Laberinto
MILENIO
NÚM. 723
sábado 22 de abril de 2017 FOTO: ILÁN RABCHINSKEY
EL HISTORIADOR FILÓSOFO
DÍA MUNDIAL DEL LIBRO
LIBREROS: UNA ESTIRPE
ernesto herrera p. 04
doce escritores recomiendan… p. 07
selva hernández p. 06
ANTESALA
sábado 22 de abril de 2017
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LABERINTO
CHARLES EDOUARD DELORT
La Academia VIP y el totalitarismo AVELINA LÉSPER www.avelinalesper.com
CASTA DIVA
L
a Academia Francesa fue un baluarte absolutista, los cardenales estrategas, primero Richelieu y más tarde Mazarino establecieron la institución que regiría los cánones estéticos de Francia, el reinado de Luis XIV podía controlar hasta la idea de belleza en el arte. El modelo se expandió en Occidente, y el academicismo poco a poco se convirtió en un término del buen gusto, la rigidez estética y la disciplina en la educación. La institución imponía sus ideas al margen de las universidades, y su influencia abarcó todas las artes. La autoridad de la Academia se fue deteriorando en la medida que las revoluciones sociales le dieron un escaparate ideológico a la libertad, lo que fuera en contra del axioma “libertad” estaba equivocado. La degradación de la educación artística comenzó con el desprecio del término “académico”, exigir el dominio del dibujo “académico” se vio como esfuerzo obsoleto y castrante para la creatividad. El resultado son
ALFILERES ARMANDO ALANÍS @elsaltillero
generaciones completas de pintores que no saben dibujar; lo mismo sucede con la composición, la obligación de crear un orden en el planteamiento del lienzo, abstracto o figurativo, es materia desconocida en muchos pintores desde la sobrevalorada Ruptura. La evolución de la Academia y el academicismo es una burla, hoy pertenece completamente al sistema de las universidades y museos, no existe como un grupo alterno, es el grupo. Desde el reproche a su imposición estética se ha regresado al mismo punto con una gran pérdida: no hay una búsqueda de la calidad artística. La nueva Academia VIP desprecia la formación estricta y el respeto a ciertos cánones estéticos pero está imponiendo otros: el panfletarismo, el efectismo, la sobreverbalización de las obras, y el soporte ideológico de toda expresión que consideren “novedad acorde a nuestro tiempo”. El academicismo VIP es más beligerante que el antiguo, todo lo que esté relacionado con la maestría del objeto
El ocio del cardenal, siglo XIX
artístico es rechazado por anacrónico con los nuevos cánones. El absolutismo regresó con el academicismo VIP, la diferencia es que lo sublime se cambió por lo estulto, la belleza por el kitsch, el esfuerzo por el facilismo. Derribar a las instituciones se ha convertido en una actividad ociosa, sus miembros destruyen los cimientos, el oportunismo que alberga a la mediocridad para acarrear el aplauso de la mayoría no es exclusivo de la política, también participa el arte. La apabullante abundancia de mediocres es la sangre joven que sorben los sedientos burócratas de la Academia VIP. L
El polvo en la tapa anticipa en qué se convertirán los libros viejos. HANS ARP
La vida Dadá ARTES VISUALES
C
on la exposición Arp, para celebrar los 100 años de Dadá, el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México recupera parte de su identidad. Se trata de la primera retrospectiva de Hans Arp en América Latina, la cual se convierte en un pretexto para reflexionar sobre la influencia de este movimiento a lo largo del siglo XX y su eco en el XXI: cómo ese espíritu retador y provocativo ha sido el detonador de otras rutas como el punk, por ejemplo. Al observar el trabajo de este artista francés de origen alemán, el espectador se conectará no con una revisión histórica sino con un hacer que cuestiona y que pone en entredicho al status quo. La obra de Arp nos conecta con una forma de hacer arte apasionada, energética, en la que pensamiento y acción se valían de la técnica para confrontar, negar haciendo, y creando con astucia e inteligencia, conectando las posibilidades del arte,
MIRIAM MABEL MARTÍNEZ
haciendo pintura, poesía y escultura en un objeto tridimensional, jugando con las posibilidades, tejiendo y destejiendo conceptos; haciendo vanguardia y, sobre todo, perpetuando el diálogo, tal como en 1916 Arp, también llamado Jean, estableciera con sus contemporáneos (Tristan Tzara y Hugo Ball). Cien años después su obra posibilita otro diálogo con otra generación, la cual descubrirá vestigios de ese pensamiento en sus actos. Ver esta exposición es una obligación. Si bien tiene un enfoque didáctico, también debe ser vista con una mirada hedonista. Las 60 piezas así lo exigen. La intención de la curaduría, del historiador francés Serge Fauchereau, es presentarnos a un personaje y su trayectoria a través de cuatro núcleos temáticos —“Nació Dadá”, “El surrealismo”, “Guerra y paz”y “L’Aubette”—, pero esta lectura no compromete al visitante ni determina su recorrido, sino que se
convierte en una guía para aprender a mirar dentro de la obra, imaginar el mundo onírico, la rebeldía creativa y el cuestionamiento crítico, que son las herramientas intelectuales de las que se vale Arp para dar volumen, textura y vida a sus ideas. Compacta, esta retrospectiva logra transmitir la fuerza de Arp y su búsqueda a través de diferentes soportes. Los relieves y esculturas en bronce, yeso, piedra, latón y madera; los grabados, óleos, tintas y gouaches sobre papeles recortados, collages, papeles desgarrados, son una especie de diario lúdico y retador en el que se libera del dolor de la guerra, se cuestiona sobre el origen del mundo, retrata su presente, experimenta y propone, con sentido del humor, inventando una forma de vida Dadá que hoy, quizá, debería retomarse. L
dirección josé luis martínez s. edición roberto pliego, iván ríos gascón arte y diseño salvador vázquez
MILENIO
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× A L ASTA I R
sábado 22 de abril de 2017
ANTESALA
ESPECIAL
R E I D ×
Isla Negra, Chile Este poema del escritor británico forma parte de Antología resonante (bonobos, México, 2016). La traducción del material seleccionado estuvo a cargo de Pura López Colomé Pablo, el apóstol, predicando
C
on los pies remojados en el Pacífico de Chile, al que solo conocía de nombre en Isla Negra, que no es una isla, escucho por vía del asombro a una chica, tocando una tonadilla en la guitarra. Hay lugares demasiado conocidos para notarlos y lugares inimaginables como sueños. Estoy suspendido entre los dos. Conozco el sol desde siempre. Vuelvo a conocer el mar, vez tras vez, y una vez más. No conozco a la niña más que por el tacto. El momento no tiene nombre. Después de escucharla tres veces, conoceré la tonada.
