Laberinto
RENÉ AVILÉS FABILA Iván Ríos Gascón, Ignacio Trejo Fuentes p. 02 y 09
BOB DYLAN EL TROVADOR
MILENIO
NÚM. 696
sábado 15 de octubre de 2016 FOTO: CORTESÍA TASCHEN/DANIEL KRAMER
Melina Balcázar moreno, José Abdón Flores, Diego José, Carlos Rubio, Rosell, Juan Manuel Gómez, Hugo Roca Joglar, Hugo García Michel p. 04 a 08
ANTESALA
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LABERINTO
MICHAEL OCHS/GETTY IMAGES
Bob Dylan: ¿carisma o escritura? ARMANDO GONZÁLEZ TORRES @Sobreperdonar
ESCOLIOS
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a designación de Bob Dylan como Premio Nobel de Literatura rompe con varias tradiciones en la decisión de la Academia Sueca: quizá la ruptura más importante es que, por primera vez, se reconoce a un artista cuyo instrumento de difusión primordial no es el libro (aun el controvertido premio al legendario político Winston Churchill se atribuyó a sus escritos) sino los distintos soportes de la industria de la música y del espectáculo. Por supuesto, la raigambre literaria de Dylan (comenzando por su pseudónimo) es innegable; sus letras tienen una extraordinaria calidad, intensidad y consistencia; su figura representa, con envidiable lozanía, los ideales libertarios y pacifistas acuñados en los años sesenta, y sus posiciones
ALFILERES ARMANDO ALANÍS @elsaltillero
políticas han sido valientes y de un temperado y congruente progresismo. En lo personal, sus canciones son una de mis compañías más gratas y dilectas. De cualquier manera, con todo y la identificación sentimental, el hecho de que este icono de la cultura pop haya ganado el premio de literatura más reputado me desconcierta, no tanto por cerrazón gremial, ni por la reticencia a incorporar al canon géneros tan antiguos y venerables como la canción, sino porque esta decisión, al tiempo que amplía la apreciación y ensancha el campo de lo literario, también abre resquicios para su mayor banalización. Por un lado, con el Nobel a Dylan se continúa el proceso de nivelar expresiones artísticas que tienen mucho mérito en su ámbito, pero que son difícilmente
equiparables. Por ejemplo, pese a la calidad poética de las canciones de Dylan resultaría desmesurado intentar compararlas siquiera con la articulación, alcance y autoconciencia de la obra de poetas que han ganado el mismo premio como T.S. Eliot o Derek Walcott, por mencionar algunos. Por otro lado, el Nobel a Dylan legitima la alarmante propensión a que el carisma mediático merecidamente ganado en una esfera (el mundo del espectáculo o la política) se vuelva moneda de
Montado en la bicicleta fija, daba la vuelta al mundo sin salir de casa.
René Avilés Fabila LOS PAISAJES INVISIBLES A Rosario Casco Montoya
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cambio en otra, al parecer cada vez más ávida de recibir prestigios ajenos, como la literatura. Sin embargo, quizá mi reticencia más significativa tiene que ver con el soporte: a diferencia de la música de rock que convoca a la comunión gregaria, la escritura literaria convoca al silencio, a la soledad y la empatía crítica del lector. Existen sobrados espacios para celebrar el arrastre colectivo de la música pop, pocos para reconocer la callada introspección de la literatura. L
principios de 1993, René Avilés Fabila me dejó pasmado con una inesperada petición: escribir la cuarta de forros para su novela Réquiem por un suicida, que la editorial madrileña Libertarias/ Prodhufi lanzó en mayo de ese mismo año. Le entregué el texto un par de días después y sonriente, como aparece en todos sus retratos, René me señaló una falta: “¿Y tu firma?” Ahora estaba más estupefacto. ¿Mi nombre en la contraportada de una novela editada en España? Yo aún no había publicado un libro (el primero, Tu imagen en el viento, circuló bajo el sello de Aldvs en 1995) y, a decir verdad, pensé que me tomaba el pelo. René me dijo entonces: “un escritor rubrica sus palabras. Yo no creo en los textos huérfanos y, sobre todo, creo en ti”. Al escuchar aquello comprendí por qué en 1989 aceptó, sin conocerme, leer La mitad de la luna, mi primera novela escrita (y rigurosamente
IVÁN RÍOS GASCÓN @IvanRiosGascon
inédita, como deben ser casi todas las obras iniciales), y me dio un diagnóstico objetivo pero estimulante; por qué me abrió la puerta en las páginas del suplemento cultural El Búho (“¿Solo escribes novelas o también artículos? Dame algo para el suplemento”, así fue la invitación) y también por qué poco después me ofreció formar parte del Consejo Editorial del mismo semanario. Aquellas palabras me aclararon la razón por la que me confió la lectura de Réquiem… en su proceso de creación y tomó en cuenta mis comentarios (nunca desdeñó, ni en broma, una sola sugerencia), y por qué me pediría, también, que escribiera el guión cinematográfico de su novela Tantadel, proyecto que por diversas circunstancias, principalmente el financiamiento, no prosperó. René fue un maestro generoso. Contagiaba un cáustico e inteligente sentido del humor, carácter que no variaba ni dentro ni fuera de la Redacción porque nunca regañaba a nadie,
no imponía castigos, jamás se mostró malhumorado ni ofensivo. A su ingente caudal de amigos se sumaban incontables adversarios pues su deporte favorito era entablar batallas en el mundillo literario de este país tan dado al influyentismo, las tribus, el reparto del poder, el ninguneo. Era partidario de mantener vigentes a las plumas y pinceles de generaciones pasadas, a rescatar a las figuras olvidadas, a los caídos por los días aciagos, y tenía especial predilección por los jóvenes ya que, decía, era fundamental promover a nuevas voces. Quizá por eso se ufanaba de que los editores de El Búho (Jairo Calixto Albarrán, David Gutiérrez y quien esto escribe) fuéramos veinteañeros haciendo el suplemento cultural de un periódico leído, en mayor medida, por la vieja guardia. Fueron diez años de trabajo con René. Una época de bohemia y de tertulia, de aventuras y delirios literarios. Diez años que habrían de interrumpirse tras el cierre de El Búho, quizá su creación más venerada (obtuvo el Premio Nacional de Periodismo en 1991), ese espacio que cada fin de semana provocaba sonrisas o gastritis, entusiasmo o indiferencia, emoción o hasta desprecio y odio ya que el texto editorial no dejaba títere con cabeza. Diez años de amistad que también habrían de interrumpirse y cada quien siguió su rumbo. René se fue pero su obra permanece. Tantadel, La canción de Odette, El gran solitario de Palacio, Réquiem por un suicida. También se queda la película de Gerardo Pardo, De veras me atrapaste (1985), basada en su cuento “Miriam”, y todos sus otros, tantos libros. Y no sé si la muerte puede elegirse en el calendario (bueno, lo hacen los suicidas), pero su partida sucedió en domingo, tal vez su favorito, porque era el día en que El Búho aleteaba sobre los lectores. Adiós, René. Reitero la dedicatoria que aparece en Tu imagen en el viento: fuiste un amigo del alma. L
dirección josé luis martínez s. edición roberto pliego, iván ríos gascón arte y diseño salvador vázquez
MILENIO
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× V I CTO R I A
G U E R R E R O
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ANTESALA
OTTO DIX
P E I R A N O ×
Rompecabezas de mí Este poema forma parte de En un mundo de abdicaciones (Fondo de Cultura Económica, Lima, 2016), un volumen que transforma la escritura en un cuerpo doliente Tropas de asalto adelantadas con máscaras de gas, 1924
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Sabes cómo he llegado hasta aquí? Pasando primaveras y otoños Veranos e inviernos malditos Hundida hasta el cuello bajo las sábanas Encogida en el asiento trasero del auto de mi padre Durmiendo un mes en una incubadora ¿Sabes cómo he llegado hasta aquí? Arrastrándome hacia consultorios Escribiendo y gimoteando como una perrilla pequeña A veces río en invierno En el invierno más oscuro aparece sorprendente una sonrisa En mí O mi gato se posa sobre mi regazo Es así He debido aprender a amar La soledad y las sombras Para poder vivir
×EKO×EX LIBRIS×QUIXOTE REIMAGINADO×
El ojo documental de Otto Dix MIRIAM MABEL MARTÍNEZ
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a visión realista y compleja de Otto Dix, uno de los artistas alemanes más controvertidos e importantes del siglo XX, llega al Museo Nacional de Arte. Otto Dix. Violencia y pasión, inaugurada el 12 de octubre y abierta al público hasta el 15 de enero de 2017, es un recorrido a través de 160 piezas divididas en siete ejes temáticos que nos guían por la mirada de un personaje crucial del expresionismo alemán y de la Nueva Objetividad. Sus grabados tempranos narran plásticamente su experiencia en la Primera Guerra Mundial; sus retratos y autorretratos exhiben su talento formal y su linaje artístico, y funcionan como notas al pie de la historia del arte alemán. Es el caso de Autorretrato con caballete (1926), un óleo sobre madera que alude a Durero. La retrospectiva fue curada por la especialista Ulrike Lorenz, directora del Kunsthalle Mannheim, quien considera que entre las aportaciones de Dix está su genialidad para integrar técnica y discurso. Así, por ejemplo, sus montajes y collages se asumen como gesto y expresión. A lo largo de más de 60 años de producción, Dix hizo de la realidad su tema. Más que retratarla, la desnudó para que otros pudieran contemplarla y sentirla. De esta manera, muestra los cuerpos de las prostitutas como si fueran paisajes, campos bélicos en los que se vive la violencia y la pasión, y sus retratos invitan a explorar los rincones oscuros de nuestra mente. Desde sus primeros dibujos hasta sus últimos autorretratos, como en el que aparece con una de sus nietas al hombro, está presente la dualidad Eros-Tánatos, la muerte que engendra vida y viceversa. Si bien sus grabados sobre la guerra documentan ese horror que parece destruir y rechazar el color, en sus pinturas hace uso del color para destacar la parte sórdida de la cotidianidad, como sus escenas de burdeles y las que captan la tristeza de la gran metrópoli. Dix absorbe, con una crudeza que hoy calificaríamos de “fotográfica”, la energía y la desazón del periodo de entreguerras. Su ojo documental, gráfico, expresivo, gestual, comprende la historia alemana. Siempre observó, a pesar de que durante el nazismo se vio forzado a dejar la academia y a aislarse en su propio país. Su maestría técnica juega con el espectador, usa el collage para plantear la realidad como un montaje de ficción. Más que con afán contestatario o político, su visión estética estaba comprometida con captar la contradicción humana, esa que aún cuesta trabajo ver. L
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FOTO: CORTESÍA TASCHEN/DANIEL KRAMER
Bob Dylan y Joan Baez en el camino de Nueva York a Buffalo, noviembre de 1964
Bob Dylan el trovador La Academia Sueca ha vuelto a sacudir el avispero al concederle el Premio Nobel de Literatura al cantante y compositor Bob Dylan. En la sala de espera dejó al poeta sirio Adonis, a George Steiner, Ismail Kadaré, John Banville y Amos Oz. Laberinto ha convocado a un conjunto de voces para que expresen sus acuerdos y desacuerdos con esta polémica decisión. Hay que decirlo: Dylan ha llegado a la literatura desde los escenarios.
