Laberinto
LOS HECHIZOS DE FELIPE EHRENBERG
lourdes hernández fuentes p. 08
DOS CARTAS DE FRANCIS SCOTT FITZGERALD carlos rubio rosell p. 04
MILENIO
NÚM. 728
sábado 27 de mayo de 2017 FOTO: ESPECIAL
HENRI MICHAUX: EL ARTE DE LA NEGACIÓN melina balcázar moreno p. 06
ANTESALA
sábado 27 de mayo de 2017
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LABERINTO
ESPECIAL
Ebrio de libertad ARMANDO GONZÁLEZ TORRES @Sobreperdonar
ESCOLIOS
A
lguna vez acudí a un hospedaje ecológico excesivamente caro, deliberadamente incómodo, con fobia por la electricidad, gusto por los insectos y carente de bar. Acaso este establecimiento buscaba legitimar su abuso utilizando el prestigio de Henry David Thoreau (1817-1862), cuyo Walden era lo único que refulgía en la repisa del rústico cuarto. Se ha pretendido convertir al ecologista radical, al objetor de conciencia, al adalid de la desobediencia civil, al defensor de causas perdidas y naciones asediadas en un emblema del ecologismo comercial y la autoayuda o en un escritor oficial. Sin embargo, estas pretensiones no hacen mella en el encanto, hondura y espontaneidad de este autor y, en particular, de su libro más conocido, Walden. Cierto, la idea de que la civilización es
ALFILERES ARMANDO ALANÍS @elsaltillero
una madrastra malévola que nos aparta de nuestra verdadera madre, la naturaleza, se remonta a las más antiguas escuelas. No obstante, Thoreau ilustra esta idea con ingenio, energía polémica y obsesión por el detalle. Durante dos años, el joven inconformista ensayó el estado de naturaleza en una cabaña junto a la laguna Walden (muy cerca, por cierto, de su familia y sus amigos). Con la precisión del naturalista y el goce del panteísta, su libro narra el descubrimiento y la celebración del paisaje; brinda estadísticas para mostrar el poco tiempo que requiere obtener un sustento frugal pero digno, y despliega impecables argumentos lógicos y filosóficos. Thoreau intenta demostrar que la supervivencia en (relativa) soledad permite una fusión ideal entre vida activa y contemplativa, entre efusión de
los sentidos y diálogo interior, entre trabajo manual y reflexión trascendental. Por lo demás, la privación voluntaria, la renuncia gozosa constituyen una forma de enriquecimiento, pues toda actitud que limite la dependencia de lo superfluo aumenta la libertad. Por supuesto, el hombre que cultiva la autarquía en los bosques no busca cancelar la relación con sus semejantes, sino que emprende un cincelamiento del espíritu que le permita
Derribaron el muro de los lamentos: no dejaba dormir a los vecinos.
Crímenes sin castigo LOS PAISAJES INVISIBLES
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asumir conscientemente, más allá de las inercias de la tribu, sus propias aspiraciones, reglas y compromisos con los demás. Más actual que nunca, Thoreau encarna, por un lado, el sueño de huida de muchos seres exhaustos de convenciones y, por el otro, la aspiración utópica de quienes creen posible contagiar una forma de producción y un modelo de vida más acordes con la conservación y la felicidad de la especie. L
eo algunas crónicas sobre el encuentro de Peña Nieto con unos cuantos gobernadores tras el asesinato del periodista Javier Valdez, fundador de Ríodoce en Culiacán. La reunión fue en el salón Adolfo López Mateos de la residencia oficial de Los Pinos. En el acto, que duró treinta minutos, se presentaron tres estrategias para salvaguardar a los periodistas: 1) fortalecer estructura y presupuesto del mecanismo de protección en el que ya se resguarda a 168 periodistas y 342 defensores de derechos humanos, además de asignar recursos como prometió el Comité para la Protección de Periodistas el 4 de mayo; 2) crear un esquema de coordinación con los estados y un protocolo de operación para enfrentar situaciones de riesgo, a cargo del mismo mecanismo de protección federal; 3) fortalecer a la Fiscalía Especial con más personal y mejor capacitación a ministerios públicos, policías y peritos. Mecanismos de contacto y diálogo para impulsar confianza y colaboración. Revisión de investigaciones
IVÁN RÍOS GASCÓN @IvanRiosGascon
en proceso y combate a la impunidad; coordinación y apoyo para que los estados puedan crear sus fiscalías especializadas. Si cada estrategia describiera a un personaje de ficción, veríamos con pena que las tres no son solo creaturas jorobadas sino tullidas, sordas, ciegas y mentalmente deficientes, por no decir que cada una de esas quimeras está condenada al fracaso, la inutilidad y la impostura. Las iniciativas que se ensalzaron en los Pinos son baratijas verbales igual de huecas y falaces como las promesas de cualquier campaña. Para evidencia, estas figuras retóricas que, por cierto, son líneas permanentes en los discursos electoreros: 1) fortalecer estructura y presupuesto, asignar recursos; 2) crear un esquema y un protocolo de operación; 3) fortalecer a la Fiscalía; más personal y mejor capacitación a ministerios públicos, policías y peritos; impulsar confianza y colaboración; revisión de investigaciones; combate a la impunidad; coordinación y apoyo…
En México no solo los periodistas, también los ciudadanos, vivimos día con día en situación de alto, altísimo riesgo. La crisis en materia de derechos humanos ya alcanzó un grado superlativo; la impunidad es regla, igual que la corrupción, por lo que causa extrañeza que la ONU aún no haya emitido una alerta roja para este país en el que las desapariciones, los levantones, la tortura, el feminicidio, las ejecuciones extralegales, el uso faccioso de la ley y el homicidio, por mencionar solo algunas de las aberraciones cotidianas, son crímenes sin castigo. ¿Por qué asesinan periodistas y nunca se captura a los sicarios? ¿Por qué no se previenen los atentados y tampoco se arresta a los capos que urden los ataques si se cuenta con un aparato de Inteligencia bien aceitado, tan aceitado que es ultra eficaz cuando se aplica con fines políticos? ¿Por qué solo se protege a algunos periodistas y se desatiende a otros, los incómodos, los que hurgan en el drenaje donde se mezclan los légamos delincuenciales con los lodos oficiales, los fangos policiacos o castrenses y el barro judicial? La mezcla del narco, la política y el dinero componen un poder inflamable y explosivo. Un periodista riguroso no le sirve a ese tipo de poder, sea en Tamaulipas o en Sinaloa, en Guerrero o en Veracruz o en Morelos o en la Ciudad de México o en fin, en cualquier rincón del mapa nacional. Una de las crónicas de ese encuentro de Peña Nieto con unos cuantos gobernadores tras el homicidio de Javier Valdez, cuenta que algunos reporteros reclamaron justicia a gritos y que al salir, fueron fotografiados por el Estado Mayor Presidencial. La anécdota explica, por sí sola, lo que en México representan los periodistas (ciudadanos al fin y al cabo), la libertad de expresión e información y el derecho de exigir justicia. L
dirección josé luis martínez s. edición roberto pliego, iván ríos gascón arte y diseño salvador vázquez
MILENIO
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× M I N E R VA
M A R G A R I TA
sábado 27 de mayo de 2017
ANTESALA
ESPECIAL
V I L L A R R E A L ×
Laude Este poema forma parte de Las maneras del agua (Secretaría de Cultura/ INBA/ FCE), libro galardonado con el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2016
M
ientras me como esta manzana Dios viene a bendecirme parpadeante de sol desciende al vuelo de la paloma con su piel su pelo alborotado y un joven que conduce a la puerta del programa de los doce pasos El muchacho es adicto De cada diez uno no recae: La impotencia de sus labios por mi sangre fluye
