Laberinto
MILENIO
Kazuo IshIguro
PremIo nobel de lIteratura 2017
Mercedes Monmany, José Abdón Flores, Carlos Rubio Rosell p. 04
núm. 747
sábado 7 de octubre de 2017 FOTO: JeFF COTTenden/eFe
ANTESALA
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LABERINTO
avelina lésper
Mayas: rito y belleza avelina lésper www.avelinalesper.com
Casta diva
L
a belleza es una idealización de la realidad y de las razones de esta realidad. Los mitos idealizaron la ficción de nuestro origen. La ciencia continúa investigando en una explicación que es insuficiente, que se contradice y evoluciona, mientras los mitos son permanentes, y nos reflejan en la superioridad que da un valor metafísico a nuestra existencia. La cultura maya fusionó a la naturaleza y las deidades, la idealización que plasmaron en el arte y en sus rituales era parte de la relación cotidiana con la realidad. La belleza era consecuencia de sus creencias, la ritualización de su presencia impuso una teocracia artística, el gobierno estético estaba en la interpretación de la raza y el cosmos. En la exposición Mayas, el lenguaje de la belleza, miradas cruzadas del Museo de Antropología demuestra con un análisis profundo que la creación artística habitó en todos los aspectos de esta cultura. El erotismo sublima la sexualidad, la desprende de su función
alfileres arMando alanís @elsaltillero
reproductiva, idealiza el origen más profundo, y sin embargo lo niega, hace del placer la manifestación de nuestra fuga, del desprendimiento inhumano. La ritualidad es la esencia del erotismo, el proceso artificial, iniciático, convocado, fetichista, que propicia a la unión. La Escultura de adolescente (600 a 900 a. C) destierra la naturaleza del cuerpo, es sacro y es erótico, el joven chamán exhala un gemido, los labios entreabiertos lanzan esa voz gutural del instante. La piedra caliza blanca y pulida del cuerpo fuerte, es el dios que protege al acto amatorio, al placer, su enorme falo le rodea el cuello, atado en un nudo que apresa y libera, alimentado por sus genitales grandes que lanza al frente. La escultura del joven dios está en movimiento, da unos pasos, nos reta para seducirnos con su poder, es la deidad que nos consagra en semidioses. La oración es murmullo, la plegaria es entrega, incita el sacrificio del cuerpo que busca su meta–física, su otro físico que lo lleva al límite, que se materializa como
Escultura de adolescente (600-900 a.C.)
dios–dador insatisfecho, que lo saca, lo expulsa de su naturaleza. La promesa de ese falo que ahorca es la tragedia del sacrificio, de esa unión que desune, que nos desprende y que insaciable nos llevará a la demencia. En el cuerpo que se entrega a los dioses las entrañas son místicas, la sangre es sobrenatural, la sexualidad deifica, habla con un lenguaje irrepetible, de palabras sensoriales. La insatisfacción es la fe que nos exige la repetición y lealtad a ese rito efímero de la doble muerte. L
Cuando el queso está por repartirse, sobran los ratones. especial
Voluntad de conservar artes visuales
MiriaM Mabel Martínez
N
uestra geografía cultural se ha modificado tras los sismos de septiembre. La pérdida también es artística y trastoca la memoria. La herencia arquitectónica ha sido afectada. Tan solo en Puebla se calcula que más de 400 inmuebles históricos están dañados; en la Ciudad de México edificios de autor tienen daños severos como el Edificio Basurto, construido a principios de la década de 1940 por Francisco J. Serrano, o el Conjunto Aristos, actual sede del Instituto Nacional de Antropología e Historia y obra maestra de José Luis Benlliure, que tendrá que ser sometido a una curación mayor. Así como los terremotos de 1985 se ensañaron con el legado de Mario Pani, 32 años después hay quienes opinan que el funcionalismo mexicano —ese que dominara las décadas de 1940, 1950 y 1960— dejó de funcionar en 2017. ¿Será? Pocas veces nos detenemos a pensar y a apreciar la importancia de la arquitectura, pareciera que
Templo San Juan Bautista en Yecapixtla
damos por hecho que la gravedad de la construcción, su funcionalidad, la relación de cobijo y resguardo sumados a la propuesta estética y tecnológica fueran el resultado de la investigación y de la creación artística. La arquitectura es una de las Bellas Artes, que además es una narración histórica que está ahí para recordarnos día a día, con su presencia —y con su ausencia—, otros tiempos y
otras miradas. También es una síntesis de un momento, resume el pensamiento, mira hacia el cielo con los pies en la tierra, plantea ideas, vaticina movimientos, enarbola ideologías, traza enfoques. Aunque solemos olvidarlo, la arquitectura va un paso adelante, nos invita a reflexionar sobre las necesidades de una época, los planteamientos, las búsquedas estéticas. Al observar un edificio contemplamos su argumento, su proceso; vemos y vivimos la obra de arte en sí; por eso resulta una tristeza la destrucción de ciertos iconos o de monumentos históricos que nos recuerdan la edad de nuestras ciudades y, en ocasiones, nuestros orígenes. Las ciudades son los museos de la arquitectura. Caminar la ciudad no solo es ser flâneur o ejercer la vocación de ciudadano, es contemplar la historia, experimentar el arte. La armonía del paisaje urbano es patrimonio artístico tan importante como el de las ciudades prehispánicas o las rutas coloniales. Las afectaciones —casi destrucción— de diez de los catorce monasterios del siglo XVI construidos en las faldas del volcán Popocatépetl, entre los estados de Morelos y Puebla, son una pérdida para la memoria arquitectónica de nuestro país, que nos invitan a recuperar, desde el desastre, la voluntad de conservar. L
dirección josé luis martínez s. edición roberto pliego, iván ríos gascón arte y diseño erika elías cázares
milenio
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× M a r co
a n to n i o
AnTeSAlA
sábado 7 de octubre de 2017
ESPECIAL
c a M p os ×
Piazzale Loreto Este poema, que forma parte de un libro en preparación, convoca a un autócrata y verdugo finalmente condenado
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eatones pasan como si nada. Nuboso y grisáceo el cielo. La lluvia cae y cae incesante. Tomó el poder por décadas. Tuvo árboles como sueños, pero al escalar en política hizo gran tala del bosque. A cientos de miles mandó a la guerra, y decenas de miles cayeron muertos o heridos en Rusia, el África y Europa. Ciudades se volvieron urnas.