La seducción de lo mediático MELINA BALCÁZAR MORENO
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os tiempos tal vez están cambiado”, ha sido una de las justificaciones que se escucharon por parte de la Academia sueca durante la conferencia de prensa que siguió al anuncio del Nobel atribuido a Bob Dylan. Paradójicas han sido las explicaciones avanzadas para legitimar esta decisión, que van desde evocar a Homero y —más sorprendentemente aún— a Safo, como ilustres ancestros del artista norteamericano, gran continuador y exponente de la también gran tradición de la canción norteamericana, hasta su estatuto de icono mundial. Ciertamente los tiempos han cambiado y han hecho que lo que se espera de la literatura, lo que se piensa, debe modificarse también. Con este premio otorgado a un cantante y compo-
sitor —por más grande que sea—, la Academia sueca parece querer decirnos que la literatura se encuentra hoy en todas partes, menos en los libros y en todos los sitios que difícilmente le son aún destinados. Este premio mediante su supuesta audacia pretende borrar por fin las fronteras entre las llamadas alta y baja cultura, entre lo culto y lo popular, entre la literatura y sus otros. Sin embargo, el aparente coraje de una institución que intenta ser incluyente no es sino conformismo y autocomplacencia. Como lo señalaba ya la polémica en torno a la atribución a Dylan del Premio Pulitzer —destinado originalmente a los periodistas— en 2008, este tipo de gesto que pretende transgredir los géneros es en realidad una forma de autosatisfacción cultural, destinada a mejorar la imagen tanto de quien otorga el premio como de quien lo recibe. Añadiría yo que, en estos tiempos en los que el
populismo impera en el espacio público, este premio ayuda a mejorar también la imagen de quien lee —o mejor dicho— de quien escucha. Se trata, en efecto, del premio de la gente que queda satisfecha con este reconocimiento que se quiere a contracorriente, casi contestatario, y que no es más que una vulgarización de la literatura. La literatura para todos, al alcance de todos y sin esfuerzo. Quizá la Academia del Nobel quería un premio que inofensivamente produjera escándalo, un premio falsamente comprometido, nostálgico de esos momentos en los que tantos se movilizaban contra la guerra que se abatía en un país lejano. En lugar de reconocer la obra de un poeta o un escritor que anticuadamente, podríamos pensar ahora, escribe libros, que además pueden evocar las guerras de hoy, la Academia ha elegido la seducción de lo mediático, ha elegido un icono —por no decir una marca—, ha elegido dar muerte a la literatura, a aquella que no cede al espectáculo, que se interroga, aquella que prefiere el silencio al refrán. L
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DE PORTADA
AFP
Cuando muera, será un tranvía IVÁN RÍOS GASCÓN
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e llaman heredero de Woody Guthrie pero Bob Dylan confesó que sus inspiraciones primigenias fueron Jack Kerouac y Allen Ginsberg. A Kerouac le fastidiaba la comparación con ese cantante folk que, a sus ojos, no tenía nada que ver con la creación literaria y mucho menos con la poesía, filiación que le endilgaron locutores radiales y cronistas. De hecho, el Village Voice de Nueva York fue más allá, porque comenzó a llamarlo “el Brecht del juke–box”. Sin embargo, ¿qué habría dicho Kerouac, cómo habría reaccionado al saber que décadas después Dylan recibiría el Premio Nobel de Literatura? Kerouac, que no era suspirante de premios ni homenajes pero sí un deseoso empedernido de admiración y reconocimiento, seguramente habría protestado con vehemencia por la frivolidad o la irreflexión de la Academia sueca para galardonar a un héroe del Billboard y no a un artista consagrado en cuerpo y alma a la novela, la dramaturgia, el ensayo, el periodismo o la poesía verdadera, aunque las letras del cantante nacido en Duluth, Minnesota, sean un descarnado testimonio de la marginalidad, la melancolía, la nostalgia, la supervivencia inútil en un país rudo, despiadado: “Recuerdo que nos sorprendieron riendo con ojos soñadores/ No atrapados por el paso de las horas ya colgadas en suspenso/ Escuchábamos por última vez, mirábamos con la última mirada/ Hechizados, engullidos hasta el tañido final del bronce/ Que dobla por los dolientes cuyas heridas no tienen cura/ Por los incontables mortificados, ofendidos, perplejos, beodos y aún peor/ Por todos los abrumados que pueblan este ancho mundo/ Y contemplamos las radiantes campanas de la libertad” (“Chimes of Freedom”). Las canciones de Bob Dylan siempre tuvieron correspondencia con los beat . “A Hard Rain’s Gonna Fall” se le compara con el mítico “Aullido” de Ginsberg. El espíritu de Mexico City Blues, Dr. Sax, Los subterráneos y Los vagabundos del Dharma, obras emblemáticas de Kerouac, sobrevuela en los álbumes The Freewheelin’ Bob Dylan, The Times They Are a-Changin’, Highway 61 Revisited, Nashville Skyline, Self Portrait, Slow Train Coming. La canción “Visions of Johanna” es el doble lírico de Visiones de Cody, y no por el título sino por la exploración de lo que queda en las contemplaciones de los muertos, seres errabundos por puentes solitarios, bulevares teñidos de miseria, suburbios en bancarrota con añoranzas del pasado, todo aquello que hay dentro de uno y no se nombra, ni siquiera se conoce, el desorden sensorial, irreparable y sistemático, a la manera de Rimbaud. Bob Dylan le dedicó “Like a Rolling Stone” a Brian Jones. Hay quien dice que esa rola emana del proverbio griego “a rolling stone gathers no moss” y del latín “saxum volutum non obductir musco” (“quien da muchas vueltas no se hace rico”), pero lo cierto es que la composición fue un simple homenaje al único gran amigo que Dylan tuvo de la banda inglesa, esa tribu que posiblemente ahora también esté en desacuerdo con que Bob, el pésimo novelista que mostró ser con la ilegible Tarántula, comparta un sitio con Rudyard Kipling, Rabindranath Tagore, Romain Rolland, Knut Hamsun, Henri Bergson, John Galsworthy, Luigi Pirandello, Hermann Hesse, André Gide, William Faulkner, François Mauriac, y Kawabata, Beckett, Neruda, Canetti, Paz, Coetzee, Pinter o Vargas Llosa. Los puristas podrán decir que este Nobel es un fraude o que la elección fue un capricho de la Academia, pero no podrán negar que al escuchar las fábulas que Dylan relata con su guitarra a su mente llegan las imágenes de ese mundo cruel, impío y desgraciado que se halla tras la puerta. Algunos, también, sentirán que miran un espejo aunque Bob Dylan no sea un poeta y, mucho menos, un prosista. Tan solo es un voyeur, un caminante o un tranvía, como escribió en su epitafio adelantado en un espacio de Tarántula: “Aquí yace bob dylan/ asesinado/ por la espalda/ por carne temblorosa/ que, después de ser rechazada por Lázaro,/ saltó encima de él/ por soledad,/ pero quedó maravillada al descubrir/ que él era ya/ un tranvía &/ ése fue exactamente el fin/ de bob dylan”. L
Carhaix-Plouguer, 22 de julio de 2012
¿Homero, Safo? JOSÉ ABDÓN FLORES
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ow does it feel?, tituló el diario Liberation la noticia de que Bob Dylan era el ganador del Premio Nobel de Literatura 2016. Para muchos, la noticia cayó como balde de agua helada. El de literatura suele ser el más controvertido de los Nobel, el que más reacciones provoca entre la gente y polémica entre los especialistas. Sin embargo, en esta ocasión el fallo de la Academia sueca puso la controversia en su punto más alto al premiar a un compositor y músico, y no propiamente a un autor. La secretaria de la Academia, Sara Danius, previendo las reacciones, manifestó esperar que la Academia no fuera criticada por esta elección. Enseguida trazó el linaje poético de Dylan hasta Safo y Homero. Por supuesto, las reacciones han sido a favor y en contra. Para Salman Rushdie, ésta es una gran noticia puesto que “desde Orfeo hasta Faiz Ahmad Faiz, la canción y la poesía han estado estrechamente vinculadas. Dylan es un brillante heredero de la tradición barda. Las fronteras de la literatura siguen ampliándose, y es bueno que el Nobel reconozca eso”. Por su parte, el autor de Trainspotting, Irvine Welsh, podría pasar por alguien a quien esta elección le sería afín. No es el caso. Pese a considerarse un fan de Dylan, para Welsh “se trata de un premio que proviene de la nostalgia mal concebida, retorcida en las próstatas rancias de jipis seniles y delirantes. Si les gusta la ‘Música’, lean su significado en el diccionario. Luego vean ‘Literatura’. Después comparen”. Ya el retraso en la entrega, usualmente programada el primer jueves de octubre, hacía presagiar una sorpresa. Las causas de esta demora fueron aducidas a “motivos logísticos y de calendario”. Para el académico Per Wästberg, se debió más bien a un desacuerdo entre los 18 miembros de
