de un sentido colectivo histórico. “Por esto escribo, para dar existencia a lo que de otra forma se perdería. No es solo una lucha en contra del olvido y la muerte, es más bien una manera de dominar el tiempo. Me interesa que el Yo esté vinculado con un Nosotros, que ahí haya una conexión indisoluble entre individualidad y colectividad a través de la presencia de la historia”, reafirma la novelista. Otro sendero por el cual se encamina el trabajo de Annie Ernaux va en el sentido de “pensar en los demás, haciendo que los demás a su vez nos repiensen”, como ella misma dice. Así, dedica muchas de sus obras a investigar a su familia: la figura paterna (El lugar), la madre enferma de Alzheimer (Une femme), la hermana desconocida, muerta antes de que ella naciera (La otra hija). “Un día acepté abrir esa memoria cerrada a doble candado por la vergüenza, acepté investigar no tanto el tiempo perdido cuanto a la hija de ex obreros crecida en una familia en la cual todos empezaron a trabajar a los doce años. De este modo no solo la encontré a ella, sino también a los cuerpos y a las voces de sus vecinos


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LITERATURA

FOTOS: ESPECIAL

de casa, sus maestros, de toda una sociedad que vuelve a manifestarse en sus hábitos, sus gustos. Esta memoria estaba indisolublemente vinculada a la memoria del mundo de los dominados, que necesariamente reenvía al de los dominantes. Mi memoria me daba acceso a algo más que el discurso intimista y me proyectaba directamente al corazón del funcionamiento de la sociedad”. Annie Ernaux describe, a la vez, el mundo burgués de la Francia capitalina donde vive como profesora y escritora, y el universo de la provincia obrera y campesina donde nació. No ha sido fácil volver a caminar las calles de Yvtot, su pueblo natal en Normandía. Annie Ernaux se sentía invadida por la vergüenza de su origen, y abrazar sus raíces fue un largo proceso: “Es únicamente en la ficción de los libros y de las películas que recuperamos la memoria de golpe, que el pasado resucita y milagrosamente se desata. La vida ignora esta convención literaria. Se necesita tiempo y valor para osar abrir la memoria cuando ésta nos provoca vergüenza, cuando lo que recordamos —las comidas, las fiestas, las palabras y las expresiones, las conversaciones, los gestos y las maneras, las canciones, todo…— se considera inferior, sucio, sin interés, o, mejor dicho, sin valor para el mundo social dominante. Cuando, en el tiempo de la escuela, se percibía instintivamente que hubiera sido mejor describir una tía imaginaria que la real, obrera en una fábrica de mostaza y alcohólica”. Annie Ernaux , también ensayista, está hablándonos de la humildad de los objetos de la casa de la infancia, de las veces que entraba en el emporio de sus padres, ya adulta, ya parte de la elite intelectual parisina, y del embarazo que le causaba el acento pueblerino de la gente, su forma de hablar. Fue cuando su padre murió que Ernaux rencontró a la niña que iba feliz en bici con él a la escuela, y que no veía sus manos callosas de obrero. A partir de este momento la escritora se dio cuenta de que había deliberadamente cancelado su primer mundo: “A menudo el coraje no es otra cosa que la imposibilidad de vivir sin realizar un determinado gesto, y sentía con intensidad siempre mayor que la escritura —deseo y objetivo que me había asignado a los veinte años— no habría sido necesaria, ni habría tenido ninguna justificación si no hubiera sido, por principio de cuentas, una inmersión en lo que había olvidado, en mi primer mundo, para comprender por qué y como lo había olvidado”.

En nuestros tiempos, la función de la memoria está entregada a las manos de las nuevas tecnologías como Instagram, Facebook, el Cloud de Google: grandes almacenes automatizados de recuerdos. Mientras se atrofia la capacidad individual de catalogar las experiencias, la obra de Annie Ernaux es, al contrario, el fruto de un profundo deseo de análisis, de hacer visibles las cosas sin embellecerlas, llegando hasta el fondo más doloroso. Cuando la autora nos explica su proceso creativo, dice: “Siento que solo hay una palabra apta para cada concepto. El reto es encontrar les mots justes. Puedo quedarme hasta meses arreglando un texto, y no permito que nadie lo toque. Es un proceso que empieza con apuntes para aterrizar en la escritura a mano, y solo luego en mi ordenador”. Una labor obsesiva que ocupa casi todo su tiempo: “los únicos momentos en los cuales me quedo tranquila son cuando hago jardinería o voy al supermercado”. Pero ni siquiera esta circunstancia escapa a la mirada atenta de su escritura. Este año, Sentía con intensidad Gallimard publicó en siempre mayor que la Francia su ensayo sobre escritura no habría sido el ritual colectivo de las necesaria si no hubiera compras, Regarde les sido una inmersión en lo lumières mon amour: que había olvidado “El consumismo me aburre, la moda igualmente me aburre, lo que me interesa es observar a las personas que escogen, compran, y haciéndolo muestran mucho más de lo que creen. De alguna forma esta visión ya es escritura”. Gallimard acaba también de publicar su última novela, Mémoire de fille, donde, 50 años después, Annie Ernaux cuenta su primera experiencia sexual, revelando las dificultades de ser mujer tanto ayer como hoy. Es el verano de 1958 en Normandía. Annie Duchesne no tiene ni 18 años, y es su primera vez sola fuera de casa. Ignorante de la vida y ávida de libertad, sueña su primera historia de amor. Todo se hará realidad, pero de una forma diferente a la esperada. Annie pierde la virginidad con H., el monitor de la colonia de verano, un hombre mucho mayor que ella. Memoire de fille es el testimonio de una noche que tendrá repercusiones violentas sobre su cuerpo por más de dos años. En la novela la escritora nos presenta a esta joven y nos cuenta la vergüenza, el deseo, la con-