Se le colgó, junto a la amante, cabeza abajo, en esta plaza periférica, y en doble muerte, fueron pateados y apaleados hasta perder toda forma. Vertical la lápida se alza, y en ella figúrase en el frente la imagen de San Sebastián. No pases de largo, caminante. Detente. No hagas caso omiso: Si entrevés en la niebla, todavía el autócrata se halla, desfigurado el rostro, atados los pies, boca abajo. Milán, 2016
×eko×ex libris×truman capote×
De cíclopes y argivos BICHOS Y PARIENTES
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JulIO HuBARd
ientras Odiseo se halla perdido por “el ombligo del mar”, en su casa las cosas van de la patada: un montón de argivos greñudos se ha aposentado en su palacio y, sin producir nada, lo consume todo. Ante la injusticia, Atenea decide que las cosas han de resolverse como ella sabe: de modo racional, deliberando sensatamente. A fin de cuentas, ella regaló a los hombres el complemento que cerraba la pinza de las democracias. Por un lado existía ya, entre varones, la capacidad de decidir sobre conveniencias públicas, en asambleas donde todos tenían la obligación de escuchar y hablar, antes de decidir. Atenea los complementó con el modo jurídico: el juicio entre pares, con iguales derechos. Isegoría e isonomía, las llamaban: igual facultad para el habla y frente a la justicia. Homero describe a los cíclopes del Canto IX como seres salvajes, sin ley ni prójimo porque no cultivan la tierra, ni los rebaños ni la conversación; no temen a los dioses y mucho menos tienen “asambleas deliberativas”. No cultivan nada, ni producen nada. Y sin una cultura, las formas políticas y jurídicas carecen de lugar, tiempo y modo. Son bestias criminales y despóticas. Odiseo sortea al atroz Polifemo, pero en su casa, las clases políticas —llamémoslas así, porque eso eran— se han encargado de depredar su patrimonio. Atenea, decíamos, decide intervenir e imbuye en Telémaco, hijo y heredero de Odiseo, la idea de convocar a una asamblea que delibere con justicia. Quiere razonar con los gorrones, pero termina huyendo de su propia casa. Los parásitos resultaron más peligrosos que los cíclopes. Quizá menos violentos, pero su depredación no halla freno sino cuando vuelve Odiseo y actúa como cíclope contra la clase política de los argivos. Es verdad que las asambleas políticas son una lata. Esquilo se burla de ellas (mientras Clitemnestra asesina a Agamenón, los argivos escuchan los gritos y, en vez de actuar, pierden el tiempo formando y disolviendo grupos que exigen nuevas asambleas para debatir el asunto), Sócrates las desprecia, Platón las considera primitivas y confusas y Aristóteles las mira con algo peor que recelo. Y es verdad: las formas políticas, las democracias, no son nada sencillas de mantener. Su descripción es simplísima, pero su funcionamiento es un enojoso engorro que nunca queda estable. Como trastos, o como la cama, que requieren aseo y arreglo diario, y diario dan flojera. Maldita democracia. Pero su descuido convierte a los conciudadanos en siervos de sus parásitos y víctimas de sus criminales. l
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laberinto
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Kazuo ishiguro o ¿tienen alma los clones?
Celebramos la concesión del Premio Nobel de Literatura al escritor nacido en Nagasaki en 1954 y afincado en Inglaterra desde 1960 con una versión actualizada del ensayo que la estudiosa catalana publicó en Por las fronteras de Europa (Galaxia Gutenberg). Continuamos la entrega con un texto sobre su rutina de trabajo y otro más sobre su vocación fabuladora. Los lectores disfrutarán además de un fragmento de un cuento que apareció en The New Yorker, una muestra resuelta de su capacidad para hacer visible lo que permanece oculto Mercedes MonMany
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on la extraña, inquietante y espléndida novela Nunca me abandones (2005), Kazuo Ishiguro, nacido en Nagasaki en 1954, pero muy pronto instalado en Inglaterra junto a su familia, dejó a sus seguidores habituales absolutamente desconcertados. Este gran escritor, uno de los más brillantes representantes, en pleno y fértil ejercicio, de la mítica generación británica de los ochenta, escogería para esta obra el género de la ciencia ficción. Su estremecedora fábula futurista se instalaba nada lejos en el tiempo: en concreto en los años noventa de nuestra era. El lugar escogido para desarrollarla también era muy cercano. Se trataba de un extraño y apacible albergue para niños y adolescentes huérfanos, situado en plena campiña inglesa. Unos niños que saben desde muy pronto que son “especiales” y que tienen que llevar a cabo cierto “aprendizaje”, tras el cual serán trasladados, algo más tarde, a unas granjas o cottages de tránsito. Ahí aguardarán de nuevo un nuevo destino: pasar a una misteriosa fase de “adiestramiento”, donde comenzarán unas oscuras “donaciones” antes de “completar” algo que nunca se especifica. Este tipo de terminología para iniciados aparece desde la primera página a la que accede el lector, al modo de una realidad perfectamente paralela a la vida y realidad conocida por cualquier ser humano de nuestros días. Algo perfecta y legítimamente regulado e instalado en esa sociedad de finales del siglo XX a la que se alude. El futuro del que habla Ishiguro, y posiblemente advierte, es un futuro verosímil que parece haber llegado al fin, que se ha materializado casi sin notarlo, sin escándalos ni apocalipsis demasiado visibles. Un futuro que tiene el aspecto de haber sido pacíficamente asumido, recibido y aceptado por todos, sin grandes revueltas legales o éticas y, sobre todo, sin una gran sensación de resistencia ni “alboroto” por parte de los escogidos un día para experimentarlo y llevarlo a cabo, en bien de la comunidad. Para desentrañar esa realidad desconocida el lector tendrá que ir encajando poco a poco cada
