Laberinto No.702 (26/11/16)

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Laberinto

DESESPERANZA QUE CURA

armando gonzález torres p. 02

SOBRE LASSE SÖDERBERG

víctor manuel mendiola p. 11

MILENIO

NÚM. 702

sábado 26 de noviembre de 2016 FOTO: GAIA CAMBIAGI

NORMAN MANEA claudio magris, mercedes monmany p. 04 a 08


ANTESALA

sábado 26 de noviembre de 2016

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LABERINTO

DON HAMERMAN

Desesperanza que cura ESCOLIOS

ARMANDO GONZÁLEZ TORRES @Sobreperdonar

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u estancia infantil es el campo de concentración nazi, su paisaje de juventud los asfixiantes sótanos de la utopía comunista. La historia del siglo XX parece soplar con sus alientos más fétidos la nuca de este hombre. Y, sin embargo, de esta atroz experiencia con las distintas caras del totalitarismo surge una áspera y lúcida voz literaria que expele repetitivamente claridades, verdades amargas y un higiénico escepticismo. La quinta imposibilidad. Judaísmo y escritura (Galaxia Gutenberg, España, 2015) de Norman Manea (1936) es un libro de ensayos hosco y luminoso a la vez, un libro confesional y autorreferente en el que el autor rumano explora su doble marginalidad, como judío y escritor. No es un volumen orgánico e incluye materiales de muy heterogénea procedencia, sin embargo, tiene una densa, intensa y, en muchas ocasiones, dolorosa coherencia. Los ensayos pueden agruparse en tres tipos, que a menudo se fusionan entre sí: textos autobiográficos, planteamientos sobre la violencia política y la ética literaria y evocaciones de escritores admirados. Por un lado, en la vena autobiográfica se reflejan estampas del itinerario del autor: sus años de infancia en el campo de concentración por el delito de ser judío; sus décadas de juventud y primera madurez sometido a la suspicacia,

ALFILERES ARMANDO ALANÍS @elsaltillero

El escritor rumano Norman Manea

censura y autocensura de una sociedad totalitaria, y su etapa de exilio cuando, al mismo tiempo que recibe refugio en la academia estadunidense, es testigo de acontecimientos y procesos traumáticos como el ataque a las Torres Gemelas o la paulatina degradación y banalización de la democracia. Si Manea recrea la historia desde la autobiografía, también tiene el rigor intelectual para entender las raíces comunes de la violencia y represión política y, a partir de sus testimonios y argumentos, es posible inferir que los distintos actos de barbarie, desde el

El bullicio de un café nos revela qué tanto nos parecemos a las gallinas.

El héroe según Oliver Stone LOS PAISAJES INVISIBLES

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holocausto hasta el nuevo ascenso del racismo como promesa política, suelen encaramarse sobre la división social, la desconfianza mutua y la anulación de los sentimientos más elementales de simpatía y solidaridad con el otro. Acaso como contrapunto al acerbo observador, en este libro también aparece ocasionalmente el espléndido retratista y crítico, que evoca a sus escritores dilectos (desde Franz Kafka, Mihail Sebastian y Paul Celan hasta Saul Bellow y Philip Roth) y que, en medio de la tragedia de la historia, comparte esa forma de libertad y comunión inalienable que es la imaginación literaria. L

uizá los últimos héroes del siglo XXI estadunidense sean Bradley Manning y Edward Snowden, cuyas proezas se realizaron en un campo de batalla mucho más tranquilo pero no menos tenebroso que los páramos acechados por los drones o las calles bombardeadas desde un reactor encubierto por las nubes: Manning reveló los crímenes de guerra en Irak y filtrocables diplomáticos a WikiLeaks, fue procesado por alta traición y vilipendiado mediáticamente por su “desorden de identidad de género”, pues en prisión decidió salir del clóset y convertirse en Chelsea Manning. Por su parte, Edward Snowden filtró a The Guardian una tonelada de información acerca del espionaje masivo que Estados Unidos lleva a cabo dentro y fuera de su territorio. Computadoras, telefonía fija y celular,

IVÁN RÍOS GASCÓN @IvanRiosGascon

tabletas, nada es totalmente seguro ni confiable, el Big Brother orwelliano es una amarga realidad. Snowden está exiliado en Rusia y hace unos días dio una conferencia de prensa vía Internet, en la que comentó que el futuro cambio de gobierno no representa nada, ni para bien ni para mal: la política de espionaje de Estados Unidos sigue en marcha, quien sea que ocupe la Casa Blanca solo es un peón del pequeño círculo que realmente ejerce el poder. Manning y Snowden son héroes en el sentido que Fernando Savater designa al hombre como ser activo social y políticamente, porque la libertad se consigue con la resistencia a las coacciones del Estado. Asimismo, denunciar los abusos bélicos y la vigilancia indiscriminada e ilegal es, también, un acto revolucionario. Dice Savater: “poner a la ética como objetivo de la política

es el sentido más noble de la revolución, o si se prefiere menos truculencia, es el cumplimiento de la democracia” (La tarea del héroe). Oliver Stone acaba de estrenar su película Snowden pero a su personaje interpretado por Joseph Gordon– Levitt se le escapa esta dimensión moral, tal vez porque Stone solo intentó exponer una rápida hagiografía del tipo que nos reveló la historia de terror que hay detrás de nuestras computadoras y gadgets (lo que empezó como una estrategia para combatir al terrorismo, se volvió una herramienta de dominio planetario), pues la transición del Snowden conservador y ultrapatriota al del liberal y comprometido con la legalidad, sucede casi de forma instantánea, como efecto de algún hipnotismo, lo que mueve a la incredulidad porque se trata, ni más ni menos, que de un miembro activo de la CIA. No obstante, el filme de Oliver Stone tiene un gran acierto, concuerda con lo dicho por el verdadero Snowden: el éxito de las facciones políticas radica en el discurso maniqueo. El bien y el mal para unos, lo contrario para otros. El hilo narrativo de Snowden evoca las omisiones del gobierno de Obama, la persecución canina que Hillary Clinton lanzó sobre el informante, la condena (moraleja: no solo los Republicanos son siniestros). A Snowden los peligros y amenazas le tienen sin cuidado porque, también lo dijo en esa conferencia vía Internet, ya no le importa ni su vida. Y claro, ¿por qué debía preocuparle el futuro de su país o del mundo entero, la estabilidad social o la democracia o lo que sea tampoco aquello que pensamos como libertad? Al fin y al cabo, eso a nadie ya le importa. L

dirección josé luis martínez s. edición roberto pliego, iván ríos gascón arte y diseño salvador vázquez


MILENIO

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× M Ó N I C A

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ANTESALA

JOSÉ LUIS LANDET

N E P OT E ×

Estocolmo Este poema forma parte de Sombra roja. Diecisiete poetas mexicanas (1964–1985), compilado por Rodrigo Castillo y publicado recientemente por Vaso Roto Doma 2

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i rostro tiene la huella de tu puño cerrado, un sello cardenal. Es perfecta la armonía, el sollozo contenido, corazones rabiosos. Nos pienso así: divinos enlutados, atrincherados en nuestras propias bombas de tiempo. La sumisión, los cerrojos. Ciega estoy, estatua rota. Si un dios decadente nos filmara hasta el fin del mundo, aquí estaría roja y atada ante mi hermoso verdugo.