×EKO×EX LIBRIS×HANS CHRISTIAN ANDERSEN×
La farsa como esperanza BICHOS Y PARIENTES
C
JULIO HUBARD
uando Pablo llega a Atenas, después de escandalizarse por la proliferación de dioses y templos, elige un altar dedicado “Al dios desconocido” —esa cosa griega: no vaya a ser que olvidemos alguno y nos asuele— para su prédica: el dios “aquel que vosotros honráis sin conocerlo, yo os vengo a revelar”. Parecía buena estrategia retórica: jalar un hilo de empatía para hacer su revelación, contraria a todo lo griego: ese dios desconocido es Jesús, el dios Dios, el que resucitó y nos hará resucitar a todos. “Ya te escucharemos decir eso de nuevo” —se burlaban los atenienses, que creían en el Eterno Retorno. Lucas cuenta lo mal que le fue a Pablo en esa Atenas ya decadente y súbdita de Roma. En griego, “resucitar” se dice anástasis (también: “levantar, erguir, alzar”) y los verbos en infinitivo se consideran sustantivos verbales: incluso en español son sustantivos con solo ponerles su artículo: el vivir, el pensar, el soñar... De modo que los griegos entendieron perfectamente las palabras del fuereño Pablo, pero de otro modo: Jesús y Anástasis hacen una pareja: el dios y su esposa. Ni Pablo, ni Lucas ni los atenienses pudieron columbrar siquiera lo que estaba sucediendo con un equívoco tan simple: un judío helenizado y súbdito romano predicaba el monoteísmo y el tiempo lineal, en un griego mal pronunciado, a una audiencia llena de desprecio y risa. Total, una farsa. Pero, como en otros casos, al centro de las comedias suelen agazaparse bichos verbales que luego pasan por sabiduría. En la comedia paulina, un judío calvo, feo, chaparro, que pronuncia mal, dice una cosa marciana: que todos somos creados de una misma sangre, o un mismo linaje. Con esas palabras pudo llamarse a una procesión de bacantes, por ejemplo, o a un carnaval donde los papeles y jerarquías se pierden y confunden. Una olla podrida: todo da lo mismo, todo mezclado. Sucedió lo contrario: ese día nació Occidente. Lo dice Gabriel Zaid y lo vislumbró Werner Jaeger, sin formularlo del todo. Y es que nunca antes se había imaginado que hombres y mujeres, ricos y pobres, paisanos y extranjeros pudieran suponerse de la misma sangre. Era una apuesta que valía la pena. Nunca se cumplió, y “es hora de cerrar los jardines de Occidente”, dice Cyril Connolly, mordido por la melancolía. También los judíos y los griegos, y los sirios y partos y las tribus germánicas o galas se veían atrapados por la melancolía de ser súbditos del imperio de Nerón. Ojalá la diosa Anástasis se agazape en alguna de las farsas actuales. L
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LABERINTO
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Integridad moral y coherencia intelectual Presentamos un capítulo de El historiador filósofo (Libros Magenta/ UANL), un recorrido por el pensamiento de figuras clave del siglo XX, que ya circula en librerías
ESPECIAL
ENSAYO ERNESTO HERRERA
A
Isaiah Berlin (Riga, Letonia, 1909– Oxford, Inglaterra, 1997) debe considerársele par de esas brillantes mentes judías que fueron Carlos Marx, Albert Einstein y Sigmund Freud. A la integridad moral que su maestro en Oxford Ludwig Wittgenstein le reconoció, debemos añadir su coherencia intelectual. Hijo único, que tuvo serios problema de salud en su infancia, vivió la primera parte de su vida en Rusia y fue testigo de la revolución bolchevique. En 1921 su anglófilo padre Mendel decidió trasladarse con su mujer e hijo a Londres, al comenzar a padecer el antisemitismo comunista. Alumno más que dotado, Berlin culminó su educación en Oxford donde estudió Letras Clásicas, Filosofía, Política y Economía. Como filósofo, cuenta Bernard Williams en la introducción a Conceptos y categorías. Ensayos filosóficos (1978; FCE, 1983), formó parte del “grupo en el que figuraron Stuart Hampshire, A. J. (actualmente sir Alfred) Ayer, el difunto J. L. Austin y otros”. El grupo tuvo como uno de sus ejes de discusión el positivismo lógico. Williams cuenta que a Berlin “le interesaban las condiciones de las frases que tienen significado, así como las conexiones entre significado y verificación, entendiendo la verificación en términos de percepción sensible”, pero nunca fue un positivista stricto sensu. Siempre buscó otras alternativas de pensamiento. Para Berlin, como le declaró a Enrique Krauze (Vuelta, 1982), su sino ruso le hizo experimentar desde la infancia “el contraste entre dos culturas, una condición que propicia la habilidad para distinguir entre conceptos, ideas, formas de vida”. Aunque en el ámbito de la filosofía se le presentaba un futuro promisorio, Berlin decidió darle un giro a su vida para hacer de la historia de las ideas su campo de estudio. En su prólogo a Conceptos y categorías explica que a partir de una plática con uno de sus profesores acerca de la posibilidad de incrementar sus conocimientos en esa área, “Llegué poco a poco a la conclusión de que prefería un campo en el cual pudiese tener la esperanza de llegar a saber al término de mis días algo más que al principio de mi existencia; y por eso abandoné la filosofía; para dedicarme a la historia de las ideas, campo que desde hacía varios años había tenido un valor absorbente”. En otra versión, este antimarxista y anticomunista convencido le debe curiosamente al autor de El capital su llegada al campo de la historia de las ideas. En la referida entrevista con Enrique Krauze, dijo: “Hacia 1933 o 1934 se me comisionó
El historiador de las ideas Isaiah Berlin
para escribir un libro sobre Karl Marx. No sabía yo gran cosa sobre Karl Marx, pero pensaba que el marxismo, lejos de atenuarse, crecería en influencia. Sabía que de no embarcarme en este libro jamás descubriría lo que el marxismo es en realidad. Marx no es precisamente el más claro de los escritores y sus discípulos aumentaron su dificultad mediante la evasión y la oscuridad. Leer a Marx, Engels y los marxistas por el solo gusto de hacerlo no me parecía el mejor estímulo intelectual. La salida era clara: la única forma de forzarme a leer casi todo Marx era escribir un libro sobre él. Esta lectura de Marx me llevó a sus predecesores. Las obras de Engels y Plejánov me pusieron en la ruta de los enciclopedistas franceses. De allí seguí con sus rivales históricos en Alemania: Kant, Fichte, Hegel, es decir, la tradición opuesta. Descubrí a Saint-Simon, Fourier, Owen. Estudié las disputas entre marxistas y antimarxistas en los últimos años del siglo XIX. Todas estas lecturas eran algo radicalmente distinto del tipo de problemas filosóficos de los que solía ocuparme: lógica, filosofía, etcétera… Esta aventura fue, en verdad, la que me inició en el camino de la historia. Luego de esta experiencia nunca miré hacia atrás”. La filosofía sin embargo nunca dejó de acompañarlo en sus nuevas aventuras intelectuales. Williams observó en este sentido que “el desarrollo de su pensamiento, desde la teoría general del conocimiento, hasta la historia de las ideas y la filosofía de la historia, no fue meramente consecuencia de un cambio de interés; y que su complejo sentido de la historia se halla tan profundamente comprome-
tido con su filosofía, aun en sus aplicaciones más abstractas, como se halla, muy obviamente, en sus otros escritos y en su vida misma”. Como se señaló anteriormente, si bien Berlin nunca se asumió como un positivista, no dejó de ser un racionalista. Su libro Las raíces del romanticismo (1999; Taurus, 2000) es una especie de retrato de la evolución de su pensamiento. Sí, el Siglo de las Luces queda como una cima del pensamiento, pero la enseñanza de los filósofos alemanes del siglo XVIII, principalmente Kant, le mostró que siempre hay otros caminos. Éste es el origen de su pluralismo. El principio racionalista que no lo abandonó fue que gracias al uso correcto de la razón pueden obtenerse respuestas verdaderas a preguntas serias. En el texto “El objeto de la filosofía”, de Conceptos y categorías, lo expone con nitidez: “La tarea perenne de los filósofos es la de examinar todo aquello que no parezca poder sujetarse a los métodos de las ciencias o de la observación de todos los días”. Para concluir más adelante que “Esta actividad, socialmente peligrosa, intelectualmente difícil, a menudo dolorosa e ingrata, pero siempre importante, es la labor de los filósofos; tanto si se ocupan de las ciencias naturales, como si meditan en cuestiones morales, políticas, o puramente personales. La meta de la filosofía es siempre la misma: ayudar a los hombres a comprenderse a sí mismos y, de tal modo, actuar a plena luz, en vez de salvajemente en la oscuridad”. Ante la desaparición de la filosofía en los programas de estudios de hoy, este humanista del siglo XX seguramente ya hubiera protestado.
