Laberinto No.721 (08/04/17)

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Laberinto

NUEVA COLUMNA

julio hubard p. 03

GIOVANNI SARTORI

luigi mascheroni p. 04

MILENIO

NÚM. 721

sábado 8 de abril de 2017 FOTO: JESÚS QUINTANAR

SERGIO GONZÁLEZ RODRÍGUEZ (1950-2017) luis xavier lópez-farjeat, fernando solana olivares, alberto chimal, iván ríos gascón p. 06


ANTESALA

sábado 8 de abril de 2017

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LABERINTO

ALFRED JONES

El grabado, obra total AVELINA LÉSPER www.avelinalesper.com

CASTA DIVA

L

as técnicas de las artes plásticas se están perdiendo porque los estudiantes quieren ser artistas VIP y para eso no necesitan conocimientos. Las soluciones fáciles han invadido a la gráfica, entre la “expresión personal”, el minimalismo y el comercialismo las técnicas se limitan al poco talento del ejecutante. El Museo de San Ildefonso presenta una selección de obra gráfica de la National Gallery de Washington. Es una exposición valiosa y una oportunidad ahora que el Museo Nacional de la Estampa monta instalaciones de arte VIP que no expondrían ni en el lumpen Ex Teresa. La selección inicia en el siglo XVIII con la disciplina de reproducir las pinturas en estampas para darlas a conocer al gran público; el retrato, las escenas históricas y cotidianas, impusieron la racionalización de la línea y la monocromía. La escuela del paisaje con exquisitas obras del siglo XIX de Whistler, Thomas Moran y William Bradford. La cronología permite ver que la gráfica mantuvo su fuerza temática, estética y técnica hasta la primera mitad del siglo XX, entre más modernos, más

ALFILERES ARMANDO ALANÍS @elsaltillero

facilones y superficiales. La dificultad de desarrollar un tema que le diera sentido al papel impreso con una obra que resumiera estética y compromiso se perdió por la “libertad expresiva” de gestos insustanciales y sin permanencia. Las composiciones audaces de geometrías con movimientos en negros absolutos, las secuencias de seres humanos que funden máquina y anatomía, el paisaje urbano que alcanzó un significado revolucionario, terminó en inútiles introspecciones, en piezas que son un desperdicio de material. El oprobio creativo lo inauguró Warhol con sus plagios seriales y cutres, está representado por uno de los infinitos falsos que giran por el planeta. El vacío ocioso del Pop Art se corona con las obras de gráfica contemporánea que son “litografías en offset”, esa errónea denominación es parte de la decadencia de la gráfica. No hay litografía en offset, son técnicas totalmente distintas, le quieren dar valor artístico a los posters llamándolos litografías. Jenny Holzer, artista infra VIP, con un letrero de frases de su limitada cabeza; las Guerrilla

Noticias sobre México, grabado a buril

Girls y su cartelito de statement falso que les ha dado becas y manutención durante años, resumen la mediocre versión de la gráfica VIP. Faltan desnudos y figura femenina, pero es una selección cargada de obras bellas, de maestría y entrega a una técnica exigente, difícil y sin embargo frágil, que permite crear obras totales y contundentes. L

Para huir de sí mismo, se escondió entre la muchedumbre. CANDIDA HÖFER, 2015

Erotismo arquitectónico ARTES VISUALES

L

as fotografías de Candida Höfer que se exhiben en el Museo de San Ildefonso son una oportunidad de sentir el silencio de la arquitectura y contemplar su desnudez. Sus imágenes de gran y pequeño formatos son retratos que nos revelan la personalidad y la corporeidad de los inmuebles que, vacíos, nos muestran sus secretos, esos que son invisibles mientras los recorremos. No se trata de reemplazar la travesía por el original sino de observarlo con sus fantasmas, con su sensualidad. De pronto los inmuebles se exhiben como cuerpos. Su desnudez nos atrae por su sensualidad que nos recuerda por qué la arquitectura es una de las bellas artes. La exposición Candida Höfer en México es parte de la celebración del año dual México–Alemania, un proyecto especial en el que Höfer nos muestra su proceso creativo y, sobre todo, su uso de la técnica como parte de su discurso e investigación formal como retratista de espacios. Las 38 imágenes exhibidas fueron tomadas

MIRIAM MABEL MARTÍNEZ

en el otoño de 2015 en México, su selección no es al azar (Teatro Juárez de Guanajuato; Edificio Basurto, Museo Nacional de Antropología, en CDMX, y Biblioteca Palafoxiana, en Puebla, entre otros), si bien podría ser una extensión de la mirada de Alexander Von Humboldt, también expone su familiaridad con la pintura del norte de Europa, su acercamiento nos remite a los cuadros de la escuela flamenca, nos hacen viajar también a discursos plásticos alrededor de la luz. Juegos de sombras, de técnicas, de aperturas de velocidad para captar esos instantes en los que los inmuebles retratados parecieran abrir sus almas. De pronto parece que capta los fantasmas que recorren los teatros, pero también la majestuosidad, por ejemplo, del Teatro Degollado de Guadalajara, o la personalidad real del Museo Nacional de Arte, fijando la mirada en sus escaleras. O contándonos la intimidad de los 14 inmuebles elegidos al fotografiar las tuberías o los sockets o las herrerías que nos narran las entrañas de esas personalidades

Iglesia de San Jerónimo Tlacochahuaya

recias como la Catedral de Santo Domingo en Oaxaca, o cómo los murales son ya tatuajes en la paredes del Hospicio Cabañas y cómo este inmueble se reinventa en la intervención del artista Daniel Buren, cuya obra fotografiada por Höfer nos revela una simetría contemporánea que nos conecta con su hechura neoclásica. Ahí está el poder de la fotógrafa alemana: nos revela a los edificios como personajes que se van transformando en su propia narrativa histórica o funcional. Candida Höfer hace de la técnica su aliada para indagar en las historias de los inmuebles como lo que son, personajes de ciudades, protagonistas que se abren ante su cámara que lentamente los absorbe para mostrarnos sus arrugas, sus edades, sus curvas, sus telones, escaleras, dimensiones, paredes… como si fueran cuerpos desnudos. Un erotismo que nos hace pensar en la arquitectura como en una segunda piel. L

dirección josé luis martínez s. edición roberto pliego, iván ríos gascón arte y diseño salvador vázquez


MILENIO

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× J U L I O

sábado 8 de abril de 2017

ANTESALA

ESPECIAL

T R UJ I L LO ×

Íncipit Este poema forma parte de El acelerador de partículas, instantes sobrecargados de sentidos, que comienza a circular con el sello de Almadía

E

l tiempo es menos cruel en marzo porque brilla y se deja tocar. Mira, hunde tu mano en el fulgor del día que se alza como un arco sobre el mundo, palpa con las pupilas el amanecer. Todo es comienzo en marzo, brote, y el mismo tiempo está naciendo sin noche y sin memoria. ¿Qué hay detrás? Una fecunda voluntad sin rostro, una ansia pura de existir y abrirse, de ser hoy. Ingresa en el presente, la piel del tiempo es cálida y ansía aquel primer contacto que la encenderá.

×EKO×EX LIBRIS×STANISLAVSKI×

El miedo al habla BICHOS Y PARIENTES

M

JULIO HUBARD

ientras hago anotaciones y un prólogo a un poema de Victor Hugo —“Réponse a un acte d’accusation” de Las contemplaciones, un poema largo, difuso, disparejo y magnífico: un “acte d’accusación” es una demanda judicial; Victor Hugo escribió el poema para defenderse de una pacatería: que con su vulgaridad habría destruido la lengua y la decencia— me asalta una incomodidad: ese poema, bravata estupenda, es el desafío a quienes quieren controlar el habla y conservarla intacta, decente, limpia de groserías o, peor, virgen frente a lo abrupto del habla cotidiana y la verdad: “Y entonces yo soy el ogro.../ en este caos del siglo en que su corazón se estrecha,/ pisé el buen gusto... con mis horrendos pies”. El malestar viene de las noticias que voy hallando hoy, que a la vez confirman y refutan a Hugo. Parece que las palabras son lo único que cuenta. No es jactancia teórica sino lo contrario. Resulta que hoy pueden brotar cadáveres por cientos, como en un poltergeist y no pasa nada; pueden desaparecer 43 personas y no pasa nada; cundir el crimen y no pasa nada. Lo único que parece tener consecuencias jurídicas es el uso de la palabra, dicha o escrita. Y ni siquiera porque alguien mienta o esparza demagogia. El discurso de las clases políticas hace tiempo perdió todo valor. Es en otro ámbito del habla, donde las palabras sí cuentan y dicen, que ahora resultan punibles la verdad y la opinión. Quien diga la verdad puede acabar en tribunales, sobajado por querellantes y susceptibilidades que andan estrenando poderes de nuevos modos. Pienso en las ridículas ordalías con que se ha querido someter a Sergio Aguayo (llevado a tribunales por ese lábaro de la honestidad, llamado Humberto Moreira) y a Guillermo Sheridan (léase “Crónica de una demanda sufrida”, en el sitio www.juristasunam.com, para ver de qué se trata la ecuanimidad: Sheridan convoca a la discusión inteligente). ¿De verdad en este país el único procedimiento jurídico que avanza es el de unos ciudadanos en contra de otros, por opiniones o modos del habla? De pronto, recuerdo al lépero de Bill Maher que decía a los que se asustan con las palabras: “es hora de que dejen de preocuparse por la virginidad de sus orejas y caigan en cuenta de que los están jodiendo por el culo”. También creo que Victor Hugo hizo lo correcto: “Hice una tempestad en el fondo del tintero, y mezclé, entre las sombras agobiadas, al pueblo negro de las palabras con el enjambre blanco de las ideas... Nombré al cerdo por su nombre, ¿por qué no?”. L