×EKO×EX LIBRIS×ZELDA Y SCOTT×

Archivista visual ARTES MIRIAM MABEL MARTÍNEZ

L

a apropiación es el tema y la estrategia de la exposición Doma del artista mexicano–argentino José Luis Landet, que se presenta en la Galería Arróniz hasta enero de 2017, en la cual hace una relectura visual de la obra del argentino Carlos Gómez en su paso por la Ciudad de México. Quizá es un pretexto para también reflexionar sobre la propia estancia en esta capital durante la primera década del siglo XXI: Landet se formó artísticamente en México, y su paisaje visual, así como intelectual, se extiende entre el ir y venir de una geografía estética que mira hacia el sur. En su obra persiste una huella del dibujo, un gusto por el trazo que va escribiendo reconfiguraciones, en las que enlaza su creatividad, su oficio, a una incomodidad que lo ha llevado a moverse físicamente (va y viene entre la Ciudad de México y Buenos Aires) y a sistematizar una curiosidad que lo ha llevado a convertirse en una suerte de artista–archivista. De esta forma, se va encontrando con el material de otros, como el de Carlos Gómez, que ha reordenado y sintetizado para crear piezas emotivas que guardan una nostalgia por ese otro en el que se mira, y al mismo tiempo que homenajean su influencia en una exhibición visual–narrativa. Al recorrer esta muestra, el espectador entra al mundo de ese Carlos Gómez, uno de esos artistas desconocidos en el mercado, pero significativos, que en su hacer cotidiano marcaron las rutas invisibles del arte actual (argentino). Landet persigue esa huella que conecta a Gómez con la poesía concreta brasileña, con la rebeldía de la marginalidad y con su propio quehacer de laboratorista visual enfocado, como alguna vez él mismo lo dijera, “en la elaboración de un lenguaje plástico donde la forma y la materia accionan al mismo tiempo con una cantidad de recursos infinitos”, muchos provenientes de la literatura, de la memoria, de la historia o del acto político. Como ya lo había hecho en otros trabajos, Landet reconstruye y deconstruye el recuerdo. En Doma recupera y reinterpreta obras de Gómez, y el espectador se pregunta cuál es el límite entre ambos, qué es de quién; pero mientras las observa, se va introduciendo en la mirada líquida de un artista sobre otro artista hasta convertirlo en personaje, uno que habla en primera persona en la carta–audio En crudo y al que vemos —en tercera— en el collage Materialismo histórico o en el collage y tinta china sobre papel Encabezados. Landet invita a transitar otro tiempo para presentarnos su discurso, como se aprecia en la instalación Construcción de un encadenado. Así Doma es un pretexto para hurgar y entender al archivo como un soporte y al artista como un archivista que va creando mientras reinterpreta lo encontrado para escribirse o inventarse en ese hallazgo. L

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LABERINTO

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Norman Manea

La dolorosa patria del exilio

Este sábado 26 de noviembre, el escritor rumano radicado en Estados Unidos recibirá el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances. Nos unimos a la celebración con dos ensayos que exploran el significado del exilio y la naturaleza grotescamente feliz de los totalitarismos, dos de sus mayores preocupaciones CLAUDIO MAGRIS

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egún Marx, los grandes acontecimientos históricos se presentan una primera vez como tragedia para luego volver a repetirse como comedia; en la historia contemporánea, escribe Norman Manea en su novela La guarida (traducción de R. Pisot y C. Salva, Tusquets, 2012), la farsa precede a la tragedia. Acaso nadie lo ha experimentado en carne propia como el exiliado de Europa del Este que emigró a Estados Unidos intentando escapar del nazismo y más tarde del comunismo, sobreviviente de interminables y espantosas tragedias que concluyeron en obscena comedia, arrojándolo, como un intruso, al “gran mercado carnavalesco —escribe Manea— en el que solamente lo escandaloso es perceptible, pero nada es lo suficientemente escandaloso como para volverse memorable”. Para el escritor, la realidad contemporánea es un circo, un espectáculo de acróbatas y payasos que presagia inminentes catástrofes. Norman Manea partió de la tragedia, que alimenta su narrativa de gran escritor y a la que se le deben grandes libros — Octubre a las ocho (traducción de Flavia Company, Emecé, 1994), El regreso del húligan (traducción de Joaquín Garrigós, Tusquets, 2005), El sobre negro (traducción de Joaquín Garrigós, Metáfora, 2000), tan solo por citar algunos libros, conocidos en Italia sobre todo gracias a las excelentes versiones de Marco Cugno, su finísimo intérprete— y que ha acompañado su existencia, sin tener que doblegar su libertad, coherencia moral, y sin menoscabar su amable y fascinante sarcasmo hebraico, que lo asemeja a esos modestos, respetuosos y descaradamente indestructibles personajes de la literatura yiddish, a los que todo les sale mal pero que nada los avasalla y a los que la fe les ha enseñado a reírse del mundo —a pesar de ser tan terrible— e incluso del Dios que lo ha creado así, como si en el último momento se le hubiera escapado de las manos. Nacido en 1936 en Suceava, en Rumania —más precisamente en Bucovina, crisol plurinacional y multirreligioso de culturas—, Manea conoce como pocos “la sarcástica simetría del exilio”, como la ha

Octubre a las ocho (1994)

El regreso del húligan (2005)

llamado, y la ha transformado en clave para entender y representar al mundo y su incomprensibilidad. Son los escritores mittel europeos los que han vivido con mayor intensidad el exilio como forma de vida, como lo revela Enzo Betizza en su espléndido Exilio. Cuando contaba con cinco años de edad, Manea, junto con su familia, fue deportado —en su condición de judío— por los alemanes al lager de la Transnistria, en Ucrania. En la Rumania de la posguerra vivió los peores años del comunismo sátrapa, “revoltijo bizantino de demagogia, miseria y terror” que transforma la patria en exilio, en un lugar en el que uno ya no puede sentirse en casa, porque todo devino otra cosa, deformada y falsa. En sus novelas y ensayos, la perversión totalitaria no es solo tiranía impuesta al individuo desde el exterior, sino que se ha vuelto corrupción interior de la persona, vicio y droga al fi nal difícilmente distinguible de la naturaleza del individuo mismo. Se escribe, pero se acaba también por vivir, en un estilo cifrado, que nace para escapar de las redes de una tiranía política y deviene una manera de ser, un engaño para librarse de las redes de todo poder, incluso de ese poder amorfo de la sociedad en la que dostoievskianamente “todo está permitido”. Admirado por Heinrich Böll y por Philip Roth, Manea, cada vez más vilipendiado por el régimen rumano a causa de su valiente independencia, emigró en 1986 a Estados Unidos, donde imparte clases en el Bard College. Otro exilio “liberador” —como él ha escrito con enorme reconocimiento al país que lo acogió en la libertad y le ha dado la posibilidad de trabajar y de vivir— pero que sigue siendo exilio, existencial y sobre todo lingüístico; “combustión en profundidad” y posible “holocausto” para un escritor —ha dicho— privado de la inmediatez de su lengua y, por lo tanto, quebrantado en su identidad. Dicha escisión es tragicómica; el escritor se asemeja más que cualquier otro a un clown —figura analizada por Manea en incisivos ensayos— expuesto a los golpes y a las fastidiosas cantilenas de la historia universal. El exilio es el tema de las Conversaciones en el exilio entre Manea y Hannes Stein, así como el de las páginas errabundas de Más allá de la montaña. También es el leitmotiv de la novela La guarida. Dialogando con Hannes Stein, escritor y periodista que vive en Nueva York, en inglés —“la lengua de los sin patria”, dice Stein—, Manea, irónica y dolorosamente comprensivo de toda la gama de lo humano, incluidos la mentira y el horror, pero inexorable en su precisión que es honestidad moral y rigurosa poética a la vez, penetra como un cuchillo en ese bajo vientre de la cultura y de la vida que es el sureste europeo, especialmente Rumania durante los años de la Guardia de Hierro fascista y posteriormente del comunismo y de Ceausescu, perversiones no solo políticas sino, antes de eso, culturales, intelectuales y humanas. El caos de las leyes raciales, con su entrelazamiento de fanatismo horrendamente “puro” y de sucia corrupción de la más baja gradación, los años estalinistas de depravación y de tragedia, las proteicas transformaciones y renacimientos del antisemitismo viejo y nuevo, emergen con viveza, trazando la imagen de un mundo pervertido en el que, paradójicamente, la falsificación total de la vida pública parece estimular, cual extrema resistencia, una integridad de vida privada, una reservada interioridad que en Occidente parece más indefensa, más expuesta a una suerte de videojuego en el que ya no se distingue entre pasiones interpretadas y pasiones verdaderas, rostros de

Payasos (2006)

Felicidad obligatoria (2007)


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DE PORTADA

ESPECIAL

Fidel Castro y el dictador rumano Nikolai Ceausescu

carne y hueso e imágenes digitales, así como a menudo se termina por ya no saber distinguir, en la televisión, entre las escenas de una película y los cortes de los anuncios televisivos. Y Norman Manea, con su aire resignado y astuto, se revela, en estas conversaciones, como un hombre de valores sólidos y de sentimientos profundos, como lo muestran las concisas referencias a su vida afectiva y, en particular, a su matrimonio de amor y a su vida con Cella, su esposa. Somos amigos desde hace muchos años, nos unen muchas afinidades, entre las que se encuentra una común dificultad para desprenderse de cualquier cosa, de las personas, de los paisajes, de la lengua, de la casa. No parecemos hechos para el exilio. En las Conversaciones y en La guarida, el exiliado que ha desembarcado en Estados Unidos a veces termina devorado por las arenas movedizas de esa gran —y a menudo ruin— cultura rumana que genialmente indagó y a veces hasta falsificó el universo del mito, despreciando las ideologías (las liberales y democráticas) en nombre de las inefables verdades de lo oculto y comprometiéndose con la más pedestre de las ideologías, con el fascismo y con el antisemitismo nazistoide. Mircea Eliade, el más grande representante de esta cultura en adoración del Minotauro, en efecto está presente, en un personaje central recalcado en él, en La guarida y, en las Conversaciones, cual monstruo sagrado, objeto de un culto intolerante a toda crítica, como el propio Manea lo pudo comprobar con las reacciones que tuvo ante un artículo que escribió sobre él, todo menos falto de admiración por la gran obra del mitólogo, pero despojado de cualquier sumiso culto litúrgico.