la Academia para seleccionar a un vencedor. En cierto sentido las críticas surgidas no son tanto contra Dylan sino contra el comité que ha dejado pasar la oportunidad de premiar a un autor talentoso y poco conocido para dárselo al rockero tal vez más famoso del planeta. El escritor estadunidense Gary Shteyngart, autor de la aclamada novela Absurdistan, escribió ácidamente en Twitter: “Entiendo perfectamente al comité del Nobel. Leer libros es muy complicado”. Algunos medios, como Los Ángeles Times, han calificado el fallo como radical. Para el autor británico Hari Kunzru, “este fue el Nobel más complaciente desde que a Obama lo premiaron por no ser Bush. La gente perdió la oportunidad de conocer a autores como Marías, Ngugi wa Thiong’o, Yan Lianke, Dag Solstad o Dubravka Ugrešic en vez de confirmar su amor por Dylan”. Joyce Carol Oates, una de las constantes en las listas cada año, expresó ambiguamente su sorpresa: “¡Es encantador! Debo decir que ni Philip [Roth] ni yo lo habríamos pensado”. Finalmente, el escritor y miembro de la academia Goncourt Pierre Assouline declaró que “Atribuir a Bob Dylan el Nobel de Literatura es triste. Me gusta Dylan pero no es alguien con una obra. Me parece que la Academia sueca se pone en ridículo. Es un desprecio hacia los escritores. Su nombre ya había sonado estos últimos años, pero eso se tomó más bien como un engaño”. L
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FOTO: CORTESÍA TASCHEN/DANIEL KRAMER
Retorno a Highway 61 Revisited Su narrativa teje lo fantástico con lo real, a partir de figuras simbólicas Para Pablo Mayans que interactúan en un mosaico carnavalesco. El universo de Bob l folk no era suficiente. Un Dylan responde a los planteamientos reclamo tan intenso reque- estéticos que Eliot desarrolló en sus ría de una letra audaz que Cuartetos: una suerte de multirretransmitiera la ironía del ferencialidad en la que conviven el desprecio. Estrechar los secos sonidos culteranismo, los textos religiosos, del ragtime con la cortante inquietud lo popular y los gestos provenientes del rock. Separar los sonidos apren- de una oralidad cotidiana: “Alabado didos e integrarlos bajo una nueva sea el Neptuno de Nerón/ El Titanic poética. Mezclar el impulso salvaje, zarpa al alba/ Y todo el mundo grita / la destreza armónica, el fantasma de ‘¿De qué lado estás?’/ Ezra Pound Dylan Thomas, los libros sagrados, la y T.S. Eliot/ Luchan en la Torre del rebeldía de los beatniks, la agonía del Capitán/ Mientras cantantes de profeta y el despertar de su generación. calipso se burlan de ellos/ Y los Una melodía comenzó a escalar pescadores cuelgan flores/ Entre sobre los acordes del órgano, entre las ventanas del mar/ Donde se pulsiones rítmicas y barullo de gui- deslizan deliciosas sirenas/ Y nadie tarras. Algo resonó en la memoria: debe pensar mucho/ En el Pasaje de la imagen de una hermosa mujer a la Desolación”. quien solía verse como muñeca, dando El análisis literario más importumbos entre amantes ridículos que tante sobre su lírica es Dylan poeta: alentaban el vacío de su vanidad y la visiones del pecado del académico gracia desvelada de su orgullo, como Christopher Ricks, quien enardequien no tiene secretos porque su ció a la crítica por sus intentos de vida le pertenece identificarlo con a todos: “Like a el canon de poetas Rolling Stone”. ¿Qué hace a un poeta anglosajones. Su El folk no era ser aceptado como defensa ayudó a suficiente, tammiembro del clan?: sus promoverlo para poco el rock ni el aportes a la comprensión el Premio Nobel blues. Se trataba de y al desarrollo de de Literatura, que reinventarlo todo. una lengua este año recibe. Una revisión de los Parece difícil que sonidos profundos círculos literarios y de América. Una manera de renunciar académicos reconozcan en Dylan una al portavoz de las buenas conciencias. contribución poética significativa; Por eso la furia, el desenfado y la vo- esto radica en las vías de recepción racidad sonora. de su trabajo y en el debate entre La aparición de Highway 61 Revisited alta cultura y cultura de masas. fue celebrada, pero ha padecido el Si el Nobel sirve para divulgar la estigma de muchos discos de enton- obra de un escritor relevante en un ces: una lectura sesgada por la época momento determinado, entonces jipi y la guerra de Vietnam. Factores Bob Dylan no necesita el premio; condicionantes a la hora de analizar pero si la designación contribuye su influencia. a leer mejor a esa otra herencia En cuanto a lo musical, se perci- poética que el rock ha generado, be una instrumentación que sirve me parece válido y justificable. como eje conductor que representa ¿Qué hace a un poeta ser aceptado y refuta algún estilo, por ejemplo: la como miembro del clan?: sus aportes distribución rítmica del rock and roll a la comprensión y al desarrollo en “From a Buick 6”; el folk revolucio- de una lengua, la inventiva de un nado en “Like a Rolling Stone”; o la universo propio que represente a reinvención rebosante de la balada en la condición humana, una obra “Queen Jane Approximately”; pasando inmersa en el espíritu de su tiempor los destellos de ragtime, cajun, po, la capacidad de asimilar una country y soul. tradición que habla a través de su Su poética goza de una riqueza obra reinventándola. Eliot enfatizó especial, en la que se hallan algunas en su discurso del Nobel: “Cuando variantes que asimiló con la lectura un poeta habla a su propio pueblo, de Auden, Thomas y Ginsberg. Sus las voces de todos los poetas de líneas muestran la cadencia versal y otras lenguas que lo han influido acentual que lo distingue: hablan también a través de él. Al mismo tiempo, él mismo está You’ve gone to the finest school all right, hablando a los jóvenes poetas de Miss Lonely otras lenguas, y esos poetas comuBut you know you only used to get nicarán algo de su visión de la vida juiced in it y algo del espíritu de su pueblo”. And nobody has ever taught you En muchos sentidos, Bob Dylan how to live on the street cumple con estos criterios. Aun And now you find out you’re gonna así, la fama pareciera cuestionar have to get used to it su investidura. L DIEGO JOSÉ
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Con Peter Yarrow y John Hammond en Nueva York, mediados de la década de 1960
El año en que todo cambió CARLOS RUBIO ROSELL / MADRID
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uando a mediados de los años sesenta el fotógrafo neoyorquino Daniel Kramer lo conoció, Bob Dylan era casi un desconocido. Parecía inquieto e intimidado por su cámara. Sin embargo, en el transcurso de un año y un día las cosas cambiaron. Entre 1964 y 1965, Kramer pudo fotografiar a Dylan en su casa en Woodstock, de gira, en sus conciertos y en los backstages, lo que le permitió crear una impresionante colección fotográfica que se ha convertido, con el paso de los años, en un asombroso documento del salto de Dylan al estrellato. En esa colección, que a principios de este año el sello Taschen editó en un exquisito libro para coleccionistas titulado A Year and a Day, que incluye una fotografía autografiada por el propio Dylan, así como 200 imágenes del archivo Kramer, muchas de ellas inéditas hasta ahora, se pueden encontrar momentos impagables, como el mítico concierto con Joan Baez en el Philharmonic Hall del Lincoln Center de Nueva York, las sesiones de grabación de Bringing It All Back Home, el hoy célebre concierto de Forest Hills —cuando la polémica transición de Dylan a la guitarra eléctrica demostró su incansable y críptico espíritu de transformación— o tomas descartadas de las sesiones fotográficas para las carátulas de Bringing It All Back Home y Highway 61 Revisited.