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Si “Dos ensayos sobre la libertad” (1958) es uno de sus textos clave se debe a que en él sus saberes se armonizan. Desde el comienzo establece los principios que le permitirán desarrollar su tema. En primera instancia que la política es una rama de la filosofía moral. Y complementa: “Las palabras, las ideas y los actos políticos no son inteligibles sino en el contexto de las cuestiones que dividen a los hombres, a los que pertenecen dichas palabras, ideas y actos”. Para Berlin, el sentido “negativo” de la libertad “es el que está implicado en la respuesta que contesta a la pregunta ‘cuál es el ámbito en que al sujeto —una persona o un grupo de personas— se le deja o se le debe dejar hacer o ser lo que es capaz de hacer o ser, sin que en ello interfieran otras personas’ ”. El sentido “positivo” “es el que está implicado en la respuesta que contesta a la pregunta de ‘qué o quién es la causa de control o interferencia que puede determinar que alguien haga o sea una cosa u otra’ ”. Al ir argumentando en uno u otro sentido, Berlin va desmontando lógicamente su respuesta (finalmente concluirá que debe haber un equilibrio en ambas posiciones). En la siguiente cita in extenso somos testigos de la manera en que trabaja su razonamiento: “La libertad no es el único fin del hombre. Igual que el crítico ruso Belinsky, puedo decir que si otros han de estar privados de ella —si mis hermanos han de seguir en la pobreza, en la miseria y en la esclavitud—, entonces no la quiero para mí, la rechazo con las dos manos, y prefiero infinitamente compartir su destino. Pero con una confusión de términos no se gana nada. Estoy dispuesto a sacrificar parte de mi libertad, o toda ella, para evitar que brille la desigualdad o que se extienda la miseria. Puedo hacer esto de buena gana y libremente, pero téngase en cuenta que al hacerlo es libertad lo que estoy cediendo, en aras de la justicia, la igualdad o el amor a mis semejantes. Debo sentirme culpable, y con razón, si en determinadas circunstancias no estoy dispuesto a hacer este sacrificio. Pero un sacrificio no es ningún aumento de aquello que se sacrifica (es decir, la libertad), por muy grande que sea su necesidad moral o su compensación. Cada cosa es lo que es: la libertad es libertad, y no igualdad, honradez, justicia, cultura, felicidad humana o conciencia tranquila. Si mi libertad, o la de mi clase o nación, depende de la miseria de un gran número de otros seres humanos, el sistema que promueve esto es injusto e inmoral. Pero si reduzco o pierdo mi libertad con el fin de aminorar la vergüenza de tal desigualdad, y con ello no aumento materialmente la libertad individual de otros, se produce de manera absoluta una pérdida de libertad. Puede que ésta se compense con que se gane justicia, felicidad o paz, pero esa pérdida queda, y es una confusión de valores decir que, aunque vaya por la borda mi libertad individual ‘liberal’, aumenta otra clase de libertad: la libertad ‘social’ o ‘económica’. Sin embargo, sigue siendo verdad que a veces hay que reducir la libertad de algunos para asegurar la libertad de otros. ¿En base a qué principio debe hacerse esto? Si la libertad es un valor sagrado e intocable, no puede haber tal principio. Una u otra de estas normas —o principios— conflictivas entre sí tiene que ceder, por lo menos en la práctica; no siempre por razones que puedan manifestarse claramente o generalizarse en normas o máximas universales. Sin embargo, hay que encontrar un compromiso práctico”. Berlin, se sabe, fue uno de los grandes liberales de nuestro tiempo. Pero con todo lo admirable que pueda ser su defensa de la libertad, su genio alcanza su plenitud en esa novela del pensamiento que es Pensadores rusos (1978; FCE, 1979), en la que, como lo anota Aileen Kelly en el prólogo, se encuentran los verdaderos endemoniados de Dostoievski, los cuales formaban la intelligentsia rusa del siglo XIX. Los lectores de este libro, apuntó Enrique Krauze en su momento, ante todo debían ser los latinoamericanos. Más allá de los aspectos políticos que pueden derivarse de su lectura, el placer que produce se debe a su fascinante estilo, que proviene entre otros de los largos párrafos de Gibbon. De entre las vidas a las que se acerca, la más atractiva es la de Alexander Herzen, a quien Berlin le debe algunas de sus ideas. L
sábado 22 de abril de 2017
PENSAMIENTO
El narrador como crítico RESEÑA GABRIEL BERNAL GRANADOS
A
lo largo de sus varios libros de ensayo, novela y cuento, Adrián Curiel Rivera ha manifestado, en forma paralela en periódicos y revistas, una preocupación crítica sobre ciertos aspectos de la literatura. Esta faceta de su propio temperamento literario acaba de reunirse en un grueso volumen que el autor, en compañía de sus editores, han decidido titular Avistamientos críticos (UNAM, México, 2016). La reserva manifiesta en el título comienza por llamar mi atención: el narrador, observante del fenómeno literario, mira de lejos lo que en realidad podría mirar un poco más de cerca si reparara en el hecho de que ambas cosas, lo que él y lo que el otro escriben, está conformado de una misma materia —las palabras—. La pregunta implícita en el título de la obra que estamos intentando glosar podría formularse de una manera más sencilla: ¿se puede ser crítico y narrador a un tiempo sin menoscabo de alguna de estas dos facetas? Si bien la respuesta es positiva, en el caso de Adrián Curiel Rivera el desdoblamiento del autor en lector parece costar algo de trabajo. Avistamientos críticos, un libro de 368 páginas, obedece a una dispersión aparente. Los 53 ensayos, crónicas y reseñas que constituyen su índice (sumados a un prólogo en donde el autor expone su idea particular de la crítica) podrían dividirse en tres grandes preocupaciones: la literatura universal, el Boom de la literatura latinoamericana y la literatura mexicana contemporánea. Todo pronunciamiento crítico comporta una genealogía, y Adrián Curiel descubre algunos anclajes de su propia literatura en la literatura de otras latitudes y de otros idiomas: por las páginas de su libro desfilan algunos ensayos y notas bibliográficas sobre Wells, Coetzee, Kertész, Sciascia, De Quincey y Stevenson. Esta nómina de autores, sin embargo, no esconde una razón suficiente ni ofrece el retrato de cuerpo entero que uno como lector está buscando. El auténtico nudo habría que ubicarlo en las disquisiciones del autor sobre el Boom de la literatura latinoamericana, del cual, en publicaciones más pertinentes por su extensión y su rigor académico, Adrián Curiel se ha revelado como un auténtico conocedor y apasionado. En los ensayos de este volumen, sin embargo, el autor se ciñe a la paradoja de que esta corriente de nuestra literatura, condicionada desde sus inicios por la mercadotecnia, se convirtiera en un fenómeno de ventas en Europa antes que en su natal América (¿hasta qué punto el Boom fue una invención de agencias
