Laberinto 584 (23/08/2014)

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Laberinto

David Toscana Soren y la prensa página 2 Raúl Renán Poesía página 3 Hugo Roca Joglar The Go Rounds página 10 Heriberto Yépez Herbert entre ¡los nortes! página 12

N.o 584

sábado 23 de agosto de 2014

Poemas con novela

Gabriel Zaid página 2

ESPECIAL

MILENIO

Centenario de Julio Cortázar Encuentro con La Maga Julio I. Godínez Hernández Página 4

Lecturas

Víctor Núñez Jaime · Paulina del Collado Alejandro Baca · Pablo Piceno · Alejandra Retana Betancourt Juan Manuel Zermeño Posadas · Jessica Santiago Páginas 5 a 8


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MILENIO

antesala FERNANDO FERNÁNDEZ

Soren y la prensa TOSCANADAS ESPECIAL

David Toscana dtoscana@gmail.com

S

oren Kierkegaard tenía en muy pobre estima los periódicos y a los periodistas. Un sentimiento correspondido, pues los medios impresos maltrataron bastante al filósofo danés durante su vida. “La prensa está diseñada para volver imposible la personalidad”, escribió. Para él, los periódicos eran la más profunda degradación del ser humano, un arma monstruosa para liquidar todo lo que valía la pena, de modo que solo los donnadies estaban a salvo. Con la prensa la gente perdía su individualidad. Podían andar por el mundo sin opinión o, mejor dicho, con opiniones prestadas. Alguien se avergonzaba de llevar la ropa o el sombrero de otro, pero se sentía cómodo portando una opinión ajena. El título de líderes o formadores de opinión, que algunos columnistas llevan hoy con orgullo, le habría parecido espeluznante. Alguien dirá que el propio Kierkegaard escribía para que su opinión influyera sobre las de otros. Eso es verdad, pero él distinguía entre el libro y el texto breve. Nunca será lo mismo leer Ser y tiempo o un libro serio acerca de las ideas de Heidegger que enterarse en una columna que apoyó a los nazis y se preguntó por lo que verdaderamente significaba ser. Nunca será igual leer Humano, demasiado humano que enterarse de que Nietzsche dijo “Dios ha muerto” y que abrazó un caballo antes de volverse loco. El padre de Ludwig Wittgenstein era quizá el industrial más rico de Austria. También era uno de los más cultos. Seguro se habría reído de los empresarios y políticos de

hoy, tan ocupados que no tienen tiempo de leer, y que pagan por los resúmenes ejecutivos. Así pueden simular que leyeron un libro en apenas una página. A Kierkegaard, como a otros filósofos de su época, le preocupaba el individuo, la autenticidad, el yo que no fuera parte de una masa. La prensa diaria era el adormecedor de este individuo, un medio que cada vez se hundía más y más junto con sus lectores. Puedo imaginar la baja opinión que hubiese tenido de la televisión. “¡Maldita la prensa! Si Cristo volviera al mundo, estoy seguro de que no atacaría a los altos sacerdotes sino a los periodistas”, escribió el buen Soren. Este tipo de comentarios hacía que la prensa se ensañara aún más contra Kierkegaard y él redoblara su desprecio. Lo que debemos aceptar, es que hoy los textos de Kierkegaard siguen vivos y los nombres de los moneros y reseñistas que lo atacaron quedaron en la oscuridad. A él lo atacaron con la opinión masiva, mientras que las opiniones de Kierkegaard eran kierkegaardianas. Ahí está la diferencia entre una biblioteca y una hemeroteca. Quien lee el periódico se entera de lo mismo que todos; quien lee libros forma un ADN intelectual muy personal. El libro puede ahondar, la prensa se queda en la superficie. Quien ve la televisión no se da cuenta de nada. La gente muy enterada está lejos de la inteligencia; se halla más cerca de un disco duro que de un sabio. No sé si me gustaría sentarme a tomar una copa de vino con el cristiano cascarrabias de Kierkegaard. Imagino que el tipo no me agradaría. Tal como seguramente no me agradarían Schopenhauer o Nietzsche, por mucho que los admire en el papel. De los que he mencionado en estas líneas, creo que el que tenía modos socialmente más aceptables era Heidegger, luego Wittgenstein. Esta mañana ya repasé la prensa mientras bebía un café. Ahora estoy con un compendio de los diarios de Kierkegaard. Por alguna extraña razón me interesa más lo que le ocurrió a un tal Soren en Copenhague hace más de ciento sesenta años que lo que está sucediendo hoy en el mundo. L

Geraro Deniz

Poemas con novela Gabriel Zaid

E

lementos llamativos de la poesía de Gerardo Deniz: un vocabulario que rescata palabras inusitadas (o inventadas sobre la marcha) y tecnicismos raros. Citas y alusiones librescas, eruditas o científicas, como de un especialista que se dirige a otro y no al lector profano (que se las arregla como puede). La evocación de lugares exóticos (o lugares comunes que se vuelven exóticos). La invención de situaciones grotescas. El suspenso narrativo de referentes nada explícitos, cuya elusividad juega con el lector detective. El desenfado de una sexualidad sarcástica, las ínfulas extrañas de un amor que se desinfla.

EX LIBRIS

De todo esto se pudiera esperar lo que Leo Spitzer llamó “enumeración caótica”. Pero no hay tal. Todo fluye con una lógica novelesca, se despliega con la unidad de escenas memorables. Y, además, de un poema a otro y de un libro al siguiente, el protagonista se perfila. No es un Quevedo satírico que refina la burla o el albur con extraordinaria capacidad poética. No es un Fausto hastiado de la ciencia y salvado por el amor. No es un erudito perverso, como el que se vio (absurdamente) en Julio Torri. Es un sabio que hace observaciones de laboratorio sobre la vida y sobre su vida, con una pasión despectiva que recuerda a Nietzsche. Pero Nietzsche no tenía sentido del humor. L Martin Schongauer bEKO

MILENIO b LABERINTO b Dirección: José Luis Martínez S. Edición: Alicia Quiñones Coedición: Iván Ríos Gascón Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía


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LABERINTO

antesala

La inminencia

Poesía y prosa

El sufrimiento no es solo una de las fuentes de la creación; es quizá su única condición POESÍA

ESCOLIOS ESPECIAL

Raúl Renán

A Juan Bañuelos

P

uede el poema asomarse a rasgos negros mayores en clamores escritos porque en ti pueden hacerlo, van a graznar los cuervos que desalientan tu alma. Muchos versos destemplarán sus campanas y esas palabras de reveses implacables serán aire sin padre que las indulte. Qué será de la afluencia del polvo que a todos atraganta.

Ignacio Mondaca

Armando González Torres agonzale79@yahoo.com.mx

Estamos aquí los poetas para cuidar las estacas que tensan los relámpagos de ocho chispas un poeta tiene el sufrimiento anticipado porque lo conoce de otro de sus poemas.

S

Entiendo que lo recibe y no quiere desperdiciar seguido lo encuentra en su vida sin esparcirlo. A sabiendas de que puede el dolor sufrirlo. Está en todos tus libros aunque te divierta tu humor como una paleta sangrante de sandía lo llevara contigo hermoso como prenda doliente para que nadie nos olvide y lo sufran suyo de cuerpo entero. Ojalá todo quede en inminencia puesto que nos iremos poesía in mente. 26 de julio de 2014 ESPECIAL

N

acido en Mérida, Yucatán, en 1928, Raúl Renán es un poeta con una capacidad inédita para mudar de voz. Se mueve con igual naturalidad por el registro erótico que por la página de arquitectura visual, por el aforismo y el epigrama que por la confesión autobiográfica. Muchos Raúl Renán viven en quien firma con el nombre de Raúl Renán. Entre sus numerosos libros, vale destacar Lámparas oscuras (1976), Pan de tribulaciones (1984), Los silencios de Homero (1998) y Humanidades (2012). Creador emérito por el CNCA, recibió la Medalla Yucatán en 1987 y en 1992 el Premio Antonio Mediz Bolio. Este poema fue leído en el homenaje que Juan Bañuelos recibió en el 23 Encuentro Internacional Hacedores de Palabra, en la ciudad de Oaxaca.

uele pensarse que el poema en prosa implica simplemente suprimir el verso e introducir un elemento anecdótico, cotidiano y vagamente narrativo en la poesía; sin embargo, el poema en prosa constituye un género mucho más audaz y exigente, que apuesta no por la anulación del ritmo del verso, sino por una forma más radical de mixtura semántica. Baste pensar que uno de los primeros grandes cultivadores de este género, Baudelaire, era un artífice del verso y su incursión en el género no implicaba la renuncia a la música, sino, al contrario, la búsqueda de una aleación entre el ritmo poético, el discurso lógico de la prosa y la visión desintegradora de la realidad, propia de la modernidad. En efecto, el poema en prosa, pese a que aparentemente utiliza el discurso lineal, subvierte el cometido comunicativo convencional de la prosa y, gracias a la inserción del ritmo y la imagen, modifica el concepto. Se desnaturaliza entonces la noción de la poesía como inexorablemente subjetiva y rítmica y de la prosa como inexorablemente impersonal, clara y lógica. Esto crea un potente vehículo creativo, capaz de dar un vuelco a la representación poética de la realidad. Por supuesto, la poesía en prosa ya no es una novedad, sino una herramienta poética consolidada, con alto grado de dificultad. En su libro Órbita de los elementos (mantis/ IMCATUR, 2012) Ignacio Mondaca aborda con nuevos instrumentos y ojos este género

venerable. Puede decirse que se trata de un libro de prosas de paisajes y lo primero que llama la atención es la distancia crítica de la mirada, el traslado del “yo” poético de la habitual confidencia a una forma de observar el mundo con desapego creciente. El libro comienza con cuadros que apelan a un desarreglo de los sentidos, a un revelador extravío del ojo por el paisaje cotidiano al cual reduce a lindes liliputenses o engrandece a dimensiones cósmicas. Posteriormente cambia de escenario: irrumpe el aire tropical, imágenes herméticas que sin embargo se anuncian con calidez y brillan hospitalarias. A lo largo de la exposición paisajística aparecen ciudades pequeñas y nostálgicas, urbes perturbadoras, desierto y paisajes tropicales. Si bien el libro evoca problemas sociales lacerantes, recuerda episodios históricos o aborda la noción de nacionalidad, en toda esta política del paisaje hay una ironía y alegría subyacentes que evitan la solemnidad o la arenga. Órbita de los elementos es un libro inasible e imprevisible: los adjetivos y el fraseo renuncian a la lógica lineal, pero no por eso se dejan llevar por el “lugar poético”, son dueños de una lógica peculiar, coherencia y precisión. La originalidad de estas imágenes, su verosimilitud y espesor, radican en que provienen de un ejercicio auténtico de gestación intelectual y emocional; en que provienen de ese despliegue prodigioso de máxima concentración que puede desarrollarse indistintamente en el gabinete del científico, o en los territorios del sueño. L

