Laberinto
STEPHEN WILTSHIRE juan manuel gómez p. 08
DAVID OJEDA (1950–2016)
gonzalo lizardo p. 08
ENTREVISTA CON PABLO MONTOYA
carlos rubio rosell p. 04 y 05
MILENIO
NÚM. 697
sábado 22 de octubre de 2016 FOTO (FRAGMENTO): GRACIELA ITURBIDE
GRACIELA ITURBIDE EN AVÁNDARO
miriam mabel martínez p. 06 y 07
ANTESALA
sábado 22 de octubre de 2016
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LABERINTO
HANS MEMLING
Saciar AVELINA LÉSPER www.avelinalesper.com
CASTA DIVA
L
a contemporaneidad divaga entre qué es arte o aplicar el igualitarismo y premiar cualquier cosa con la medalla de “obra de arte”. Es una duda banal que persigue no definir una respuesta. Lo que queda fuera en esta disyuntiva es la contemplación, que establece la gran diferencia. Las obras que se acaban en la primera visión y no tenemos la necesidad de regresar a ellas, porque su presencia es una reducida muestra de inmediatez, porque carecen de complejidad real o de inexplicable seducción, no podemos asimilarlas como arte. Plotonio, en su tratado Sobre la belleza, retoma la leyenda de Lince “de cuyos ojos salían rayos que penetraban las profundidades de la Tierra” y afirma que nunca nos saciamos de contemplar, “contemplando, se contempla siempre más”, porque somos Intelecto, así, en altas, la inteligencia es un ser en sí mismo. La belleza vuelve incansable a la contemplación, son las obras que nos incitan a encontrar algo más, a descubrir eso que no habíamos percibido. Los sentidos se unen al raciocinio. Aristóteles
ALFILERES ARMANDO ALANÍS alaniscanales@gmail.com
afirmaba que el arte y las palabras poseían una energeia, una fuerza que penetraba en nuestro intelecto, capaz de generar reacciones y recuerdos en nuestra mente. Entonces la contemplación es una energía que nos empuja a un acto intelectual, a percibir, analizar, poseer la obra en nuestra memoria hasta comprender, es decir atrapar prenhendere, hacer que esa obra ingrese en nuestro intelecto desde los elementos que tomamos de ella. La insistencia historiográfica de que la época define la condición de arte no toma en cuenta la capacidad de la obra de ser contemplada, ese proceso de la inteligencia no está supeditado a condiciones políticas o sociales momentáneas. La obra que genera esa insaciabilidad de contemplación, como dice Plotonio, tiene una relación íntima e individual que no funciona por decreto. La obra que es “muy actual en sus medios y mensaje” y no provoca sed de contemplar no es arte aunque la época lo ordene. Presenciamos, escuchamos y leemos demasiadas obras y son pocas las que generan una relación
Bodegón con jarrón con flores (fragmento)
con nosotros: ese concierto que escuchamos cientos de veces, ese poema que leemos y repetimos, la cita puntual con un artista en distintos museos, en esa necesidad de poseer la obra está su trascendencia y su intemporalidad. El presente del arte es la contemplación, no la cronología de la obra. Los que pretenden dictar las tendencias de cada época no pueden decidir sobre nuestra sed de contemplación, en esa libertad está el arte. L
Godot por fin llegó a la esquina, pero el par de vagabundos ya se había marchado. DANIEL KRAMER
El misterio Bob Dylan AMBOS MUNDOS
A
hora que han pasado los días y la actualidad de Colombia, este país bipolar, da un respiro, veo que en el mundo también suceden cosas extrañas, extrañísimas. Tal vez la que más me intriga tiene que ver con lo del Nobel a Bob Dylan, no tanto porque se lo hayan dado, pues al fin y al cabo es un gran poeta, sino por el hecho de no haber contestado a las llamadas de la Academia Sueca y, al menos en apariencia, estar negándose con esa actitud a recibir el premio. Leí que el mismo día en que se hizo pública la noticia él dio un concierto en alguna ciudad de Estados Unidos, no recuerdo en cuál, y ni siquiera mencionó el asunto. Supongo que eso equivale a un rechazo, pues por mucho que el cantante viva en la luna y no se ocupe con frecuencia de asuntos terrenales, tendrá que haberse enterado. Puede ser que la cosa lo tenga sincera y absolutamente sin cuidado, esto es una posibilidad, pero es raro que no haya
SANTIAGO GAMBOA Facebook: Santiago Gamboa-círculo de lectores
pedido a alguien de su entorno que escriba un correo o dé una declaración sencilla, “El señor Dylan dice que muchas gracias pero que no le interesa”, algo por el estilo, para quitarse con elegancia el problema de encima. Hay escritores que son absolutamente insensibles a los premios. En 1998, en Roma, fui jurado del premio literario de la Unión Latina, un reconocimiento importante que no solo ofrecía visibilidad y apoyo a la difusión de una obra, sino que además tenía una buena suma para el ganador. Recuerdo que después de una intensa deliberación se concedió el premio de ese año al novelista angoleño José Luandino Vieira. Nunca olvidaré la sorpresa de todos los jurados cuando, al llamarlo por teléfono a su casa de Portugal, Luandino Vieira nos dijo: “Muchas gracias pero no puedo recibirlo, yo ya no soy escritor”. En vano el secretario de la Unión Latina le explicó que era un reconocimiento a sus libros anteriores. Luandino Vieira volvió
a decir: “Yo ya no soy escritor, lo agradezco mucho pero olvídense de mí, adiós”. Y colgó. Javier Marías, tal vez el español más cercano al Premio Nobel, dio mucho de qué hablar al rechazar el Premio Nacional de Literatura de España en 2012, diciendo que no quería premios oficiales, pero además porque algunos autores importantes para él, como su padre Julián Marías, Juan Benet o Eduardo Mendoza, nunca recibieron un Premio Nacional. En todo caso ya escuché a alguien decir que si le dieron el Nobel a Bob Dylan, y lo rechaza, ya se lo podrían dar póstumo a Juan Gabriel. L
dirección josé luis martínez s. edición roberto pliego, iván ríos gascón arte y diseño salvador vázquez
MILENIO
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× JA I M E
LU I S
sábado 22 de octubre de 2016
ANTESALA
ESPECIAL
H U E N Ú N ×
No le pidan… Este poema es parte de Fanon city meu, uno de los tres libros que agrupa el volumen La calle Mandelstam y otros territorios apócrifos (Fondo de Cultura Económica, Chile, 2016)
El representante
N
o le pidan más dinero a la poesía, no más viajes y subsidios, no más luces; ya la pobre se ha quedado en bancarrota, ni una papa encontrarán en su alacena. Déjenla que se vaya por el mundo, toda coja, toda enclenque, toda seca, vieja, sola y afirmada en su bastón. Se acabó la bonanza, proxenetas, oh, malditos desleales, azulosos y barbudos palabreros del montón
× E KO × E X L I B R I S × E L N O B E L A B O B DY L A N Y E L A S E S I N ATO D E L L I B R O ×
CARACTERES
ÁLVARO URIBE alvuribe@yahoo.com.mx
S
e dice que en todo el mundo hay una crisis de representatividad. Y tú, en principio, estás de acuerdo. Solo que quienes lo dicen, como tu amigo Dante, se refieren a la falta de representatividad. Y, si de eso se trata, no estás tan seguro. Pues a menudo sospechas que la crisis también es de sobrerrepresentación. Es cierto que la democracia representativa deja mucho que desear. Que los electores elegimos mediatamente a los candidatos designados por los partidos. Que los políticos dizque independientes suelen ser desechos partidistas. Que si de veras gozan de independencia política es porque dependen del dinero, propio o ajeno. Y que, en resumen, los así llamados representantes populares no representan al pueblo sino a las facciones que los engendran y engordan como a la abeja reina en un panal. Y es así con los sindicatos, cuyos líderes vitalicios no comparten ni el trabajo ni el salario de los trabajadores asalariados que dicen representar. Y con otras asociaciones gremiales, como la Academia de la Lengua o el Colegio Nacional, cuyos miembros vitalicios eligen a los nuevos miembros en cónclaves secretos y sin consultar a sus respectivas comunidades. “Democracia directa” es la solución que propone Dante al déficit de representatividad en la vida pública. Y como no sabe muy bien qué significa esa fórmula, a no ser que aluda con ignorancia de la historia a las asambleas oligárquicas en la Atenas de Pericles, él mismo se autoelige representante de todas las causas justas. Están los pobres, desde luego. Pero como la pobreza es multiforme y omnipresente, Dante no acierta a representarla en su poesía y busca una causa más dúctil. Están las víctimas, también. Pero muchos poetas representan poéticamente a los muertos para repudiar al Estado (sin desmedro de la beca oficial que les permite seguir ejerciendo su libertad de expresión) y Dante, además de representativo, quiere ser original. De ahí que opte dialécticamente por representar al Estado mismo y, con tácticas policiacas, fiscalice a otros becarios (a los que Dante en su papel de vigía llama “creadores”) y hable con obvio placer verbal de “transparencia” y “rendición de cuentas” y ese concepto rector del pensamiento burocrático: “el erario”. Y como su asignatura pendiente son los indígenas (en los que no había pensado hasta hace poco) Dante se vuelve de golpe un furibundo indigenista. Pero como desconoce enciclopédicamente las lenguas y tradiciones y usos y costumbres de sus nuevos representados, no los representa en su poesía sino en las críticas despiadadas que endereza en las redes sociales contra quienes no los toman en cuenta al escribir o leer o hablar en español. Y si le señalas que parece haber una contradicción insalvable entre sus ideas directo–democráticas y el hecho de que nadie lo haya elegido a él para representar a nadie más, y que tú por eso no pretendes sino representarte a ti mismo, Dante el representante se alebresta y te retira su amistad y te tacha de corrupto y burgués. L