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LABERINTO

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WWW.GIOVANNISARTORI.IT

El Islam y Europa: un conflicto inevitable

*

Autor de obras fundamentales del siglo XX como ¿Qué es la democracia? y Homo videns. La sociedad teledirigida, Giovanni Sartori (1924–2017) destacó en el estudio comparativo de la política y sus opiniones siempre contrastaron con la uniformidad de los discursos mediáticos. Tras su fallecimiento el 4 de abril, recordamos al Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2005 con una conversación en la que explica su recelo hacia el Islam y la migración, y un ensayo que aborda sus ideas más significativas ENTREVISTA LUIGI MASCHERONI Inmigración, Islam, Europa, con estas palabras se juega nuestro futuro, Profesor.

Con estas palabras se dicen muchas estupideces.

Utilizando estas palabras, en Francia, intelectuales de izquierda ahora comienzan a hablar como si fuesen de derecha. Dicen que el multiculturalismo ha fracasado, que los flujos migratorios de los países musulmanes son insostenibles, que el Islam no puede integrarse con la Europa democrática…

Son cosas que vengo diciendo desde hace décadas. ¿También usted habla como la derecha?

No me importa nada de la derecha y la izquierda, a mí lo que me importa es el buen sentido. Yo hablo por experiencia de las cosas, porque estudio estos temas desde hace muchos años, porque trato de entender los mecanismos políticos, éticos y económicos que regulan las relaciones entre el Islam y Europa, para proponer soluciones al desastre en el que nos hemos metido.

¿Cuál desastre?

Ilusionarse con que se puede integrar pacíficamente a una amplia comunidad musulmana —fiel a un monoteísmo teocrático que no acepta distinguir entre el poder político y el religioso—, con la sociedad occidental democrática. Sobre éste equívoco se ha desencadenado la guerra en la que estamos inmersos. ¿Por qué?

El Islam, que en los últimos veinte, treinta años, ha experimentado un exaltado despertar —inflamado, listo para explotar, asistido por nuevas tecnologías cada vez más peligrosas— es un Islam incapaz de evolucionar. Un monoteísmo teocrático estancado en nuestro Medievo. Es un Islam incompatible con el monoteísmo occidental. Durante mucho tiempo, desde la batalla de Viena, estas dos realidades se habían ignorado. Ahora vuelven a confrontarse. ¿Por qué no pueden convivir?

Porque las sociedades libres, como Occidente, están fundadas en la democracia, en la soberanía popular. El Islam, por el contrario, se funda en la soberanía de Alá. Y si los musulmanes pretenden aplicar dicho principio en los países occidentales el conflicto resulta inevitable.

¿Está diciendo que la integración para el musulmán es imposible?

Estoy diciendo que desde el año 630 d. C. en adelante, la Historia no recuerda casos en los que la integración de musulmanes al interior de sociedades no–islámicas haya resultado. Piense en la India o en Indonesia. Por consiguiente, si en sus países musulmanes viven bajo la soberanía de Alá y todo va bien, por el contrario…

Si por el contrario el migrante llega a Europa y sigue aceptando dicho principio y rechazando nuestros valores ético–políticos significa que nunca podrá integrarse. Y, en efecto, en Inglaterra y en Francia nos encontramos con una tercera generación de jóvenes islámicos más fanáticos y maleados que nunca. Pero el multiculturalismo…

¿Qué es el multiculturalismo? ¿Qué significa? El multiculturalismo no existe. La izquierda que enarbola la palabra multiculturalismo no sabe qué es el Islam, sus discursos son de ignorantes. Piense en esto. Los chinos continúan siendo chinos después de dos mil años y conviven tranquilamente con sus tradiciones y usanzas en nuestras ciudades. De igual manera los


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La izquierda es vergonzosa. No tiene la valentía de afrontar el problema. Ha perdido su ideología y para dar la impresión de que es progresista se aferra a la causa deletérea de puertas abiertas para todos. La solidaridad está bien. Pero no es suficiente. ¿Qué es lo que se necesita?

Reglas. La migración hacia Europa llega a números insostenibles. Quienes entran, quien sea, debe tener una visa, documentos reglamentados, una identidad cierta. Los ilegales, al ser personas que viven en un país ilegalmente, deben ser expulsados. Y quienes se queden no pueden tener derecho de voto, de otra manera, los musulmanes fundarían un partido político y con sus mortales tasas de natalidad, dentro de 30 años tendrían la mayoría absoluta. Y nosotros nos encontraríamos viviendo bajo las leyes de Alá. Yo viví durante treinta años en los Estados Unidos. Gozaba de todos los derechos, excepto el del voto. Y yo estaba muy bien. ¿No se siente como uno de esos intelectuales para los que la culpa siempre es de Occidente?

Intelectuales estúpidos y auto dañinos. También yo sé que la Inquisición ha sido un horror. Pero, desde hace siglos, Occidente ya superó esa fase de fanatismo. El Islam no. El Islam no tiene capacidad de evolución. Es y será siempre lo que era hace diez siglos. Es un mundo inmóvil, que nunca entró en la sociedad industrial. Ni siquiera los países más ricos como Arabia Saudita. Tienen petróleo y muchísimo dinero pero no fabrican nada, adquieren del exterior cualquier producto terminado. El símbolo de su civilización, en efecto, no es la industria sino el mercado, el zoco. Se dice que el contacto entre culturas diferentes es un enriquecimiento para ambas.

Si existe un respeto recíproco y la voluntad de convivir, sí. De otra manera no es un enriquecimiento, es una guerra. Guerra donde el arma más poderosa es la demográfica, toda a su favor. ¿Y Europa qué hace?

Europa no existe. Nunca se había visto un edificio político más estúpido que esta Europa. Es un monstruo. Ni siquiera es capaz de detener la migración de personas que trabajan un 10 por ciento del costo de la mano de obra europea, devastando la economía continental. Esta no es mi Europa. ¿Cuál es su Europa?

Una Europa federada, compuesta únicamente por los seis, siete estados miembros, cuyo presidente también debe ser director de la Banca europea, de tal suerte que detente tanto el poder político como el económico–financiero, y con una única Suprema Corte, como en Estados Unidos. La Europa de Bruselas con 28 países y 28 lenguas diferentes es una entidad muerta. Una Europa que pretende extenderse hasta Ucrania… Ridículo. Ni siquiera sabe defendernos del fanatismo islámico. ¿Cómo terminará con el Islam?

Cuando se llega al hombre–bomba, al mártir que defendiendo su fe se hace explotar en medio de civiles, significa que el conflicto ha llegado a su máxima expresión. L *Texto tomado de Il Giornale, domingo 17 de enero de 2016. Traducción de María Teresa Meneses

PENSAMIENTO

LA FUERTE OPINIÓN DE MAQUIAVELO

judíos. Pero los musulmanes no. En lo privado pueden y deben continuar profesando su religión pero políticamente deben aceptar nuestra regla de la soberanía popular, de otra manera, deben irse. Si lo escuchase un biempensante de izquierda lo tacharía de xenófobo.