dición femenina. Ernaux es una autora con la A mayúscula, que nunca disimula su lugar de enunciación, declaradamente feminista (“¿cómo es posible no serlo?”, dice) y que rescata el género autobiográfico, a menudo despreciado como literatura de escaso interés: diarios de amas de casa. ¿Cómo ha cambiado la sociedad en este medio siglo que nos separa de la joven de 18 años en el pueblo de S dans l’Orne? ¿El mundo es aún tan discriminatorio, violento e injusto? Los números hablan: en Francia desde enero han muerto más de 70 mujeres; casos que han pasado desapercibidos, indiferentes para la opinión pública. La civilizada Europa no está libre del feminicidio. Además de la violencia puramente física, existe la discriminación diaria; la presencia en lugares de poder y de reconocimiento de las mujeres sigue siendo mucho menor que la masculina. Las que sí logran llegar a realizarse siguen marginadas, a menudo tachadas de poco creíbles, de ocupar su posición ilegítimamente. Édith Cresson, la única mujer que ha sido primer ministro de Francia, decía: “Si un hombre grita frente a la Asamblea Nacional es un gran orador, si lo hace una mujer, es una histérica”. La normalidad implícitamente reconocida del poder masculino está presente hoy como ayer. Annie Ernaux habla de esta macabra realidad citando el caso de Marie Trintignant, asesinada a golpes por su marido, el célebre cantante Bernard Cantant: “Ninguna mujer, de ninguna clase social, está libre de la violencia”. La novelista se dice preocupada por la nueva oleada conservadora en su país: “Políticas que invocan la ‘tradición’ o ‘un orden natural’, que van en contra de las mujeres y de los migrantes y homosexuales. Los logros existen pero son frágiles, están continuamente en peligro”. Un eslabón de intolerancia que ofrece a diario nuevos ejemplos, como la polémica francesa sobre el burkini: “la prohibición de ponerse este tipo de bañador impuesta por alcaldes y políticos —casi siempre hombres —, que utilizan también el argumento del feminismo, es engañosa”. El engaño, revela la escritora, “es que debajo de esta supuesta defensa de la libertad individual está la batalla por el control del cuerpo de las mujeres”. Una batalla que coincide con el origen de la historia de la humanidad misma, y que continúa en 2016. “No puedo generar obras escritas para guiñarle el ojo a la opinión pública. Este no debe de ser el fin de la literatura, como ha intentado hacer, por ejemplo, Houellebecq con Sumisión, a quien he decidido no leer más por cómo trata al cuerpo femenino”, declara. Para Annie Ernaux legitimar la experiencia individual y aprender de la complejidad de la experiencia colectiva son estrategias fundamentales contra la opresión, maneras de deconstruir estructuras sociales erradicadas como el patriarcado. Transformar la dolorosa intimidad en una cuestión pública nos confronta con el re–sentir, con el escoger qué volver a vivir. Desvelar (se) este proceso de deliberación empodera a quien lo hace tanto como a quien lo comparte. Expresar la propia presencia es la primera forma de resistir, y lo personal sigue siendo político. Compartir la historia singular es un mecanismo de solidaridad que nos acompaña en el viaje de devenir lo que somos, que Annie Ernaux ejerce maravillosamente a través de las palabras. “Siempre quise escribir como si no fuera a estar cuando publicaran lo escrito. Escribir como si fuera a morirme y ya no hubiera jueces. Aunque es posible que sea una ilusión creer que el advenimiento de la verdad depende de la muerte”. L


LABERINTO

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FOTOS: ESPECIAL

En su celda

Con Raúl Álvarez Garín en Lecumberri

Al momento de su detención el 2 de octubre de 1968

En Lecumberri

Luis González de Alba (1944-2016)

Hallarás otras tierras...

Recordamos al líder del movimiento estudiantil de 1968, al divulgador de la ciencia, al periodista y novelista, al rebelde e insurrecto, con este retrato dibujado desde la atalaya privilegiada de la amistad ROGELIO VILLARREAL

L

A René y Alberto

uis sabía que algo no encajaba bien, pero no sabía exactamente qué. Las mujeres hermosas le gustaban pero no tanto como para cortejarlas. Un poco tarde, ya frisando los 20 años, se dio cuenta de que eran los hombres los que le atraían. En Lecumberri, donde había tiempo para leer y escribir, tomó cursos de idiomas y de música. En una de las muchas sobremesas que hicimos en el Recco y en el Salón del Bosque —de Guadalajara— Luis nos contó de una muchacha muy guapa que acompañaba a un profesor a dar clases en el Palacio Negro, y que una vez se sentó en un mesabanco delante de él. Ella vestía una blusa que dejaba al descubierto la espalda, cubierta de finos vellos en su parte más curva. Luis, más juguetón que coqueto, pasó el dedo índice suavemente por la sinuosa línea y sintió cómo de inmediato la piel de la mujer se erizaba. Ella volteó a verlo, un tanto sorprendida, pero le sonrió. Con la complicidad del profesor, a la siguiente clase le pidió a Luis que se quedara, esperó a que todos salieran y entonces cerró el salón con llave. Ahí le hizo el amor: ella a él. Luis disfrutó esa experiencia, pero aún no conocía el amor ni el sexo con hombres. En Lecumberri conoció a un preso común, Pepe, con quien vivió un romance que no pudo concretarse. Hablaban en los patios y a través de las rejas. Luis le contaba lo que había pasado en Tlatelolco y sobre el movimiento estudiantil, y que escribía una crónica sobre todo eso a la que titularía Esos fueron los días, como la canción que cantaba Mary Hopkin, aunque al final se llamó Los días y los años, publicada en 1971. Aunque

Pepe tenía novia, se enamoraron. Luis narra esta historia como pasó en realidad en Otros días, otros años, que vio la luz 37 años después —en 2008—, pues se la había contado a Manuel Puig y éste se basó en ella para escribir El beso de la mujer araña, donde el preso común es un travesti y el heterosexual un preso político. A Luis nunca le simpatizaron los gay afeminados y que se hablan en femenino —las locas—, decía que eran un estereotipo grotesco de ciertas mujeres. A Luis le gustaban los hombres guapos y de buen cuerpo. Nos hacía reír cuando contaba de los hombres sapo que iban a los baños de vapor: ventrudos, con las piernas delgadas y separadas y una papada que parecía la de un batracio. Él se sabía atractivo y desde que decidió vivir plenamente su homosexualidad nunca tuvo problemas para ligar. En bares, en la calle, en los oscuros pasillos de los cines, en los baños públicos y hasta en los camiones, como le sucedió una vez en El Cairo. Salió del hotel vestido con unos vaqueros y una camiseta y tomó un autobús, que venía atestado de puros hombres. Se abrió paso y se hizo un lugar; se agarró del tubo y en ese momento sintió cómo varias manos empezaron a acariciarlo, al principio discretamente, muy pronto con lujuria voraz: el pecho, la cintura, las nalgas, la bragueta... Él simplemente se dejó hacer un rato hasta que se dio cuenta de que otros hombres lo miraban con furia, y sintió miedo. Con la camiseta desgarrada se dirigió hacia la puerta y saltó del camión, feliz y sudoroso.