El sobre negro (2008)

Manea está muy consciente de la fuerza de ciertas intuiciones de esa cultura que también incluye a otros nombres famosos, por ejemplo Cioran; y en la novela le hace decir al “Viejo”, figura en la cual aparece esbozado Eliade, que la única salvación es ensanchar el laberinto, el reino del Minotauro, hasta incluir en él al mundo entero. Es el tono hierático e iniciático de esa cultura, tan exaltada en Occidente, el que Manea desmitifica, mostrando la insustancial vulgaridad de muchas de sus poses. El mito, tan profundamente estudiado por Eliade, solo revela una verdad cuando se le mira con espíritu iluminista, disipando su pretensión de ser tomado a la letra, que lo rebaja a ídolo ridículo. En la novela Admirado por Heinrich de Manea, esta culBöll y por Philip Roth, tura esotérica —que Manea fue vilipendiado pretende habitar el por el régimen rumano inefable no–tiempo del a causa de su valiente mito y está empapada independencia de exaltado nacionalismo históricamente fechado— es como una medusa varada en la playa, que pierde sus iridiscencias. La verdad del exilio también es el desenmascaramiento del Minotauro, el descubrimiento de que puede ser un truco de feria; ordenados en las secciones correspondientes del supermercado universal y ofrecidos a buen precio, esos mágicos amuletos revelan su componente kitsch; el antisemitismo, por otra parte, es por excelencia un coctel de horror y kitsch, un indicador universal de pH que revela lo fácil que resulta rebajar los Misterios Eleusinos a túnel del terror de una feria de juegos mecánicos. Lo oculto, escribe Manea, deviene así “un tema de comedia”, una

El té de Proust (2010)

La guarida (2012)

farsa, como los sospechosos de la policía secreta comunista, que por todos lados ve intrigas sibilinas . El exiliado, que proviene del mundo atroz y atrozmente ridículo de la Guardia de Hierro y de la Hiroshima de Ceausescu (la gente de Bucarest llamaba así a los barrios de la ciudad demolidos por el Conducator para construir su faraónico palacio de poder), sabe llevar en sí mismo esta degradación, para ser, como dice en la novela, “un bufón de Europa del Este”. En Más allá de la montaña, Manea se confronta con dos grandes figuras que asumieron sobre sí —como el Mesías pecador de la tradición judía, que realmente toma, no solo metafóricamente, al Mal en su persona para destruirlo junto con él mismo— el horror, las tinieblas y la mentira universal. Uno, poco conocido en Italia, es Benjamin Fondane, filósofo y escritor rumano, judío de origen alemán de múltiples nombres; se trasladó a París desde donde, durante la Segunda Guerra Mundial, fue deportado y asesinado en Auschwitz. El otro, símbolo ya para el mundo entero de un poema que por ser auténtico debe quemarse junto con la vida del autor, es Paul Celan. Dos exiliados; en las páginas dedicadas a ellos, enriquecidas con un diálogo con Ilana Shmueli, que fue amiga y por breve tiempo amante de Celan, Manea va al corazón de un exilio que tiene que ver no con un país, una patria o una lengua, sino con la vida misma. Celan no murió en Auschwitz, pero en un lager nazi murieron sus padres y, como se dijo, él “escribe como si escribiese después de su muerte”, después de su suicidio en el Sena. La mayoría de los grandes mitólogos son sus connacionales. Fascinado por los misterios órficos, llevó al extremo la extinción de la poesía en la noche órfica del absoluto y de la muerte, el canto de amor que es, como testimonia también Ilana Shmueli, renuncia al amor, imposibilidad de vivir juntos. Adorno, en una célebre frase, dijo que después de Auschwitz ya no se podía seguir escribiendo poesía; sentencia errada y no solo porque fue refutada —por Celan, por ejemplo— sino precisamente porque después de Auschwitz era necesario seguir escribiendo poesía. Adorno se corrigió, precisando que después de Auschwitz la poesía auténtica no puede abandonarse al sentimiento de dejarse vivir, sino que necesita asumir sobre sí esa misma frialdad, esa falta de cálida humanidad normal que al final permitió la inhumanidad de Auschwitz. Celan la asumió y no sostuvo esta absoluta negación, esta necesidad de sacrificar la humanidad a la poesía. El exilio es necesario para la vida y para la creación; sin el exilio de Troya, la estirpe de Eneas no hubiese fundado Roma; y el Éxodo, como lo narra la Biblia, es necesario para la Historia Sacra. El exilio se identifica con la vida porque —escribió Manea en su novela— “inicia en el momento mismo en el que abandonamos la placenta materna”. Pero Norman es un gran irónico, experto del circo y del mercado universal para no saber que el exilio también —al igual que el mito— puede devenir en eslogan político o spot publicitario. “Exiliados de todos los países —se dice en La guarida—, uníos”. L Il Corriere della Sera Traducción de María Teresa Meneses

La quinta imposibilidad (2015)


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Libertad y tiranía L MERCEDES MONMANY

a libertad es la evasión de la tiranía de un sistema mental único: pensamiento incompleto, abierto, antidogmático, la incertidumbre, la nebulosa de las probabilidades”, dice Norman Manea en su gran novela sobre la aventura, drama, condena o “refugio mágico” y simbólico del exilio que es La guarida (2009; Tusquets, 2012). Exilios generadores ocasionalmente de la más grande literatura de nuestra época, que aunarán para siempre dos condiciones paralelas: ser al mismo tiempo una liberación y “una amputación”. Una condición, la de exiliado, la de emigrante forzoso de una patria ausente de libertad, con un sistema tiránico de “felicidad obligatoria” en los días siniestros de la Rumania comunista de Ceausescu, que en toda la obra de este autor, y a lo largo de su existencia, se convertiría en metáfora de la condición humana. Observador de unos continuos “paralelismos más que incestuosos”, que se dan con las dictaduras del signo que sean, y creador literario tristemente privilegiado por su doble condición de perseguido, durante el nazismo y la guerra mundial, como judío, como opositor durante el régimen comunista, la figura de Norman Manea (Suceava, Bucovina, Rumania, 1936) ha ido agigantándose más y más a lo largo de los últimos años. Se ha convertido en una presencia se podría decir que “familiar” en muchos países europeos y en Estados Unidos, donde actualmente reside. Un pequeño país el suyo, Rumania, situado en “el meridiano en que Oriente se encuentra con Occidente” —como él mismo suele decir— de apenas 20 millones de habitantes, poseedor de una brillante tradición cultural que se alterna con un tormentoso pasado sobre todo en la etapa de entreguerras y la Segunda Guerra Mundial. Propuesto varias veces para el Premio Nobel de Literatura, Manea es hoy el autor rumano más

SHUTTERSTOCK

traducido y la figura literaria más reconocida internacionalmente. A él se tienen que añadir otros excelentes escritores en lengua rumana de la actualidad como Gabriela Adamesteanu y Mircea Cartarescu (los más traducidos junto a Manea) o Dan Lungu y Florina Ilis. Amargo, a ratos pesimista, incisivo, de un devastador y en ocasiones corrosivo humor negro que saca a la superficie contradicciones, perversos lazos y coincidencias en el ejercicio despótico del poder de cualquier época, Manea se convertiría también en un espléndido analista de la relación de los intelectuales, y artistas en general, en cada momento, con un Poder con mayúsculas. En especial durante las dictaduras o en las fases de la historia con la libertad amenazada y puesta en cuarentena. A este tema Como otros grandes le dedicaría su imporescritores centroeuropeos tante ensayo Payasos. de nuestro tiempo, El dictador y el artista Manea estaría marcado (1997; Tusquets, 2006). por el peso de un pasado En él retrata la figura y de una doble tiranía del artista, un artista obligado a representar, en la tragicómica escena de los regímenes totalitarios —que acaban siempre igualándose, a derecha e izquierda—, el papel del payaso, del bufón que sufre las acometidas constantes del déspota de cada momento. En ese funesto circo totalitario, frente al poder incontestable del dictador, frente a los temibles y tortuosos medios de persuasión, manipulación y deformación utilizados por las tiranías, el artista se siente aterradoramente solo en el momento de revelar o rehabilitar la verdad. La única salida si quiere sobrevivir, y no ser expulsado de la escena de su tiempo, es inventar astucias —como hace el Payaso Augusto— utilizando bien la opacidad o la duplicidad.