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Cortázar JULIO GODÍNEZ

Instantáneas de La Maga

Edith Aron

“Julio veía un mundo que convertía a su modo” En un estudio ubicado a unos metros de la famosa Abbey Road habita la mujer que inspiró al personaje más emblemático de Julio Cortázar, la misma Maga a la que perdemos y encontramos una y otra vez en Rayuela ENTREVISTA Julio I. Godínez Hernández/ LONDRES, ENVIADO

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n encuentro casual es lo menos casual en la vida. La puerta está entreabierta. Quizá siempre esté así, a la espera de un visitante fortuito. Quizá solo sea que adentro me espera el personaje más enigmático de la literatura hispanoamericana. Tras golpear la pequeña aldaba, una voz aguda que proviene del fondo del pequeñísimo departamento de St. John’s Woods —una lujosa área al noroeste de Londres— me pide que empuje la puerta. La intensa luz que entra por la ventana me ciega por un momento. Sobre una silla de escritorio de metal con ruedas, como envuelta por el halo de su aura, está Edith Aron, la mujer que inspiró a Julio Cortázar. Es la Maga, aunque diga lo contrario. Si bien ya no es la mujer de silueta y cintura delgada descrita en Rayuela, la reconozco al fondo del salón: sus ojos verdes, su “fina cara de traslúcida piel”. A sus casi noventa años sonríe sin sorpresa. “Bienvenido”, me dice alegre, rodeada de su microuniverso de libros viejos en el que se encuentra un ejemplar de El Llano en llamas y que va de piso a techo, un espacio repleto de carpetas que contienen borradores a máquina y a mano que quizá formen parte de una historia imaginaria, fotografías en blanco y negro que son como ventanas que se asoman al pasado, recortes de periódico que hasta hace un momento parecían flotar en el aire y que de pronto, en un cándido movimiento que pareció ordenado por ella misma, han vuelto a su sitio en los estantes polvorientos. “¿Te molesta si prendo la televisión?”, pregunta ya con el control remoto en la mano, arrastrándose sobre la “maldita silla de escritorio con rueditas”. Es el mediodía de un miércoles cualquiera, la hora en que

la televisión pública transmite el espectáculo de la política inglesa. Los tories se lanzan con todo sobre los laboristas en el Palacio de Westminster. Discuten a gritos, sin perder las formas, sobre el presupuesto para educación. Edith me sonríe y señala la pantalla. A pesar de que en el mundo intelectual siempre se supo quién era la mujer que inspiró al personaje que Oliveira busca en Rayuela, fue hasta hace diez años cuando ella, que ahora pinta coquetamente sus labios, dio una entrevista sin conceder por completo si era o no la Maga. “No soy yo. Ella es un personaje literario”, dijo entonces Edith Aron, quien conoció y trató a Julio Cortázar en París. “Él vio todo de una manera contraria a la que yo lo hice. En un pedazo de papel él veía un mundo que convertía a su modo”.

Wolf, comenzó a recibir en una pensión que había instalado en la capital porteña a grupos de judíos que escapaban del nazismo. Con acento marcadamente argentino y mientras acaricia una cajetilla de Philip Morris Ultra Lights, los únicos cigarros que ahora tiene permitido fumar, Edith recuerda una fotografía de su papá pegada al muro junto a su cama. “Cada noche lo veía”, dice con la nostalgia de una amante del tango. Al término de la Segunda Guerra Mundial, Edith recibió una carta de su padre. Decía que estaba vivo y que había huido de Sarre gracias a que alguien lo alertó de la presencia de los nazis. El hombre al que no había visto en quince años, y que recordaba gracias a la fotografía junto a su cama, la invitaba a visitarlo.

◆◆◆ Edith Aron nació en 1927, en una familia judía asentada en una región alemana que parecía óptima para ofrecerle el mundo intelectual. Como Sarre se halla en la frontera entre Luxemburgo y Francia, Edith convivió con el francés y el alemán desde muy joven. La ríspida relación que mantenían sus padres hizo que su mamá, de entonces 40 años, y ella, de siete, abandonaran Alemania en 1934 para trasladarse a Argentina, donde vivían unos parientes. En Buenos Aires, Edith ingresó al Colegio Pestalozzi. Cinco años más tarde, en 1939, la madre, Else

◆◆◆ La primera vez que Edith Aron vio a Julio Cortázar fue en la oficina de cambio del barco italiano Conte Biacamano. Era enero de 1950 y ambos viajaban de Argentina a Europa. Lo único que a esa chica de 23 años le llamó la atención de aquel joven fue su porte y la forma peculiar de pronunciar la “r”, “muy a la francesa por haber nacido y pasado unos años en Bruselas”. Edith volvió a ver a Julio otras dos veces en el salón principal. Comía con sus compañeras de camarote y las hacía reír. La noche siguiente, Cortázar y un


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100 años amigo suyo tocaron un tango en el piano. Ni él ni ella cruzaron palabra alguna. Al desembarcar en Cannes, donde la esperaba un enviado de su padre, Edith no imaginó que una serie de coincidencias la harían enamorarse de quien sería uno de los mejores escritores del siglo XX. Edith llegó a ese París en el que uno podía encontrarse a personajes como Jacques Prévert o Albert Camus en el Café de Flore o en el Deux Magots. El destino hizo que Edith se encontrara tres veces con Cortázar por casualidad. “Él creía que las cosas pasaban por algo. La primera vez que lo volví a ver fue en un cine al terminar la función de Juana de Arco. Ahí intercambiamos algunas palabras cuando nos reconocimos como pasajeros del buque italiano. La segunda vez lo vi en una librería cuando llevé un encargo. Nos saludamos y fue todo. La tercera sucedió en una visita a los jardines de Luxemburgo. Entonces él quedó muy impresionado, así que nos fuimos a tomar un café. Me leyó un poema y hablamos de amigos comunes de Buenos Aires”. Le pregunto si no le parecía sorprendente encontrarse con aquel joven alto y delgado en una ciudad tan grande como París. Edith dice que no. Sus encuentros fueron más frecuentes, lo mismo en la Rue de Seine que en el Pont des Arts, como describe Cortázar en Rayuela, y a través de citas acordadas y visitas espontáneas. Sin embargo, después de unas semanas, Cortázar regresó a Argentina. ◆◆◆ Mientras batalla con la silla de la que, dice, no se ha podido parar desde hace dos años, Edith recuerda que en 1951 recibió una carta de Cortázar en la que le decía que había ganado una beca y volvía a París. Por aquellos años conoció a Octavio Paz en el Café de Flore. Más tarde traduciría algunos de sus poemas al alemán, musicalizados con flauta, arpa y violonchelo por un germano de nombre Aribert Reimann y que Edith guarda celosamente, un tesoro al que solo me deja tomar un par de fotografías. Fue por aquellos días cuando Edith encontró, “ya un poco roto en el atardecer de un helado marzo”, un paraguas en la Place de la Concorde. “Lo usaste muchísimo —narra Cortázar en Rayuela—, sobre todo para meterlo en las costillas de la gente en el metro y en los autobuses, siempre torpe y distraída […] y nos reíamos como locos mientras nos empapábamos, pensando que un paraguas encontrado en una plaza debía morir dignamente en un parque, no podía entrar en el ciclo innoble del tacho de la basura o del cordón de la vereda; entonces yo lo arrollé lo mejor posible, lo llevamos hasta lo alto del parque, cerca del puentecito sobre el ferrocarril y desde ahí lo tiré con todas mis fuerzas al fondo de la barranca”. “Aquello es lo único real de todo el libro”, sostiene Edith. Eso ocurrió en 1952, “el año de Cortázar”, el tiempo en que estuvieron más cercanos que nunca, más enamorados, un momento de inflexión en su vida. Julio le pidió que viviera con él; ella no aceptó porque deseaba estudiar. Un día, mientras comían, Cortázar jugaba con unas migas de pan. La miró y le dijo: “Tengo ganas de escribir un libro mágico”. Así nació Rayuela. ◆◆◆ En diciembre de 1952, Julio Cortázar invitó a Aurora Bernárdez a París, una chica argentina con la que compartía algunos intereses y por la que también se sentía atraído. “Ella era una mujer con la que él tenía más cosas en común. Al final se decidió por ella y se casaron. A mí me dolió mucho, me hizo mucho daño. Él quería que siguiéramos siendo amigos”. Aron pagaba la renta traduciendo textos del alemán al español y viceversa, soñando con ser escritora. Mucho tiempo después, en 1963, Cortázar le envió una copia de la recién publicada Rayuela. “No me gustó la dedicatoria, era tan fría que decidí arrancar la página”. No obstante, por una carta que el escritor argentino le hizo llegar, supo que en el libro había un personaje inspirado en ella. —¿Y aquella página con la dedicatoria? ¿Qué le hizo? —Por ahí debe de estar, entre tanto papel. Entre 1963 y 1964 la madre enfermó y Edith Aron tuvo que viajar a Argentina. Le pidió a Cortázar, que para entonces ya era un escritor consagrado y de quien Edith había traducido algunos cuentos, que le ayudara explicándole a los editores su mala situación, pues con el viaje iba a retrasar la entrega de unos manuscritos. “No obstante, al volver de Argentina ya nadie quería que hiciera sus traducciones; tuve que volverme profesora de idiomas”. Edith no supo qué sucedió sino hasta mucho tiempo después. Cuando se publicó la correspondencia de Julio Cortázar, Edith leyó una misiva que el autor de Bestiario le había enviado en 1964 al editor Paco Porrúa: “No necesito decirte quién es Edith, vos lo habrás adivinado hace mucho, ¿verdad? Entonces, ¿vos te imaginás Rayuela traducida por ella? […] En Rayuela, te acordarás, la Maga confundía a Tomás de Aquino con el otro Tomás. Eso ocurriría a cada línea”. Estas palabras rompieron todo lo que Edith Aron pensaba de Julio Cortázar. Volvieron a verse en dos ocasiones: una en la Feria del Libro de Frankfurt y otra en el Metro de Londres, en 1977, donde Edith vivía con su esposo y su hija Joanna. “Él me preguntó si no pensaba que ese encuentro tenía algún sentido, y me pidió que nos viéramos al otro día pero yo ya no creía en la casualidad. Al llegar a la estación de Picadilly dije ‘Me voy’, y nunca volví a saber de él hasta que un día de 1984 abrí el periódico en un café y leí que había muerto”. La tarde se va a pique entre un intenso olor a ungüento y ceniza en St. John’s Woods. En su pequeño departamento, Edith Aron deja, por ahora, de escarbar en su memoria para maldecir nuevamente con una sonrisa a la silla de escritorio mientras, entre todo ese universo revuelto, encuentra casualmente una carta de Julio Cortázar. L