La fisonomía de Luis respondía al tipo mediterráneo. En Atenas pasaba por griego y por turco en Estambul. Podría haber sido judío o un andaluz. Cuando National Geographic lanzó el Proyecto Genoma Humano Luis solicitó el kit y lo devolvió con el hisopo ensalivado para analizar el ADN y conocer su historia genética. Amante de la Grecia clásica y de sus enormes aportaciones al pensamiento y el conocimiento científico, pero también de la Grecia pobre, de callejones estrechos y cafetines modestos antes de que la globalización los sustituyera por fríos Starbucks, Luis se sintió feliz cuando los resultados del Proyecto confirmaron que sus ancestros provenían de aquella región del mundo. De visita en Guadalajara, Héctor Villarreal y yo brindamos con Luis en esa ocasión con un tequila helado en la casa de Chapalita donde vivía entonces, en la calle 12 de Diciembre, of all names. Esa pasión por Grecia lo llevó a aprender a bailar el jasápiko, una danza entre dos o más hombres con pasos y movimientos complicados, y a abrir un restaurante griego en la avenida Insurgentes de la Ciudad de México, e incluso a fabricar retsina casera con vino barato —Padre Kino— y resina de pino, que le daba ese sabor característico y que vendía a otros restaurantes. Poco después de los 20 años leyó a Kavafis —prefería escribir su nombre con k—, el melancólico poeta griego que lo acompañaría siempre y del que tradujo algunos poemas, como ese que siempre lo hacía llorar: “La ciudad”. Luis


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DE PORTADA

OCTAVIO HOYOS

fue uno de nuestros “raros”, como le dijo Aurelio Asiain hace años, por su literatura procaz y confesional que escapa al encasillamiento. Las comidas con Luis eran muy divertidas y nunca faltaban anécdotas que contaba sin el menor recato. Cogidas, mamadas, acostones en lotes baldíos. Amores fugaces y amores que parecían eternos. Muchas de ellas las contó profusamente en sus libros, pero escucharlas de viva voz nos convertía en cómplices de tan obscenas andanzas. Federico Landeros, mesero del Salón del Bosque y lector de Luis, se acercaba cada tanto a ver qué se nos ofrecía y a sonreír ante nuestras carcajadas. Verlo y escucharlo presumir jocosamente de que sus venidas eran tan abundantes que chorreaban de semen las vestiduras y el parabrisas del coche cuando se la jalaban no era lo que otros esperarían de un célebre y carismático líder del 68. Desde luego, no todo era frivolidad, también hablábamos de política, de ciencia, de historia. Compartíamos nuestra simpatía por Israel y hasta nos habíamos convertido en una especie de cofradía sefardita, al fin y al cabo descendientes de los conversos que llegaron durante la conquista a poblar Los Altos de Jalisco, algunos pueblos hoy sinaloenses y la capital del entonces Nuevo Reino de León. Uno de sus sobrinos, el más querido, se fue a Israel, se convirtió y allá hizo el servicio militar. La última pregunta que le hice a Luis fue, precisamente, una que tiene que ver con el pueblo hebreo. Le escribí por el correo electrónico la noche del 1 de octubre: “Luis, ¿y cuál es la primera estrella que anuncia la llegada del nuevo año judío?” Ya no recibí respuesta, pero me imagino que habría contestado Venus —que por el brillo parece una estrella—, o Mercurio, con el conocimiento preciso que tenía del mapa de las constelaciones. Además del inglés, el italiano, el francés y el griego, Luis también sabía hebreo —que empezó a estudiar en Lecumberri— y unas horas antes de morir alcanzó a intercambiar mensajes con el pintor Sergio Gutman sobre el uso de bet o vav, como éste me comentó: “Apenas ayer tuvimos una pequeña conversación acerca de cómo transliterar correctamente al español ‘Shana Tova’, si Tova va con b o con v (para mí la letra bet equivale a b, no a v)”. Era un tzadik, le dije a Gutman, un hombre “justo en plenitud”, de acuerdo con su significado en hebreo. Luis González de Alba no cambió de forma de pensar, como afirman muchos de sus malquerientes por su desmitificación y tenaz esclarecimiento de lo que pasó en Tlatelolco; por sus opiniones críticas sobre López Obrador y una falsa izquierda mexicana más priista y populista que democrática; por su denuncia del oportunismo que lucra con la tragedia de Ayotzinapa; por su defensa de Israel ante países enemigos y organizaciones terroristas que no ocultan sus deseos de echar a todos los judíos al mar y que lanzan misiles a la población civil israelí desde escuelas y hospitales. Luis era inmune a la crítica soez y hace años había decidido ya no leer los numerosos comentarios al pie de sus artículos en Milenio y las revistas en que colaboraba, sobre todo en Nexos. Comentarios entre los que proliferaban los insultos, las descalificaciones y hasta amenazas de violación y de muerte. “No sabía que era sionista”, me dijo en 2006, perturbado, un periodista que colabora en La Jornada Semanal, suplemento del diario que Luis ayudó a fundar y que no se molestó en informar de su muerte. A una “filósofa” de sintaxis bovina le llegó a parecer “insoportable este obituario del hombre libre que se quita la vida (Aguilar Camín dixit). González de Alba era sobre todo un reaccionario y un nihilista hacia el final de su vida, sus