Además, este libro —que se basa en el publicado por Kramer en 1967 bajo el título de Bob Dylan: A Portrait of the Artist’s Early Years— es en gran medida la crónica en imágenes de una época decisiva en la historia de Dylan y del rock and roll, pues incluye escenas con amigos y colaboradores decisivos en su historia creativa, como Joan Baez, Johnny Cash, Allen Ginsberg, Peter Yarrow, Odetta, Les Crane o Albert Grossman. Como recuerda Daniel Kramer, todo comenzó en febrero de 1964, cuando asistió al show televisivo de Steve Allen y vio por vez primera a Dylan. “Solo, bajo un reflector, únicamente con su guitarra, el enérgico sonido de Dylan llamó mi atención, y entonces comencé a poner atención a sus letras. Cantaba acerca de la corrupción y la justicia: el absurdo asesinato de una vieja mesera a manos de un rico e influyente huésped en una fiesta en Baltimore. El reportaje periodístico del asesinato de esa mujer había sido la verdadera inspiración de la canción “The Lonesome Death of Hattie Carroll”, que concluye describiendo el inadecuado castigo para ese crimen: seis meses de sentencia. ¡Seis meses! Pero eso era poesía, una poesía tan buena como jamás había leído, y pensé que era muy valiente al
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DE PORTADA
RICHARD AVEDON
decir esa clase de cosas en un programa de televisión tan famoso y popular”. Más tarde, Kramer viajó a Woodstock, donde Dylan vivía. “Escuché el rugido de una moto en la quietud de aquella cabaña y tras desaparecer en el garaje, un flaquito y desgarbado joven vestido con jeans, botas y una camiseta arrugada se acercó a mí. Los rizos salían del casco, y su débil complexión le hacía parecer de menos edad que los 23 años que entonces tenía. Con el tiempo y los años he pensado acerca de los momentos que pasé entonces con Dylan y parecen revelar una parte esencial de su personalidad. Era evidente que se trataba de un hombre que establecía sus propias reglas y se resistía a ser manipulado. Sabía lo que quería hacer y lo que quería crear”. Tras algunas sesiones y después de compartir un tiempo con él, Kramer se dio cuenta de que Dylan “era un ser mucho más complejo e interesante de lo que había esperado. Bob estaba en un permanente estado de evolución creativa. Y en el año en que lo fotografié, su música y su aspecto cambiaron radicalmente. En ese tiempo optó por la electrónica y, según me consta, no fue en el Festival Folk de Newport, ni en Forest Hill, sino en enero de 1965, en los estudios de Columbia Records en Nueva York, cuando grababa Bringing It All Back Home. Un lado del disco es acústico, y en el otro Bob aparece con una guitarra eléctrica con el grupo. Ese disco se grabó el 22 de marzo de 1965, y a finales de julio de ese año, cuando compuso “Like a Rolling Stone”, una pieza de más de seis minutos de taciturnos e inquietantes versos en medio de un mar de canciones de amor de tres minutos, cambió la manera en que los sencillos iban a ser radiados. Así que todo lo que tenía que ver con Bob se convertía en algo grande. Pero tuve la fortuna de captarlo en ese momento especial, ese año big-bang en que Bob Dylan hizo dos de sus mejores discos, cuando cambió la música y el negocio de la música, y cuando pasó de ser un chico que prometía a una persona que acabó recorriendo un largo camino en el que al final triunfó y ganó, entre otros reconocimientos, varios doctorados honoris causa, once Grammys, un Oscar, un Pulitzer”. Y, ahora, el Nobel de Literatura. Aquella época entre 1964 y 1965 fue decisiva. “Bob me ha comentado que no importaba cuánto trató de ser razonable con los periodistas, los artículos que escribían acerca de él nunca funcionaban y resultaban distorsionados e imprecisos. Por eso es que siempre intentaba responder a sus preguntas de forma que les hiciera ver que eran tontas o naifs. Si le preguntaban, por ejemplo, ‘¿Qué es lo que realmente quieres hacer?’, él respondía: ‘Ir a la escuela, aprender a hacer dinero y tener éxito’. Por eso casi siempre eran los periodistas más jóvenes quienes tenían las mejores oportunidades. Dylan parecía tenerles más paciencia. Una vez, después de un concierto en Princeton, adonde un entusiasta Allen Ginsberg había asistido como fan, Dylan dio primero una entrevista a una estudiante de secundaria y después a un chico que escribía su primera nota para el periódico de su colegio. El chico terminó preguntando cosas acerca de la canción “With God on Our Side”, y le dijo a Dylan: ‘¿Crees realmente lo que dices en esa canción?, ¿crees realmente las palabras que escribes?’ Y Dylan respondió: ‘Yo creo en cada aliento que respiro’, y tras decir esto, abrazó al joven periodista y exclamó: ‘Y creo en cada aliento que tu respiras’. Ginsberg, que llevaba puesta una corona que se había encontrado en el camerino, los abrazó a los dos y gritó: ‘¡Y yo creo en cada aliento que todos respiramos!’ El chico periodista estaba tembloroso cuando la entrevista continuó, y Ginsberg, dándose cuenta, se ofreció a ayudarle quitándole el lápiz y la libreta de las manos y siguió haciendo la entrevista”. Kramer no siente nostalgia, y subraya que Bob Dylan “es tan emblemático como lo ha sido siempre, y sigue dándonos su música con el mismo vigor y creatividad prolífica que en sus primeros años. Su amor por la música, su admiración por los cantautores que lo precedieron, siguen intactos”. L
Nueva York, 1963
En la mirada de Richard Avedon JUAN MANUEL GÓMEZ
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uando Bob Dylan cumplió 60 años, lo celebró con un estupendo disco, quizá el más grande de su carrera, con un sonido depurado y mucho blues. Se trata de Love and Theft. Cuatro años antes, a propósito de una fotografía tomada por Richard Avedon en 1997, declaró: “Sigo siendo la misma persona. La música que escucho también es la misma: una larga lista de gente que ya no está con nosotros, ¿entiendes? Esta gente que llegó primero, que fue la clave de todo. Fue una larga odisea interior llegar hasta ahí”. Y vaya que fue larga. Comenzó en 1963 cuando un muchacho de complexión bastante menuda, vestido con botas y una camisa a cuadros se paró frente a menos de 100 personas en el Carnegie Hall de Nueva York. Tenía 22 años. Llevaba una guitarra y un dispositivo de metal que sostenía una armónica a la altura de su boca. Cantó con una voz nasal y desentonada, sin ninguna modulación, canciones que nadie conocía, de una complejidad rayana en el sinsentido surrealista, como “A Hard Rain’s a-Gonna Fall”. Ese día, el fotógrafo de moda, Richard Avedon, le tomó el primero de los tres retratos que publicó la revista Granta apenas arrancó el siglo junto a un comentario de uno de sus editores, Mark Holborn. “El 4 de noviembre de 1963, Avedon fotografió a Dylan en la 132nd Street y East River en Nueva York. La cara de Dylan era muy joven, su cabeza estaba inclinada y sus ojos delineados. La hebilla del cinturón que sostenía unos pantalones de mezclilla holgados formaba una ‘d’ larga. Una pluma sobresalía de la bolsa de la camisa. Sus botas se veían muy usadas, tal como el estuche de su guitarra. Este era Dylan en su primera presentación pública, tras haber logrado llegar del Medio Oeste norteamericano a Nueva York. Dylan había inventado con esta imagen a una persona que incorporaba los elementos del mito americano
—la carretera y la voluntad inquebrantable— para llegar al hospital donde se encontraba su ídolo: Woody Guthrie. Tras la invención, acecha la verdad. No solo cantó el repertorio de Guthrie, sino que a los 20 años grabó con la armónica de Victoria Spivey y los grandes blueseros Big Joe Williams y Lonnie Johnson. Ha compartido gigs en Greenwich Village con Johnny Lee Hooker. No se trataba de un niño blanco con acento sureño y una buena camisa a cuadros, sino que tocaba algo real y era reconocido por aquellos a los que emulaba. Un recuento de sus primeras presentaciones lo describe como ‘chaplinesco’, afectado por las ironías de su ‘blues-hablado’. Durante ese primer concierto en el Carnegie Hall estaba nervioso, pero era fascinante. Sonaba como un cómico de stand-up que rompía una carcajada para asestarte un blues apasionado”. Dos años después, Bob Dylan se había convertido en otra persona. Ya había grabado canciones como “Like a Rolling Stone”, pero en un mood muy distinto. Cuenta la leyenda de Wikipedia que el rif que todos conocemos como introducción a esa canción fue producido por un golpe de suerte. En los estudios Columbia se encontraba el día de la grabación el joven guitarrista de 21 años Al Kooper. Como no tocaría su instrumento porque no hacía falta, y el problema a resolver era la introducción de “Like a Rolling Stone”, que no quedaba, Al Kooper se sentó en el órgano y se atrevió a proponer una tonadita que traía en la cabeza. Gustó, y así se grabó, para la posteridad. En esa época, 1965, Richard Avedon tomó una fotografía del otro Dylan. El cantante se vestía con una sonrisa socarrona y una gabardina