gélida y sorprendente nueva pieza o información que se le dé. Es decir, cada escalón de conocimiento horrorizado dentro del enigma que rodea esta vida idílica y aparentemente normal de los huérfanos del internado. Las impactantes revelaciones dadas a conocer por la narradora de la historia aparecen dosificadas al compás del gran cúmulo de preguntas que se hacen sobre el sentido de su existencia todos estos adolescentes en estado de formación. Cada una de las preguntas golpeará la conciencia del atónito lector conforme vaya siendo fría e inconmoviblemente contestada. Al mismo tiempo, como en una burbuja al resguardo de todo lo sombrío y oscuro que los ha traído al mundo, los adolescentes Kathy, Tommy y Ruth, unidos y sentenciados por un mismo destino, irán construyendo una emocionante historia de amor y amistad, de consuelo y lealtad, iniciada en la misma infancia. Hailsham es presentado como una idílica institución campestre, a mitad de camino entre los bien ordenados internados británicos, las comunas californianas de los años sesenta y aquellos utópicos falansterios ideados por Charles Fourier a finales del siglo XVIII, en los que se ponían en práctica todas sus audaces teorías sobre el amor y la sexualidad, vividos en completo estado de armonía y libertad. La fábula moral y gótica de Ishiguro tiene también los ecos del desasosiego futurista de Ursula K. Le Guin, de las contrautopías de Huxley en Un mundo feliz o de películas fetiches de nuestra modernidad como la maravillosa y melancólica Blade Runner o la más inquietante y terrible Soylent Green, de Richard Fleischer. Replicantes sin futuro, aferrados a unos escasos y felices recuerdos que les otorgan una identidad única y a los que vuelven sin cesar, productos posibles de laboratorio de un cruel demiurgo, los protagonistas de la desgarradora, desconsolada y, en una grandísima parte, romántica historia de Nunca me abandones son objeto de un futuro perfectamente planificado sobre el que tienen datos sueltos, informaciones sesgadas y sobre el que recaban angustiosamente pistas para ir montando el puzzle que ilustre su breve vida. A través de cuidadores o “custodios” que estimulan su creatividad y que preservan un estado físico que debe mantenerse excelente, saben que nunca se integrarán en “el mundo exterior” y que tampoco podrán engendrar hijos. Un mundo perfecto, gélidamente calculado
en sus más mínimos incidentes, egoísta pero a la vez sumamente sensible con los de la camada que padecen enfermedades, por los cuales se está dispuesto a llegar “a todo”. Un mundo que, aun así, ha descuidado un último detalle: acabar con la más imprevista resistencia, con el último bastión humano, en seres a los que se les niega el alma. Y quien dice alma, dice esperanza. La esperanza para esos dos jóvenes clones enamorados que quieren gozar de un último aplazamiento en su sentencia inaplazable. Para adolescentes, o pálidas y temblorosas copias de laboratorio, que tan solo sueñan con convertirse en la oficinista corriente de los anuncios que ven al pasar por la carretera.
Ganadores de día, perdedores de noche
Kazuo Ishiguro no es tan solo uno de los mejores escritores de este momento, a nivel mundial, sino sin duda uno de los que mejor han sobrevivido —desde novelas como Un artista del mundo flotante (1986); las excelentes Los restos del día (1989) y Pálida luz de las colinas (1994); la onírica Los inconsolables (1997) o Cuando fuimos huérfanos (2001); la magnífica Nunca me abandones (2005) y su última novela publicada, la fábula fantástica, ambientada en la Inglaterra post–artúrica, El gigante enterrado (2015)— al paso del tiempo y a encarnar, con plena maestría, libro tras libro, lo mejor de aquella generación de oro de comienzos de los años ochenta, que lanzó a escritores como Rushdie o Amis a la conquista del mundo, literariamente hablando. Hoy día, tanto él como Ian McEwan, Graham Swift, William Boyd o Julian Barnes, simbolizan invariablemente un compromiso riguroso con no bajar el listón. Con no decepcionar, o al menos alejarse demasiado, de lo más inteligente y perdurable de sus trayectorias. O, si se prefiere, en no ceder terreno en esos retos estilísticos y de lenguaje, en esa renovación y replanteamiento continuo de temas, así como en ese impulso de riesgo, más allá del simple apuntalamiento acomodaticio de sus carreras, que inspira a los mejores de cada momento. Con las cinco exquisitas y melancólicas historias de “música y crepúsculo” o, si se prefiere, de falsos ganadores y resignados perdedores, reunidas en Nocturnos (2009), Ishiguro volvería a demostrar la poco convencional pasta de la que está hecho como escritor. Su talento al apuntar
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Evan agostini/ap
más que apabullar y documentar profusamente; sus caracteres ambiguos y recelosos a la hora de mostrarse del todo, como en el mejor Chéjov o James; sus desasosegantes finales abiertos; todo ello lo convierte en un maestro de la insinuación y del esbozo, de esa cruel mueca o garabato en busca desesperada de una identidad, a la que la neurosis y presión por el triunfo y la “visibilidad” en nuestras sociedades, empujan a muchos. Unos muchos que desde hace tiempo han perdido el don “de mirar las cosas a distancia, con perspectiva”, de afrontar con tranquilidad y sosiego las múltiples verdades encontradas a lo largo de su camino. Desde Beverly Hills y Londres, a las colinas de Malvern Hills en Herefordshire o la Plaza de San Marcos de Venecia, Ishiguro utiliza narrativamente, en estas historias sobre el fracaso, el fin de la juventud y de los sueños, y la mediocre adaptación a la realidad, todos los cruces antinatura y las más insólitas bromas a su alcance. Para ello alterna el drama existencial y la farsa tragicómica, dentro de ese cauce poco sensato y despiadadamente extravagante que es muchas veces la búsqueda de la fama y el éxito. En ocasiones, algunas escenas, del más puro absurdo grotesco a lo Ionesco, llevan a la carcajada. Así sucede en un momento cumbre del relato “Come Rain or Come Shine” en el que un maniaco–depresivo, amante antaño de edulcoradas baladas que le calmaban el ánimo y no