y editoriales europeas para remediar una crisis comercial apremiante en ese momento?). Curiel Rivera aprovecha este equívoco para deslizar debajo de la puerta el nombre de Fuentes y el de su novela La muerte de Artemio Cruz como lo más parecido a una efeméride significativa en su propio calendario lectivo. Antes dije que todo pronunciamiento crítico requiere una genealogía que lo legitime: el autor, desdoblado en el lector de sus propios asuntos, siente la necesidad de decir de dónde procede, antes de comunicar la importancia que reviste el destino de su propio trayecto creativo. Asimismo, todo escritor, en cuanto crítico, siente la necesidad de reconocerse en los otros y ofrecer una definición a partir de una suma de ejemplos, de lo que considera su ideal de escritura. Decepcionado del Boom, Curiel Rivera se ha buscado a sí mismo entre los autores de su generación literaria. A ellos les ha dedicado numerosas páginas publicadas previamente en suplementos y revistas. Entre sus contemporáneos, los miembros del crack —que se manifiestan por primera vez como grupo en 1996— ocupan un lugar destacado. A ellos les dedica páginas leales y acuciosas, si bien la distopía que convocan el poder y el ejercicio de la literatura se vuelve en la prosa crítica de Curiel Rivera un motivo de controversia y alejamiento. (La soledad como único motor apetecible del escritor de raza.) El número de escritores mexicanos contemporáneos a quienes Adrián Curiel Rivera les dedica alguna reseña en este volumen constituye el grueso de las 53 entradas consignadas al final del mismo. De estos encuentros y desencuentros no salpica sangre, no hay golpes ni moretones, ni afirmaciones pendencieras que pudieran comprometer la buena salud de un autor que ha corrido el riesgo de travestirse en crítico; si Adrián Curiel se puso los guantes y se subió a un cuadrilátero no fue para fajarse en un combate cuerpo a cuerpo con sus contemporáneos sino para exhibir la elegancia de sus pasos laterales y el empleo inteligente de su propia cabeza (la cabeza no es un saco de entrenamiento sino el epicentro de una estrategia). Así las cosas, uno extraña, al final de este recorrido por la literatura mexicana contemporánea y sus genealogías, un corte de caja, una afirmación temeraria, una bronca, un disgusto o menos pulcritud y decoro a la hora de empuñar un juicio. En el mejor de los casos, el libro de Curiel Rivera puede leerse como una afirmación de la importancia de la crítica como némesis de los procesos creativos, y como el espejo donde el autor se reconoce a sí mismo y deja constancia de la tradición que circunscribe la magnitud de su empeño como escritor y como crítico. L
LABERINTO
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Libreros: una es En el negocio de la compra–venta de libros lo que menos hay es un negocio: se encuentra una vida entera entre repisas, ejemplares, tipografías, ilustraciones, encuadernaciones, elementos que componen la belleza de una laberíntica ciudad hecha de papel SELVA HERNÁNDEZ
H
ace unos días, a punto de tomar un vuelo hacia Bolivia, me robaron la bolsa. En vez de conocer el salar de Uyuni y subir el volcán Uturnucú, pasamos toda la noche en el aeropuerto de Lima. Sin pasaportes, nos regresaron en el primer avión que salió para México; mis hijas compraron en una tienda del aeropuerto una llama de pelo natural como recuerdo. Al día siguiente, ya en casa, mientras desbaratábamos las maletas, nos animamos: vamos a conocer Xilitla. Cuando subíamos el equipaje al auto por segunda vez, recibimos una llamada con la noticia de que en nuestra librería acababa de ocurrir un accidente. Al reparar una tubería, un librero se cayó y en un efecto dominó se colapsó la tercera parte de la librería; tres de nuestros empleados estaban ya en el hospital. Afortunadamente solo fueron rasguños, moretones y un susto tremendo. La librería tuvo que cerrar, nos quedamos para armar libreros, acomodar libros, limpiar y reestructurar todo. II En mi adolescencia, las vacaciones eran temporada de trabajo. Abrir cajas, acomodar secciones, sacudir, limpiar, sobre todo cargar libros. Es un trabajo más físico que intelectual suelo decir a los que llegan a trabajar conmigo. Cuando quise reunir dinero para viajar a Europa, mi abuelo me propuso ir con él a La Lagunilla. Me dejó los últimos dos tablones de su puesto de 20 metros para vender libros que me daba mi padre con una generosa comisión del 50 por ciento. Llené mi vocho con libros a las 6 de la mañana de todos los domingos de 1992; me puse fuerte. Desayunaba con mi abuelo y sus empleados en el mercado de Garibaldi, al lado de borrachos, prostitutas y vagabundos. Hubo domingos en los que no vendí un libro, pero una vez me compraron todo: una colección de libros raros y caros sobre la Cristiada. “Estos los vas a vender rápido”, pronosticó mi padre al hacer la selección. “Si alguna vez sale todo mal”, pensaba, “siempre tendré la oportunidad de vender libros en la calle y comenzar de nuevo”. III Cuenta Mercurio López Casillas en Libreros (Acapulco/ Secretaría de Cultura, México, 2016), que mi abuelo Ubaldo comenzó a trabajar en la librería de su cuñado Nicolás mientras él estaba en la cárcel: asesinó a su esposa en un arranque de celos. La librería, ubicada en avenida Hidalgo, se llamó Otelo. Mi abuela Berta, hermana de Nicolás, llamaba a ese crimen fundacional “el accidente”. La recuerdo platicar cómo su hermano compraba camiones con
Los hermanos Fermín, Ubaldo, Juan, Silvia, Leonardo, Francisco y Mercurio López Casillas con su padre, Ubaldo López Barrientos, en la ILÁN RABCHINSKEY
lib de qu pe vi qu M En ay el m le qu
Librería Ático, colonia Roma
IV En lu lib m do bu si cu m
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stirpe
sábado 22 de abril de 2017
DE PORTADA
ILÁN RABCHINSKEY
PROCESO
a Librería Bibliofilia, 1996
bros para encontrar entre ellos primeras ediciones e Sor Juana; el resto lo vendía en Tepito. Contaba ue una vez, en su adolescencia, hizo una montaña de ergaminos coloniales en el patio de la vecindad donde ivían y les prendió fuego. “A saber cuántos incunables uemé”, decía con tristeza. Ella también fue librera. Mercurio escribe que comenzó en la cochera de su casa. n 1969, fundó la librería Selecta en Donceles 79 con la yuda de sus hijos Silvia y Ubaldo. Acababa de suceder l movimiento estudiantil del 68 y a Silvia, mi futura madre, joven, activista y estudiante de matemáticas, e venía bien la distracción de la librería. Finalmente uedó en manos de mi tío Ubaldo y aún sigue abierta. V n 1998 mi padre me dejó una librería que mudó de ugar. Yo empezaba mi carrera como diseñadora de bros y no quería un compromiso más, pero Mercurio me convenció. El local contaba con un amplio tapanco onde monté mi taller de diseño. Empezamos a tener uenas comisiones y la librería quedó medio olvidada; n atención, terminé por venderla. “Ya pondré una uando esté vieja y cansada”, pensé. Hace tres años mi madre falleció y nos heredó a mis hermanos y a mí sus
Librería Bibliofilia, Centro Histórico de la Ciudad de México