×EKO×EX LIBRIS×LA MADRE DE RILKE×
Eugenio Trías: símbolo y fuga BICHOS Y PARIENTES
D
JULIO HUBARD
ebo muchas cosas a Eugenio Trías. Recuerdo el día que inicié la lectura de El artista y la ciudad (Premio Anagrama de Ensayo, 1975), un libro raro, descoyuntado, que avanza en contrapuntos: uno, entre el cuerpo del texto y las notas a pie (que, lejos de ser información bibliográfica, trazan un ensayo distinto), y otros tres, entre pares conceptuales: Eros y Poiesis, Alma y Ciudad, Artista y Sociedad. Las voces de su polifonía son Platón, Pico della Mirandola, Goethe, Hegel, Nietzsche, Thomas Mann. Gran libro sin bisagras, una suerte de ensayo para armar, pero más musical que cortazariano, porque las partes no podían formar una secuencia narrativa sino acordes, armonías. Trías compara su libro con lo que un músico llama “tiento”. No se le quita lo filósofo y dice que su ensayo son apuntes para “una posible estética fundada en una posible epistemología y ontología”. ¡Ah, bárbaro! De haber escrito tal cosa, en vez de estos ensayos, se habría ahogado en un océano de engrudo. Pero no lo hizo; se contentó con el tiento de los temas porque lo suyo era la admiración de la música. En sentido práctico, supo navegar su enfermedad terminal escuchando y escribiendo sobre música. El canto de las sirenas es una obra enorme, generosa y admirable, toda escrita desde una clave: cambiar la noción visual del “logos simbólico”, volverla auditiva: “hay que pensar el símbolo en sentido musical, adaptado a modos o tonos musicales, a ritmos, a timbres, a instrumentos, a comportamientos agógicos, a formas de ataque, a intensidades, o a medición y acentuación de las duraciones”. Comparte con otros filósofos melómanos algunas características: todos (excepto Theodor Adorno) escriben estupendamente; dejan obras con piezas sueltas, tientos y ensayos que no son secundarios sino centrales, y se avienen mal a los modos de las cátedras. Schopenhauer o el emo de Kierkegaard son mucho menos académicos que Hegel, Fichte o Schelling; Nietzsche dejó un genial reguero. Trías es de esa estirpe, de los que intentan transmitir, mostrar, algo que no se deja llevar en cálculo de predicados ni en demostraciones. Bien puede ser que todas las artes aspiren a la condición de la música. Pero es eso: una aspiración. Y en el caso de los filósofos, resulta siempre en una declaración de insuficiencia. La síntesis que buscó Trías —por supuesto, en una triada— entre Eros y Poiesis, Alma y Ciudad, Arte y Sociedad, toda esa polifonía y esos contrapuntos, no le dieron para un tratado filosófico. Porque su libro, y él no lo vio, era una fuga. L
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LABERINTO
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ESPECIAL
F.S.F. y su esposa Zelda, en 1920, durante su luna de miel
La vida secreta de Francis Scott Fitzgerald Más de 400 páginas conforman la selección que la editorial española Círculo de Tiza (El arte de perder. Una vida en cartas) ha elegido de entre la vasta correspondencia recogida por Andrew Turnbull, un abanico de triunfos, deseos y fracasos, y con cuya autorización ofrecemos dos epístolas ENSAYO CARLOS RUBIO ROSELL/ MADRID
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onsiderado uno de los autores más representativos de la llamada Generación Perdida de la década de 1920, Francis Scott Key Fitzgerald (1896–1940) llevó durante años una vida itinerante entre Europa y Estados Unidos, cuya intensidad asoma en algunas de sus obras, entre las que destaca, por su popularidad y el retrato descarnado que hace de una época, El gran Gatsby, aunque no menos importantes son Hermosos y malditos y Al este del paraíso, y las historias cortas de los volúmenes All The Sad Young Men o Tales of the Jazz Age. El arte de perder. Una vida en cartas es la primera selección completa de las misivas escritas por Fitzgerald, compilada en su edición original en inglés por Andrew Turnbull, el mayor biógrafo del escritor. No se trata de un libro que especula sobre Fitzgerald, sino que es propiamente suyo. La edición que ahora publica la editorial española Círculo de Tiza recoge un muestrario, muchas inéditas en castellano, que van de los momentos en que se convierte en un escritor reconocido hasta sus últimos días en Hollywood, cuando era ya un novelista frustrado, olvidado y con la salud hecha pedazos.
Se trata de un volumen que a lo largo de sus 400 páginas ofrece una amplia visión de la vida personal y literaria de Fitzgerald, así como de su familia y sus colegas. Mientras escribe en detalle a su hija y a su esposa, es posible percibir con nitidez asuntos como aquello que le condujo a una autodestrucción tan galante, o a apreciar cómo vivía las presiones financieras que lo acuciaban, o cómo vivía al límite, eligiendo a veces las soluciones más arriesgadas; por ejemplo, si debía seguir escribiendo obras como el El gran Gatsby o acabar guiones de cine para Shirley Temple. Le escribió a Las cartas explican, Hemingway: “Los ricos asimismo, muchas de nunca me han fascinado, sus decisiones, tomadas a menos que combinen no como excusas, sino un gran encanto y como argumentos hodistinción” nestos de una persona que razona acerca del estercolero que lo rondaba. Al final, cuando está escribiendo The Last Tycoon, Fitzgerald decide hacer un esfuerzo supremo para mantener su gran talento a salvo, aunque ya es tarde y la enfermedad le corta la vida de un tajo. Otro de los valores de estas cartas reside en el hecho de que revelan, de forma brutal, la combinación de duro trabajo e inspiración que operan en la vida de un artista, y que de forma a veces combinada, y a veces por separado, aparecen
en la vida de Fitzgerald, especialmente en las cartas dirigidas a su amigo Edmund Wilson y a su editor Maxwell Perkins. Casi todas las cartas tienen alguna frase memorable, como aquella en la que le escribe a Hemingway que “los ricos nunca me han fascinado, a menos que combinen un gran encanto y distinción”, o como cuando le dice a Edmund Wilson que “Era esplendoroso cuando todos creíamos las mismas cosas. Era más divertido pensar que todos íbamos a morir juntos o a vivir juntos, y nadie anticipaba esta gran soledad, donde uno ha echado el resto a la imaginación narrativa y otros a la lenta disolución de su cuerpo en aras de una idea de Humanidad”. También a su hija le dedica frases memorables, como aquellas en las que le dice que “la publicidad es un chanchullo, como las películas y los negocios de bolsa. No puedes ser honesto sin admitir que su contribución a la humanidad es exactamente menos que cero. Se trata sencillamente de hacer promesas ambiguas para un público crédulo”. Otras frases que sobrevuelan este volumen hablan de que “toda buena escritura es como nadar bajo el agua y mantener la respiración”. Así pues, parafraseando a Fitzgerald, toda buena lectura es como sumergirse en un océano manteniendo la respiración sin ahogarse. Y la buena prosa de este libro es un tanque de oxígeno para quien se aventure a bucear en sus páginas. L
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sábado 27 de mayo de 2017
Dos cartas A Thomas Boyd Hyères, Francia Mayo de 1924
Querido Tom:
Tu carta ha sido la primera que recibí desde que llegué. Estoy en el sitio más bonito que he visto, sin exceptuar Oxford o Venecia o Princeton o cualquier otro. Zelda y yo estamos sentados en el café L’Univers escribiendo cartas (son las 10.30 de la noche) y la luna es una luna completamente mediterránea, nimbada de plata, y estamos los dos un poco achispados y muy felizmente borrachos, si el término se puede usar para las reacciones menos nerviosas y menos violentas de por aquí. En París contratamos a una maravillosa niñera inglesa por 26 dólares al mes (¡Dios mío! Pagábamos 90 en Nueva York) y mañana iremos a ver una villa con mayordomo y cocinero para pasar allí el verano y el otoño. Tengo cien metros de mosquitero (trajimos 17 maletas) y en general creo que será un magnífico verano de trabajo. Nos perdimos a Edith Wharton por un día. Ayer se marchó a París y no regresará hasta la temporada próxima. No es que me importe, aunque la conocí en Nueva York y es una gran dama muy distinguida que luchó por lo que se debía luchar con armas de la edad de bronce cuando había muy poca gente que lo hacía. Hasta que no termine la novela, no leeré nada, salvo a Homero y literatura homérica e historia desde el año 540 al 1200. Y ruego a Dios no ver un alma durante seis meses. Mi novela es cada vez más extraordinaria; me siento completamente dueño de mí mismo y por fi n podré satisfacer mi deseo de soledad, que ha
LITERATURA
ESPECIAL
ido aumentando a lo largo de tres años en una progresión aritmética. Coincido en cuanto a Bunny y Mencken, aunque con matices en ambos casos. Bunny aprecia los sentimientos que han sido fi ltrados por el carácter, pero su alma es un poco seca y, al comenzar el culto a Joyce a semejante escala, probablemente ha corrompido el gusto de mucha gente (que de todas maneras no importa); pero ¡esas admiraciones rotundas! ¡Pobre Waldo Frank! ¡Dios mío! ¿Sabías que antes (hace un año) creías que Middleton Murry era un hombre importante? Paul Rosenfeld es una persona de carácter (¡aunque admira a Sandburg!), y su libro Port of New York es toda una aventura para nuestro nervioso entusiasmo crítico; es más agradable estar sentado aquí, sin embargo, mirando los perros aletargados que olisquean los postes. (No me engaño a mí mismo; me he alejado de todo excepto de la gente en el más pleno sentido corpóreo.) Bueno, escribiré una novela mejor que cualquier otra escrita en Estados Unidos y me convertiré por definición en el mejor segundón del mundo. Buenos noches, mi viejo F. Scott Fitz. P. D.: Parece que Brentano (en París) tenía algunos ejemplares de Through the Wheat, pero los vendió todos: Max está entusiasmado con The Dark Cloud 1 y prometió enviármela. Le hice una sugerencia sobre una cubierta más llamativa. Entre tú y yo, el fondo de las primeras pruebas de imprenta sugería una historia sobre metalurgia. Debería
El escritor y periodista Thomas Boyd
ser algo más llamativo, creo, como la cubierta del Moby Dick de Melville. Esto es entre nous. Por el amor de Dios, no culpes a Scribner’s por culpa del tonto de Bridges. Perkins y el viejo Charles hacen que merezca la pena soportar a veinte Bridges. ¿A qué te refieres con que perdiste 1200 dólares? ¡“El Gominola” es una bazofia! He escrito un buen cuento, “La fiesta del bebé” (un poco blando pero bueno), que se publicará en Heart’s en julio o agosto. F. S. F. Mensaje de Zelda: Hola Tom y Peggy
1 Novela de Boyd publicada en 1924.
ESPECIAL
A Sheilah Graham
Encino, California 2 de diciembre de 1939
Querida Sheilah:
Perdí los estribos en tu presencia y herí tus sentimientos y los de Jean Steffan.2 Es un hecho. Pero también dije cosas horribles que hasta cierto punto pueden desdecirse. Salieron de una porción minúscula de mi mente, como sabrás, y nada representan de mi vida consciente y muy poco de mi subconsciente. Tienen más o menos la misma importancia que nuestras viejas discusiones sobre Inglaterra y Estados Unidos. Creo que no vamos a ninguna parte. Me alegra que ya no me tengas respeto ni afecto. Las personas se hacen bien unas a otras o no, y obviamente yo te hago daño. Te amé con todo lo que tenía para dar, pero algo marchaba tremendamente mal. No hay que buscar mucho el motivo: yo. No sirvo para las relaciones humanas. Solo te amé; me lo diste todo. Y fue muy bonito y caballeresco y muy propio de ti. Quiero morir, Sheilah, y hacerlo a mi manera. Antes tenía a mi hija y a mi pobre y perdida Zelda. Desde hace más de dos años tu imagen está en todas partes. Déjame que te recuerde hasta el final, que está muy cerca. Eres lo mejor. Eres algo importante por ti misma. Eres demasiado para un neurótico tuberculoso que solo puede mostrarse celoso y vil y perverso. Estaré una última vez contigo, pero será en tu ausencia. Ya falta poco. Ojalá hubiera podido dejarte más de mí mismo. Puedes quedarte con el primer capítulo de la novela y la sinopsis. No tengo dinero, pero eso tal vez valga algo. Pregúntale a Hayward.3 Te amo completa y enteramente. Quería enviarte esto escrito a mano, pero no creo que fuese legible. Scott L
2 Amigo de Sheilah Graham. 3El agente Leland Hayward.
Sheilah Graham, columnista de una revista de Hollywood
© Círculo de Tiza
LABERINTO
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GISELE FREUND
Henri Michaux: el arte de la negación La aparición de Donc c’est non (Así que no) bajo el sello de Gallimard exhibe, a través de una serie de cartas dirigidas a escritores, editores, traductores, cineastas, amigos, una de las facetas más admirables del escritor y pintor belga quien, por cierto, nunca concedió una entrevista: la del hombre reacio a exhibirse en la escena académica y literaria. Además de un retrato, presentamos algunos extractos de esas cartas MELINA BALCÁZAR MORENO/ PARÍS
H
enri Michaux no soportaba mostrarse en público. Consideraba que “cierto tipo de escritor no estaba hecho para recibir reconocimientos y que cierto tipo de hombre —como él— no debía aparecer bajo los reflectores”. Una posición que hacía cada vez más difícil mantener el renombre de su obra, que aumentaba sin cesar con el tiempo. Recibía así numerosas cartas de amigos, editores, escritores, periodistas, traductores, artistas, actores, directores de teatro o cine, académicos, que le hacían llegar diversas propuestas en torno de su obra. Y, a pesar de su gran número, tenía el cuidado de responder siempre cada carta, como podemos constatarlo en Así que no (Donc c’est non), la reciente publicación de esa parte de su correspondencia en la que, una y otra vez, lo vemos decir “no”, cortésmente pero con fi rmeza, a quienes le escribían. Pues Michaux hizo todo lo posible por desaparecer de la escena literaria. Se negó a formar parte de todo jurado o comité de lectura, de
toda academia de lo que fuese. Se empecinó en rechazar toda proposición de conferencia, de manifestación conmemorativa, de coloquio en su honor. Respondía con un no rotundo a cada nueva tentativa por otorgarle una recompensa literaria; incluso pensó en publicar una carta abierta para desalentar cualquier nuevo intento: “Desde hace tiempo, mi nombre se cita a menudo en la prensa de manera tan ambigüa que podría suponerse que soy candidato a algún premio literario. Como éstos, debido a la vedetomanía, se vuelven cada mes más abundantes y escandalosos, me veo forzado a salir de mi silencio y de mi habitual laxismo ante las posibles sorpresas que esta nueva feria reserva. Así pues, no soy candidato a ningún premio desde ya hace mucho tiempo y creo que durante mucho tiempo más aún”. Nunca concedió tampoco una entrevista. En 1984, al momento de anunciar su muerte, en los noticiarios tuvieron que confesar, consternados,
que no disponían de ningún archivo sonoro del autor. “No me muestro en la televisión y no me dejo escuchar en la radio. Muestro —en los libros— algunos escritos y —en galería— algunos dibujos. Ya con eso me muestro lo suficiente y no voy a hacer más”. Respondía sistemáticamente de manera negativa a los múltiples proyectos que hubieran podido llevar su obra a un público más amplio. Algo que le repugnaba en extremo: “Los lectores me molestan. Escribo, si se quiere, para ‘el lector desconocido’”. El mítico editor Gaston Gallimard decía que era el mismo Michaux —por quien tenía un gran respeto— el mayor obstáculo para su difusión. De tal manera que prohibió las reediciones de sus escritos que prefería dispersar en innumerables folletos de tiraje limitado, pues con más de 2 mil ejemplares le parecía que caería en la vulgarización, por lo que se rehusó también a su publicación en libro de bolsillo. Siguiendo la misma lógica
