Laberinto
SOBRE CARSON McCULLERS alonso cueto p. 03
OTRA FACETA DE EUSEBIO RUVALCABA ignacio trejo fuentes p. 08
ACTUALIDAD DE EL MACHETE
josé maría espinasa p. 04 y 05
MILENIO
NÚM. 714
sábado 18 de febrero de 2017 FOTO: OSWALDO RAMÍREZ
FEDERICO CAMPBELL vicente alfonso p. 06 y 07
ANTESALA
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LABERINTO
ESPECIAL
El futuro del pasado ARMANDO GONZÁLEZ TORRES @Sobreperdonar
ESCOLIOS
L
os proyectos utópicos de cambio no siempre apuntan al futuro y muchos tienen una nostálgica fijación con el pasado. El inglés William Morris (1834-1896) fue un espíritu exquisito y un militante social radical. Rico heredero, Morris se apasionó por el arte y la cultura medievales y, bajo el hechizo de John Ruskin y los prerrafaelitas, cultivó el dibujo, las artesanías, la decoración, la edición y la poesía. Morris militó en el socialismo inglés y se sintió atraído por la doctrina de Marx, aunque conservando su filia medieval y su fobia modernista: “Aparte del afán de producir cosas bellas, la principal pasión de mi vida ha sido y es el odio hacia la civilización moderna”. Para el acaudalado Morris lo más desgarrador del capitalismo no eran la miseria y la desigualdad, sino la erradicación del goce del trabajo y, por ello, escribió una celebérrima novelamanifiesto, Noticias de ninguna parte, que retrata una paradójica sociedad pastoril del futuro. La materia literaria de Noticas de ninguna parte es modesta: un socialista
ALFILERES ARMANDO ALANÍS @elsaltillero
inglés (William Guest) se queda dormido pensando en lo que la revolución depara a la humanidad y cuando despierta y se encamina a su paseo matutino se encuentra, a la orilla del Támesis, a un hombre afable, al que confunde con un remero, y quien suponiendo que el paseante es un extranjero se ofrece a guiarle. A medida que Guest avanza su paseo y conoce a la familia y amistades del guía, entiende que se ha transportado al Londres del 2012 y que ha ocurrido la anhelada revolución, gracias a la cual se han desterrado la propiedad privada y la pobreza, al tiempo que se ha operado una involución virtuosa, pues los habitantes visten indumentarias de facha medieval, se transportan en carruajes o barcas, ejercen las más diversas artes y gozan una existencia bucólica y hedonista. La especie ha mejorado, se desprecia la acumulación material aunque se ama lo bello, la gente es más sana, atractiva y longeva y las relaciones amorosas son espontáneas e igualitarias entre los sexos. Desgraciadamente, justo cuando el tímido Guest intenta cortejar a una bella y liberal
¿
Para qué sirve ir de marcha?... Bueno, en España esta expresión significa el peregrinaje relajado tras la semana de curro o estudio intenso. Es la juerga sin pausa de bar en bar, la promesa y el anhelo de un finde frenético que te sustraiga del hastío y te armonice con el espíritu aventurero. Ir de marcha tiene un efecto poderoso: desata las riendas del ego y lo deja cabalgar como un potro salvaje. En Madrid y Barcelona es casi religión. Aquí la expresión tiene otro sentido. Ir de marcha supone manifestar tu desacuerdo con disposiciones que atentan contra el bien común; protestar por los atropellos, los crímenes, la violación de los derechos humanos, las omisiones del Estado o exigir que se haga efectiva la justicia y la equidad,
campesina, se despierta y vuelve a su insufrible Inglaterra del XIX. Coja empresa literaria, la novela de Morris es, sin embargo, la noble fantasía de un esteta que entiende la revolución no solo como un cambio de propietarios, sino como una hermosa regresión a un paraíso en donde los placeres más tangibles han de sustituir al trabajo enajenante. L
Por favor, sea breve. Por favor, breve. Sea breve. Breve.
De marcha LOS PAISAJES INVISIBLES
William Morris
IVÁN RÍOS GASCÓN @IvanRiosGascon
que terminen los castigos laborales o económicos que se infligen cotidianamente a la ciudadanía ya que la sensatez, la responsabilidad, son atributos que desconocen o desprecian los gobiernos. Sin embargo, hay que ser honestos: la marcha ya no surte efecto alguno para manifestar la discrepancia ni para hacer patente una protesta y mucho menos para conseguir que se satisfaga una exigencia. Hace tiempo, mucho tiempo, que la desfondada institucionalidad mexicana advirtió que una marcha ni siquiera la despeina sino todo lo contrario: mientras más nutrida y estorbosa sea, la marcha inspirará encono en aquellos que no comparten intereses o en los que no han sido ni se sienten afectados por lo que se demande. La marcha, debido a las molestias que genera en
cuestiones de movilidad, espacio, tiempo, es valiosa para polarizar a la sociedad, devaluar las causas y desgastar las luchas. Una marcha es un símbolo y ah, cómo amamos los símbolos. Aún pensamos que la imagen de avenidas tapizadas de cabezas y pancartas agitará con más fiereza las aguas en las que zozobra el Titanic nacional pues irá sumando adeptos, cimbrará a la opinión pública, pondrá a temblar a los Poderes o en el colmo de la buena fe o la ingenuidad, porque la foto dará la vuelta al mundo y obligará a recapacitar, aunque sea a regañadientes, a quienes toman malas decisiones para el bienestar, el progreso, la soberanía y el futuro del país (cosa curiosa: el símbolo sí pesa en el exterior pero como mero hecho anecdótico porque en el interior, el suelo que pisamos, rara vez consigue algo, por mínimo que sea). Una marcha saca al inconformista y al contestatario que llevamos dentro pero también al intolerante, al reaccionario, al entusiasta del garrote y la mano dura. Ambos bandos se manifiestan sin pudor. En estos tiempos de redes sociales, unos se adhieren a la causa, otros suspiran por las prácticas de
represión que se aplican en otras latitudes pues hay marchas buenas y malas, legítimas o espurias, rentables o improductivas y hasta en el paroxismo del delirio, de ricos y pobres, de guapos y feos. ¿Quizá es por eso que hay marchas que se contienen y encapsulan y otras en las que hasta los granaderos tienden cercos para que los caminantes paseen en santa paz? Ir de marcha, aquí, supone manifestarse, protestar o exigir infructuosamente. Representa simpatizar con unos y ganarse el odio de otros. Deambular, gritar proclamas en el México fallido por la inveterada corrupción, la violencia, los feminicidios, los desaparecidos, el crimen organizado y la impunidad (institucional o delictiva), el nulo avance económico, el desempleo, la devaluación, los gasolinazos o el servilismo diplomático, ya es una expresión caduca. Entonces, si en los hechos sabemos que una marcha es inservible para llamar a cuentas a los abusadores locales o para resolver los conflictos caseros, ¿por qué esperar que el símbolo sensibilice al vecino distante que ha hecho del bullying político y retórico su deporte favorito? L
dirección josé luis martínez s. edición roberto pliego, iván ríos gascón arte y diseño salvador vázquez
MILENIO
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× OZ A M
Y E H YA
sábado 18 de febrero de 2017
ANTESALA
ESPECIAL
( 1 9 5 6 –2 01 2 ) ×
Grítale que es un romántico Ofrecemos este poema inédito de uno de los representantes de esa generación que puso oídos sordos al canto de la posmodernidad
A
gárrale el chamoy por lo blandito a la mentada esperanza y por lo salado a las promesas. Déjasela ir a los delirios y revuélcate a dos de tres cogidas con el chiflido de la neura. Rema a contracorriente chingándole al amor sus tesoritos y remámale con furia implacable los chicharrones al infinito olvido. Tírate a la prendidez hasta que te la acabes y bájale rencor a punta de mordidas. Súbele temperatura a golpes de labio y métele el corazón por donde le quepa. ×EKO×EX LIBRIS×RACHILDE×
Carson McCullers
La gran soledad LA GUARIDA DEL VIENTO
N
ALONSO CUETO