artículos contra los padres de los normalistas asesinados en Ayotzinapa o su islamofobia me ponían los pelos de punta y nunca entendí por qué Nexos le seguía publicando tanta estupidez. Que en paz (o como se le de la gana) descanse” (sic). Una escritora de nulo éxito, autoexiliada en Nueva York porque en México le hacían “la vida imposible” Monsiváis y Jesusa, expresa su contento por el suicidio de un escritor que “difama a la CNTE y a Ayotzinapa” (comentarios en sus muros de Facebook). En agosto, Luis me llamó para pedirme que me encargara de la selección y edición de artículos sobre ciencia para formar un libro que publicará Cal y Arena en 2017. A él ya le daba flojera hacerlo, me dijo. Hace unas pocas semanas me llamó de nuevo, esta vez para decirme que quería regalarme una maleta llena de papeles con avances de una investigación sobre sexo y género que había dejado inconclusa y que no pensaba terminar, y unos libros. “Puede interesarle a tus alumnos”, me dijo. “Pasaré por ella el viernes por la noche, Luis”, le contesté. Volvió a llamarme para decirme que ya me había enviado la maleta con un taxista. Así era Luis, pero no dejó de parecerme un poco extraño. Un día antes de mi cumpleaños lo entrevisté en su casa, a propósito de Mi último tequila, libro que salió a finales de 2015 y en el que narra episodios que ya había contado en libros anteriores, pero esta vez con los nombres y los lugares verdaderos. Es su Autobiografía procaz, como reza el subtítulo, y me quedaría corto si tratara de dar cuenta de la riqueza de los en pleno cambio y me puse a revisar una caja detalles, las circunstancias y la historia de un de papeles viejos: el manuscrito (estrictamenhombre entregado al placer del conocimiento, te: a mano) de Los días y los años. Luego ya del amor y del sexo. Mucho de esto nos dio Luis completo a máquina. Está, a mano, en hojas en las divertidas sobremesas del Salón del Bossueltas tamaño oficio y con lápiz el relato de los que. Gozaba cuando nos explicaba cuestiones gritos del Olimpia suplicando “no disparen”... de física cuántica, de historia o de filología. Lástima que se me haya muerto el pendejo del Era un sabio a la manera clásica, y no tenía Búho porque en un debate que tuvimos hace ningún reparo en hablar de su soledad o de la poco en el foro de Nexos, bajo un artículo mío, búsqueda infructuosa de un hombre joven al me exigía admitir que usé, idéntico, en Los que había conocido en unos baños de vapor. días y los años, su relato titulado “¡Batallón Tenía una carnicería en Tlaquepaque, con un Olimpia, no disparen!”, publicado en Por qué socio, le dijo a Luis. Quedaron de verse pero en octubre o noviembre del 70. Luis, por teléfono, días después, le Alegué sin resultado que él y todos dijo que no, que vivía con alguien los del CNH subieron y se encerraron y no quería traicionarlo, a pesar en un departamento del 5o piso que, Las comidas con de que sentía una atracción muy además, mira hacia el interior de Luis eran muy divertidas fuerte por él: “Es mejor que ya no la unidad y no a la plaza. A puerta y nunca faltaban te vea”, le dijo al joven carnicero. cerrada y dos pisos arriba, con el anécdotas que contaba Pero ese alguien se fue y Luis se estruendo de la balacera, le habría sin el menor recato quedó solo. Meses más tarde recordó sido imposible oír ese grito. Yo fui al carnicero y decidió buscarlo. detenido en el 3er piso y gritaban Encontró el establecimiento pero junto a mí, desesperados. no al joven socio. Preguntó por él. Se fue a Los “¿Qué te cuesta, Luis? No te pido nada sino Ángeles, le dijo la cajera. Luis trató de averiguar que admitas que usaste mi narración de Por más, pretextó que era reportero de un diario. qué y no me diste crédito. Ahora me lo das y Lo miraron con desconfianza y el dueño salió ya”. A lo que varias veces repliqué lo mismo: para amenazarlo con llamar a la policía. Hace mi manuscrito lo sacó Elena P de Lecumberri doce años ya de esto y Luis vivía solo desde a más tardar en abril de 70 porque en mayo entonces. Una soledad que le pesaba. parió y ya no volvió a la cárcel donde, además, Nos habló de un viaje a Poros, una isla griega, ya había entrevistado a todos. El Búho, necio, donde pasaría una temporada larga. Ya había insistía: “Nomás admítelo y ya... a’i muere, no estado ahí unos años antes y para él era casi el te pido más”. Y yo a lo mismo. paraíso. Un lugar barato, con cafecitos y comida Así que imagínate si se lo presentara en buena y barata, donde únicamente se dedicaba hojas sueltas, a mano y con lápiz... Se murió a leer y escribir —quizá no solo a eso. a tiempo para no darme ese gusto... Además del libro de divulgación científica, Luis Saludos le dejó a Rafael Pérez Gay, de Cal y Arena, otro Luis texto en el que abunda sobre el 68 y Tlatelolco, que saldrá pronto. Creo que a éste se refiere en Una vez le regalé un disco de Morrisey, pero no un correo del 17 de noviembre de 2013. Luis me le gustó. Tampoco le gustaba Queen, aunque sí enviaba un día antes los artículos que publicaría que los amigos de su sobrino Adrián le dijeran al día siguiente en Milenio, para que viera si que se parecía un poco a Freddy Mercury. Luis se le había ido alguna errata o equivocación: González de Alba prefirió despedirse antes de que los achaques lo volvieran un viejo que no Gracias, Rogelio. Ya son las 2 am y estará podría bastarse a sí mismo. Lúcido y bravo hasta subido en un rato, así que no hice el cambio la muerte, estoy seguro de que se fue con una que me sugieres. Me desconecté porque ando sonrisa en los labios. L


LITERATURA

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LABERINTO

OMAR FRANCO

importa. Pero por otro lado vivimos en una época narcisista. Estamos obsesionados con nuestro cuerpo, con la cirugía plástica que transforma nuestros cuerpos y con la exhibición de éstos de forma permanente en las redes sociales. Estos ensayos son una confrontación entre espiritualidad y racionalismo, entre Edad Media e Ilustración. ¿Entre tu padre y tú?

Mi padre, que murió en agosto de 2014, era católico. Tenía una especial devoción por la Virgen de Guadalupe, con una espiritualidad que le daba cierto consuelo, característica que no tengo. Desde los 15 años soy ateo y no creo en la vida ultraterrena. Lo único que tenemos es la vida y hay que tratar de llenarla y disfrutarla al máximo. Desde que murió mi padre, quería escribir sobre él a manera de homenaje, y escribí estos ensayos en torno al cuerpo. También porque creo, a diferencia de él, que creía en el cielo y en la salvación divina, que la pequeña inmortalidad radica en que todas las personas habitan en nuestro cerebro, de manera que cuando alguien muere, sigue viviendo en nuestro cerebro mientras sigamos pensando y dialogando con él.

Jorge Volpi

“Pareciera que el cuerpo no importa”

Examen de mi padre, diez ensayos con perspectivas anatómicas y políticas, es el corazón de esta entrevista que arriesga además una opinión sobre el México sangriento de nuestros días ENTREVISTA MARCOS DANIEL AGUILAR

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n su nuevo libro de ensayos, Examen de mi padre (Alfaguara, México 2016), Jorge Volpi se pregunta: ¿pero qué diablos es esa vida interior que se desvanece con la muerte? A lo que responde: “Desconocemos cómo surge la conciencia en el cerebro, qué provoca que en ese torbellino de millones de sinapsis surja de pronto algo, la idea de que somos uno mientras una sutilísima barrera nos separa del exterior, y acaso nunca llegaremos a saberlo. Creyentes y dualistas le confieren esta facultad a un dios… Monistas y ateos nos resignamos a creer que en la materia se halla el germen de nuestro yo”. De las dualidades entre corporeidad y alma nace su nuevo libro de ensayos que pregunta ¿qué han significado la conciencia y el cuerpo humano para las sociedades de Occidente y para la sociedad mexicana? En estos diez ensayos describes la historia de la cirugía y de tu padre a través del advenimiento de la modernidad.

Mi padre era cirujano, tenía una relación con el cuerpo como solo podía tenerla un cirujano para adentrarse en él, arreglarlo, meter las manos para tratar de salvarlo o que viviera mejor. Esa fue su gran pasión y su gran alegría, y marcó una relación distinta con el cuerpo a la que puedo tener yo o cualquier otra persona que no se dedique a la medicina. Eso me sirvió como metáfora para hablar de la historia de la

cirugía y cómo ese tratamiento del cuerpo se volvió algo científico, la obsesión humanista que inauguró Ambrosio Paré en el siglo XVI. Hay pocas referencias literarias. Hay, en cambio, ideas simbólicas en torno a las partes del cuerpo, al peso que han tenido en nuestra cultura, y a la manera en que esas partes tenían relación conmigo y con mi padre. Y utilizas las metáforas sobre el cuerpo para hablar sobre cómo tratamos el cuerpo en México.

Llevo la historia de la cirugía hasta esta época en que vemos a una gran cantidad de víctimas. Tenemos cuerpos sin historia, enterrados aquí y allá sin saber quiénes son, o bien tenemos historias sin cuerpos como el caso de los jóvenes de Ayotzinapa, a quienes no se les puede enterrar porque el cuerpo no existe. Esa es la dinámica de estos ensayos: la relación con mi padre, la relación de mi cuerpo con mi padre y conmigo, y a partir de ello pienso en cómo es el México que él imaginó, el México que quería entregarnos a nosotros y el México que le estamos entregando a los más jóvenes, un México muy desesperanzador. ¿Nos volvimos indolentes ante el dolor, ante los cuerpos desaparecidos o mutilados por el crimen?