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rechazó, poco antes de morir, la propuesta de incluir su obra en la célebre biblioteca de La Pléiade: “Eso no es para mí: en primer lugar, se trata de una distinción que prefiero evitar, porque haría de mí definitivamente un profesional, en lugar del aficionado que prefiero ser y seguir siendo. Pero la razón principal es que en los volúmenes de esta prestigiosa colección es cuestión de un dossier en el que se le encierra a uno, lo cual es una de las impresiones más odiosas que pueda tener y contra la que he luchado a lo largo de mi vida. Liberarme de una buena cantidad de mis páginas de antaño, suprimir, reducir en vez de reunir, tal sería mi ideal, en lugar del despliegue de todos mis textos que seguramente me quitaría las ganas de escribir y, a corto plazo, me paralizaría”. Esta facultad de decir no, que ganó a pulso, constituía la garantía de su libertad creativa. La intensidad de su rechazo era una manera de luchar contra lo que le parecía eran intentos por encerrarlo en una categoría —ya fuera como escritor o artista— que desde su perspectiva implicaría una profesionalización y, por ende, servidumbre y sumisión. Veía en el amateurismo una condición para que la escritura pudiera surgir libremente. Ni el dinero que hubiese podido ganar, y que hubiese mejorado su situación económica que distaba mucho de ser confortable, podía justificar que cediera a esta negativa radical que aparece como inherente a su escritura. Cada “no” suyo era así una manera de defender la naturaleza de sus escritos, profundamente ligados a la incertidumbre de la sensación, a la que se sometía a través de diferentes medios, y que lo aproximaba a la atomización, a la diseminación del yo. Sin embargo, Michaux no buscaba ocultarse detrás de lo que escribía, no practicaba esa estrategia de la desaparición que caracterizaba a ese otro célebre personaje invisible de la literatura, Maurice Blanchot. No pensaba que el escritor tuviera que desaparecer para dar lugar al libro por venir. Le era ajeno este ideal del libro como un todo al que la vida del escritor debía consagrarse. Para él, un escritor era simplemente “alguien que sabe seguir en contacto, que permanece ligado a su desorden, a su región viciosa que jamás será aplacada”. Alguien que no ha reprimido su pulsión destructora, como los niños o las poseídas. En ellos, encontraba esa vía para la insubordinación (título de uno de sus últimos libros) que podría permitir finalmente existir, es decir, ocupar desordenadamente el espacio como los trazos nerviosos, llenos de exasperación, que encontramos en los dibujos de Michaux. Una manera de poner nuevamente en movimiento el mundo que con sus reglas intenta frenar el “poder de oposición, de revuelta, de contestación” que constituye la naturaleza humana y que, según lo afirma, permanecerá siempre inaccesible para los mediocres. Porque para existir, como para escribir, hay que ser capaz de insumisión y no perder el deseo de “echarlo todo por la borda, de desplazar lo inmóvil, de producir estruendo”. Pero sin gravedad, sin ese aire trágico, propio de Occidente, que tanto detestaba: “lo trágico, ¡esa gangrena occidental! No es para mí. No intento sino curarme de ello”. Así, quien escribe debe hacerlo en contra de todo y de todos. Pero principalmente en contra de sí mismo, de la vedetomanía que denunciaba con fuerza y que todo aquello en lo que se negaba a participar no hacía más que acrecentar. L
sábado 27 de mayo de 2017
DE PORTADA
LECTORES, NO PÚBLICOS Henri Michaux El poeta y pintor francés Henri Michaux (1899–1984) influyó de manera determinante en la estética y el pensamiento de los poetas y artistas de nuestro tiempo. Desde sus primeros escritos en 1922 hasta sus grandes libros en los que aborda sus experiencias con las drogas entre 1956 y 1966, o en los últimos de tono más sosegado, su escritura se despliega en un torbellino de folletos y libros de artista, signo —si no síntoma— de la dispersión y fragmentación desesperadas que constituyeron su ritmo propio. Su estatura literaria nunca se vio disminuida por su carácter secreto, que acrecentó el enigma de su personalidad. Su correspondencia inédita, Donc c’est non (Así que no), con figuras intelectuales como el escritor Jean Paulhan o los editores Gaston y Claude Gallimard, y Jean–Jacques Pauvert, muestra su escritura implacable y exasperada, que se negaba a todo compromiso o complacencia. Presentamos aquí algunos extractos:
N
o habrá foto mía, ni solo ni en grupo. […] Prohibido hacer mención de mis fotos. Prohibido señalar su existencia. […] Cómo me irrita usted. Mis libros muestran una vida interior. Desde que he existido, he estado en contra del aspecto exterior, contra las fotos que con acierto llamamos películas, pues toman película de todo, acaparan tanto como pueden las casas familiares u otras, los muros, los muebles, todo lo que es permanencia y estabilidad y que no acepto, a través de lo cual me veo pasar. Todo lo que atomizo en mi memoria usted lo quiere hacer aparecer. Pierde su tiempo. Tal, que sería un sabotaje de mis propios libros, jamás lo autorizaré. Carta a su amigo el escritor Robert Bréchon, 3 de julio de 1958
No acepto que se me juzgue como un tránsfuga. […] Estoy más decidido que nunca a dar mis folletos de la manera más oscura a los editores más desconocidos. Lo estaba olvidando: tampoco me ha “comprado”. Un olvido tal vez de ambas partes. […] Quizá me tomo a mal las cosas, pero veo y me repito con amargura que me he vuelto una presa, y mi nombre común una publicidad. A su editor Gaston Gallimard a propósito de su contrato, 1949
Por ahora hay saturación de textos sobre mí. […] El poco gusto por escribir que me queda desaparece ante tal tropel. Le ruego que, por lo menos usted, no se preste al ridículo de esta acumulación repentina de críticas y disertaciones sobre H. M. […] Espere el final de mis días, que
no tardará en llegar. Al menos, que no termine yo atiborrado con mi propio nombre. A Marcel Arland, editor de la Nouvelle Revue Française, 1 de julio de 1976
La distancia es necesaria para mis escritos. Querer hacerlos públicos y ante un público no es más que ilusión. Perderían en ello toda su reserva. Los llevaría a perder su naturaleza. Sin transgresión, no se puede alcanzar cierto público. Y no tengo ningún, pero ningún deseo de tener más público. Y si en algún momento tuviera más, serían lectores y no espectadores. Respuesta al profesor Marcel Hicter acerca de su proposición de poner en escena Pluma , 5 de junio de 1977
Para mí, mi obra es y seguirá siendo un recorrido. Años, décadas separan las partes, los libros. Incluso los textos que cita usted según el sentido y el lugar que deben ocupar en su montaje intelectual son, a mi parecer, ante todo, reacciones que un accidente, un choque, un periodo inquieto desencadenaron y que me han sido necesarias, objetos de un recorrido, en el que cada vez pensaba liberarme de algunos lastres y encontrar nuevamente ligereza. Al profesor Robert Smadja, a propósito de su ensayo “La imagen del cuerpo en Baudelaire y Henri Michaux”, 5 de abril de 1981
Me opongo a la publicación de cartas mías. ¡Déjenme morir primero!