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LABERINTO
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Pablo Montoya
“El narcotráfico alcanzó todos los niveles sociales”
Ganador del Premio Rómulo Gallegos en 2015 por su novela Tríptico de la infamia, el escritor, que ha probado todos los géneros, consigna aquí las similitudes entre la Colombia de las décadas de 1980 y 1990 y el México de hoy, y apuesta por una interpretación estética de la realidad ENTREVISTA CARLOS RUBIO ROSELL/ MADRID
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uando el año pasado ganó el Premio Rómulo Gallegos por su novela Tríptico de la infamia, el escritor colombiano Pablo Montoya (1963) estaba a punto de terminar un libro de prosa poética titulado Hombre en ruinas, una especie de recorrido por un mundo derruido que prefirió dejar en el cajón, ya que el premio lo catapultó a una visibilidad que empujó a los editores de sus obras anteriores a reeditarlas para darlas a conocer al público que hasta entonces no se había fijado en ellas. “Comenzaron a aparecer libros míos que estaban agotados y que ahora han vuelto a editarse, lo que hizo que prefiriera no sacar un libro más para no saturar al público”, confiesa. Montoya está sumergido ahora en la escritura de una nueva novela que aparecerá a mediados del año próximo, en la que narra la historia de unos jóvenes colombianos que en la década de 1980 van a estudiar música a un pueblo retirado en el altiplano. “Es una especie de novela de formación en medio de un país que se ha precipitado a la barbarie”, dice Montoya en entrevista exclusiva con Laberinto. “Es la década de la toma del Palacio de Justicia por el M–19, de la tragedia de Armero, del exterminio de la Unión Patriótica, un episodio que consistió en la desaparición de casi 4 mil personas que militaban en ese partido de izquierda y que fueron asesinadas por un comando de la muerte. Ya en la década de 1990 vino el caso de los falsos positivos: 5 mil jóvenes asesinados que, sin tener nada que ver con la guerrilla, fueron considerados por el ejército como guerrilleros muertos. Colombia ha pasado por el horror y, de alguna manera, esta novela trata de mostrar a un grupo de chicos que quieren ser artistas y de pronto se ven confrontados a ese terrible mal que ha caído sobre nuestros hombros”.
DIARIO EL ESPAÑOL
—¿Cuál es su opinión sobre el proceso de paz en Colombia? —Temía que en la firma que se llevó a cabo hace unas semanas hubiese un atentado de algún loco que le diese por disparar. Pensaba que en ese momento clave podía haber una circunstancia que malograra el proceso: una masacre, un magnicidio, una locura. Pero el acuerdo está firmado y soy un pacifista: no me interesa la guerra bajo ningún tipo de discurso. Voté al Sí sin ninguna duda, sabiendo que esos procesos de paz son turbios, son procesos incompletos, porque son acuerdos firmados por victimarios: el Estado ha sido victimario y la guerrilla de las FARC ha sido victimaria. Pero sé que la única manera de pasar la página, de entrar en un periodo de paz política, es hacer este tipo de acuerdos. Y ahora nos espera un momento muy difícil. Estamos en el momento del post conflicto, cuando los escritores, los artistas, los intelectuales, debemos enfrentar lo que se ha ocultado mucho tiempo, el montón de víctimas de estos últimos años, el montón de muertos sin nombre, de fosas comunes, de falsos positivos, de exterminios. Debemos nombrar todo eso y al menos en la literatura y en el arte hacer ese acto de catarsis. Como decía Roberto Bolaño: “Hay que meter la cabeza en lo oscuro”. El caso de los falsos positivos ilustra cabalmente a qué se enfrenta el proceso de paz colombiano. Fue un episodio que ocurrió durante la presidencia de Álvaro Uribe, cuando el actual mandatario Juan Manuel Santos era ministro de Defensa. “Uribe, quien como siempre quiso, o esa fue su bandera, acabar con las FARC, pedía guerrilleros muertos. Entonces, el ejército colombiano empezó a mostrar a esos guerrilleros: iba a barrios populares de algunas ciudades y capturaba a chicos que no tenían nada qué ver con la guerrilla, muchos de ellos con problemas mentales. Se los llevaba bajo la promesa de un trabajo en otra zona del país, donde los asesinaba y luego los hacía pasar por guerrilleros: les ponía uniformes, armas. Así fue como Uribe y las fuerzas militares demostraban que la lucha contra la guerrilla era efectiva, pero de pronto empezaron a descubrirse esos guerrilleros falsos, esos falsos positivos, y las madres de las víctimas iniciaron un movimiento social de protesta. Hubo 5 mil muchachos entre los 17 y los 25 años asesinados en esas circunstancias. Los soldados eran tan torpes que les ponían los uniformes al revés. Muchos de estos chicos esquizofrénicos o con problemas mentales eran zurdos o diestros y les ponían las armas en las manos equivocadas. Es un escándalo de inmensas proporciones. Por eso he dicho que los responsables de esos falsos positivos son Uribe y Santos, aunque muchos generales han ido ante la justicia”. A pesar de su discreción y alejamiento de los grandes reflectores del mundo literario, Montoya es una de las voces más sólidas e interesantes de la actual literatura latinoamericana. Autor de una veintena de libros entre los que destacan los volúmenes de relatos Cuentos de niquía (1996), Habitantes (1999), Réquiem por un fantasma (2006), Adiós a los próceres (2010) y Adagio para cuerdas (2012); de los poemarios Cuaderno de París (2009), Solo una luz de agua: Francisco de Asís y Giotto (2009) y Programa de mano (2014); de los ensayos Música de pájaros (2005) y Novela histórica en Colombia 1998–2008: entre la pompa y el fracaso; y de las novelas La sed del ojo (2004), Lejos de Roma (2008), Los derrotados (2012) y Tríptico de la infamia, ambientada en el siglo XVI, una parábola de las atrocidades descritas por Bartolomé de las Casas en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias, Montoya explica que lo que ha hecho en casi todos sus libros ha sido alejarse del núcleo de la violencia colombiana y americana, para leerla de un modo distinto. “He tratado de distanciarme de lo que ya se ha hecho, especialmente en la literatura colombiana, donde uno de los temas fundamentales ha sido el de la violencia. Así que en mi última novela me voy al siglo XVI, apoyándome en las peripecias existenciales de tres pintores protestantes, dos franceses y uno belga, pintores sin mucha importancia en la historia universal del arte. De su mano he hecho una especie de lectura contemporánea de dos fenómenos fundamentales: las guerras de religión y la Conquista de América, permeados por la pintura, pues lo que sostiene el discurso literario son imágenes de estos pintores, algunas de ellas testimonios de la Conquista, y otras, como la de Françoise Dubois, sobre la masacre de San Bartolomé. De manera que podrían extrapolarse todas las consideraciones y reflexiones que hago en esa novela frente a la violencia actual. En París, un lector me dijo que el día que terminó de leer Tríptico de la infamia se cometió la masacre en la redacción de Charlie Hebdo, cuyo origen fue, entre otras cosas, la intolerancia religiosa”.
