Laberinto No.698 (29/10/16)

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Laberinto

DE TAVIRA, DE PANZAZO

braulio peralta p. 11

JARETT KOBEK: LA ESTRELLA SALVAJE

wolfgang höbel, tim wegner p. 04 y 05

MILENIO

NÚM. 698

sábado 29 de octubre de 2016 FOTO: ESPECIAL

LOS AÑOS SABANDIJAS xavier velasco p. 06 y 07


ANTESALA

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LABERINTO

ESPECIAL

Poemas a la muerte ARMANDO GONZÁLEZ TORRES @Sobreperdonar

ESCOLIOS

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eneralmente se evade la angustia difusa e impenetrable de la finitud dejándose absorber por las actividades mundanas y apegándose al grupo a fin de invocar la ilusión de la durabilidad; sin embargo, el arte con su exigencia de introspección, con su revelación de la soledad radical, tiende a enfrentar las grandes preguntas. En particular, la muerte es una imantación recurrente en la poesía y, desde Gilgamesh, buena parte de las grandes creaciones poéticas tiene que ver con la perplejidad ante la brevedad de la vida, la desaparición física y el duelo. No es extraño que Emily Dickinson (1830–1886), la enigmática poeta norteamericana, haya cultivado la muerte como uno de sus tópicos más frecuentes. La figura extravagante de esta joven tan lúcida e ilustrada como solitaria y desventurada, los rumores pueblerinos sobre sus amoríos y orientaciones, su voluntaria reclusión de muchos años y la forma azarosa en que se preservó su rico legado poético han generado una leyenda. Acaso el aislamiento vital e intelectual que vivió

ALFILERES ARMANDO ALANÍS @elsaltillero

la señorita de Amherst y sus dolorosas pérdidas la hicieron especialmente sensible al tema de la muerte. Hace unos años, apareció una antología de Dickinson, Poemas a la muerte, (Bartleby, Madrid, 2010) que muestra la hondura de su obsesión y la sorprendente luminosidad de su sublimación poética. La reflexión sobre la muerte no admite sistema, pero sí requiere rigor, capacidad para unir diversos tipos de conocimiento y, sobre todo, disposición espiritual para desprenderse y proyectarse de la conciencia a la nada. Y pocos poetas, como ella, con la competencia para emprender esta especulación sensible, pues, como dice Harold Bloom, “La originalidad literaria alcanza dimensiones escandalosas en Dickinson, y su principal componente es la manera en que piensa a través de sus poemas”. Esta indagación en la muerte muestra a una observadora rigurosa y, también, a una visionaria. Dickinson registra meticulosamente los signos exteriores de la cesación de la vida, y a la vez ahonda en su simbolismo. Con los más diversos recursos de la inteligencia

poética, de la descripción realista a la pesadilla o la alegoría, Dickinson realiza una imprescindible radiografía lírica de la muerte: “Morir –lleva muy poco tiempo–/ Se dice que no duele–/ Tan solo es un desmayo –por etapas–/ queda después –fuera de vista–/ Un lazo más oscuro –por un Día–/ Apenas un crespón en el Sombrero–/ y luego la preciosa luz del sol–/ nos ayuda a olvidar–”. L

Cuando Sísifo consiga llevar la piedra a la cima, su vida habrá dejado de tener sentido.

#Joder a México LOS PAISAJES INVISIBLES

F

Emily Dickinson

iel a la costumbre de espetar frases desafortunadas (“no soy la señora de la casa”, cuando en 2011 le preguntaron si sabía cuál era el precio de la tortilla, o “la corrupción es un asunto cultural”, hablando en un foro de “líderes” sobre, precisamente, el espinoso tema de nuestra descomposición sistémica), Enrique Peña Nieto ha dicho en otro foro que “Nadie se levanta, un presidente no creo que se levante, ni creo que se haya levantado, pensando, y perdón que lo diga, cómo joder a México”. La locución (no sé si una paráfrasis espontánea o involuntaria del eslogan de su propia administración y que, encima, pronunció en Atlacomulco) apeló a la concordia (¿o la indulgencia?) de los oyentes que, para el caso, lo somos todos, pues el video se viralizó y hasta incitó un hashtag de alcances no precisamente positivos ya que si el que escucha aquello de “joder a

IVÁN RÍOS GASCÓN @IvanRiosGascon

México” es alguien juicioso y no uno de esos miles, millones de dolientes a los que el régimen actual sí ha jodido y de la peor manera, le podría otorgar el beneficio de la duda porque no es común, no es natural que un mandatario se ocupe de semejante despropósito: ese presidente hipotético por el que se pregunta Peña Nieto sería un hombre malo, muy pero muy malo, como para emprender el desastre monumental de su país y, sin embargo, en México parece que los malos no existen ni existieron y que solo hay malditos y varias hordas de adversarios que nos salen al paso y, tristemente, terminan jodiendo a México. Y es que aunque ya sabemos que a Peña Nieto no le gusta leer, no estaría mal que le echara un vistazo a un librito para niños de Fernando Savater llamado Malos y malditos. Con el puro prólogo basta y sobra para que pueda discernir las categorías de los antihéroes

literarios. Advierte Savater: “El título de este libro dice: ‘malos’ y ‘malditos’. Son dos formas de resultar culpable bastante diferentes. Los verdaderos malos son así porque quieren: podrían ser buenos, pero prefieren fastidiar al prójimo, abusar de los débiles y apoderarse de lo que les gusta sin respetar a nadie. De estos malos de verdad creo que hay bastante menos de lo que suele creerse. Los malditos, en cambio, abundan mucho más. Llamo ‘malditos’ a los que quieren ser buenos pero acaban haciendo pupa porque los demás no les ayudan, les rechazan o no les entienden. Más que malos, los malditos son buenos con mala suerte. Los malos auténticos se hacen solos; pero a los malditos les hacemos malos entre todos. […] También hay una tercera clase de tipos peligrosos, que no son malos ni malditos, a los que podemos llamar ‘adversarios’. El adversario nos amenaza y es preciso luchar contra él, pero no por eso podemos decir que sea malo: solo es malo para nosotros porque hemos chocado con él. Por ejemplo, un tiburón puede ser nuestro adversario si nos lo encontramos cuando vamos nadando por el mar: el bicho no es malo ni bueno, lo malo es… encontrárselo con hambre”. Hasta aquí la cita y perdón por lo extensa, pero la considero necesaria porque en México la clase política se conforma, quieran o no, de las tres especies que ilustra Savater. Malos, malditos y adversarios. Que cada quien juzgue y encasille a los personajes del pasado o el presente nacional según su apreciación, yo tengo la mía y quizá por eso no puedo estar de acuerdo con aquello de que ningún presidente se ha levantado del tálamo real pensando en cómo joder a México. La historia sugiere lo contrario. L

dirección josé luis martínez s. edición roberto pliego, iván ríos gascón arte y diseño salvador vázquez


MILENIO

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× E T H E L

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ANTESALA

ZHANG PEICHENG

K R AU Z E ×

El cautiverio de Briseida Este poema forma parte del Primer Canto de La otra Ilíada, recientemente publicado por Ediciones Torremozas en Madrid IV

T

oda la casa es una Ilíada, es tu Ilíada, tu personal batalla contra el enemigo: tu destino de polvo, mugre y chinches, te avala el trapeador, la escoba, la cubeta, te cubre el delantal, la jerga y el plumero, te acompaña la sangre de tu madre y de tu abuela, te redimen los rezos de tus tías tus primas tus hermanas tus vecinas; te sublima el poema irreverente, locuaz y bufonesco, que utiliza los versos para algo tan intrascendente como lo que tú haces, tan poco atractivo para las artes literarias, que nunca alcanzará el honor de Aquiles, como tú no has alcanzado el honor de tu hombre. ×EKO×EX LIBRIS×TITANIA×

Underground (fragmento)