Opositor al comunismo, con unas dificultades cada vez mayores para publicar en su país, Manea sería descubierto en Europa por Heinrich Böll, Premio Nobel de Literatura de 1972. En 1988, tras haber estado en Berlín gracias a una beca, Manea decidiría exiliarse y no volver más. En su obra El regreso del húligan (2003; Tusquets, 2005) daría cuenta precisamente de esos dos exilios que tuvo que atravesar a lo largo de su vida. Uno, cuando solo tenía 5 años y fue deportado por los nazis junto a su familia a un campo de concentración por ser judío, y otro, durante la dictadura comunista de Ceausescu, a los 50 años, por ser un opositor al régimen. Algo que él definió como un hecho en su vida de diabólica y “simbólica simetría”. Unos fatídicos paralelismos que establecerían de forma criminal, intercambiándose y copiándose sin cesar, los dos grandes totalitarismos, el nazi y el comunista, durante el siglo XX. Sistemas que designaron como indeseables y víctimas a eliminar, o depurar, a una gran cantidad de enemigos políticos, razas enteras e individuos que se convirtieron en parias e “inadaptados” para la construcción de aquellos sistemas de Partido único. Partidos de un poder omnipresente, basados en un envilecido clientelismo y “un lenguaje patológico y estratificado”, intraducible para los de fuera. Un poder que se hallaba construido sobre la base de una densa red de funcionarios arribistas, de informadores y delatores, entrenados para ese tipo de suprarrealidades. También de una


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DE PORTADA

DANILO DE MARCO

El autor de La guarida

plúmbea red de “enchufes, mordidas y apaños”. Así lo expresaba Manea en su relato “Biografía robot” (del libro Felicidad obligatoria de 1999; aparecido en Tusquets en 2007): “Cada secuencia banal contenía la biografía de toda una época”. Como otros grandes escritores centroeuropeos de nuestro tiempo —los húngaros Imre Kertész, Premio Nobel de Literatura de 2002, y György Konrád, o el serbio Danilo Kis, también judíos—, Norman Manea estaría marcado por el peso de un pasado y de una doble tiranía sufrida, en su propia carne, de forma sucesiva: la nazi y la comunista. Todos ellos se convertirán con el

tiempo en unos maestros inigualables a la hora de describir a través de un elevado y exigente lenguaje literario esta devastadora experiencia. Una experiencia que, en ocasiones, se traduce en una magnífica y perturbadora amalgama de géneros que no renuncia a ninguna vía o recurso en el relato: ni al ensayo, ni a la reflexión filosófica, histórica y política, ni a la memoria y autobiografía, ni por supuesto a un sutil y brillante ejercicio de ficción irónica, paródica, defensora de un individuo fragmentado, multiplicado, enfrentado sin cesar al absurdo del mundo, así como ferozmente inadaptado, características de los más grandes maestros del siglo XX desde Musil, Joyce, Canetti, Svevo y Nabokov hasta Kundera. “El desarraigo obliga a vivir en las grietas de la realidad”, dirá este autor en su excelente ensayo La quinta imposibilidad (Galaxia Gutenberg, 2015). Y así lo manifestará también con sarcasmo un personaje de su novela La guarida, que durante

años ha habitado en los mundos paralelos que propician tanto las tiranías políticas como esa vida sin cesar “desdoblada”, dividida, escindida, propia del exiliado: “Yo creo en los mundos paralelos. Mundos múltiples. Multiplicidad. Por tanto, también en la duplicidad. No siempre negativa. El hombre no es un ser unívoco. Tiene fisuras y secretos. Oscuras potencialidades”. Mundos paralelos en los que, ya para siempre, “víctimas y asesinos —como se dice también en esta obra— son prisioneros de la lógica de un mismo pasado tenebroso y codificado”. Todo forma parte de un mismo y opresivo laberinto (“el mundo es un laberinto del que es imposible huir”, dirá Manea citando a Borges), lo mismo que los héroes de Kafka están atrapados en una negra pesadilla de imposible escapatoria, sintiéndose a la vez inocentes y culpables. Una ficción fantasmagórica —como la que se daba en estremecedores libros de relatos de Norman Manea como Felicidad obligatoria—, habitante de un submundo gris, donde prima, como ley o perversión patológica de la vida cotidiana, la miseria moral y material, la sospecha, el miedo y un cierto grado de complicidad generalizada. Un mundo subterráneo y distorsionado propio de las dictaduras, de “felicidad legislada”, como igualmente se le llama en estos relatos. La moral, la solidaridad y las esperanzas si no se hallan totalmente desaparecidas están monstruosamente vueltas del revés. En ese inframundo ausente de libertad, cualquier señal puede ser interpretada como un mísero descuento en la condena kafkiana de por vida a la que todos sin excepción han sido sentenciados de antemano: “En el subterráneo mundo socialista los esclavos forzados a amar la esclavitud se alegran de recibir hasta el más mínimo guiño”. En obras mestizas como el magnífico libro autobiográfico El regreso del húligan; en insustituibles ensayos sobre los sistemas totalitarios, de los mejores aparecidos en nuestra época, como los presentes en el volumen Payasos. El dictador y el artista, o en sus cuentos reunidos en El té de Proust (Tusquets, 2010), Norman Manea se convierte en un clarividente descodificador de las tiranías, sean las que sean. Se convierte en un afiladísimo y cáustico ojo crítico necesario antes y después de la pesadilla, una vez llegada la democracia y cuando supuestamente se ha decretado el olvido y la liberación de culpas de todo tipo. Todo ello es narrado con una prodigiosa escritura que oscila entre el sobrecogedor y agridulce realismo elegíaco de los cuentos relativos a sus recuerdos del Holocausto cuando era niño —pertenecientes al volumen Octubre a las ocho, de 1981—, otros de raíz más netamente kafkiana y de un absurdo grotesco a lo Gógol, presentes en el no menos magnífico libro Felicidad obligatoria, o en estructuras narrativas intelectualmente más complejas, metafísicas y paródicas, de laberínticas intrigas, como las que aborda en sus novelas El sobre negro, de 1986 —su última obra aparecida en su país, Rumania, antes de emprender el camino del exilio—, y La guarida, la última de su producción.