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sábado 22 de octubre de 2016
LITERATURA
ESPECIAL
—En varias ocasiones su compatriota, el escritor Juan Gabriel Vásquez, ha comentado que la violencia que se ha vivido en Colombia en las décadas de 1980 y 1990 se parecía mucho a lo que desde comienzos del siglo XXI se ha producido en México. ¿Usted encuentra paralelismos entre la situación colombiana y la mexicana? —Teniendo en cuenta todas las particularidades, hay paralelismos. Los colombianos hemos pasado por lo que los mexicanos están pasando ahora. Tuvimos un periodo muy difícil, sobre todo porque el narcotráfico mostró claramente que su objetivo era el poder. Pablo Escobar y sus secuaces querían estar en el Senado, ser candidatos presidenciales, y se manifestaban como grandes líderes sociales; mucha gente creyó incluso que eran eso. Al asumir esa visibilidad, el Estado inició una guerra, lo cual no significa que los colombianos hayamos franqueado ya la experiencia completa del narcotráfico. El narcotráfico en Colombia se ha mimetizado: los narcotraficantes de ahora aprendieron la lección que les dio Pablo Escobar y ya no hacen política, ya no se hacen visibles, no tienen ningún deseo de tomar el poder y solo ganan dinero. Lo que pasa en México, según entiendo, es que hay una confrontación extrema, pero los niveles de salvajismo son más o menos los mismos. En las décadas de 1980 y 1990 tuvimos masacres en Colombia, carros–bomba, una paranoia colectiva impresionante; la vida no valía un peso. Y ustedes los mexicanos están pasando también por un periodo muy difícil. El problema es que el narcotráfico ha impregnado todos los niveles sociales. En un país como Colombia, y quizá también en un país como México, el problema es que para destruir el narcotráfico, para desmontarlo, no hay que considerar únicamente la cuestión a nivel nacional. Todas las medidas que tomen un país u otro son medidas parciales, porque el fenómeno es internacional. Si el negocio sigue, va a seguir la violencia, porque ése es finalmente el motor del dinero sucio, éticamente hablando, pero que a fin de cuentas está presente en casi todos los niveles sociales. Así que sí hay una gran similitud entre los problemas de México ahora y los que Colombia enfrentó en las décadas de 1980 y 1990.
—¿Qué lección puede extraerse de la experiencia colombiana? ¿Qué pueden hacer las sociedades civiles cuando el Estado pone parches pero no ataja de cuajo el problema porque tiene sus raíces en ámbitos internacionales? —Como escritores o como opinadores sociales o como esa suerte de conciencia que pretendemos ser de la sociedad, nos queda denunciar la hipocresía estatal, denunciar las hipocresías internacionales, porque el dinero del narcotráfico está en los paraísos fiscales como Suiza o Panamá. Si de un día para otro legalizamos el narcotráfico se produciría un colapso económico de proporciones gigantescas. Así que nos queda decir eso, denunciarlo, tratar de recrear las grandes turbulencias que se presentan, y hacerlo de la mejor manera estética y literariamente hablando, porque la literatura, más que una mímesis de la realidad, es una especie de reflejo estético de la realidad. Lo que nos corresponde como escritores, si queremos reflexionar sobre el tema, porque no es una obligación, si queremos aproximarnos a la violencia del narcotráfico y a las múltiples violencias, debemos hacerlo con altura estética. Montoya es un autor que ha abordado prácticamente todos los géneros: poesía, novela, cuento, ensayo, periodismo. Sobre sus referentes, detalla que su ambición estilística y literaria parte del hecho de que llegó a la literatura por el camino de la música. “Primero fui músico y de ahí pasé a la literatura. Así que hay una presencia muy fuerte de las artes. Y es que siempre me ha interesado llevar a cabo una especie de renovación de la literatura colombiana, que ha estado muy angostada por el realismo mágico y por el realismo urbano, el realismo sucio y la novela de corte periodístico, así que he querido aportarle el abrazo continuo entre la literatura y las otras artes. Por ahí hay un factor que nos permite ir a una serie de influencias que para mí han sido muy importantes. Algunas de ellas, y creo que son las que se manifiestan en mis primeros libros de cuentos, provienen de Carpentier, Cortázar, Balzac y Thomas Mann, en el sentido de que escribieron mucho sobre música. El modelo de García Márquez como novelista, cuentista y cronista es importante, pero he tratado de no tener vínculos
con su propuesta literaria. Pienso que el mundo del realismo mágico ya está hecho, que García Márquez lo cerró magníficamente y que ahí no tengo nada qué hacer. Yo me fui a Francia y viví en París un tiempo largo, y fue donde empecé a publicar mis primeros libros. Dejé entrar sin tapujos toda la tradición literaria francesa: Camus, Yourcenar, Gracq, Céline. Mi libro de ensayos Un Robinson cercano. Diez ensayos sobre literatura francesa del siglo XX construye la cartografía de influencias de mi obra. Ya en el último periodo, al regresar a Colombia, he tenido influencias hispanoamericanas más recientes como Juan José Saer, Ricardo Piglia o Álvaro Mutis, en el sentido de una visión un poco pesimista, oscura y al tiempo sedienta de belleza. —¿La búsqueda de la belleza le ha llevado a la poesía? —Creo que la poesía es el motor de mi escritura y de toda escritura literaria verdaderamente memorable. Una obra literaria sin poesía pierde mucho interés. No solo la escritura de mis novelas y ensayos se preocupa de esa búsqueda poética a nivel estilístico; también he escrito libros de poesía en prosa. Me preocupa mucho el nivel poético de la escritura. —Finalmente, el lenguaje expresa belleza. —Me parece muy importante. He escrito cuatro novelas y en todas ellas los personajes son artistas. En Lejos de Roma es un escritor; en La sed del ojo es un fotógrafo en la época del Segundo Imperio francés. Son personas que están buscando la belleza, que están preocupadas por captar los secretos y los enigmas de la belleza, y que se ven confrontadas a medios sociales que los deprimen, que los asesinan, que los persiguen y exilian. Así que uno de los temas fundamentales de mis novelas es la oposición entre la belleza artística y la violencia y la brutalidad social que impiden o que al mismo tiempo alimentan las búsquedas estéticas. —La violencia afea el mundo. —Sí. Porque de otra forma entraríamos en el campo de la violencia en un terreno amarillista o sensacionalista. Muchas veces mi reflexión de la búsqueda estética roza o toca la discusión sobre el bien y el mal. Uno de los ejes de mi novelística y de toda mi literatura está sostenido por las disquisiciones estéticas que ponen frente a frente a la violencia y la belleza, el bien y el mal. L
LABERINTO
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Graciela Iturbide en Avándaro Han pasado 45 años desde que la fotógrafa registró con su cámara el frenesí que significó el festival de mayor impacto en la historia de la contracultura en México. Ese material se expone por primera vez en el Museo Universitario del Chopo
MIRIAM MABEL MARTÍNEZ
D
urante dos días, 11 y 12 de septiembre de 1971, Avándaro —ese poblado glamoroso y acogedor del Estado de México— se transformó en un espacio icónico en la historia de la contracultura. Ahí estuvo merodeando con cámara en mano la fotógrafa Graciela Iturbide. Esa joven mirada curiosa y poética es la que hoy se revela en la exposición Avándaro, que se exhibe en el Museo Universitario del Chopo para celebrar su 45 aniversario e invitar al público a contemplar una serie nunca antes expuesta de esta fotógrafa, la más importante de México. “La verdad sobre Avándaro”, anunciaba la revista Piedra rodante. “Sensacionalmente revelador, yeah, yeah, yeah, Avándaro”, fue uno de los encabezados de la prensa mexicana de aquella época, que se dividía entre el repudio y el gozo ante un acto que evidenciaba la existencia de la contracultura en México, y que además presentaba en sociedad a una novedosa tribu urbana: los jipitecas. Un mes más tarde, en octubre, la Editorial Diógenes —la misma que había acogido a la literatura de la Onda— imprimió el libro Avándaro. “Emmanuel Carballo vio las fotos de Graciela y dijo ‘Hay que publicarlo’, y metió los textos de Luis Carrión, quien la había acompañado”, comenta el doctor en historia del arte Alberto Vázquez Mantecón, curador de la muestra. “Se trata de un libro muy apreciado entre los avandaristas y difícil de conseguir”. Avándaro es un pretexto, no la finalidad de esta exposición. “Las fotos de Graciela Iturbide en Avándaro son el gran objetivo; ahora