le hacían pensar demasiado en su futuro, se ve convertido en perro al querer disimular el destrozo ocasionado en el salón de una pareja de antiguos progres —en la fase más paranoicamente desequilibrada de sus vidas de yuppies— donde está albergado de forma provisional. También sucede con el sarcasmo quimérico que ha reunido de repente a dos seres en las antípodas culturales en un hotel de lujo donde se ocultan las estrellas de Hollywood, totalmente vendadas, tras haberse retocado pequeñas imperfecciones de su anatomía. El destino ha hecho que una estrella de la cultura popular, Lindy Gardner, presentadora algo hortera y exitosa de programas de variedades, sea la vecina de habitación de un relamido saxofonista del circuito subterráneo y de “culto” del jazz en Estados Unidos. De ambiciones radicales en el pasado, siempre renegando de la vulgaridad “del alpiste que quiere la masa”, pero demasiado feo para tener el más mínimo
éxito, según han decidido al unísono su agente y su mujer, Steve ha sido convencido para dar un paso trascendental en su vida: cambiar totalmente de imagen para convertirse no solo “en una estrella por temporadas”, sino en una “estrella permanente”, el gran sueño americano, confesable o no, pero anhelado por todos. Descubriendo partes insospechadas de él mismo, “no totalmente inmune a lo del glamour”, el huraño corazón de perdedor de Steve entabla una insólita amistad, afianzada a través de pequeñas gamberradas llevadas a cabo en incursiones nocturnas por todos los rincones del hotel, con su mediática compañera “de prisión”. Una prisión que, como si se tratara de un Gran Hermano de confluencias humanas impensables, los ha reunido por unos días, de igual a igual. Las rupturas sentimentales, los últimos momentos biográficos de una pareja y unos triángulos improvisados muchas veces por un voyeur y perdedor nato, normalmente un músico errante “que pasaba por allí” en ese momento, son recurrentes en estos cuentos. Unas rupturas, o más bien unas trabajosas y tristes separaciones, muchas veces obligadas por algo más allá del cansancio de ellos mismos, o de unas expectativas íntimas, ya totalmente periclitadas, que no se cumplieron o se olvidaron por completo desde el momento de conocerse. Ahora es el tiempo de los reproches amargos, como los expelidos frenéticamente por una esposa obsesionada con el “estancamiento”, que se dedica, noche y día, a neurotizar y agobiar aún más a su marido, de por sí neurotizado, al que algún día “imaginó que estaba llamado a ser…, qué sé yo, presidente de este mundo de mierda”, como dirá él, exasperado. Otro motivo de ruptura será un calculado “cambio de ciclo”, decidido fríamente por un antiguo crooner a lo Tony Bennett, que cree que dando el campanazo con la sustitución de su mujer elegante, pero de arrugas incipientes, por otra más joven y explosiva, recuperará el favor y el calor de un público posiblemente perdido para siempre. Parejas de “profesionales” que cada noche masacran antiguos éxitos de Carpenters y ABBA en
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de portada
alEssandro Fucarini/ap
hoteles de Suiza o Austria; cantantes melódicos y patéticamente narcisistas por haber contado con públicos enormes y universales en el pasado; antiguos alumnos de conservatorios y maestros de prestigio, reciclados en recogedores de propinas, tras las muchas fases que atraviesa una existencia de “degradación moral” y artística; o saxofonistas de jazz, promesas o crisálidas siempre a punto de despuntar, que desprecian olímpicamente a todo aquel que vaya a ser premiado y que emerja a la superficie, de la que creen que han sido injustamente escamoteados en alguna misteriosa encrucijada o complot de idiotas. Los artistas despreciados y sin reconocimiento de Kazuo Ishiguro nada tienen que ver con la exaltación creativa y visionaria de Todas las mañanas del mundo de Pascal Quignard u otras biografías gloriosas de temperamentales genios de la música. Los de Ishiguro son músicos modestos, “no de primera fila”, invisibles, virtuosos de la resignación y el fracaso, que por esos cruces macabros de un destino que creían adormecido para siempre, exento hace tiempo de emitir el más mínimo resplandor de esperanza en el horizonte, son de repente expuestos a él y halagados hasta el sonrojo o hasta un delirio exagerado, muchas veces a causa de caprichosas mitomanías interpuestas. Mitomanías provocadas por anhelos propios un día cercenados, como el de esa rica americana de Oregón que “tocó” hasta los once años y que ahora se empeña en dirigir la carrera y el talento de un violonchelista húngaro que se gana la vida tocando en terrazas veraniegas de Italia, situadas frente a hoteles de lujo. Tibor toca ahí cada noche con sus amigos músicos de bares y cafés repertorios apenas “decentes” que suelen culminar con repeticiones de El padrino o Las hojas muertas. Unos artistas callejeros que si bien están de algún modo fascinados por la formación musical de Tibor (los nombres de resonancias claramente provenientes del antiguo y muy musical Telón de Acero son frecuentes en estos relatos de desarraigados) no dejan de ser unos expertos en los palos que la vida puede regalar a incautos y desprevenidos. Esa es la razón por la cual se dedican, paternalmente, como viejos sabios de un traidor y despiadado Occidente, “a tomar bajo su protección a los Tibor de este mundo, cuidarlos un poco, y quizá prepararlos para lo que les aguardaba, para que cuando llegaran las decepciones, no les costase tanto encajarlos”. l
LABERINTO
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Ben STAnSALL/AfP
Kazuo Ishiguro dictando una conferencia de prensa después de recibir el Premio Nobel de Literatura
Crash: el tiempo de la creación José abdón Flores