Carta del 22 de julio de 1983 L
ESPECIAL
ARTE
sábado 27 de mayo de 2017
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LABERINTO
JUAN JOSÉ DÍAZ INFANTE
castigados. El alcalde le preguntó: “¿Inauguramos?” y Felipe le respondió que sí. Con una rapidez indigna de cualquier funcionario que sueña con cortar listones, el alcalde abrió la muestra y desapareció con su gente. Felipe, solo, decidió irse a ver a Taurus. Tlacotalpan entero rugía y Felipe vio la función de pie. Al terminar, claro, compró el disco del hipnotizador. Tal vez por eso, Néstor García Canclini escribió aquel texto en que le preguntaba a Felipe: “¿Qué haces dentro de una galería?, debías mostrar tu trabajo en un taller mecánico o en un camión, en los supermercados o en las grandes tiendas” (recuerdo cuando hizo una de las vitrinas de El Palacio de Hierro, sin el menor pudor). Néstor se pregunta cómo fue posible disolver el sentido práctico y ceremonial de la artesanía tarasca y convertirla en objetos suntuosos, por lo que las reconstrucciones irreverentes de la identidad nacional que hizo Felipe debían mezclarse en esos templos donde nos venden distinción, compensaciones en lata y ahora hasta las raíces que deben nutrir nuestra memoria. Pues te respondo, mi querido Néstor. Yo creo que esta iba para ti, en la parte superior de la hoja, en su libreta de urgencias: ¡Lavadoras, microondas, etc!!! PREGÓN ¡Acuarelas, pinturas, dibujos, marcos, etc!!! Funeral de Felipe Ehrenberg de foto presente
Los hechizos de Felipe Ehrenberg La autora traza un perfil y narra algunas de sus experiencias al lado de quien fue su esposo desde octubre de 1987 MEMORIA LOURDES HERNÁNDEZ FUENTES
F
elipe nació el 23 de junio de 1943 en el barrio de Tlacopac, en San Ángel. En 2008 inauguró Manchuria en el Museo de Arte Moderno (MAM), su primera y única retrospectiva que, como escribió en su momento Mónica Mayer, era apenas un índice de las retrospectivas de Felipe que deberían hacerse. De hecho, la muestra no fue planeada para el MAM sino que surgió del interés de la curadora Sol Henaro, directora La Celda Contemporánea del Claustro de Sor Juana, por promover a los artistas setenteros entre las nuevas generaciones, solo que poco antes le avisaron a Fernando Llanos, que de alguna manera formaba parte o agarró la batuta de la curaduría, que habría que cancelar la muestra. Un año entero de trabajo se quedó sin local de exposición, pues las autoridades del Claustro decidieron abrir una cafetería, o algo así, hasta que Fernando se cruzó con Oswaldo Sánchez, que la recuperó entusiasmado para el MAM y la dejó crecer en toda la complejidad de un artista a contracorriente. Ya lo escribió Villoro, a propósito de Los hechizos de la liviandad: “Ehrenberg no especula ni espera que la suerte le depare una obra maestra; no busca el ars combinatoria ni la mezcla incidental. Después de engañar a las aduanas, pasa la báscula: cada elemento es rigurosamente sopesado por la imaginación pictórica. Solo eso permite que la tempera al huevo de los renacentistas se lleve bien con los chisguetes del action painting, el hiperrealismo, las tiras animadas, las ventanas ilusorias de Magritte o los esténciles de los pintores de paredes”.
En Manchuria, Felipe exhibió su talento para el dibujo, el grabado y hasta la pintura. Pero eso no es lo que sorprende. Ahí estaban objetos y documentos, grabaciones, películas y videos. Mónica Mayer me vuelve a llevar al recinto cuando dice que al ver sus dibujos de los años cincuenta, en los que el trazo escueto no niega sus raíces nacionales, entiende su inquebrantable gusto por la complicidad entre el ojo y la mano y que por eso, aunque fue pionero de las artes no–objetuales, jamás abandonó la pintura. Felipe tenía varios proyectos en proceso. Uno de los que encontré en su libreta de trabajo me mordió, furioso, y me mató de la risa. Siempre decía que cuando se escribiera de arte como se escribe de deportes, la cultura iba a ser leída con pasión (con esa voz que tanto amé y que me impidió ver, hasta el día en que una amiga me preguntó, “¿te casas con el que tiene en la mano el tatuaje de huesitos?” Temblé, no lo había notado, y eso que mi mamá me repitió desde niña que solo los criminales y marineros se tatuaban, ay Dios. Pero su tatuaje era un homenaje a Posada y fue exhibido en horario completo en el Museo de Bellas Artes, sobre un taburete, mientras leía para pasar el tiempo con la mano libre). Pero volviendo al tema, Felipe contaba que en Tlacotalpan, para anunciar la inauguración de una exposición suya, un carrito de la alcaldía recorría el pueblo con un altavoz desde el que se escuchaba: “Hoy inaugura el artista Felipe e, el, ebengu, erubergrrr, la muestra tal…”. Y la voz aburridísima del merolico de repente se transformaba para anunciar al único, al artista universal, al genio del hipnotismo Taurus do Brasiiiiiuuuul (ni Ángel Fernández lo hubiera hecho mejor). Por la noche, para la inauguración, ahí estaba el alcalde acompañado de su esposa, distraída y retorciéndose por las prisas, más tres funcionarios
Tal vez el próximo 27 de junio, cuando cumpliría 74 años y la Cineteca Nacional exhiba sus películas y los documentales que se hicieron sobre él, monte el puesto que cargamos desde Tepito, pues nunca quiso venderlo, y solo entonces me anime a ofrecer acuarelas o pinturas. Ana Paula Nascimento, de la Pinacoteca del Estado de Sao Paulo, que montó Manchuria en 2010, escribió que por sus prácticas de vida y de un arte vinculado al arte conceptual y al uso de técnicas artísticas alternativas, Felipe ultrapasaba las fronteras de lo tradicional y muchas veces presentaba trabajos difíciles de clasificar. Solo hay que recordar que en su época de Fluxus inscribió en la Bienal de Viena una obra hecha con material no artístico. En la ficha anotó la técnica: neográfica. Recibió una carta de rechazo. Se preparaba para apelar cuando recibió una segunda carta donde le pedían disculpas, aceptando la pieza como la primera neográfica exhibida. Y, bueno, debía hablar de su trabajo titánico hacia principios de 1979, cuando logró formar un colectivo de unos 26 integrantes, no todos artistas, que se llamó Talleres de Comunicación H2O. Produjeron más de mil murales en escuelas, casas de cultura, cárceles, normales rurales, como la de Ayotzinapa. Y de la aventura con su amigo y mentor Max Kerlow y el papel amate y, por supuesto, el Arte postal (por ahí anda circulando un texto de Alberto Híjar, imposible de amoroso y fuerte y categórico sobre el trabajo colectivo). Hablar también del Frente Mexicano de Trabajadores de la Cultura y del Salón I Independiente y su estudiante acribillado y de las 40 tarjetas postales que le envió al propio Alberto Híjar desde Londres para el segundo Salón, para que llegaran a tiempo como prueba de que la censura no es invencible (palabras de Alberto todas éstas) y fueron dispuestas para formar una mujer ofreciendo su pecho y un balón de futbol México 70. Por cierto, Felipe siempre creyó en compartir y nunca dejó de abrir las puertas a quien quisiera investigar en sus archivos; por eso, tal vez, antes de irnos a Brasil alguien se llevó esas postales. Hace poco supimos que estaban a la venta en Estados Unidos pero cuando intentamos rastrear a los rateros, ellos sacaron la página en que la subasta estaba caliente y el precio por la obra aumentaba. No fue lo único de lo que lo despojaron. Felipe deja tres muestras listas, realizadas durante la enfermedad, de las que después escribiré. Por ahora quiero terminar con unas líneas, garabateadas hace milenios en una servilleta: ¿Muerte? Qué viva eres, Muerte, que siempre te apareces cuando más te nos mereces... te tengo en la puntita de mis lápices te tengo todo el tiempo. Por eso yo solo te repito: cuando me preguntan que cómo estoy, que mi sombrero estará muerto pero yo estoy vivo ¿Muerte? F. E./ Sin fecha. L
MILENIO
LAS SOMBRAS DE QUIRKE BENJAMIN BLACK Alfaguara México, 2017 304 pp. En su faceta de escritor de novela negra, John Banville vuelve a poner en escena al patólogo Quirke, cada vez con más problemas neurológicos: ahora debe resolver la muerte de un joven que aparece en Dublín con el cuerpo chamuscado. Ya que no admite la hipótesis del suicidio, inicia una pesquisa que lo lleva por los círculos más poderosos de la economía y hacia los grupos que desde el secreto trabajan para el triunfo definitivo del capitalismo. Como siempre, BanvilleBlack conmociona y entretiene. LA LÁGRIMA DEL BUDA ANTONIO MALPICA Océano México, 2017 199 pp. Ganadora del Premio Nacional de Novela Negra “Una vuelta de tuerca”, en 2007, esta historia avanza de la mano de un grupo variopinto (formado lo mismo por sicarios barrigones que por un profesor de preparatoria más que inútil) que se lanza en busca de un valioso objeto, un diamante amarillo, cuyo origen se remonta a los días en que los gitanos sufrieron la persecución de los nazis. La trama se mueve con ligereza, sin espacio para la reflexión pero sí para la acción. HISTORIAS DESCONOCIDAS DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA DAVID DORADO ROMO Era México, 2017 430 pp. El Paso y Ciudad Juárez son los escenarios de estas crónicas de tiempos de la Revolución, relatos en los que, obviamente, aparecen las figuras históricas (Díaz, Villa, Madero), rodeadas de raros personajes como periodistas subversivos, tintoreros chinos, músicos de vals y corridos, mujeres toreras, contrabandistas, espías, ciudadanos prósperos e ilustres, fotógrafos aventureros, desertores del ejército, curanderas, anarquistas, vendedores, fumadores de opio o migrantes sin residencia fija. En fin, esa amplia, babélica sociedad flotante de las ciudades fronterizas.