negra cerrada hasta el cuello. “Había sido elogiado en Europa. Su camisa y gabardina parecían de Carnaby Street. Su figura estaba demacrada, sus botas eran muy grandes, tenía ojeras y su cabeza era coronada por una melena salvaje. Avedon retrataba el precio de la fama o el peso de una creatividad acelerada”, apunta Holborn. El tercer retrato que Richard Avedon tomó de Bob Dylan ocurrió 32 años después, en 1997. “Dylan —hace un poco de historia Holborn— chocó su motocicleta; se retiró; se convirtió en padre de una numerosa familia; adoptó el lenguaje bíblico y moralista; grabó en Nashville; fue a Durango a trabajar como actor en la película de Sam Peckinpah, Pat Garret y Billy the Kid, como un personaje llamado Alias; hizo una película sobre Bob Dylan donde se hacía llamar Renaldo; se separó; se divorció; corrió al bajista de Elvis; se paraba en el escenario como si fuera un púlpito; grababa muchas canciones y realizaba álbumes de covers, por igual profundos y banales”. Este tercer retrato dejaba ver “el paso del tiempo”. “La foto se reduce a su cara contra un muro blanco. La soltura y belleza que tocaban los otros dos ha marcado su cara así como marcó su voz. Los negros ojos cansados están fijos en Avedon y en nosotros”. Hoy que Dylan ha obtenido el Premio Nobel de Literatura y Richard Avedon ha muerto, ¿quién será capaz de mostrarnos la nueva máscara del poeta-trovador? L
LABERINTO
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FOTO: CORTESÍA TASCHEN/DANIEL KRAMER
Odio a los parásitos HUGO ROCA JOGLAR
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iví en Kalamazoo tres meses (marzomayo 2013) para conocer a los jóvenes músicos jipis de Michigan. Bob Dylan se presentó en el estadio de hockey y ningún joven músico quiso ir conmigo. “Ah, ¿sigue vivo?”, se burló una cantante de folk. “Ir a verlo sería…”, dijo un baterista de country, “…algo tan asqueroso como comer en McDonald’s”. Había rencor en sus palabras; también amargura. Me dejaron solo en una situación extraña: Bob Dylan a 25 metros y a mi lado un viejo calvo —¿70?, barriga hinchada; la piel del cuello roja— con una playera blanca sin mangas que decía en letras negras: Fuck Obama! (go to Africa). “¡Eres nuestro tesoro nacional, Bob!”, gritó justo antes de que comenzará la primera canción (“Things Have Change” — publicada en 2000 como parte del soundtrack para la película Wonder Boys—, cuyos versos centrales dicen: “People are crazy and times are strange/ I’m locked in tight, I’m out of range/I used to care, but things have changed”) y luego comentó en voz baja a su ¿hija? —¿40?, barriga hinchada; la piel del cuello roja—: “aquí lo tienes, querida, un auténtico representante de nuestra cultura americana”. Bob Dylan —sentado a la derecha del escenario ante su teclado— ignoró al público de principio a fin: se escondió bajo su sombrero vaquero durante todo el concierto, con la mirada fija en las teclas; no dijo hola ni gracias. Así ha sido siempre: hostil y glacial con sus admiradores. Aunque en tiempos recientes —a partir del año 2000, cuando comenzó a recorrer el mundo sin descanso con su banda— radicalizó su relación con lo externo hasta el grado del desprecio. ¿Y cómo no despreciar algo tan vulgar? Ahí estaba Bob Dylan en un frío pueblo del norte de Estados Unidos cantado “What Good Am I?” (de Oh Mercy, de 1989, cuyo último verso dice: “What good am I if I say foolish things/ and I laugh in the face of what sorrow brings/ and I just turn my back while you silently die/ what good am I?”), mientras a su alrededor —con el pretexto de su música— se peleaba gente sorda ávida de política. Sordos los jóvenes músicos jipis que mataron a Bob Dylan por ser una celebridad millonaria y sordos los republicanos que ovacionaron a Bob Dylan por salir en un anuncio de Pepsi y ser la imagen del Super Bowl. Sordos e imbéciles ambos por pudrir la poesía en el nombre de las causas. Incluso ahora, que la poética de Bob Dylan ha sido premiada con el Nobel, la alabanza está contaminada con política. Premiarlo es premiar a la imaginación cruda y libertaria, de erotismo democrático y surrealistas panoramas, de los beat. Es premiar a Kerouac, Burroughs y Ginsberg —quien siempre envidió a Bob Dylan porque podía cantar sus versos—. Premiar la esencia de un arte estadunidense —el de los años cincuenta y sesenta— que enaltece la ingobernabilidad del alma humana es un mensaje que manda la cultura occidental europea a Estados Unidos: ¡no pueden elegir presidente a un xenofóbico, agresivo, racista y misógino! Bob Dylan —el premio a su poética— es el vehículo político para decir eso. Pero Bob Dylan no habla con su público —ni hola ni gracias— y en Europa desconocen que en el espacio de ese despreciativo silencio han ocurrido todo tipo de distorsiones aberrantes, como la de ese concierto en Kalamazoo: los jóvenes músicos jipis, defensores de la otredad, que hoy van a votar por Hillary Clinton, se alejaron de Bob Dylan porque es un “miserable capitalista que se ha vendido al
Nueva York, diciembre de 1964
EN LA POLÉMICA HUGO GARCÍA MICHEL
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unca ha sido ajeno a la polémica. Esta vez, sin embargo, no la buscó. La nominación del poeta, compositor y músico estadunidense Bob Dylan como acreedor del Premio Nobel de Literatura ha provocado una cascada de opiniones encontradas. Los más académicos han mostrado su indignación ante el hecho consumado por el jurado sueco que determina a los ganadores del prestigiado galardón. Dicen que Dylan es tan solo un cancionero y no un hombre que cuente con una sólida carrera en el área de las letras, con novelas, ensayos o cuando menos algunos poemarios publicados. Se abarató el premio, comentan con amargura. Ahora ya cualquiera puede ganarlo. Por otro lado, están quienes defienden que la Academia sueca se haya abierto a los nuevos tiempos y haya decidido romper con precedentes y prejuicios para dar la anhelada presea a quien consideran merecedor sin duda de la decisión tomada en Estocolmo. Me inclino más por la segunda posición. Pienso que Robert Allen Zimmerman (el verdadero nombre de Bob Dylan) posee los suficientes méritos para tener el Nobel de Literatura, ese mismo que suele dársele a escritores solo conocidos por unos cuantos
sistema” (palabras de un guitarrista de bluegrass); y la gente que teme con odio violento el intercambio con lo diferente, y hoy votará por Donald Trump, aplaudió con felicidad frenética las canciones de Bob Dylan en un estadio de hockey. Esa noche de 2013, Bob Dylan cantó “Visions of Johanna” (de Blonde on Blonde,1966), una laberíntica narración
y que se vuelven célebres justo al recibirlo. Esta vez ha sido lo contrario. El autor de “Tangled Up in Blue” cuenta, desde hace más de medio siglo, con una muy conocida obra. A mi modo de ver, es dueño de un gran manejo de la palabra en lengua inglesa y un artista capaz de una formulación fascinante de imágenes y metáforas, muchas de ellas intrincadas y de difícil interpretación. La suya es a veces una poesía hermética, pero de gran belleza formal y una profundidad que en ocasiones exige dos o más lecturas. Estamos ante un bardo del folk, el blues, el rock y en general de la llamada música de raíces; un poeta que cambió la manera de escribir canciones y de decir las cosas; un revolucionario de la escritura trovadoresca estadunidense, cuyos antecedentes inmediatos están en gente como Leadbelly, Pete Seeger y Woodie Guthrie; un juglar de la segunda mitad del siglo pasado y lo que va del presente. Si a las pruebas hay que remitirse, basta con que el lector acuda a las letras de composiciones como “All Along the Watchtower”, “Simple Twist of Fate”, “Shelter from the Storm”, “Visions of Johanna”, “Desolation Row” y, por supuesto, ese tema fundamental que es “Like a Rolling Stone”, piedra de toque para toda una generación de compositores y que, de una u otra manera, influyó en más de un escritor formal. L
sobre amor, confusión, fantasmas de electricidad, lluvia, el infinito y mujeres noctámbulas en donde —y al llegar a esta parte, durante un instante, por primera vez en el siglo XXI, Bob Dylan volteó a ver a su público— una condesa le dice, con vieja voz bamboleante cargada de cruel ironía, a un mendigo, que podría ser un jipi, un republicano, Trump, Clinton o el Premio Nobel de Literatura: “Name me someone that’s not a parasite and I’ll go out and say a prayer for him”. L
MILENIO
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sábado 15 de octubre de 2016
René Avilés Fabila (1940-2016)
Salud, Águila Negra Recordamos al escritor, maestro, periodista, promotor cultural con estos vislumbres a los que no les falta admiración y consuelo ESPECIAL
RETRATO IGNACIO TREJO FUENTES
Para Rosario Casco
S