sábado 8 de abril de 2017

FERNANDO ZAMORA/ ROMA

A

los noventa y dos años murió Giovanni Sartori. Era —dicen los medios italianos— el Maquiavelo del siglo XX. La comparación es pertinente no solo por su dedicación a la filosofía política. Ambos pensadores eran florentinos y gozaban de un ácido sentido del humor. En las ciencias sociales, Giovanni Sartori resulta tan significativo como Umberto Eco a pesar de que no era tan notorio, pero cuando uno se introduce en el pensamiento de Sartori entiende que la notoriedad no es sinónimo de verdad. Paolo Armaroli, columnista italiano y antiguo estudiante de Sartori, escribió en el Corriere Fiorentino que en 1960 el politólogo fascinaba a sus alumnos, pero sobre todo a sus alumnas. Era muy guapo y espetaba siempre un discurso provocador que resultaba atractivo para esos jóvenes que se estaban atreviendo a tener una opinión. En torno a esto, a la opinión, Giovanni Sartori trabajó toda su vida. En 1957 publicó Democracia y definiciones, libro que le dio notoriedad en el ámbito académico y que gira en torno a este pequeño problema de capital importancia. Cuando decimos “democracia”, ¿qué estamos queriendo decir? Ahora que ha muerto Sartori, Massimiliano Padula, presidente de la oficina de prensa católica (SIR), ha dicho que es “una piedra angular para cualquier estudioso de los medios masivos de comunicación.” Resulta llamativo que la prensa católica reconozca su importancia pues, igual que Maquiavelo, Sartori tuvo roces con el papado. Recientemente dijo que Francisco es un listillo (un furbetto) y lo comparó con Obama, de quien dijo “es un imbécil de poca monta”. De Hillary Clinton sentenció “es una mujer odiosa”, y de Trump “es la consumación del hombre cretino”. Con base en estas afirmaciones puede uno entrar en el pensamiento de Sartori, teórico cuya cruzada puede resumirse en esto: para que haya democracia es necesaria una opinión fundada y ofrecida en modo público. Esta es la línea argumental que vincula Democracia y definiciones, de 1957, con Homo videns de 1997. Cuarenta años de pensamiento. Y es que Sartori no se detiene en la pregunta retórica en torno al contenido de la palabra “democracia.” Va más allá. Sostiene que la falta de opiniones está acabando con la civilización europea a causa de algo en apariencia simple: nadie lee. El siglo XX ha visto el nacimiento del hombre que para formar opiniones se conforma con ver. Tal es el Homo videns, asesino del hombre copernicano que construyó, según él, la civilización europea. La teoría del Homo videns ha sido aplicada al caso de Estados Unidos, un país en el que, efectivamente, los ciudadanos se informan solo por televisión y clips online. Pero la democracia, según define en su primer libro, está sostenida en el gobierno de la opinión pública, esas opiniones mayoritarias que aseguran la libertad de elección. Cuando el hombre occidental deja de leer y comienza solo a ver, los fundamentos de la democracia se resquebrajan. Sartori sostiene que es fundamental que la gente se ocupe de las cosas públicas, pero va más allá y sostiene que es obligación del ciudadano informarse, leer y estar capacitado para emitir una opinión que se concrete en un voto. Aunque ya no desarrolló sus ideas, en diversas entrevistas Sartori llevó más lejos su teoría del Homo videns. Como decía, con Trump la opinión pública llegó al nivel del Homo cretinus. Si la república de Obama era el triunfo del hombre que ve, la de Trump es la consumación de quien tiene

una opinión contraria solo porque es contraria. Algo similar sucedió con Berlusconi, según dijo en un congreso en Roma recientemente: la carencia de opiniones del hombre que ha llevado a Italia al sinsentido de polarizarse: o estás en contra de Berlusconi o estás a favor de Berlusconi. En Estados Unidos sucede lo mismo. El hombre cretino ha llegado al poder gracias a todos aquellos que no tienen una opinión, pero saben que están contra Clinton. Ahora bien, ¿por qué para Sartori la administración Obama es el triunfo del Homo videns? Según él, su gobierno estuvo basado en la perversión de la verdadera opinión pública, sobre la que se basa toda verdadera democracia. Fue un gobierno de encuestas y sondeos, no de ideas. La pregunta que sigue es esta: ¿quién fabrica la opinión pública? Los medios masivos de comunicación. El internet y la televisión. Es ahí donde el hombre incapaz de leer, el hombre que solo ve, construye sus opiniones. La propuesta de Sartori consiste en fomentar estructuras políticas que permitan si no la creación de nuevas opiniones al menos sí de múltiples opiniones. Visto que la carencia de lectura hace imposible que haya calidad en las opiniones, al menos, dice, aumentemos su cantidad. Desde esta óptica se entiende que muchas de sus intervenciones públicas hayan sido tan provocadoras. Justamente estaba llamando la atención con la idea de provocar a la moral públicamente hegemónica del hombre que ve. A decir verdad, Sartori es un hombre de la década de 1960. La suya es una idiosincrasia del derecho a disentir, a contra opinar y discutir. Se trata de una propuesta muy válida. Tanto que el mejor homenaje que se puede hacer al florentino es alejarse de él. Disentir. Sartori está replicando la posición de su despreciado Homo cretinus. En Europa sus artículos más notorios han sido aquellos en los que ataca a la religión musulmana. Para el politólogo, el Islam es incompatible con Occidente porque es incompatible con la democracia. Y sí. Si redujéramos toda la civilización europea a un único instrumento político, la democracia, es posible que la religión musulmana no quepa en Europa, pero reducir la cultura de todo el continente a un único sistema político es totalitario, entre otras cosas, porque la democracia no es una cultura sino eso, un instrumento. Los liberales anti–islam como Sartori, están reduciendo al menos dos mil años de historia y cultura a un juego de poder entre partidos políticos. Evidentemente, así los inmigrantes islámicos no pueden encontrar, al menos en las instituciones, ninguna cultura a la cual asirse para comenzar un proceso de asimilación. Además, si para ser el hombre copernicano que dice Sartori que construyó Europa, el único requisito es tener una opinión fundada, ¿dónde quedarían los teóricos que sostienen la posverdad? Muchos de ellos han leído más que Copérnico y Maquiavelo. En una Europa que ya no cree en la verdad, ¿cómo se va a incorporar un creyente islámico? ¿Y un protestante? ¿Y un católico? Al creador del Homo videns, como a tantos otros posmodernos, le repugna el pensamiento fuerte de las “grandes narrativas”: el comunismo, la religión, la revolución. La paradoja es esta: una Europa convencida de que su pensamiento debe ser líquido y débil ¿cómo va a asimilar un pensamiento tan fuerte como el Islam? ¿Todo pensamiento fuerte es negativo? Privilegiar ciertas opiniones políticas por el hecho de que contrarían la corrección política acercó demasiado a Sartori con el hombre cretino que él mismo identificaba con Donald Trump. L


LABERINTO

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Sergio González Rodríguez

Detective en el des

El periodista, escritor y editor murió el 3 de abril a los 67 años, dejando una obra imprescindible para entender los fenómenos extremos de México y el mundo. Los siguientes textos evocan al crítico y pensador que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 2014 por Campo de guerra

AUTOR, HUMANISTA, MÚSICO

L

Luis Xavier López-Farjeat

a presencia de Sergio González Rodríguez en estos tiempos era esencial. Era capaz de pensar en las complejidades del mundo contemporáneo de manera profunda y crítica. Se caracterizaba por un espíritu autónomo, libre de prejuicios y moldes ideológicos. Pensaba por sí mismo, formulaba sus propias ideas y sus argumentos, algo que se echa de menos en muchos periodistas y columnistas predecibles. Fue un hombre de ideas dispuesto a encarar e interpretar prácticas, actitudes e ideologías que suponían un riesgo y una amenaza para la humanidad. Sus investigaciones bien conocidas sobre la violencia en México no son una mera concatenación morbosa de hechos perturbadores. Sergio trasladaba la crítica cultural, la teoría social y ciertas formas de comprender la filosofía, a la crónica periodística. Era capaz de construir horizontes de comprensión encaminados a analizar los fenómenos de manera detallada y en ocasiones ambiciosa. Como ya se vislumbraba en Campo de Guerra y en sus columnas periodísticas, le preocupaba, lo que él mismo denominaba, inspirado en Giorgio Agamben, el “ultracapitalismo de los dispositivos, las redes comunicativas y los sistemas integrados”. Nuestras más recientes conversaciones giraban en torno a la revolución tecnológica y sus repercusiones en la vida cotidiana. Coincidíamos en que los cambios tecnológicos plantean enormes dilemas éticos que apenas unos cuantos críticos y analistas empiezan a vislumbrar. Sostenía que la maximización de la economía, la expansión de las plataformas militares, la hegemonía mundial de las corporaciones y los intentos de homogeneización cultural, habían deteriorado desde hacía tiempo a la sociedad. Veía con claridad que los abusos actuales de la ciencia aplicada y la tecnología modifican nuestra forma de entender y valorar a los seres humanos: las personas somos unidades de un sistema (quizá