acida en el estado de Georgia, el 19 de febrero de 1917, Carson McCullers llega a su centenario haciéndonos muchas preguntas. Su prosa sencilla y sus personajes tiernos y deformes siguen con nosotros. Quizá la pregunta más frecuente que nos hacen sus libros es si el amor no es el camino más seguro y natural a la soledad. Fue la experiencia de su vida. Educada en la música, su padre le regala una máquina de escribir cuando ella es una adolescente. Muy joven se siente atraída por un escritor de rostro brumoso. Se trataba del violento, incierto, Reeves McCullers. Antes de casarse con él, McCullers (que en realidad se llamaba Lula Carson) informa a sus padres que va a hacer el amor con su novio para poder conocerlo mejor. Más adelante concluye: el sexo no es la fuente de experiencias sagradas que había descrito D. H. Lawrence sino un experimento banal. Desde entonces, la vida marital sigue el curso de una montaña rusa. Por fin se separan en 1940. Pero para entonces Carson había publicado su primera novela, El corazón es un cazador solitario, que la había lanzado a la fama. Aun separados, Reeves y Carson seguirían viéndose y explorando relaciones homosexuales (entre ellas la pasión de Carson por la escritora suiza Annemarie Schwarzenbach). Reconciliados, Carson y Reeves se enamoran del mismo hombre, el músico David Diamond. Es posible que el triángulo sea la base de La balada del café triste. En 1953, Reeves le propone a Carson suicidarse juntos en París. Carson huye pero Reeves cumple con su propósito. Víctima de derrames cerebrales y parálisis de cuerpo desde los 31 años, Carson siempre mantuvo una vivencia religiosa. John Huston cuenta que cuando fue a visitarla en su lecho de enferma, le preguntó qué significaba ser escritora. “Escribir es una búsqueda de Dios”, le contestó ella. En ese instante, el crucifijo que colgaba de la pared se desprendió y se quedó balanceando. Ambos estallaron en carcajadas. Buscar a Dios pero no encontrarlo. Si hay algo en común al sordomudo Singer, al jorobado Lymon o a la amazónica giganta Miss Amelia, es su soledad radical. Todos tienen una característica que provoca el rechazo social. La intensidad delicada del amor en un cuerpo grotesco es una premisa de sus libros. El amor de Lymon por Macy en La balada del café triste nos recuerda: “la persona más mediocre puede ser el objeto de un amor salvaje, extravagante y bello como los lirios venenosos en el pantano”. Vivió solo 50 años pero fue suficiente para dejarnos esos personajes amados. L
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LABERINTO
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La izquierda ante la crítica La edición facsimilar de la revista publicada entre 1980 y 1981, es clave para entender el proceso que transformó al Partido Comunista Mexicano en actor de la apertura democrática y en vocero de las minorías frente a la ortodoxia política
ENSAYO JOSÉ MARÍA ESPINASA
A
fines de 1979, como señala Roger Bartra en su sucinto prólogo a la edición facsimilar de la revista El Machete, que acaba de aparecer, se empezó a hablar en el Partido Comunista Mexicano de una revista que diera cuenta del proceso que vivía, mezcla de continuidad de los discursos ortodoxos de una ideología que había permanecido casi estática en nuestro país, y cuya vida había ido desde una fuerza real e importante en la década de 1940 a un largo periodo de vida clandestina que diluyó su peso político, y una reciente legalización operada por el gobierno como parte del proceso de cicatrización de la herida abierta en 1968, y que hacía obligatoria una puesta al día del discurso del PCM. Esto me interesa subrayar: el 68 estaba aún muy fresco, la estrategia del régimen de Luis Echeverría, uno de los responsables directos de la represión, no había funcionado del todo, en buena medida porque era pura retórica de conciliación, como demostró casi de inmediato el Jueves de Corpus, el 10 de junio de 1971, y ya casi al fi nal del régimen, el golpe orquestado contra Julio Scherer García, director de Excélsior, que había impulsado una actitud crítica e inédita contra la democracia sin adjetivos. Bartra, según él mismo explica, más por una mezcla de circunstancias azarosas que por una razón previsible, asumió la dirección de la revista en un clima adverso en el PCM, gracias al apoyo de una de sus figuras históricas y secretario general en aquellos años, Arnoldo Martínez Verdugo. Ese azar, visto retrospectivamente, tiene, sin embargo, algo de necesidad. Bartra, autor ya entonces de libros importantes, había participado en varias revistas de pensamiento político y había pasado por distintas experiencias de la izquierda latinoamericana, pero había vivido el 68 mexicano desde lejos y su postura no era muy bien vista por las figuras hegemónicas de la izquierda. Por otro lado, el título mismo de la revista, tomado del órgano del propio partido en la década de 1920, si bien no tenía aún el simbolismo que le daría el confl icto de Atenco, sí tenía un efecto sentimental teñido del heroísmo del comunismo mexicano y una carga de violencia con la cual los que la hacían no
comulgaban (de hecho, el título propuesto por Bartra fue Rayuela). Pero también sirvió su sentido simbólico para darle el tono al diseño combativo contra los propios heroísmos de la izquierda, del Lenin con cuernos al Che Guevara warholiano, que tanto rechazo provocaron y que hoy vemos como ingenuos. Los prólogos del facsimilar abordan y sitúan a El Machete como un hecho político esencial para entender lo que ocurrió con el PCM y con la izquierda mexicana en las últimas décadas del siglo XX. Dan información suficiente, tanto de su recepción pública como de las entretelas, y tienen un sabor aún polémico por los rencores persistentes en contra de esa “inteligencia de izquierda” que no solo acabó con la revista muy pronto, sino que empobreció aún más el discurso con ese signo al no abrirlo a la crítica y a las nuevas tendencias que, por ejemplo, se desplegaban en la izquierda europea. Me interesa subrayar el contexto de su aparición. En 1971 había surgido, experiencia clave, la revista Plural, con la dirección de Octavio Paz y como parte del proyecto de renovación de Excélsior. Pero la primavera de Excélsior duró solo cinco años, siempre bajo la presión política y económica del régimen, que no toleraba las críticas, y que, especialmente las del prestigiado historiador Daniel Cosío Villegas, molestaban a Luis Echeverría. Lo ocurrido en 1976 ha sido ampliamente documentado por los participantes. De allí salieron el periódico unomásuno y posteriormente La Jornada, también el semanario Proceso, la revista Vuelta e indirectamente la revista Nexos, más un buen número de publicaciones de menor alcance. La intención de extirpar el “tumor crítico” que representó el golpe a Excélsior fue contraproducente: hizo metástasis y diversificó el impulso crítico. La convivencia de Vuelta y Nexos esquematizó el espectro ideológico, alineando de manera simplificadora a la derecha con la primera y a la izquierda con la segunda. Y remitió a la academia, poco dada a la heterodoxia, a muchos de los pensadores críticos. En ese contexto, al empezar los años ochenta, surgió El Machete. Y lo primero que se planteaba era incorporarse
al impulso crítico desde su lado más visible, que no es necesariamente el más superficial: el diseño. En eso intervino de manera fundamental un alumno de Vicente Rojo, formado en la escuela de la Imprenta Madero, Rafael López Castro, dispuesto a entender y a llevar a la práctica el afán provocativo y el humor que Bartra y su equipo usaron de punta de lanza y que, basta con ver las reacciones que provocó en la ortodoxia comunista, fue muy efectivo. Una de las importantes diferencias con otras publicaciones de izquierda en aquellos años fue su tiraje: 20 mil ejemplares eran realmente muchos cuando ese tipo de revistas se limitaban a los consabidos mil. Además, salió a los puestos de periódicos, rompiendo el cerco de la mala distribución. Era un paso adelante en la superación del encapsulamiento al que se sometía a las revistas críticas. El ejemplo evidente de la importancia de alcanzar un gran público fue Proceso. Pero la mayor diferencia residía en la incorporación de un humor iconoclasta y paródico que tenía su antecedente, si acaso, en la rica tradición de cartonistas mexicanos. La risa no era usual y cuando aparecía solía tener un gusto amargo y no festivo. Por otro lado, como señalan los prologuistas, era un órgano crítico, pero pertenecía —era propiedad— del Partido Comunista, lo que condicionó su orientación, claramente política más que cultural. Y, además, muy ligada a la coyuntura y a la necesidad de ocuparse de cuestiones si no del todo inmediatas sí necesarias en su momento, como las líneas políticas de los sindicatos, la teoría sobre el movimiento obrero y campesino, el congreso del partido, las problemáticas de las izquierdas latinoamericanas (recuérdese que estaban recientes los exilios chileno y argentino y el entonces todavía esperanzador triunfo del sandinismo en Nicaragua) y, así sea muy tímidamente, la revisión de la Revolución cubana. Difiero del señalamiento de Domínguez y Concheiro en sus prólogos, de que el modelo fue El Viejo Topo español, no solo porque su línea anarquizante y heterodoxa era ajena al clima cultural mexicano, sino porque tenía una voluntad y un contexto distinto. La transición española fue diferente a la mexicana. El Viejo Topo respondía a un público lector ávido de nuevas propuestas y de recuperación de heterodoxias. Desde luego que El Viejo Topo, como Quimera o Camp del arpa, eran revistas buscadas por el lector mexicano, e influyeron poco en la prensa cultural y no estoy seguro que de manera directa en El Machete. Bartra, es cierto como señala Domínguez, incorporó a algunos colaboradores españoles y eso trajo los aires de renovación que había en el viejo continente y que llevarían al fi nal de la década a la caída del Muro de Berlín y a la disolución de la Unión Soviética. Los referentes, sin embargo, estaban más cerca: el suplemento La cultura en México de la revista Siempre!, dirigido por Carlos Monsiváis; el Sábado de unomásuno, dirigido por Huberto Batis, en el estatuto cultural aceptado; y la cultura de los fanzines ya entonces en plena expansión, desde la zona marginal (de la misma manera que El Machete influiría posteriormente en revistas de la contracultura como Caos, La guillotina, La regla rota, Generación y La pusmoderna). Lo que hizo El Machete fue golpear un monolito