dos librerías. Sin planearlo, los cuatro regresamos al oficio familiar. A mi hermano Jaime y a mí nos dejó su vieja librería de Álvaro Obregón, en la colonia Roma. Estaba muy olvidada. Ella dedicó los últimos cuatro años de su vida a montar una librería anticuaria con libros maravillosos que reunió por veinte años. Tres días después de su muerte, fui a conocer mi herencia: 120 mil libros, malos a primera vista. Una acumulación polvorienta, trabajo inacabable. Era como si hubiera crecido en ella una ciudad laberíntica formada de papel. Había pequeñas barreras de libros de deshecho en el suelo para contener la humedad de las frecuentes inundaciones. Los espacios para transitar eran pequeños y estrechos; sin embargo, las bodegas y los estantes conservaban varios ejemplares preciosos. V Los libros: los he editado, escrito, corregido, ilustrado, diseñado, impreso, encuadernado, leído, comprado, coleccionado, ordenado, distribuido, vendido, revendido, regalado. El libro. Qué objeto perfecto y precioso. Hace poco más de un año, Mercurio llegó a visitarme: “Tenemos que hacer el libro de las librerías de la familia”. Y nos dimos a la tarea. Libreros, crónica de la compraventa de libros en la Ciudad de México, Ubaldo López Barrientos y sucesores fue presentado en la Biblioteca de México. Nos acompañaron en la mesa Javier Garciadiego, Vicente Quirarte, Fernando Fernández, y el fotógrafo IlánRabchinskey, todos bibliófilos, asiduos visitantes de las librerías. Además, junto con Cristina Pacheco, Luigi Amara y Bernardo Esquinca escribieron textos notables para introducir los capítulos. Mercurio y yo estábamos emocionados, a lágrima viva. En ese lugar están casi íntegras las bibliotecas de Alí Chumacero, Carlos Monsiváis, Antonio Castro Leal y José Luis Martínez, algunos clientes y amigos de mi abuelo. A menos de ser víctimas de hurtos o tragedias, los libros terminan su historia nómada cuando llegan a una biblioteca pública. No más mano en mano, no más compraventa. Por ahí debe estar ese libro que fue propiedad de Carlos Monsiváis, ilustrado con el único grabado que se conoce de Frida Kahlo. Me tocó ser testigo de su adquisición en una feria del libro antiguo. Ese día llegó tarde y alguien ganó el ejemplar. Hizo una breve, pero desesperada investigación: en un par de horas, el
ejemplar fue vendido a cinco libreros diferentes. Cuando por fin pudo adquirirlo, pagó diez veces más. Estaba feliz. VI “La historia de México es bellísima”, decía mi abuelo. Mercurio contó en la presentación de Libreros que escribió el texto a partir de las calles en las que se fundaron las librerías en memoria de las charlas que tenía con mi abuelo en sus paseos cotidianos por el centro de la Ciudad. El libro está acompañado de fotos, notas de periódicos y publicidad de los archivos familiares. Además, IlánRabchinskey realizó un recorrido visual de algunas de las librerías en la actualidad. Agregamos una selección de cinco libros mexicanos por cada miembro de la familia dedicado al oficio. Están, entre muchas joyas, la primera edición de la Constitución de 1824, una carta del corregidor de Querétaro que promueve el movimiento insurgente de 1810, una dedicatoria grosera de Octavio Paz para Manuel, varios libros estridentistas, mi ejemplar de Ex libris y bibliotecas de México . Diseñé la tipografía con una hermosa Baskerville. La edición es de 1113 ejemplares: 500 para la Secretaría de Cultura, 500 para Ediciones Acapulco, 100 encuadernados en piel con grabados de Joel Rendón, Artemio Rodríguez y Emmanuel García, y 13 —el número favorito de mi abuelo— incluyen fotos originales y el facsímil de una carta de amor de Ubaldo a Berta. VII De las tragedias recuerdo colapsos, inundaciones, accidentes menores, cierres de locales; a la solidaria familia trabajar como hormigas para reparar los daños. Mi padre, tan fuerte, sabe construir libreros y levantar o vaciar bibliotecas en unas cuantas horas. De él aprendí a cargar libros sin lastimarme. El negocio lo aprendí en el trabajo, separando libros: lo extraordinario de lo bueno, lo bueno de lo regular, lo regular de lo malo, lo malo de la basura. Mis padres me mostraron en qué radica la belleza de un libro: la impresión, las ilustraciones, la tipografía, la encuadernación, el estado de conservación, su importancia histórica y su valor comercial. Decidí dedicar mi vida a ellos. Libreros da cuenta de todo esto. L
EN LIBRERÍAS
sábado 22 de abril de 2017
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Te recomiendo… Mañana 23 de abril celebramos el Día Mundial del Libro. Nos unimos a éste convocando a doce escritores mexicanos para que compartan una sugerencia nacida de la lectura de novedades editoriales ROSA BELTRÁN Un diccionario sin palabras (Almadía), de Jesús Ramírez Bermúdez. A través del ensayo, la nota al pie de página y el rescate de las narrativas de pacientes siquiátricos y del propio autor, Ramírez Bermúdez reflexiona de modo magistral sobre tres temas clave: los límites del lenguaje, de la medicina, y el papel que en ambos juegan el azar y la esperanza. CARMEN BOULLOSA Recomiendo el libro de Naief Yehya Las cenizas y las cosas (Literatura Random House). Se lee a risas. Es una parodia muy divertida de los escritores, los caprichos de la fama, Nueva York y todo lo que usted quiera verle a esta cultura que el autor llama “coprófaga”. ADRIÁN CURIEL RIVERA Recomiendo la lectura de Las élites de la Ciudad Blanca. Discursos racistas sobre la otredad (UNAM) de Eugenia Iturriaga, un trabajo ameno, a caballo entre la antropología social, el reportaje y hasta la novela de detectives, que se atreve a cuestionar el optimismo desarrollista del discurso oficial para analizar otra realidad de Yucatán: la de los mayas discriminados por las clases blancas acomodadas. Un problema que trasciende su dimensión regional y que nos atañe a todos.
Pablo el Converso y Lucas el Evangelista para tejer una emotiva reflexión sobre la fe, y sobre esa cosa tan extraña que es creer en la resurrección de los muertos. Todo esto en su sorprendente estilo, donde hasta una nana lisérgica y desquiciada que conoció a Philip K. Dick tiene cabida. JOSÉ MARIANO LEYVA Un libro muy propositivo es Demencia (Alfaguara) de Eloy Urroz. Sorprende. Tiene una estructura previamente armada que no le deja todo el trabajo a las musas. Es un thriller —coquetea con la esquizofrenia— en el que la confusión y el misterio terminan por hacer sentido, sin magia fatua, respetando las coordenadas que desde un principio propone al lector. Plantear un misterio siempre es fácil, resolverlo de manera elegante es el reto, y el autor lo logra. En la novela aparecen personajes que muchas veces no sabemos si son alucinaciones o fantasmas, pero que al final se vuelven entrañables. Historia con sabor experimental pero que no se pierde en preciosismos inútiles.
KAREN CHACEK A los ojos de Pascal Quignard no hay vidas ordinarias ni objetos insignificantes. En Las escaleras de Chambord (Galaxia Gutenberg), quizá la historia más singular que he leído en años, página tras página, hilvanadas a manera de montaje cinematográfico, desfilan encantadoras figuras literarias al servicio de los caprichos sensoriales de su creador, un coleccionista ejemplar de las “cosas pequeñas” que mejor revelan la riqueza del mundo interior de un personaje y del mundo exterior en el que se mueve.
SANDRA LORENZANO El deshabitado (Grijalbo/ Proceso) de Javier Sicilia. Esta feroz y conmovedora novela testimonial es, antes que nada, un gesto ético; un modo de tratar de entender el dolor extremo que atraviesa nuestro país, a través de la marca que ha dejado en uno de los más entrañables poetas contemporáneos. El desgarramiento provocado por el asesinato de su hijo Juan Francisco impulsa a Sicilia a un ejercicio de introspección en el que se cruzan lo político, lo familiar, lo espiritual, lo filosófico y lo social, en una prosa profunda y tersa. Aquel oscuro día de marzo de 2011 fue también el germen del que nacería el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. Desde su búsqueda de un silencio último que interpele a la vez a Dios y a una clase política corrupta, Javier Sicilia escribe un libro sin duda imprescindible. Leerlo es un acto de fe en la palabra.