de un entramado de sistemas) capaz de devorarnos a través de máquinas y dispositivos. Le inquietaba sobremanera el transhumanismo, la adopción de un horizonte post–humano en el que la biotecnología, la biomedicina, la nanotecnología, la informática y la inteligencia artificial terminarían degradando y aniquilando a los seres humanos. Parecería ciencia ficción si no fuera porque todo esto es cierto. En nuestra última conversación le recomendé el libro Technology versus Humanity de Gerhard Leonard. Sergio había redactado un libro sobre ese tema, que fungiría como su tesis doctoral en Historia del Pensamiento. Pocos días después, en un nuevo prólogo para la tesis, había incorporado las reflexiones de Leonard. Sostiene en esa adenda que resulta decisivo alertar ante las amenazas que gravitan sobre el humanismo, de los riesgos enormes que corre la libertad de las personas, sus vidas, y la cultura en general. La reducción del humanismo, según sus palabras, deriva en la barbarie, la ignorancia, la injusticia, la falta de compasión, lo inhumano. Creo, lamentablemente, que ése es nuestro presente. La mirada de Sergio era esencial en tiempos tan decadentes porque más allá de sus diagnósticos controversiales, intentaba articular una propuesta ética, un discurso que apuntaba hacia la revalorización del humanismo y el rescate de lo humano. Había estado leyendo al teólogo jesuita del siglo XX Henri de Lubac, autor de El drama del humanismo ateo (1943). En Lubac, Sergio encontró la prefiguración de nuestros tiempos: un ateísmo orgánico dispuesto a fragmentar el mundo y desplazar la imagen de Dios a la ciencia aplicada. En varias ocasiones le escuché decir que el anti–teísmo propiciaba un entorno idóneo para el anti–humanismo. Evocando a Vittorio Possenti y a Jacques Maritain, Sergio sostenía que

para recuperar el valor de lo humano había que “recuperar el legado del humanismo medieval y Renacentista para abrirlo al mundo moderno sin perder lo esencial, el humanismo que une lo trascendental y lo humano en cada persona”. Confieso que me intrigaba su interés en algunos teólogos y filósofos cristianos que quizá muchos hemos leído de manera prejuiciosa. Sergio nos hará mucha falta, no solo como un crítico cultural, sino como un verdadero amigo de quien se aprendía a leer, a escuchar, a conversar, a debatir, a comprender, a convivir y a escuchar rock. L

LA VIDA CUMPLIDA Fernando Solana Olivares

R

eunía los dos atributos del escritor: sintonizaba y focalizaba. En un caso su deidad tutelar era Hermes Mercurio y en el otro Efesto Vulcano. Construía continentes literarios y los poblaba de una prosa casi exacta (nunca es exacta la prosa) como filigrana. Era agudo y penetrante, deliciosamente irónico, divertidamente sarcástico: una vez más, la inteligencia, soledad en llamas. Hicimos juntos, cómplices y solidarios, conspiradores, la primera época del suplemento LaJornada Semanal. El grupo era una genealogía del periodismo cultural. Al modo de un crepúsculo que entonces no parecía serlo, lleno de luces, textos, autores, edición, escritura, imagen, tipografía, y conspicuos participantes: Fernando Benítez, Héctor Aguilar Camín, Vicente Rojo, Efraín

Herrera, Arturo Fuerte. Y nosotros dos, delirantes y felices editores. Sabía cosas insospechadas, contemporáneas al modo de Walter Benjamin, de quien heredaría la condición epistemológica del paseante cultural crítico, atento a los bajos fondos como sostén de los fenómenos humanos lo mismo que a los dobleces de las cosas, a la ausencia de sus presencias. Así hizo su libro esencial, Huesos en el desierto, ese osario incandescente sobre los feminicidios de Ciudad Juárez que estremece por el hondo abismo al que se asoma y también por su estructura compositiva. La misma gran virtud formal de A sangre fría, aquí depositada en una lectura de prensa y estudios afines acuciosa y extrema —solo relaciona— que establece lo que valiente y moralmente dice, además, de modo inferencial,

implícito, en el gran reportaje de horror mexicano que es una esperpéntica novela realista que pavorosamente se lee como una narrativa hermosa e irremplazable. Ella lo pondría en riesgo personal. “Lee lo anotado en rojo si quieres entender lo escrito en negro”, comunica uno de sus epígrafes. La historia del presente mediante sus contrastes más atroces y personales. Periodista sagaz, intelectual perseverante y notablemente culto, memorioso, coleccionista de eventos, referencias, noticias, entre otras tantas hermenéuticas personales, hijo de su tiempo y a la vez intemporal cuando frecuentaba la escritura. Dejará un añorante hueco: no habrá quien lo llene. Nadie llena los huecos de nadie en esta oscura desbandada. Descanse en paz y satisfecho. Toda muerte es una vida cumplida. L


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sierto

sábado 8 de abril de 2017

DE PORTADA

UN ESCRITOR INUSITADO

S ROGELIO CUÉLLAR

Alberto Chimal

ergio González Rodríguez era un escritor inusitado. Al menos en el idioma castellano es, y seguirá siendo, un autor capital por sus investigaciones del mal auténtico, concreto, que traen la violencia y el abuso del poder, y que él reunió en una trilogía de libros entre el ensayo y el reportaje. Tres entregas con perspectiva cada vez más amplia: Huesos en el desierto, El hombre sin cabeza, y Campo de guerra. En estos libros, la reflexión va de uno de los casos criminales más vergonzosos en la historia mexicana a un examen del crimen organizado y la descomposición del Estado, y luego a una visión escalofriante y lúcida “del plan estratégico de militarización del mundo, del modelo global de control y vigilancia” que hoy podemos ver con claridad —si estamos dispuestos— a nuestro alrededor. González Rodríguez lo comprendió todo mucho antes que la inmensa mayoría de nosotros. Y se empeñó en mostrarlo, en decir lo que ni el poder ni la sociedad estaban interesados en escuchar, y pagó por ello, incluso, padeciendo en carne propia la misma violencia que denunciaba. En esta época de imposturas y bravuconerías, él fue una persona de temple verdadero. Algo más, que a veces se olvida: lo que vuelve grandes obras no es solamente su arrojo y su capacidad de observación. González Rodríguez registró en numerosos lugares porciones de la realidad, hechos concretos de vidas concretas. Pero buena parte de la potencia, de la facultad expresiva de esa escritura, venía de otro lado: de su interés por el lenguaje mismo, y de su enorme pericia en las técnicas y los efectos de la ficción. En esta época en la que está de moda despreciar con argumentos simplistas y fariseos la invención literaria, Sergio González Rodríguez

hablaba de la “posibilidad en la literatura de reinventar la realidad” (como dijo en una entrevista con Diego Enrique Osorno). Este es un motor secreto de su obra: los relatos, las novelas y los textos experimentales —desde El plan Schreber hasta El artista adolescente que confundía el mundo con un cómic—, que hubieran bastado para darle un lugar como un escritor erudito y excéntrico de la literatura mexicana, y que fueron el reverso (y a la vez la evidencia) del poder de sus ensayos y crónicas. Era uno de los grandes realistas, y también más complejo y más extraño que casi cualquiera de ellos: nunca dejó de creer en la capacidad del lenguaje para potenciar nuestra percepción de lo real; sus libros demuestran que tenía razón. Sergio González Rodríguez sobrevivió al año nefasto de 2016, pero se ha marchado en un momento en el que probablemente nos hará mucha más falta. No ha disminuido la violencia que él estudió, y en cambio ahora estamos enfrentados a una amenaza adicional: el avance de una nueva embestida xenófoba dirigida contra nosotros desde Estados Unidos, a la vez que presente en muchos regímenes de este mundo, que supuestamente estaba dejando atrás la idea misma del Estado nacional. Las convulsiones de los últimos meses terminaron con muchas de las certidumbres del siglo XX que aún se resistían a morir; estamos ahora en un territorio inexplorado de la Historia, sin los mitos y las ideologías que hicieron creer a muchas generaciones que comprendían el devenir de las sociedades. Nos va a hacer falta un Sergio González Rodríguez para ir indagando en este mundo nuevo y terrible: para trazar el nuevo mapa del presente. Ojalá alcance la fuerza y la lucidez a quienes quedan ahora obligados a seguir su ejemplo, ya sin él. L

EL VISIONARIO

A

nadie pasa desapercibido el carácter premonitorio de Huesos en el desierto. La exhaustiva investigación en torno de los feminicidios de Ciudad Juárez que Sergio González Rodríguez publicó en 2002, vaticinaba la hecatombe en la que México se embarcaría a partir del sexenio de Felipe Calderón. La corrupción, la impunidad, la bancarrota del Estado de derecho, el desgobierno institucional en contraste con el gobierno de facto del crimen organizado, la violencia de género, la fatal vulnerabilidad de las clases marginales y la descomposición del tejido social fueron los elementos con que González Rodríguez ensambló, apoyado en documentos, testimonios y evidencias, un relato perfecto del horror, el mapa de un territorio devastado que más pronto que tarde se extendería hacia otras regiones del país, porque solo el mal suele propagarse con tal eficacia y rapidez, sobre todo cuando ese mal se tolera, se fomenta e incluso se crea, en el núcleo de la sociedad: “A finales del siglo XX, el crimen organizado en México construyó un teatro de fantasmas y simulaciones que se prolongó hacia el XXI. La corrupción generalizada erosionó, hasta hacerlas casi inútiles, las más altas instituciones judiciales, militares y policiacas del país. Inútiles para su razón de ser, funcionales para el manejo escénico y el juego de apariencias de los que ha dependido hasta la fecha el crecimiento del narcotráfico en México a través de una estrategia de