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que se derrumbó como un cascaron vacío. Pero el asunto no deja de ser paradójico: una revista fundamentalmente política influyó sobre todo en el área de la cultura. Esto tuvo que ver con los colaboradores y su trayectoria posterior. Roger Bartra dirigió entre 1990 y 1995 La Jornada semanal, prosiguió su obra de crítica y análisis político cada vez más distante de la izquierda, y desarrolló sus ramas antropológicas en El salvaje en el espejo —su obra maestra— y sus ensayos sobre neurociencia. Humberto Musacchio, después de embarcarse en una fallida aventura con la revista Kiosco, siguió su trayectoria periodística, dirigió un muy bueno pero efímero suplemento cultural, Comala, para El Financiero, y se volvió el autor de imprescindibles diccionarios y enciclopedias y una útil Historia del periodismo cultural en México. José Ramón Enríquez continuó con su obra como dramaturgo y poeta, primero en el DF y luego desde Mérida. Hugo Vargas ha estado como editor en diferentes lugares —la UAM, la BUAP, la revista Este país— y publicó hace unos años un libro sobre arte, literatura
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y ajedrez, una de sus pasiones. Rafael López Castro es una institución dentro del diseño editorial mexicano. La prueba del añejo de una revista es siempre su lectura. ¿Qué ocurre con la publicación leída 20 o 30 años después? Nunca se la lee de la misma manera. Para empezar, se agrega nostalgia y se pierde contexto. Muchos La revista rompió los de los artículos de El esquemas solemnes Machete, sin el contexto, de una retórica vacía y son aburridos, mientras amplió el espectro de que otros, de tan cifrados, la izquierda como un son incomprensibles. sector amplio y diverso La revista fue también una tribuna para el posicionamiento del pensamiento feminista en una cultura de izquierda claramente sexista, y en sus páginas se habla ya con frecuencia de un concepto que unos años después, con el temblor de 1985, se volverá omnipresente: la sociedad civil. También es de resaltar el trabajo que realizó la redacción, ya sea sin firma o con iniciales, en secciones como “¿Qué hacer? o “Ropa sucia”,
PENSAMIENTO
que le daban un tono ligero a páginas a veces sobrecargadas de rollo. Una cosa difícil de comprender hoy es el enojo que provocó en las corrientes ortodoxas del PCM. Esto me remite nuevamente al 68: el movimiento tuvo algo lúdico que fue lo que más molestó al poder constituido y que lo desconectó de los organismos obreros y sindicales que conservaban el ánimo de combate. En una película emblemática del movimiento —El cambio de Alfredo Joskowicz—, el protagonista dice, ante la irracional violencia del militar: “pero si estábamos jugando”. Tal vez la enseñanza mejor que se pueda recuperar de aquella época, y de El Machete en su cauda, sea la capacidad subversiva del juego. Sí, la mejor enseñanza de la revista, y que el facsimilar permite recordar, recrear y profundizar, es eso: la risa como elemento constitutivo del pensamiento —herencia de Nietzsche y no de Marx—. Los temas que El Machete puso sobre la mesa —derechos de los homosexuales, legalización de la marihuana, necesidad de la crítica y la autocrítica, importancia de la disidencia— son hoy, 36 años después, tópicos del periodismo cultural. Es cierto que la risa se volvió también cobertura para la ausencia de contenidos e histrionismo de cara al lector, y que proliferaron revistas que hacían de la broma su razón de ser. La batalla se ganó, y con cierta facilidad, dado que el chiste subterráneo y el rumor eran ya una válvula para controlar la presión social. Y sin embargo, hay un asunto que sigue siendo tabú. La revista rompió los esquemas solemnes de una retórica vacía en el Partido Comunista Mexicano y amplió el espectro de la izquierda como un sector amplio y diverso. Por lo que se alcanzó a ver en menos de año y medio —quince números—, no había una política de grupo, menos aún de mafia, como la que suele haber en casi todas las publicaciones, culturales o no, mexicanas. Hoy es evidente que esta mirada plural e incluyente no echó raíces en México. Se sigue pensando que no tiene sentido hacer una revista si no es para imponer —más que proponer— el punto de vista de quien la hace. Las publicaciones del periodo 1976–1996, mal que bien por gusto o por obligación o necesidad, tuvieron que dialogar entre sí. Hoy es un diálogo de sordos en que no se escuchan unos a otros (y en muchos casos hablan solo para sí mismos). Es una equivalencia impresa de esas sesiones de las Cámaras en que se ofrecen argumentos durante horas para que después se vote por consigna sin haber atendido en lo más mínimo a las razones defendidas o rebatidas. Por eso no hay debate político ni polémicas culturales. Una lectura más minuciosa de los textos mostraría otras constantes y líneas discursivas que circulan bajo la página y no pocos avisos de lo que se veía venir (Domínguez señala, por ejemplo, la autonomía de los gobernadores, ahora una triste realidad con no pocos de ellos prófugos y casi ninguno sometido a proceso legal, asunto que además se ha replicado en el gobierno de la Ciudad de México con las delegaciones). La edición facsimilar de El Machete permitirá estudiar más a fondo la historia política y la editorial al poner al alcance de los lectores la colección completa, difícil de encontrar incluso en las bibliotecas en que debía ser un acervo obligado. En esta época en que los fantasmas de las revistas virtuales proyectan su sombra, empobreciendo contenidos, sobre las impresas en papel, hay que celebrar su aparición, no solo como un álbum nostálgico sino como una oportunidad de revitalizar el debate político y cultural. L
LABERINTO
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Federico Campbell
La caza y la cosecha A tres años de su muerte (1 de julio de 1941-15 de febrero de 2014), las lecciones del escritor tijuanense continúan animando el arte de narrar y el ejercicio del periodismo, dos pasiones que, bien vistas, eran en realidad una sola y se condensan en dos de sus libros que en estos días han visto su edición definitiva: Pretexta y Periodismo escrito VICENTE ALFONSO
C
onocí a Federico Campbell una tarde, a inicios de 2007, en el puerto de Veracruz. El contexto parecía sacado de una novela, pues nos presentó el entonces comisionado de policía de Xalapa, y lo hizo en una mesa del café La Parroquia ocupada por una docena de agentes. Campbell vestía un traje de lino blanco, un sombrero panamá y zapatos de gamuza clara, y tenía a los policías en vilo con una anécdota que interrumpió en cuanto nos acercamos el comisionado y yo. En vez de dirigirse a él, don Federico me habló a mí: —Así que tú eres el de la novela —dijo. Asentí en silencio. Se refería a mi primera novela, que unos días antes había sido declarada ganadora del Premio Nacional de Literatura Policiaca por un jurado que él presidía. La presencia de los agentes se explicaba fácilmente: era el Instituto de Policía quien había convocado al concurso. Al final de la cena le pedí a Campbell que escribiera una dedicatoria en un ejemplar de Pretexta, su novela más emblemática. Se trataba de una gastada edición de 1996 que yo había leído y releído cuando estudiaba periodismo. Al ver que los márgenes tenían mis notas, el tijuanense me lo pidió prestado para conocer cómo las generaciones recientes recibíamos la novela, pues pensaba actualizarla, y a cambio me entregó una tarjetita con su teléfono. Háblame la semana que entra y nos tomamos otro café en México para devolvértelo, dijo mientras guardaba el ejemplar en su maletín de reportero.