us amigos le decían El Águila Negra, y él se autonombraba Capitán Lujuria. En los tiempos en que enseñaba en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, las alumnas lo consideraban el profesor más guapo del plantel, y era en verdad asombroso cómo las chicas desfallecían por él. Y es que además de elegante y guapo y culto, poseía una simpatía excepcional, que conservó hasta los últimos días de su vida. René Avilés Fabila fue director de mi tesis de licenciatura, y a partir de ahí se estableció una amistad inquebrantable, colaboré en suplementos y revistas que dirigió, coincidimos en lecturas y conferencias en distintas partes del país y del extranjero. Y siempre celebré, además de su talento y generosidad, su endemoniado sentido del humor. Y por supuesto su valentía, su no arrodillarse ante nadie. Desde sus tribunas periodísticas decía las cosas con claridad, sin importar que los destinatarios de sus juicios fueran personajes prominentes de la política, del arte o del espectáculo; y todo eso cuando la censura era cosa de todos los días. Actuó igual en su literatura: El gran solitario de Palacio es, obvio, el Presidente, en los días del Movimiento Estudiantil de 1968: “balconear” a Díaz Ordaz era un suicidio, y eso lo sabían los editores, de modo que la novela debió publicarse en Argentina. René Avilés Fabila fue discípulo de José Revueltas, de Juan José Arreola y de varios personajes de ese calibre, aunque creo que fue el primero el que desató en René el espíritu crítico, la irreverencia,
la valentía en términos políticos: ambos fueron expulsados del Partido Comunista por atreverse a criticar decisiones de sus dirigentes. Cuando hablé de su generosidad pensé antes que nada en el apoyo que siempre brindó a los jóvenes: su equipo de colaboradores cercanos en suplementos y revistas y diarios estaba formado por ex alumnos suyos, y aceptaba publicar textos de autores casi imberbes y desconocidos. La última vez que lo vi, en una comida con Carlos Bracho y Dionicio Morales, entre tragos, comida suculenta y muchas risas, me pidió que le consiguiera libros de autores que no rebasaran los 30 años de edad para publicarlos en una colección literaria que dirigía en Puebla, proyecto que se fue al carajo, por la muerte de René Avilés Fabila. Ya conté en alguna parte que hace muchos años, en un encuentro de escritores mexicanos efectuado en la ciudad de Eichstät, luego de la última cena nos encerramos en una habitación de uno de los hoteles que nos habían asignado; el propósito era seguir bebiendo, aunque en realidad se trataba de ligarse a unas bellísimas escandinavas que habían asistido, como público, a la exhibición de la literatura mexicana. Me ofrecí a ir por ellas a su habitación, en la planta baja del edificio, pero no pude llegar porque me perdí en un laberinto incomprensible, al grado de que nunca pude hallar el elevador y bajé y bajé escaleras hasta que me vi en una suerte de sótano. Me olvidé de las vikingas y solo pensé en salir del atolladero inexplicable. De repente escuché que gritaban mi nombre: era René, que al sospechar que me había quedado con las rubias preciosas para mí solo fue en mi búsqueda, pero le pasó lo mismo: se perdió. Abrimos un enorme portón y salimos a la calle, en la parte posterior del hotel. Rodeamos el edificio y
LITERATURA
llegamos a la entrada, pero la administradora no nos dejaba entrar aduciendo que no éramos huéspedes. Mientras yo explicaba a la mujer nuestra condición de Very Important Persons, que habíamos sido invitados por el alcalde y por el gobernador, René se puso a orinar sobre las vidrieras. La dama nos permitió el paso y volvimos, en el elevador, a la habitación donde los amigos bebían. Preguntaron por las vikingas y en respuesta los mandamos al diablo. Los organizadores del encuentro pasarían a las siete de la mañana por los escritores para llevarlos a Múnich, de donde se irían a otros países o regresarían a México. René se quedó dormido y no viajó con ellos; también perdió el avión y sus documentos y su dinero, así que debió pasar la noche en alguna sala del aeropuerto, y solo al día siguiente pudo ir a París, donde lo esperaba Rosario. Otra vez, René y Rosario, su esposa, organizaron una cena en su casa. Cuando llegó Carlos Montemayor armado de su guitarra, dijo el anfitrión: “Ya llegó este cabrón y se va a poner a cantar arias y no nos dejará charlar” (a él, que siempre se apoderaba del micrófono para hablar de sí mismo), así que mientras el recién llegado saludaba a los amigos, René ordenó a sus asistentes que escondieran la guitarra. Durante la cena, René se atragantó con un hueso, se puso lívido y estuvo a punto de la asfixia. Quién sabe cómo, pero Montemayor le aplicó una especie de llave y lo sacó del problema. Cuando se recuperó, ordenó: “Devuélvanle su guitarra”. Cuando contaba esa anécdota, decía que se le había atorado un hueso de codorniz. Yo le corregía: “Fue sólo un humilde hueso de pollo rostizado”. Me admiraba la capacidad de trabajo de René. A pesar de que la noche anterior hubiese sido de farra (era un gran bebedor), a las cuatro de la mañana estaba de pie para escribir sus artículos y sus libros. Después del desayuno se iba a trabajar a los periódicos o a las universidades. En los últimos años publicaba por lo menos en tres diarios, daba clases y atendía sus encargos de funcionario: era jefe de Difusión Cultural y luego jefe de Publicaciones de la UAM-Xochimilco, donde era profesor emérito. Y atendía, con Rosario, la Fundación René Avilés Fabila. Ideó el Museo del Escritor, y sus amigos nos entusiasmamos. Con la nada pequeña ayuda de éstos se hizo el acopio de infinidad de libros y objetos que pertenecieron a otros escritores, vivos y muertos: manuscritos, cartas, máquinas de escribir, primeras ediciones autografiadas por celebridades, fotografías y aun muebles (la que fue mesa de trabajo del Centro Mexicano de Escritores, por ejemplo). Yo cooperé con la máquina eléctrica en la que Gustavo Sainz escribió La princesa del Palacio de Hierro. El Museo se instaló en la casa de la Fundación, mas pronto el espacio resultó insuficiente, de manera que René se dio a la tarea de conseguir apoyo del gobierno federal, del capitalino, de las principales instancias de cultura, de la iniciativa privada, aunque todo fue inútil. Eso le provocó desazón y cerró el proyecto. Ojalá que, tras su muerte, el Museo reviva, de la mano de Rosario. En el velorio de René nos dimos cita infinidad de amigos, admiradores, periodistas, funcionarios… Mis amigos oaxaqueños y yo salimos de la capilla ardiente (creo que así se llama) y en la zona de fumar (es un decir) abrimos sendas botellas de mezcal y brindamos por él. Ya dije que René siempre fue un hombre elegante, y por eso Iván Ríos y yo coincidimos en que incluso su muerte fue elegante: falleció de un infarto mientras estaba en el sauna de su casa. ¡Salud, Águila Negra, donde quiera que estés! L
CINE
sábado 15 de octubre de 2016
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LABERINTO
ESPECIAL
Isaac Ezban
“Las marcas invierten en comedias románticas” Los parecidos se instala en ese territorio donde la ciencia ficción convive con el horror ENTREVISTA
E
n la noche del 2 de octubre de 1968 cae una lluvia torrencial. Ocho desconocidos quedan atrapados en una estación de autobuses a las afueras de la Ciudad de México. En medio del caos, un extraño fenómeno los sorprende, apoderándose de sus cuerpos y convirtiéndolos en seres alienados. En Los parecidos, el realizador mexicano Isaac Ezban rinde homenaje a la ciencia ficción de los años sesenta y plantea una reflexión contemporánea sobre la identidad. Los parecidos cabe perfectamente en lo que se llama una monster movie.
La película es una carta de amor a la ciencia ficción de los años sesenta. Crecí con estas historias: cada noche antes de dormir veía un episodio de La dimensión desconocida. Hay quien piensa que la ciencia ficción debe tener grandes efectos especiales y explosiones. Yo creo que lo más importante es la carga psicológica. Es un género que se presta para metáforas sociales y políticas.
En la década de 1960 se usaba para hablar de la Guerra Fría, de los rusos y el miedo al holocausto nuclear. Yo quería hacer algo así, pero ubicado en México. Me gusta contar
HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com
historias que sirvan como metáforas para temas que me inquietan. Así como en El incidente reflexioné sobre el tiempo, en Los parecidos hablo sobre la identidad. ¿Por qué decidió usar el movimiento de 1968 para darle un sesgo social?
No hay demasiadas cintas sobre el 68 y menos aún que lo aborden desde la ciencia ficción. Los años sesenta significaron un punto de quiebre; el mundo comenzó a cambiar hacia lo que somos ahora. El movimiento estudiantil me interesa y lo he estudiado. Entonces, como ahora, había una gran inconformidad entre la juventud. Las autoridades nos tratan como si todos fuéramos la misma persona. A partir de ello me pregunté: ¿qué pasa si hago una película de ciencia ficción donde literalmente todos empiecen a volverse la misma persona? La identidad es uno de los grandes temas contemporáneos. ¿A qué lo atribuye?