Iván Ríos Gascón complicidades y protecciones”. Escritas hace quince años, esas líneas describen puntualmente lo que vivimos hoy. Y si leemos lo que sigue, llegaríamos al foco de la crisis sistémica que no solo no tiene solución probable sino que aún puede empeorar: “En los últimos quince o veinte años, se ha visto crecer el narcotráfico mientras el Estado abandonaba sus obligaciones básicas: la defensa de la ley, la soberanía, la paz social, el monopolio de la violencia. A cambio, y mediante el dispositivo de trasvasar las identidades, de prolongar la fantasmagoría que difumina o encubre la mano negra del poder público, se ha puesto el propio aparato del Estado al servicio de los negocios ilícitos. El mayor de ellos” (Huesos en el desierto, pág. 108) Sergio González Rodríguez tenía vocación de hermeneuta, explorador, pensador y detective: a Huesos en el desierto le siguieron El hombre sin cabeza y Campo de guerra, su trilogía de los fenómenos extremos, y escribió también la crónica–ensayo Los 43 de Iguala, en el que confirma lo que ya había expresado en su libro sobre los feminicidios de Ciudad Juárez: la aciaga condición existencial de nuestra sociedad, en la que la barbarie es parte de la costumbre y la crueldad ya no es atroz ni abominable sino el ambiente que delimita la supervivencia. Como ensayista, además de Los bajos fondos, el antro, la bohemia y el café y De sangre y sol, El

Centauro en el paisaje fue su obra maestra. Tributo a la lectura, al arte que erige ciudades imposibles y torres babélicas de la razón, El Centauro galopa sobre horizontes fatalistas con planicies donde lo imaginario, como decía Breton, tiende a volverse real, al igual de lo que suele pasar en sus novelas (El triángulo imperfecto, El plan Shreber, La pandilla cósmica, El artista adolescente que confundía al mundo con un cómic, entre otros), porque Sergio González Rodríguez escribía con espíritu de arqueólogo y explorador, de rescatista, por ejemplo, aquella misteriosa historia de Wilfrid Ewart, el infortunado escritor inglés que murió en México la noche vieja de 1922, que Sergio recuperó en un artículo de 1989 y cuyas conjeturas entusiasmaron a Javier Marías al otro lado del Atlántico. Personaje de Roberto Bolaño en 2066, Sergio González Rodríguez tuvo incontables lectores dentro y fuera del país, se convirtió en un referente de la prensa y la intelectualidad, él mismo fue un lector insobornable (sus listas anuales de los mejores y peores libros publicados eran el hándicap con más rating en nuestra mullida república de las letras), un lector que ponderaba que nada es fortuito ni fugaz pues, visionario como era, lo explicó así en El Centauro en el paisaje: “los libros, como las medusas, las mujeres y los tranvías, llegan inevitables a cada quien”. L


CIENCIA

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LABERINTO

NASA

“Si esperamos identificar vida en otra parte del universo, debemos entender qué es lo que separa a las criaturas vivientes de la materia inanimada”. Joyce comenta que en realidad fue en una discusión colectiva de un panel de NASA que se planteó la definición que establece que “vida es la que poseen aquellos sistemas químicos auto sostenidos y capaces de evolución darwiniana”. Aun esta definición tiene sus altibajos. El mismo Gerald Joyce dice que según ésta, un virus no tiene vida porque aun siendo un sistema químico con desarrollo darwiniano, éste no es auto sostenido ya que el virus necesita del genoma de la célula huésped para evolucionar. En una entrevista, este biotecnólogo, que ha logrado desarrollar en su laboratorio sistemas químicos capaces de evolución darwiniana, hace una reflexión que no podemos dejar de citar:

¿Vida en Trappist? Un nuevo sistema solar ha sido descubierto. Nos sabemos si alberga vida pero intuimos que, de hacerlo, ésta no alcanzó un grado de avance que le permita responder a nuestras señales de radio o que quizá no esté dispuesta a delatar su presencia. DESMETÁFORA

E

l nuevo sistema solar está a tan solo 40 años luz de nosotros. Puesto que las primeras señales de radio salieron de la Tierra hace 120 años ya pasaron por Trappist. De modo que los trappistitas han estado escuchando nuestra radio por 80 años y en todo este tiempo, una respuesta ya pudo haber llegado hasta nosotros. Que no la registremos no quiere decir que no haya vida en alguna forma. Si queremos hablar de vida en otros planetas, debemos comenzar por definirla. ¿Qué es la vida? Es una pregunta muy antigua con muchas respuestas, algunas de las cuales intentan ser lo suficientemente amplias como para enmarcar formas vitales aún por descubrir. El físico Erwin Schrödinger, en su libro con el mismo título que la pregunta que nos planteamos, ¿Qué es la vida?, sugería que la propiedad que define a los sistemas vivos es que se auto ensamblan en contra de la tendencia natural hacia el desorden. Con esto, Schrödinger ponía de relieve la segunda ley de la termodinámica que establece el ineludible incremento de entropía en sistemas cerrados, es decir, el constante incremento de desorden. Al tomar nutrientes y metabolizarlos, un sistema vivo se opone al aumento del caos. Los sistemas vivos se ordenan en contra de la tendencia universal hacia el desorden. Sin embargo, esta definición significaría que los cristales que toman energía de su medio y se ordenan formado un arreglo geométrico de átomos, tendrían vida. Es por eso que, antes de formular el concepto a partir de la entropía, Erwin Schrödinger se anticipó diciendo: ¿Cuál es el rasgo característico de la vida? ¿Cuándo puede decirse que un pedazo de materia está viva? […] Cuando sigue haciendo algo, ya sea moviéndose, intercambiando material con el medio ambiente, etc., y ello durante un periodo mucho más largo que el

GERARDO HERRERA CORRAL gherrera@fis.cinvestav.mx que esperaríamos que siguiera haciéndolo un pedazo de materia inanimada en circunstancias similares. Cuando un sistema no viviente es aislado, o colocado en un ambiente uniforme, todo el movimiento llega muy pronto a una paralización, como resultado de diversos tipos de fricción; las diferencias de potenciales eléctricos o químicos quedan igualadas, las sustancias que tienden a formar un compuesto químico lo hacen y la temperatura pasa a ser uniforme por la transmisión de calor. Después todo el sistema queda convertido en un montón muerto e inerte de materia. Se ha alcanzado un estado permanente, en el cual no ocurre suceso observable alguno. El físico llama a esto: estado de equilibrio termodinámico o de máxima entropía.

En el libro Hola, ¿hay alguien ahí afuera?, la autora alemana Dagmar Roehrlich empieza por la misma pregunta y en un párrafo resume la gran dificultad: En nuestro cuerpo miles de diferentes células se ocupan de que podamos pensar, respirar, comer, beber, dormir y trabajar. Ni un solo átomo o molécula nace en nosotros ni muere en nosotros. Las moléculas no están vivas, en este nivel no existe el predicado de vida para ellas. Cada elemento es materia unida de manera accidental. No es sino hasta que cada átomo y cada molécula construyen una célula como una estructura ordenada y compleja que se forma un ser viviente. Por eso concluía el gran genetista británico (y excéntrico) John Burdon Sanderson Haldane: “la relación entre la materia viva y la materia muerta se encuentra en alguna parte entre las células y los átomos”.

Es muy difícil establecer el lugar de esta frontera. El químico Gerald Joyce es conocido como autor de la definición de vida que adoptaría la NASA en la formulación de sus investigaciones espaciales:

Lo que hace a la biología diferente de la química es que la biología tiene una historia. Esa historia inicia con el comienzo de la evolución y cada página del libro histórico es cada generación sucesiva y todos sus genotipos. La química no es así. La química no se registra a sí misma; solo sucede. Algunos dicen que la evolución darwiniana por sí misma no es más que un sistema químico. Pero para mí, decir esto es raro porque una vez que el sistema es capaz de evolución darwiniana deja de ser solo un sistema químico. El sistema adquiere atributos históricos y por eso, por definición, es biológico.