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sábado 27 de mayo de 2017
EN LIBRERÍAS
El más allá indestructible POESÍA EN SEGUNDOS
L
a obra “inédita” más esperada de la literatura nacional de este principio de siglo por fi n salió a la luz. En una buena edición ahora podemos leer, si no todos —añoramos la totalidad de los textos y un índice de nombres—, sí una muestra muy amplia de los artículos/ ensayos que publicaba semanalmente, a modo de columna periodística, José Emilio Pacheco: Inventario, Antología, 1973-2014 (Ediciones ERA/ El Colegio Nacional/ Literatura UNAM, 2017, III tomos). En su plural y compendiosa propuesta, esta selección es muchas cosas: una crítica minuciosa para lectores duchos pero también para lectores curiosos de la escritura de todos los géneros, un suplemento esencial de nuestra cultura, una crónica histórica de hechos inolvidables —olvidados—, varias metáforas de la desgracia política nacional y, aunque sea de un modo parcial por el momento, algo como un pequeño lexicón apasionado de la literatura de hoy y también de ayer, como lo eran los artículos de la Enciclopedia Británica que Borges extrañaba. En el repaso que plantea la antología de Inventario sorprende la exactitud de la información y el criterio amplio hacia distintos puntos de vista. Asimismo, impresiona la modestia con la que el autor aceptaba, de parte de sus lectores, el señalamiento de yerros, y asombra la amabilidad con la que están planteados asuntos peliagudos de estética (el verso libre, la prosa experimental, la universalidad de Víctor Hugo…). Pero, sobre todo, nos admira el ejercicio preciso y profundo de la imaginación poética que implica la creación de imágenes plásticas de
VÍCTOR MANUEL MENDIOLA mendiola54@yahoo.com.mx
nuestra sociedad, la búsqueda del presente en los ecos del pasado y la certeza de que el lenguaje analógico es una manera eficaz de entender el mundo y un modo de ver lo que no se ve o lo que los “especialistas” casi nunca advierten. En todo esto, Pacheco aparece tan semejante a Vicente Riva Palacio, Alfonso Reyes, Ramón López Velarde, Enrique González Martínez, Salvador Novo, Octavio Paz o Gabriel Zaid. Desde la perspectiva de la mejor tradición intelectual de los escritores mexicanos y, más que nada, desde la capacidad de crítica de la invención lírica —hoy tan disminuida por un lenguaje ciego, vacío y sofístico—, el autor de La arena errante nos enseñó en su columna semanal y nos enseña ahora en esta antología el hecho de que la poesía es, como dijo Dominique de Roux a propósito de Witold Gombrowicz, Lo humano en busca de lo humano. Por esta razón —en contra de lo que piensan muchos editores comerciales a la medida de un lector sin lecturas, no pocos narradores con prosas rojas para un cine de escenas grises, poetas aburridos de sí mismos gracias al “artefacto verbal” y “profesionales” que solo profesan un gusto numismático—, esta antología de Inventario revela que son en muy buena medida nuestros poetas excelentes los encargados de dar fe de las obras (literarias, intelectuales o, incluso, sociales) que vale la pena discutir, y que los poetas son, si no el correo, sí el mensajero de un más allá siempre presente e indestructible. Ojalá que los editores de esta muestra adviertan la necesidad de una edición completa de Inventario y la conveniencia de añadirle un índice de nombres. L
CINE
sábado 27 de mayo de 2017
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LABERINTO
ESPECIAL
Joaquín del Paso
“Somos los reyes de los memes” Con un peculiar sentido del humor, Maquinaria Panamericana aborda el drama del desempleo, la quiebra y la pobreza repentina ENTREVISTA
E
s viernes y los trabajadores de una fábrica ven cómo pasan las horas que preceden al fin de semana. La parsimonia se altera cuando descubren que el dueño muere. Acto seguido, se enteran que la empresa está en quiebra y nadie recibirá liquidación. Para los jóvenes, la estabilidad se trunca, mientras los ancianos se ven en medio de un futuro agreste. Con el ánimo de abordar el impacto que supone perder el trabajo, el director Joaquín del Paso filmó Maquinaria Panamericana, cinta ganadora del Premio Mezcal del Festival Internacional de Cine de Guadalajara. Tengo la impresión de que la historia de la película está determinada por la locación.
Algo hay de eso. Descubrí la locación después de haber vivido siete años en Polonia. Me recordaba a la empresa familiar, Maquinaria Panamericana, fundada por mi abuelo. El negocio quebró en 1995 por la devaluación del peso. En cuanto di con esta especie
HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com
de bodega cerca del aeropuerto, me remití a la infancia. Es verdad que al principio tenía pensado hacer otra película, pero cuando los directivos de la empresa me comentaron que pensaban derribarla para construir un centro comercial, se me ocurrió contar la historia que vemos en la película. La historia es una reflexión sobre las facetas que supone la pérdida del empleo, empezando por la orfandad y siguiendo con la nostalgia.
Quería hablar de cómo una crisis puede afectar el trabajo de una vida. Para darle mayor impacto creí más apropiado hacer un filme colectivo, es decir, con muchos personajes, y estructurarlo a partir del proceso de duelo para ejemplificar el shock, la negación, el caos y la aceptación, para finalmente tomar una nueva postura ante la vida. ¿Le preocupaba que el humor banalizara la historia?
Siempre vi esta película como una
comedia a pesar de la tragedia que supone perder un empleo. Gracias a la ironía, mientras ríe, el espectador afronta un suceso dramático. A los mexicanos se nos da de manera natural, somos los reyes de los memes o del comentario inoportuno. Sin duda vivimos en un estado complicado o de miedo, pero no por ello nos dejamos de reír. Por otro lado, en algunos de sus personajes el humor funciona como una protección ante el miedo a lo que viene.
La película usa al miedo como mecanismo de defensa y prefiero manejarlo como una reacción ante la incertidumbre. Vivimos en una olla exprés y necesitamos sacar presión a través de la risa. Si fuéramos una sociedad con menos temores tal vez
HOMBRE DE CELULOIDE
nuestro sentido del humor no sería tan ácido o punzante. La película es una coproducción México-Polonia. ¿Qué tan determinante fue la influencia de este país europeo a la hora de diseñar elementos como la iluminación y la atmósfera?