BERNARDO ESQUINCA Pocos autores logran una mezcla tan potente en sus libros: no ficción, ficción, reconstrucción de hechos históricos, confesión brutal de la propia biografía. En El Reino (Anagrama), Emmanuel Carrère va tras las huellas de
ANTONIO ORTUÑO He admirado El maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov, como a casi ninguna otra novela. La conocí a finales de los noventa, en una edición de Alianza con traducción de Amaya Lacasa. Hace unos pocos años supe que otra traductora,
LABERINTO
Marta Rebón, preparaba una versión basada en un manuscrito más amplio, que incluía más de un centenar de páginas que fueron censuradas por el poder soviético en la edición de los sesenta. Conseguí el libro (publicado por Nevsky Prospects, sello madrileño) hará unos quince días y voy en la segunda lectura. Es una maravilla de elegancia, emoción, imaginación y sátira. ENRIQUE SERNA Les recomiendo Los años sabandijas (Planeta) de Xavier Velasco, una novela carnavalesca y a la vez amarga sobre los frustrados sueños de gloria de la clase media mexicana en los años ochenta. Más que la crónica de una década, es el retrato de una juventud envilecida por su incapacidad de rebelarse contra un orden social podrido. Como Velasco no se cree moralmente superior a ninguno de los personajes que satiriza, los retrata mejor de lo que puede hacerlo un satírico indignado. La verdad psicológica le importa más que la desfiguración esperpéntica y gracias a ello sus estudios de carácter desentrañan las motivaciones profundas de los personajes. Como en toda la narrativa de Velasco, la agilidad de la narración y la riqueza del lenguaje coloquial producen un encantamiento hipnótico sostenido de principio a fin. J. M. SERVÍN Joyce Carol Oates es una escritora potente, erudita y arriesgada. Rey de picas (Alfaguara), su última novela, es un policiaco serio, sin clichés ni salidas fáciles. Una trama de paranoia gótica que describe con precisión los efectos nocivos del egocentrismo en un escritor exitoso. La novela se maneja acertadamente entre la literatura ágil y accesible y la elegancia formal para lectores exigentes. IGNACIO SOLARES Manual para mujeres de la limpieza de Lucia Berlin, que acaba de traducir y publicar Alfaguara. Rescate de una cuentista norteamericana contemporánea ejemplar, con un don narrativo y una profundidad únicos. Siempre en el terreno autobiográfico, sus cuentos sobre sus amores frustrados y sobre su alcoholismo son inolvidables. JORDI SOLER El libro más relevante que he leído en los últimos meses es Los idilios salvajes (ERA) de Guillermo Sheridan, que es la cosmogonía amorosa de Octavio Paz, con cartas de puño y letra y diosas de carne y hueso. Se trata del tercer tomo de esa extraordinaria biografía del poeta, una obra muy a la inglesa e insólita en nuestra lengua, que Sheridan ha ido dosificando en tres entregas imprescindibles para entender no solo a Paz, sino a ese México del siglo XX contra el que le tocó batallar. L
MILENIO
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× A
LOS AMANTES DE COYOACÁN GÉRARD DE CORTANZE Planeta México, 2017 287 pp. León Trotsky y su esposa Natalia Sedova llegaron a México en 1937, huyendo del fascismo y los sicarios estalinistas. El refugio fue la Casa Azul de Diego Rivera y Frida Kahlo. Él era un destacado y famoso muralista; ella la enigmática, trágica pintora, por lo que Trotsky no tardará mucho en caer rendido a los encantos de esa mujer sensual, volcánica, mientras lucha por sobrevivir en una Ciudad de México en la que cada calle, esquina o avenida es una trampa mortal. LA HISTORIA ES UNA LITERATURA CONTEMPORÁNEA IVAN JABLONKA FCE, Argentina, 2016 352 pp. Como lo anuncia el título, el autor aborda la relación entre historia y literatura. Tal relación existe desde los primeros siglos de la era cristiana con Tucídides y Herodoto; con el positivismo, esta unidad se rompió. Como los representantes del “nuevo periodismo”, apunta Jablonka, los historiadores de hoy, en sus trabajos que llama “texto-investigación o creative history”, pueden hacer uso de los recursos escriturales para hacer “una literatura que llegue a decir algo verdadero sobre el mundo”. EL SUPERHOMBRE DE MASAS UMBERTO ECO Debolsillo México, 2016 220 pp. La novela popular que floreció en Europa durante los siglos XIX y XX es el hilo conductor de este libro de ensayos por cuyas páginas despuntan las figuras de Balzac, Dumas, Sue… y los piratas de Salgari, Tarzán, James Bond. Eco hace un trabajo de desmontaje de la ingeniería narrativa que hizo posible la aparición del superhombre, no una creación de Nietzsche sino descendiente directo del linaje engendrado por el conde de Montecristo, que encarnó la rebelión contra el viejo orden político.
EICHMANN EN JERUSALÉN HANNAH ARENDT Debolsillo México, 2016 440 pp. El ya clásico estudio sobre la banalidad del mal de la filósofa judía, alumna y mujer cercana a Martin Heidegger, es una lectura que no pierde contemporaneidad, una obra que sigue arrojando luz sobre el despeñadero de la condición humana a partir de las declaraciones de Adolf Eichmann, teniente coronel de las SS, en el juicio que se entabló en su contra en 1961 a propósito del papel que jugó en el Holocausto.
LA VIDA SECRETA DE LA MENTE MARIANO SIGMAN Debate México, 2017 287 pp. La neurociencia cuenta con cada vez más herramientas para leer lo que ocurre en el cerebro mientras pensamos, sentimos, tomamos decisiones, imaginamos y soñamos. Por esa vía corre este libro, accesible para los lectores no especializados. Inicia con un viaje a la niñez y a su extraordinaria capacidad para relacionarse con el lenguaje, pasa por los mecanismos de la conciencia y termina arriesgando una teoría sobre el aprendizaje, es decir, sobre cómo se construye el conocimiento.
F U EG O
EN LIBRERÍAS
L E N TO ×
GALLO QUE NO CANTA
Mauricio Miranda Ficticia México, 2016
No se gana a cachetadas ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com
¿
Es posible pasar por escritor de ficción articulando frases de este calibre?: “Federico vivía en un ranchito que estaba después de la ciudad”; “Al terminar, no obstante, me fijé debajo del escritorio”; “Se regresa a su cama”; “cuando ella se agacha para agarrarse el dolor ”; “Su buen juicio le decía que dejara a la niña se fuera a terminar el quehacer”; “Cada vez era más dolor” (los subrayados son míos). No, por supuesto, pero qué importancia tiene cuando en estos días cualquiera —sí, cualquiera con un poco de iniciativa y orgullo— puede publicar una novela, un libro de cuentos, un florilegio de bellos pensamientos. Las frases provienen de Gallo que no canta, de Mauricio Miranda, que reúne trece relatos sin marcas de sangre en común. Lo que llamamos unidad está ausente y cede su sitio a la acumulación. No hay manera así de establecer, por ejemplo, correspondencias entre la historia de un joven decidido a poseer las alas de un ángel (“Aire”) y la del hijo que se resigna a testificar la debacle de su padre, convertido en tortero después de fracasar en su intento de lanzar un satélite al espacio (“Negocios del tercer mundo”). Todos comparten, sin embargo, el descuido estilístico disfrazado de jerga coloquial, la falta de imaginación, la incapacidad para justificar la transición del plano realista al de la fantasía, la manía por el final previsible, el trazo descolorido de los personajes. El nocaut tan pregonado por Julio Cortázar como desenlace de todo buen relato se queda en Gallo que no canta en una cachetada inofensiva. Un botón de muestra: “Crónica del aburrimiento”, que cierra el volumen. Estamos ante la ruina física y mental de la abuela del narrador. Una página después, gracias a la versatilidad del tiempo narrativo, sabemos por él mismo que han transcurrido sesenta años desde entonces. Ha llegado el turno del padre. Su ruina es igual de indigna y babeante pero acompañada de una visión que se pretende original: la Muerte en versión ¡de un puro esqueleto!, jugando al gato y al ratón. Hemos visto tantas veces a esta figura esperpéntica que solo nos queda remitirla al mundo de las caricaturas. Gallo que no canta es uno de esos libros de los que podemos prescindir sin cargo de conciencia. Está, como muchos otros de su especie —refractarios al rigor, ignorantes de una tradición, cocinados en un taller donde los asistentes intercambian elogios y palmaditas en la espalda—, destinado a entretener o a conmover únicamente a su autor: sabrá dios qué clave o misterio quiso transmitir. L
CINE
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LABERINTO
ESPECIAL
Ludovic Bonleux
“No me interesa hacer propaganda” Guerrero documenta el sino cotidiano de las muertes que deja el crimen organizado ENTREVISTA
D
esde hace varios años, el documentalista francés Ludovic Bonleux hizo de los eventos de violencia y violación a los derechos humanos en Guerrero su campo de estudio. El estado le sigue dando material. Los hechos recientes en Tlapa, Iguala, Petaquillas y otros municipios, motivaron su nuevo trabajo, Guerrero, que reúne los testimonios de los activistas Coni, Mario y Juan. ¿Cómo llega un periodista francés a México?
Llegué a México por primera vez en 1998. Comencé a colaborar con varias ONG de derechos humanos. En 2002 me enteré de los problemas en Guerrero e hice un reportaje fotográfico de la zona, que me llevó a hacer un primer documental sobre el crimen de Zacarías Barrientos. Después filmé Acuérdate de Acapulco, que contrastaba el antiguo glamur del puerto con la situación reciente. A los meses desaparecieron los 43 jóvenes de Ayotzinapa y decidí trabajar al respecto.
HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com El documental tiene tres protagonistas, todos con una búsqueda particular.
Esa fue mi intención. Mario busca a su hermano, quien fue secuestrado. Gracias a su relato podemos entender la tragedia de los desaparecidos. Coni se incorporó al Frente Unido por la Seguridad y el Desarrollo del Estado de Guerrero, una policía comunitaria que llegó a su pueblo para defenderlo de las autoridades y el narcotráfico. El último es Juan, un maestro rural involucrado en el intento de cancelar las elecciones de 2015; aporta una visión de la educación en el país y sobre lo que podría ser la democracia. ¿Encontró un vínculo entre las policías comunitarias y el crimen organizado?