Grandulón y doméstico RESEÑA Víctor Núñez Jaime

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na tarde del otoño de 1956, Gabriel García Márquez entró al café Old Navy del boulevard Saint-Germain de París. Le habían dicho que en una de las mesas del rincón solía sentarse a escribir el autor de Bestiario, un libro de cuentos que a él lo había deslumbrado cuando lo leyó en las noches tropicales de Barranquilla. No era la primera vez que el colombiano iba a esa cafetería a esperar al escritor “que hubiera querido ser cuando fuera grande”. Fue todos los días, durante tres semanas, hasta que esa tarde, por fin, vio entrar al maestro del relato corto “como una aparición”. Ahí estaba. “Era el hombre más alto que se podía imaginar, con una cara de niño perverso dentro de un interminable abrigo negro que más bien parecía la sotana de un viudo, y tenía los ojos muy separados como los de un novillo, y tan oblicuos y diáfanos que habrían podido ser los del diablo si no hubieran estado sometidos al dominio del corazón”, recordaría Gabo en “El argentino que se hizo querer de todos”, un artículo que escribió poco después de la muerte de Julio Cortázar, en 1984. Aquella vez, en París, no se atrevió a decirle ni una sola palabra al cuentista grandulón. Por timidez. Lo admiraba demasiado y, sobre todo, dice que sentía una infinita devoción por su literatura (“un sentimiento que inspiraba como muy pocos escritores”). Pasó el tiempo, se hicieron grandes amigos, compartieron el éxito del Boom y García Márquez, como otros, trataba de no incomodarlo con elogios públicos esparcidos en publicaciones periódicas o libros (“nadie como él le temía a los honores”). Trató, pero no pudo. García Márquez, como otros, escribió aquí y allá sobre la personalidad y los atributos de la obra literaria del pibe que arrastraba las erres al hablar. Este 2014, cuando se han cumplido 30 años de su muerte (12 de febrero) y se cumplirán 100 años de su nacimiento (26 de agosto), las librerías se encuentran repletas de ejemplares sobre su vida y obra y de reediciones de sus cartas, cuentos y novelas. A finales del pasado mes de enero, Alfaguara publicó un libro que, a decir del editor Carles Álvarez Garriga, “la Internacional Cronopia reclamaba ya con demasiada insistencia”. Es un emotivo volumen que recorre con fotos, postales, objetos personales, fragmentos de cartas, libros y entrevistas, las casi siete décadas de vida de quien fuera un adicto a la lectura desde la infancia. Se llama Cortázar de la A a la Z. Un álbum biográfico y tiene más de 300 páginas, cuidadosamente editadas por el propio Álvarez Garriga y por Aurora Bernárdez, viuda del escritor, con un diseño de Sergio Kern. Va de la A de abuela a la Z de zurda y zzz… “Lo previsible era otra biografía, pero cómo olvidar lo que dijo en una entrevista en 1981: ‘no soy muy amigo de la biografía en detalle’. […] Frente a tanta tristeza pensamos en la enorme diversión de sus libros almanaque y decidimos intentar un volumen afín a su espíritu anticonvencional, antisolemne. […] El alfabeto, ese invento griego que apenas ha cambiado en 3 mil años y que los niños aprenden con facilidad pasmosa, nos pareció el mejor modo de ordenar-desordenar los materiales. Nada de pautas cronológicas o temáticas; que las

palabras marquen su propio ritmo, que el libro sea a su manera muchos libros pero que pueda leerse sobre todo en dos modos: en la forma corriente (de la A a la Z) o de manera salteada, siguiendo la espiral de la curiosidad y del azar. Que quien mire las imágenes y lea las palabras que siguen, sepa —como la invitación que es su obra, como fue su vida— abrir las puertas para salir a jugar”, explica Carles Álvarez, en la primera página del libro. Esta especie de Julio. Modelo para armar es un festín iconográfico para auténticos seguidores lleno de curiosidades e intimidades que si Cortázar viviera tal vez lo haría sonrojarse. En 1985, el mexicano Fondo de Cultura Económica había publicado un compendio similar (Cortázar. Iconografía) pero tenía cierta solemnidad. En este, en cambio, sin ser invasivo o excesivamente chismoso, se nos muestran las particulares burbujas en las que vivía en uno u otro momento el hombre que utilizaba gafas de sol tipo ojos de mosca. Vemos un Cortázar doméstico: con su abuela, su madre, sus dos esposas, sus amigos y en algunos lugares a los que viajó. En la Z, por ejemplo, hay espacio para recordar los días del verano de 1980 en Zihuatanejo. “Lo estamos pasando muy bien en esta playa del Pacífico, en una zona muy bella de México, y rodeados de una gran tranquilidad. Disponemos de todo el espacio necesario ya que los únicos que van a ella son los habitantes de los otros siete bungalows del grupo, en general gente muy tranquila con la que nos entendemos muy bien. Cada cuatro o cinco días pedimos un taxi y vamos al pueblo para comprar provisiones y bebidas; hay una excelente heladera, aire acondicionado y cocina a gas, de modo que casi siempre cocinamos algo para nosotros; si preferimos ir a comer fuera, sobre la misma playa hay cuatro o cinco restaurantes donde se pueden comer almejas y ostras muy ricas, aparte de los tacos, tortillas y otras bellezas de la cocina mexicana. Hay una cantidad enorme de cocos por el suelo, pues estamos rodeados de palmeras; yo los pongo a enfriar en la heladera, les echo ginebra o ron para mezclar con el agua del coco, y eso da una bebida deliciosa”, cuenta Cortázar en chanclas y sin camiseta, desde el portal de una rústica casa de Zihuatanejo. Pero también se nos comparte algo de su labor creativa, algo de lo mucho que enseñó en distintas clases de literatura que impartió cuando era profesor invitado en universidades y centros culturales y que ahora, en su centenario, no deja de ser una lección contundente. Dice: “en cuanto a la revisión y la corrección de lo escrito, creo que con los años la cosa va cambiando; de joven escribía de un tirón y después trabajaba el texto ya enfriado, pero ahora tardo más en escribir, dejo que las cosas se preparen y organicen en esa región entre sueño y vigilia donde laten los pulsos más hondos, y por eso corrijo menos en la relectura. Algún crítico me reprocha una sequedad que antes no tenía; puede ser que los lectores sigan prefiriendo algo más jugoso, pero al final de mi camino me gusta más un haikú que un soneto, y un soneto más que una oda; tal vez porque tanta rutina y entusiasmo sobre el barroco latinoamericano ha terminado por afirmarme en ese horror de las volutas que ya denunciaba en Rayuela (donde las volutas no faltan, digámoslo antes de que usted lo piense)”. L


LABERINTO

Cortázar pasea entre jóvenes La obra del narrador que interrogó al mundo con la malicia de un niño ya deleitó a los abuelos de ayer y a los padres de hoy. ¿Sigue haciéndolo? Seis escritores mexicanos nacidos en la década de 1990 arriesgan algunas señales y respuestas LAS FOTOS FUERON TOMADAS DE Cortázar de la A a la Z

BUENAS SALENAS, MAESTRO CRONOPIO Paulina del Collado

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ronopio no es el nombre de un perro pero debería de serlo. Esa palabra que probablemente hayamos visto en el menú de un café de la Condesa, flotando en el blog de un amigo o en boca de alguien que tampoco sabía bien a qué se refería, es un término creado por Julio Cortázar para denominar a unos personajes apasionados que, junto con los pulquérrimos famas y los tibios esperanza, protagonizan una suerte de microrrelatos en el libro Historias de cronopios y de famas. Yo descubrí lo anterior mientras cursaba la preparatoria. Mi instantánea identificación con un cronopio cortazariano era la primera de muchas señales vitales, síntomas de una enfermedad gravísima, que apuntaban a una verdad inescapable: yo era un cronopio de niña. Sin ser verde, erizada y húmeda —como Cortázar describe a estos entes—, era desordenada, distraída y fanática declarada de los sandwiches de queso. Por eso, cuando Historias de cronopios... cayó en mis manos, adquirí la extraña certeza de que esos seres del libro, que por supuesto en mi imaginación se asemejaban a un moco, tenían más en común conmigo que todos los habitantes de mi salón de clases juntos. Fui por la adolescencia convencida de que mi vida estaba atiborrada de famas, aquella horda de sujetos hipercorrectos que Cortázar usa como contrapunto de sus héroes verdes, y que a los esperanza, criaturitas indecisas con poca voluntad, era mejor no tomárselos en serio. Tiempo, lecturas y varias charlas después, me di cuenta de que no cualquiera puede autoproclamarse cronopio. También que nadie es completamente fama o esperanza, pero que estas figuras, tan aparentemente fantásticas, nos enseñan mucho de las conductas humanas. Las tortugas, los cubanos y Louis Armstrong son cronopios para Cortázar en tanto que son entes libres de sí mismos, ya que se han olvidado de lo que pasó alguna vez, no son esclavos de su pasado y se regocijan en el presente. Un cronopio es libre, por eso todos deberíamos aspirar a ser un poco más como ellos, seres despreocupados que consultan la hora en la rama de un árbol, que dejan fluir los recuerdos por el apartamento, que se conmueven ante las palabras de un fama, y que pintan gaviotas con tiza de colores en el caparazón de las tortugas. Las microandanzas de los cronopios soportan varias lecturas. Hay quienes ven una crítica clara a la burguesía por el fuerte contraste entre el estilo de vida de famas, esperanzas y cronopios, también hay lecturas surrealistas al respecto. Sin embargo, yo revisito las páginas de Historias de cronopios... con una sonrisa. No me imagino la vida sin humor, una existencia privada de la capacidad de reírse de uno mismo se me antoja cansada, en especial en un mundo donde todos se toman demasiado en serio. Siento una gran simpatía por los cronopios porque éstos ríen de sus propias desgracias y encuentran la felicidad en cosas insignificantes. Ahí están los cronopios que salen de viaje, pierden el tren, no encuentran hospedaje y se empapan bajo

la lluvia porque los taxis no les hacen caso y que, a pesar de su mala suerte, cuando es hora de dormir, exclaman: “La hermosa ciudad. La hermosísima ciudad”. Ahí está el otro cronopio que protege sus hilos de la lluvia y es feliz porque podrá subirse al automóvil de un fama. También, riendo, imagina el mismo Cortázar a Louis Armstrong en pleno vuelo a París antes de su presentación en el teatro de Champs Elysées el 9 de noviembre de 1952. En el texto “Louis, enormísimo cronopio”, Cortázar realiza una crónica prodigiosa sobre el concierto. En un teatro lleno de famas, cronopios y esperanzas, hace su apa-

rición Armstrong soplando el chorro de oro que fue su trompeta. Cuando empieza la música del cronopio, el mundo se acaba. Así, el cronopio del jazz concluye su arrebato a carcajadas. Muchos recuerdan a este gigante de las letras (literalmente) por su monumental Rayuela; no obstante, yo soy una de esas lectoras que encuentra cobijo en sus cuentos. L Paulina del Collado (Ciudad de México, 1990) es egresada del diplomado de Creación Literaria en el Centro Xavier Villaurrutia. Becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en Monterrey.