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azuo Ishiguro no es precisamente un autor prolífico; pese a ello, siete novelas, un libro de cuentos y algunos relatos dispersos han conformado una obra bien conocida y valorada en el mundo. Tampoco es alguien que haya llegado a la literatura convencido de escribir ficción. Al respecto, el escritor británico de origen japonés refiere al periódico inglés The Guardian que hacer literatura “fue como un matrimonio arreglado donde todo comienza fríamente, pero a medida que pasa el tiempo uno se enamora y aquello se vuelve una adicción muy complicada de abandonar”. Como en el caso de otros escritores, sus libros —el producto de ese contrato social adquirido— se han ido gestando en una escala temporal graduada en años. Por ejemplo, para que El gigante enterrado, su más reciente novela, viera la luz debió transcurrir una década. Sin embargo, hubo una excepción en este mesurado proceso de creación: Los restos del día fue una obra que a su autor le llevó tan solo cuatro semanas. “Mucha gente debe trabajar durante largas horas”, refiere Ishiguro. “Pero cuando de escribir novelas se trata, el consenso parece ser que más o menos después de cuatro horas de escritura el rendimiento disminuye”. Los inicios de Kazuo Ishiguro no fueron muy distintos a los de muchos autores: estrecheces económicas y rechazos editoriales. Escribió sus primeras dos novelas en una mesa de cocina y no fue sino hasta 1982, ya casado y con 32 años,
que pudo permitirse tener un pequeño espacio en su hogar consagrado al trabajo literario. “Durante los cinco años posteriores a dejar mi empleo logré mantener un ritmo razonable de trabajo y productividad. Pero la primera ráfaga de éxito por mi segunda novela me trajo muchas distracciones”. Ishiguro apunta a esa vida social de las figuras públicas que incluyen invitaciones a cenas, fiestas, viajes y una montaña de correspondencia que a la postre ocupan el tiempo para la creación. Para salir de este impasse, él y su esposa Lorna concibieron un programa sencillo e inflexible: Los inicios de Kazuo Ishiguro no durante un periodo fueron muy distintos a de cuatro semanas él los de muchos autores: se avocaría a escribir de 9:00 a 22:30, de lu- estrecheces económicas y rechazos editoriales. nes a sábado, con una hora para la comida y dos para la cena, no contestaría ningún tipo de correspondencia ni tampoco el teléfono, no tendría visitas y las tareas domésticas las haría su esposa. “De este modo, esperábamos, no solo realizaría más trabajo sino que alcanzaría un estado mental en el que mi mundo de ficción me resultara más real que el mundo verdadero”. La pareja decidió llamar Crash a este régimen de escritura. Ahora bien, rara vez lo que se escribe por vez primera llega inalterado a la imprenta. El Crash de Ishiguro resultó ser un periodo cuyo cometido era obtener todas las ideas de lo que eventualmente se convirtió en Los restos del día.
La conformación de una obra negra de la que el autor refiere con franqueza lo primordial del método: “escribía libremente, sin preocuparme del estilo o de si algo que escribía por la tarde contradecía algo ya establecido por la mañana. El propósito era simplemente hacer surgir las ideas. Frases horribles, diálogos espantosos, escenas que no conducían a ninguna parte, dejé que se quedaran y seguí trabajando”. Por supuesto, las ideas para una novela como Los restos del día no pueden provenir de una mente en blanco. Para cuando Ishiguro se adentró en el Crash, ya había consultado varias obras de referencia sobre servidumbre británica, política y relaciones internacionales del periodo de entreguerras, guías de la campiña inglesa, panfletos y ensayos de la época incluido uno proverbial: Los peligros de la obediencia, de Harold Laski. Quizá lo fundamental al emprender la escritura de una obra, sobre todo de una novela que requiere investigación, sea definir cuándo comenzar la escritura. “Tan nocivo es comenzar muy pronto a escribir como hacerlo demasiado tarde. En este caso en particular, el Crash sobrevino en el momento adecuado, cuando sabía lo justo. Al final de las cuatro semanas tenía más o menos la novela entera. Y aunque por supuesto necesitaría más tiempo para escribirla correctamente, el Crash me había entregado los aspectos imaginativos vitales”. Los restos del día obtuvo el Premio Booker, el más importante de la literatura británica, en 1989, y está considerada como una de las mejores novelas en lengua inglesa del siglo XX. L
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dE pORTAdA
Un pueblo en la oscuridad 123rf
Kazuo IshIguro
H
ubo un tiempo en el que podía viajar por Inglaterra durante semanas y mantener una buena condición —cuando, en todo caso, viajar me dio ventajas—. Pero ahora que soy viejo me desoriento fácilmente. De modo que me perdí al llegar al pueblo después del anochecer. No podía creer que estaba en el mismo pueblo en el que no hacía mucho había vivido y venido a ejercer cierta influencia. No reconocía nada, y me encontré caminando por calles sinuosas y mal iluminadas ceñidas por las típicas casas rurales de la región. A menudo, las calles se hacían tan estrechas que no podía avanzar sin que mi mochila o mis codos tallaran las paredes burdas. No obstante persistí, vacilando en la oscuridad en espera de llegar a la plaza del pueblo —donde al menos podría orientarme— o encontrar a alguno de sus habitantes. Cuando después de un rato no lo había logrado, el cansancio se apoderó de mí, y decidí que lo mejor sería escoger cualquier morada, llamar a la puerta y esperar que abriera alguien que se acordara de mí. Me detuve frente a una puerta más bien desvencijada, cuya viga superior era tan baja que, para entrar, debería agacharme. Una luz mortecina se filtraba por el quicio de la puerta, y podía escuchar algunas voces y risas. Toqué con fuerza para asegurarme que los ocupantes escucharan mi llamado. Pero alguien a mis espaldas dijo entonces “Hola”. Era una joven de unos veinte años, vestida con unos vaqueros rasgados y un suéter roto, en medio de la oscuridad. “Hace rato pasó a mi lado”, dijo, “sin hacerme caso”. “¿Ah sí? Lo siento. No lo hice a propósito”. “Usted es Fletcher, ¿verdad?” “Sí”, dije, algo adulado. “Wendy pensó que era usted cuando pasó frente a nuestra casa. Todos nos emocionamos. Usted era uno de esos ¿no? Con David Maggis y los otros”. “Sí”, dije, “pero Maggis no era gran cosa. Me asombra que te acuerdes de él. Había otros