Arte en chino PLÁSTICA MIRIAM MABEL MARTÍNEZ

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l arte chino sigue a la alza y derribando muros —y prejuicios— estéticos, como se muestra en la exposición Obras maestras del Museo Nacional de Arte de China, que se presenta en el Antiguo Colegio de San Ildefonso hasta el 19 de febrero de 2017. A través de 151 piezas, el espectador recorre un territorio en el que las tradiciones populares siguen inspirando a los artistas contemporáneos, quienes también han absorbido a Occidente sin desenfocar su propia historia y entablado un diálogo con el mundo, apoyados en una herencia que se asoma en sus técnicas y en planteamientos formales pero que plantean enfoques distintos y otras perspectivas temáticas. De esta manera, el espectador se adentra en la diversidad china del siglo XXI, se siente atraído por la perfección formal e intrigado por las visiones conceptuales que se practican en Oriente y les dan gravedad. Al observar cuadros como Horizonte de Zhao Xiahai o Paisaje maravilloso de Zhu Daoping, uno siente ese peso y la curiosidad despega. El arte chino no está en chino, y el visitante lo comprueba en Cabalgando en las nubes de Wang Guanjun, que certifica la integración de dos miradas. Ya no solo se trata del coqueteo entre Este y Oeste o de la colonización mutua, sino de cómo ambas miradas han impactado en el otro y en sí mismas. ¿Cómo se ha transformado su concepción del arte? Es una pregunta que surge espontáneamente y que intentamos responder a lo largo del recorrido. Esta muestra es una síntesis del acervo del Museo Nacional Chino que alberga más de 100 mil obras y también es una invitación para abrirse como espectador al arte chino: preguntarse más, intrigarse más y querer más. Por ello, los especialistas chinos estructuraron esta exposición en tres grandes bloques temáticos: “Dimensiones múltiples”, la aguada en tinta y el color en el arte contemporáneo; “Integración china a Occidente” y la expresión Xieyi en el arte contemporáneo; y “Cantos de idilio”: obras del arte popular. Estas divisiones ayudan a medir, a través de la vista, la trascendencia de las técnicas antiguas, su repercusión en la estética y su impronta en la temática. En obras como El meandro de Qiankun de Gao Fenglian y El árbol de la vida de Qi Xiumei, soporte y técnica son parte del discurso y del planteamiento expresivo. El uso del papel recortado no funciona solo como continuación de un linaje artístico sino como apropiación conceptual para escribir el presente. Tal reescritura se ve en Cuaderno de caligrafía–1 de Wang Huaiqing. Visitar esta exposición incita a hurgar en la técnica como conductor temático (basta contemplar la hermosa pieza El pasado es humo de Chen Hui, en tinta sobre papel) por los sofisticados caminos del arte chino contemporáneo. L

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LABERINTO

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Jarett Kobek

La estrella salvaje ESPECIAL

La novela Odio la Internet (I Hate the Internet) ha encendido las alarmas en Silicon Valley y convocado la adhesión de miles de lectores. Es un fenómeno literario con alcances políticos que inició su ascenso en una edición de autor. Junto a una lectura de sus claves, ofrecemos una entrevista abreviada con el autor afincado en uno de los más influyentes enclaves del universo digital: Los Angeles ENSAYO WOLFGANG HÖBEL

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l escritor estadunidense Jarett Kobek actúa como si debiera explicar a un montón de gente desorientada y que vive fuera de tiempo cómo funciona el mundo de hoy. “Mi primer deber es entretener; lo segundo, y más importante, es informar”, dijo en entrevista telefónica con Der Spiegel desde su casa en Los Angeles, poco antes de tomar el avión hacia Frankfurt, donde participó en la Feria del Libro en calidad de estrella salvaje. A partir de la idea de entretener surge la diversión, aunque también, y muchas veces, una feroz polémica hacia su nueva novela I Hate the Internet (Odio la Internet, 2016). Se trata de una entretenida sátira que cuenta las aventuras de una exitosa dibujante de cómics llamada Adeline en San Francisco, de sus amigos escritores y del linchamiento digital al que la lleva la publicación de un video ilegal en YouTube. En realidad, el libro de Kobek es una guía a través de Silicon Valley y el universo de la tecnología de Google, Apple y Twitter —350 páginas de un iracundo discurso contra la manipulación de las personas, ejercida a través de las grandes corporaciones y la política de Estados Unidos. Odio la Internet describe la indignación de una comunidad que se siente “como si la estuvieran pateando y, aun estando en el suelo, se le sigue tundiendo una y otra y otra vez”. La novela ha tenido un gran éxito, al menos en el mercado estadunidense, por lo que Kobek se ha convertido en la sorpresa del año, sobre todo a raíz de que en marzo recibiera excelentes comentarios y apareciera en la primera página de la sección cultural de The New York Times, donde los críticos ubicaron la escritura de Kobek a la par de la de Thomas Piketty en El capital en el siglo XXI y de Michel Houellebecq en Sumisión. Desde las alturas, Kobek se ve a sí mismo en un escenario apocalíptico. El servicio de mensajes cortos de Twitter es descrito como “una emisora de noticias breves mediante la

cual adolescentes incitan a otros adolescentes a suicidarse, obsesionados con tener sus cinco minutos de fama”. En las torres de oficinas de Wall Street, un mal vestido corredor de bolsa vocifera, con acento de Nueva Jersey: “me cogería por el culo a la madre de cualquiera y luego me rociaría champagne en los genitales, de ése que tiene pepitas de oro”. Acerca de esta novela, el escritor Jonathan Lethem ha confesado: “La devoré. Su lectura necesita guantes a prueba de fuego”. Kobek recuerda cuán alucinado se sentía: “Durante 14 meses anduve con el manuscrito en mano, de aquí para allá, recibiendo negativas de los agentes literarios. ¡Fue un desastre! Cuando finalmente me decidí a publicarlo, un día vi en

un número de la revista cultural francesa Les Inrockuptibles una enorme foto”. En ella aparecía Bret Easton Ellis recostado sobre una cama enorme, concentrado en la lectura de la novela de Kobek. “Ahí me di cuenta de que algo se encaminaba hacia una dirección alucinante”. Kobek tiene 38 años, es de ascendencia turca y trabajó algunos años para la industria de la tecnología en San Francisco. Desde hace un par de años vive en Los Angeles y ha escrito, entre otras cosas, una larga historia sobre Mohammed Atta, uno de los terroristas islámicos que participó en los atentados de Nueva York. En Odio la Internet deja que un fornido escritor turco grite orgulloso desde lo alto de una colina en la ciudad: “En realidad soy el único


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escritor en Estados Unidos que tiene idea de cómo funciona la tecnología. Internet fluye por mis venas. Desciendo de Internet. Sé que toda la información que se transmite por la red, y consideramos necesaria, es desarrollada por nerds en quienes se reconoce su predilección por pésimas novelas”. Con el tono de un guía de turistas, el narrador intenta describirle a una especie de provinciano predigital del área de la bahía el mundo de la informática y de la sociedad americana; retrata las relaciones entre hombres y mujeres, blancos y negros, ricos y pobres. Kobek presenta al fundador de Amazon, Jeff Bezos, como el creador de “un sitio muy rentable cuyo objetivo es destruir a la industria editorial”. Uno de sus personajes revela que “Internet es la última posición del Patriarcado, desarrollado por hombres instigadores para deshumanizar a las mujeres”. Kobek describe el sistema económico capitalista moderno como “un poder de manipulación cuyo único objetivo es hacer que las personas escriban la mayor cantidad de mierda posible en sus computadoras y teléfonos celulares. Cuanto mayor grado de reticulación se logre, mayor será el beneficio”. Todo ha sido creado para “tentar a las personas a adoptar un comportamiento tan repugnante como sea posible”. La idea de la “literatura de alto nivel” y las “buenas novelas” incitó a Kobek a desacreditar, por ejemplo, el apoyo que el servicio secreto de la CIA otorgó durante la Guerra Fría a la revista neoyorquina Paris Review. La mayoría de los escritores estadunidenses a los que despreciaba, dice el autor, escribían “”sobre los aburridos asuntos de la gente rica de Nueva York, acerca de sus aventuras amorosas y escándalos, lo cual encuentro humillante y nada interesante”. Odio la Internet puede entenderse desde la perspectiva de una “novela mala” (que no una mala novela), escrita en señal de protesta —aunque con una trama muy fi na—, que hace hincapié en las horrendas tensiones asociadas a una política socioeconómica bastante débil, una política de paja. Aquí, el pecado de la protagonista, Adeline, empieza cuando habla de su idea de progreso político y social a un grupo de estudiantes, y después de burlarse de los modelos de conducta supuestamente feministas de grandes estrellas como Beyoncé y Rihanna, se desata en las redes sociales una ola de odio y amenazas de muerte en su contra. Kobek parece ser consciente de muchas paradojas. Por supuesto, ha escrito en una computadora; por supuesto, su novela se ha convertido en un fenómeno editorial mediante un bombardeo publicitario a través de Internet. “Así se han infiltrado las empresas en nuestra vida, de ahí que no podamos escapar de la Internet”, asegura. Antes de las muestras de júbilo expresadas por sus lectores, no tenía claro qué tan grandes son las heridas y el dolor infligidos a la gente debido a la locura de los medios electrónicos. A diferencia de muchos escritores que han creado libros críticos del poder que ejercen Google y Apple, Kobek comprendió que es inútil seguir discutiendo de manera objetiva y razonable contra el poderío de los nuevos amos. “Cualquier libro crítico de Silicon Valley, al menos los que conozco, confirma los valores que se manejan allí dentro. Mi libro no es el primero al que se debe atacar”. Al científico estadunidense Ray Kurzweil —especializado en ciencias de la computación e inteligencia artificial— lo llama “el intolerable sumo sacerdote de la idiotez”; al fundador de Apple, Steve Jobs, y al director de cine George Lucas, no los baja de cabrones. Por el contrario, Kobek asigna a la escritora de ciencia ficción, fallecida en 1982, Ayn Rand (La rebelión de Atlas) una fuerza de pensamiento casi diabólica. Rand sigue siendo venerada por algunos importantes políticos estadunidenses por sus teorías sociales. Para Kobek, es quizá “la pensadora más influyente de los últimos 50 años”. Jarett Kobek es el autor del libro más loco y belicoso que se haya escrito sobre el mundo de la red. Obsceno y repleto de buenos chismes, intenta describir nuestra realidad; al mismo tiempo, lanza las preguntas apremiantes de nuestro tiempo: ¿por qué aplaudimos el enriquecimiento de los CEO a expensas de los débiles y los pobres?, ¿por qué estamos regalando nuestra propiedad intelectual?, ¿por qué el activismo en el siglo XXI es una serie de lecturas moralinas tipeadas en los dispositivos construidos por esclavos? Kobek no se ve más que como el resultado de la cultura del odio repentino y de las extrañas teorías de la conspiración, a las que reprueba con vehemencia. L Der Spiegel, 15 de octubre de 2016 Traducción del alemán: Andrea Rivera

sábado 29 de octubre de 2016

LITERATURA

“Las compañías lucran con nuestra vulnerabilidad” ENTREVISTA TIM WEGNER

E

n relación con el título de tu libro, ¿qué está mal con Internet?