DIEZ MOMENTOS

1. Julio Florencio Cortázar Scott nace el 26 de agosto de 1914 en Bruselas, Bélgica.

2. En 1938, bajo el seudónimo de Jorge Denís, publica su primer libro, Presencia, una colección de sonetos a la sombra de Mallarmé.

3. Su cuento “Casa tomada” aparece en el periódico literario Anales de Buenos Aires (diciembre de 1946) que dirigía Jorge Luis Borges.

4. En 1951 publica Bestiario, su primera obra narrativa, que reúne ocho cuentos en los que ya están las bodas entre el humor y la realidad más absurda.

5. También en 1951, y harto de los excesos del peronismo, abandona Buenos Aires y se instala en París como traductor para la UNESCO.


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100 años REVOLUTIO O EL DOBLE GIRO Alejandro Baca

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l escritor que tienta y enfrenta a la palabra desata una revolución. Marina Tsvietáieva asegura que después del poeta ruso Vladimir Maiakovski no habrá otro que logre formar una amalgama entre el artista y la revolución. Qué grito tan amargo —pienso—, luego recuerdo a Julio Cortázar, un escritor cuya insurrecta postura lo convirtió en el emblema de la juventud de América Latina. El artista es por naturaleza el grito ahogado de una sociedad en decadencia: la penuria. Así sea John Milton en busca del Paraíso perdido o Pablo Picasso a mitad del Guernica, el creador responde, salvo en casos extraordinarios, al tiempo en el que habita. Al escribir Bestiario, Cortázar genera un lenguaje de crítica a la sociedad latinoamericana. Forma una realidad deforme y quimérica. Con Rayuela, atenta contra el lenguaje con malabares y trapecismos retóricos. Pero ¿en sus deformidades y florituras se encuentra la revolución, alcanza la unión que logró el poeta ruso? Pues no, no lo logra. En el narrador argentino habitan dos revoluciones. Una es la política y social con la que determina el curso de su vida cuando decide partir a París, a los 37 años, bajo la consigna que todo rioplatense culto podía llevar en esa época: el repudio total al peronismo. Durante su exilio comprenderá la naturaleza del espíritu latinoamericano y verá en Cuba el futuro predilecto. La otra revolución es la del lenguaje, en la que forja de carácter su escritura. Por ejemplo, en “La autopista del sur”, donde un hombre se ve atrapado en un embotellamiento que se alarga de tal manera que termina por crearse una sociedad sobre la línea del concreto, el narrador argentino se burla del materialismo y la facilidad con la que el latino es capaz de adaptarse a cualquier situación por absurda o compleja que sea. Gabriel García Márquez, cuando era increpado con respecto al carácter fantástico de Cien años de soledad, respondía que había sido brutalmente realista. Cuando el crítico Óscar Collazos externaba su preocupación sobre la inferioridad del escritor latinoamericano frente a la novelística que se realizaba en Europa y Norteamérica, con la noción de que el auge en la literatura latinoamericana se debía a la decadencia de Occidente a mediados del siglo pasado, la respuesta del realismo mágico no era sino la magia que existe en las tierras latinoamericanas frente a la crudeza y el desgarro. El escritor penetra en la palabra, y cuando ésta responde la revolución comienza. En Julio Cortázar vemos un ejemplo de congruencia y buen trato del lenguaje pues logra transgredir a la literatura con su escritura y pronunciar una ideología, sin que una cosa intervenga con la otra. Trasciende no solo como un escritor, sino como un ejemplo de rebeldía e insubordinación. Si en latín la palabra revolución significa un giro, Cortázar da un doble giro sobre las tarimas de este circo latinoamericano. L Alejandro Baca (Estado de México, 1990), editor y crítico literario. Ha publicado el poemario Apertura al cielo. Dirige el colectivo Órfico de poesía y artes visuales.

6. Publica Rayuela en 1963. Esta novela-antinovela “es uno de los grandes manifiestos de la modernidad latinoamericana”, escribió Carlos Fuentes.

En duelo fotográfico con Carol Dunlop

EL DILETANTE PRINCIPITO Pablo Piceno

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n la sexta clase que Cortázar impartió a los alumnos de la Universidad de Berkeley, en el otoño de 1980, abordando el elemento lúdico en su literatura, recordaba la respuesta que recibió de sus amigos más cercanos, después de darles a leer sus Historias de cronopios y de famas: “¿Pero cómo puedes perder el tiempo escribiendo estos juegos? ¡Estás jugando! ¿Por qué pierdes el tiempo haciendo esto?” El argentino, en plena madurez escriturística, no se vendría abajo tras semejante recriminación, arguyendo para sí que ese divertimento era fruto de la propia intuición de la realidad, en él siempre desenfocada. Con todo, la lucha por defender una experiencia de lo fantástico integrado plenamente en la realidad, la asunción de lo onírico, pueril y efímero, de lo irracional como elemento medular de su literatura, fueron una constante durante toda su vida. Ya de niño tuvo que lidiar con el desengaño teleológico que significó el que un compañerito de la secundaria le devolviera con desdén la novela de Verne El secreto de Wilhelm Storitz, cuyo descubrimiento había fascinado a Julito, con el pretexto de ser demasiado fantástica. El mundo de Cortázar era así. Carente de cualquier título académico y descreído de la crítica de saco y corbata y la ceja alzada, supo pronto que su narrativa debería justificarse por sí misma, por su enorme calidad asentada en la subversión de la realidad que le granjearía, a la postre, de su gran amigo Carlos Fuentes, el apelativo de Bolívar de la literatura latinoamericana. Incluso cuando su obra sería acusada, una vez tras otra, de evadir la lucha social de los pueblos sureños, tan desgarrados por las dictaduras y la política yanqui, Cortázar, arribado a su etapa histórica en su camino de escritor, no cedió a la tentativa panfletaria y demagoga para satisfacer a las izquierdas combativas. Para él, fervoroso seguidor y servidor de la revolución sandinista, cuyo corazón se hacía aún más niño al hablar del Che, de la Comunidad de Solentiname, de

7. En 1971, junto a otros 53 intelectuales, suscribe una carta de protesta dirigida a Fidel Castro por la detención del poeta cubano Heberto Padilla.

8. En marzo de 1976, poco después del triunfo de la revolución sandinista, viaja por primera vez a Nicaragua, su última pasión política.

Roque Dalton masacrado, la revolución que le había tocado en suerte liderar estaba eminentemente en el terreno del lenguaje que posibilita mundos y desmitifica paradigmas y cánones. Cortázar no era —sostenía él mismo, siempre que podía— un escritor profesional, y no quería serlo. Nobeles, sabía, había muchos, entre los cuales nunca estarían ni él ni su primer maestro, Borges. Julio Cortázar era un amateur, en todo el sentido de la palabra, un dilettante. Amaba la escritura como amaba disuadir a la Pizarnik de cortarse las venas, o tocar el saxo hasta despertar la cólera de sus vecinos famas parisinos, como amaba a Carol Dunlop, y dicen que se deprimió y no fue nunca más el mismo tras la muerte de la estadunidense. Como Gelman, tras la desaparición del hijo y de la nuera. Como Neruda, que tras el asesinato de Allende no supo más que dejarse vencer por el cáncer, aunque “creo —decía— en la posibilidad del amor”. Creo firmemente —aunque a veces no y ¿entonces?— que si hubo en algún momento de la historia alguien que encarnara el Petit Prince imaginado por Saint-Exupéry, ese fue Cortázar, el gran cronopio. Ese, cuyo cronopio–serpiente dentro de un paquidermo circense no logró ser comprendido; ese que tomaba nota de las flores aunque fueran efímeras, no como el anciano geógrafo del sexto planeta que hacía importantes sus rosas por el tiempo que perdía con ellas; que no sabía ocuparse de cosas serias y no le preocupaba más que domesticar y ser domesticado. Ese que contemplaba axolotes en el Jardin des Plants o se acostaba debajo de las flores y se dormía envuelto en una gran paz, y hacía pensar a las flores mismas: Este Cortázar que baila cátala y baila tregua/ es como una flor. L Pablo Piceno (Wolfsburg, 1990) estudia Literatura y Filosofía en la Universidad Iberoamericana Puebla. Es becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en Jalapa.

9. El 2 de noviembre de 1982 muere Carol Dunlop, con quien se había casado en 1970. “Estoy en un pozo negro y sin fondo”, escribió a su traductora.

10. Muere el 12 de febrero de 1984 en el hospital de Saint Lazare, en París, víctima de leucemia.


08 b sábado 23 de agosto de 2014

MILENIO

100 años CUANDO CONOCÍ A CORTÁZAR

I

Jessica Santiago

Mucho tiempo después, cuando leí el cuento “Axolotl”, supe que también Julito, como decidí llamarlo, había experimentado esa incipiente sensación de arraigo, o familiaridad con aquellos anfibios, como yo con su obra.