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LABERINTO

JESÚS DÍAZ

Incómodo para esos escasamente amigos de la áspera y dura tarea de revelar pasados borrascosos nacionales (como se demostró al denunciar el pasado fascista, nunca desmentido, de glorias intocables de la patria rumana como Mircea Eliade, en un artículo, “Felix culpa”, aparecido en 1992 en The New Republic, que causó un sonoro escándalo y polémica), Norman Manea representa hoy, como pocos en nuestros días, la figura del escritor comprometido con su conciencia y su tiempo. El tiempo de ahora y el de hace años. Un escritor comprometido con los más espinosos tabúes y cuestiones impronunciables para muchos. El escritor italiano Claudio Magris, gran amigo suyo, en repetidas ocasiones lo ha presentado como la figura del “escritor resistente”. Un escritor que si bien escogió un “refugio”, una guarida, para seguir escribiendo, enseñando (como Professor of European Culture en el Bard College de Nueva York) y leyendo en un país que no era el suyo —Estados Unidos— y con una lengua, el inglés, que nunca llegó a hacer suya como lengua de creación, nunca ha dejado de estar por otro lado ligado e implicado en los grandes debates de su época. Ya sea a través de la denuncia de un antisemitismo nunca cancelado o de las nuevas formas cada vez “más globalizadas” del odio y de la manipulación, así como de una incesante y cada vez mayor presencia de unos intransigentes y xenófobos nacionalismos surgidos no solo en la Rumania post–comunista, sino en toda la zona antes perteneciente al Telón de Acero, como son las actuales Hungría y Polonia. Unos ultranacionalismos, cercanos a los movimientos fascistas de los años previos a la última guerra mundial, cuyos fantasmas y fetiches recorren por igual tanto políticas extremistas como mitos culturales e históricos cada vez más descaradamente recuperados. En toda esa ardua, lúcida e incisiva labor emprendida, que ajusta tanto cuentas con el pasado como con el presente más inmediato, Manea es y ha sido siempre el más sutil y penetrante diseccionador de mundos invisibles y subterráneos, de apestosas y a la vez tranquilas e inmóviles aguas estancadas. En todo ello, un intelectual como Manea es el más cualificado dedo acusador, la más implacable mente alerta para interpretar a la luz del día, y sobre todo a la luz del día de las jóvenes democracias, aquellas opacas y a veces casi indescifrables maniobras con las que los poderes despóticos, no democráticos, buscaron un día perpetuarse a través de bárbaras y brutales megalomanías. A esta tarea se une también el deber de la memoria de Manea como uno de los últimos sobrevivientes y guardianes de las tristes enseñanzas del Holocausto. Alguien que tiene que advertir a las jóvenes generaciones para que ese u otros genocidios puestos en marcha en nuestros días, o en cualquier momento, se reemprendan. Para que no se reinicien en ese inquietante “eterno retorno” o “tiempo cíclico” que ya anunció el gran filósofo rumano e historiador de las religiones Mircea Eliade (Cosmin Dima en la novela La guarida de Manea): un intelectual de “aura mítica” que en su juventud, y a través de numerosos y feroces escritos antisemitas y pronazis, militó ardorosamente en la temible organización fascista de los Guardias de Hierro rumanos, paralelos a los Camisas negras mussolinianos o a la Falange española. Tiempos de barbarie “huligánica” —como es el título del libro más conocido y traducido de Manea, El regreso del húligan— que igualmente serían recordados y sacados a la luz tras la publicación en 1996 del impresionante Diario del escritor rumano–judío Mihail Sebastian. Gracias a esos espléndidos y terribles apuntes escritos entre 1935 y 1944 se conoció internacionalmente la relación de aquellos grupos de venerados intelectuales rumanos con el fascismo. Más tarde llegarían otras obras que ahondarían en el tema como el estudio de la historiadora francesa Alexandra Laignel–Lavastine (Cioran, Eliade, Ionesco. L’oublie du fascisme: trois intellectuels roumains dans la tourmente du siècle, PUF, París, 2002). Un deber, el del recuerdo, que, pasado aquel sombrío y vergonzoso periodo de la Historia, nos atañe a todos por igual. Así lo expresaría el inapreciable testigo involuntario que es Manea en su libro La quinta imposibilidad (judaísmo y literatura): “La vergüenza alemana no solo es alemana, es de toda la Humanidad. Quien no vea en el Holocausto el cuestionamiento de lo humano en sí, no tiene posibilidad alguna de percibir sus verdaderas dimensiones y su auténtico significado. […] A pesar de ser ante todo la tragedia de los judíos, el Holocausto no es una tragedia exclusivamente judía”. L

Roberto Bardini

Aventuras para adultos RESEÑA SILVIA HERRERA

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eriodista, escritor y docente, el argentino Roberto Bardini obtuvo por Un gato en el Caribe (Resistencia, México, 2016) el quinto Premio Lipp de Novela entregado este año. Como cuenta el autor, ésta, su primera novela, está basada en hechos “más o menos verídicos” y tiene una larga historia. Su primera versión es de 1991 y fue enviada a un concurso en 1992; después se dedicó a reescribirla y la obtención del premio es su recompensa. El trabajo constante resulta evidente. Un gato en el Caribe posee dos cualidades: una sólida estructura y un gran control en la escritura, que le permite a Bardini manejar el ritmo de acuerdo a las necesidades de la narración: en algunos capítulos se ralentiza y en otros adquiere velocidad. Tratándose de una novela de aventuras, como anuncian los editores, sin este sentido del ritmo la historia simplemente no se hubiera sostenido. El libro abre con una cita de Rudyard Kipling (“Si has oído el llamado de Oriente, ya nunca escucharás otra cosa”), que sirve para otorgarle el cariz exótico que debe tener toda novela de aventuras que se respete. Curiosamente, Bardini no eligió como trasfondo un sitio lejano como Salgari o Conrad, dos de sus escritores tutelares, sino un pequeño y en apariencia discreto país centroamericano, que tiene su leyenda por haber sido escondite de piratas: Belice. Una vez definido el espacio de la acción, Bardini muestra su oficio en la construcción de los personajes. Porque, claro, habrá “buenos” y “malos” pero tienen que ser verosímiles. El protagonista, Bugnicourt O’Hara, nombre de un personaje de los “cuentos de niños irlandeses” de su paisano Rodolfo Walsh, es un antihéroe. Se trata de un ex aviador dueño de una conciencia política que lo ha hecho apoyar las causas contra gobiernos crueles como el argentino de los militares y el nicaragüense de Somoza. Aunque en algún momento de cínico desinterés realiza un trabajo para el narco mexicano, que casi

le cuesta la vida y que le hará replantear su destino. Precisamente para dejar atrás su azarosa y peligrosa vida es que O’Hara recala en Belice. Allí, haciendo trabajos en lo básico dentro de la ley, aunque en realidad nunca pierde ese espíritu contestatario que lo hace oponerse a las injusticias, logra amasar una pequeña fortuna, adquirir algunas posesiones e incluso estabilizar su vida personal con la mulata Sandy Lee, responsable del mejor burdel de la región. Sin embargo, como es de rigor, alguien con el pasado de O’Hara no alcanzará la estabilidad así de fácil. Sus fantasmas aparecen en la forma de un ex militar hondureño que lo torturó en su etapa nicaragüense para tratar de sacarle una información que de verdad no conocía, un gánster colombiano, eso sí, de rancia aristocracia y otro ex militar, éste de origen estadunidense. El equipo de malos, que conoce todos los detalles de su vida, le ha echado el ojo a una de sus propiedades y hará todo lo necesario para obtenerla. O’Hara y su grupo de amigos van a tener que elaborar un plan para boicotear su objetivo. En esta parte de la novela, la más importante, es donde Bardini hará aflorar todos sus recursos para mantenerla a flote. Lo va a lograr siguiendo simplemente los principios que rigen este tipo de obras. O’Hara y Sandy Lee implementarán una estrategia que al conceder los hace débiles en apariencia y, sin embargo, en realidad les servirá para ganar tiempo e involucrar a otras personas y lograr que no se subvierta su Edén. Como hemos señalado, el talento de Bardini como escritor se hace patente en cada página del libro, pero destacan especialmente las dedicadas al erotismo. Asimismo, hay música de fondo (referencias a Pink Floyd y, una que me alegra aunque haya sido fugaz, al tecladista sueco Bo Hansson). A Un gato en el Caribe puede cuestionársele que, a pesar de las menciones de Conrad y Kipling, le falte complejizar la circunstancia humana: los sigue solo en la coherencia moral del antihéroe rudo. Novela de premio, se sostiene, reiteramos, por el oficio con que fue construida. L


MILENIO

SOLO CUENTO. AÑO VIII, TOMO VIII MÓNICA LAVÍN (COMP.) UNAM/ Difusión cultural México, 2016 446 pp. Ya es célebre esta antología de relatos que la UNAM publica cada año, y que agrupa a lo más representativo de la literatura mexicana contemporánea. Para este volumen, la compiladora en turno reúne textos que dan fe de la inmensa variedad de búsquedas y estilos narrativos, voces y autores entre los que se encuentran Juan Pablo Villalobos, Imanol Caneyada, Armando Alanís, Daniela Tarazona, Ethel Krauze, Julieta García González, Marcial Fernández, Carolina Fonseca y Andrea Vinci, por solo mencionar a algunos.

TIBURÓN EDMUNDO PAZ SOLDÁN Almadía México, 2016 208 pp. Provenientes de cinco libros publicados entre 1990 y 2016, estos cuentos ofrecen una muestra muy apreciable del trabajo de uno de los más representativos escritores de Bolivia. Se mueven privilegiadamente por el tiempo de la infancia y la juventud y exploran las muchas formas que adquieren la búsqueda inútil del amor y la inminencia de la desilusión. Aunque es autor de diez novelas, el mejor Edmundo Paz Soldán está en sus cuentos, muchos de los cuales forman parte ya del canon contemporáneo.