bien, dado que este museo tiene una vocación muy clara y definitiva en la documentación de la contracultura, la exposición propone paralelamente una lectura para alguien que venga buscando saber qué fue Avándaro”. Al entrar a la Galería 3 del museo, donde se exhiben las 56 imágenes a color y en blanco y negro, el espectador penetra en el mundo de Iturbide. Es un paseo por una forma de mirar que desde sus pininos se ha negado a usar flash y telefoto. “Las fotos son muy distintas al libro, porque no tuvo una buena calidad de impresión: refleja el diseño de esos años, muy inclinado hacia el alto contraste. Las imágenes a color habían virado al blanco y negro. De modo que cuando ves la foto original, tienes la certeza de que esta exposición es necesaria porque se trata de un material que no se ha visto en 45 años”, señala el curador. Esta sorpresa también la expresa Graciela Iturbide, quien ahora se pregunta por qué el libro aparece en blanco y negro. Quizá porque en ese momento el efecto Avándaro era más poderoso como idea que como imagen. Sin embargo, al ver las fotos impresas en gran formato, la sensibilidad y el testimonio visual de Iturbide cobran relevancia. “No tenía idea de que Graciela conservara tanto material. No sabía que había fotografiado tanto. Originalmente pensé en 25 o 30 imágenes pero al final duplicamos el número. Lo importante de esta serie es que te encuentras a una artista que ya tiene todos los elementos del estilo que desarrollará posteriormente. Ya tiene esa manera de fotografiar en diálogo con la gente, esa curiosidad por las personas que tiene enfrente y esa mirada poética que va a caracterizar su trabajo; porque ella no es una fotógrafa de clic y ya, ni solo documentalista. Hay poesía en su obra, lo cual ya es interesante, y aplicada a la contracultura lo es aún más”. Como historiador del arte, Vázquez Mantecón se ha especializado en la contracultura. “He trabajado mucho en cine Súper 8, también muy asociado a Avándaro. De hecho, una de las películas que se reprodujo más a lo largo de la década de 1970 fue aquel Súper 8 emblemático del festival filmado por Sergio García, David Celestinos, Héctor Abadie, y dirigido por Alfredo Gurrola”. Así que no dudó en aceptar la invitación para hacer la curaduría de esta serie que, hasta ahora, estaba perdida en la memoria de la historia de la fotografía del siglo XX. En 1971, Graciela Iturbide tenía 29 años, estudiaba cine en el CUEC y vivía una disyuntiva: por un lado el cine, y por otro la fotografía. En la escuela conoció a Manuel Álvarez Bravo, quien la jaló en definitiva hacia la foto. Ya llevaba tiempo recorriendo el país retratando fiestas populares, así que éste era, desde su perspectiva, un festejo similar. Se enfocó en los personajes, en el paisaje, en el rito: el rock. Sus fotos captan un pedazo de vida dentro de las vidas de los asistentes, quienes se transformaron en algo que ninguno de ellos esperaba. Avándaro, como comenta Vázquez Mantecón, es un hecho que excedió con mucho las expectativas de organizadores y asistentes. “Habían planeado una cosa y les salió otra muy distinta y compleja”, tan súbita como lo que capta la lente de Iturbide, quien llega ahí, acompañada del cineasta —su maestro— Jorge Fons y su compañero de escuela Luis Carrión, totalmente libre de prejuicios. No es alguien que forme parte de la contracultura ni esté asociada al mundo del rock. Es un testigo neutro y curioso. Le intriga lo que está pasando, así que en esos dos días fisgonea y se deja guiar por esa mirada intuitiva e inteligente que ha caracterizado su trayectoria. Así como logra captar la sorpresa y lo inesperado, retrata a los hacedores de la contracultura de distintas clases sociales. Sus imágenes nos presentan “una
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sábado 22 de octubre de 2016
DE PORTADA
FOTOS: GRACIELA ITURBIDE
población de estratos bajos, pero que ya practica la cultura del rock. Graciela tiene una posición privilegiada. Devela a esos nuevos militantes de la contracultura mexicana que hasta entonces había sido muy fresa”, apunta el curador. La música se convierte así en un elemento democratizador. De la mano de Iturbide recorremos el territorio espacial y temporal de Avándaro, nos mete en los ritmos del festival, los preparativos, las vestimentas, los campamentos, los hábitos de los asistentes, sus rostros interrogantes frente a la cámara mientras se bañan o ligan o simplemente están… ¿Qué habrán pensado esos personajes sobre la joven mujer que los observaba? Hoy, frente a estas imágenes, entendemos que la curiosidad era mutua: Iturbide observa y es observada, al igual que los protagonistas de sus fotos; un encuentro entre dos miradas que eternizan el instante, en la línea del ensayo Signos en rotación de Octavo Paz. “En este grupo de fotografías ya está presente el estilo actual de Graciela Iturbide. Con el tiempo, su ojo se irá educando y entrenando pero aquí ya es lo que es. La gran fotógrafa ya está ahí. Los interesados en su obra encontrarán en esta muestra las bases de su práctica fotográfica”, dice Vázquez.
Y no sólo eso, Iturbide también nos invita a un viaje. Fue, aunque ella no se asumiera tal, una testigo privilegiada, “que no se debate en la diatriba de la exaltación ni de la crítica; simplemente observa y ejerce una imparcialidad para recrear ese mundo”. De su mano recorremos los momentos del festival. Desde la llegada —el primer núcleo, como señala Vázquez Mantecón—, Graciela Iturbide detecta y documenta las nueEs una narrativa vas prácticas sociales novedosa sobre un que ahí se ejercen: hecho casi fundacional bailes, coqueteos, la en la historia de la participación de las contracultura mexicana mujeres. “Le llaman la atención las madres jóvenes que acuden con sus hijos”. Estas formas de sociabilidad emergentes constituyen un segundo núcleo. “El tercero es el concierto mismo: el éxtasis. Graciela Iturbide capta a la generación que está dispuesta a transgredir, a buscar una explosión de placer, de música, de emociones. Se mete a todas partes: se sube al escenario, se baja entre la gente, fotografía de día y de noche”.
¿El resultado? Un estudio intenso, un viaje al pasado para contemplar desde una perspectiva neutra, alejada de las miradas polarizadas. “Tiene una serie muy padre de la famosa Encuerada de Avándaro. No solo registra el hecho mismo de la chava que se encuera, sino que está muy atenta al efecto que produce entre los chavos a su alrededor. Tiene una mirada reflexiva sobre lo que sucede”. Y la travesía visual cierra con un cuarto núcleo: el fin de la fiesta. ¿Qué pasa después? Iturbide nos presenta el vacío, vemos —y sentimos— ese espacio sin gente, el escenario en silencio, los restos, el tiradero… Mediante los cuatro núcleos observamos el diálogo entre curador y artista, una narrativa novedosa sobre un hecho casi fundacional en la historia de la contracultura mexicana, y el nacimiento de un discurso fotográfico. La muestra ataca por dos frentes —el artístico y el sociológico— y nos atrapa. Quien quiera venir para entender el legado de Avándaro es tan bienvenido como aquel que busca disfrutar de los orígenes visuales de Graciela Iturbide. Para complementar el concepto curatorial, se exhibe una serie de documentos, revistas, prensa de la época y películas que contextualizan el concierto, así como una entrevista a la artista. “Yo tenía muchas preguntas”, dice Vázquez Mantecón, “pensé que la gente tendría muchas dudas”, y ahí está la gran fotógrafa compartiendo su experiencia. Cuenta que a ella no le gustaba el rock, que no escuchó nada porque lo que contemplaba era tan complejo que atrapaba todos sus sentidos. Quizá por ello el visitante rodea las fotos, las pasea y entra a ellas, pues parecería que se escuchan los diálogos, la música, los gritos. Vemos a un hombre bailando tapado con una bandera estadunidense y casi podemos imaginar lo que siguió al baile. Observamos a una madre acomodando a su bebé en una canasta y casi podemos oír sus cantos, así como el rumor del agua entre unos jóvenes bañistas o las conversaciones entre hombres y mujeres que se encuentran en un espacio igualitario. Las fotos de Graciela Iturbide conectan con el espectador del siglo XXI, ese para quien Avándaro no es parte de su memoria, sino un punto de referencia, y de pronto lo descubre como un estado de ánimo. Para muchos, es parte de la historia familiar transmitida por padres, tíos, hermanos, abuelos. “Habrá visitantes para los cuales formará parte de su memoria por una decisión voluntaria: ‘quiero apropiarme de esto para construir mi memoria de la contracultura, las raíces del punk o del fanzine en México’ ”. La muestra da continuidad al imaginario sonoro de un evento crucial. “Pudo haber otros, pero Avándaro fue El Evento, porque tuvo —y aún tiene— una capacidad de convocar gente y al mismo tiempo de convocar reflexión sobre lo que pasaba. La juventud descubrió que había un filón que podía afirmar. Avándaro es la contraparte del 68, la consolidación de un proyecto cultural de la juventud mexicana de aquella época”. Al salir de la exposición, es probable que algunos tendrán ganas de saber más, de hurgar en la obra de Graciela Iturbide o de buscar en YouTube fragmentos de Avándaro y escuchar a La Revolución de Emiliano Zapata o a Peace and Love. Más allá del “ya tenemos a San Francisco en México” o del “espectáculo de degeneración”, a 45 años tenemos la oportunidad de transitar por un ensayo visual que coloca en un segundo plano lo político y nos invita simplemente a contemplar. Graciela Iturbide se mira en el espejo y descubre a Virgilio. Nosotros la seguimos en el viaje. L
VARIA
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LABERINTO
BARECROFT MEDIA
Las ciudades invisibles de Stephen Wiltshire El artista inglés visitó la Ciudad de México para dibujarla después de un breve vistazo desde un helicóptero RETRATO JUAN MANUEL GÓMEZ
E
l fenómeno del “artista autista” no es algo excepcional, afirmó Oliver Sacks en su libro El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. Incluso hizo una precisión: “Seamos menos arrogantes, llamémosla simplemente imaginación autista. Los autistas, por su condición, rara
vez están abiertos a influencias. Su destino es estar aislados, y en consecuencia ser originales. Su visión procede de dentro y es primitiva”. Sin embargo, lo que al eminente neurólogo británico sí le pareció fuera de lo común después de haber visto docenas de ejemplos, “sin hacer un esfuerzo especial por buscarlos”, fue el talento de su compatriota Stephen Wiltshire, quien a los diez años convirtió los monumentos de la ciudad de Londres en su alfabeto de comunicación con el mundo exterior.