Espero que el título sea recibido de la manera en la que fue concebido: desde la perspectiva de un adolescente burlón que confiesa a través de Twitter que no le gusta Internet. Más allá de eso, la idea fundamental es señalar la transformación social que vivimos a raíz de esa gama de productos tecnológicos creados en Silicon Valley y cómo nos hemos convertido en creadores de contenidos para un montón de compañías que no están dispuestas a pagar lo justo por nuestro trabajo, aun cuando muchas de ellas generan dinero en cantidades inimaginables. El libro se centra en la discusión sobre los efectos culturales producidos por el fenómeno de las redes sociales. Por otro lado, tiene que ver con la ficción estadunidense: qué ha pasado con ella en los últimos 20 años bajo la influencia de la globalización. Quise evitar escribir una novela en la que el sufrimiento no significara nada, de manera que procuré hacer de su lectura una especie de catarsis. ¿Cómo surgió esta idea?, ¿cuál es la intención?

Viví algunos años en la costa oeste de San Francisco. En ocasiones, abría mi puerta y veía cómo mucha gente era desalojada de sus viviendas. La mayoría de los vecinos ha vivido ahí desde que tiene memoria, hace por lo menos 50 o 60 años, son familias multigeneracionales. Lo extraño es que esos departamentos fueron restaurados y luego ocupados por empleados de Google, Twitter o Facebook. Veo una nociva desconexión en torno de esta tecnología que, se supone, debe brindar algún tipo de libertad y ciertas garantías a todas las personas alrededor del mundo, pero resulta que abres tu puerta y ves diariamente este tipo de abusos, entre muchos otros. A veces pienso que Internet es como una “terapia de gritos”: después de gritar, todo el malestar desaparece. Funciona como un desahogo para muchas personas que buscan un lugar donde descargar su odio.

La gente utiliza la red como un medio a través del cual puede expresar sus sentimientos más íntimos, pero la idea del libro no es solo vernos unos a otros gritar en el éter, sino en ser conscientes de que alguien más está haciendo dinero con eso. Las compañías lucran con la vulnerabilidad y el dolor humanos. Este libro va dirigido a las personas inmersas en la estructura de Internet, pero nadie dice “odio Internet” de manera tan frecuente como se mete a navegar, ¿o sí?

Aparentemente no. El único medio de comunicación con el que logramos hacer contacto

en Estados Unidos para la promoción del libro fue Twitterbot, que retuiteaba el título del libro cada vez que alguien escribía “odio Internet”. En octubre del año pasado, lo hicieron unas 55 mil personas. Funcionó como un termómetro que iba midiendo lo molesta que la gente se siente. Tú mismo te has encargado de publicar tu libro.

Pasé casi un año tratando de encontrar un editor, pero nadie aceptó publicarme. Mucho tuvo que ver el contenido, por supuesto. Incluso aluciné con que quizá los editores estarían preocupados de sentir vergüenza. Después del último fracaso, me sentí un poco derrotado. Pasé varios días diciéndome: “¡Está bien, esto es todo, hasta aquí llego, ya no haré esto más!” Sin embargo, no pude evitar la sensación de que el libro podría tener cierto éxito de salir a la luz. Ahora pienso que no solo es posible imprimir un libro como el mío, sino que también se puede vender hasta la última de sus copias. Con eso en mente, me asocié con unos amigos y juntos fundamos una editorial independiente en Los Angeles, a la que llamamos We Heard You Like Books. Tuvimos que aprender cómo funciona la publicación de libros, cómo contactar a un distribuidor, a un impresor, todas esas cuestiones. En California hay una larga tradición de escritores que se publican ellos mismos y a veces publican también otros libros que encuentran interesantes, como fue el caso del poeta y editor Lawrence Ferlinghetti, dueño de la librería–editorial City Lights. Ya cuentas con tu propia casa editorial, lo que significa independencia. Por otro lado, es una editorial pequeña, todavía no tienes el poder para lidiar, por ejemplo, con Amazon. Eres solo tú y tus amigos.

La gente se fija en nuestros libros, eso es lo importante. Al decir esto, me refiero a que mucho de lo más interesante que se ha escrito en los últimos años ha tenido poca difusión e incluso varios escritores han optado por publicarse ellos mismos. En lo que va de este año, además de mi libro publicamos otros cuatro títulos. Entre ellos se encuentra la autobiografía del cineasta y documentalista William E. Jones, True Homosexual Experiences. Ha tenido tanto éxito que estamos preparando la segunda edición. También hicimos un videojuego de mi libro, diseñado para el tan amado microordenador británico ZX Spectrum. Este verano, I Hate the Internet saldrá a la venta en Alemania y el Reino Unido bajo los sellos Fischer y Serpent’s Tail, respectivamente. Los derechos de mi próximo libro ya son propiedad de la editorial estadunidense Viking. L Der Spiegel, 23 de octubre de 2016 Traducción del alemán: Andrea Rivera


LABERINTO

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Los años sabandijas Con autorización de Editorial Planeta presentamos un fragmento de la nueva novela del autor de Diablo Guardián, en la que evoca la década de 1980, su tecnología y sus fenómenos culturales: la consola de videojuegos Atari, el Walkman, la música de The Clash, el look de Pat Benatar y, por supuesto, los caóticos días del temblor de 1985 XAVIER VELASCO

DEMASIADO BRYLCREEM

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l niño Rubén Ávila recién había empezado la primaria cuando oyó hablar del Hotel de México. Sería un rascacielos impresionante, cuando estuviera listo, decían sus primos grandes, pero él al fin creció acostumbrado a contemplar al elefante blanco en la pura obra negra, como una mancha vieja a la distancia. Funcionan, sin embargo, el Polifórum y un salón de fiestas. Eso lo sabe bien su primo Luis Tostado, que hace unos pocos meses trabaja ahí. También hay una suite presidencial: Luis prometió ayudarle a entrar hoy en la noche, cuando Sting, Andy Summers y Stewart Copeland den una conferencia de prensa. —Al concierto no puedo colarte, pero a la suite seguro te consigo el acceso —le ha machacado Luis del martes para acá y ahora vuelve a decirlo, no bien los ve llegar a sus dominios. —No le hace si no puedes clavarnos al concierto —fanfarronea el Rudeboy, con la seguridad de quien se sabe dueño de siete relucientes extintores—. Mejor ayúdame a comprar unos boletos. —De a mil pesos cada uno… —alza las cejas Luis, suelta una sonrisilla maliciosa—. ¿Te dieron esa lana mis tíos, Rubencito? —Es de nuestros ahorros… —se adelanta el Roxanne, mirando de reojo a los fotógrafos que esperan la llegada del terceto al vestíbulo de lo que ya muy pronto, se pavonea Luis, será el hotel más grande de México. —¡Ah, chingá! ¿No me digan? ¡Estos gángsters de hoy, tan ahorrativos! —pela los ojos, se rasca la sien, les guiña el ojo izquierdo, gira sobre sí mismo el circunspecto joven Tostado y da la espalda a los elevadores, donde docena y media de periodistas gritan en pos de una acreditación—. Vengan conmigo, pues, vamos a consignarlos. Lo que sigue es un viaje a las entrañas del gran cascarón. Pasillos, pasadizos, montacargas, andamios, túneles y escaleras en penumbra, entre cientos de obstáculos que libran auxiliados por la lámpara sorda del primazo influyente. Esto no está pasando, se dice por segunda ocasión en menos de dos horas el Roxanne, y entonces se sacude nada más de pensar que a estas horas podría estar en la delegación, y mañana en la cárcel, y allá dentro hasta 1990. En lugar de eso, va a conocer al trío más caliente de Europa. “El futuro”, sonríe, petulante, al tiempo que atraviesa un reguero de piedras y ladrillos. Su único temor, a estas alturas, es llegar a la suite presidencial cuando se haya acabado la conferencia y The Police no esté en el edificio.