Una semana después estaba yo tocando a la puerta de su casa de la Condesa con dos propósitos: entrevistarlo y recuperar mi ejemplar. No logré ninguno, pues apenas habíamos bebido un par de expresos cuando se levantó de la mesa y dijo tajante que debía escribir su columna. En cosa de segundos estábamos en la banqueta, despidiéndonos. Le pedí entonces otra dedicatoria en su manual de Periodismo escrito, pues desde mis años como reportero de guardia consideraba ese libro una biblia del oficio. En vez de firmarlo, Campbell lo hojeó y vio que también estaba lleno de notas, así que se lo quedó para leerlas. —Ven la semana que entra —dijo mientras cerraba la puerta. Volví, por supuesto. La semana siguiente y la siguiente y la siguiente y así por siete años. Me recibía a veces en la mesa del comedor, con las tijeras en la mano frente a una pila de periódicos, revistas, fotografías y tarjetas con apuntes. Solía decir que los diarios deben leerse así, tijeras en mano, para recortar notas que permiten engrosar el archivo personal de cualquier periodista. “Si todo oficio tiene sus secretos, el de columnista no es la excepción. El más interesante de esos secretos se llama archivo” reza la página 89 de Periodismo escrito. Otras veces me recibía en su estudio, donde escuchaba las sonatas de Mozart interpretadas por Mitsuko Uchida o por Maria João Pires, pianistas a quienes tildaba de sus novias con la complicidad de Carmen Gaitán, su esposa y
compañera de toda la vida. Cada viernes por la tarde comenzábamos comentando las noticias de la semana y de allí la conversación se abría a muchísimos temas: economía, derecho, filosofía, música y, por supuesto, literatura. Sin que me diera cuenta, aquello se fue convirtiendo en un taller periodístico y literario donde, poco a poco, él iba desvelándome los secretos del oficio. A esas alturas, por supuesto, ya daba yo mis ejemplares por perdidos, pero a cambio había ganado un maestro. El 29 de agosto 2009, día en que Pretexta cumplía 30 años, lo encontré frente a su computadora actualizando la novela, pues un día antes la organización Reporteros Sin Fronteras había denunciado que, en lo que iba de la década, México y Sri Lanka eran los países más afectados por la desaparición de reporteros. Como se sabe, Pretexta es protagonizada por dos periodistas: Bruno Medina, un joven aspirante a escritor que se gana la vida haciendo crónicas de lucha libre a pesar de que nunca ha asistido a alguna, y por Álvaro Ocaranza, su antiguo maestro, a quien el gobierno busca difamar para neutralizarlo como miembro de la oposición política. No era sencillo ser alumno de Campbell. Con los años fui comprendiendo que mi maestro había pasado la mayor parte de su vida inmerso en un debate interno, una lucha entre dos vocaciones: por un lado estaba el periodismo (o el submarino de la información, como él llamaba a la dinámica periodística) y por otro la literatura. Si el periodista es un cazador, decía, el escritor es un agricultor que trabaja y vive en un ritmo mental más lento que el del reportero. Luego de tantas décadas en redacciones, no podía zafarse de vivir formulando preguntas, buscando datos y estableciendo conexiones, lo que le impedía dedicar más tiempo a sus novelas. No son pocas las fotos en donde aparece cargando un fajo de diarios lo mismo en Tepoztlán que en Budapest, pues lo primero que hacía al llegar a una ciudad era buscar el kiosco de periódicos aun cuando no comprendiera el idioma. Más que una obsesión era una adicción originada, quizá, en la época en que, de niño, trabajaba en Tijuana como repartidor de diarios.
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sábado 18 de febrero de 2017
DE PORTADA
FOTOS: EDUARDO FLORES CAMPBELL
No era sencillo ser su alumno porque, a pesar de su brillante trayectoria, Federico Campbell pasaba por periodos de inseguridad respecto a sus habilidades literarias. Se sumía en depresiones terribles y durante esas turbulencias solía definirse a sí mismo como un farsante y un impostor. Él, que había sido alumno de Rulfo, de Arreola y de Sciascia, renegaba entonces de su condición de maestro argumentando que no podía enseñarle nada a nadie. Otro de sus fantasmas era la procrastinación, y lo era a tal grado que un día mandó quitarle a su computadora el componente que permitía conectarse a Internet para eliminar así un distractor. Pero tampoco era difícil ser su alumno, pues era un fabulador natural que enseñaba a narrar aun sin proponérselo. Si, evocando sus charlas con Rulfo, Campbell escribió alguna vez que el autor de Pedro Páramo escribía hasta cuando callaba, no sería remoto decir que Campbell escribía hasta cuando tomaba café, pues leyendo “La hora del lobo”, su columna semanal, podía uno darse cuenta de que muchas cosas interesantes pasaban en un café llamado Mamma Roma, lugar que calificaba como “uno de los mentideros políticos de la colonia Condesa”. Por ejemplo, en un artículo publicado en diciembre de 2010, Campbell recuerda que en ese sitio Rulfo le habló de una familia de charros que se dedicaban a matar homosexuales. En otro artículo de febrero de 2011 menciona que entonces el tema de moda
entre los clientes era el caso Florence Cassez, y en mayo de 2012 escribió que en el Mamma Roma circulaban toda clase de rumores sobre las campañas por la presidencia. Una tarde, mientras escuchábamos a Mendelssohn interpretado por Hilary Hahn, Campbell me preguntó si conocía este sitio. —Me suena —respondí. —Apuesto a que no has ido —insistió. Tan pronto admití que tenía razón, me reveló el secreto: el Mamma Roma no existía, al menos no en un plano físico. Era una invención suya. “El nombre te suena porque es una película de Pasolini”, Si el periodista es dijo y agregó risueño un cazador, decía, el que las menciones eran escritor es un agricultor una estrategia para que trabaja y vive en un despistar a los serviritmo mental más lento cios de Inteligencia que el del reportero gubernamentales. Algo parecido hizo con la Universidad de Cucurpe, casa de estudios ficticia a la que aludió incluso en su última columna, publicada el 2 de febrero de 2014 en Milenio. El 15 de febrero de ese año, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, Federico Campbell murió. Llevaba dos semanas hospitalizado por un cuadro de neumonía, y luego de que le realizaran las pruebas correspondientes se confirmó que en algún sitio —no se sabe si en el DF o en Tijuana— se había contagiado del virus de la influenza H1N1.