LOS CLOCHARDS DE RAYUELA

L

Alejandra Retana Betancourt

a naturaleza imita al arte, dice Oliveira en el capítulo 108 de Rayuela. Debía ser una tarde de enero, la Ciudad de México era París. Aquí también las cosas bellas eran gratis. La ciudad era un laberinto, todavía no sabía ubicar los puntos cardinales ni aprendía el nombre de las avenidas importantes. Pasamos frente a Parque Delta y llegamos a Viaducto. “Debajo de este puente vive una pareja de vagabundos”, me dijeron. Había botellas de cerveza, colchones, cartones y telas. Todo sucio, todo roto, todo viejo. No estaban, ni él ni ella. “Esto lo escribió Cortázar”, dije, “estos son los clochards de Rayuela”. Cincuenta años han pasado desde que Rayuela apareció en las librerías; los hijos y los nietos de los jóvenes de entonces somos los jóvenes de ahora. Cuando nacimos, Cortázar ya se había marchado. Nos han quedado sus libros, sus fotos y su tumba en Montparnasse. Rayuela nos es un libro imprescindible, casi siempre descubierto en la adolescencia. Somos jóvenes, estamos deseosos de nadar en los ríos metafísicos. El capítulo 7 es un mantra. Formamos nuestros propios Club de la Serpiente. Nos levantamos y nos preguntamos si hoy encontraremos a la Maga. Pero ¿quién o qué es la Maga? El símbolo de una inocencia invulnerable, una gracia que quisiéramos alcanzar porque no es posible caer de ella. Cortázar creía que había escrito un libro para gente de su edad, pero se sorprendió al descubrir que los principales lectores de Rayuela eran los jóvenes. Esos jóvenes crecieron,

tuvieron hijos y sus hijos también leyeron Rayuela. Nosotros creceremos, tendremos hijos y apuesto que ellos también la leerán como quien acude a una revelación. ¿Por qué esta predilección? De entrada, se ofrece como un juego. El lector decide cómo leerla y en ese sentido se pone al mismo nivel que el escritor: la complicidad de ambos crea la obra. La “contranovela”, como la llamaba Cortázar, cuestionó el canon y rompió con la tradición, fue una señal para intentar una literatura diferente, para explorar nuevos caminos. En Rayuela, no hay respuestas, solo preguntas. Horacio Oliveira es un hombre que busca, no un hombre que encuentra. Estos caminos, estas preguntas y esta búsqueda interminable son propios de los jóvenes. Se desborda el ímpetu. Lectores y escritores jóvenes queremos una señal de arranque para desmontar el mundo de los padres. Rayuela la da. Cortázar nos dejó una novela optimista. Pearl S. Buck dijo que “los jóvenes no saben suficiente como para ser prudentes y por ello intentan lo imposible… y lo consiguen generación tras generación”. Y así, generación tras generación, los jóvenes encuentran Rayuela, se enamoran de la literatura y dejan de temer a la búsqueda. Estos años seremos nosotros los que caminaremos por las ciudades para descubrirlas y redefinirlas. El cielo debe estar allí, unos cuantos pasos adelante. Después vendrán otros, pero éste es nuestro turno. El Gran Cronopio lo ha dicho: “basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar”. L

Alejandra Retana Betancourt (Nuevo León, 1994) estudia Letras Hispánicas en la UNAM. Es becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en Jalapa.

CORTÁZALIEBERS AL RETWEET DE GUERRA

Q

Juan Manuel Zermeño Posadas

uizá la ficción nos desborde, pero no sería ilógico pensar que si después de la muerte, quedando únicamente el alma presa en las paredes del ataúd, la de Julio Cortázar se encontraría revolcándose en su tumba. El fenómeno de las redes sociales aunado al boom de esnobismo propiciado por movimientos juveniles como el #Yofui132 ha desencadenado un rescate inmediato y no analítico de figuras intelectuales que actúen como iconos mediáticos de este nuevo dizque despertar. Cortázar ha sido la víctima preferida de la viralización a través de redes sociales. Citas y frases aisladas han sido recortadas del soporte del libro para ser transportadas al formato digital de la imagen o el tweet y así comenzaría el segundo aire de nuestro autor: la era de los Cortázaliebers. Más allá de una verdadera relectura de la obra del autor que abarca desde cuentos hasta poesía y ensayo, el fenómeno editorial ha volcado los reflectores hacia su obra cumbre: Rayuela. Julio supo destruir mentalmente los moldes que regían la narración: su claro rompimiento con la linealidad temporal y sus coqueteos con la prosa poética marcaron un hito debido a la rebeldía canónica y la disciplina punk de sus escritos. Pero el momento mágico de la interacción con sus nuevos lectores jóvenes no viene de la mano con esa guerra de guante blanco que emprendió contra el peso histórico de la novela. Los lectores jóvenes de Cortázar actúan de sinécdoque: toman una frase —de menos de

140 caracteres— para declararse fanboys del autor. Como aquel verso de Keats —poeta a quien Cortázar consideraba de sus favoritos—: “Los fanáticos crean un ensueño y lo convierten en el paraíso de su secta”, la nueva oleada de lectores noveles entra a la literatura por la puerta grande: se pasean con su edición conmemorativa de Alfaguara de los 50 años de la publicación de Rayuela bajo el brazo. Pipa humeante y lentes de pasta, nos aventuramos a intentar leer dicha obra en algún café de la Condesa: así pasan los días y cada capítulo da un nuevo aire, la oruga hace su capullo y escapa de él vuelto mariposa frente a nuestros ojos. Vemos el rostro de la Maga en todas las comensales y meseras y hasta en los anuncios publicitarios de champú del Metro. La amplitud de la prosa cortazariana se sigue manteniendo vigente en los narradores nacidos en la última década del siglo XX. Prueba de ello es el corte anecdótico y el estirar o subordinar frases que en su tono adquieren cierto carácter pastoso con vestigios afrancesados, y hasta en última instancia es el autor más usado para epígrafes de cuentos o novelas y hasta poemas. Sea por inercia o moda seductora, la reproducción incesante de la figura de Cortázar es hoy retomada como uno de los grandes estereotipos de ese ente raro y heterogéneo al que llamamos Escritor. Será saludable que lo reabordemos no solamente como Meme o libro de citas sino como ese arquitecto poco cuerdo que ha edificado edificios hasta el día de hoy indestructibles. L

Juan Manuel Zermeño (Nuevo León, 1991) estudia Letras Mexicanas en la Universidad Autónoma de Nuevo León. Es editor de la revista khátarsis y Premio de Literatura Joven Universitaria de la UANL.

II. Estaba en tercero de secundaria, cursaba una materia que tenía algo que ver con Lectura y Redacción, pero realmente no lo recuerdo bien porque a esa edad, catorce años, uno piensa en todas las cosas del mundo, quiere todas esas cosas, menos la clase de Lectura y Redacción. En mi salón, el 3º E, sumaban 36 alumnos, 36 mentes dispersas, diversas y emocionantes en el alba de sus pensamientos. Cuando alcanzamos el tema de “Novela latinoamericana” en el programa escolar, la imperturbable y siempre bien combinada Walda Cruz nos recetó Rayuela. Recuerdo que dijo “Algo leve” mientras sonreía, de las pocas veces que le vi ese gesto. Nos dio un mes para leerla, nos pidió que apuntáramos lo que nos parecía más relevante o interesante del libro. Los 36 alumnos de mi clase compramos el libro, que en su edición de bolsillo contaba con 346 páginas. Ya sé que dije que recordaba pocas cosas de ese tiempo, pero cómo olvidar la clase de la maestra Walda y sus leves apuntes sobre la literatura fantástica, sobre el realismo mágico; cómo olvidar la lectura maratónica que hicimos de Julio Cortázar, los recreos en que, dispersos por la cafetería, las canchas de fut, los pasillos, se aparecía de pronto Ollín platicando con Christian sobre el capítulo 83 que no podían entender; o a Karen que hablaba con Lupe y repetían aquel famoso capítulo 7: “Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano”. Cuando conocí a Julio Cortázar comencé a querer recordar más cosas, puse más atención en las eventualidades del mundo, comprendí que la escuela era un lugar en él, que mi maestra de Lectura y Redacción tenía un lugar privilegiado en él y que había comenzado, hacía un tiempo, nuestra propia apuesta en un juego como aquel libro, como una rayuela. Acepto que me acerqué a la lectura de aquel viejo Cortázar —el libro había salido en 1963— más por compromiso escolar, porque solo tenía un mes y una calificación que salvar, y un poco menos por la curiosidad del nombre de la novela; acepto también que, mientras saltaba del capítulo 122 al 112, luego al 154 y luego al 85, mi incomprensión y compromiso se iban convirtiendo en gusto, quizá con reminiscencias de incomprensión, pero de pronto con renovado buen humor. Recuerdo cómo la vocación, o los distintos cauces de nuestras vidas se fueron bifurcando desde esa etapa: Romeo, que jugaba basquetbol, se interesó quizá dos capítulos, luego decidió dejar el libro y pedir copia en el examen. Lore, que después estudiaría algo de “Nutrición”, dijo “Ash” y también dejó a Julito. Ollín, por otra parte, se intrigó tanto con la “forma” en que el texto se presentaba, que investigó más y, claro, siempre la niña del diez, terminó dándonos una exposición muy extensa y aburrida sobre el libro y su autor. Lupe, por su parte, con Alejandra, con Yetna y seguro con alguien más, terminaron sintiéndose la Maga, o queriendo llamarse así; y estábamos en la justa edad en que era admisible querer ser la Maga, añorar París y aventuras, bohemia y ser grandes ya pronto. Yo quería ser siempre alguien más, quizás el extraño Oliveira que deshace sombrillas y duerme bajo puentes. III. La cosa es que a muy pocos nos interesó ese juego al que nos invitaba el loco Julito. Muy pocos tuvimos la paciencia de recorrer, luego de Rayuela, la “Carta a una señorita en París”, el Bestiario, las Historias de cronopios y de famas o las “Instrucciones”. Quizás era una toma de pulso, como tanto dicen por ahí, de nuestra capacidad para el asombro, de nuestra capacidad para volver a jugar mientras leíamos; porque luego comprendí que lo que Walda pretendía con aquella presentación de tal literatura, oh, Walda querida, era nuestra iniciación en el mundo de las letras. Pero pocos lo entendimos, pocos sentimos esa transmutación de axólotl a hombre. IV. “No hay nada de extraño en esto, porque desde el primer momento comprendí que estábamos vinculados, que algo infinitamente perdido y distante seguía sin embargo uniéndonos”. Ahora, que se cumple un centenar de sus graves otoños, seguimos sin entender a Julito, a Walda, seguimos buscando ser la Maga y, sin embargo, a veces hasta imitando la voz afrancesada de aquel gran cronopio. L Jessica Santiago (Oaxaca, 1991) estudia Humanidades en la UABJO. Es becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en Jalapa.


sábado 23 de agosto de 2014 b09

LABERINTO

en librerías

Los jardines estatuarios

Tal vez vuelvan los pájaros

Jacques Abeille Sexto piso Madrid, 2014 459 pp.