ESPECIAL

Desde donde los deslumbrados amigos han podido juzgar, la suite presidencial es un raro reducto de glamour, perdido entre una selva de bardas y varillas y sombras y humedades, por no hablar de los miles de ratas que de seguro habrá, viviendo como reinas en penthouse. Bring on the night!, celebra el Roxy a volumen tan alto que un par de periodistas lo examinan con extrañeza entomológica y Luis se lleva el índice a los labios. ¡Shhht!, lo secunda el Ruby, cállate, que nos van a sacar a patadas. Todo ocurre a patadas en la mente del Rudie, que cree en el punk como otros en la patria y no confía gran cosa en esas puterías del new wave. Demasiado shampú. Demasiado Brylcreem. Demasiado Miss Clairol. ¿Que no Sid Vicious se peinaba a gargajos? No sé si deberíamos gastarnos esa lana en un concierto de Los Tres Assholes…, reta al Roxy, nomás por hostigarlo, y remata escupiendo sobre el enorme espejo del baño de la suite. —Qué naco eres, cabrón —arruga la nariz el aludido y se cobra al contado el chiste de los assholes—: ¿por qué no de una vez sacas tu navajota y tasajeas los sillones de la sala, pinche sexpistolito de la Conasupo? —Ándale, pues, pendejo —da dos, cuatro, seis pasos el Rudeboy, y luego media vuelta, mientras se baja el cierre del pantalón y se arrima a la orilla del jacuzzi—. Ésta se la dedico a La Policía. —¡Espérate, Rubén! —pela los ojos, corre hacia la puerta, abre, echa un ojo, cierra, se escandaliza el Roxy porque ya escucha el chorro de pipí caer sobre la tina como un largo redoble de suspenso. —¡No seas imbécil, güey, va a venir alguien! —Vuelve a decir que soy un sexpanchito y un mantenido de la Conasupo y este rico tepache va a ser para tu hocico —dirige el Ruby el chorro hacia el encortinado, después a las paredes y al final dibuja eses sobre el piso—. ¡Acuérdate que Ruby can’t fail! —Dije sexpistolito, pero ya que lo pienso… —se asoma de regreso al pasillo el Roxanne, corta la frase y procede a esfumarse, no bien oye el rumor de las voces que anuncian la llegada del trío al que debe, entre tantas recompensas, la dignidad discreta de su apodo.


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—Ay sí, pinche mamila. Ahora di que por gente como yo no hay tocadas en este país de mierda. Tendrías que estarme besuqueando las patas por traerte a chuparle el pito a Sting —rumia el Rudie y escupe de vuelta en el espejo, mientras se sube el cierre, se alborota el pelambre y deja atrás la resbalosa escena. No cualquier noche puedes mear una jodida suite presidencial, se dice, satisfecho, y es como si recién vaciara los riñones en un cartón de leche Conasupo—. A tu salud, Roxanne.

FOLLOW THAT WALKMAN! El trío está de pie ante los fotógrafos. No es que sean tan famosos, al menos de este lado del océano, pero en México no hay conciertos de rock y lo que llega es siempre gran noticia para el gremio agolpado frente a ellos. Serían tres perfectos hijos de vecino, excepto por los pelos pintados de amarillo que delatan el salto entre el punk y el new wave. ¿Qué es el new wave, al fin, si no un punk ambicioso? —Lamberto Grajales, vengo de Radio Universidad —responde el Roxy con tono de autómata, sin mirar a los ojos a la preguntona, pensando nada más que en acercarse a ver el deslumbrante objeto que aún no está seguro de haber visto. —¿Radio Universidad no es de música clásica? —frunce el ceño, la muy pinche metiche. Trae minifalda y dos colitas de caballo, pero podría ser mamá de Sting. —Parece que ahora tienen un programa de rock —se entromete el greñudo de al lado. El Roxy solo asiente y devuelve la vista al costado derecho del cantante. —¿Cuánto crees que dé el Cucho? —se escurre entre las voces el potente susurro del Rudeboy, que ya está de regreso y ha clavado la vista en el mismo objetivo. —Me cae que no te conozco —alcanza a murmurar de refilón el Roxy, la cabeza hacia atrás, los labios camuflados por la palma derecha. —Insisto —exhala el Ruby, ya más cerca y a mínimo volumen—: ¿cuánto daría el Cuchito? —Si yo tuviera uno, de güey lo vendo —dice para sí el Roxy y mueve la cabeza lentamente, dudando entre sorpresa, fascinación y envidia. —¿Viste esa grabadora, Zamarripa? —se oye la voz tipluda de un reportero, que al propio tiempo apunta con el índice a la cintura del cantante y bajista. —¡Es un walkman! —corrige airado el Roxy, como quien se dirige a un cavernario.

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—¿Ese estuchito azul es un walkie–talkie? —se entromete otra vez la ñora preguntona. —Cállate ya, baboso, que nos van a agarrar por tu estúpida culpa —antes de permitir que su bocón amigo siga significándose entre los presentes, el Ruby por lo bajo le tuerce la muñeca y lo empuja hacia afuera del montón, al tiempo que le tapa la boca con los dedos y cuchichea al lado de su oído. —¡Que me sueltes, pendejo! —se frena, se inconforma, se revuelve discretamente el agredido. —¿Te sientes muy picudo porque sabes que es walkman y no grabadora, pendejo? —lo empuja el Ruby hasta un rincón vacío y lo regaña como haría un papá. —¿Qué te importa, pendejo? —se echa hacia atrás el Roxy, ya levanta la voz. —¡Shhh! Me importa que nos van a meter a la cárcel, pendejo —musita con los ojos saltones el Rat, sin dejar la espiral de pendejeo que suele acompañar sus polémicas menos amigables. —¿Y a la cárcel por qué, pendejo? —¡Por robarnos el walkman de Sting, pendejo! —¿Y quién carajo le ha robado a Sting, pendejo? —Tú y yo, pendejo, of course. ¿O piensas que nos vamos a ir sin él? —¿Sin Sting? —¡Sin su walkman, pendejo! —No mames, pinche Ruby. Ahora sí que estás bien, pero bien–bien pendejo. ¿Quién te creíste que eres, pinche punky metido a ladrón de gallinas? —Yo no me voy de aquí sin atracarle el walkman a ese güey —se remuerde los labios, besa la cruz el Ratboy—. Te lo juro, mi Roxy, por lo más sagrado. —¡Ese güey es Sting, animal! —sacude la sesera, pela las córneas, frunce el ceño, se pega con la yema del índice en la sien el Roxanne. —Yo no sé si en Europa Sting sea la gran caca, pero aquí es puro pájaro nalgón. Y ese güey trae un walkman, el primero que yo he visto en mi vida. Con esa información tengo bastante. —Y eso que no has oído cómo suena el cabrón aparatito. —¿Y a poco tú sí? —Una vez, dos minutos nomás. Dos minutos de gloria, no mames. Fue en vacaciones, en una tienda gringa —mamonea el Roxanne, según él sin querer. —¿Y por qué no te lo compró la Foca? Digo, con tanta lana… —deja escapar el Rudeboy una súbita ráfaga de tirria. —Cómo crees, si costaba como doscientos dólares, y además el impuesto. —¿No te suelta billete cuando viajan? —Me dio hasta más, pero al salir de aquí. Para cuando vi el walkman me quedaban dos pinches billetitos de a veinte. —¿O sea que ni siquiera intentaste chingártelo? —se han ido desplazando hacia un rincón, el Rudie está deseoso de entrar en materia. —¿En Houston? No me chingues. Ahí te agarran y seguro te cogen. —¿Qué te van a agarrar, si son pendejísimos? Te cogerán a ti, a mí me la pellizcan. —¿De qué crees que están llenas las cárceles gringas? Te lo voy a decir, sin cargo extra: de pendejos pasados de reata que creyeron que todos menos ellos eran unos pendejos. ¿Captas o te lo explico? —No, si ya te entendí —suelta el Rudeboy una risa sardónica—. Tuviste un Sony Walkman en las manos y no te lo clavaste… ¡Puta madre, qué estúpido! —Ya sé, tú te clavaste las pilas en el