Es una bella manera de expresar lo que, por lo menos vagamente, entendemos todos por vida. Más aún, parece evocar aspectos filosóficos profundos que servirían para reflexionar sobre otros muchos temas de la naturaleza: la transición entre los mundos físicos, químicos y biológicos, la historia como propiedad emergente de la complejidad, etcétera. Actualmente, la mayoría de los científicos creemos que alguna forma de vida debe estar presente en varios lugares del Universo. Se cuenta que en el verano de 1950, cuando el gran físico Enrico Fermi tuvo ocasión de visitar el laboratorio en Los Álamos, Nuevo México, planteó la pregunta: “¿Y dónde están?”, refiriéndose a los extraterrestres. Enrico Fermi trabajaba para el proyecto Manhattan, en el que Estados Unidos se propuso construir la primera bomba atómica, y es uno de los científicos más conocidos por su trabajo en diversas áreas de la física. Este es el origen de lo que hoy se conoce como la “Paradoja de Fermi”, que en muchas ocasiones se plantea como: “uno debería esperar que exista más vida inteligente en el Universo y sin embargo no la vemos: ¿dónde está?” Los registros de aquella conversación dicen que no se concluyó nada significativo, excepto por el hecho de que la distancia al próximo lugar con seres vivos es muy grande y que, en lo que a nuestra galaxia se refiere, vivimos en una rama muy alejada del área metropolitana en el centro de la galaxia. Esta conversación informal de Fermi ha sido rescatada y retomada por mucha gente. Entre otros por Carl Sagan, quien se encargó de hacerla famosa. En ese sentido, a Carl Sagan le gustaba decir: “A veces creo que hay vida en otros planetas, y a veces creo que no. En cualquiera de los dos casos la conclusión es asombrosa”. L


MILENIO

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SIETE CUENTOS JAPONESES JUNICHIRO TANIZAKI Atalanta España, 2017 259 pp. Admirado por Henry Miller y Yukio Mishima, Tanizaki es reconocido, básicamente, por La llave, su correspondencia erótica, pero El elogio de la sombra o La madre del capitán Shigemoto también son libros esenciales del discípulo nipón de Allan Poe y Oscar Wilde. Por lo que toca a este septeto, solo podemos decir que Tanizaki muestra una asombrosa exactitud para ajustar su prosa al relato breve, donde lo mismo visitamos el Japón del siglo pasado que recorremos un largo trecho del misterio detectivesco.

OBRAS COMPLETAS II FRANCISCO TARIO Fondo de Cultura Económica México, 2016 722 pp. Novela, teatro y textos dispersos forman parte de este segundo volumen que recupera los trabajos del escritor capitalino cuyo nombre real fue Francisco Peláez Vega. Aquí abajo y Jardín secreto son las novelas; El caballo asesinado, Terraza con jardín infernal y Una soga para Winnie, el teatro. Hay poemas, fragmentos de diarios, crónicas y semblanzas, y también un dossier crítico con textos sobre Tario de José Luis Martínez, Celestino Gorostiza, Alí Chumacero, María Elvira Bermúdez, David Olguín, Esther Seligson, Ricardo Bernal, Juan Malpartida y Alberto Manguel, entre otros.

DIARIO ANA FRANK Buque de letras México, 2017 258 pp. Escrito entre el 12 de junio de 1942 y el 1 de agosto de 1944, la legendaria Ana Frank no solo anota la calamidades de su claustrofóbica cotidianidad, sino que reflexiona acerca de las complejas relaciones dentro y fuera de su núcleo familiar, y consigna los cambios propios de la adolescencia, matizados por la terrible situación que vive: el Holocausto. Todo esto con una capacidad de introspección y una autocrítica admirables, lo que deja ver el genio que la consolidó como una mítica escritora.

HUELLAS. TRAS LOS PASOS DE LOS ROMÁNTICOS RICHARD HOLMES Turner España, 2016, 348 pp. Oliver Sacks lo elogia, con razón, como biógrafo, sin embargo el trabajo de Richard Holmes en este volumen trasciende la biografía convencional. Como explica en la nota que cierra el libro, en realidad su obra es un “híbrido” en el que la biografía se mezcla con el relato de viajes y la autobiografía. Su método consiste en establecer una fecha y hechos todavía recientes, como el mayo francés de 1968, y a partir de ahí seguir a sus románticos que incluyen a Stevenson, Shelley, Wordsworth, Mary Wollstonecraft y Nerval.

VINDICACIÓN DEL ARTE EN LA ERA DEL ARTIFICIO J. F. MARTEL Atalanta España, 2017, 195 pp. El objetivo de este ensayo es desmontar las estructuras que, a través del arte, predisponen a nuestros deseos y necesidades a adaptarse a la tecnología, pero hablamos de ese arte sometido a las leyes del mercado y la banalización de la cultura del espectáculo, tan influido por el progreso tecnológico. Para aclarar estas ideas, el autor recurre lo mismo a pinturas del paleolítico que a la música pop y se apoya, saludablemente, en las reflexiones de autores como James Joyce, Oscar Wilde, Gilles Deleuze o Carl Gustav Jung.

F U EG O

EN LIBRERÍAS

L E N TO ×

LAS CENIZAS Y LAS COSAS

Naief Yehya Literatura Random House México, 2017

Todos los días son 11 de septiembre ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

N

o se ha escrito aún la novela del 11 de septiembre —aunque Don de Lillo haya vislumbrado una catástrofe similar y Martin Amis haya establecido las diferencias entre el odio a Occidente y el extremismo musulmán— pero Naief Yehya ha dado al menos con un camino por seguir: el del extrañamiento como condición ineludible no de lo que significa ser un inmigrante legal en Brooklyn sino simplemente un miembro de la especie humana. Así de simple. Y así de simple es el argumento de Las cenizas y las cosas: un escritor con todos los atributos para considerarse un pusilánime recibe una improbable invitación para un homenaje que le harán en una improbable ciudad de México: San Ismael. Si algún mérito tiene en su hoja de servicios es haber publicado un cuento en el New Yorker, una suerte de premonición acerca de “guerrilleros islámicos apocalípticos que le declaran la guerra a la única potencia mundial y que empleando métodos primitivos logran sembrar terror y caos en varias ciudades estadunidenses”. El personaje se llama Niarf Yahamadi, narra sus desventuras con ligereza calviniana y es mexicano–iraní. Hay una mezcla de Gogol y Kafka en las andanzas de Yahamadi por tierras mexicanas. Nadie parece saber del homenaje, todos malinterpretan su disposición a la solidaridad, no hay quien atine a pronunciar correctamente su nombre. Es un Joseph K. que en vano solicita un cuarto de hotel, una entrevista con las autoridades o un plato de comida. No es posible contener la risa cada vez que vuelve a comprobar su talento para la derrota. Fracasa con una mujer casada a quien ya creía seducida y fracasa cuando regresa a Brooklyn con las manos vacías, hambriento y cubierto de ceniza luego de que una erupción sepulta a San Ismael. Las tribulaciones mexicanas de Yahamadi son de poca monta comparadas con las que padecerá una vez de regreso a Estados Unidos. Cuando la suerte por fin parece sonreírle, llega el 11 de septiembre como una materialización del cuento que había publicado en el New Yorker. Si antes fue capaz de reírse de sí mismo ahora no tiene sino la rabia y el dolor para encarar los hechos y su propia circunstancia. De pronto, hay que decirlo, adopta un tono de catequista, llevado por la corriente del lirismo militante, pero sabe rectificar para al cabo ofrecernos la imagen de un hombre cuyas buenas acciones no hacen sino atraer la desgracia. El lector puede intentar un acercamiento político a Las cenizas y las cosas. Encontrará algunas señales sobradamente conocidas. Si arriesga, en cambio, una lectura descontextualizada podrá disfrutar de una novela que mira con sorna nuestro tiempo justamente porque se lo toma muy en serio. L


CINE

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LABERINTO

Juan Antonio de la Riva

música, etc. No me quería perder en la búsqueda sanguinolenta o digital que termina por afectar al cine de terror. He visto varios filmes recientes y creo que se van más hacia el efecto que a lo importante: la raíz del miedo.

“Los monstruos definen los miedos de cada época”

¿Esta tendencia a lo violento corresponde al tiempo que vivimos?

Supongo que sí. Desde hace dos o tres décadas, el cine de terror ha derivado al gore y otras ramas. El cine es un arte en movimiento. En lo personal no me interesaba irme por este sendero.

Ambientada en tiempos de la Independencia, Ladronas de almas es una historia de ambición, acoso y muertos vivientes HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com

ENTREVISTA

ESPECIAL

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espués de una amplia filmografía, Juan Antonio de la Riva salda una vieja deuda: dirige una historia de terror. Situada en la época de la lucha independentista, Ladronas de almas cuenta la historia de la familia Cordero, que ha quedado en medio de la lucha entre insurgentes y realistas. Acostumbrados al acoso de quienes van por el tesoro que ellos guardan, tienen un arma secreta difícil de vencer: un muerto viviente.

En México, la tradición del cine de terror atraviesa por leyendas o episodios históricos.

Es una forma de recurrir a sucesos conocidos. En el caso de Ladronas

de almas, el guionista Christopher Luna, había iniciado una investigación sobre María Cordero, una mujer de la época. La idea original era hacer una película más seria, pero al hilar la historia de su familia le dio un giro. Por otro lado, yo estoy anclado al cine de terror de los años cincuenta o sesenta, digamos en la tradición de Carlos Enrique Taboada.