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xtraña imagen con la que inicia esta novela que en Francia ha dado origen a una suerte de culto: un hombre pasea por un jardín de cuyos suelos crecen estatuas que prefiguran formas humanas y animales. Esas estatuas reciben los cuidados de un grupo de jardineros, se ven expuestas a ciertas enfermedades y se alimentan de simple agua de lluvia. Más extraña aún es la existencia de una tierra donde las mujeres se ocultan a la vista de los hombres. Abeille ha creado una geografía y una historia fantásticas que a primera vista tienen el espesor de una utopía y más tarde el de una pesadilla política.

El gran frío

Mariana Osorio Gumá Castillo México, 2014 248 pp.

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anadora de la tercera edición del Premio LIPP La Brasserie para novela emergente, esta obra tiene al golpe militar de Augusto Pinochet como trasfondo. La protagonista es Mar, una niña de ocho años poseedora de una sensibilidad especial: tiene sueños proféticos y le gusta inventar palabras. Su mundo cambia cuando su padre debe ocultarse para no ser aprehendido. Él sale de casa un día prometiéndole que va a regresar, pero Mar tendrá que abandonar el país con su madre y hermanos antes de que esto suceda. Ella hará entonces un voto de silencio.

Cartas a Julia

Rosa Ribas Sabine Hofmann Siruela España, 2014 312 pp.

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a autora de la bien vendida novela Don de lenguas vuelve a las mesas de novedades con esta historia que acontece en 1956: durante el invierno más terrible que ha padecido España, Ana Martí, ahora reportera de un semanario de sucesos, se traslada a un aislado pueblecito del Maestrazgo aragonés para cubrir el caso de una niña a la que le han brotado los estigmas de la Pasión. El alcalde y el cura del pueblo reciben a la periodista con halagos y atenciones desmedidas, lo que la hace desconfiar de la autenticidad del milagro que se manifiesta en esa niña cubierta de magulladuras.

Amor que se atreve a decir su nombre

Luis Arturo Ramos Conaculta/ Instituto Literario de Veracruz México, 2013, 64 pp.

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omo lo explica en el prólogo el propio autor, este relato, que no es inédito, es uno de sus favoritos. “La incursión en un espacio de más largo aliento”, explica, “me permitió desarrollar en ‘Cartas a Julia’ aspectos poco trabajados en mis textos anteriores”. Hacer dudar al lector es su propósito. En esta historia, la vida del narrador da un giro cuando llega a habitar el departamento en el que vivía la persona que le da título. Las cartas que le escribe lo intrigan; por un amigo se entera de que Julia se suicidó, hecho que no dejará de perturbarlo.

La prisión del amor

Mario Muñoz y León Guillermo Gutiérrez (compiladores) Universidad Veracruzana México, 2014, 309 pp.

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ctualización de la antología De amores marginales, publicada en 1996 por la misma Universidad Veracruzana, en su título ilustra el cambio de mentalidad que ha habido con respecto a la homosexualidad (la frase original, recordemos, era “amor que no se atreve a decir su nombre”). Con sendos prólogos de los dos compiladores, se presentan cuentos como el clásico “Doña Herlinda y su hijo”, de Jorge López Páez, y el pionero “Los machos cabríos”, de Jorge Ferretis. Juan Vicente Melo, Severino Salazar y Enrique Serna, entre otros, completan la nómina.

El fuego que camina

Hernán Lara Zavala Taurus México, 2014 311 pp.

L

os ensayos reunidos en el más reciente libro del autor de Charras son un amplio abanico que explora a la condición humana a través del erotismo, el amor, la epifanía, la nostalgia. De Malcolm Lowry a F. S. Fitzgerald, de George Orwell a Friedrich Nietzsche pasando por Oscar Wilde, Ernest Hemingway, William Faulkner, Robert Louis Stevenson o Aldous Huxley, el ensayista establece una bitácora que atraviesa los asombros de un puñado de escritores aquejados por dolencias espirituales donde algunas veces el alcohol hace alianza con el oficio literario.

Gladis Monogatari

Jorge Fernández Granados Conaculta México, 2014 146 pp.

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iecisiete ensayos, diecisiete poetas hispanoamericanos nacidos entre 1888 y 1939 concurren en este libro que exhibe a un lector acucioso. Nacen del gusto, más que de la voluntad de establecer un canon. Por lo mismo, no debería sorprender que representen estéticas y estilos tan heterogéneos. Gonzalo Rojas comparte la mesa con José Lezama Lima, Jaime Sabines con López Velarde. Llama la atención que El fuego que camina inicie con Luis Cernuda y cierre con José Emilio Pacheco. Aquél fue un poeta de la melancolía; éste, de la fuerza del tiempo presente.

Víctor Sosa FCE/ Gobierno de Chiapas/ Conaculta México, 2014, 161 pp.

¿

Largo poema en prosa o novela en clave poética? La pregunta importa porque da cuenta de la naturaleza dual de este libro, tan contenido como caudaloso, tan aéreo como terrestre. Gladis Monogatari es todas las mujeres abisales que podemos imaginar, lo mismo la que prende fuego a los corazones de los hombres que la que congela a las turbas en un estadio de futbol. Su sino es, digamos, el de la mutación. “Cumplo con el dolor como una caries”, leemos. “¿Quién puede reprocharme no ser rosa y ser un alcaloide o floripondio? Fui un faquir venenoso”.

La tos de 1947 LOS PAISAJES INVISIBLES Iván Ríos Gascón ivanriosgascon.wordpress.com

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ilhelm Furtwängler dirigió un concierto en los rescoldos de la Alemania derrotada. El violinista invitado por las fuerzas ocupantes fue Yehuda Menuhin para aquella ejecución de 1947 del Concierto en Re de Beethoven que la RIAS (la radio germana) grabó para una incierta posteridad, tomando en cuenta el sombrío estado de ánimo que suele esparcirse en la posguerra. En 1979, Julio Cortázar escuchó aquel concierto en París a través de la frecuencia de France– Musique. El cronopio quedó absolutamente fascinado no por la espléndida mancuerna que hicieron el director alemán y el violinista judío sino por un detalle casi imperceptible, jeroglífico, que brotó quizás en el segundo movimiento pues no alcanzó a registrarlo con exactitud: un pianissimo de la orquesta dejó pasar una expectoración, el golpe seco de un cogote femenino. La mujer debía ser alemana, pensó Cortázar, quizá porque el sentido común dictaba que la totalidad de la audiencia era de ciudadanos de ese país que volvía a la paz con la obertura de uno de sus músicos ilustres, pero lo cierto es que aquella distante, palpable tos, le inspiró una grave reflexión sobre lo maravilloso —ese fenómeno que la ciencia se empeña en esclarecer desde el pensamiento racional—, y sobre el tiempo recobrado. Escribió en “La tos de una señora alemana”, incluido en Papeles inesperados: “Durante más de treinta años esa pequeña tos anónima había dormido en los archivos de la radio; ahora reiteraba su diminuto fantasma en millares de oídos que escuchaban un concierto en otro tiempo y otro espacio. Imposible saber quién tosió así esa noche; ninguna ciencia, ningún caballero Dupin podría rastrear ese origen. […] ¿Quién fue esa mujer, dónde se sentó esa noche, está aún viva en alguna parte del mundo? ¿Por qué esa tos hace nacer estas líneas en otro tiempo, bajo otro cielo?” Nos gusta mirar fotografías

deterioradas. Coleccionamos antiguallas, las buscamos con interés desmesurado en tiendas, mercados de pulgas, tenderetes peregrinos. Para algunos, esos trastos son ornamentos elegantes, para otros el anacronismo solo es el paradigma del kitsch decorativo, aunque si les ponemos atención podríamos querer desanudar —mejor dicho, inventar— la narrativa que contienen. Los restaurantes o cantinas más distinguidas son aquellas de cuyos muros penden fotos de un instante urbano congelado para siempre. Los posteos más exitosos en redes sociales se acompañan de imágenes arcaicas, el viaje en el tiempo embona muy bien en esta época de portabilidad, inmediatez, fugacidad. Para los espíritus curiosos al estilo de Cortázar, la pregunta permanente gira en torno de los protagonistas intencionales o fortuitos de una placa o los dueños espectrales de máquinas de escribir o de coser, planchas enmohecidas, radios, televisores e infinidad de bagatelas: ¿quiénes eran esos transeúntes, digamos, de una foto de la glorieta de Colón de 1950 o los concurrentes de un cine en la década de los 40? ¿Quién compró, en dónde y a qué precio uno de tantos acetatos de bolero que se expenden en puestos callejeros? Un libro de segunda mano tiene más historias que la propia historia que lleva el montón de hojas impresas. Probabilidades infinitas que se anclan en la mente de un fabulador espontáneo como la tos de esa mujer que en el concierto de 1947 simbolizó para Cortázar la maravilla de los juegos de la ilusión, aunque ahora nosotros podríamos decirle a su fantasma que estaba equivocado. El carraspeo no fue de una mujer sino de un hombre, un español con voz de pito cuyo asiento estaba en la tercera fila y que al final de la función cenó una hogaza de pan y una cerveza. Se hizo viejo y como él, en 1951 se trasladó a París donde vivió hasta los años 80. Por cierto, el garrotillo que se coló en el concierto de Furtwängler y Menuhin persistió por más de una semana. L


10 b sábado 23 de agosto de 2014

MILENIO

música ESPECIAL

Sucia luz de madrugada The Go Rounds revitaliza al género alternativo con un sonido que oscila entre el folk y la psicodelia. Su participación en el Festival Holler de Nueva York reunió a cientos de seguidores VIBRACIONES Hugo Roca Joglar hrjoglar@gmail.com