Me salió de manera natural. Estuve en Polonia siete años y a unos días de volver a México ya estaba trabajando en la película. El proceso de adaptación a mi país fue hacer una película, por eso la estética y la influencia del cine soviético fueron determinantes. Recordemos que Polonia hizo mucho cine colectivo, donde las fábricas eran tan importantes como los protagonistas. Sin embargo, en los rasgos de los personajes la cinta es profundamente mexicana. L
FERNANDO ZAMORA
@fernandovzamora ESPECIAL
La patética propaganda
S
uele suceder con Ken Loach. Uno comienza realmente entusiasmado con sus películas. No solo con la historia, que en este caso no fue escrita por él. Es todo: la actuación, la dirección y, en suma, el arte. Yo, Daniel Blake tiene un inicio muy bueno. Uno se involucra de inmediato con el protagonista, el viejo desempleado inglés que lucha contra la pobreza y se encuentra un día en una oficina de gobierno con una madre soltera tan atractiva como la historia misma. Caen bien los personajes. Parecen extraídos de un suburbio del primer mundo. Loach tiene el ojo de quien sabe mirar a la gente en un autobús. Y uno quisiera reconsiderar entonces las críticas que ha lanzado contra la Palma de Oro en Cannes. Confesar que esta vez Yo, Daniel Blake realmente merece la distinción. Que ha triunfado el cine. Pero vuelve a suceder: Ken Loach se embarca en un discurso que termina fastidiando. No se trata solo de que el autor acabe por justificar a un personaje que,
decían las abuelas, “busca trabajo rogando a Dios no encontrarlo”; la verdad es que la historia termina desmoronándose. Y no es que la denuncia social sea inoportuna. El cine inglés se caracteriza por comedias que giran en torno a personajes de clases bajas que luchan duramente por sobrevivir. Full Monty en 1997, por ejemplo, divierte y da conciencia. Están también, en Bélgica, los hermanos Dardenne con su discurso cristiano y social. Entonces ¿qué es lo que hace Ken Loach que uno termina con este discreto dolor de cabeza? Su narrativa resulta tan tendenciosa que uno sale realmente fastidiado. Aquí están el sistema, la burocracia, la policía, la prostituta buena, el viejo que ha perdido el trabajo, el hombre negro que se ha vuelto pirata de zapatos deportivos. Todo termina por ser un cliché pues Loach más que amar a sus personajes los utiliza para hacer ideología. No está mal de ninguna manera el cine socialista. Al contrario, con el giro político que ha dado el mundo es el mejor momento para esta
Yo, Daniel Blake (I, Daniel Blake). Dirección: Ken Loach. Guión: Paul Laverty. Fotografía: Robbie Ryan. Con Dave Johns, Hayley Squires. Reino Unido, 2017.
narrativa pero Yo, Daniel Blake es cine moralista. Más que un mundo, es la caricatura de un mundo en que uno reconoce la injusticia social y al pobre hombre que se ve completamente trascendido por las computadoras y los teléfonos inteligentes, pero no importa: uno sale del cine con sabor a propaganda. L
MILENIO
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sábado 27 de mayo de 2017
ESCENARIOS
ESPECIAL
Reír con seriedad MERDE!
BRAULIO PERALTA juanamoza@gmail.com
H La obra adaptada y dirigida por David Olguín se presenta de jueves a domingo en el Teatro El Milagro
Bóveda de oro Una versión a la medida de nuestros tiempos de El mercader de Venecia enfrenta de nuevo al amor y al odio religioso TEATRO
M
auricio Davison es Shylock, un hombre que carga la edad en la espalda, el rostro, la mirada, la voz, en todo su ser hastiado de recibir insultos, lastre que le ayuda a ser paciente ante la oportunidad de venganza. David Hevia es Antonio, un rico, aunque apesadumbrado comerciante, que arriesga a partir de su amistad amorosa, sus posesiones y una libra de su cuerpo cristiano como garantía de préstamo. A través de estos actores, ambos personajes laten, respiran como pocas veces sucede sin necesidad de luengas barbas, maquillaje, ni postizos. Mauricio Davison es el mejor Shylock que he visto y David Hevia el mejor Antonio de Venecia. David Olguín traduce, adapta y dirige El mercader de Venecia con economía de personajes, diálogos y metáforas, que traslada a un universo sintético, contenido en equipo por Gabriel Pascal, diseñador de escenografía e iluminación, en un espacio que juega con el frío acabado metálico de una gran bóveda bancaria y una caja fuerte al piso, como elemento ancla de pasiones y viajes. El semicírculo de la bóveda, que a ratos da la impresión de contenerlo todo, abre paso a Belmonte, el lugar de la naturaleza. La segunda parte de esta historia, que habla de cofres y enamorados, sucede ahí, sobre la arena, bajo un trozo de cielo azul. Olguín y Pascal abren y cierran sobre la escena el círculo veneciano que va del odio entre judíos y cristianos a la venganza y la posesión del oro y en el siguiente plano al amor, que salva obstáculos, y fortalece la inteligencia de Porcia para paliar el rencor de siglos que pretende ejercer el judío al pedir justicia. Como dramaturgo, Olguín conserva en su texto la tensión, complejidad y riqueza de las dos historias enlazadas en esta obra escrita
ALEGRÍA MARTÍNEZ alegriamtz@gmail.com
probablemente entre 1595 y 1598. Su versión se libera de largas sentencias y aclaraciones para plantear ágilmente lo que acontece a los involucrados en una tragedia disfrazada de comedia. Como director, Olguín ha debido conformar un elenco que requiere actrices y actores jóvenes, que si bien construyen buenos momentos, también necesitan realizar de manera individual un trabajo que evite tropezar con faltas de dicción, de significado, de verdad sobre el escenario, de “vividuras”, como decía Héctor Mendoza. David Olguín supera las dificultades que impone nuestra realidad teatral al presentar una puesta en escena amena y atractiva que concentra la obra de Shakespeare sin restarle virtudes dramatúrgicas y aporta un interés renovado y una visión actual de la involución del ser humano. Esmirna Barrios, Fernando Álvarez Rebeil, Simona Chirinos, Marisol Castillo, Emmanuel Varela y David Juan Olguín Almela, junto con Davison y Hevia, conforman el reparto de esta propuesta. Los personajes vestidos por Estela Fagoaga usan traje sastre, vestido casual, teléfono celular y algún peluquín, lo que evidencia aun más lo que nos parecemos. El montaje nos enfrenta con nuestra incapacidad frente a un rencor de siglos, motor de nuestras acciones, mientras muestra que la confianza, la amistad, el amor, el dinero y el ingenio femenino pueden quizá desvanecer problemas sin solución a primera vista. El mercader de Venecia, que nos habla desde hace más de 400 años de las diferencias religiosas y el odio que termina con el género humano, abre también la puerta hacia la esperanza amorosa y la amistad que por fortuna aún existen. L