El legado secreto de David Ojeda RETRATO GONZALO LIZARDO
V
isceral e inteligente, impecable en la técnica pero incorrecto en lo político, es triste, muy triste, que David Ojeda (1950–2016) haya muerto, pues no solo perdimos a uno de nuestros narradores más personales, arriesgados y críticos, sino también a un activo promotor cultural. Con su labor en los talleres de provincia, Ojeda fue un auténtico misionero de la literatura, responsable de formar a narradores y poetas como Crosthwaite, Jesús de León, Félix Dauajare, Juan José Macías, los hermanos Chávez, cuyo ejemplo fertilizó a su vez la más reciente camada de escritores del norte y centro del país. Como “maestro de maestros”, David Ojeda debería ser reconocido por su aporte a la
reconfiguración de las letras mexicanas, aporte que acaso constituye su legado más evidente. Para entender por qué su herencia como narrador fue menos visible, debe recordarse que Ojeda, a contrapelo, decidió escribir en San Luis Potosí, su ciudad natal, en vez de emigrar a la capital nacional de la cultura, como tantos hicieron. Esa decisión tuvo un precio. Por más que obtuviera el prestigioso Casa de las Américas, Las condiciones de la guerra (1978) fue desdeñado por la crítica mexicana, asustada tal vez por sus temas subversivos y sus audacias formales. Todavía hoy, cuentos como “Frankie” deslumbran por su estructura neobarroca, por su humor, su intertextualidad y su técnica narrativa, que mezcla la realidad con los sueños, al autor con su personaje, los mitos con el insomnio, la esperanza utópica con el desencanto poético.
Diagnosticado como autista desde los tres años, Wiltshire no aprendió a hablar sino hasta los nueve, y la primera palabra que dijo fue paper. Necesitaba más papel para continuar con lo que se volvió la única puerta con el mundo exterior. Dibujó edificios y después ciudades tras apenas echarles un vistazo: Nueva York, Madrid, Roma, Sidney, Tokio, París, Moscú, Jerusalén, Dubai, Estambul. Hoy, a sus 42 años, es una celebridad reconocida mundialmente por haber desarrollado de manera excepcional esa ligera vía de comunicación. Está en México para dibujar la ciudad sobre una superficie de 4 x 1 metros tras sobrevolarla en helicóptero. Se estima que tardará 40 horas en plasmar lo que sus ojos verán desde el cielo en tan solo unos minutos. Esta cualidad me hace pensar en el tiempo, en una manera distinta de percibir el tiempo que a Oliver Sacks le recordó un cuento de Jorge Luis Borges incluido en su libro Ficciones. Ireneo Funes, el protagonista, era capaz de recordar con exactitud un día entero, con todos sus segundos intactos, pero tal prodigio le llevaba otro día íntegro. Como en la mente fotográfica de Wiltshire, “en el vertiginoso mundo de Funes había solo detalles, casi inmediatos”, cuyo significado era imposible de penetrar o de abstraer. Esa es justamente la prisión del autista, ya que una sociedad no admite criaturas totalmente ensimismadas. “¿Hay lugar en el mundo para un hombre que es como una isla?”, se pregunta Sacks haciendo alusión al poema del metafísico inglés John Donne (1572–1631). “¿Puede un continente adaptarse a lo singular?”. Sí, parece ser la respuesta de Stephen Wiltshire y sus detalladas ciudades perfectas. “¿El ser una isla, el estar separado, es inevitablemente una muerte? Puede ser una muerte —reflexiona Sacks—, pero no inevitablemente. Porque aunque se hayan perdido las conexiones horizontales con los demás, con la sociedad y la cultura, puede haber aún conexiones verticales intensificadas y vitales, conexiones directas con la naturaleza, con la realidad, sin influencias, sin intermediarios, inasequibles para cualquier otro”. Por muy raro e inaccesible que sea su universo, dice John Donne, “Ningún hombre es una isla,/ Ensimismada,/ Cada hombre es una pieza del continente,/ parte de un todo./ Si el mar se lleva un trozo de tierra,/ Europa se hace más pequeña./ Así sea un promontorio./ Así sea la casa de tu amigo./ O la tuya./ La muerte de un hombre me disminuye,/ Porque estoy unido a lo humano,/ Nunca quieras saber por quién doblan las campanas;/ Están doblando por ti”. L
Guiado por sus convicciones y su instinto transgresor, en esta primera época su obra maestra fue Cuando el espejo mira (1989), una noveleta publicada por una notable editorial independiente, Joan Boldó i Climent. Estructurada en un solo capítulo, esta “novela río de cuentos” es la crónica alucinada de una ciudad y una noche que contienen dentro de sí múltiples noches y ciudades: espacio y tiempo que se multiplican, se invierten, se deforman sobre el espejo de la página literaria. Inconseguible en la actualidad, la escasa distribución de esta noveleta puede explicarse, tal vez, por el deceso de su editora, Nuria Boldó, que condenó al tiradero todos los bellos libros que había editado. Tras Los testigos de Madigan (Verdehalago, 1995), con su afortunada mezcla de prosa y verso, Ojeda publicó El teorema de Darwin (Conaculta, 2000), que evidenció su tránsito hacia una prosa más sobria y concentrada. Este cambio estilístico se consolidó después en sus dos novelas más conocidas: La santa de San Luis (2006) y El hijo del coronel (2008), ambas publicadas por Tusquets. La primera —una venturosa incursión en la novela histórica— desmitifica la figura de Concepción Cabrera de Armida, la “santa” potosina que se hizo
famosa por sus arrebatos místicos, mientras que la segunda —ubicada en la Huasteca potosina— entrelaza tres voces para hacer una disección de nuestros prejuicios en torno a la transexualidad y la identidad personal. Me atrevo a sospechar que estas dos novelas iban a conformar una trilogía sobre “la potosinidad” que sería completada con Brujas latinas: la obra que Ojeda concluyó poco antes de morir y que confrontaba su vida y su tiempo con los de Manuel José Othón, su paisano. Quisiera pensar que al ser publicada, esta novela —junto con sus ensayos y artículos dispersos— por fin nos permitirá aquilatar su legado secreto, su poética, es decir, su rigurosa y contracultural visión del mundo y la palabra, lo político y lo literario. Una poética que él ponía en práctica cada vez que corregía cuentos de sus alumnos, cuando armaba una antología, escribía un artículo o se bronqueaba con las instituciones para publicar o promover la obra de sus contemporáneos. Sí, es triste, muy triste, que David se fuera (murió el domingo 9 de octubre en SLP). Sin menoscabo a nuestro luto, celebremos que el viejo amigo haya dejado de sufrir, así como las historias, los recuerdos, la enseñanza que nos legó. L
MILENIO
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× A
TIERRA ROJA PEDRO ÁNGEL PALOU Planeta México, 2016 370 pp. Como en otras ocasiones, Palou se ha dado a la tarea de novelar un momento de la historia de México. Ahora ha dirigido su atención a los años de gobierno de Lázaro Cárdenas, más con ánimo de descubrir cómo los hechos históricos modifican a las personas que con el propósito de ofrecer un rostro inconmovible de la Historia. A la par, asistimos a una suerte de crónica de nota roja de la década de 1930, de la mano de un periodista curtido en la bajeza humana. UN GATO EN EL CARIBE ROBERTO BARDINI Resistencia México, 2016 260 pp. Esta novela obtuvo el Quinto Premio Lipp La brasserie, y la editorial lo ha ganado por segunda ocasión. Bardini es argentino y Un gato en el Caribe es su primera novela. La historia se ubica primordialmente en Belice y cuenta la historia de Bugnicourt O’Hara, mejor conocido como El Gato. Se trata de un expiloto, cuyo tortuoso y oscuro pasado le cobra cuentas; la aventura y el thriller se mezclan. Está ilustrada por Edu Molina. EL HIJO PHILIPP MEYER Literatura Random House México, 2016 589 pp. Con ésta, su segunda novela, Philipp Meyer se ha instalado en la cima de las letras estadunidenses. Su empresa es más que descomunal: narrar los golpes de fortuna de una familia del Lejano Oeste desde mediados del siglo XIX hasta bien entrado el siglo XX. Hay sitio para la rebeldía de los comanches, el despunte de los yacimientos petroleros y el odio racial hacia los trabajadores mexicanos con súbitos cambios de tiempo. Y TODO ES LENGUA ALBERTO PAREDES Siglo XXI editores México, 2016 236 pp. Sin orden lineal, nada más impulsado por el placer de la relectura, Paredes reúne diez ensayos que se detienen lo mismo en la poesía de Lezama Lima, Neruda o Huidobro, que en la endeble vocación de los estudiantes de literatura o en la mexicanidad de Alfonso Reyes. Ya que celebra los dones inabarcables de la escritura, cierra con una larga reflexión sobre la necesidad de pensar el mundo como un trenzado de palabras. PEGGY GUGGENHEIM. EL ESCÁNDALO DE LA MODERNIDAD FRANCINE PROSE Turner España, 2016, 248 pp. Especialista en biografías de mujeres, en esta ocasión Prose se acerca a la millonaria estadunidense Peggy Guggenheim, una figura fundamental en el arte del siglo XX. “Yo no soy una coleccionista. Yo soy un museo”, decía de sí misma con jactancia. Pero tras esta aparente fortaleza, tuvo que superar un complejo de inferioridad por ser judía y mujer. Fue esposa de Max Ernst, mecenas de Jackson Pollock y tuvo como asesor a Marcel Duchamp.