Creo que por un lado tenemos esos cuerpos sin historia, esas historias sin cuerpos, esos cadáveres que abundan y que convierten a México en un cementerio y que hacen pensar que el cuerpo no

Examen de mi padre llega en un momento en que también has perdido a uno de tus colegas y amigos más queridos: Ignacio Padilla

Cuando murió mi padre, empecé a leer libros de una tradición que es muy poderosa en la literatura universal: los libros sobre pérdidas. El tema le obsesionó a Nacho Padilla y, de hecho, el último curso que dio en la Universidad Iberoamericana fue sobre las pérdidas de padres e hijos. El último libro que alcanzó a revisar en su curso fue justamente éste, que leyó en manuscrito. No deja de ser una coincidencia un tanto triste la manera en que éste es un libro sobre un duelo que terminaba con la publicación de un libro y justo se publica cuando estoy en medio del duelo por la muerte de uno de mis amigos más cercanos. En 2009 publicaste El insomnio de Bolívar, en el que tratas la realidad mexicana de la década de 1990. En Examen de mi padre hablas de la reciente política xenófoba de Estados Unidos, de la guerra contra el crimen. ¿Cómo ves el México de los últimos 25 años?

La realidad mexicana ha empeorado drásticamente. Regresé a México en 2006. Tomé la dirección del Canal 22 en 2007, y el México que nos ha tocado vivir es consecuencia extrema de la guerra contra el narcotráfico, de la violencia desatada a partir de ese momento, de la acumulación de miles de muertes y miles de desaparecidos. Todo esto coincidió paradójicamente con el momento en que volví a ver a mi padre, que después de ser un hombre de una enorme vitalidad y lleno de intereses estaba en una etapa depresiva. Hubo esa época muy compleja que va de 1988 al año 2000. Esos doce años fueron el canto del cisne del PRI hegemónico, golpeado por el fraude electoral de 1988, por el alzamiento del EZLN en 1994, por la crisis económica. Y luego está el año 2000 como esa gran oportunidad que desperdiciamos para transformar las estructuras del país y de convertirnos en una democracia que funcione. Y dejamos ir esa oportunidad en medio de reyertas anodinas y absurdas durante el sexenio de Vicente Fox y, sobre todo, a partir de la confrontación entre Andrés Manuel López Obrador y Felipe Calderón en las elecciones de 2006, y el lanzamiento de la guerra contra el narcotráfico y su consecuencia: la descomposición del país. L


MILENIO

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× A

TODOS LOS DÍAS SON NUESTROS CATALINA AGUILAR MASTRETTA Océano México, 2016 249 pp. En su primera novela, la directora del filme Las horas contigo narra el desencuentro de una pareja después de una boyante relación. El problema es que pertenecen al mismo universo: el del cine. ¿Cómo reconstruirse cuando uno y otra se mueven por los mismos ambientes, cuando comparten los mismos códigos? Con el sello de la generación nacida en la década de 1970, Todos los días son nuestros concede una visión fresca de los amores desdichados. UNA VOZ ESCONDIDA PARINOUSH SANIEE Salamandra España, 2106 272 pp. Calificada por sus críticos como una “mujer valiente”, la escritora iraní ahora le da voz, paradójicamente, a un niño que decidió hablar hasta los siete años. A Shahab, por ello, lo tildan de tonto. Al ser presa fácil de gente abusiva, su madre sufre por él. Cuando Shahab toma conciencia de ello, empieza a cometer actos violentos apoyándose en un par de amigos imaginarios. Se anuncia basada en hechos reales. CAPITALISMO GORE SAYAK VALENCIA Paidós México, 2016 232 pp. ¿El Primer Mundo tiene aún algo qué decirle a los países tercermundistas? Nada, sostiene la investigadora tijuanense en este ensayo que dibuja el rostro necrófilo del capitalismo, ya no una opción sino un sistema que se alimenta de la violencia. La elección pasa ahora por los discursos “periféricos”, los que vienen del feminismo y sus satélites, ocupados en construir una suerte de “contraimperialismo igualitario”. SMART FRÉDÉRIC MARTEL Taurus México, 2016 408 pp. Partiendo de la sospecha de que Internet no es el mismo en China que en los países árabes, en Cuba o en Tokio, Martel lleva a cabo una investigación sobre el poder de las identidades en ese poderoso medio de comunicación. El mayor de sus aportes es la refutación de la idea de que Internet ha emparejado al mundo. En realidad, no ha hecho más que acentuar las fronteras y erigirse en sello de diferenciación nacional. UN PIE EN EL RÍO. SOBRE EL CAMBIO Y LOS LÍMITES DE LA EVOLUCIÓN FELIPE FERNÁNDEZ-ARMESTO Turner España, 2016 332 pp. A pesar de los apellidos, el autor de este libro es un historiador inglés. Por sus variados intereses se le ha calificado como un “historiador disperso”, pero ha aclarado que solo se ha ocupado de “la tierra en que vivimos”. Más que dar una nueva teoría del cambio, busca “ofrecer una nueva manera de explicar cómo y por qué cambian las culturas”. Su modo de explicar la cultura es precisamente una de sus aportaciones.

F U EG O

EN LIBRERÍAS

L E N TO ×

CAER ES UNA FORMA DE VOLAR

Karen Chacek Alfaguara México, 2016

Fuera y dentro de este mundo ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

S

i no en la trama, sí ciertamente en la atmósfera —descolocada, hechicera—, Caer es una forma de volar se ajusta al ideal literario de crear agujeros en la realidad a través de los cuales puede filtrarse una cauda de fantasía. No es que pertenezca al género de novelas en las que el curso de los hechos obedece al capricho de la ilusión o el ensueño, sino que al introducir unos cuantos elementos fantásticos logra, paradójicamente, destacar las características más anodinas y pegajosas de la realidad. No es un mérito de poca valía. Karen Chacek ha imaginado una historia de amor entre dos seres insólitos: una vendedora de billetes de lotería —Ela— con el don de la telequinesis y un joven —Mijael— llamado a protagonizar grandes actos, aunque no pase de atender la joyería de su padre. Somos testigos de esa historia una vez que en las primeras páginas atestiguamos la muerte de Mijael. Una pregunta anima a la narradora, también extraordinaria, también afectada del privilegio de la diferencia ya que escucha el llamado de presencias etéreas y puede comunicarse con todo ser viviente, en especial con ratas y ratones: ¿cómo tuvo fuerzas para arrojarse por la ventana si tenía el cuerpo comido por la esclerosis? ¿O es que este último acto insurrecto reveló al fin su naturaleza fuera de este mundo? No hay exageración en decir que Caer es una forma de volar tiene el temperamento de un cuento de hadas, aunque reserve un sino fatal a sus personajes. Ahí están la vajilla familiar suspendida en el aire rosado de una tarde y el murmullo de los insectos que suena como una estampida de elefantes, y también la matrona rusa con aire de sibilina y el viejo trotamundos que sabe descifrar la letra oculta en las vidas ajenas y, por encima de estas apariciones, la pareja de amantes que busca sobreponerse al rechazo familiar, y todo con una escritura llena de imágenes alborotadas y atrevimientos: “Yhadira le había contado que cada uno de los relojes preservaba en su carátula la hora exacta de un buen recuerdo”, “nada nos complace tanto como el que los otros nos cuenten una versión mejorada de nuestra propia historia”. Karen Chacek parece guardar una inquieta simpatía por la madera endeble de la que están hechos sus personajes. Simpatía y, por añadidura, piedad es la respuesta de la narradora a la muerte de Mijael y a la soledad de esa princesa doliente que es Ela. Pero antes que caer en sentimentalismos o complacerse con los extravíos de una generación, ha hecho el esfuerzo necesario para dotar de extravagancia a las cosas simples de la vida y de la muerte. L