El mundo está cada vez más globalizado. Conviven los miedos, las paranoias y las inconformidades. Somos sociedades homogéneas y la individualidad se diluye. Por eso quería hacer una reflexión sobre qué nos hace ser iguales cuando en realidad somos diferentes.
HOMBRE DE CELULOIDE
El cine de género, como el que usted propone, tiene reglas. ¿Cómo no terminar haciendo filmes predecibles o esquemáticos?
Me gusta hacer películas donde el espectador se pregunte “¿qué pasaría si…?” y que se desarrollen en dos niveles: entretenimiento y reflexión. La ciencia ficción que me interesa tiene toques del cine de horror pero también de humor, con una clara tendencia a lo bizarro. ¿Cómo empató al guión con el diseño de producción?
Hacer una película es crear un mundo con sus propias reglas, nociones y espacios físicos, sobre todo si es una película donde todos están atrapados en el mismo espacio. Antes de que escribiera el guión, ya tenía una visión de cómo debería ser la puesta en escena. El guión se apegó a las ideas que tenía en mi cabeza. Construimos la película con martillo y clavos a partir de lo que tenía en mente. ¿Qué tan difícil es para un realizador joven la continuidad como cineasta de género?
Es contradictorio. Por un lado, es difícil porque a los distribuidores y a las marcas no les interesa apoyar al cine de género, prefieren invertir en comedias románticas, pero al mismo tiempo he encontrado apoyos gracias a que es algo diferente. Además, hablando de terror, en México hay muchos seguidores. L FERNANDO ZAMORA
@fernandovzamora ESPECIAL
¿Quién soy ante La Bestia?
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lévate mis amores es un documental, pero antes que nada es una obra de arte que revela la falsa dicotomía entre cine-ficción y cine-realidad. La ficción es una forma de verdad. Resulta evidente en la narrativa de quienes cuentan su vida en este pueblo que atraviesan los rieles por los que transita La Bestia, el tren que lleva migrantes al norte de México. Es evidente la potencia del arte en la historia del muchacho que ha perdido la pierna, en la de quien se ha quedado o la de quien ha prometido volver. En cada estampa narrativa esta obra devela esa verdad a la que solo el arte épico puede aspirar. En efecto, Llévate mis amores tiene todos los elementos de la gran épica: una máquina que silba y anuncia su paso por el pueblo, hombres que cruzan como sombras que arrebatan agua y alimento y, sobre todo, Las Patronas, mujeres que viven para migrantes a quienes a veces no pueden verles ni siquiera los ojos. González Villaseñor es un artista. Lo demuestra en el eje retórico que ha escogido para dar orden al sinfín de historias que hubiese podido contar. Lo demuestra en su capacidad de hacer épica
narrando el enfrentamiento de lo humano con eso que lo supera por completo. Lo demuestra en su capacidad para conmover sin cursilerías ni discursos políticos de pacotilla. González Villaseñor se mezcla con sus personajes. Es uno más. Por eso golpea la pregunta retórica que espeta a Las Patronas. Ellas lo escuchan sorprendidas. Se desbalancean y ofrecen una cantidad de emociones que ningún actor podría imitar. Antes de que la fe en la ciencia experimental se volviese el único dogma, el arte podía definirse como una forma de conocimiento. Desde su subjetividad radical, el arte de hoy no aspira ya a buscar la verdad. Se conforma con su propia desilusión y se presenta superficial y contingente. Pero Llévate mis amores demuestra que el arte es una forma de sabiduría. Un ejemplo: a lo que estas mujeres hacen, los filósofos antiguos lo llamaban caridad. No la caridad de caricatura, no. La que va más allá de la justicia que se define clásicamente como dar a cada quien lo que le pertenece. En esta misma línea, mi caridad es dar al otro lo que me pertenece.
Llévate mis amores. Dirección: Arturo González Villaseñor. Guión: Arturo González Villaseñor e Indira Cato. Con Karla María Aguilar Romero, Bernarda Romero Vásquez, Daniela Romero Huerta, Guadalupe González Herrera. México, 2016.
Solo por amor. ¿Por qué? He aquí el misterio. ¿Por qué Las Patronas regalan su vida y su trabajo? ¿Que encuentran en estos guerreros, héroes, criminales o mártires que se van a Estados Unidos? La sabiduría de esta película es notoria justamente con base en una pregunta simple que formula González Villaseñor. Con ella, el director de Llévate mis amores demuestra esta verdad: que ni Las Patronas ni los migrantes se mueven solo por motivos económicos. Cuando les pregunta “¿tú quién eres?”, entendemos que tanto Las Patronas como los migrantes buscan algo más importante que el falso sueño americano. L
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ESCENARIOS
ESPECIAL
La palabra: un espejo MERDE!
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La obra del dramaturgo David Desola se presenta los lunes en el Teatro Rafael Solana
Maldita rutina Almacenados, con la intervención de Héctor, Sergio y Fernando Bonilla, ahonda en el significado insustancial de la espera TEATRO
A
lmacenados es una obra que hay que ver porque muestra que cuando el trabajo actoral continúa sin pausa después de la noche de estreno, en este caso realizado cuatro años atrás, los hallazgos son inmensos, los personajes crecen, sus acciones se depuran y nos persuaden de su autonomía frente al actor, en ese paradójico y gozoso juego que establece la convención teatral a la que nos entregamos con voluntad plena. Dos personajes enriquecidos por los intérpretes Héctor y Sergio Bonilla, padre e hijo, bajo la dirección de Fernando Bonilla, habitan de nueva cuenta el espacio de la inmensidad en que se convierte la espera de la ilusión convertida en camión, en mástil, en un asta bandera, en algo que pueda cumplir una eterna promesa. El señor Lino, trabajador de almacén, a cinco días de su jubilación, y su sucesor, el joven e inexperto Nin, cuyo nombre abre paso a la ironía y a la abierta interpretación de su significado por parte del anciano, retoman el hastío de su existencia en una nueva y fortalecida temporada de la obra Almacenados del dramaturgo David Desola. En ese galerón transformado en bodega, donde solo hay un soporte para garrafón con agua, un escritorio con silla y un altar de la Virgen de Guadalupe rodeada de foquitos con sonsonete navideño, el único indicio del transcurso del tiempo es el avance de un reloj checador y el nombre de los días de la semana destacados en letras blancas sobre la pared de fondo. La puesta en escena ha ganado virtudes al paso del tiempo a partir del trabajo que la Compañía Puño de Tierra, conformada por la familia Bonilla Álvarez, que incluye a Sofía como gerente de producción, ha llevado a cabo desde hace cuatro años. Como si se tratara de un inasible objeto pulido por el tiempo a fuerza de ensayos, estudio, búsqueda de significados, de una gestual depurada, de una traducción más precisa de palabras y
ALEGRÍA MARTÍNEZ alegriamtz@gmail.com
movimientos, posee hoy mayor hondura, después de haber transitado por distintas temporadas y giras. El efecto del parecido físico entre los intérpretes propone y enriquece un juego de reflejos paralelos entre los personajes cuya existencia se vincula al tiempo que agiganta la diferencia generacional, las supuestas ventajas del joven contra la rigidez de un hombre mayor, urgido de agregarle valor al conocimiento de una rutina que lo ha mantenido con vida durante 29 años. Aferrados a un salario, a una rutina hueca, a un horario, y a una estructura que regirá su vida, enganchada por completo a una jornada laboral que obliga a un dispendio de tiempo, Lino y Nin se quedan sin horizonte. La obra de Desola, adaptada por el joven director Fernando Bonilla, nutrida por la franca comunicación entre sus intérpretes, resulta un trágico y fascinante viaje, no exento de humor, hacia el estrecho túnel del apego a la rutina que a fuerza de repetición nos regala la pobre certeza de que algo nos sostiene. La Compañía Puño de Tierra realiza su diseño escenográfico, gráfico y sonoro, con el acierto que conlleva echar mano de lo necesario para contar una historia en la que el sonido de la puerta metálica semeja el de las rejas de una cárcel y el extenso y plateado mástil que toma presencia al centro del escenario se vuelve una metáfora cromada y cilíndrica de lo inútil. Almacenados enfrenta al espectador con el vacío de los personajes y con el propio, con la espera estéril y el conformismo, mediante un juego de acción y reacción, a ratos verbal o silenciosa, desbordante en todo caso de un ejercicio interno que proyecta lo que cada personaje piensa, siente y calla. Contenidos por el almacén que preserva a los personajes de sus propias inquietudes, o las domestica, Almacenados ubica al espectador ante la pérdida de toda expectativa desde una ironía liberadora, como si contemplara un cuadro cuyos trazos expresan nuevos contenidos cada vez que volvemos a mirarlo. L
BRAULIO PERALTA juanamoza@gmail.com