Pocos días después de su muerte, Carmen Gaitán y yo encontramos en el estudio del maestro mi viejo ejemplar de Pretexta. Sobre mis comentarios él había hecho decenas de precisiones marcadas con pluma fuente, con lápiz y con plumines de diferentes tintas. Como un sastre que con jaboncillo o greda marca líneas en un trozo de casimir para saber dónde ajustar y dónde soltar, qué piezas cortar y cuáles coser, Campbell había trazado en ese viejo ejemplar los fragmentos donde visualizaba cortes, remiendos, pespuntes: añadidos, supresiones, variaciones, pasajes de la historia reciente de nuestro país, además de no pocas alusiones a su natal Tijuana y a obras maestras de la literatura universal. Donde yo creía descubrir una alusión velada a Pirandello, él me aclaraba que en realidad estaba citando a R. D. Laing, otro de sus autores de cabecera. En un párrafo incluso puntualizaba que el maestro Ocaranza había hecho estudios, ¿dónde más?, en la Universidad de Cucurpe. Pasé esa noche leyendo en voz alta el ejemplar con Iliana, mi esposa, cotejando párrafos e interpretando las señas que el maestro había dejado. Dicho en el lenguaje de los sastres, Campbell trazó el patrón que, tras su muerte, nos sirvió para armar la edición definitiva que fue publicada por el Fondo de Cultura Económica. Algo parecido sucedió con Periodismo escrito, aunque en ese caso yo sabía que en octubre de 2013 el maestro había invertido semanas en hacer una nueva edición del manual, pues pasamos varias tardes discutiendo en torno al difícil género de la crónica. Con la paciencia de un sastre, Campbell había actualizado y enriquecido los capítulos. La nueva edición del libro, que acaba de ser publicada por la Secretaría de Cultura del gobierno federal, consigna por ejemplo la aparición de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, institución alentada por García Márquez para promover la excelencia, la ética y la innovación en el oficio. También menciona blogs y páginas electrónicas, y hace referencia a nombres de colegas cuyo trabajo admiraba: Diego Osorno, Leila Guerriero, Magali Tercero, Javier Valdez Cárdenas, Roberto Herrscher. En esta edición de Periodismo escrito, Campbell dejó una indicación que hoy interpreto como una palmada en la espalda: incluyó un breve ensayo mío a manera de capítulo bajo el título “La invención de la verdad”. Un palomazo literario. “Es plausible que la detenida confección de un libro valga como una de las tentativas más realistas […] de luchar contra el olvido y preservar la memoria”, escribió don Federico en Periodismo escrito. Hoy, a tres años de su fallecimiento, su memoria sigue más viva que nunca, pues además de las ediciones de Pretexta y Periodismo escrito se han publicado en ese lapso, corregidos y actualizados, otros cuatro libros suyos: Padre y memoria, La era de la criminalidad, Regreso a casa y Transpeninsular. L
LITERATURA
sábado 18 de febrero de 2017
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LABERINTO
No toques para borrachos El amigo, el escritor, el melómano, el bebedor, el hedonista y, sobre todo, ese desconocido que pocos advertían en él, son las facetas del siempre libre Eusebio Ruvalcaba ESPECIAL
MEMORIA IGNACIO TREJO FUENTES
D
on Higinio Ruvalcaba, considerado por los que saben uno de los mejores violinistas del mundo, le dio un consejo a su pequeño hijo Eusebio, que estaba tocando el piano: “Jamás toques para borrachos”. La mamá de Eusebio fue concertista de piano, de manera que el niño mamó música. Sabía analizar a los clásicos (colaboró mucho tiempo en Laberinto) que el lector pueda imaginar, y por eso me asombraba cuando me decía: “Ven, te invito un trago”, y me llevaba a cantinas de a de veras, de esas que huelen a aserrín y orines y pecado. Antes de entrar cambiaba un billete de 100 o 200 pesos por monedas, y tras ordenar nuestros tragos iba a la sinfonola o rocola o como se diga para poner pura música de José José, a quien llamaba Maestro. Sí, como muchos de nuestros amigos y como yo, Eusebio era borracho de cinco estrellas y con vista al mar, pero trabajaba más que un ejército de sobrios: escribía cuento, novela, poesía, ensayos (hizo una biografía sobre su padre, don Higinio) y hacía periodismo especializado. Una vez alguien le dijo que parecía “vaca lechera”, porque publicaba un libro cada tercer día. Respondió: “Escribo por una necesidad insoslayable. Todo lo demás parece superfluo. […] Los editores son exigentes —y en su mayoría de mal gusto, por eso me publican a mí—. Por cierto, y hablando de publicar, un crítico me sugirió intercalar cinco o siete años entre un libro y el siguiente ¡porque eso afirman los cánones y para que sea yo un autor serio! Seguramente, pero a mí los cánones me tienen sin cuidado, y la seriedad, menos. Simplemente, publico los libros que escribo. Esto es lógico, y si no pregúntenselo a cualquier autor con obra. Tal vez escribo y publico porque no me avergüenzo de hacerlo —ni tampoco me envanezco—, y cómo habría de avergonzarme. Por Dios, si nada en la vida es tan importante, ni siquiera la literatura”. En Eusebio Ruvalcaba, por el puro morbo, antología de cuentos hecha y prologada por David Magaña, pone una dedicatoria más que ilustrativa: “Para mi esposa Coral, de cuyo amor he nutrido mi rebeldía”. Sí, Eusebio era un rebelde con causa: su libertad. Dijo y mostró que no se suscribía a grupos o sectas literarias. Ganó muchos (merecidos) premios, su novela Un hilito de sangre se hizo película, tenía centenares de admiradores, sobre todo jóvenes; y un “pegue” extraordinario con las mujeres (y con varones que se sienten mujeres), y sin embargo mantuvo eso en secreto, porque respetaba muchísimo a Coral y a sus hijos. Prefería, ya lo dije, embriagarse en lugares sórdidos antes que pavonearse entre los círculos selectos de la intelectualidad. Una vez, cuando ambos éramos tutores de la camada de jóvenes creadores del entonces Conaculta, y por eso debíamos hacer innumerables viajes, notamos que Eusebio no comía en las multitudinarias reuniones: lo hacía aparte, y una vez, en Mérida, me conminó: “Ven, no te juntes con esa bola de
El autor de Una cerveza llamada derrota
ignorantes, porque te pueden contaminar”. Y nos fuimos a comer en lugares que conocía a la perfección. En el rinconcito donde hacen su nido las olas del mar tenía sesiones con sus alumnos en su propia habitación de hotel. Yo, en cambio, jamás vi a mis tutorados, se iban a bailar y al desmadre. ¿A quién se le ocurre ir a “estudiar” a Veracruz? El método de alejamiento le resultó muy bien a Ruvalcaba, y muchos de sus ex pupilos pueden sostenerlo. Eusebio tenía un don: no despreciaba en ningún orden. Sus libros fueron requeridos por importantes editoriales nacionales y extranjeras, y sin embargo no desdeñaba a las entonces llamadas “editoriales marginales”, y así publicó en Ficticia, Daga, y universidades Su literatura como la de Chapingo, cargada de sexo de la que era gran amies uno de los claros go gracias a Rolando y ejemplos de lo que Georgina, Moisés, Arturo se lee con una y tantos otros carnavales sola mano (de seguro le harán allá un homenaje, y espero que me inviten). Diré algo que siempre he callado: Eusebio era cleptómano, se robaba de las casas y lugares a donde iba las cosas más inverosímiles, como cajetillas de cigarros (no fumaba), latas de crema para las manos, libros… Una vez, en Chapingo, Rolando nos invitó a su casa luego de la conferencia, y en el ínter un grabador local dijo que tenía una obra y quería obsequiarla a alguno de los escritores visitantes; se hizo una rifa y la ganó el anfitrión. El artista fue por otro grabado a su auto y volvió a rifarlo; esta vez la ganadora fue Georgina, la anfitriona. “No se vale”, dijimos en coro, “es trampa”, y seguimos charlando y bebiendo (qué bonitos gerundios). A medias de la noche, Ruvalcaba dijo que debía regresar a
su casa, en el entonces Defe, y un chofer de la Universidad se acomidió a llevarlo. Más tarde, Rolando preguntó por el grabado que había sacado en la rifa: ni el suyo ni el de su adorable mujer halló el propio; habían desaparecido. Adivínese quién se hizo de ellos. Otra noche, tras una lectura de textos en una famosa librería, Ruvalcaba fue detenido por los vigilantes: se había expropiado unos libros, y fue liberado gracias a la intervención de Angélica, la organizadora. Señalé que Eusebio Ruvalcaba era cariñoso en extremo, lo que se manifiesta en las dedicatorias (impresas y manuscritas) de sus libros. En la primera edición de Las cuarentonas, libro dedicado a hablar de las mujeres de todas las edades, hay una dedicatoria impresa que me conmovió: “Para Ignacio Trejo Fuentes. Para María Rojo”. Se lo agradecí, e inocente le pregunté por qué para ambos. Dijo que para mí porque me quería mucho, y para la actriz porque estaba buenísima y quería cogérsela. “¿No será que también me quieres coger?”, le dije, y nos echamos a reír y a emborracharnos. Ese era Eusebio Ruvalcaba: notable escritor, erotómano, celebrador del vino y los amigos, generoso a más no poder pese a sus arrebatos cleptómanos. Y su literatura cargada de sexo es uno de los claros ejemplos de lo que se lee con una sola mano. Compartimos la admiración casi idolátrica por las canciones de José Alfredo Jiménez, y él, Eusebio, hubiera firmado sin rubores y sí con regocijo, frases como éstas: “Tómate esta botella conmigo y en el último trago nos vamos”; “Estoy en el rincón de una cantina, oyendo la canción que yo pedí” (seguramente cantada por José José). Y sobre todo la que me parece su testamento (de Eusebio): “La última y nos vamos”. Salud, Eusebio, y me guardas un rincón cerca del cielo. L
MILENIO
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sábado 18 de febrero de 2017
× A
EL ESPÍRITU DE LA CIENCIA–FICCIÓN ROBERTO BOLAÑO Alfaguara México, 2016 223 pp. Obra post mortem del chileno que saltó a la fama luego de Los detectives salvajes, la historia transcurre en la Ciudad de México de los años setenta y narra la vida de dos jóvenes escritores: Remo Morán y Jan Schrella. El primero se empeña en dedicarse a la escritura a pesar de las penurias, el otro se la pasa encerrado en su buhardilla desde la que redacta misivas a sus autores favoritos de ciencia ficción. Novela de formación pero también obra primeriza, este libro contiene ciertos trazos de Los detectives…, sí, el libro que lo llevó a la fama. Publicación idónea para los fans.