CINE

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LABERINTO

ESPECIAL

Fernando Llanos

“Tenemos una enorme capacidad para olvidar” Matria recrea los años en que 100 mil charros se alistaron para repeler una posible invasión nazi ENTREVISTA

D

urante la Segunda Guerra Mundial, Antolín Jiménez, presidente de la Asociación Nacional de Charros, decidió reunir a 100 mil de sus agremiados para combatir al ejército nazi ante una eventual invasión a México. La historia digna de Juan Orol es real y la cuenta el artista visual Fernando Llanos en Matria, laureado documental que se exhibe en las salas nacionales. ¿En qué momento pensó que la historia de su abuelo, Antolín Jiménez, daba para un documental?

El archivo me motivó a hacer la película. En principio me negaba al documental, no creía en el formato, solo me interesaba una exposición o un libro. Sin embargo, después de hacer varias cosas en video comprendí que un documental podría permitirme difundir la historia de mi abuelo. Tengo material para la exhibición, que espero montar en algún momento, y ya publiqué el libro. La película muestra un pasaje relativamente oculto: la presencia nazi en México.

No sé si llamarlo pasaje oculto, o pensar en la amnesia histórica. Somos una sociedad con una enorme capacidad para olvidar su pasado. Tenemos una gran contradicción: alabamos las pirámides o a los aztecas pero

HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com

entendemos poco de esta civilización. En su libro Los nazis en México, Juan Alberto Cedillo cuenta cómo se intentó borrar la injerencia de los alemanes en nuestro país cuando las autoridades descubrieron que eran los malos de la película. Entrevistamos a sobrevivientes del Escuadrón 201 y nos contaron que en principio eran pro nazis. Recordemos que al expropiar el petróleo, el gobierno mexicano encontró en los alemanes a un buen cliente. ¿La relación familiar con Antolín Jiménez no fue un obstáculo para hacer una película equilibrada?

En un principio, quería hacer un homenaje a mi abuelo. Al igual que yo, era un hombre muy inquieto. Pero al descubrir sus claroscuros todo se volvió más interesante porque me permitió nivelar la narrativa. Por un lado, tenemos el relato de una vida profesional más o menos exitosa y por otro el costo personal, que fue altísimo. La imagen de un ejército de estas características es digna de Juan Orol.

Claro, por eso le pusimos Matria y no Charros vs. nazis. Sin duda es algo peculiar y no niego que explotamos la idea en el cartel para despertar la curiosidad. Gracias a que

HOMBRE DE CELULOIDE

pusimos a un charro peleando con nazis fue que Carlos Reygadas quiso verla. Esta es su primera aproximación al cine como creador. ¿Cómo adaptó su experiencia como artista visual al arte de narrar con la cámara?

Fui asistente de producción y había manejado la cámara en algunos proyectos. Soy un artista muy clavado en la forma, de modo que la riqueza visual no representó ningún problema. Las dificultades llegaron con la narrativa porque no tenía idea alguna. No sabía contar una historia, me hablaban del arco dramático y no entendía nada. Afortunadamente conté con la complicidad de Guillermo Arriaga, a quien considero el mejor guionista de este país. Su apoyo fue importantísimo para sacar adelante la historia. Una vez que tuvo la información, ¿qué proceso de investigación iconográfica realizó para contar la historia de un ejército de charros dispuestos a hacer frente al ejército alemán?

Conté con el apoyo de la Filmoteca de la UNAM, Televisa y Clío. Me encontré con mucha gente dispuesta a colaborar, pero también con la negativa de la Sedena, que negó la existencia del ejército de charros a pesar de que está documentada. Quizá ahora no le interesa difundir a un grupo de guerrilleros. No quiso darnos la toma original de los charros marchando por 20 de Noviembre. Al final creo que la película trata de la importancia de cuidar, revisar y compartir nuestra historia. L FERNANDO ZAMORA

@fernandovzamora ESPECIAL

El loco, el malo, la guapa

C

on la imagen de una chica guapa que puede comprar balas, pero no cigarros, comienza la película Sangre de mi sangre, regreso de un Mel Gibson que se resiste a dejar de filmar por más que Hollywood lo aborrece. Razones hay: se pone como león cuando lo detienen borracho, suelta comentarios antisemitas y de pronto… se vuelve cristiano. Pero Sangre de mi sangre funciona gracias a su extravagante protagonista y a otros dos actores. Erin Moriarty es la chica cándida que sabe disparar, preparar heroína y meter en líos a papá. Diego Luna es el malo. Buen malo a quien funciona la carita angelical tanto como el mohín de niño consentido. El loco estelar es, por supuesto, el renacido cristiano: Mel Gibson, un Mad Max que no ha dejado nunca de ser Mad Max. Tres actores en una película que no está mal aunque tengo la impresión de que la única que se dejó dirigir fue Moriarty. Después de todo, Gibson es Gibson y Diego Luna nunca deja de ser él mismo, pero en ningún caso la fuerte personalidad de los actores trabaja contra la trama sencillísima: una persecución. A diferencia de

los complejos estudios psicológicos que el cine comercial suele espetarnos de cuando en cuando, en Sangre de mi sangre los malos son malos y —confirmaría Arendt— más bien banales. Es cierto que tienen recursos: saben disparar, conducen heridos y aman a sus hijos. Aun así, la maldad no los vuelve especiales. Tal vez sea éste el mensaje que confirma Gibson y que tan odioso resulta en un país que, como Estados Unidos, tiende a ver en la maldad un aura de superioridad e inteligencia: ya lo dice Gibson en uno de los diálogos más interesantes: “Estados Unidos está condenado a la destrucción porque adora a los personajes subversivos”. Es cierto. Pero no solo eso. En un momento dado la hija apunta que los subversivos de los subversivos son los mexicanos que siguen cruzando la frontera. No hace falta ser político para estar de acuerdo con Gibson. El gran cine de Estados Unidos está hecho de grandes criminales. Tan sofisticados como el Padrino o tan pobres diablos como este padre dispuesto a dar la vida por su hija metida en líos con un cártel de mafiosos mexicanos. Sangre de mi sangre es una película que sin