LOS DEMONIOS DE CERVANTES IGNACIO PADILLA Fondo de Cultura Económica México, 2016 247 pp. El presente volumen cierra la trilogía precedida por El diablo y Cervantes (2005) y Cervantes en los infiernos (2011), que el inesperadamente fallecido escritor mexicano proyectó como un ensayo totalizador sobre la obra y la figura del autor español, referente primordial de los fantasmas de la lengua y la cultura hispanoamericana. Ahora, Padilla explora al creador de la novela moderna desde las perspectivas psiquiátricas y psicológicas, y las posibles patologías, tormentos y exorcismos del padre de Don Quijote.

UNA VIDA ENTRE LIBROS: LETRAS DE AMÉRICA PEDRO LASTRA Fondo de Cultura Económica México, 2016 315 pp. Poeta, ensayista y profesor de literatura hispanoamericana, el autor chileno ha sido testigo y cronista privilegiado de un sinfín de momentos que preceden y prolongan el arte de la lectura. Queda por tanto celebrar este libro, una selección de experiencias a donde van a dar autores, textos, curiosidades que más que dirigidas a los especialistas se asumen como invitaciones a pasear por los libros. Alfonso Reyes, Gonzalo Rojas, Carlos Fuentes, Roque Dalton son algunos de sus objetivos.

BIOCOMBUSTIBLES JOAQUÍN PÉREZ PARIENTE Fondo de Cultura Económica México, 2016 248 pp. Ante el inminente agotamiento de las fuentes petrolíferas, el ser humano se ha visto obligado a buscar alternativas energéticas. La más reciente es la de los biocombustibles que provienen del maíz, la caña de azúcar y de la palma aceitera, entre otros. Pero como el cultivo de estos productos naturales en lugar de servir para alimentarnos, se transfiere a las máquinas ha generado voces de protesta. Pérez Pariente, desde la objetividad científica, pone las cosas en su verdadera proporción.

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EN LIBRERÍAS

Lasse Söderberg

Grammy de literatura POESÍA EN SEGUNDOS

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VÍCTOR MANUEL MENDIOLA mendiola54@yahoo.com.mx

Quién podría dudar del encanto de las canciones de Bob Dylan? Bastaría con tomar “Like a Rolling Stone” y “All Along the Watchtower” —Jimi Hendrix tocó esta pieza en Electric Ladyland—, para ver el don virtuoso de la sorpresa. Dylan movió los sentimientos de muchos de los jóvenes de la segunda mitad del siglo XX y quizá de no pocos de este nuevo comienzo de siglo. Solo un “intelectual” ciego rebatiría el valor de esa inexplicable urdimbre del arte de la calle, del dicho y la tonada inmediatos y a la intemperie —colmados de significados en eco, en “error”, en rima loca, en desobediencia y en cocción—. Sin embargo, saltar a la ensalada y al popurrí, de Cuco Sánchez o Frank Sinatra a W. B. Yeats o Jessye Norman, revela no solo pobreza en la comprensión de lo múltiple estético sino una falta de inteligencia en la reflexión sobre la continuidad y ruptura de los lenguajes acrisolados y transhistóricos. La admiración a Dylan está fuera de duda, pero el otorgamiento del Nobel muestra tres cosas: los premios son confusos y en muchas ocasiones mentirosos; vivimos el mundo al revés; y los “expertos” ya no saben distinguir las formas ni qué es bueno o malo. Así lo revelan las distinciones nacionales e internacionales. Basta con tener una imagen mediática —y amigos— o rozar, política y correctamente, un tema de la mala conciencia social para ganar alguna clase de medalla o abrir las puertas de una editorial. El populismo como cultura y arte ha alcanzado la cúspide en el capitalismo de hoy y es natural que esté en los museos y en la literatura. En este progresivo avance de lo confuso y falso tiene un mérito paradójico la continua y casi secreta publicación de los sencillos y profundos poemas del poeta sueco Lasse Söderberg. Él es conocido en el mundo de la poesía mexicana desde hace mucho tiempo. Vino a aquel legendario festival de poesía realizado en Morelia en 1981, donde participaron Borges, Heaney, Popa, Tranströmer, y estuvo varias veces en las lecturas convocadas por Octavio Paz —en una de ellas leyó y combinó con música un asombroso réquiem de tres minutos—. Desde su primera intervención, Söderberg nos enseñó un arte perfecto, vivo en una honda preocupación humana: “¿Para quién escribe el poeta?/ Para todo lo errante y sufriente,/ para todo lo que es incesantemente abatido,/ aniquilado. Para los grises guijarros,/ porque son semejantes a los hombres”. Sus poemas, cortos o largos, parecen haikus por su fuerte economía y su hermosura instantánea. En ellos, lo visible abre dos veces lo invisible, porque toca lo duradero que hay en lo efímero y nos revela que solo en lo plural está lo único. Jorge Boccanera ha dicho con razón que el gran poeta sueco escribe “como si hablara con los ojos”. En el libro que ahora ha publicado, El lugar más lejano (La otra, México, 2016), en traducción de Ángela García, nos vuelve a mostrar con su compleja naturalidad la historia, la tragedia, la metáfora de Jerusalén. Su libro logra comprimir el pasado y el presente, la nada de los hombres y la nada de Dios, la piedra móvil del camino y la volante piedra asesina de los confl ictos, la cálida pared del hogar y el cruel muro de las lamentaciones. El meollo de su poesía reside en reinventar la significación y saber que significante es significado: “la noche era un mar sin fondo/ donde se mecía una canoa de Plata”. Igual que Lars Forssell y Werner Aspenström, Söderberg enseña que lo real siempre es irreal. En el mundo al revés de nuestro tiempo, Söderberg debería ganar el Grammy más resonante. L


CINE

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LABERINTO

ESPECIAL

Diego Cohen

“Vivimos permeados por la violencia” Luna de miel se instala en esa zona donde conviven el terror y el amor loco ENTREVISTA

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Cómo expresa el amor un psicópata? Un doctor pulcro y religioso (Hector Kotsifakis) se obsesiona con su joven vecina (Paulina Amed). Su estrategia de seducción atraviesa por su patología y concluye que el secuestro es la mejor manera para demostrarle su amor. El director mexicano Diego Cohen presenta su cinta Luna de miel, inscrita dentro del cine de terror. Su cine ha dado un giro drástico. Del intimismo pasó al cine de género.

Después de Amaneceres oxidados estuve varios años sin filmar y mis inclinaciones creativas y como espectador se fueron hacia el cine de género. El guión de Luna de miel es de Marco Tarditi, a mí me tocó adaptarlo a mi estilo. El tema del secuestro me interesa porque durante mi infancia y juventud lo viví de cerca; además, aporté una dosis de humor negro. La película inicia como una comedia romántica, incluso así transcurren los primeros quince minutos. ¿Por qué?

Me interesa indagar en géneros y

HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com

subgéneros. Trato de ofrecerle al espectador cosas que lo sorprendan y en el mejor de los casos dotarlo de algo nuevo e interesante. Obsesiones y venganza son dos de las vertientes de Luna de miel. ¿Qué recursos le aportó el gore en términos de tratamiento?

Luna de miel es una historia de amor, pero dentro de la psicopatía. Me interesa indagar en la psicología del psicópata o sociópata. Quería hacer un viaje de reconocimiento sobre las distintas formas de mostrar las emociones. ¿Cómo se expresa el amor dentro de la psicopatía? Esta es la gran pregunta de la película. El objetivo del personaje antagónico es secuestrar a su vecina para provocar el síndrome de Estocolmo. El terror es el género con más subgéneros y por tanto aporta distintas herramientas. No sabría decir si es amor o mera obsesión.

El personaje tiene un tipo de trastorno obsesivo compulsivo, que va de la mano con su psicopatía. Sin

HOMBRE DE CELULOIDE

embargo, para él es una expresión del enamoramiento. El espectador puede considerarlo obsesión, pero ese juego de interpretaciones enriquece la narrativa.

taba un lenguaje cinematográfico eficaz y dinámico para mantener al espectador interesado sin ser reiterativo, y sin perder de vista el ritmo propio de la historia.

Es difícil ver su película sin pensar, por ejemplo, en Misery, escrita por Stephen King.

En el sustrato de la historia exhibe lo fácil que es secuestrar a alguien en un país como el nuestro.

Soy fan del cine de género y como tal estoy permeado por los géneros. Claro que tomé en cuenta Misery, pero también El coleccionista y Al interior. Para el tratamiento del psicópata retomé Funny Games. El desarrollo se centra en pocas locaciones y prácticamente en dos personajes. ¿Cómo trabajó el ritmo con tan pocos elementos?