EL GIGANTE ENTERRADO KAZUO ISHIGURO Anagrama España, 2016 364 pp. A la manera de las novelas de caballerías inscritas en el ciclo artúrico, El gigante enterrado sigue los pasos de una pareja de ancianos que abandona su aldea para reencontrarse con su hijo, de quien apenas guarda memoria. Estamos en una Inglaterra enclavada en la Edad de Hierro, con ogros y dragones, con señores al frente de grandes ejércitos. Sirviéndose de la fábula y el relato iniciático, Ishiguro ha escrito una melancólica reflexión sobre la templanza ante la muerte y la lucha contra el olvido. El tiempo ha pasado desde Los restos del día.
ERES HERMOSA CHUCK PALAHNIUK Literatura Random House México, 2017 247 pp. El autor de las exitosa novela El club de la pelea vuelve con esta sátira de la industria del consumo centrada en la parafernalia de la vida cool y los placeres que pocos pueden prodigarse: Penny Harrigan es una abogada de Nebraska de físico mediano, nada fuera de lo común, pero es por eso que el millonario C. Linus Maxwell se fija en ella. Su condición de chica ordinaria le sirve a este magnate para centrar sus baterías empresariales en la inmensa legión de compradoras que en Estados Unidos suelen llamar “girl next door”.
DIÁLOGOS DE LA FORMA PERDIDA MASSIMO RIZZANTE Ai Trani/ Universidad del Claustro de Sor Juana México, 2016, 200 pp. Italiano de origen, Massimo Rizzante es poeta, traductor, ensayista y profesor, como informa Juan Villoro en el prólogo; con Milan Kundera, a quien ha traducido al italiano, edita la revista L’Atelier du Roman. En el presente volumen reúne entrevistas reales e imaginarias con autores de diversas nacionalidades. Además de Kundera, aparecen Carlos Fuentes, Kenzanburo Oé, Juan Goytisolo, José Saramago, Gianni Celati, Godofredo Parisse e Italo Calvino. Para Villoro, Rizzante no solo los interroga, “construye con ellos un ensayo a dos voces”.
TRES ENSAYOS DARWINISTAS ANTONIO LAZCANO ARAUJO El Colegio Nacional México, 2016 84 pp. La colección Opúsculos ofrece estos ensayos publicados anteriormente en semanarios y revistas y ahora reelaborados sin las inoportunas notas al pie de página. Trazan una biografía del autor de El origen de las especies, cuya tumba no podía ser más modesta, y su deuda con Mendel, e intentan responder a la pregunta por el momento en que inicia la vida humana. Es de celebrar la vocación didáctica de Lazcano Araujo pues sabe transformar el saber especializado en un saber accesible para casi todos (los perezosos e iletrados están excluidos).
F U EG O
EN LIBRERÍAS
L E N TO ×
EL VIEJO ROTH
Juan Galván Paulin El tapiz del unicornio México, 2016
Del verbo poetizar ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com
E
stamos en la Ciudad de México, en la década de 1940. Un asesinato alienta la imaginación de Ruy Beda, un poeta al servicio del inspector Gálvez. Es posible suponer que nos hallamos frente a un thriller, sobre todo por la bruma que envuelve al hombre asesinado, El Viejo Roth, de quien nada se sabe. Pero no es así. Obligado a escribir un informe policiaco, Beda se desentiende de su tarea y se pone a divagar sobre los agujeros en el tiempo, la desdicha amorosa, el alma en su tránsito por este valle de lágrimas, la palabra como refugio de la eternidad, en fi n, sobre asuntos muy importantes. De este modo, Juan Galván Paulin consigue hacer de la cháchara, que algunos llaman metafísica, un motivo para acumular páginas hasta obtener las suficientes como para armar un libro. Hay en El Viejo Roth una intuición malograda a la que sin embargo no debemos sustraernos: podemos habitar dos espacios distintos a un mismo tiempo y, por consecuencia, nuestros actos pueden replicar los actos de alguien lejano aunque semejante. Tal intuición se cumple en los destinos de Ruy Beda y El Viejo Roth, ambos dedicados a la escritura y ambos desgraciados por la pérdida de una mujer. En las pocas ocasiones en que Galván Paulin deja de abrumar al lector con sus arrebatos esotéricos y sentimentales, vemos cómo la existencia de uno se desplaza hacia la del otro. No deja de ser una buena manera de empezar, pero no pasa de ahí. No es que la trama deba prevalecer sobre la escritura pero ya que el narrador —cuya voz es indistinguible de la de los protagonistas— se empeña en poetizar cada hecho, cada palpitación existencial, después de treinta páginas el lector se siente propenso a sufrir un alza en sus niveles de azúcar. La melcocha se distribuye a manos llenas: “un verso, le dijo ella, es la crónica siempre atenuada de la contundencia de un beso al entregarnos”, “la tentación de los poetas es desplegar el pasado y convertirlo en devenir, en cumplimiento de toda promesa, eso de lo que se inviste la esperanza para ensoñarnos con el anhelo”. De ensoñarse con el anhelo, y de la demagoga noción de que donde hay mayor sinsentido hay mayor profundidad, está hecha El Viejo Roth. Eso que Kundera llama la herencia de Cervantes ha sido humillada por una retórica presuntuosa, tanto que es incapaz de dominarse en público. O qué es eso de que “la tabla aparecerá en el mar picado”, o qué “ese continuo del tiempo en el que todos creemos vivir no existe”, o qué es “una existencia en que cada abrazo es una eucaristía”. Es la voz de un gnosticismo de banqueta que ha usurpado el lugar de la novela. L
CINE
sábado 18 de febrero de 2017
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LABERINTO
ESPECIAL
Kyzza Terrazas
“La verdadera rebeldía está en el juego” Somos lengua es un viaje por las profundidades expresivas del rap y sus protagonistas en México ENTREVISTA
HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com
E
l hip hop en México es más amplio de lo que parece. De norte a sur y de este a oeste, existen músicos, colectivos y solistas que lo hacen su forma de expresión. El cineasta y escritor Kyzza Terrazas se dio a la tarea de buscarlos para filmar su testimonio en el documental Somos lengua. ¿Quiénes son los raperos nacionales? ¿Qué encuentran en esa cultura? ¿Cómo es que su intensa relación con las palabras y la lengua los ha transformado? ¿Por qué le interesó la cultura del hip hop?
A veces creo que hice la película para responder esa pregunta. El gusto por esa cultura nace inmediatamente o simplemente no se da. Mi primer contacto con el rap se dio durante la primaria. Es una música que tiene algo de visceralidad y sensibilidad vital; además de un gusto plástico por el lenguaje. En principio uno pensaría que en México es un movimiento limitado.
Sí, pero es fuerte. Ya llevamos tres generaciones de raperos. Creo que está presente en todos lados, aunque no es parte del status quo o del circuito comercial. Hay quienes dicen que la actitud del rock se fue al rap.
Coincido con eso, aunque suene a frase hecha. Tampoco es que sean excluyentes uno del otro. El rap tiene una serie
de valores e historias ubicables en el tiempo reciente porque es una cultura muy joven, pero que a la vez exige una entrega. Su película se concentra en la palabra más que en los otros elementos de la cultura del hip hop. ¿Por qué?
Solo aludo a los otros elementos. Siempre tuve claro que sería una película sobre rap, las palabras y su uso. Quería indagar cómo esa práctica transforma a los chicos y chicas que lo practican, y la forma en que inaugura un camino reflexivo en sus vidas. En principio ni siquiera pensaba retratar el grafiti o el break dance, pero al formar parte de una cultura me parecía inevitable mostrarlos. Además de hacer cine, usted hace literatura. Supongo que de ahí viene su preocupación por la palabra.