Sangre de mi sangre (Blood Father). Dirección: JeanFrançois Richet. Guión: Peter Craig, Andrea Berloff. Con Mel Gibson, Erin Moriarty, Diego Luna, 2016.

grandes fuegos de artificio cumple lo que promete: diversión. Loco y con ilusión de iluminado, Gibson sigue trabajando a contracorriente. Será siempre uno de esos cínicos que ha interpretado antes: el desparpajado Frank que debe emprender la carrera más espectacular en la historia del cine por amor a su amigo en el Gallipoli de Peter Weir o el loco Max quien se lanza a la carretera para acabar con una pandilla de punks. Como Eastwood, Mel Gibson se ha hecho de una imagen que trasciende la ideología y sus ideas políticas. Es un personaje de cine en quien se borran las fronteras entre realidad y ficción. L


MILENIO

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Un perseguidor de campanas Recordamos a Federico Mompou (1893-1987) con una breve imagen de su ciclo para piano Suburbis, que escribió hace 100 años HUGO ROCA JOGLAR hrjoglar@gmail.com

VIBRACIONES

ESPECIAL

F

ederico Mompou siempre odió la palabra compositor: “mi música es la menos compuesta del mundo; todo me ha sido dado”. Lo suyo más bien era la búsqueda de sonidos esenciales, y nunca eran demasiados; solo unos cuantos que encadenaba con pasión delicada —interior, reverente y suave, nunca ruidosa, engreída o tiránica— sin preocuparse demasiado por asuntos técnicos. Inventarles líneas melódicas, llevarlos a destinos previamente trazados, construirles formas concretas o repetirlos, variarlos y mutarlos eran procedimientos que le tenían sin cuidado. ¿Para qué tantas complicaciones?, ¿cuál es el sentido de sembrar distractores en una partitura? Federico Mompou aborrecía cualquier elemento que enturbiara la esencialidad de un sonido. Y cuando decía esencia, se refería a claridad y a trascendencia. Poseía un ideal sonoro absoluto: la campana, su recuerdo más puro y feliz de la infancia. En Barcelona, su abuelo materno —un francés de apellido Dencausse— fundía campanas. “La perfección de una campana radica en su sonido”, le explicaba a su nieto, “debes tañer y escuchar con paciencia las características de cada sonido: su duración, su timbre, su espacio de

resonancia, y dejarlo resonar hasta que se extinga sin ningún tipo de intervención externa”. Federico Mompou hizo música inspirada en las campanas en la que cada sonido tiene la libertad y el tiempo de sonar en todo su valor expresivo, sin obstáculos ni prisas. Es música muy breve, escrita para piano casi siempre, que pide ser escuchada en contemplación quieta e intuitiva. Música callada que a veces da la impresión de ser bellos

DANZA

sonidos, uno tras otro, carentes de dirección concreta, de intervención humana, tal y como sonarían en la naturaleza, durante un paseo, el viento arrastrando piedritas sobre la carretera, el goteo incesante de una cascada y el trino de una calandria. Música de una espontaneidad fresca y brillante que avanza entre ambientes sonoros —el ambiente, para Mompou, es lo único realmente importante en una obra— de una extraña y pasmosa —por momentos

ESCENARIOS

también irónica— profundidad lírica, abstracta y en ocasiones psicológica. En La cegueta —cuarta pieza de las cinco que componen el ciclo para piano Suburbis (1916)—, una mujer camina por la callecita empedrada que la sacará al mar cerca de Las Ramblas. Es vieja. Lleva un bastón de madera con mango de plata. Casi está ciega. Avanza con lentitud determinada, sin trastabillar a pesar de las piedras. El piano ilustra su paso, con cuatro, cinco, seis, siete notas, movimiento a movimiento, no solo el de sus pies lentos: también el de sus manos —en guantes blancos; una firme en el bastón, la otra ligera bailando a su costado—, el de sus hombros —menudos, huesudos, garbosos—, el de su espalda —firme, de rectitud sorprendente— y el de sus ojos —de viveza voraz, de inclemente velocidad—. Hacia el final de la pieza, los sonidos se ensombrecen; un pensamiento triste destempla los nervios de la vieja: agita su paso, encorva la espalda y se tropieza. A Federico Mompou le preguntaron —en 1926, cuando tenía 33 años— sobre su pensamiento musical conciso y breve, que busca con ahínco la máxima expresividad con el mínimo de medios. Su profética respuesta aun hoy, 90 años después, sigue siendo un enigma: “Yo no creo que las obras tengan que ser breves. Yo solo pienso que la extensión es siempre difícil de sostener al mismo nivel de interés, y sobre todo siento que nosotros (preparadores de materias primas) no nos podemos ocupar de la construcción, a menos de contentarnos con hacer casitas de belenes, pero con nuestras piedras; la catedral ya la harán los nietos de nuestra música”. L

ARGELIA GUERRERO

makarova81@yahoo.com.mx ESPECIAL

Tres Quijotes

E

l pasado 2 de octubre comenzó una de las fiestas culturales más nutridas y populares de México, el XLIV Festival Internacional Cervantino, que este año tiene como país invitado de honor a España, la de Cervantes y don Quijote. A propósito de El Quijote, en esta edición del festival tendremos la oportunidad de apreciar distintas versiones y ejecuciones del famoso ballet creado originalmente por Marius Petipa sobre la partitura de Ludwig Minkus. El Ballet de Jalisco presenta una versión que conjuga la interpretación del repertorio clásico con una perspectiva más contemporánea de la puesta en escena, para tener una pieza clásica y a la vez vigente. El Ballet Nacional de España, por su lado, recrea una versión que busca exaltar el sentido poético y con un carácter profundamente español.

Finalmente, el Ballet Nacional de Holanda traerá una versión del coreógrafo Alexei Ratmansky quien, a pesar de hacer un ballet de su propia creación, lo hizo a partir del libreto de Petipa y la reconstrucción coreográfica de Alexander Gorsky; a esto agregó elementos nuevos para “acercarse más al espíritu de la novela en la que está inspirado el ballet”. Hoy, a 400 años de la muerte de Miguel de Cervantes, el personaje de don Quijote sigue representando un referente en el pensamiento humanista, sobre todo del hispanohablante. Nos encontramos con el loco que sueña con la posibilidad de un mundo bueno, confiado en las virtudes del ser humano, desafiante y sin temor de las vicisitudes que el mundo impone. Un loco naufragando en el mar de la razón de una sociedad que ya poco entiende de utopías y bondades pero que no