En la policía comunitaria hay infiltración de los cárteles y de las autoridades. Vi gente trabajando para alguien más pero los conflictos más fuertes son contra otras policías similares.
HOMBRE DE CELULOIDE
Del lado de los maestros no encontré a ningún criminal. Una lectura de Guerrero se encamina a una sociedad que está en medio de los enfrentamientos entre las autoridades y el narcotráfico.
La población está entre la espada y la pared, pero no solo en Guerrero. Sucede lo mismo en Tamaulipas, Veracruz...
¿Debido a la distancia que aporta su condición de extranjero, le interesaba destacar algo que los documentalistas o periodistas mexicanos pasan por alto?
La mía es una visión intermedia porque tampoco soy un francés recién llegado. Si bien me interesaba registrar lo cotidiano, también quería enseñar las contradicciones y las dudas. No quería hacer un panfleto. ¿En este tipo de documentales cree que abunda el panfleto?
No soy la persona indicada para juzgar.
A veces hay que denunciar los hechos y cada quien tiene su estilo. A mí no me interesa hacer propaganda de ningún grupo. Cada historia tiene una propuesta propia en términos de fotografía y propuesta estética.
No fue algo tan pensado. Hay dos propuestas visuales y cuatro directores de fotografía. Al principio, hice mucha cámara en mano y después usé un estilo más pausado para dar profundidad a los protagonistas. Ante situaciones tan dramáticas, ¿qué cuidados tomó para no regodearse en el drama humano?
Hay que evitar la victimización, dejar que los personajes tengan control sobre su imagen y tratarlos de manera digna. Los documentalistas nos enfrentamos al dilema de enseñar, o no, los cuerpos. Si decidí mostrarlos es porque en Guerrero hay muertos por todos lados. Es parte de la vida cotidiana. L
FERNANDO ZAMORA
@fernandovzamora ESPECIAL
Noche oscura del alma
C
ámara se cierra sobre el hermoso rostro de una joven monja polaca. Escuchamos un grito pero las religiosas siguen cantando. Esto es buen cine francés, cine que recuerda aquellas viejas películas en que se bebía mucho y se fumaba más. Hay soldados de la resistencia que hablan con nostalgia de las grandes batallas de la Segunda Guerra Mundial, coroneles tristes que no volverán a París, fogosas comunistas de ojos claros y estas religiosas que dan sentido al título en francés: Las inocentes. El guión es suficientemente inteligente como para volver creíble el encuentro entre estas dos ideas de lo femenino: la chica que se ha casado con Cristo y la joven socialista que se ha
liberado sexualmente. Rodeadas de soldados violentos y violadores, estas mujeres se encuentran con una suerte de espejo invertido que lejos de anularlas las hace crecer. Ambas se transforman, como sucede en las buenas películas. Es en la transformación de ambas ideas que brilla la inteligencia del guión. Porque si bien es evidente que las monjas cambiarán sus ideas, no lo es tanto como para que la socialista viva su propia crisis de misticismo, su propia experiencia de fe. Este es el tema real de la película de Anne Fontaine, una realizadora que se hizo famosa con otra exaltación de la femineidad: Coco avant Chanel. “La fe son veintitrés horas de duda y una hora de paz”. Con esta hora basta para que la mujer rompa su
Cordero de Dios (Les Innocentes. Agnus Dei). dirección: Anne Fontaine. Guión: Sabrina B. Karine, Alice Vial, Anne Fontaine, Philippe Maynial. con Joanna Kulig, Lou de Laâge, Agata Buzek, Agata Kulesza. Francia, 2017.
voto de obediencia y salga del convento una noche de diciembre para buscar a una doctora francesa. ¿Por qué francesa? Hay que ver la película. Porque es feminista de verdad y por tanto es universal. Anne Fontaine no se regodea ni en complacencias ni en discursos idiotas. Le basta con contrastar las vidas de estas mujeres para revelar las injusticias y la fortaleza interior. Hay una que prefiere
el infierno al deshonor. Hay la rubia que quiere fumar y comenzar a vivir pero hay también la mujer que nació para ser monja. Sin esta realidad la obra sería un panfleto. Es gracias al amor de Fontaine por sus personajes que podemos ingresar con ella al interior del momento más alto en el misticismo cristiano: la noche oscura del alma de la que escribió San Juan de la Cruz. L
MILENIO
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Comunicar emociones El estreno en Puebla de la Séptima Sinfonía de Sergio Berlioz enmarca los motivos y los derroteros de esta charla HUGO ROCA JOGLAR hrjoglar@gmail.com
VIBRACIONES
ESPECIAL
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oliespejismos tetracórdicos”, dice Sergio Berlioz. Hace una pausa y sonríe; una sonrisa a medias, de expresión lejana, tímida y nostálgica. Estas extrañas palabras llenan su cabeza de antiguos recuerdos juveniles sobre experimentación y desafío. “El ejemplo perfecto para definir mis primeras composiciones es una obra para piano a cuatro manos cuyo título lo dice todo: Poliespejismos tetracórdicos”. Un título que dice sobre radicales maneras de articular sonidos. Sobre ininteligibilidad y sectarismo. Sobre falsedades y arrogancia. Sobre fría música laberíntica que a principios de la década de 1990, hacía de Sergio Berlioz un compositor ávido de pianos preparados y dodecafonía. Su arte era discursivo. De alto interés teórico pero carente de emociones. —¿Cuándo destruyó el artificio de su música? —En 1995 —Sergio Berlioz viste un traje negro con chaleco, camisa blanca y moño color cereza. El breve triángulo de un pañuelo rojo sobresale, a la altura del corazón, de la bolsa del saco. Es un hombre majestuoso que últimamente
El compositor de Izkor
casi no duerme. Da clases, dirige orquestas y construye música. Su cuerpo, para cumplir con la agenda, resiste lúcido y despierto con cada
vez menos horas de sueño. Así logra detener el tiempo—. Ese año escribí Izkor, un cuarteto de cuerdas (el primero) que me comisionó la UAM
DANZA
ARGELIA GUERRERO
ESCENARIOS
con motivo de los 50 años del final del Holocausto. El pensamiento de Sergio Berlioz es de una profundidad insaciable que parte de la música. Escucha La Traviata y la ópera de Verdi lo remite a La dama de las camelias de Dumas, y cuando descubre que Armand Duval (uno de los personajes de la novela) le regala Manon Lescaut del Abate Prévost a la protagonista, también lee ese libro. Esta pasión paciente, forjada con erudición y disciplina, es un fuego lento y delicado que atraviesa toda su música madura (la que ha compuesto durante el siglo XXI). Es música llena de colores e ideas (escuchemos, por ejemplo, sus siete sinfonías). No hay obviedades o complacencias. Cada tema es sometido a un riguroso proceso imaginativo de transformaciones continuas. Y a pesar de la abundancia de materiales y de la densidad cromática, los acontecimientos sonoros no pierden la claridad expresiva. —Evocar a mi familia muerta durante el Holocausto me obligó a hacer algo que nunca había hecho: comunicar emociones. Cuando terminó de componer Izkor (de 20 minutos de duración), Sergio Berlioz no pudo escribir nada durante cinco años. Había encontrado su voz, una voz tan íntima y diáfana que lo dejó paralizado. —Descubrí que ésa era la música que quería escuchar y desde entonces no he dejado de escribirla. Música que parte de su dolor ante el dolor de los seres humanos. Música que se abre desde los secretos de su corazón hacia el encuentro con lo inexplicable. L makarova81@yahoo.com.mx ESPECIAL
Luminoso retorno
S
erguéi Polunin es conocido como “el chico malo del ballet”. Y es que desde temprana edad se ha enfrentado a la gama de matices que conlleva dedicarse profesionalmente a la danza. El reciente documental The Dancer, de Steve Cantor, retrata una de las profesiones más sacrificadas que existen en el universo del arte, la de bailarín, y profundiza en las crisis que enfrenta de modo recurrente a lo largo de su desempeño profesional. Es necesario iniciar desde muy pequeño en un ambiente competitivo y que exige esfuerzo y sacrificio no solo de quien ejecuta sino de todo su entorno, principal y fundamentalmente, el familiar. La constante exigencia física y el rigor disciplinario de las compañías a menudo mutilan y restringen la vena creativa que por naturaleza posee abundantemente un artista. Aflora entonces un conflicto existencial profundo que cuestiona al ejecutante y lo planta frente a una