Fue todo un reto porque necesi-

Es lamentable hablar de la cercanía que hemos tenido los habitantes del país con el secuestro. Crecí en la comunidad judía y varios de mis compañeros fueron plagiados. Los mexicanos estamos cotidianamente permeados por la violencia. Por supuesto, no es una película de denuncia, pero es innegable que este tipo de temas se cuelan en la psicología y la realidad del mexicano. L

FERNANDO ZAMORA

@fernandovzamora ESPECIAL

Brillo nocturno

B

ellas de noche es un elogio del hombre o, mejor, de la mujer. Es una obra fascinante. Todo un logro de la creciente producción mexicana. Con filmes así el cine nacional está a salvo. Bellas de noche es un documental que ofrece un trayecto interior. Uno se sumerge en esta obra picante y discretamente cachonda, pero la historia se mueve y conocemos a las cinco vedetes del filme. El prejuicio de que “solo” son artistas nocturnas, bailarinas, encueratrices, se va. Conocemos sus atributos, nos enganchamos en su lucha por ser jóvenes, por apaciguar a la muerte. Descubrimos que, lejos de ser las hembras terribles del moralismo, son mujeres tiernas y tan frágiles que atentan contra la idea feminista de lo que la mujer debe ser. Que el testimonio filmado es cada vez más importante, se sabe. La Muestra de Cine presenta más documentales que nunca. Nadie tiene hoy la ilusión de que sea posible ser objetivos. María José Cuevas lo asume y se permite ser subjetiva. Así nos hace gozar con sus personajes. Las sentimos antiguas no por su edad sino porque son paradigma de un México que se fue. El arte para meternos en la vida de las vedetes está en el guión, en la capacidad de la autora para adaptarse a la vida de sus protagonistas. No es necesario recurrir a las notas de prensa para saber que María José Cuevas trabajó varios años con ellas, lo suficiente como para presentár-

Bellas de noche. Dirección: María José Cuevas. Guión: María José Cuevas. Fotografía: María José Cuevas y Mark Powell. Con Rossy Mendoza, Lyn May, Wanda Seux, Olga Breeskin, Princesa Yamal. México, 2016.

noslas con la profundidad que se merecen, sobre todo cuando llega el fin de la película. La directora se ve seducida por la humanidad de sus personajes. Y el entusiasmo se contagia. Logra lo que dice una de ellas: “Embrujas a la gente; con tus dos ojos embrujas a millones de personas”. En efecto, saben cautivar. Y es que a pesar de que la juventud ya se les fue, nos atrapan con frases extraviadas o inquietantes.

Lin May, por ejemplo, comenta que exhumó a su marido y durmió con él. Gritan a cámara o se dan ánimo frente al espejo. Le piden a Dios que les regale otro día sin alcohol “porque, diosito, me estoy muriendo de ganas de una copita”. Es el entendimiento de la humanidad de estas mujeres lo que nos permite quererlas con sus frases cursis, pero sabrosas: “soy una estrella porque sigo brillando cuando ya se fue el sol”. L


MILENIO

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ESCENARIOS

DANIEL GONZÁLEZ

Juan Gabriel, el musical MERDE!

BRAULIO PERALTA juanamoza@gmail.com

P La obra dirigida por Mariana Giménez se presenta de jueves a domingo en el Teatro Santa Catarina de la UNAM

Un conjuro Basada en la novela de la danesa Janne Teller, Nada confronta al espectador con sus demonios e incertidumbres TEATRO

C

uando tres mujeres y tres hombres de alrededor de los 12 y 13 años vuelven al colegio después de sus vacaciones, Pedro, uno de ellos, decide subir a un árbol convencido de que todo carece de sentido. Desde ahí grita constantemente su verdad, lo que irrita a sus compañeros, que se vuelcan en una búsqueda de elementos cargados de significado para demostrarle que no tiene razón. El lado con mayor altura de una rampa es el frente del escenario; su declive natural continúa hacia el fondo. El espectador necesita mirar hacia arriba y los actores conseguir el equilibrio propio y el de sus personajes. Se percibe la aparición de un abismo por encima del ruido que los jóvenes hacen con su boca al semejar el motor de un carro de juguete en una mini carretera imaginaria. La obra se titula Nada. Basada en la novela de la danesa Janne Teller, escrita en el año 2000, prohibida inicialmente en algunos países y posteriormente publicada en 25 idiomas, la obra es adaptada por Bárbara Perrín Rivemar para su puesta en escena, que dirige la también actriz y maestra Mariana Giménez. Sobre el escenario vacío de objetos, los actores crean a sus jóvenes personajes, entregados a encontrar lo que es más importante para cada uno. Enganchados por completo a la voz y las sentencias de Pedro, que por más desalentadoras que se escuchen tienen sentido, a los pies de estos jóvenes se abre una especie de caída libre en la que cada paso los lleva más lejos. Eduardo Abraham, Lila Avilés, Andrea Riera, Lucía Uribe y Leonardo Zamudio, crean una ficción estremecedora que conduce al espectador de un asombro a otro mayor por la calidad y cantidad de retos permeados de venganza que sus personajes exigen al personaje siguiente. Aunque con pequeñas gotas de humor ácido y alguna de ternura, los personajes de Nada generan una extensa montaña de crueldad, en la que no hay objeto ni posesión, por valiosos que sean, que no merezcan ser sacrificados. Los personajes llegan al extremo. El grupo, al que se adhieren más chicos, genera una

ALEGRÍA MARTÍNEZ alegriamtz@gmail.com

especie de micro sociedad en la que crecen como monstruos el fanatismo, la indolencia, el espejismo de la fama y la notoriedad, la vacuidad, la falta de ética y la violencia. La toma de conciencia llega, en algunos casos, cuando lo hecho ha marcado de distinta forma la vida de cada uno y entonces la voz de Pedro se alza de nuevo con manchas de verdad. La dirección de Mariana Giménez conduce a los jóvenes actores por un camino en el que cada uno debe echar mano del asombro adolescente, del temor y la osadía, de una fuerza que les permita la transgresión para avanzar en el objetivo grupal, meta que se consigue, aunque la necesidad de que algunos actores representen a gran velocidad más de un personaje genera instantes fársicos durante el tránsito por una situación trágica. Con escenografía e iluminación de Patricia Gutiérrez Arriaga, creadora de diversos espacios y atmósferas, la directora logra, a partir del trabajo actoral, que el espectador perciba la densidad de las ofrendas exigidas y lo que padecen estos personajes a través de un registro amplio de emociones en breve tiempo. El cuerpo, la expresión, la voz, son los vehículos de estos jóvenes actores para crear un universo aterrador. La energía, los movimientos raudos, la narración de lo que les aqueja, observan y viven sus personajes, es parte de un bombardeo de estímulos que viajan del escenario hacia el patio de butacas, para estallar en el espacio oscuro. Quedan inquietudes en el aire, como esas briznas que apenas se ven a contraluz y que algún joven espectador, de la edad de los personajes, alcanza a externar como: por qué ningún personaje desistió de todo aquello, por qué no se acercó a su padre o a un adulto; cómo tuvieron los chicos todo ese tiempo sin que nadie se percatara de lo que hacían; por qué no cesaban los gritos. Es válido. Los signos de interrogación se yerguen con un filo de luz, que al parecer es lo que se espera de Nada: una especie de conjuro ante ese reflejo. L