1) Es común que los jóvenes de Kalamazoo, Michigan, terminen la universidad y no encuentren empleo. Entonces se juntan siete u ocho para rentar una casa. Todos tienen sexo con todos. Cenan marihuana y desayunan whisky. 2) Graham Parsons (1987) vive en una de estas comunas. Líder de The Go Rounds, es la estrella de rock de la ciudad. Escribe música y letras (autor de himnos energéticos de aspecto retro como “All Night” y “SUM1LUVU”), canta y toca la guitarra eléctrica. Su voz tiene un extenso colorido (frisa las dos octavas) y posee una técnica impecable: de lo grave a lo agudo sube y baja sin rupturas; matiza brillos y pronuncia suavidades. En el fondo de su canto late una esencia de auténtica grandeza. 3) Al principio, durante los dos primeros Epes (2009 y 2010) y su álbum debut (2011), la música empieza y termina en su voz, que impresiona por el volumen y la variedad de posibilidades expresivas. El problema es que en eso se queda: en un sonido extraordinario aferrado a su propia luz; una voz que desprecia otra ley que no sea la de su canto y, arrogante, se niega a servir a un mensaje, a contar historias o a crear un personaje. Entonces las canciones, incluso las mejores (como “The Weaver”, “Sure to Return” o “Cornmouth”), son ricas en efectos y pobres en el mensaje. En vivo, el éxito es rotundo. Graham salta, corre, sonríe, agita la melena, gesticula, mueve la cadera, y en la voz tiene tantas fuerzas reunidas (espirituales, lúdicas, románticas, violentas) que resulta imposible no ir admirado hacia ella. Todo va bien mientras esa voz suena: la gente baila, se divierte y sorprende; después del concierto, compra el disco con la seguridad de haber descubierto a una nueva estrella. Al regresar a casa, nadie puede recordar las letras o alguna melodía, y cuando se reproduce el disco, al cabo de un rato las canciones suenan a la misma: se olvidan y esa voz es lo único que permanece como el aislado recuerdo de un hermoso sonido vacío. 4) El álbum Feathername (2012) representa un paradigma en la carrera de The Go Rounds. Por primera vez hay una línea narrativa en su música: las canciones están unidas a través de la coincidencia del

La banda de Kalamazoo, Michigan

fracaso amoroso. Es un relato sin personajes concretos ni continuidad dramática, cuya apuesta es ofrecer en cada canción una mirada interesante hacia un romance que nunca puede consolidarse. Aunque no todas lo logran (por momentos el disco resulta demasiado ambiguo), la voz de Graham encuentra en esta historia una dirección para sus poderes, que lucen plenos en dos canciones memorables: “For Two” (sobre un viudo que se pregunta qué hubiera pasado de haber amado libre a su mujer, sin las ataduras del matrimonio y los hijos) y “Kalamazoo Gospel”, que plantea un amor de mentiras y muchas dudas y en la que el coro se pregunta: “¿Estarás hambrienta de otros mientras te acuestas a mi lado?” 5) “Kalamazoo Gospel”determinó el futuro de The Go Rounds. La nueva música de Graham, contenida en los Epes Summer Sweet (2013) y el nuevo Purple Mountain Travesty (2014), se ha vuelto trascendente tanto artística como socialmente: explora desde adentro el significado de ser un kalamazooan moderno (en la canción “Noontide”, por ejemplo, se incluyen palabras en argot local, como “fennin”, equivalente a “mala vibra”) que se asume integrante de una generación en crisis y se pregunta el porqué de su vida triste y promiscua. Esta falta de sentido se fragmenta en múltiples imágenes, que casi siempre suceden envueltas en

la sucia luz de la madrugada. Algunas son sutiles: un reclamo de amor desencadenado por los misterios en el peso y las posiciones de una mano (“First Light”). Otras son violentas: la desesperación por encontrar a “alguien a quien amar, un puerto para resguardarme durante días más duros” (“Dusk”) y descubrir, como siempre, un amor falso, que nació de la necesidad de sumar un número más en una interminable lista de cogidas sin pasión y orgasmos sin futuro. 6) En la canción “Dark Devotion” un joven que despierta entre “visiones de muertos y moribundos” se arrepiente: promete abandonar esa tonta adicción a la oscuridad, dejar de destruirse y utilizar la madrugada para renacer, “para ser joven otra vez”. Ese arrepentimiento es mentira y la historia destructiva se repite. El ciclo es tan implacable y doloroso que a veces, junto con las primeras luces del día, grises y suaves, el corazón siente un terror inexplicable y junto con el terror el impulso de arrancarse los ojos (“No Eyes”; quizá la mejor canción del grupo) para así entregarse completamente a ese amor con el que solo se encuentra la muerte; una muerte que pudre y que se usa para pudrir también al amante. L Escucha a Graham Parsons and The Go Rounds en thegorounds.bandcamp.com ESPECIAL

Filólogo de la música Carlos Mapes A Juliana Vázquez

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esde muy joven Mark Knopfler tuvo dos grandes dilemas de difícil salida. Por un lado, resolver su precaria situación económica, y, por otro, su obsesión por conformar una auténtica banda de rock que fuera capaz de crear un estilo musical propio, inconfundible y nítido; fluido, potente y virtuoso, lejos del punk, del New Wave y de la música disco. Para ello el nombre del grupo que se le ocurrió fue Dire Straits, “grandes apuros”. Invitó a su hermano menor David y añadió una sección rítmica formada por John Illsley, bajo, y Pick Withers, batería. Mark Knopfler, el ex profesor de filología inglesa, desde un principio se erigió como el líder de la banda. El primer single, en el cual está presente el blues norteamericano, fue “Sultans of Swing”. Mark Knopfler: tejedor de palabras, guitarra intuitiva de impecables arreglos en “Local Hero–Wild Theme”. Sus sonidos son cantos elegantes, historias completas. Plática animada su voz. Monólogos de guitarra con gratos coloridos. Communiqué (1979) es un álbum emblemático, en el cual se incorporan

Mark Knopfler, líder de Dire Straits

los teclados en la música de Dire Straits. Para la despedida de David Knopfler, en Making movies (1980) se duplican las teclas con Roy Bittan: tamborileo de dedos, los arreglos se vuelven más complejos. Tonalidades suaves y blandas, tórridos romances en “Tunnel of Love” o “Expresso Love”. Inventar, al igual que Shakespeare, su propia historia de amor imposible en “Romeo and Juliet”. En sus canciones de larga duración de Love Over Gold (1982), Dire Straits incluye al guitarrista Hal Lindes y al tecladista Alan Clark, para construir atmósferas instrumentales, baile de rock progresivo dentro del oído, en un estilo musical que se creó para no bailar. El punto culminante

es Brothers in Arms (1985): el arte se subleva ante los horrores de la guerra. Una de las guitarras de Mark Knopfler, en este caso un “dobro”, es la protagonista de la portada, grueso calibre de cuerdas para que resuene el country, pero, sobre todo, el blues. Guitarra acústica con tono duro, metálico, introducida al rock por Knopfler. Imagen majestuosa para uno de los grandes músicos. Canciones igual de elocuentes, como “So far Away”, “Walk of Life” y “Brothers in Arms”. Para recorrer el largo camino hacia uno mismo, me acompaña siempre la grandiosa tonada de “Ticket to Heaven”; sonido refinado, áspero: una despedida con tintes de cereza. L


sábado 23 de agosto de 2014 b 11

LABERINTO

cine Gabriel Nuncio

“Me gustan las historias que no se resuelven por completo” En marzo de 2006, el regiomontano Diego Santoy asesinó a los hermanos de su novia. Cumbres ofrece una desusada interpretación de este hecho CORTESÍA PRODUCCIÓN

Hizo de la historia una road movie… Fue una pesadilla porque padezco de claustrofobia. No había analizado que iba a pasar tanto tiempo en un auto y tuve que interrumpir la filmación. Nos movimos de Monterrey a Matehuala, e hicimos la película en una época en la que el tema de la violencia era más evidente. ¿Tuvieron algún incidente? En principio no, pero en una ocasión el encargado de sonido directo nos pidió parar porque oímos una balacera. Lo cierto es que hoy los procesos de filmación son distintos. Ahora hay mucha suspicacia y no es fácil que te presten locaciones. Me llama la atención que sea claustrofóbico, cuando la película tiene una fotografía muy cerrada. Fue un reto que ha tenido distintas reacciones. Quisimos estar la mayor parte del tiempo en el coche porque era importante transmitir la idea de un viaje sin descanso en el que las protagonistas están atrapadas o presas de sí mismas. Gracias a eso conseguimos mostrar una relación de hermanas más relajada y entrañable. En un punto, incluso se dejan de ver como fugitivas. ¿Por qué en blanco y negro? Lo platiqué con el fotógrafo y nos pareció adecuado para la narrativa y la estética de la historia. ¿Partir de un crimen reciente supuso una limitante? Fue extraño porque este caso significó el último crimen con nombre y apellido antes de que empezara la guerra contra el narco. Por alguna razón, permaneció en la memoria de la gente a pesar de que después Monterrey vivió una época más decadente. Los medios se volcaron sobre el crimen y cada uno tenía una versión, de modo que para mí la película supuso la posibilidad de hacer una interpretación del crimen. Se supone que este chico escapó con su hermano y siempre me dio curiosidad saber qué platicaban entre ellos. En este sentido, la película me permitió encontrar respuestas a este tipo de cuestiones.

Las actrices Aglae Lingow e Ivanna Michel

ENTREVISTA Carlos Jordán gonzalezjordan@gmail.com

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n 2006, Diego Santoy mató a los hermanos de su novia en Monterrey. Gabriel Nuncio retomó la historia para filmar Cumbres, un filme minimalista que versa sobre la relación entre Juliana (Aglae Lingow) y Miwi (Ivanna Michel), dos hermanas que toman carretera para escapar de la policía.

La película se basa en un suceso de nota roja. Sin embargo, cambió el sexo del protagonista. Fue un accidente positivo. Una chica hizo un casting para un papel distinto. Llegó con una amiga y cuando vi la interacción entre ambas decidí que tendrían que protagonizar la historia. Llevaba nueve meses buscando actores porque hay que reconocer que en Monterrey no hay un semillero de intérpretes. Además, al rodar con mujeres hice más femenina la historia y acallé un poco el morbo.