DE PORTADA

Centro… —se hace el gracioso el Roxy, mientras pasa revista de reojo a Andy, Stewart, Sting, echados en ese orden sobre sendos sillones de la sala, esperando el arribo de la traductora. —¿Sabes qué, pinche Roxy? —corta el albur el Ratboy, le da un par de palmadas en el antebrazo—. Déjate de mamadas: nos clavamos el walkman del señor que modela para Miss Clairol y lo rifamos luego entre tú y yo. —¿Qué? ¿Lo vas a asaltar? —No sé qué voy a hacer, pero mejor pregúntame si vamos a asaltarlo. —Yo no soy asaltante, baboso. —Ni yo robo gallinas, baboso. Lo que digo es que vamos a agandallarle el walkman a ese güey. —¿Se lo vas a quitar de la cintura? —¿Y si esperamos a que él se lo quite? —Si quieres de una vez nos lo cogemos… —Va a tener mucha chamba, mañana en la noche. Ni modo que se lleve el chunche al escenario. Y mientras todo el mundo le bailotea enfrente, tú y yo vamos de shopping a su camerino. Que estará por supuesto vacío y esperándonos. O voy yo y me echas aguas, ¿cómo ves? —¿También vas a orinarte en los espejos? —Ya no seas rencoroso, Roxy Man. Imagínate, es un salón de fiestas. No estadio, ni auditorio, ni arena de conciertos. ¿No oíste lo que dijo mi primo hace ratito? Hay mesas, no butacas. ¡Mesas, puto, como en las graduaciones! ¿Tú crees que va a haber mucha seguridad? ¿Piensas que van a hacerle cambio de guardia al walkman de Lord Sting? ¿Le tienes miedo a andar en la trastienda de una b–o–d–a? No le saques, putito, piensa en grande. —Buenas noches —retiemblan las bocinas, el silbido del feedback taladra ya los tímpanos de los presentes y el mismo Sting se tuerce hacia un costado, de modo que se asoma una vez más el bulto de metal con estuche de piel color azul, del cual pende un angosto cable negro que va a dar hasta el cuello del cantante y se bifurca allí para desembocar en dos pequeñas ruedas cubiertas de hule espuma, unidas por un arco de acero flexible y ligerísimo: los ínfimos audífonos. —¿Y ya sabes que tiene controles separados para cada canal? —persiste en mamonear el Foxy Roxy. Luego da media vuelta y se escurre hacia el frente, donde al cabo halla un hueco sobre la alfombra, a no más de dos metros de las suelas del hasta hoy propietario del walkman. —Lo dicho, Lambertito: nomás viniste a darle al Policía Mayor su tanda de frentazos en el ombligo —refunfuña allá atrás el Moody Rudie, pero vuelve la vista al costado de Sting y ya se recompone calculando que a ese bonito walkman le iría bien una Benotto de carreras. No es tan fácil robárselas, pero una nueva debe de salir como en treinta, cuarenta extintores. Demasiado trabajo para un pinche vehículo que ni motor tiene. —¿Cuáles son sus influencias musicales? —pregunta un despistado y el Roxy ya se vuelve hacia su retaguardia para echarle unos ojos de pistola que delatan desprecio de iniciado. —La Cucaracha —se pitorrea el cantante, y a una nueva pregunta suéltase canturreando La Cockrasha con lo que el Rudie juzga el desparpajo típico del candidato al desvalijamiento. —¿Sabes cuál es El Reto de todos los rateros de este mundo? —informará más tarde el Ruby al Roxy, a la hora de abordar el ramblercito y devolver al Clash al ocho tracks—. To fuck The Police! L


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LABERINTO

Una vida incómoda RESEÑA JORGE ALBERTO GUDIÑO HERNÁNDEZ

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urante años he escuchado el argumento de que en la actualidad se escriben pocas novelas monumentales debido a que los lectores contamos con menos tiempo para la lectura. En parte es cierto aunque cada tanto nos topamos con libros demasiado extensos. Entonces, el asunto parece ser otro. No la extensión en sí misma sino la manera de justificarla. No era lo mismo ser cautivo de una novela por entregas en el siglo XIX, que llegar hoy en día a comprar un mamotreto que supere el millar de páginas. Para enfrentarlo, es necesario que todo ese caudal narrativo tenga razón de ser. Tal es el caso de Tan poca vida (Lumen, España, 2016). Hanya Yanagihara (Los Angeles, 1975) nos presenta lo que podría parecer la simple historia de cuatro amigos. Ahí caeremos en el primer error. Tal vez por culpa de la contraportada y de la prensa. La novela trata sobre Jude, a quien conocemos siendo un joven cargado de secretos. Junto con Willem, J.B. y Malcolm, habita un Nueva York que es, a un tiempo, monstruo y guarida. Los cuatro buscan sobresalir en este mundo. Pero eso no es lo importante. O no solo eso lo es.

Cuando un lector se enfrenta a un libro de este tamaño, espera que esté cargado de anécdotas, que la trama se asemeje más a una novela de aventuras que a un relato intimista. De ahí que las justificaciones buscadas descansen sobre la idea de una línea anecdótica bien estructurada, de las que apenas dejan respiro a la lectura. En Tan poca vida pronto se descubre que no es así. De hecho, la trama parece ser tan simple como cotidiana: la vida de Jude a lo largo de casi cuatro décadas en las que sí, la amistad es importante, pero lo es más la evolución del personaje. Entonces estamos frente a otra clase de novela. Pese a la profunda amistad que media entre los cuatro amigos (y, más tarde, otros tantos que se irán sumando), Jude no les ha confesado sus secretos. No puede. Su infancia y adolescencia han sido demasiado duras para contarlas. En ellas ha habido abusos, lesiones, dolor y una profunda falta de cariño. Tanto que su autoestima le prohíbe compartirlos porque teme el desprecio de las personas que, por fin, lo quieren. Así, la novela se va desarrollando sobre la base de ese descubrimiento, algo que no resulta sencillo. A Willem, el más cercano de todos, le llevará más de tres décadas descubrir todo el dolor que Jude lleva a cuestas. Pero hacerlo no será suficiente. Hay heridas que no pueden ser curadas.

Síndromes postdefeños RESEÑA PEDRO SERRANO

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n All the Pretty Horses, de Corman McCarthy, alguien dice: “El mal es una cosa verdadera en México. Camina por sí solo, en sus dos pies. Puede que un día te venga a ti a visitar. Puede que ya lo haya hecho”. Los personajes que navegan Máscara de obsidiana (Ficticia, México, 2016), no todos siniestros pero todos contorsionados, confi rman esto. El mal anda en México por su propio pie, parece decir Marcial Fernández en su novela, y al menor descuido habita a sus personajes y a sus ciudadanos. La novela empieza con una corrección de la historia. En lugar de que Cortés lleve preso a Cuauhtémoc, es este último el que le quema los pies al conquistador extremeño. La Nueva Tenochtitlan, o la Venecia Rica, es una ciudad en

la que en lugar de una calle que se llama Niño Perdido hay un canal que lleva el nombre de Niño Ahogado. Mezcla de realidad y distorsión, una regocijada falta de solemnidad es la apuesta de esta novela, su particular agente corrosivo, en la que la policía secreta es tan sórdida como en la vida real. El autor narra la historia alterna de Tonatiuh Cuautli y su ayudante Itzel, que resulta en una Torre Latinoamericana que da a los canales en lugar de a los ejes viales, una ciudad que es la misma en la que vivimos pero con ligeras distorsiones, gente que viaja más por agua que por tierra y no tanto en trajineras sino en lanchas de motor: “Don Tonah acató el mandato y, antes de que el bote se detuviera, se bajó, salvándose de milagro de no caer al agua. En la tienda compró tres cajetilla de Delicados, dos cervezas Barrilito frías y una bolsa de cuernitos Tía Rosa. Se subió de nuevo al vehículo mientras mordisqueaba el pan dulce y, con las

Es entonces cuando la novela dará paso a la incomodidad. Desde varios flancos. Primero, porque al lector no le queda sino empatizar con el sufrimiento revelado. La empatía es casi forzosa. Más tarde, porque la confesión no termina con el martirio. El mayor problema de Jude no es lo que le sucedió tantos años atrás sino las consecuencias de esos hechos. Su cuerpo es frágil y está destinado a seguir pagando por los daños recibidos. Es entonces cuando la empatía se convierte en compasión. Una compasión casi descarnada, difícil de sobrellevar al descubrir que todo lo malo se ha sumado a la vida de un personaje. Por último, una suerte de juicio injusto. Jude se va alejando de la empatía a partir de sus acciones. Si no es capaz de recibir el cariño exagerado de los otros, entonces tampoco puede ser cómplice del lector. Eso lo vuelve muy incómodo. ¿Cómo no va a ser así? Es él quien ha sufrido y no dejará de hacerlo, ya sea por sus propios demonios, ya por lo que le depara la historia y, pese a ello, hacia el fi nal resulta casi imposible solidarizarse con su condición. A lo largo de las mil páginas que dura Tan poca vida, la autora se encarga de crear un personaje complejo, lleno de matices y sutilezas. Tantas, que lo vuelve tan humano como cualquiera de los lectores. El desarrollo de la personalidad de Jude es el que consigue justificar la extensión de la novela. Es cierto, no todas las cuartillas cuentan hechos emocionantes; incluso hay momentos en los que se nota que la autora se reprime. Sin embargo, cada una de las frases contribuye a configurar a un personaje que nos incomoda. Hacia el final, quizá Jude no sea entrañable. Es, en cambio, tremendamente real y eso bien vale las palabras que lo crean. L

botellas destapadas, tras ofrecerle una a Itzel le reclamó: ‘Ahora sí, pícale, no sea que el muertito vaya a resucitar’ ”. En el patio central del Museo de la Ciudad de México hay una pintura del Zócalo en la que, al pie del Ayuntamiento, corre uno de los canales de la ciudad. No nos imaginamos ya esa ciudad lacustre. Marcial Fernández trae al presente ese universo que es otro y el que habitamos, en el que ese mundo lacustre persiste. Los personajes de Máscara de obsidiana son a la vez alegorías de lo que vemos y vivimos y seres totalmente contemporáneos, aunque tengan enfrente no un Palacio Nacional sino al Gran Teocalli. Estructurada a veces como crónica de periódico, la narración avanza a la manera de las noticias en los periódicos, invitando al lector a ir de una sección a otra, o de una página a otra, para perseguirla. Por un lado narra una nueva versión de la huida de Tenochtitlan, en la que “mientras don Fernando, arrasado en lágrimas, lloraba al pie de un ahuehuete que los mexicas de antes y los mexicanos de hoy, con su particular sentido del humor, le llamaron ‘el árbol de la noche triste’, eso, mientras