ues clausuraron el Teatro San Rafael por cuestiones autorales con las composiciones de Juan Gabriel. Uno no entiende que un musical con gran producción (excelente escenografía e iluminación, coreografías de primera y cantantes de enorme prestigio) haya invertido tanto en Amor eterno arriesgándose a que les cerraran; alguien miente y pronto sabremos el final del litigio. Ganan los herederos de Juan Gabriel o gana el productor Omar Suárez, quien argumenta que tiene todo en regla. Como sea, tuvimos oportunidad de ver la única función que se dio el pasado domingo 20. Íbamos con las espadas afiladas pensando que la obra era un horror exclusivamente para ganar dinero, y no: hay guion teatral, hay música, dirección escénica. Una obra in crescendo que abre y cierra con risa, canto, llanto y mucho amor. Un espectáculo familiar para que se gocen las canciones de Juan Gabriel, pero no solo: también las voces y los arreglos musicales, de primera en intérpretes con estilo. El productor le puso ganas al trabajo profesional. ¿Por qué es un buen musical? Porque no se restringe a las interpretaciones de Juan Gabriel. Hay una obra de teatro con aires de nostalgia de la cultura del espectáculo, con esos grandes artistas de la época de oro del cine y la radio. Porque los arreglos musicales tienen el toque original de la propia pieza dentro de la dirección escénica. No es cantar a Juan Gabriel: literalmente se interpreta la autoría y la música del Divo de Juárez. Sorprende que no se diga esto en medio del escándalo del cierre de la obra y el Teatro San Rafael. ¿Hay gato encerrado? Uno disfruta la recreación de la XEW de antes, los personajes que pululaban por ahí en busca del triunfo como Pedro Infante, Agustín Lara, María Félix, Jorge Negrete, María Victoria, Elvira Ríos o Toña la Negra. Un compositor joven que se enamora de la jovencita en busca de la fama. Y en medio de todo, el amor como felicidad posible. Las canciones son el guión que marca el compás para llegar a la muerte de la madre del compositor y terminar cantando “Amor eterno”. ¿Simple? Sí, como lo es un musical, pero con un enorme profesionalismo, calidad escritural y engranaje teatral para que el público se enganche con una historia donde todos tienen su espejo. No cito a nadie de los actores o intérpretes porque todos están de primera, hay que decirlo sin reservas. Es el público el que pierde con este litigio por problemas de derechos de autor. Cuesta trabajo pensar que Omar Juárez se haya gastado tanto dinero en la producción como para estar fuera de la ley. Por eso es bueno que todo se aclare, que gane la justicia, y que los espectadores puedan ver este musical sobre Juan Gabriel. Si el cantante viviera, seguro les daría oportunidad de continuar con la función. Ojalá. L ESPECIAL

Teatro San Rafael


VARIA

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LABERINTO

ESPECIAL

El avión TOSCANADAS

DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

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uando Wilbur y Orville Wright hicieron su primer vuelo en 1903, en Kitty Hawk volvieron realidad uno de los más antiguos sueños del hombre. O quizá ese sueño ya lo habían realizado los hermanos Montgolfier ciento veinte años antes, en Annonay, Francia, cuando uno de ellos flotó en un globo aerostático de su diseño. En ambos casos se trató de hermanos y de pequeños pueblos; se trató de ingenio, agallas y también una dosis de ciencia. Se trató de dos eventos que marcaron la historia de la humanidad. Y sin embargo el sueño se volvió pesadilla. Hoy día pocas cosas son más detestables para la gente que volar. Apenas llegar o salir de los aeropuertos del mundo implica un disgusto con esos taxistas siempre dispuestos a engañar; las famosas dos o tres horas de anticipación con que se ha de arribar para hacer una fila en la documentación, otra en la seguridad, otra en los trámites migratorios, otra en la aduana. Luego, meterse en el cilindro del avión es una experiencia por demás desagradable y, más allá de los breves espacios, uno se tiene que preguntar si de verdad los asientos tienen que ser esos aparejos de tortura o si no ha venido al mundo el mesías diseñador que conozca un poco de anatomía humana para que pueda concebir algo medianamente cómodo. Volar le da al hombre el derecho de pronunciar quejumbres de blandengue: “Vengo muerto”, dice tras un vuelo trasatlántico, o “Fue una pesadilla” si su trayecto tuvo dos conexiones o “Estoy harto” si el avión salió con dos horas de retraso, o cualquier gimoteo por cualquier nimiedad.

Luego viene la consabida queja por la comida de los aviones, sin recordar la alegría casi infantil que se siente cuando la aeromoza nos pasa una charola con comida caliente, un bollo, mantequilla, ensalada y algún postrecillo; sin recordar el suspiro de alivio cuando en las filas postreras aún nos dan a elegir entre carne o pasta; sin recordar que aceptamos el segundo panecillo que se nos ofrece para limpiar la salsa remanente en el tazón de aluminio. ¡Dios mío, qué delicia! Escribo esto mientras miro por un ventanal del aeropuerto de Montreal la logística perfecta: aterriza el vuelo 680 de Aeroméxico en esa pista nevada, la pasarela se embona con la salida, llegan los carricoches para evacuar las maletas, de inmediato arriba un vehículo a descargar el desayuno que pronto estaré saboreando, luego llegan los carricoches con mis maletas y las de los demás pasajeros, vengan de ahí mismo o de una lejana conexión; después se estaciona un camión tejido de tubos para conectar mangueras y cargar combustible.

LO QUE CONTEMPLAS

Abordamos y pronto despegamos en el vuelo 681 para continuar con uno de los más perfectos bailes logísticos que se hayan diseñado al servicio del hombre. Comencé este artículo en Montreal y lo continúo cinco horas después en la Ciudad de México. Esto es un milagro mayor que hacer oír a un sordo; pero a la gente le gusta quejarse. A la gente no le gustan los aviones. Hay muchos cuentos del siglo XIX y primera mitad del XX en los que el tren es parte esencial de la historia: encuentros, desencuentros, equívocos, infidelidades, brindis, romances, coloquios, dramas, humor, suicidios, vagones fumadores. Chéjov tiene varios memorables. Hay varias escenas de Ana Karenina. Contemos a Dostoievski, a Turguénev, a Pasternak, y apenas es una pequeña muestra rusa. He tratado de adaptar alguno de estos episodios a un avión, pero no funcionan. El avión es una maravilla tecnológica, pero no es romántico. Por eso nos seguiremos quejando siempre que tengamos que volar. L

ADRIANA DÍAZ ENCISO

El otro L

a mañana del 9 de noviembre fue, como sabemos, aciaga para el mundo. Despertar para enterarnos de que el mando del país más poderoso del planeta quedaba en un payaso que se abrió paso a fuerza de bravuconadas, vulgaridad y una campaña de racismo, misoginia, exaltación del enriquecimiento desmedido y la posesión de armas, insultos, amenazas y una ignorancia y estupidez inusitados incluso en la historia de la Casa Blanca, impregnó el día de una sensación de derrota para la humanidad; de tristeza y, cómo no admitirlo, miedo. Ignoro si entre el alud de análisis políticos se ha cuestionado qué más podía esperarse de una cultura de campañas electorales bufas, más cercanas al reality show y la más degradante cultura del espectáculo que al debate genuino sobre el futuro de una sociedad. Sea como sea, millones de personas en el mundo amanecimos de luto esa mañana porque el poder había quedado en

manos de un hombre que no parece conocer otro lenguaje que el del odio, la violencia y la descalificación de la humanidad de otros, del otro. En momentos de tal abatimiento ante el rumbo que toma la historia, quizá sea prudente no nada más lamentarnos por los límites de la democracia, sino preguntarnos también cómo puede nuestra realidad de individuos contribuir de manera así sea infinitesimal a una necesaria resistencia. Pero esa mañana no quería pensar en ello. Las noticias me habían dejado deprimida y con un humor de perros. Me fui a trabajar en mis cosas a un café en el Strand, espléndida zona dickensiana de Londres cargada de historia y de referencias literarias, la belleza roja y dorada del otoño como un antídoto contra el efecto del rostro gesticulante de Trump. Y entonces entraron al café: una pareja de estadunidenses, de unos setenta y tantos años, que se

adrianadiazenciso@gmail.com REUTERS

sentaron a mi lado. Ella llevaba demasiado maquillaje en un rostro que acusaba varias cirugías, y también demasiado perfume. Venían sonrientes, triunfantes, cada uno con su teléfono móvil en el que durante alrededor de una hora no dejaron de buscar notas sobre las elecciones, las cuales comentaban en voz muy alta, con el evidente deseo de ser oídos. Quedó claro de inmediato que no cabían en sí de gozo por los resultados. Como nadie entablara con ellos la deseada conversación, la señora se levantó a preguntarle al muchacho en la barra qué opinaba. Había en la pareja una actitud de conquista,

de “el mundo nos pertenece; sí, hasta este cafetín frente a las Royal Courts of Justice”. Me empezó a hervir la sangre. Traté de enviarles silenciosamente metta (los budistas entenderán); disolver la hostilidad que me iba creciendo por dentro en un oleaje alarmante, pero no encontré dentro de mí ni un ápice de buena voluntad. El incidente me ha dejado inquieta, casi tanto como el resultado en sí de las elecciones. ¿No es este finalmente el capital que explota Trump? La descalificación del otro. La raíz visceral del odio. No lo que este pobre mundo nuestro necesita, eso está claro. L


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