mucho más importantes”. Enuncié una serie de nombres y me interesó ver que la joven asentía al escucharlos. “Pero esto pasó en otra época”, dije, “me sorprende que estés enterada de estas cosas”. “Fue otra época pero todos somos expertos en ese grupo. Sabemos más que la mayoría de los viejos que estaban aquí entonces. Wendy lo reconoció al instante solo por sus fotos”. “No sabía que los jóvenes tuvieran algún interés por nosotros. Siento no haberte hecho caso antes. Ahora que estoy viejo, me desoriento cuando viajo”. Podía escuchar el bullicio al otro lado de la puerta. Llamé de nuevo, con mayor impaciencia, si bien no deseaba dar por terminado el encuentro con la joven. Me miró por un instante, luego dijo: “Todos los de esa época son así. David Maggis vino hace unos años. En el 93, o 94. Era así. Un poco distraído. Debe ser por tanto viaje”. “Así que Maggis estuvo aquí. Interesante. ¿Sabes?, no era una de las figuras importantes. No te dejes llevar por esa idea. Pero podrías decirme quién vive en esta casa”. Golpeé la puerta de nuevo. “Los Petersons”, dijo la joven. “Son una vieja familia. Probablemente lo recordarán”. “Los Petersons”, repetí, pero el nombre no me decía nada. “¿Por qué no viene a nuestra casa? Wendy estaba muy contenta. El resto de nosotros también. Es una verdadera fortuna para nosotros, hablar con alguien de esa época”. “Me gustaría mucho. Pero primero quiero acomodarme. Los Petersons, dices”. Y volví a llamar a la puerta, esta vez con más fuerza. Finalmente abrieron, y del interior emanó luz y calidez hacia la calle. Un viejo se paró en el umbral. Me miró cuidadosamente, y luego preguntó: “No es Fletcher, ¿o sí?” “Sí, y acabo de llegar al pueblo. He estado viajando durante varios días”. Meditó al respecto, y luego dijo: “Bueno, será mejor que entres”. Era una habitación estrecha y desordenada, llena de madera áspera y muebles rotos. Un leño
ardiendo en la chimenea era la única fuente de luz, que permitía ver algunas figuras encorvadas en la habitación. El viejo me condujo a una silla junto al fuego con una reticencia que sugería era la que él acababa de dejar. Una vez sentado, advertí que para ver a los otros en la habitación debía volver la cabeza. Pero la calidez de la hoguera se agradecía, y por un momento solo observé las flamas, una agradable debilidad me invadía. Se escucharon algunas voces a mis espaldas inquiriendo si yo estaba bien, si había venido desde lejos, si tenía hambre, y yo replicaba lo mejor que podía, aunque era consciente de que mis respuestas apenas si eran adecuadas. Eventualmente, las preguntas cesaron, e intuí que mi presencia creaba un cierto malestar, pero estaba tan agradecido por el abrigo y la oportunidad de descansar que no me importaba. Pese a todo, cuando el silencio se prolongó durante varios minutos, decidí dirigirme a mis anfitriones con mayor cortesía, y me giré sobre la silla. Fue entonces, mientras lo hacía, que me invadió un intenso sentido de reconocimiento. Había elegido la casa al azar, pero ahora podía ver que no era otra sino aquella en la que había pasado mis años en este pueblo. Mi mirada se movió de inmediato hacia la esquina lejana —ya envuelta en la oscuridad— al sitio donde había sido mi esquina, donde alguna vez había estado mi colchón y había pasado varias horas tranquilas ojeando libros o conversando con cualquier gente que pasara. En los días de verano, las ventanas, y a menudo la puerta, permanecían abiertas para que la brisa refrescara el interior. Esos eran los días en los que la casa estaba rodeada por amplios campos y se escuchaban en el exterior las voces de mis amigos, tirados en los prados, hablando de poesía o filosofía. Estos preciosos fragmentos del pasado vinieron a mí tan poderosamente que fue lo único que me retuvo para no abalanzarme sobre mi vieja esquina. Alguien me estaba hablando de nuevo, tal vez preguntando algo más, pero yo apenas si escuchaba. Al levantarme, miré entre las sombras hacia mi esquina, y distinguí una cama angosta, cubierta por una vieja cortina, ocupando más o menos el espacio exacto donde había estado mi colchón. La cama lucía muy tentadora, y de pronto interrumpí lo que el viejo decía. “Mire”, le dije, “sé que esto es un tanto brusco. Pero, verá, he recorrido un largo trecho el día de hoy. Necesito reposar, cerrar mis ojos, aunque sea unos cuantos minutos. Después de eso, podemos hablar todo lo que desee”. Podía distinguir las figuras en la habitación moviéndose incómodamente. Luego una nueva voz dijo, más bien en un susurro: “Adelante, pues. Tome una siesta. No se preocupe”. Pero ya caminaba entre aquel desorden rumbo a mi esquina. La cama estaba húmeda, y los resortes crujieron bajo mi peso; apenas me enrosqué dando la espalda a la habitación, mis muchas horas de viaje me asaltaron. Mientras me adormecía, escuché al viejo decir: “Es Fletcher. ¡Vaya que está acabado!” Una voz de mujer dijo: “No deberíamos dejarlo dormir, ¿o sí? Va a despertar en algunas horas y entonces tendremos que permanecer con él”. “Déjenlo dormir una hora”, dijo alguien más, “si al cabo de una hora sigue dormido, lo despertamos”. Y en ese instante, un agotamiento absoluto me venció. L Traducción: José Abdón Flores
DE PORTADA
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LABERINTO
Neil Hall/eFe
El cazador de fábulas Carlos rubio rosell/Madrid