La película es también una exploración y homenaje a la palabra como herramienta de descubrimiento. Se convirtió en un viaje de transformación. Más allá de una actitud contestataria, la verdadera rebeldía o resistencia está en el juego, en conseguir una buena rima. La palabra tiene un poder impresionante y el hip hop es prueba de ello. Hay documentales
HOMBRE DE CELULOIDE
de una sofisticación narrativa impresionante, pero con Somos lengua queríamos explorar un tema y por eso trabajamos con tantos personajes. No falta quien nos cuestione porque no incluimos a gente como Cártel de Santa: los buscamos pero no recibimos buenas señales y decidimos dejarlo por la paz. No era prioritario contar con los más visibles o famosos, lo esencial era llegar al fondo de un tema. ¿Hay un equivalente en México al gangsta estadunidense?
Hay mucho rap malandro, que es de los más populares. No funciona igual que en Estados Unidos, dado que no mueve la misma cantidad de dinero. Allá te puedes volver millonario y salir del gueto, situación que en México es más limitada. Las similitudes van más por el lado del manejo de las pandillas. ¿Algo parecido a lo que sucede con los narcocorridos?
Relativamente. Hay narcos que pagan a raperos para que les escriban canciones. Una particularidad del rap es que se trata de una expresión individual. Aun cuando hablas de temas gangsta hay una esfera personal muy importante y diferente a los narcocorridos. L
FERNANDO ZAMORA
@fernandovzamora ESPECIAL
La Venus de Masoch
T
odo masoquista es un sádico. Esta regla de oro sirve para entender la perversión propia de la protagonista de Elle: abuso y seducción, de Paul Verhoeven. El filme ha sido nominado al Oscar en la categoría de mejor actriz, una distinción importante sobre todo si uno tiene en cuenta que pocas veces la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas elogia en este rubro a un actor o actriz que no haya trabajado originalmente en inglés. Elle: abuso y seducción marca además el regreso al gran cine de un autor que divagó durante más de veinte años en banas obras hollywoodenses. Con la fuerza que tenía en 1992, cuando hizo Bajos instintos, Verhoeven ha realizado esta obra que tiene tanta truculencia como sentido del humor. Por ello a veces recuerda a Almodóvar. El éxito de Elle: abuso y seducción
estriba en principio en la estructura narrativa. Abre cámara y parece que la película ya ha comenzado. No hay que preocuparse: veremos todo lo que hay que ver. Entraremos en la psique de esta mujer a quien un recuerdo infantil le ha producido la estructura masoquista que permite, entre otras cosas, el sadismo y la fuerza necesarias para mostrar quién es la verdadera dueña del falo freudiano. El personaje de la novela original de Philippe Djian recuerda a los de Elfriede Jelinek. Ambos son fieles a Flaubert y exploran la psique femenina cuando se ha torcido. Djian hizo antes otra novela de la que surgió una magnífica película: Betty Blue. En fin, que el personaje resulta fascinante. Cuando decide contar al ex-marido y a unos amigos que la han violado lo hace con una frialdad que causa risa nerviosa. Igualmente cuando
Elle: abuso y seducción (Elle). Dirección: Paul Verhoeven. Guión: David Birke y Harold Manning basados en la novela de Philippe Djian. Con Isabelle Huppert, Laurent Lafitte, Anne Consigny, Charles Berling. Francia, Alemania, Bélgica, 2016.
se enfrenta a quien quiere molestarla sexualmente en el trabajo o a la nuera enloquecida que atormenta al hijo que ha educado para ser un niñato. Si no bastara la estructura narrativa para recomendar una película, hay que agregar la magnífica actuación
de Isabelle Huppert, una actriz que a los 63 puede encarnar a esta mujer fascinante y truculenta, fronteriza, inteligente y discretamente manipuladora en un estudio psicológico que tiene la profundidad de los clásicos del gran cine y la literatura francesa. L
MILENIO
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sábado 18 de febrero de 2017
ESCENARIOS
ESPECIAL
Aire, más aire MERDE!
BRAULIO PERALTA juanamoza@gmail.com
N La pieza escrita por Gilbert y Sullivan se presenta viernes y domingos en el Teatro de las Artes del Cenart
Festivo desvarío Ayolante convoca por igual a la ambición política y, como eco del siglo XIX, a un séquito sarcástico de hadas TEATRO
L
a corrupción, el revanchismo, la superficialidad y ambición de casi todos los integrantes del Congreso, revueltos con rivalidad en amoríos y diferencias no solo políticas sino esenciales, como las que puede haber entre hadas y seres humanos, es parte de lo que expone Ayolante, de Gilbert y Sullivan, autores del libreto y de la música que 135 años después de haberse estrenado en Londres llega a México en una adaptación que hace reír al espectador de una realidad agobiante, entre cantos y coreografías bien ejecutados. El montaje, que encuentra una audiencia distinta a la que tuvo en 2016 en un foro del centro de la Ciudad de México, se exhibe en el Teatro de las Artes del Cenart, donde público y actores están sobre el mismo escenario, frente a una especie de trono que espera el trasero del líder del Congreso y ante un piso negro cruzado con cinta adhesiva de colores fosforescentes, entre el piano de Antonio López Ríos en un extremo lateral y el contrabajo de Araceli Robles Valencia, del lado opuesto, donde se encuentra Lizandro Mancha en las percusiones. Ayolante, uno de los catorce trabajos de quienes son reconocidos como los padres de la opereta inglesa, traducida, adaptada y dirigida por Álvaro Cerviño, quien elige a un elenco conformado exclusivamente por actores para interpretar papeles femeninos y masculinos, es una experiencia diferente y divertida envuelta en sarcasmo, que mantiene a la audiencia atenta a la historia de una becaria del Congreso enamorada de un pintor callejero de Chapultepec. En una metáfora que destaca la lucha entre políticos y la clase alta, representada por las hadas con todo y reina, cada número musical da seguimiento ágil a ese universo irreconciliable entre seres fantásticos y mortales, que no cesan de enredarse y de encontrar obstáculos a sus objetivos.
ALEGRÍA MARTÍNEZ alegriamtz@gmail.com
Cerviño, junto con el director musical y pianista Alfredo Aguilar, el director vocal Antonio López Ríos, el coreógrafo Manu Rodríguez, el diseñador de iluminación Ángel Ancona y de vestuario Marco Montaño, en cohesión con un buen elenco de actores, bailarines y cantantes que expanden su propio registro para alcanzar las notas de una soprano o las de un contratenor, crean un musical vivo cuyas notas y pasos se expanden y se internan en los sentidos del espectador. Llena de guiños y de humor, esta opereta a la mexicana, cuyo primer número desconcierta por la cantidad de actores ataviados con ropa deportiva y su actitud de hadas gimnásticas en cuerpos masculinos, enarbola la irreverencia mediante números en los que las hadas, con todo y reina, pasando por los diputados, los guaruras y la codiciada becaria Filis, de nutrida barba, generan un ámbito festivo de desvarío. El barítono Tomás Castellanos, con traje oscuro a rayas y corbata roja, interpreta a un líder del Congreso que se cuestiona, se acusa, se perdona y se autoriza a seguir sus impulsos, mientras que Enrique Ángeles, enfundado en un blanco vestido de novia con sudadera decorada en pedrería, hace que su personaje de reina de las hadas luche interiormente entre su deber y la comprensión hacia una integrante de su séquito. Por su parte, Jonathan López, como la hermosa Filis, vestida con falda de flores, medias blancas, flats y blusa al cuello, otorga a su personaje la cursi candidez de una chica que flecha a quien la mira, mientras que su novio Juan Ramón, interpretado por Rodrigo Massa, contrasta en frescura e ímpetu hasta que le llega un cambio de suerte, en el que tiene mucho que ver su madre Ayolante, a cargo de Carlos Velasco, quien destila la dulzura de su frágil y arrepentido personaje. L