F U EG O
EN LIBRERÍAS
L E N TO ×
LA VIDA POR UN IMPERIO
Anamari Gomís Ediciones B México, 2016
Qué importa el fin de Maximiliano ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com
H
ay que desconfiar del título y el acertijo que anuncia la portada de esta novela. Son tan solo ganchos publicitarios, pues La vida por un imperio no se mueve por los terrenos de la ficción histórica sino por las aguas turbias del desamor y la pasión infiel. Que Maximiliano pudo salvar el pellejo gracias a la piedad masónica de Juárez y que halló refugio en El Salvador con el nombre de Justo Armas no es otra cosa que el móvil que impulsa el ascenso y la caída de los protagonistas. Estamos en 1987 y no en una década postrera del siglo XIX, y estamos frente a un viejo historiador —Segismundo Altamirano— que engatusa a una de sus discípulas —Fernanda— para que le sirva de asistente en un viaje por Cuba, Costa Rica y El Salvador que, hemos de creerle, guardan los pasos de la huida del emperador. De modo que La vida por un imperio tiene el aliento de una aventura, aunque nada es lo que parece. Antes que el pretendido rastro de Maximiliano, al viejo historiador le importa reencontrarse con algunos de sus amantes y con su vitalidad perdida. Fernanda viaja para escapar de un matrimonio que se ha llenado de telarañas. Sus actos no se miden, pues, con la escala de la curiosidad intelectual sino con la del desasosiego sentimental. Más que en busca de Maximiliano, van al encuentro de una imagen satisfecha de sí mismos. En este sentido, Fernanda llena las expectativas del personaje que sale de casa provisto de dudas y vuelve a ella cargado de certezas. De su voz provienen las descripciones encantadoras de las manías y los arrebatos de Segismundo Altamirano y, sobre todo, los diagnósticos de su tránsito hacia una suerte de liberación. De su voz proviene también la minuciosidad con la que nos hace testigos de una ceremonia de santería o de una cena en un palacete tropical. Si para algo parece dispuesta es para el detalle. Ve con avidez (“Las estrellas me provocaban desvaríos, allí, sentada sola en una banca”) y así consigue animar a las cosas y a los seres… …En especial a los seres. Anamari Gomís tiene un don convincente para crear personajes que se relacionan con sus lectores de manera afectiva y no como piezas de ajedrez. Hay vida en el dirigente cubano que hace temblar a Fernanda mientras se entretiene bajo la regadera, hay vida en ese bibliófi lo de San José que recuerda a un noble francés del siglo XVIII, hay vida en Segismundo Altamirano, que parece inspirado en el Ravelstein de Saul Bellow. Hay, en suma, vida en La vida por un imperio, no fantasmas en pena como el del infortunado Maximiliano. L
CINE
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LABERINTO
ESPECIAL
Arturo González Villaseñor
“Hay quienes hacen una revolución todos los días” Llévate mis amores cuenta la historia de las mujeres que alimentan a los migrantes que viajan a bordo de La Bestia ENTREVISTA
M
iles de migrantes cruzan México a bordo de La Bestia, el tren que los habrá de llevar a Estados Unidos. En el camino abundan los sinsabores y peligros. Sin embargo, La Patrona es un sitio diferente. Al pasar por el pueblo veracruzano, grupos de mujeres se acercan a las vías para arrojar comida a los viajantes. ¿Quiénes son? Arturo González Villaseñor cuenta su historia en el filme Llévate mis amores. ¿Cómo se acerca a Las Patronas?
Llegué a ellas por mi proyecto de tesis que consistía en reactivar una radio comunitaria. Viajé al pueblo Paso del Macho, en Veracruz, que está como a 40 minutos de La Patrona. Los comunicadores hacen colectas de pan para llevarlo a las patronas, quienes a su vez se lo dan a los migrantes que viajan a bordo de La Bestia. Su actividad se me hizo muy interesante y fuimos a conocerlas. Creo que su historia es un vivo ejemplo de lo que significa ayudar a los demás. ¿Uno de sus objetivos es hacer conciencia a través de su película?
Nunca fue nuestra intención hacer una película para concientizar a la gente o para decir qué está bien y qué está mal. Queríamos honrarlas como grupo y mostrar lo que las hace fuertes en lo colectivo.
HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com ¿Lo hacen por instinto maternal, por solidaridad?
Hay un poco de todo. Lo maternal se nota en la forma en que preparan los alimentos; eso solo lo encuentro en mi casa, con mi abuela o mi mamá. Preparan entre 15 y 20 kilos de arroz o frijol dos veces al día, desde hace 21 años. Ese tipo de detalles muestra el amor que ponen en cada bolso. Sacan agua del pozo y llenan ochenta botellas diarias. Eso viene del amor fraternal y de la solidaridad. Son rasgos que no distinguen raza ni nacionalidad. Algo verá en el presente de México que sintió la necesidad de mostrar esta historia.
Nuestro país y el mundo en general no pasan por un buen momento. La empatía que ellas sienten por el “otro” es lo que las saca adelante. Ayudan a los migrantes porque son quienes pasan por ahí, pero la realidad es que están dispuestas a apoyar a cualquiera. He oído cuestionamientos hacia ellas en el sentido de por qué no ayudan a los mexicanos. Quitemos las etiquetas, son ejemplares por su disposición hacia quien las necesita. La cocina es un elemento importante en la película, casi un personaje más.
Definitivamente. Es el lugar donde todo se prepara, donde ellas conviven y piensan en los migrantes, a pesar incluso de que viven en un
HOMBRE DE CELULOIDE
pueblo donde el campo está completamente descuidado. Creo que hay varios personajes alrededor de ellas y otro más es el tren que, de alguna forma, les da sentido. ¿Podríamos hablar también de que el matriarcado es otro de sus temas?
Sí. Se trata de un matriarcado enorme, del empoderamiento de la mujer, y nos damos cuenta de cómo esas mujeres han tomado la batuta de sus casas. No tienen descanso. Al principio, a los esposos y familiares les resultaba extraño: “¿Cómo vas a salir a las vías y les vas a dar de comer a otros hombres?”, decían, pero a ellas no les importó y salieron adelante a pesar del machismo. Varias de ellas asumen su condición desde una posición determinista: “lo hago porque es lo que me toca”.