Escena de Don Quijote a cargo del Royal Czech Ballet

cede ni se da por vencido a pesar de la dureza con la que el mundo, tal y como es, lo golpea. A decir verdad, el ballet Don Quijote recoge poco de esta esencia utópica, pues se reduce un tanto a la narrativa; no abunda en la filosofía humanista del pensamiento de don Quijote. Sin embargo, recrea al personaje entrañable e invariablemente nos

lleva a retomar su pensamiento y modo de ver el mundo. El ballet recuerda al personaje para, aun después de tantos años, encontrar en él respuestas para la humanidad. Ojalá que la pluralidad de Quijotes que se bailarán en el Cervantino derive en la reproducción y difusión del pensamiento del idealista caballero de la triste figura. L


VARIA

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LABERINTO

ESPECIAL

Reputación, reputación, reputación DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

TOSCANADAS

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n el Otelo de Shakespeare, hay una escena por demás dramática y decisiva. Luego de pasarse de copas, de herir a un compañero de armas y de ser degradado por su general, Cassio dice: “Reputation, reputation, reputation! O, I have lost My reputation! I have lost the immortal part of Myself, and what remains is bestial. My reputation, Iago, my reputation!” Es la tercera vez que echo mano de esta cita en las “Toscanadas”. La primera vez fue porque hablaba de los caprichos de los traductores, y mencioné que en la versión de Menéndez Pelayo aparece como: “¡He perdido la fama, el buen nombre, lo más espiritual y puro de mi ser, y solo me queda la parte brutal! ¡El buen nombre, el buen nombre, Yago!”. La segunda ocasión fue reciente. Escribí sobre la repetición como recurso retórico para dar belleza, significado y dramatismo a un texto, y la comparé con la vana repetición como síntoma de un vacío verbal y una carencia de ideas.

Ahora vuelvo al acto 2 escena 3 de Otelo para pagar al contado con la cita de Cassio. No voy a hablar de la traducción ni de la repetición, sino simple y llanamente de la reputación. Y es que no se puede hoy día leer la prensa nacional sin encontrar a otro funcionario público que ha perdido su reputación, que ha perdido la parte inmortal de su ser y todo lo que le queda es bestial. Sin duda los historiadores pasarán a llamar a este periodo como “El sexenio de la corrupción”. Lo curioso es que hasta la rata más ratera se preocupa por granjearse un buen nombre, pero en vez de fomentarlo con nobles acciones y con una honesta aplicación del presupuesto, lo intenta hacer con balbuceos en la prensa, regaños televisivos, demandas a quienes le señalan sus corruptelas y, ya en el extremo del cinismo, diciendo “qué tanto es tantito” o bien, “así somos todos”. Pero si así somos todos, yo me pregunto por qué batallo para pagar la renta y no tengo un departamento en Miami; por qué ando en metro y no en Ferrari.

CAFÉ MADRID

Laurence Fishburne y Kenneth Branagh en Otelo

La gente en puestos de gobierno suele repetirse bíblicamente que “un político pobre es un pobre político” como si fuese una máxima. Y es que en ese mundo, Carlos Hank González ha pasado a ser una autoridad moral. Verdad es que la gran mayoría de los mexicanos se sentiría rica con el salario de un senador o diputado o gobernador o alcalde, pero ellos entienden la pobreza de otro modo. Son tres textos que he dedicado a la frase de Shakespeare, pero son más los que he escrito sobre el tema de la corrupción. Y apenas son nada si los sumo a las miles y miles de columnas que se publican en periódicos, revistas y otros medios; así como a las voces que salen a la calle, a los millones de lectores perplejos e indignados, a los incontables tuits. Y todo para nada, ya que el problema va en aumento. Mejor continúo con Otelo ahí donde lo dejó Cassio, pues prefiero la tragedia bien escrita del bardo inglés, que la bestial tragedia de mi país hecha con mala prosa y peor reputación. L VÍCTOR NÚÑEZ JAIME

periodismovictor@yahoo.com.mx FRANCIS BACON

Bacon atormentado

U

no entra al vestíbulo del Museo Guggenheim de Bilbao y la sensación de haber encogido entra por los ojos y se apodera de la mente. Entonces, bajo enormes cortinas de cristal y planchas de titanio curvilíneas, avanzamos hacia las salas de exposición y, de pronto, es inevitable dejarse sacudir por una sucesión de cuadros existencialistas, mórbidos y retorcidos. Son el reflejo de la soledad y la ira de un pintor atormentado llamado Francis Bacon (1909-1992) y, al mismo tiempo, uno de los legados del arte contemporáneo más importantes. Se exhibe aquí (hasta el próximo 8 de enero) la mayor parte de la obra del creador dublinés para demostrar la influencia de varios pintores españoles en ella. Bacon pasó los últimos días de su vida en Madrid, al lado de su último amor, José Capelo Blanco (a quien extrañamente no acostumbran nombrar en las crónicas de la prensa cultural, donde siempre se refieren a él como “un empresario español”). España era uno de los países que más le fascinaban por sus iglesias barrocas, las corridas de toros, las cuevas de Altamira, Lorca y Buñuel. Solía contar que decidió ser pintor el día en que visitó una exposición de Pablo Picasso en la galería parisina Paul Rosenberg, y que más tarde quedó deslumbrado al recorrer la colección permanente del Museo del Prado. Así que ahora, 24 años después de su muerte, a orillas de la ría de Bilbao, sus cuadros están colgados frente o al lado de los pintados por clásicos como Picasso, Velázquez, Goya, El Greco o Zurbarán. No es que Francis Bacon

Papa Inocencio X

haya imitado o copiado a los españoles que lo marcaron. Observó con detenimiento e interiorizó las obras que le interesaban para luego reinterpretarlas de forma descarnada. Por ejemplo: frente al Cristo crucificado con donante, de Zurbarán, está Tres estudios para una crucifixión, de Bacon, un tríptico de cuerpos abiertos en canal, como si estuviesen destinados a una carnicería. Y más allá, también para comparar, una de las 50 variaciones que Bacon hizo del retrato el Papa Inocencio X, de Velázquez, en donde incorporó un grito de horror inspirado en El acorazado Potemkin. A diferencia de otros pintores, a Bacon no le interesaba captar el perfil posológico de los modelos de sus retratos, sino ahondar en las posibilidades de la figura (sobre todo las deformadas, las retorcidas y el oscurantis-

mo que las envolvía). Por eso no quería que alguien posara ante él: les tomaba una foto y luego recurría ella. A eso se prestaron varios amigos y amantes e incluso él mismo. Pero también algunos rincones de España. De hecho, aquí en el Guggenheim de Bilbao se encuentra la última obra que pintó el artista al que el asma interrumpía constantemente. Se trata de Estudio de un toro, un cuadro de 1991 que recuerda al Minotauro de Picasso: “una suerte de autorretrato final, símbolo de algo eterno o una profecía de su muerte, pues Bacon se identificaba con el toro”, se lee en la descripción adjunta a la obra. Hay en esta exposición, además, una recreación en tercera dimensión del estudio de Bacon: atiborrado de objetos, variopinto y desordenado, era el refugio de un artista con fama de lobo estepario. L


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