adie tiene idea de lo que es el espacio vacío hasta que decide subir al menos siete metros y medio de altura y quedarse colgado ahí, como una estrella más, contemplando una obra de teatro con dos astronautas en estado de locura, con unos diálogos inentendibles, no sabemos si a propósito o por fallas técnicas de sonido. Richard Viqueira es el creador supremo de esta última aventura teatral, el que nos tiene acostumbrados a piezas que se salen de la convencional puesta escénica para convertirse en pedazos de vida donde lo que importa es la experiencia del suceso creativo. Bozal es su último experimento, realizado en el Teatro Julio Castillo, en un escenario jamás visto en la historia de ese recinto. Cada una de las 24 almas que subimos a esa altura podríamos expresar un concepto diferente de una obra donde el aire es un elemento más de la puesta, con esa sensación de vacío sin más explicación que la racional, sí, pero también con la emoción de estar allí, colgado en una silla; con todas las seguridades de Protección Civil, sí, pero con esa mente traicionera que te advierte del peligro de eso que llamamos aire, ahí donde ya no hay piso, como una ascensión a la nada. Nadie podía ver una obra teatral en el espacio, hasta ahora. Nadie se lo puede imaginar si no lo vive en la práctica; ni siquiera con el cine de ciencia ficción tal como lo conocemos, desde la pantalla. El teatro tiene esa calidad de hacerte vivir lo que estás viendo. Pero aquí, vivir individualmente esa experiencia es irrepetible en sensaciones, percepciones, miedos o valentías de cada uno de los 24 participantes que observan a dos actores que se mueven en el vacío rumbo a la Luna. No es la imaginación lo que se vive: son los sentidos y la razón extrema de estar vivo en un escenario, sin más sostén que la inteligencia para detener la paranoia, la angustia, la desesperación de ser parte de Bozal. El texto es lo de menos porque es la historia de siempre. No es lo que oyes sino lo que sientes. No es lo que dicen los actores, es la capacidad racional para entender —y aceptar— la inmensidad del espacio, para no caer en el peligro de las emociones, esas que sabemos traicionan la rebeldía o las revoluciones del hombre. Viqueira ha logrado uno de los conceptos más evolucionados del teatro en el mundo: ya dejó de aventarse desde cinco metros de altura en el Teatro Sor Juana Inés de la Cruz en una de sus obras, ahora ascendió al espacio y nos llevó hasta allá, con Andrómeda. Sabía que lo terrenal no es suficiente, porque en eso sus maestros son mejores; tenía que escalar, y lo logró con creces. Es una de las experiencias más vitales a las que puede someterse un mortal. Cuidado. Piénselo dos veces antes de ir. La lucha es emocional: hay que bajar a la conciencia para lograr cometidos. No es un juego. Es la vida en el teatro. Conste. Viqueira, eres un chingón. L ESPECIAL
Un momento de Bozal
VARIA
sábado 18 de febrero de 2017
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LABERINTO
ESPECIAL
Con la iglesia hemos topado DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com
TOSCANADAS
B
enito Mussolini se crio como un ateo. Incluso escribió el panfleto “L’uomo e la divinità” con argumentos gastados sobre la inexistencia de dios. Haciendo honor a su nombre, fue un antipapista practicante y apoyó la idea de que el papa se largara de Roma. Sin embargo, ésas eran sus convicciones y no sus conveniencias. Cuando aspiró a la máxima jefatura italiana, prefirió una relación de conveniencia con la Iglesia. Entonces, a través de obsequios, lisonjas y concesiones corrompió al corruptible Pío XI, un papita que despotricaba contra los matrimonios mixtos, pero no tuvo problema con el enlace fascismo–cristianismo. Su heredero, Pío XII, tendría almohada para tres, revolcándose también con el nazismo. Y es que mientras la gente siga temiendo que el futuro puede llevarlos a una eternidad de tormentos, un gran poder tendrá esa institución que dice administrar las visas para visitar el cielo. Tanto poder como para pasarse las leyes por la entrepierna y gozar de más impunidad que un funcionario público. En México tenemos la llamada “Ley de asociaciones religiosas y culto público”, la cual con frecuencia violan los clérigos
mientras los gobernantes miran hacia otro lado, pues unos y otros se dan concesiones y pactan en lo oscurito. Sabemos, porque fue público, que la institución eclesiástica anuló chupaléticamente el matrimonio anterior de la primera dama; lo que no conocemos es qué ofreció el futuro gobierno a cambio, aunque en el paquete debió ir el asunto de los matrimonios igualitarios, pues ya la iglesia se dijo “traicionada” por Peña Nieto, y la traición requiere de un pacto previo. Pues bien, la ley de marras dice que “las asociaciones religiosas y los ministros de culto no podrán poseer o administrar, por sí o por interpósita persona, concesiones para la explotación de estaciones de radio, televisión o cualquier tipo de telecomunicación”. Y yo me pregunto qué es esa estación llamada Radio María que transmite por todo el territorio nacional. Además aclara que no “podrán los ministros de culto asociarse con fines políticos ni realizar proselitismo a favor o en contra de candidato, partido o asociación política alguna”. No obstante, nos espera un año y medio de aquí a las elecciones en el que desde los púlpitos se enviará un mensaje
LO QUE CONTEMPLAS
Benito Mussolini
directo o indirecto, con nombres o sin ellos, para que no se vote por los partidos de izquierda, a los cuales ya tildaron de “asesinos”, contra los cuales ya echaron por delante frases tan políticas y proselitistas como la de castigar en las urnas “a una izquierda corrupta, decadente y depredadora”. Y todo esto lo harán impunemente, sin que la Secretaría de Gobernación cumpla con su deber, ya que tanto PRI como PAN aceptarán la manita celestial, y al estilo de Mussolini comenzarán en la oscuridad a acordar pactos y ofrecer concesiones. Ya en el pasado algunos papas excomulgaron a montones de católicos por el mero hecho de pertenecer a partidos non gratos. Veremos este año a qué se atreve la Iglesia mexicana. Y veremos a qué no se atreve nuestro gobierno. Veremos si nuestro Benito Juárez termina tan vapuleado como el Benito de los italianos. L ADRIANA DÍAZ ENCISO
adrianadiazenciso@gmail.com GETTY IMAGES
Diplomacia
L
a diplomacia es un conjunto de hábitos formales con que se rigen las relaciones internacionales. Es decir: un código creado por humanos con el fin de facilitar una forma sumamente compleja de comunicación. Cuando Theresa May se apresuró a extenderle una invitación a Trump para una visita de Estado al Reino Unido, su premura fue considerada por algunos un faux pas. Cerca de dos millones de personas firmamos la petición de la Stop Trump Coalition pidiendo que se abandonen los planes de semejante visita. May la ha rechazado, alegando que es imperativo ofrecerle al presidente estadunidense la “cortesía plena de una visita de Estado”. Está invocando la diplomacia. Recientemente John Bercow, presidente de la Cámara de los Comunes, hizo patente su oposición a que un vocero (vociferante) del racismo y el sexismo sea recibido en el Parlamento, lo cual, dijo aplaudido por muchos, no es “un derecho automático, sino un honor que se gana”. Algunos tories iniciaron una campaña para destituirlo por su falta de imparcialidad, proponiendo a su propio candidato para sustituirlo. Bercow se ha disculpado con el presidente de la Cámara de los Lores por no haberlo consultado antes de hablar con referencia al Parlamento, pero reitera su postura. El incidente ha echado a andar, de nuevo, a la diplomacia. A la grilla también. Como sabemos, ambas son a menudo indistinguibles. La coalición anti Trump expresa una inquietud pertinente: la de la normalización de la visita de Estado de un aspirante a déspota que promueve el imperio del
John Bercow
odio y la arbitrariedad a escala mundial. Prepara también “la protesta más grande contra el racismo y el odio en la historia de este país” para el próximo 20 de febrero, en que el Parlamento debatirá su petición. Su lenguaje altera la pulcritud del código diplomático para, al igual que la advertencia de Bercow, comunicar un sentido de urgencia frente a un bufón poderoso y peligroso que ninguna diplomacia puede “normalizar” en forma alguna. “A Short History of the Trump Family”, el reciente artículo de Sidney Blumenthal en The London Review of Books, es un retrato escalofriante de la prepotencia, racismo, violencia, vulgaridad y estupidez aprendidos en los círculos de la mafia y el enriquecimiento
ilícito que un hombre acaso psicótico amenaza con escupir sobre el planeta. Ante tal situación, sería sabio cerciorarnos de que nuestra diplomacia es un vehículo de comunicación más que un código aceptado a ciegas. Hace poco vi el filme La infancia de un líder, de Brady Corbet, soberbia crónica de las sutiles formas en que el uso y abuso del poder desquician a un ser humano hasta convertirlo en un líder fascista. La historia de este líder imaginario corre paralela a las negociaciones del Tratado de Versalles, un fruto polémico, cuando no catastrófico, de la diplomacia. El filme, como la vida, no da respuestas, pero abre el espacio para una reflexión perturbadora que, ahora mismo, es también sumamente urgente. L