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or la gran fuerza emocional de sus novelas, que han “revelado el abismo que existe bajo la ilusoria sensación de que conectamos con el mundo”, la Academia Sueca ha concedido el Premio Nobel de Literatura al escritor inglés de origen japonés Kazuo Ishiguro, una mezcla, según declaró Sara Danius, secretaria permanente de la institución sueca, de Jane Austen y Franz Kafka, a la que hay que añadir un poco de Marcel Proust. “Un escritor de gran integridad, que no se anda por las ramas y que ha desarrollado su propio universo estético”, agregó la académica. Nacido en Nagasaki en 1954, Ishiguro se trasladó a Inglaterra en 1960, donde estudió en las universidades de Kent y de East Anglia. En la actualidad vive en Londres y está considerado uno de los mejores escritores contemporáneos, nombrado en 1995 Oficial de la Orden del Imperio Británico y en 1998 Caballero de las Artes y las Letras por el gobierno francés. Su obra, que ha sido traducida a más de 40 idiomas, ha sido publicada en español por el sello Anagrama, y comprende las novelas Pálidaluzen lascolinas (Premio Winifred Holtby), Unartista delmundoflotante (Premio Whitbread), Losrestos deldía (Premio Booker), Losinconsolables (Premio Cheltenham), Cuandofuimoshuérfanos, Nunca meabandones (Premio Novela Europea Casino de Santiago), Elgiganteenterrado, y el libro de relatos Nocturnos. Nada más conocerse la noticia, el editor en español de Ishiguro, Jorge Herralde, dijo a Laberinto que la noticia había sido una “sorpresa fantástica”. “Hemos publicado su obra desde el principio, y de ella destacaría sobre todo su profunda
elegancia, su profundidad, y el inteligentísimo cambio de registros que plantea en cada una; el hecho de no querer hacer nunca la misma novela. Ha estado diez años escribiendo pacientemente para publicar su más reciente obra, Elgiganteenterrado, lo cual indica con claridad que no pretende más que hacer buenos libros. Ishiguro es una persona encantadora, educadísima. Pocos Nobel me podrían hacer más feliz”, afirmó Herralde. Respecto a las entrañas de su literatura, Mauricio Bach, traductor de Elgiganteenterrado, la más reciente novela del Nobel de Literatura, explica en entrevista con Laberinto que contienen un estilo muy exigente, pues el escritor trabaja con una prosa muy elaborada que no es fácil de traducir. “Se trata de un autor que requiere un trabajo de traducción muy serio por su prosa destilada, que se podría ubicar en las antípodas de autores como Bukowski. Ishiguro es un escritor que cuida mucho cada palabra y cada frase, su melodía y sus ritmos. Una característica de buena parte de su obra es el trabajo con lo simbólico: la idea de construir novelas que funcionan como fábulas. Otro elemento característico de su obra es el trabajo con los géneros literarios, a los que les da la vuelta. En Elgiganteenterrado lo hace con el cuento popular y la novela artúrica de la Edad Media. En Nuncameabandones, le da la vuelta a la literatura de ciencia ficción. Así que Ishiguro está siempre dialogando con formas literarias y géneros, buscando ir más allá de la literatura realista, más en el terreno de lo simbólico, de la fabulación”. De alguna forma, ese giro que da Ishiguro a los géneros literarios no pretende convertirse en una sátira, ni en ironía, como ocurre en muchas obras contemporáneas donde se juega a la parodia. El escritor “ahonda a través de ello en los temas que toca, y al utilizar recursos de determinados géneros se permite ampliar la capacidad de indagación de la literatura, subvirtiendo esos géneros desde una óptica moderna”, señala Bach.
Otro elemento que destaca el traductor de Ishiguro es la forma en que el escritor inglés de origen japonés actualiza los temas y las formas literarias. “Esa es a mi juicio una de las razones por las que le han dado el Nobel. En su obra hay una enorme visión de tratar temas de gran calado. Uno de sus temas recientes es, por ejemplo, el dilema de si es más importante recordar hechos de violencia o es mejor olvidarlos; es decir, si para seguir adelante hay que recordar un pasado atroz y brutal o es más sano olvidar ese pasado. Ese es un tema central con el que juega en Elgiganteenterrado, y para ello se vale de todo un trabajo simbólico. Otro tema que aparece en su obra es el de la muerte, que está muy presente, y para el que se vale en esta novela del mito de Caronte, dando a todo ello una vuelta de tuerca”. Ishiguro tiene también, indica Bach, una mirada sobre el individuo. “Su obra tiene sucesivas capas. En ese sentido, a la par que puede presentar toda una reflexión sobre el tiempo histórico a través de unos personajes que viven un determinado momento vital, como los dos ancianos que protagonizan El giganteenterrado, hay también la idea de la incapacidad de afrontar la muerte y la desmemoria. Y está el amor. Así que realmente sus obras tienen la capacidad de interconectar temas diversos en una misma trama novelística, lo que le convierte en un gran escritor”. En el contexto de la narrativa contemporánea, Bach comenta que Ishiguro pertenece a lo que se conoce como nueva literatura inglesa, que entre otras cosas se caracteriza “por su multiculturalidad. Está formada por autores que se incorporan a la tradición literaria inglesa, que ha estado muy abierta. Por otro lado, diría que Ishiguro ha tenido una ambición internacional; es un autor que traspasa fronteras sin ningún tipo de problema, un escritor que pertenece a ese tipo de autores que no se miran el ombligo. Por otro lado, después de tantos años centrados en la literatura experimental, sobre todo en las décadas de 1960 y 1970, Ishiguro recupera de manera muy clara la pasión por narrar, por contar historias. Hay en sus libros, siempre y pese a la densidad literaria que puedan tener, una gran capacidad de relatar. En ese sentido su más reciente novela es también una novela de aventuras, donde los personajes, a modo de roadmovie medieval, hacen un viaje iniciático en el cual les suceden cosas y ellos cambian interiormente. Y ese es el motor de un tipo de novela que quiere narrar historias. También señalaría que su literatura tiene el mérito de no hacer algo que hacen bastantes autores contemporáneos: mirarse a sí mismos y hacer metaliteratura, porque Ishiguro no hace libros autorreferenciales, sino pura y simplemente literatura”. A finales del año pasado, a Ishiguro le preguntaron su opinión sobre el Nobel a Bob Dylan. Respondió entonces que tenía dos héroes musicales y literarios, porque sus letras eran tan importantes para él como su música: Bob Dylan y Leonard Cohen. “Me apenó mucho la muerte de Cohen, pero estoy encantado con el premio a Dylan; se diría que el comité del Nobel ha empezado a derribar otra frontera. Lo que no está claro aún es si solo han considerado que sus letras o poemas son tan buenos que merecen el galardón, o si tal vez están reconociendo a la canción popular como una forma de arte tan válida como el teatro o los libros. Algunas de las grandes obras de arte del siglo XX han sido creadas por cantautores”. Hoy es el nuevo Nobel. Y no hay polémica sino unanimidad respecto a su merecimiento. L