el joven tlacatecuhtli de Tlatelolco, Cuauhtémoc, en lo alto del teocalli, lleno de júbilo, ofrendaba a los dioses el corazón de Blas de Otero de Puerto de Plata, aquel nigromante que predijo para sí y para los suyos el fin de su empresa: el ser devorado por los nativos”. Y por el otro, con enorme regocijo como ya señalé, cuenta las peripecias de don Tonah y su ayudante Itzel, de su amigo el detective Jack Torre Latino, de la francesa Lauree Voltaire, metidos todos entre las patas del ogro no fi lantrópico que les tocó y nos tocó vivir. Ante la deformación de la realidad que vivimos, Marcial Fernández propone una deformación más, que nos regresa a nuestra realidad: “Los gringos hablan de dinero sucio”, dice el personaje de la novela de McCarthy. “Pero el dinero no tiene esa cualidad especial. Y el mexicano nunca va a pensar en hacer cosas especiales o a ponerlas en un lugar especial en donde el dinero no tenga un uso. ¿Por qué hacen esto? Si el dinero es bueno, es bueno. No hay dinero malo”. Algo así va recorriendo la novela de Marcial Fernández, en la que abundan los personajes en retirada, aunque persistan y persistan. L


MILENIO

DE LA ESTUPIDEZ A LA LOCURA UMBERTO ECO Lumen México, 2016 497 pp. Este volumen reúne un conjunto de artículos periodísticos seleccionados por el propio Eco antes de su muerte, en los que reflexiona sobre múltiples tópicos de la vida cotidiana como los grandes inventos de este siglo (Eco se cuestiona si realmente son grandes), la sociedad después de la Internet, las reliquias, la televisión y sus “bondades”, el terrorismo, Churchill, Gandhi y Dickens y, en fin, una amplia variedad de preocupaciones estéticas del semiólogo, catedrático y novelista italiano. UN MAL NOMBRE ELENA FERRANTE Lumen México, 2016 554 pp. “En la primavera de 1966, en un estado de gran agitación, Lila me confió una caja metálica con ocho cuadernos. Dijo que ya no podía tenerlos en su casa por temor a que su marido los leyera. […] Cuando me pidió que jurara que no abriría la caja por ningún concepto, se lo juré. Pero en cuanto me subí al tren, desaté el bramante, saqué los cuadernos y me puse a leer”. Así comienza el segundo volumen de la saga Dos amigas, que ha capturado ya a un millón de lectores en Europa y Estados Unidos y es posible que también lo consiga en América Latina. BIOYGRAFÍA SILVIA RENÉE ARIAS Tusquets México, 2016 337 pp. Amiga cercana del autor de La invención de Morel, Arias se ha especializado en la vida y obra del escritor argentino pues en 1998 lanzó Bioy en privado, que reúne las conversaciones que mantuvo con él durante años, al que siguió Los Bioy, en el que explora las vivencias de Jovita Iglesias de Montes, el ama de llaves de Adolfo y Silvina Ocampo. Ahora publica esta biografía en la que repasa la niñez, la juventud, la madurez y la ancianidad del gran amigo de Jorge Luis Borges, sus lecturas y creaciones, sus pasiones e incertidumbres literarias.

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Fernando Pessoa: la aventura estática POESÍA EN SEGUNDOS

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uchos escritores de mi generación leímos por primera vez a Fernando Pessoa en la selección y traducción de Octavio Paz, que publicó la UNAM en 1962. Una rústica de forros grises y tipografía bien balanceada —un año más tarde, en 1963, otro singular poeta mexicano, Francisco Cervantes, dio a la luz su traducción de Oda marítima. De golpe, el autor de Libertad bajo palabra nos dejaba comprender la originalidad del lusitano y nos daba una visión sintética de las figuras fundamentales de su poesía (Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos, el propio Fernando Pessoa y dos sonetos de “La tumba de Cristián Rosencreutz”). En el compendio no faltaba el obelisco “Tabaquería”, “el poema de la conciencia recobrada”. En la parte final de la introducción, “El desconocido de sí mismo”, Paz aludía a los escritos en prosa y, dentro de ellos, a la repetición de la quimera de los heterónimos. En aquel entonces aún no había sido publicado Libro del desasosiego ni las recopilaciones de una buena parte de la crítica —por ejemplo, “La polémica Shakespeare-Bacon”— y de otros escritos de invención. Hoy las circunstancias son muy diferentes, pues contamos con varios títulos del autor lisboeta y poseemos una visión amplia de su quehacer literario. Con la publicación de Cuentos de Fernando Pessoa, en la pulcra edición de Páginas de Espuma y en la esmerada traducción de Manuel Moya, completamos un panorama esencial y podemos pensar de una forma más clara el hecho peculiar de que Pessoa en prosa o en verso, en relato o en crítica es poesía. No cabe duda de que varias de las piezas de Cuentos fueron publicadas por el propio Pessoa como breves ficciones. También es clara, en ellas, la presencia

VÍCTOR MANUEL MENDIOLA mendiola54@yahoo.com.mx

de una estructura narrativa. Además, en varias de las historias salta a la vista la relación con Edgar Allan Poe y otros cuentistas. Sin embargo, si no en todos sí en muchos casos, los “cuentos” tienen un sentido excéntrico que los transforma en disquisiciones metafísicas (asombra el dominio fi losófico) y en intensas composiciones líricas llenas de número y geometría, de racionalidad e irracionalidad. Es difícil abarcar la riqueza de Cuentos, pero hay dos textos que apuntan muy bien la singularidad poética del libro: “La puerta” y “El camino del olvido”. El primero, publicado originalmente en inglés, nos hace pensar en las historias fetichistas de Poe, en la mórbida obsesión de un personaje, pero una lectura alerta descubre que la manía tiene otra magnitud. En la atracción por la puerta y en el deseo de patearla hay un “cosismo”, una sustantivación de lo inerte, que enajena al sujeto y crea una metáfora que vuelve de manera constante sobre ella misma en encadenamientos y anáforas. En el segundo texto, la escena nocturna de un grupo de soldados a caballo deviene en lugar donde las coordenadas (arriba/ abajo, derecha/ izquierda, adelante/ atrás) y las percepciones (ver/oír/ tocar) producen agudas sinestesias y la noche trueca a “la noche ilegible”. En “La puerta”, el lector halla un desarrollo lineal, pero lo que queda es la pura concentración de una imagen. En “El camino del olvido”, en cambio, domina una composición en fracciones, trucada en desplazamientos donde el ojo escucha. Leemos un rarísimo cubofuturismo sombrío. Cuentos de Pessoa sí nos da una experiencia narrativa (la poesía no se opone o no debería oponerse a contar), pero sobre todo nos lleva a la concentración del pensamiento lírico y nos muestra la maestría narrativa de los buenos poetas. L


CINE

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LABERINTO

Alfredo Castruita

“Mi cine responde al momento” Tres historias convergen en Potosí, que se centra en los “daños colaterales” de la guerra contra el crimen organizado HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com

ENTREVISTA

ESPECIAL

U

n accidente en una carretera conecta tres historias: un pastor de ovejas que no ha disparado su revólver en 40 años, una mujer víctima de violencia doméstica y un humilde campesino viviendo en alerta para proteger a su familia del crimen organizado. Personajes frustrados por la impotencia para reponerse de un panorama tan árido como violento coinciden en Potosí, que pone su objetivo en los llamados “daños colaterales” de la guerra contra el crimen organizado. La ópera prima de Alfredo Castruita llega a las pantallas precedida de un largo recorrido por festivales. ¿Por qué poner la mira en los llamados daños colaterales del combate al narcotráfico?

Por lo que vivimos muchas personas. Crecí en Ciudad Juárez, donde el miedo siempre fue constante. Quería plasmar el sentir cotidiano, no tanto lo que estamos acostumbrados a ver en la televisión y el periódico. Es triste hablar de ese tipo de temas, pero en mi caso siento la necesidad de expresar el odio y la desesperación que tenemos. No quiero cambiar a las personas, solo quiero promover la reflexión sobre el mundo en el que estamos viviendo.

¿Por qué quiso contar la película a partir de tres historias? Dos referencias inmediatas en este sentido son Amores perros , de González Iñárritu, y Pulp Fiction o Perros de reserva de Tarantino.

La impotencia une a las tres historias de la película.

Esas historias no solo pasan en México; también en Latinoamérica y el resto del mundo. La violencia intrafamiliar, el daño colateral que deja el narco y el linchamiento son constantes en sitios donde la educación no llega. Uno de los personaje dice que el país se ha convertido en un inmenso cementerio. Creo que eso resume el sentido del filme.

Es una de las reflexiones centrales. No es una película fácil de digerir, estoy consciente de eso, pero es algo que los

actores y mucha gente que participó en el rodaje tenía ganas de expresar. ¿Cómo involucró a los actores con el tono del discurso que quería manejar?