ay muertos que se pasan. Que abusan de los vivos. Que reclaman tiempo aun fallecidos. Que no perdonan la traición y harán todo por desenmascarar a esos vivos que mienten en su existencia y la de otros. Como Mauricio, el personaje creado por Martín Zapata en la obra El convivio del difunto: hace lo imposible para que su mujer, Leonor, y su amigo, Alfonso, confiesen sus culpas. El enredo puede desternillar de risa o resultar un evento fallido. El sentido del humor es clave en el espectador. Y, como todo arte, asumiendo el convencionalismo teatral. Con esos dos elementos la sonrisa aflora —¡es una cura!— porque la obra es genial. Vivir la experiencia de lo insólito —un muerto que sigue vivo— para arrancar las verdades ocultas en una familia tradicional que habla de amor y amistad cuando en realidad las puñaladas traperas son el pan de todo aquel que dice amar al prójimo como a sí mismo. Solo la risa es el antídoto de la liberación en la triste historia de la verdad de la vida. Martín Zapata hace años que apostó por la sonrisa de la existencia en el escenario. Sin querer, uno piensa en la farsa de Elena Garro, los espectros de Un hogar sólido, pero también en los espíritus y fantasmas, en comedias del dramaturgo Héctor Mendoza —De la naturaleza de los espíritus, una de ellas—. Obviamente, Beckett o Ionesco, referentes. Pero Martín Zapata tiene una voz propia, con su hilaridad: no es la realidad lo que asombra sino lo fantástico e inverosímil de esa esencia mexicana, trastocada por la ironía de sus personajes. Un dramaturgo sólido en plena creación. Ambientada en los años setenta, El convivio del difunto la dirige el propio dramaturgo con actores y actrices de la Compañía Nacional de Teatro. Fluyen como peces en la necesaria convención de lo que vemos: un muerto habla, canta, baila, convive con los vivos, azorados de lo que presencian. Hasta el final —que nadie debe perderse y no contaré—. Por la alegría de reír, todos deberíamos ir a verla. Aceptemos que el teatro lúdico puede tener profundidades más óptimas que aquello que pensamos serio y profundo. La escritura de Martín Zapata es de una solidez intelectual impecable, llena de sátira, gracia y belleza. El suyo es un teatro que juega siempre a los terrestres, fantasmas, y ahora los muertos vivos. Como escribe en el programa de mano: “El convivio del difunto trata acerca de un convivio, que transgrede los límites de ser convivio, y de un difunto, que transgrede, también, los límites de ser difunto”. El resultado es a risa libre, sin límite de tiempo. La invitación de la CNT para que Martín Zapata escriba y dirija, gran acierto. Ojalá que nadie tome a broma la gran dramaturgia de Martín Zapata, lejos de lo “serio”: un tragicómico con todas las de la ley. Aprendamos pues a reír con seriedad. L INBA
Un momento de El convivio del difunto
VARIA
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sábado 27 de mayo de 2017
LABERINTO
ESPECIAL
Bob–alicón DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com
TOSCANADAS
H
ace pocos años apareció un libro influyente en el mundo de los negocios. Su título original es Rework, lo cual se tradujo como Reinicia. Cayó ahora en mis manos porque los autores dan este consejo a los directores de empresa: “Si tienes que decidirte entre varios candidatos para un puesto, contrata al que escriba mejor. No importa si se trata de un especialista en marketing, un vendedor, un diseñador, un programador o lo que sea; su capacidad para escribir será muy valiosa. La razón es que escribir bien va más allá del simple hecho de escribir. Escribir con claridad implica pensar con claridad. Los grandes escritores saben cómo comunicar. Hacen las cosas comprensibles. Son capaces de ponerse en el lugar de los demás”. Estoy de acuerdo con la cita, pero se queda en la superficie. Hay que ahondar un poco más. Es verdad que saber escribir es una habilidad importante, la cual indica que la persona sabe pensar, o sea, que es inteligente. Mas debe notarse que estas consecuencias provienen de la lectura. El trato certero con las palabras no se da espontáneamente. Una larga y buena relación con los libros no solo nos da las herramientas verbales, sintácticas y gramaticales, sino que también nos llena de ideas, información y cultura. Ponerse en el lugar de los demás es una secuela de leer novelas.
Por eso sería muy deseable que un candidato a gobernador o presidencia leyera a Rulfo, Dostoievski y Dickens. Así le nacería algo de empatía con esos pobres que aparecen en su discurso mas no en sus proyectos. O novelas como La muerte de Iván Ilich sería lectura muy deseable para los médicos. Hace poco estuve en una conferencia de una importante jurista portuguesa, ¿y de qué habló a los abogados? Mayormente de literatura, desde Kafka hasta Pessoa. Esa capacidad para ponerse en los zapatos de otro hace que el derechista primitivo deje de inventarse demonios, y que el izquierdista desbarrancado deje su nostalgia por ese rojo mundo que tuvo la dicha de nunca conocer. El universo de la lectura es el de la inteligencia y la creatividad, del pensamiento y el debate, del respeto y la libertad. Y estos atributos le van bien a cualquier profesión o empleo que permita el ascenso. Lo curioso es que tales conceptos aparezcan en un libro de negocios con el subtítulo “Borra lo aprendido y piensa la empresa de otra forma”, pues he aquí que venden como novedad lo que sabían los griegos hace más de dos mil años. Cosa normal, ya que el presente lo olvidó. Hoy se halla mayormente ausente el trivium de las escuelas: gramática, lógica y retórica, tres disciplinas que, bien estudiadas, dan mucho más que mera gramática, lógica y retórica. Son para el ser
humano lo que para el dinero es el interés compuesto: la base para sumar, multiplicar y exponenciar el cerebro. Pero si usted, querido lector, es un Bob–alicón hijo de la escuela y no de los libros, si tiene usted que pedir ayuda para redactar su propio currículum, entonces merece hundirse en la sucia vida de los hombres, trabajar en cualquier hedionda oficina, casado con una mujer a quien nombra “mi señora”; merece moverse sin disgusto ni tropiezo entre los cadáveres pavorosos de las antiguas ambiciones, las formas repulsivas de los sueños que se fueron gastando bajo la presión distraída y constante de tantos miles de pies; merece ser un hombre hecho, es decir deshecho, como todos los hombres a su edad cuando no son extraordinarios. L
LA GUARIDA DEL VIENTO
ALONSO CUETO RAÚL ARBOLEDA/ AFP
Los padres, esos desconocidos
N
uestros padres pueden ser definidos como los desconocidos más cercanos que tenemos. En su reciente publicación Between Them (la editorial es Bloomsbury y podría traducirse como “Entre ellos”), Richard Ford escribe dos ensayos personales que son capítulos de su autobiografía. Hijo único que llegó después de quince años de matrimonio, Richard en cierto modo fue un intruso en una pareja de padres habituada a la soledad. Este antecedente podría explicar el hecho de que el escritor, hoy de 73 años, decidiera hace mucho tiempo no tener hijos. Ambos textos fueron escritos en distintas épocas. El ensayo dedicado a su padre muestra a un hombre con una vaga sonrisa, ligeramente impaciente, como esperando que algo ocurriera.
De profesión vendedor viajante (como Willy Loman), el señor Parker Ford iba de ciudad en ciudad acompañado de su esposa Edna y del pequeño Richard. En su evocación, Ford describe el cuidadoso modo con el que sus padres hacían el amor en el hotel para no despertar la atención, y los susurros que se decían en el oído. Parker rara vez se molestaba con su hijo aunque alguna vez lo azotó como castigo. Sin embargo, por lo general se mantenía como una presencia cariñosa y remota. Por el recuento que hace, se puede decir que era una familia bastante unida y que la infancia de Ford fue feliz. Cuando el país sale de la Depresión, los Ford van progresando económicamente. Compran un auto y matriculan a Richard en un buen colegio. Poco después ese paraíso familiar se rompe. Su padre
Richard Ford
muere repentinamente en brazos de su hijo, cuando Richard tenía dieciséis años. El retrato que hace de su madre es más emotivo. La señora Edna, de gran belleza y ambiciones, tuvo que resignarse a un matrimonio convencional. En una ocasión, cuando Richard tiene diecisiete años, la sorprende en compañía de un hombre casado (quizá el origen de su novela Incendios). Desde entonces, y a lo largo de su viudez, Edna no volvería a tener una relación con un hombre. Parecía
vivir siempre dentro de sí misma. En una ocasión, cuando alguien le pregunta si tiene hijos, ella contesta que no. Luego reacciona. “Espere, sí tengo uno. Es Richard”. Cuando Richard Ford ya era un escritor famoso su madre le pregunta: “¿Cuándo vas a conseguir un trabajo y a hacer algo?” El gran tema de este libro es la pérdida, un asunto que recorre sus novelas. Pero Ford parece decirnos que nunca conoció de veras a sus padres. Por eso los ama, como se ama a todo lo desconocido. L