Cada una lo hace por un motivo personal. Lorena habla sobre el abandono de su familia, la operación a la que se sometió y cómo se sintió desplazada. Bernarda narra la historia del hombre que quiso casarse con ella pero lo dejó cuando él le propuso ir a Estados Unidos: al proveer de comida a los migrantes de alguna manera alimenta su amor imposible. Son mujeres valiosas, fuertes e increíbles pese a que no se califican así. El discurso de la película consiste en mostrar a personas que hacen una revolución todos los días. L FERNANDO ZAMORA
@fernandovzamora ESPECIAL
La dignidad del migrante
M
editerránea, de Jonas Carpignano, ofrece una visión europea de cierta narrativa que luego de mucho ensayo y error se consolidó en México: la del migrante que hoy se encuentra al centro del debate político en el país más poderoso del mundo. Este migrante tiene un deseo que aquí contiene la palabra “Mediterráneo”: mar–frontera entre los caseríos del subdesarrollo y la dignidad del ser humano. Pero no es que la dignidad habite en Europa, no. Es la travesía la que devuelve al migrante su dignidad. Aun así, y a pesar de haber sido nominada para el Gran Premio de la Crítica en el Festival de Cannes el año pasado, Mediterránea es una película aburrida. Carpignano sabe detener la cámara sobre una duna, sobre un rostro o en el color de la tela que cubre la cabeza de estos musulmanes, pero es incapaz de desarrollar la amistad de Abas y Ayiva, dos hombres de Burkina Faso que tienen las agallas de lanzarse al mar. Y en forma literal. Mediterránea hubiese sido una película muy buena si el director hubiera conseguido
desarrollar la amistad de estos hombres con la misma entraña con la que construyó la imagen. Los atardeceres son largos, pero las escenas de vínculos humanos suceden aprisa. Y sin embargo son las más emotivas: cuando los amigos comen en silencio después de una desgracia, cuando caminan al amanecer por las estaciones de un tren o cuando aprenden a traficar con un pequeño mafioso italiano. Los mafiosos italianos también están desperdiciados. Tanto que uno se ve tentado a comparar Mediterránea con Gomorra de Matteo Garrone. Los pequeños criminales de la primera, aunque son magníficos actores, carecen del encanto de la segunda y la culpa es por completo del guión. Tal vez la secuencia final salve la película porque carece de moralismos, porque es de una ternura serena y contenida. Abas y Ayiva tienen la complejidad de lo humano y aunque su amistad no se desarrolla están lejos del melodrama barato con el que México comenzó experimentando sus historias sobre migrantes. Mediterránea es uno de los primeros intentos europeos de ponerse en los zapatos del “ilegal”
Mediterránea. dirección: Jonas Carpignano. guión: Jonas Carpignano. con Koudous Seihon, Alassane Sy, Paolo Sciarretta, Pio Amato, Mary Elizabeth Innocence. Italia, Francia, Estados Unidos, Alemania, Qatar, 2016.
porque aunque los griegos han creado extraordinarios personajes migrantes (La eternidad y un día, de Angelopoulos, o Xenia de Panos Koutras) la travesía del ilegal solo había sido telón de fondo. Mediterránea es un buen intento que no se consuma. Faltó desarrollar estos personajes que no se juegan la vida por “una vida mejor”. Lo hacen por una necesidad existencial. Y es ahí donde los grandes narradores encuentran la dificultad: en retratar lo que arriesgan estos hombres y mujeres con tal de demostrar que la pobreza no les ha quitado la dignidad que tiene todo lo humano. L
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ESCENARIOS
ESPECIAL
Rueda de los tres amigos El Premio Nobel de Literatura concedido a Bob Dylan convoca no solo al desacuerdo sino que llama a reforzar la amistad VIBRACIONES
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res amigos septuagenarios se reúnen —desde hace trece años— los viernes por la mañana en un café y hablan sobre libros y autores, corrientes literarias y poetas (casi todos muertos). La primera semana de septiembre cada uno escoge a su candidato para el Nobel y le apuesta 1500 pesos. El viernes posterior al anuncio del premio, celebran una sesión de gala; ahí le pagan al ganador y si no hay ganador se comprometen a leer las obras completas del autor galardonado para discutirlas en las reuniones de diciembre. Su quiniela 2016: Abel Martínez, antiguo dueño de un circo, le apostó al narrador israelí Etgar Keret (“Es divertido, irónico, lleno de un humor negro penetrante y sardónico”); Íñigo Laza, abogado retirado, fue por Stephen King (“Aunque en el fondo sé que nunca van a dárselo”). Casimiro Galván, diseñador industrial en activo, le apostó a José Agustín (“¿Y por qué no? Su obra es amplia, atrevida y alegre”).
HUGO ROCA JOGLAR hrjoglar@gmail.com
Ninguno ha dado en el blanco. Abel estuvo cerca cuando en 2001 y 2002 escogió al sudafricano J. M. Coetzee pero en 2003, cuando Coetzee ganó, cambió su elección por Philip Roth. Este año, el Nobel fue para Bob Dylan y, una vez más, los tres viejos amigos perdieron. Abel, Casimiro e Íñigo celebraron el viernes 14 de octubre en la Fábrica de Café (en la calle de Aluminio 490, cerca del metro Eduardo Molina) su sesión de gala 2016. ◆◆◆ —La letra que más me gusta —el único que conoce bien la obra de Bob Dylan es Abel— se llama “Desolation Row” (del álbum Highway 61 Revisited, 1965) —¡Increíble! —interrumpe Casimiro—. ¿Cómo puede ganar el Nobel un tipo sin libros que escribe canciones? Íñigo se queda en silencio mientras sus amigos discuten. Que si Bob Dylan representa la industria del entretenimiento y su arte, para existir, necesita de las masas y por eso su premio es absurdo. Que si Bob
Dylan abreva de Homero y de Safo, de la literatura antigua que estaba hecha para ser cantada, y que su premio es una manera de incluir en el gran arte formas de literatura no escritas que proceden de las culturas populares. —Y bueno —Iñigo se cansa—, ¿cuál es, Abel, la historia de esa canción, “Desolation Row”? —Personajes de toda época y toda procedencia interactúan en caravana sobre el Camino de la Desolación, donde brilla una luna surrealista que ha sido desencajada del tiempo. Acompañado por su dama, el narrador habla sobre un salón de belleza lleno de marineros y sobre cómo Romeo (contagiado de erotismo porque, excepto Caín, Abel y el jorobado de Notre Dame, todo mundo a su alrededor está haciendo el amor) intenta seducir sin éxito a la sonriente Cenicienta. Y la Ofelia de Shakespeare, a los 22 años, luce vieja e irónica, como una solterona. Da miedo ver su cara de tan dura y amarga; lleva un chaleco de acero y a veces en su mirada resplandece la esperanza de encontrar en la
DANZA
ARGELIA GUERRERO
C
La ceremonia de premiación fue un mosaico de estilos cuya curaduría fue un viaje por la trayectoria de la galardonada y que simultáneamente recordó el legado de Gloria Contreras. Este mosaico lo armaron el Taller Coreográfico, el Ballet de Monterrey, la Compañía Nacional y el Ballet Folclórico de Amalia Hernández. Así la UNAM, generosa como es, abrió sus puertas no solo a talentos de su comunidad, sino que reconoció el mérito de quienes cumplen con la misión universitaria desde otros espacios. Nellie tomó el micrófono y despojada de toda solemnidad conmovió a la audiencia con palabras repletas de experiencia, recuerdos y sentencias. Rememoró su encuentro con Gloria Contreras para trabajar la obra Vitálitas y habló de su trabajo al frente de la Compañía Nacional. Fue entonces que resaltó su gusto por saludar hacia el fondo del teatro, ahí donde la niña que era yo la observaba, y confirmé la naturaleza de aquel gesto en mi memoria. Ahora, al recibir la medalla, se dirigió a la audiencia y dijo: “No tengan nunca miedo
makarova81@yahoo.com.mx ESPECIAL
El valor de levantarse uando era niña mi padre solía llevarme a la Sala Miguel Covarrubias de la UNAM a ver al Taller Coreográfico. Ahí me gustaba imaginar mi cuerpo habitado por la inspiración que veía en aquellos bailarines y pensaba en hacer lo necesario para expresarme de ese modo. Así conocí a Gloria Contreras. También asistía a Bellas Artes a ver a la Compañía Nacional, dirigida entonces por Nellie Hapee. Recuerdo bien el Carmina Burana creado por ella, que me mostró las posibilidades de la danza clásica más allá de los cuentos de hadas. Nellie acostumbraba agradecer al final de las funciones elevando la mirada y el brazo. A mí me gustaba pensar aquel gesto como una invitación a ese universo, sentía que aquella mujer invitaba a cruzar del mundo de lo cotidiano al de lo extraordinario. Siempre interpreté su gesto como una invitación a la danza. El pasado 15 de octubre se realizó la segunda entrega de la Medalla Gloria Contreras que la UNAM otorga a destacadas trayectorias de la danza. Ahora la galardonada fue Nellie Hapee y coincidieron así dos figuras fundamentales para la danza mexicana y para mi historia personal.