no se refleja en sus palabras. Mágicas o fársicas, son la maldición y bendición de comprender infortunios. Usar el lenguaje como descubrimiento de nosotros mismos es cuando la literatura se acerca a la comprensión del mundo. Sus obras de teatro abren puertas oscuras llenas de luz. Sí, hablo nuevamente de Elena Garro porque Geney Beltrán Félix la recicla en una antología donde el teatro abre su literatura de presagios. Conocida más como novelista, el teatro fue su origen en las letras. Casi ningún dramaturgo ha transitado a la prosa con impecable solidez como ella. Rodolfo Usigli, Emilio Carballido, Luisa Josefi na Hernández, Sergio Magaña —algunos otros—, intentaron pero fueron superados por su teatro (Sabina Berman es el otro caso, que ha logrado ser tan buena en el teatro como en la narrativa). Garro hizo la novela Los recuerdos del porvenir y, antes, la obra escénica Un hogar sólido, adelantándose al realismo mágico en todos los sentidos. Y más allá de aquel estilo literario, escribió la pieza teatral Felipe Ángeles, con el más duro realismo —a secas—, de impecable y clásica factura. Pero también incursionó en el terror psicológico con la novela Reencuentro de personajes, que la antología de Beltrán nos regresa para regocijo de lectores acuciosos. Habrá un redescubrimiento de Elena Garro a pesar de sus detractores y el encasillamiento al que se le quiere reducir. La antología publicada por Cal y Arena abre con su teatro: El rey mago, La señora en su balcón, Los perros y El rastro. Ni a cuál irle por la profundidad temática —la soledad, la muerte y la vida, emociones y razones como cascada para fi losofar, y la maldad como traje inherente a los hombres, donde las mujeres son apenas un plato de lentejas, bien servido. Esta vez me quedo con El rey mago: volar al cielo o quedarse en la tierra —encarcelado— depende de los sueños. La libertad como ilusión está a un paso si somos capaces de mutar en la realidad e irnos con un niño y su Pegaso —un caballito de cartón— a disfrutar los deseos del espíritu. Literatura pura donde el ensueño despierta la mente del lector. La capacidad de un director escénico será la dificultad de llevar a cabo esos arranques donde la razón no tiene cabida. “Fisura fantástica en la escena”, le llama Beltrán Félix en su introducción. Ninguna pieza teatral demerita frente a los cuentos y novelas seleccionados, más allá de la preferencia de un lector que opta por la prosa frente al teatro escrito, sin intervención escénica. Anímense. Es un deleite el diálogo donde podemos leer, por ejemplo: “¡Mala suerte tiene el hombre de suerte!”. O bien el momento cumbre de la obra cuando un niño se eleva en su caballito y desaparece. Escena imposible en la vida real, pero probable en el arte. Releer a Elena Garro, necesario ante tantas mentiras de la literatura mexicana. L
VARIA
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LABERINTO
Sos grande DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com
TOSCANADAS
MIGUEL ÁNGEL
La creación de Adán
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i alguien cree en un invisible espíritu todopoderoso que se apacigua cuando le repiten cientos, miles, millones, billones de veces unas mismas frases halagadoras, está en su derecho. Si alguien quiere imaginar que ese espíritu tiene un ojo omnimetiche que se entretiene mirándonos cuando dormimos o salimos a la calle o nos metemos en el baño o nos bebemos un trago o nos rascamos o nos cortamos las uñas, está en su derecho. Si alguien cree que esa entidad es inconcebiblemente inteligente a pesar de que nunca dijo nada que
no pudiese entender un pastor iletrado de hace seis mil años, no solo está en su derecho, sino que está en su capacidad. Si alguien cree que ese ser amoroso fue el peor padre del mundo al enviar a su hijo con el único propósito de que lo flagelaran bonitamente porque de entre todas las posibilidades de perdón solo se le ocurrió un extraño proceso lleno de sangre y torturas, está en su derecho aunque no entienda el asunto y termine llamándole “misterio”. Si alguien percibe actos de justicia en hacer llover agua hasta eliminar a casi toda la humanidad, en
LO QUE CONTEMPLAS
hacer llover azufre en ciudades donde había muchos niños aún incapaces de pecar, en pasear durante cuarenta años a sus elegidos por el desierto hasta que todos murieran, también está en su derecho aunque se trate de una sinrazón. Pero nadie tiene el derecho de utilizar estas fantasías inanimadas de ayer y hoy para legislar en un país. Los derechos humanos no pueden depender de un dictadorzuelo imaginario de un reino también imaginario ni mucho menos de las diversas instituciones que se sienten embajadas de ese reino. La ley debe construirse con argumentos, no con supersticiones. Además, resulta curioso que el tal dictadorzuelo suela mostrar harta tolerancia con los asesinos, ladrones y corruptos, pero no así con la vida privada de los laicos. Basta ver la larga ristra de jefes de Estado asesinos, ladrones y corruptos que han sido amablemente recibidos por Su Santidad, que no mía, al tiempo que no le abrió la puerta al embajador francés por sus preferencias en el amor. Esta exitosa hipocresía hace que los gobiernos amen a la Iglesia. Se fingen entes aparte, hasta llegan a presentarse rivales, pero siempre están bailando la misma canción. Un gobierno se pone muy feliz cuando ve que los ciudadanos religiosos se movilizan contra una ley de matrimonios igualitarios, muy feliz de saber que toda esa borregada está protestando contra la libertad, y que en cambio nunca se movilizarían para defender el verdadero discurso cristiano, que era mucho menos entrepernil y mucho más social; que tenía como máxima preocupación la injusta distribución de las riquezas. Por algo en la historia casi siempre hemos visto apareadas a las instituciones religiosas con los gobiernos totalitarios. Y ahora, ante el desastre del gobierno peñaniético, iremos viendo el coqueteo de la Iglesia con la derecha y de la derecha con la iglesia, hasta convertirse en romance. Así es que de una vez podemos predecir que en el siguiente sexenio se avanzará poco, e incluso se retrocederá, en materia de libertades y derechos. Mas no se preocupen, queridos amigos, gracias a eso tendremos mejores posibilidades de ir al cielo, un lugar que, según nos cuentan, es peor que Corea del Norte, pues nada hay para hacer en toda la eternidad sino contemplar al dictador en su trono y decirle con acento porteño: “Sos grande”. L ADRIANA DÍAZ ENCISO
adrianadiazenciso@gmail.com
ANÓNIMO/COLECCIÓN ADAMSON DEL HOSPITAL NETHERNE
Bedlam
S
omos frágiles. Miremos alrededor. ¿Podemos ver en la multitud de rostros lo que se ha roto dentro? Bedlam, sinónimo de locura en Inglaterra, es la palabra con que se conoce popularmente al antiguo Hospital Real de Belén, el famoso (e infame, en varios momentos de su historia) hospital psiquiátrico que lleva 600 años en Londres cumpliendo esa función. Tres veces ha cambiado de ubicación, pero sus transformaciones más profundas reflejan las actitudes cambiantes de la sociedad ante la enfermedad mental. La brutalidad que lo distinguió en otros tiempos ha marcado indeleblemente la imaginación popular. La exposición Bedlam: el asilo y más allá, de la Wellcome Collection, marca los pasos de su historia hasta un presente más humano y compasivo, y entabla un diálogo con el espectador sobre el tema complejo de la función y pertinencia del asilo para pacientes con enfermedades mentales. Estamos de acuerdo en que no queremos la prisión inhumana, pero ¿dónde deja la tendencia reciente de abolir por completo la institucionalización a la necesidad de refugio? Instalaciones visuales y sonoras incitan al cuestionamiento. Sin embargo, la mayor elocuencia está en las obras de arte creadas por los pacientes de diversos hospitales psiquiátricos, como el retrato de Sir Alexander Morison, médico de Bedlam, un rostro a la vez testigo y sustancia del sufrimiento, y obra del pintor Richard Dadd, quien pasó el resto de su vida en el hospital tras asesinar a su padre; o en los artistas del taller de terapia del arte del Hospital Netherne, en Surrey. Vidas excluidas del mundo, no hay forma de
edulcorar la fractura interior marcada en sus rostros. Y sin embargo, son universos que dicen, a través de millares de obras (pintura, gráfica, cerámica, escultura): “Ser humano es esto, también”. “Creo que toda la gente está rota en nuestra vida”, dice con serenidad la escultora Rolanda Polonsky, diagnosticada esquizofrénica, que pasó 24 años interna creando un arte místico y visionario, hablando con el dolor, con la inocencia y con la eternidad. Ver estas obras con verdadera honestidad puede derribar las falaces estructuras del mercado del arte. Quizá su excelencia radique en que son el puente de la supervivencia del alma, función que la celebridad del artista en el mundo allá
afuera suele oscurecer. Desde la evidente fragmentación de su experiencia, sus autores hablan sin embargo con clarividencia del arte como conocimiento y expresión de un mundo; como belleza y sustento. Nos ofrendan preguntas turbadoras sobre nuestra fragilidad, las formas en que la sorteamos o sucumbimos, cómo creamos la razón y la locura como sociedad, cómo las convertimos en cultura. Salir de la exposición y ver hordas de individuos abstraídos en las pantallas de sus teléfonos, ignorando la diáfana luz dorada de octubre, ¿qué nos dice del dolor que somos? ¿Y qué nos dice el arte en nuestras galerías de la fractura interior? Pero ese será tema de la siguiente entrega. L