No fue difícil. Cuando se me acercaba alguno de los actores, como Gustavo Sánchez Parra, y me preguntaba cómo era su personaje, en vez de platicarle mi idea le respondía: “¿Cómo ves al personaje?” Juntos lo construimos. Cada historia está narrada con un estilo de cámara distinto, ¿por qué?

Soy muy visual. Trabajé mucho la

HOMBRE DE CELULOIDE

rédéric Tcheng no se dio cuenta de que su documental Dior y yo envía al público un mensaje contrario al que desea. A pesar de ello (o tal vez justamente por ello), resulta entretenido. Lejos del elogio de la alta moda que quiere ser, testimonia dos aspectos de la Unión que dan razón a los euroescépticos. El jefe del consejo de dueños de la marca Dior aparece un día en el taller de costura para presentar a quien será sucesor del maestro. Raf no habla francés. No necesita uno ser adivino para intuir lo que piensan las costureras que han trabajado ahí desde los años de Monsieur Dior. Así están las cosas en Europa y por más que el director trate de exaltar a Raf contrastando sus penurias de Primer Mundo con las páginas del diario del modista, su personaje a cada momento desagrada más. Pero la película no. Dior y yo se parece en esto al documental Steve Jobs: The Man in the Machine: muestra el lado oscuro de un genio de la propaganda al que admiran las clases medias. Que la intención del autor sea la contraria no obsta para que Dior y yo funcione como testimonio de los tiempos que vivimos,

Así estaba marcado. Partimos de testimonios de personas que estuvieron en algo muy similar y teníamos que contarlo de manera fragmentaria para que fluyera. Nunca se me vino a la mente Amores perros o Pulp Fiction, pero de igual manera había tres historias que iban a unirse en un punto. Queríamos empezar con el final por una cuestión de impacto pero tampoco queríamos hacerlo en forma de capítulos. ¿Se planteó como uno de sus objetivos tratar de diferente manera la violencia en México, en relación a como lo hacen la mayoría de los filmes?

Uno hace las cosas según como las siente y ve. Ahora estamos trabajando en el segundo largometraje, donde hacemos una crítica a la negligencia médica. Aquí el estilo es más documental. Uno siempre quiere ser original pero no puede ser el objetivo a seguir. Mi cine es instintivo y responde al momento. L

FERNANDO ZAMORA

El traje de la Unión

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preproducción a fin de tener clara la fotografía. Desde el principio quisimos que cada historia tuviera su propio estilo y movimiento de cámara. Con el fotógrafo Santiago Sánchez nos aseguramos de llevarlo a la práctica. A lo mejor la mayoría de la gente no lo nota pero ahí está. La parte más importante es la preproducción. Cada personaje tiene una historia diferente y, por tanto, la cámara tiene que ser diferente. Hubo ensayos, evidentemente, pero solo fueron para manejar las pausas y lo que yo quería sentir y hacer en la pantalla.

tiempos que están al otro extremo sociopolítico del mundo que vivió Christian Dior. Porque el modista y su pequeño atelier fueron claves en la reconstrucción de Francia después de la Segunda Guerra Mundial. El nombre Dior ofreció a esta nación humillada por los nazis un nuevo motivo de orgullo, una imagen y, sobre todo, mucho trabajo. Al otro lado del espectro está Raf, un muchachito burgués que no dibuja. ¿Cómo diseña? Con arrebatos de inspiración. Pasea por los museos, ve pinturas, viaja en su auto de lujo por las calles lluviosas de París o sobrevuela en helicóptero la Costa Azul. Luego hace varios cuadernos de recortes y se los entrega a los dibujantes. Ellos le ofrecen unos 200 bocetos, él escoge 30 o 40, elige las telas y ya está. La cosa no está mal, pero uno se entera también de que la mujer que ajusta las medidas de los vestidos debe viajar a Nueva York para atender a una cliente que mensualmente invierte unos siete millones de pesos en vestidos de Dior y ¿qué hace Raf? ¡El divo se indigna! La obrera viaja en autobús, se desvela y, en fin, que todo termina por ser como un llamado a la huelga general.

@fernandovzamora ESPECIAL

Dior y yo (Dior and I). dirección: Frédéric Tcheng. guión: Frédéric Tcheng. con Raf Simons, Marion Cotillard, Anna Wintour, Sidney Toledano. Francia, 2015.

La otra cosa que demuestra Dior y yo está en que sea otra película de moda que se rueda en Francia. ¿Nadie se ha preguntado por qué hay tantos elogios de este arte en el cine francés de los últimos años? La respuesta está, otra vez, en la forma en que quieren dividir a Europa desde Bruselas y Berlín: España es el destino turístico, Italia ofrece productos agrícolas y Francia productos audiovisuales. La misión de los estudios parisinos es ofrecer propaganda a favor de los “Estados Unidos de Europa”, igual que hace Hollywood para los Estados Unidos de América. Dior y yo es un comercial digno de ver solo porque muestra en forma y contenido lo que significa esta Unión. L


MILENIO

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ESCENARIOS

ESPECIAL

De Tavira, de panzazo MERDE!

BRAULIO PERALTA juanamoza@gmail.com

E El musical dirigido por Mauricio García Lozano se presenta de jueves a domingo en el Teatro de los Insurgentes

Y sigue cabalgando El hombre de la Mancha vuelve a los escenarios con una diversidad y un elenco que sorprenden TEATRO

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irector, escenógrafo, coreógrafo y dos actores —hoy reconocidos directores—, salidos del ámbito universitario, llegan al escenario del Teatro de los Insurgentes, donde su trabajo se incorpora al de intérpretes provenientes del teatro musical, incluido Benny Ibarra, de lo que resulta una versión juguetona y bellamente plástica de El hombre de la Mancha, a casi 50 años de su primera presentación en México. Morris Gilbert convocó a Tina Galindo, Claudio Carrera y a OCESA para lograr una producción de primer nivel cuya escenografía, diseñada por Jorge Ballina, convierte la cárcel en la que internan a Cervantes en un inmenso contenedor de madera con pasillos, escaleras y puentes que, como si se tratara de un gran mecano, libera algunas delgadas piezas que, a partir de cambios de posición, encuentran su lugar y conforman el marco de cada uno de los espacios que plantea la obra. La dirección musical de César Velázquez y la supervisión musical de Isaac Saúl preservan la brillantez sonora de cada uno de los 20 números. El vestuario de Violeta Rojas presenta cuadros vivos y texturas del Siglo de Oro, y la iluminación de Víctor Zapatero genera las atmósferas oscuras y luminosas de la representación que elabora en su defensa el Caballero de la Triste Figura. Mauricio García Lozano dirige y entre su elenco cuenta con Alberto Lomnitz, en los roles del ventero y del gobernador, aunque también hace el cover, es decir, sustituye a Benny Ibarra en algunas funciones, en el papel de Cervantes–Quijote, para coronar el deseo de quienes en su casting particular afirman que puede interpretar al personaje con mayor rigor y mejor resultado, aunque comprenda que el nombre del hijo de Julissa en la cartelera del Teatro de los Insurgentes atraiga más a quienes son asiduos al género. Carlos Corona interpreta a Sancho Panza y, al igual que Lomnitz, sorprende a quienes jamás lo habían escuchado cantar. Contratado para esta producción como actor, con Enrique Chi

ALEGRÍA MARTÍNEZ alegriamtz@gmail.com

—de larga trayectoria en el género— y Mario Heras como suplentes, Corona crea un Sancho más ágil y simpaticón que tierno, dándole un giro con rasgos joviales y caricaturescos. La aportación de Marco Antonio Silva en el movimiento escénico trasciende el buen desempeño de comparsas, cantantes y bailarines, al conseguir que éstos, además de cumplir con lo estipulado, contribuyan a ser parte viva del entorno, desde emular a los santos en los cuadros o vitrales de la iglesia, hasta recrear la parte inferior de los animales en el establo, cuya cola es la mano de los intérpretes con un trapo oscilante sobre su trasero. La versión de García Lozano cumple mucho mejor con el nostálgico deseo de poder ver de nuevo esta obra que los tres intentos de producciones en décadas anteriores, excepción hecha de lo que imaginamos hicieron Claudio Brook y Nati Mistral en 1969. La dirección de García Lozano respeta la obra, la música y las letras con ligeros cambios y añade gotas de humor con toques de frescura, pero esencialmente consigue que lo que cada intérprete puede ofrecer se nivele en el conjunto, lo que es un gran logro. También es cierto que si bien Benny Ibarra sabe conducirse sobre un escenario desde niño, también sucede que se le oye una voz demasiado joven, como se ve su figura bajo los afeites, la peluca y la indumentaria: le faltan los años y la necesidad urgente del conocido personaje. Por su parte, Ana Brenda en el rol de Aldonza/ Dulcinea, joven, guapa y bien entonada, construye su personaje dual desde la mesura, dejando la pasión y el arrebato a un lado, sin apartarse del camino que marca por donde hay que transitar, en equilibrio pero sin riesgo. Esta propuesta de El hombre de la Mancha —en la que destaca la voz e interpretación de María Penella, quien en el papel de Antonia da brillo a las notas y significado a las irónicas palabras de su canto— abre un buen espacio al caballero andante entre el grupo desbordante de diversidad artística que pocas veces ha pisado el Teatro de los Insurgentes. L