muerte su única y verdadera relación romántica. Einstein alguna vez fue un famoso violinista eléctrico en el Camino de la Desolación, pero ahora es un mendigo que apesta a coladera y con un disfraz de Robin Hood pide cigarros a los extraños. El Fantasma de la Ópera envenena con palabras a Casanova (se las da a comer con una cuchara) mientras el Titanic zarpa a la medianoche: en la cabina de mando, al lado del timón, Ezra Pound le grita a T.S. Eliot y las cantantes de calipso se burlan de ellos mientras los marineros (recién salidos del salón de belleza) sostienen flores al lado de sirenas amorosas …. —Suena bien —dice Íñigo sin demasiado interés. —¡Es brillante! —dice Abel. —A mí me parece —dice Casimiro mientras se pone su abrigo— una estupidez. Los tres amigos se despiden con la promesa de escuchar —y leer— la música de Bob Dylan. Para 2017, Abel no tiene idea, Casimiro irá por Amos Oz e Íñigo por Pérez-Reverte. L
Nellie Hapee
de expresarse; el mejor premio para un luchador es levantarse una y otra vez”. Más de uno hicimos nuestro el llamado de esta guerrera de 86 años. L
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LABERINTO
ESPECIAL
Los infalibles suecos TOSCANADAS
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l tema del Premio Nobel de Literatura suele ser motivo de conversación entre la gente de letras, pues tenemos la vaga idea de que debe corresponderle a lo más elevado del mundo de las palabras. Pero la Academia Sueca suele pensar de otro modo. Verdad es que muchos de los grandes han ganado el premio de marras, pero el lote de los no premiados suele ser más interesante. Que Sully Prudhomme, Theodor Mommsen, Bjørnstjerne Bjørnson, Frédéric Mistral, José Echegaray, Henryk Sienkiewicz, Giosuè
DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com
Carducci, Rudolf Christoph Eucken, Selma Lagerlöf y Paul von Heyse, recibieran el premio mientras Leon Tolstói cumplía 73, 74, 75, 76, 77, 78, 79, 80, 81 y acabara por morirse a los 82 años, habla de cierta ceguera académica. Y mejor ni menciono los veintitrés premios que se dieron en tanto James Joyce publicaba obras que revolucionaban las letras del mundo, pero bastan tres nombres de autores más que olvidados por la historia: Verner von Heidenstam, Carl Spitteler o Henrik Pontoppidan.
CAFÉ MADRID
Si tomo en cuenta apenas los últimos diez premios, puedo suponer que dentro de cincuenta años alguien escribirá un texto parecido a éste y se preguntará qué diablos están haciendo en la lista Orhan Pamuk, Doris Lessing, Le Clézio, Herta Müller, Mo Yan, Patrick Modiano, Svetlana Aleksiévich y, por supuesto, Bob Dylan. Y entonces listarán algunos nombres que debieron estar ahí, pero no estuvieron. Lo curioso es que la Academia Sueca tiene una autoridad impositiva sobre la crítica y en tiempo presente le terminan aplaudiendo cualquier decisión que tome. Así, por ejemplo, se celebró el premio a Pamuk pese a que se trata de un escritor con pasiones adolescentes, estética regular y que trata su propia tierra como un guía de turistas. En las muchas conversaciones con vino y cerveza y tequila que he tenido con mis compañeros escritores, jamás ninguno me dijo que Bob Dylan fuese su gallo; y sin embargo ahora los veo aplaudir la decisión. Yo no puedo ser tan tibio: si mi poeta preferido es Adonis y mi novelista preferido es Kadaré, entonces solo puedo aplaudir la elección de uno de los dos. Y ni se diga de los propios candidatos al premio: ellos son rehenes espirituales de los académicos suecos. Muchos de ellos tienen ganas de escupirles, de despotricar, pero en cambio alaban sus decisiones o apechugan en silencio y envejecen tres años en el paso de uno. La gran literatura es el mundo de la belleza y las pasiones. Supongo que eso se entiende mejor en el mediterráneo que en los países nórdicos; además, ser académico no garantiza que se tenga sensibilidad. La lectura en las academias suele ser desapasionada y se le trata de mondar la subjetividad a todo texto. Conozco muchos académicos que estudian y estudian e investigan y escriben ensayos sin tener la más remota idea de por qué la gran literatura es grande o, mejor dicho, sin nunca haber sentido en el alma el peso o la caricia o la puñalada de esta literatura. Por eso hay académicos que, en vez de celebrar lo mejor de la literatura, buscaron sacarse una selfie con su héroe de la adolescencia. L VÍCTOR NÚÑEZ JAIME
periodismovictor@yahoo.com.mx ESPECIAL
Baltimore es el mundo
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eintiocho años tenía el reportero David Simon cuando pidió integrarse al grupo de homicidios de la policía de Baltimore. Llevaba más de un lustro contando crímenes en el periódico más importante de la ciudad, el Baltimore Sun, y todos los días veía que la situación no mejoraba. Entonces comenzó a preguntarse por qué. “Ese es el periodismo adulto, el que quiero hacer”, se dijo a sí mismo y habló con el comisario para convertirse en la sombra de los investigadores. Después de estar un año entre ellos escribió Homicidio, “una obra maestra”, según Martin Amis, y “el mejor libro sobre policías jamás escrito”, según Norman Mailer. Cuando cumplió 35 años, a Simon le propusieron un “despido incentivado”. Aceptó y se fue del periódico. Estaba terminando su segundo libro, La esquina, un relato sobre el súper mercado de la droga: el cruce de las calles Fayette y Monroe, donde la policía y los servicios sociales no hacían gran cosa por evitar el tráfico. Para entonces ya le habían propuesto transformar Homicidio en una serie de televisión, así que planeó aprender a hacer guiones y al poco tiempo ya estaba estructurando la serie. Quería que fuera clásica y diferente
al mismo tiempo. Que no fuera la típica lucha entre buenos y malos. Que le exigiera al espectador inteligencia y audacia al implicarse en la comprensión de un relato audiovisual. De la unión de Homicidio y La esquina nació The Wire. El periodismo perdió a un agudo reportero y la televisión ganó a un guionista y productor excepcional. Su campo de acción, sin embargo, siguió siendo el mismo: las calles de Baltimore. Fueron 60 capítulos, repartidos en cinco temporadas, transmitidos de 2002 a 2008 en el canal estadunidense HBO. La editorial Principal de los Libros ha publicado en España las dos primeras obras de David Simon. Joan Eloi Roca, su traductor, me cuenta que se ha topado con “un autor dificilísimo de traducir. Porque tiene un estilo muy cargado, lleno de frases que buscan un efecto de novela negra en el lector. No lo ubica a propósito. Pero lo sabe llevar hasta el final, sin permitir que se le escape en algún momento. Utiliza una serie de diálogos muy coloquiales, muy de la jerga de Baltimore. Tiene un ojo exquisito para los detalles”. Roca agrega: “Es una prosa rica y madura con un mensaje político devastador: tarde o temprano el sistema establecido consume a los individuos”.
David Simon
Sobre esto habla el propio David Simon en el prólogo de The Wire. Toda la verdad, un nuevo libro–guía de la serie, capítulo a capítulo, con textos de su equipo de guionistas: “Lo juro por Dios, The Wire no trata sobre el crimen ni sobre el castigo. Ni sobre la guerra contra las drogas. Ni sobre política. Ni sobre raza. Ni sobre la educación, los sindicatos o el periodismo. Trata sobre la ciudad. […] The Wire muestra un mundo en el que el capital ha triunfado completamente, en el que el trabajo ha sido marginado y en el que el dinero ha comprado la suficiente infraestructura política como para asegurarse de que sea imposible poner en marcha una reforma del sistema”. Por eso Baltimore resume lo que hoy es el mundo entero. L