HOMBRE DE CELULOIDE

Incluso hay elementos visuales, fotográficos y de música, que remiten a esa época.

Así es, pero el guión es tan dúctil que pude haber incorporado materiales digitales o añadir violencia. Sin embargo, pensé que la mejor forma de narrar una historia del siglo XIX era respetando rasgos del cine clásico: planos abiertos, planos secuencia,

L

Los monstruos definen los miedos de cada época, y los zombis o muertos vivientes reflejan que vivimos en una época deshumanizada. Si revisamos el entorno que nos rodea, creo que nos hemos ido deshumanizando. No sé si exagero, tampoco suelo teorizar demasiado, prefiero ser eficaz. ¿Hay una fórmula para generar miedo en el espectador?

Sí. El susto, sobresalto y oscuridad, pero no se sabe si funcionará hasta que uno lo genera. Sucede lo mismo en la comedia. Quizá me hubiera gustado hacer más cine de género, porque en mi filmografía no lo he desarrollado a fondo. L

FERNANDO ZAMORA

es reflejo del estado interior de los protagonistas. Ver el mundo así, con estos colores y estos monitos parlantes sirve a la historia en la medida en que permite que entremos en la vida de Calabacín, niño que ha padecido los golpes de una madre alcohólica y que ahora está a punto de encontrarse con dos clases de amor: el que se siente por primera vez hacia una niña y el que se debe a quien será el mejor amigo. Este orfanato demuestra que con algo de afecto, aún la mente más dañada se puede recuperar. Aunque La vida de Calabacín no es cursi termina por ser un gran elogio de los afectos. Aún así, es verdad que la conjunción entre forma y fondo, entre narrativa y animación, permite que emerjan, orgánicos, los grandes temas: el despertar sexual, la maldad de quien se permite maltratar a un niño, la necesidad de apego y la locura de la que solo podemos salvarnos

@fernandovzamora ESPECIAL

Dickens en Suiza a Muestra Internacional de Cine ha cumplido 62 años. Y hay en ella una animación que recomiendo porque toca un tema difícil con mucha delicadeza y buen humor. La vida de Calabacín es una película suiza. La historia va de un niño que llega al orfanato y cree que su vida será miserable pero, como sucede con los guiones bien escritos, la historia nos lleva a un puerto al que no pensábamos llegar. La vida de Calabacín no cae ni en el lugar común de la truculencia ni en la frivolidad de quien aligera la existencia de seis niños que han vivido abusos de todo tipo. La realidad aquí está pero, con todo y crueldad, es hermosa. La trama da un vuelco cuando llega al orfanato una niña. Como en otras grandes películas animadas (Anomalisa, por ejemplo, o Vals con Bashir) la caricatura es algo más que un capricho de autor:

La palabra zombi viene de la tradición del vudú que llegó a América a través de los esclavos negros de las Antillas y el Caribe. En el guión original aparecía, pero creo que ahora se le asocia a un terror moderno. Preferí no usarla para marcar distancia, además el concepto “muertos vivientes”, acuñado por George A. Romero, me parecía más acorde a una película de época. ¿A qué atribuye el revival de los zombis?

Es conocida su afición al cine de terror, sin embargo, este es su primer filme del género. En efecto,

varias de mis películas favoritas son de terror pero nunca había tenido la posibilidad de explorarlo, hasta ahora que me invitaron a rodar Ladronas de almas. Me pareció un reto mezclar la época de la Independencia con asuntos vinculados al vudú.

En la película se usa el término muertos vivientes y no zombis, ¿por qué?

La vida de Calabacín (Ma vie de Courgette). dirección, Claude Barras. Guión, Céline Sciamma, Germano Zullo, Claude Barras, Morgan Navarro basados en la novela de Gilles Paris. fotografía, David Toutevoix. con las voces de Gaspard Schlatter, Sixtine Murat, Paulin Jaccoud. Suiza, Francia, 2016.

si nos atrevemos a ir más allá de los recuerdos que amenazan con cerrarnos sobre nosotros mismos. La trama tiene además un pequeño misterio y muchas peripecias en torno a los juegos de poder al interior de una institución. Simón, el niño

malo, por ejemplo, se volverá uno de los personajes más entrañables, tanto que recuerda al Dodger de Oliver Twist . Con él, Calabacín aprende en su orfanato que no hay destino que, con un buen amigo, no se pueda superar. L


MILENIO

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ESCENARIOS

ESPECIAL

Abril al alba El compositor mexicano Sergio Berlioz (1963) estrenó su Séptima Sinfonía el 1 de abril en el Auditorio de la Reforma, en la ciudad de Puebla VIBRACIONES EL COMPOSITOR Situar a Sergio Berlioz dentro de la historia musical mexicana resulta un ejercicio desconcertante y misterioso. Es un compositor que, en primera instancia —al menos en apariencia—, no encaja. Todo en su arte —profundidad de pensamiento, continua invención melódica, solemnidad estilística, veneración por el desarrollo de las ideas, vocación literaria, estructuras suntuosas, necesidad de transmitir emociones y una irrefrenable pasión por la sinfonía— parecería provenir, si se enfoca desde la fría y teórica mirada contemporánea de la música como artificio sonoro, de una época —el último y muy exaltado romanticismo occidental, el de Mahler y Busoni— ajena, remota y mucho más humana. SU TRÍPTICO SINFÓNICO La Séptima Sinfonía de Sergio Berlioz, estrenada el sábado pasado, es la culminación del insólito, por monumental, complejo y extenso, tríptico “Cantos a Puebla”: tres sinfonías con elementos comunes —cuatro movimientos, cantantes solistas y coro mixto— que evocan sendos episodios bélicos sucedidos en tierras poblanas durante

HUGO ROCA JOGLAR hrjoglar@gmail.com

la invasión francesa: la batalla del 5 de mayo de 1862 (Quinta Sinfonía, “La luz de mayo”), el sitio y la caída en 1863 (Sexta Sinfonía, “Elegía heroica”) y la victoria del 2 de abril de 1867, que permitió la posterior restauración de la República (Séptima Sinfonía, “Abril al alba”). Tres sinfonías que indagan en los corazones de antiguos hombres tan gigantescos —Juárez, Victor Hugo, Maximiliano, Garibaldi, Porfirio Díaz— que la mera mención de sus nombres, aún ahora, 150 años después, puede provocar una pelea. Y la música, siempre consonante, los evoca sin triunfalismos, balazos ni estridencia; los acontecimientos sonoros avanzan sobre un discurso pleno de invención melódica, en el cual la melodía es entendida como el vehículo ideal para comunicar con claridad sensaciones, pensamientos, pasiones y panoramas. SÉPTIMA SINFONÍA Tras un primer movimiento (“Paz y progreso”) lírico, sosegado y contemplativo, surge un vals inocente (“Imperio imposible”, segundo movimiento) que poco a poco se ensombrece hasta adquirir un as-

pecto diabólico. Lo que comienza como tierna música de baile de salón, apacible y elegante, que llama al fútil galanteo con máscaras, se convierte en confusión, desconcierto y miedo en la trágica realidad de un imperio —el de Maximiliano— que luce hermoso, pero debe ser destruido porque ha sido edificado sobre los muertos de una inconclusa guerra fratricida. Durante el tercer movimiento (“Carta desde el cerro de San Juan”), aparecen jóvenes, dulces, enamoradas, brillantes, las primeras voces: la de un Porfirio Díaz de 35 años (tenor; en el estreno interpretado por Rogelio Marín), que le pide matrimonio a Delfina Ortega (soprano; en el estreno interpretada por Elisa Ávalos) a través de una carta. Ella acepta y los prometidos entremezclan un sutil dueto de pasión contenida en donde el deseo nunca es más intenso que la ternura y las ilusiones de su amor naciente

DANZA

ARGELIA GUERRERO

Otros modos

L

a danza es una profesión competitiva e individualista, pues al haberse sistematizado durante un periodo de la historia estamental y jerárquico, asimiló varios elementos de esa estructura social y los conservó como propios. La necesidad constante de mirar hacia sí mismo, ya sea como creador o como ejecutante, genera también una dinámica cuyo hilo conductor es la mirada individual. Este constante proceso introspectivo, de diálogo interno del bailarín, tiene una frontera delgada con el egocentrismo, y caer en el vicio del narcisismo es un peligro constante y seductor que difícilmente se evade. Entonces, el pensamiento en el quehacer dancístico suele partir de un parámetro jerárquico e individualista. Hace algunos días reflexionaba en la incipiente existencia de una perspectiva distinta desde la que se crea e interpreta danza. Una visión horizontal, social y colectiva que desmonta algunos o todos los elementos que replican relaciones de poder y dominación, y que escapa al modelo competitivo, sin que

esto signifique abandonar o restar mérito técnico y artístico. Crear un modo de hacer danza desde el nosotros y todo lo que implica, representa una ruptura radical con la herencia colonizante que la mayoría de las artes replica con poco cuestionamiento sobre qué tan fidedigna es a nuestra esencia histórica, étnica y geográfica. La danza colectiva que se opone a la competencia y autoría, enriquece. Así lo demostró un colectivo de bailarines en la función del Laboratorio Tcunam, con un lenguaje propositivo y con el que quedó manifiesta la presencia de muchos estilos dentro de una sola obra sin sacrificar integralidad ni desempeño técnico. Andar el camino inhóspito de crear en grupo, y arriesgarse a dialogar con lo que cada bailarín desde su individualidad propone para dar vida a una pieza que es uno y es todos, valerse de los elementos de la tradición que funcionan, pero despojándose sin miedo de lo que no sirve, lo que estorba y ata. Johana Segura dejó este mundo el pasado 2 de abril, ella también fue una bailarina que se planteó danzar no solo en colectivo, sino en