Hay un tono minimalista en la película, pocos personajes, música. ¿Fue premeditado o una cuestión presupuestal? Obedece a un poco de todo. No entiendo por qué meten la película al recipiente de cine contemplativo. Entiendo que no lleva prisa pero tampoco es lenta. Si fuimos minimalistas se debió al presupuesto y a que quería concentrarme en dos protagonistas. Originalmente tenía más música y personajes pero en la edición se recortaron elementos porque sentía que la historia tenía que concentrarse en dos hermanas. ¿Por qué el final abierto? Me gustan las historias que no se resuelven por completo. Quería dar con los elementos para conocer la historia pero que al final fuera el espectador quien la resolviera de acuerdo a la información y la experiencia con que cuenta. Aun así, para mucha gente no es un final abierto. L

HOMBRE DE CELULOIDE ESPECIAL

Humor y virtuosismo Fernando Zamora @fernandovzamora

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l cine de España se pone hollywoodense y, aunque pareciera que no, si uno saborea con gusto la película Grand Piano verá que ahí está la imagen sofisticada y el descocado sentido del humor que caracteriza al cine español. Lo anterior no significa, por supuesto, que la historia no esté enraizada en el cine más clásicamente hollywoodense, pero a la típica historia de suspenso Grand Piano agrega su belleza colorida, el contraste en los colores, la cámara en el sitio insospechado (perfecto) y sobre todo un guión que mantiene al respetable al borde del asiento. Elijah Wood hace a un pianista medio traumado que está a punto de volver al escenario luego de una ausencia de cinco años en que se ha dedicado a estudiar una “obra imposible” y a aparecer en los tabloides de espectáculos como esposo de la actriz de moda. Durante el clímax de la película la esposa en cuestión demostrará, sin embargo, que es más que una cara bonita. La escena es espectacular. Grand Piano parece cine de los años cincuenta, pero lo digo como un elogio. Tiene algo de Hitchcock, no tanto por el suspenso como por la complejidad psicológica del protagonista y, sobre todo, porque las cosas no son nunca lo que pare-

cen. Difícil ahondar en este tema aquí sin vender trama; baste decir que la historia de Grand Piano gira en torno a un virtuoso y la película es, en sí misma, virtuosa. Para exponer este punto vale la pena definir lo que entiendo por virtuosismo desde el punto de vista musical. Virtuosa es una obra que por su dificultad requiere de virtudes por parte del pianista. A menudo estas obras carecen de profundidad; sin embargo, hay otras que además del virtuosismo ofrecen al auditorio una nueva perspectiva con respecto a las posibilidades técnicas del piano y de la música en sí misma. El Primer concierto para piano de Tchaikovski es de esta clase. No es casual, por tanto, que el concierto que Selznick interpreta a lo largo de la primera parte de Grand Piano tenga un aire que recuerda el tercer movimiento de esta obra. El director, el intérprete y el compositor (los tres igualmente importantes en esta película) están queriendo decir que, efectivamente, su obra es como un buen concierto de piano. No se trata solo de la dificultad (el filme está rodado en una sola locación y sin elipsis, es decir, sin cortes en el tiempo, solo al final: en esto radica su virtuosismo), se trata sobre todo de que estas dificultades en la producción tienen sentido, no son solo efectos o fuegos artificiales. Así que Grand Piano resulta una excelente película.

Grand Piano. Dirección: Eugenio Mira. Guión: Damien Chazelle. Música: Víctor Reyes. Fotografía: Unax Mendía. Con Elijah Wood, John Cusack, Kerry Bishé. Francia, Italia, 2013. Eugenio Mira es español. Los productores, el compositor y el fotógrafo son españoles. La película, sin embargo, goza del dinero de Estados Unidos y se nota. La tradición del cine de España se une al espíritu del mejor cine de California. El resultado es una historia llena de sorpresas y golpes dramáticos. Una película de referencias clásicas y una que otra licencia de autor que en realidad se perdonan porque Grand Piano termina por ser una película entretenida, asombrosa y, en suma, llena de virtuosismo. L


12 b sábado 23 de agosto de 2014

MILENIO

varia MATTHIAS GRÜNEWALD

IRMA GALLO

El autor de Canción de tumba

La tentación de San Antonio (detalle)

Herbert y la división ¡entre! Los nortes

La gruta de Antonio

ARCHIVO HACHE

CASTA DIVA

Heriberto Yépez hyepez.blogspot.com

H

ace poco Julián Herbert charló en la Cátedra Alfonso Reyes del Instituto Tecnológico de Monterrey acerca de “La literatura y el norte de México”. Aseguró que la “Nación” no debe preocuparse: no existió literatura del norte. Acapulqueño residente en Coahuila, hoy Herbert niega que exista una literatura del norte de México y, para paz mental de algunos, dice que lo norteño fue un branding. Aclara —el video está en YouTube— que fue un norteño por branding y hoy es un branding post-norteño. Lo que dice Herbert es falso pero creíble. ¿Cuántos pueden conocer realmente la historia literaria de los nortes? Herbert ignora o —peor— finge ignorar que la literatura del norte tiene décadas de historia, y está dispersa, fragmentada, malentendida y es abundante y multiforme. Solo ignorándola o desdeñándola se puede creer lo que Herbert generaliza, oculta o tergiversa. Las mejores obras de poesía, narración, ensayo, teatro escritas en el norte casi no circularon fuera. Herbert omite mucho. Por ejemplo, a Rafa Saavedra, a quien ha imitado tanto. ¿Por qué? Saavedra no fue comercial. Así hace con docenas de distintos nortes. Si no lo menciono, por ende, ¡no existe! Regla de oro de la crítica centrípeta. E insiste que literatura es branding. ¿“Vender un producto” es el criterio de escritores? Depende de qué tipo. De quienes persiguen modas y ventas, probablemente, sí.

En los escritores verdaderos, no. Herbert remata diciendo que (según Gatopardo) es parte del Golden Age coahuilense. Imprecisión, triunfalismo y poco espíritu crítico. Para entender lo que Herbert dice (y lo que no dice) hay que tomar en cuenta una ruptura de tuerca: hemos pasado de la División del Norte a la división entre los nortes. Herbert dice que hay diferencias entre escritores del noroeste y los del noreste y asegura que él como noresteño se siente más cerca de la Ciudad de México que de Tijuana. Lo post-norteño es, sobre todo, lo que se deslinda de separatismos, regionalismos o bárbaros. Norteños que se ven a sí mismos con ojos centralistas. Carlos Velázquez fabricó el discurso sobre lo postnorteño; la política editorial necesitaba escucharlo y Herbert le saca mayor provecho. Para que ese discurso pegue requiere lectores desinformados o ninguneadores de la historia real de escribir en el norte. Es grave que Herbert hable con tal ligereza de la literatura hecha por tantos otros, que hable con wiki-mercadotecnia de la resistencia de muchos espacios y tiempos, que parece no conocer o le sirve falsificar. Herbert necesita que pasemos por alto lo que dice. Necesita que no se reconozca que las literaturas del norte no fueron un branding para sí mismas, sino que para él lo fueron y hoy las desestima porque —avisa— hay un nuevo nicho de mercado. L

Avelina Lésper www.avelinalesper.com

E

l pasado está fuera de nuestro control. Los recuerdos crecen con nuestra propia imaginación, les otorgamos el poder de ir y venir, les damos forma, los construimos. El pasado existe dentro de nuestro propio ser, no existe en la realidad. Aunque nos torture lo propiciamos, es irrecuperable y lo perseguimos. Una de las tentaciones más terribles en la que podemos caer es la de invocar al pasado, regresar a las experiencias que no debimos vivir y especular en las que no vivimos, culparnos y castigarnos. Presentimos el estado de indigencia emocional que nos degradará hasta perdernos a nosotros mismos. Es el pánico a caer en la tentación de ser esclavos del pasado. La representación de este martirio llega a su clímax en la pintura religiosa y las diferentes versiones de las Tentaciones de San Antonio. El anciano profeta es visitado por los demonios que tratan de retirarlo de la contemplación de su fe. El tormento de Antonio es que él ha generado a sus demonios, el más peligroso de todos es él mismo. En la desbordada y violenta pintura de Matthias Grünewald, óleo y temple sobre madera, panel derecho, 1512, Antonio es fustigado por especímenes terribles que se crecen ante la debilidad de su víctima. Grünewald se deja llevar por la influencia de El Bosco y seducir por la imaginación, ese demonio que posee a los artistas, y pinta seres con cuerpos de águila y brazos secos que azotan al santo con quijadas de burro y varas de madera; otro con cuernos y colmillos le arranca el cabello; una masa de voraces mutaciones que gimen, aúllan y lo despedazan dentro de la ruinosa cripta de la memoria en la que otros seres contrahechos y enloquecidos pelean y vuelan. Este horror es tan grotesco y desbordado que podría evocar con una metáfora fantástica los fermentados remordimientos por lo que hicimos y lo que no hicimos. Antonio les permitió la entrada y cedió a dejarse poseer en la privacidad de su propio infierno, en el castigo cotidiano de recordar. Lo que trajo Antonio de su pasado se encarna en ese dragón, escuchamos sus alaridos y se deforma hasta convertirse en algo más

fuerte que el profeta. Al lado de Antonio yace un enfermo de ergotismo, un mal que data del año 1095 causado por el centeno contaminado por hongos. Esta enfermedad también llamada “Fuego de San Antonio” necrosa el cuerpo con fiebre y pústulas purulentas parecidas a la viruela. Miedo terrible al azar de las enfermedades. Miedo trágico es el azar de las personas que se convierten en enfermedades, en pústulas, en un castigo que no merecemos, que nos rehusamos a dejar en el camino, lucimos sus cicatrices y las padecemos como un mal incurable. Antonio se defiende y apuñala al dragón que le muerde la mano con su pico rapaz: nos hiere matar lo que hemos creado y nos hiere más dejarlo vivo. Para dar esta visión del pánico que posee a Antonio, Grünewald inventó personajes que no podremos ver ni en el delirio o las drogas. Las torturas de la psique carecen de forma, de tamaño, no tienen modelo o parámetros, solo la irrealidad del esperpento puede construir una metáfora que nos ayude a comprender lo incomprensible, a dimensionar su irracional presencia. El pasado son imágenes, ideas que suceden dentro de nuestra memoria sin orden y con voluntad propia, saltan desde sitios inaccesibles, se refugian en cavernas oscuras. Traerlas desde ahí y hacerlas reconocibles dentro de su presencia casi amorfa es un reto formidable, al ver los seres fantásticos de Grünewald, sin coherencia ni proporción, evocamos ese miedo doloroso a desprendernos del espejismo de la representación del mundo y lo que creemos que somos. No podemos vivir sin memoria, pero deberíamos lograr vivir sin muchos recuerdos, tener el poder de apuñalarlos, de enterrarlos, o por lo menos verlos con la distancia de lo que ya no existe. Tenemos miedo de nosotros mismos, de nuestras reacciones, debilidades, furias, de exhibir lo pequeños que somos ante algo tan frágil y engañoso como nuestras memorias. El enemigo toma formas portentosas, se fortalece en la pelea, Antonio padece esa lucha violenta, tal vez triunfe y eso le otorgue la paz. Si pierde y se deja llevar por sus pensamientos, ya sabemos en lo que se convertirá. L


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