l director de la Compañía Nacional de Teatro (CNT), Luis de Tavira, pasó de panzazo. El director escénico es, sin duda, de diez, porque el conjunto de su obra ha tenido más altas que bajas. Como funcionario cultural es exactamente al revés: bastaría con recordar los fracasos escénicos de las piezas montadas, lo disparejo de los dramaturgos, las actuaciones desiguales, para corroborar lo que aquí reseñamos. La irrupción de Luis de Tavira ocurre con lo que se dio en llamar “teatro épico”; sus piezas clave en la dirección, de la mano de dramaturgos como Büchner, Kazantzakis, Ghelderode, Botho Strauss, Brecht (Woyzeck, Sodoma y Gomorra, Officium tenebrarum, Grande y pequeño, respectivamente), y el único mexicano —que pasa con todos los galardones— es López Velarde con Novedad de la patria, donde rebasa el teatro épico para convertirse en poético. Un estilo, un carácter, una personalidad, es el director escénico; con temple, garra, fiereza para montar lo imposible en el teatro. Nadie puede negarle un lugar junto a directores emblemáticos que revolucionaron la escena como Julio Castillo, Héctor Mendoza, Juan José Gurrola, Ludwik Margules o Jesusa Rodríguez, de otra generación. Por eso dice bien el propio De Tavira al defenderse de sus detractores: “En el arte lo único que nos califica es la obra”. De diez. Intachable. Intransigente. Excepcional. Pero no como director de la CNT. Transigente, aceptó montar a autores que ni siquiera forman parte de la familia del teatro, políticamente correctos pero lejos de ser clásicos del repertorio nacional. Un ejemplo: Juan Villoro. Otro: Jaime Chabaud. Eso, contra ausencias notables como Sergio Magaña, Emilio Carballido, Hugo Hiriart o Sabina Berman. Parece que De Tavira tiene problemas para reconocer la dramaturgia de otros y en cambio montar sus propias piezas, con la familia incluida. De panzazo, pues. Hubo aciertos también. Él dirigiendo a Brecht, El círculo de tiza; José Caballero con las piezas enormes de Luisa Josefina Hernández; Sandra Félix, la mejor directora de las obras de Elena Garro, o el proyecto de Lorena Maza, Inanna, en traducción de Elsa Cross. Los elencos siempre son dignos de aplaudir: actores y actrices loables en su conjunto, a pesar de caídas y ascensos. Eso sí, actrices de enorme nivel como Julieta Egurrola, Luisa Huertas, Angelina Peláez o Martha Verduzco no han encontrado su papel en la CNT (salvo Ana Ofelia Murguía, que todo lo hace excelso), al contrario de actores como Enrique Arreola, Óscar Narváez y Juan Carlos Remolina, con grandes papeles. Lo que sigue para Luis de Tavira: su ingreso a la Academia de las Artes. Y el regreso a la dirección. Seguro tendrá largos años en la escena mexicana. Qué bueno. L ESPECIAL

Luis de Tavira


VARIA

sábado 29 de octubre de 2016

p. 12

LABERINTO

ESPECIAL

Volver a morir TOSCANADAS

DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

U

na de las creencias católicas que casi nadie cree es aquella de la resurrección de la carne. Es una herencia de la corriente principal del judaísmo. Jesús, como buen fariseo, creía en ella y rivalizaba con los saduceos al respecto. Entonces la costumbre era labrar tumbas como cuevas en la falda de un monte, de modo que al estilo de Lázaro o del mismo Jesús pudiera salirse de ellas con tan solo empujar la piedra que la taponaba. Quienes tienen el don de la fe, o sea, la propensión a creer sin cuestionar, se sienten más cómodos con la idea de irse a vivir espiritual y eternamente a una dimensión fantástica llamada cielo, donde podrán contemplar a Dios después de que Dios los estuvo contemplando toda su vida. Para no poner a prueba esa fe, se les evita ese versículo en que Mateo se entusiasma más de la cuenta y relata que “abriéronse los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido se levantaron salidos de los sepulcros, después de su resurrección, vinieron a la santa ciudad, y se aparecieron a muchos”, evento que, de haber sido verdadero, hubiese bastado para la conversión de todos los israelitas y muchos romanos. Pero ahora el papa Francisco viene a revolver las aguas al firmar el documento Ad resurgendum cum Christo, y retoma la muy cristiana y empolvada idea: “Por la muerte, el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a

nuestro cuerpo transformado, reuniéndolo con nuestra alma”. O sea, que los muertos habrán de salir de sus sepulcros para habitar en este mismo mundo, pues bien lo dice el salmo: “Los justos heredarán la tierra, y vivirán para siempre sobre ella”. Menos mal que muchos son los llamados y pocos los elegidos, ya que si todos tuviésemos derecho a la resurrección de la carne, ese día saldrían de sus tumbas más de cien mil millones de ex muertos, y vaya uno a saber qué pasaría en la tierra con tal sobrepoblación. Siguiendo con el boletín papal, “la Iglesia recomienda insistentemente que los cuerpos de los difuntos sean sepultados en los cementerios u otros lugares sagrados”. Y es que, aunque Dios todo lo puede, hay que facilitarle la chamba. Debe serle fácil agarrar los huesos de un osario, rearmarlos

LO QUE CONTEMPLAS

y ponerles su carne original, que ojalá sea una carne joven y no la que tenía en el momento de la muerte. En cambio, si alguien tuvo la descortesía de echar las cenizas de su madre en el mar, Dios tendrá más chamba que un bracero en las pizcas, recolectando en los siete mares cada minúsculo fragmento de carbonato de calcio hasta reconstruir a la difunta. Aunque no se anima a prohibir la cremación, el amable Francisco nos dice que “no está permitida la conservación de las cenizas en el hogar”, quesque porque arrumbadas en un cementerio o en una costosa cripta en la iglesia se le reza más al difunto. Y sin embargo, aunque nadie me rece, yo prefiero resucitar en casa que bajo tres metros de tierra, donde la ansiada resurrección apenas me servirá para espantarme, asfixiarme y volverme a morir. L

ADRIANA DÍAZ ENCISO

MICHAEL DEAN

Arte E

n la entrega pasada hablaba del arte creado por algunos internos de hospitales psiquiátricos, y de la excelencia de algunas de esas obras, presentadas en la exposición Bedlam. Mi convicción no parte del cliché de que “todos los artistas están, en cierta medida, locos”, o de que la obra de arte del loco refleja de alguna manera su locura. Por el contrario, afirmo que esas obras son gran arte porque constituyen el punto de integración y lucidez en que dichos pacientes se conectaban con la experiencia de su vida y le daban expresión. Hablé del arte como puente para la supervivencia del ser. Ese puente no está roto en la exposición del Premio Turner en la galería Tate Britain. No está roto porque no existió nunca, como no existen tampoco integración ni lucidez alguna, ni hay nada ahí de la interioridad ni la experiencia humanas que sea vital o necesite sobrevivir. Los cuatro artistas que compiten por el premio son presentados

adrianadiazenciso@gmail.com

con textos de un discurso inane y pretencioso, ese fardo explicativo que arrastra todo el excedente que durante décadas ha querido colgarse del prestigio del verdadero arte conceptual. Son textos vacíos para instalaciones vacías, salas que nos arrojan al rostro solo eso: vacuidad, la estupidez inherente a una sensibilidad burda y roma a fuerza de regodearse en la superficialidad: en el terror babeante de enfrentar nuestra humanidad. Hay fotografías de uñas con diversa manicura pinchando pantallas de teléfonos celulares. Hay un tren de juguete cubierto de grafiti y elementos decorativos dignos de alguna cadena de cafés. Hay columpios hechos con prendas íntimas metálicas, insinuaciones de sexo sado, adornados con florecitas, y salas atiborradas de objetos incapaces de provocar la más mínima respuesta en otro ser humano, pese al texto absurdo que intenta “explicarlos”. Hay muros cubiertos con un papel tapiz de ladrillos, y un

Glifos

trasero enorme saliendo del muro. No es escultura de un desnudo —ni hablar de belleza, por supuesto—; no es tampoco una pieza hiperrealista capaz de provocar alguna reacción, no es siquiera un trasero que pueda escandalizar a nadie. Es nada más una mole grotesca, cosa de parque de atracciones, algo así como el culo del Dr. Simi. La artista dice que es un homenaje a un arquitecto que en los años setenta quiso construir un edificio con un trasero como entrada. Se volvió costumbre preguntarle quién era el modelo de su maqueta. La respuesta

era: un arquitecto famoso, pero no diré quién. Nuestra artista entonces eligió como modelo para su “homenaje” a un famoso diseñador gráfico, cuyo nombre tampoco nos dirá. Una mala broma. A esto se ha reducido la radicalidad del arte. El arte no ha desaparecido. Los artistas dignos de ese nombre no están extintos, pero hay un discurso oficial del arte, el mismo que busca institucionalizar lo radical y que en nada se diferencia de la publicidad, empeñado en destruir el puente de que hablábamos, hasta terminar por volverlo irrelevante. L


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