(caracterizados con orquestaciones de expresiones contrastantes: para Porfirio robusta con participación de los metales; para Delfina discreta desde las cuerdas y maderas) hasta culminar en un estallido de unión con la misma palabra: “tuyo” y “tuya”. En el último movimiento (“El retorno de la República”), se precipitan los acontecimientos. Juárez lee un ensayo en donde justifica por qué debe asesinar a Maximiliano mientras Victor Hugo y Garibaldi le envían cartas en las que le imploran piedad. Las voces de estos tres hombres que cantan en español habitan en el coro mixto, cuyo canto, ya atronador, ya delicado, trasciende cualquier individualidad para proyectarse hacia el futuro múltiple y vigoroso en forma de históricos himnos sobre atrocidades y gestas, heroísmos y traiciones, himnos que aún vibran sobre el México del siglo XXI, en espera de ser escuchados, admirados, entendidos, sufridos y sabiamente interpretados. L makarova81@yahoo.com.mx PAULO GARCÍA

solidaridad. Mirarla bailar con su hijo en brazos frente a cientos de indígenas del EZLN fue un reto del que dejó constancia para decir que se puede y debe hacer danza desde otros modos de interpretar el mundo. L


VARIA

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LABERINTO

ESPECIAL

Mal nombre TOSCANADAS

DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

Y

a en el primer diccionario de la Academia se escribió que “nombre” es una palabra que se da a una persona para distinguirla de otra. Así las cosas, es extraño que Juan, José, Miguel o tantos otros sean nombres; pues si se trata de distinguir, habría que bautizar a los hijos como Esproncio, Metamasaleo, Carcasidio o cualquier otra invención; o bien, si se vale recurrir a nociones ya existentes, como en los casos de Rosa, Angustias, Ángel o León, ¿por qué no aceptar otros como Hiedra, Agobio, Gnomo o Elefante? Por suerte Hitler se inventó el apellido, pues de haber tenido uno medianamente popular, muchos homónimos habrían solicitado su cambio. Creo que en Europa esto es sencillo, ya que conozco a varias personas que lo han hecho por diversos motivos. Cuando un apellido cae en desgracia, como el caso de Dutroux en Bélgica, uno se presenta en el registro y simplemente lo cambia. Desconozco la ley, pero supongo que ésta no es tan abierta como para que alguien diga que a partir de mañana quiere llamarse Enrique Peña Nieto. Pero la acepción de “nombre” que ahora me ocupa es aquella sobre la que el Diccionario de Autoridades dice: “Se toma también por fama, opinión, reputación o crédito”. E inevitablemente me traslado a las palabras de don Quijote: “Una de las cosas que más debe de dar contento a un hombre virtuoso y eminente es verse, viviendo, andar con buen nombre por las lenguas de las gentes, impreso y en estampa; dije con buen nombre: porque siendo al contrario,

ninguna muerte se le igualara”. Y Sancho el sabio, más adelante, dice: “Tengo buena fama y, según oí decir a mi señor, más vale el buen nombre que las muchas riquezas”. Pues bien, esta semana el ex gobernador César Duarte se quejó ante la Comisión Estatal de Derechos Humanos porque quieren “afectar su honorabilidad, buen nombre y derecho a la privacidad”. Y es que el deseo de poseer buena fama se mantiene vivo incluso en las ratas más bubónicas. No es casualidad que otro miembro de la especie Rattus enganus demandara al periodista que informaba sobre sus tropelías, sin que, para aligerar su deshonra, hiciera un mea culpa, se responsabilizara por los robos y devolviera lo que posee de malhabido. La honra, según ellos, es un asunto de apariencia. Por eso los vemos en la televisión, los escuchamos en la radio, los leemos en

CAFÉ MADRID

la prensa haciendo una autodefensa de lo indefendible. Por eso los más letrados llegan a escribir mamotréticas biografías exculpatorias. Ahí está, por ejemplo, aquel presidente que de la mano de su primera dama fue perdiendo su buen nombre, y del que José Agustín nos dice en su Tragicomedia que de “don Pepe pasó a López Porpillo, Jolopo o El Perro”. Nunca acaban de entender que la honra se mancha con acciones y no se limpia con palabras. Si de pronto descendiera sobre México un espíritu samurái, más de media clase política se estaría haciendo seppuku junto con sus parejas. Sus vulgares poemas de muerte hablarían de lodo y cerdos. Sus cadáveres amanecerían prematuramente podridos, rodeados de esa abundancia de moscas que siempre merecieron. L

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME

periodismovictor@yahoo.com.mx JOHNNY RING

Remedios literarios

P

asé muchos domingos de mi infancia recorriendo un enorme y pintoresco tianguis. Mientras mis padres llenaban bolsas con frutas, verduras y demás alimentos, yo caminaba detrás de ellos en silencio, absorto en la letanía que emanaba de una bocina vieja, colgada en lo alto de un tubo, cuyo sonido envolvía a todo el mercado. La voz del cacharro mugriento era nasal y las palabras achacosas: “Para el dolor de piernas o de riñones, el dolor de pulmones o de cerebro. Para el cansancio, el insomnio y la depresión. Para la vista nublada. Por si se marea, por si sufre constantes gripes y catarros, por si le arden las plantas de los pies. Para sentirse bien: las cápsulas de caguama. Para los niños, para los abuelos, para usted: cápsulas de caguama.” No era el dueño del puesto quien decía todo eso, sino una grabación en bucle. A mí me maravillaba pensar que una sola cápsula pudiera con todo. Pero en el tianguis mis padres compraban muchas cosas, menos esas cápsulas. Tiempo después, mi abuela me confesó que una vez

compró el remedio milagroso (fácil de encontrar en cualquier zona de la ciudad, quizá de todo el país), para ver si se le quitaban las reumas. “Pero no, hijo, no sirven para nada. A ver si tú tienes más suerte y, cuando crezcas, puedas comprar algo que realmente cure todo.” Aquellas poderosas cápsulas (y en el deseo de mi abuela) han venido a mi mente ahora que leo el Manual de remedios literarios, de Ella Berthoud y Susan Elderkin, publicado por Siruela y Círculo de Lectores. Estos días se encuentra en casi todos los aparadores de las librerías de Madrid y, por su portada de mantel descolorido, tiene pinta de estar dirigido a las madres o abuelas previsoras, pero su contenido atrapa y sirve a cualquiera. Berthoud y Elderkin son un par de escritoras que estudiaron literatura en la Universidad de Cambridge y afirman que, desde 2008, han curado a mucha gente gracias a la biblioterapia. Juntas recetan libros en una clínica llamada “La Escuela de la Vida.” Francamente temí que su manual fuese un libro ramplón de autoayuda. Uno no tarda en darse

Ella Berthoud y Susan Elderkin

cuenta, sin embargo, de que estas dos mujeres han sabido condensar su experiencia de prescriptoras y su guía de antídotos para las diferentes dolencias humanas es una de las herramientas más útiles para la existencia. Porque leer un libro en el momento adecuado puede cambiarnos la vida. “Nuestra botica contiene bálsamos beckettianos, torniquetes tolstoianos, los calmantes de Calvino y las purgas de Proust y Perec”, advierten, y en seguida presentan en orden alfabético distintos padecimientos con sus respectivos libros para combatirlos. Como las cápsulas de caguama (pero sin engaños),

el libro apropiado puede con todo. Con el pesimismo, el mal de amores, la desesperación, la arrogancia, el estrés, la soledad, el fracaso, el miedo, los celos… ¿Tiene el corazón roto? Adminístrese una dosis de los relatos escritos por las hermanas Brontë. ¿Amaneció crudo después de una monumental borrachera? Abra los cuentos completos de Hemingway. “A veces lo que funciona es el argumento de la novela; otras veces es el ritmo de la prosa lo que tiene un efecto calmante o estimulante sobre el alma”, sostienen las bibloterapeutas. Y muchos damos fe del poder curativo de la lectura. L


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