serie de definiciones sobre sí mismo, la danza, el arte y lo que desea como intérprete, así como lo que verdaderamente quiere transmitir al público al que interpela. Para el caso de Polunin, este cuestionamiento existencial y creativo lo llevó a confrontarse con la sociedad, con el mundo de la danza y consigo mismo. Los tatuajes en su piel escandalizaron a melómanos conservadores que seguían su trayectoria circunscribiéndola a la mera ejecución virtuosa de roles clásicos en una de las mejores compañías del mundo: el Royal Ballet. Su coqueteo con el alcohol y las drogas derivó en una ruptura radical con todas las reglas, estrictas o no, impuestas en una compañía de las dimensiones del Royal Ballet, para terminar abandonándola. Sin embargo, uno no puede abandonar de manera sencilla una pasión que fluye en el cuerpo. No se renuncia al arte, a la danza,
Serguéi Polunin
como se renuncia a un puesto en una oficina o como se jubila un burócrata. El arte es el lenguaje que comunica y define al artista y a ello no se renuncia. No existe jubilación. Serguéi Polunin da cuenta de ello en un regreso bello y poderoso a
través de una coreografía creada exclusivamente para él, documentada por David LaChapelle, y que forma parte del documental. De ahí el nuevo impulso que llevará a Polunin de vuelta a los escenarios de la danza clásica en julio próximo. L
VARIA
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LABERINTO
LUC-OLIVIER MERSON
Persia vs. Atenas TOSCANADAS
H
ace dos mil quinientos años, los soldados atenienses se enfrentaron en una desigual batalla contra el ejército persa, que por aquellos tiempos se consideraba invencible. Por cada guerrero de Atenas había diez del imperio de Darío el Grande. Pero una vez que pelearon, murieron treinta persas por cada ateniense. Entonces sabemos que los invasores regresaron maltrechos, vencidos, humillados y desalentados a casa; mientras que a Atenas llegaba el corredor Filípides para anunciar la victoria, en una escena que pudo ocurrir de cualquier manera, excepto como la imaginó el pintor Luc–Olivier Merson. Desde entonces, la batalla de Maratón crecería en importancia para considerarse no un mero triunfo ateniense, sino una victoria del ser humano. Había ganado la democracia sobre el absolutismo, la libertad sobre el yugo, la valentía sobre la masa, el amor propio sobre la obediencia. En esa Atenas, en esa Grecia libre, habría de florecer la
DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com
filosofía, la literatura, las artes, la historia, la educación. Y la democracia tomaría el lustre de ser la mejor forma de gobierno. Años después, durante la Guerra del Peloponeso, Pericles elogiaría esa democracia, diciendo que “no copiamos a nuestros vecinos, sino que somos un ejemplo para ellos”. Agregó que “somos amantes de la belleza, y a la vez de gustos sencillos, y cultivamos la mente sin menoscabo de la hombría”. Y “a un hombre que no participa en los asuntos del Estado no lo consideramos inofensivo, sino inútil”. Terminaba enalteciendo las libertades de que gozaba un ateniense y su defensa era el mejor aliciente en la batalla. Sin embargo mucha gente muestra nostalgia por los persas. Se sentirían muy contentos si los atenienses hubiesen perdido la batalla de Maratón. Muchos quieren sacar a Atenas del mapa histórico y poner en el centro a Jerusalén o La Meca, lo cual equivale a cambiar filosofía por superstición, conocimiento por ignorancia,
El soldado de Maratón, 1869
libertad por obediencia, esfuerzo por conformismo; y claro, democracia por cualquier forma de dictadura. El problema con la democracia es que lleva siempre latente su autodestrucción. Se pueden utilizar instrumentos democráticos como una elección o un referendo para matar la propia democracia. Lo cual es mero boleto de ida: los votos sirven para llevar al poder a un dictador, pero son inútiles para derrocarlo. Con su último aliento, Filípides dijo: “Regocíjense, hemos vencido”, y luego murió. Esa Atenas vencedora también acabaría por morir, pero en
CAFÉ MADRID
VÍCTOR NÚÑEZ JAIME
distintos momentos de la historia ha resurgido su alma, pues ya Sócrates había demostrado que ésta es inmortal. Resurgió, por ejemplo, en el Renacimiento, en la Ilustración, en la fundación de los Estados Unidos de América, en 1968, en la caída de la Cortina de Hierro. Hoy palpita en una minoría muy pequeña de hombres. Hoy casi nadie lee a los antiguos griegos y apenas el cinco por ciento de la población vive en países con plena democracia, y en ambos aspectos vamos caminando para atrás. Después de todo, sí ganaron los persas. L periodismovictor@yahoo.com.mx ESPECIAL
Cementerio de papel
H
ubo un tiempo en que las páginas de los diarios y semanarios españoles estaban plagadas de experiencias, reflexiones, descripciones de costumbres, crónicas de viajes o de la vida cotidiana y argumentos e ironías —siempre para leer “entre líneas” y no chocar con la censura—, firmadas por hombres de canas bien peinadas, corbatas bien anudadas, lentes empañados, frentes amplias y surcadas por el tiempo, gargantas bañadas por un güisqui o un orujo, envueltos en nubecillas de humo de tabaco y asistentes frecuentes a las tertulias de bares y cafés. Si querían comer, antes de escribir sus novelas, cuentos, poemas y ensayos (editados en pequeños tirajes que muy pocos compraban), todos ellos tenían la disciplina de aporrear la máquina y llevar sus cuartillas a las Redacciones para que se publicaran al día siguiente. Así, juntos —pero no revueltos, debido a sus rivalidades ideológicas y ególatras—, estos discípulos del papel hicieron del articulismo uno de los principales géneros literarios del siglo XX español. Conviene saber quiénes fueron, en qué consiste su legado y su estilo, sobre todo
ahora que la avalancha digital parece haberlos relegado. Por eso hay que leer a Manuel Vicent, quien hace poco reunió una serie de perfiles sobre esta generación de periodistas literarios en Los últimos mohicanos (Alfaguara). De Blasco Ibáñez a Vázquez Montalbán, pasando por Unamuno, Azorín, Chávez Nogales, Ortega y Gasset, Camba, González–Ruano, Cunqueiro, Gómez de la Serna y Umbral, estos retratos de palabras constituyen el testimonio de una época en la que la unión entre el periodismo y la literatura vivió sus años dorados. Al libro, sin embargo, le hace falta algún ejemplo del trabajo de cada autor. Porque con ello, además de reforzar sus historias personales, sería una obra imprescindible para comprender en todas sus aristas buena parte del periodismo contemporáneo en nuestra lengua. En este “cementerio de papel” (todos los perfilados están muertos), Vicent intercala anécdotas, rasgos que definen personalidades y lecciones del oficio. Dice, por ejemplo, sobre el sevillano Manuel Chávez Nogales: “Si tus fotos no son buenas es porque no estabas suficientemente cerca: esta sentencia de Robert Capa se puede aplicar también
Manuel Vicent
a los periodistas de calle, a los cronistas de guerra, reporteros y enviados especiales, a los analistas políticos y, por supuesto, a los sicarios y asesinos a sueldo, los más interesados. Se tiene o no se tiene el don de apretar el gatillo en el momento oportuno, a la distancia precisa. Los periodistas de raza llevan ese instinto en la base del cráneo. Uno de esos era Chávez Nogales”. De este personaje les hablaré luego porque, con la reedición de sus libros, últimamente su prestigio está siendo casi estratosférico. Por el momento, baste decir que hoy que han cambiado “las prioridades” en los medios de información tradicionales y, en general, los artículos literarios han sido sustituidos por diatribas tan cortas como viscerales, los retratos cincelados con la agudeza de Vicent constituyen una guía para recorrer un legado que hay que revivir para disfrutar y aprender. Quedan avisados. L