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Al cerrAr lA puertA B. A. PAris Alianza de Novelas México, 2017 283 pp. Jack es guapo y rico. Grace es encantadora y elegante. Forman la pareja perfecta, suelen iluminar las casas de sus amigos en común, las reuniones familiares, los convites de negocios o las cenas de gala porque Jack y Grace son bienvenidos en cualquier entorno. Sin embargo, hay algo raro en ellos: si Grace no trabaja ni tiene hijos, ¿por qué no sale sola nunca? ¿Por qué cuando pasea junto con Jack no lleva ningún objeto encima, ni siquiera un bolígrafo? los primeros cuentos TruMAn CAPoTe Lumen México, 2017 132 pp. Descubiertos en la Biblioteca Pública de Nueva York en 2014, estos trece relatos muestran ya a un escritor en pleno uso de sus facultades creativas. Más que ejercicios, son piezas acabadas y anteriores a Otras voces, otros ámbitos, la novela con la que Capote debutó a los 23 años. Sus ambientes y personajes son universalmente sureños, quizá enclavados en Alabama o Missouri, y no dejan de anunciar una realidad o una superficie ominosa. En su brevedad está su grandeza. el tAngo Jorge Luis Borges Lumen México, 2017 151 pp. Estas cuatro conferencias, dictadas los lunes de octubre de 1965 en un departamento del barrio bonaerense de Constitución, son más que un hallazgo. Son la prueba de que Borges consideraba al tango “un símbolo de la felicidad” y que estudiarlo significa “estudiar las vicisitudes del alma argentina”. Sus orígenes, su evolución y expansión, y sus representantes cobran vida para alimentar el mito. procesos de lA noche DiAnA DeL ÁngeL Almadía México, 2017 210 pp. El 26 de septiembre de 2014, 43 estudiantes de la Normal Isidro Burgos desaparecieron en Iguala. El cadáver de Julio César Mondragón, originario de San Miguel Tecomatlán, apareció con el rostro desollado. Las investigaciones forenses argumentaron que el desollamiento fue hecho por la “fauna del lugar”, pero más tarde 22 policías fueron consignados como presuntos responsables. sin pAlAbrAs MArk ThoMPson Debate México, 2017 464 pp. Al pasar del estado de naturaleza al de derecho, las relaciones entre el ciudadano y las autoridades se basaron en la confianza de que las diversas partes iban a cumplir lo suyo en el pacto. Esta confianza ha desaparecido, y se ha añadido un nuevo elemento: los medios de comunicación también son responsables de la desconfianza que prevalece. Para Thompson, más que en ellos, “la crisis de nuestra política es una crisis del lenguaje político”.
fu eg o
en librerías
L e N to ×
lAdy metrAllA
Juan José Rodríguez Ediciones B México, 2017
El otro punto G RoBERto PliEgo robertopliego61@gmail.com
“U
na novela de buchonas”, reza el subtítulo, y no es posible reprimir una sensación de hartazgo anticipado. ¿Otra historia de narcos y policías? ¿Otra andanada de golpes de pecho ante el destino de una nación pervertida por el mercado de drogas? Sí y no. Lady Metralla es, en efecto, una historia de narcos y policías pero no un sermón disfrazado de indagación pseudo literaria. Es una novela, sin demasiado aliento pero novela al fin, que no se toma las cosas en serio, y por eso mismo se eleva por encima de mucha de su parentela. Buchona, leemos, “es una mujer que vive o al menos aparenta pertenecer al mundo del narcotráfico. Es de rigor guapa, cuerpazo natural o esculpido por varias cirugías; cabello muy largo y lacio con un tono muy oscuro para resaltar la blancura y belleza de la cara”. Buchona es la protagonista y narradora, y buchón es el tono que emplea para contar su ascenso en un mundo de hombres silvestres o refinados, broncos o fatuos, siempre dispuestos a vender caro su derecho a la vulgaridad y a exhibir sus camionetas blindadas. ¿En qué se distingue Lady Metralla de otros miembros de su especie? En su parroquial sentido del humor. Bajita la mano, como se diría en Culiacán, el escenario de la novela, Carolina cuenta su origen infame y su encumbramiento posterior con un tono que proviene del enclave serrano y su predisposición a tomarse con ligereza los hechos más cruentos. Es, diría, el tono de la supervivencia, tan útil para volverse impermeable a la violencia en Sinaloa. Así que la ostentación de las damas recién llegadas a las colonias exclusivas y la patanería de sus maridos se consignan a través de una lengua venenosa que no duda en practicar la auto ironía. “El punto G”, dice Carolina, “se encuentra en la última letra de la palabra shopping”. O lo que es lo mismo: una buchona quiere comprar y ser comprada. Lady Metralla no escatima momentos de venganza ranchera, emboscadas y tiroteos a la luz del día, pero se cuida de concentrarse solo en esa rutina. Se interesa sobre todo en la vida aparentemente anodina de las mujeres a la sombra de esos narcos que han podido ganarse un sitio honorario entre los comerciantes, empresarios y políticos de Culiacán. La mordacidad frente a la máscara de rectitud, la desconfianza frente a los propios logros, provienen de ellas y no se presentan con ese gesto compungido que suelen poner las novelas sobre el narco. Antes que regañar o erigirse en líder de opinión, Juan José Rodríguez quiere contar. Sabe hacerlo, sabe anteponer una visión socarrona al comentario editorial. No ha podido, sin embargo, y eso que cuenta con los recursos, escribir la novela de una época, o de una derrota, que sigo esperando, una suerte de Hijos de la medianoche o El tambor de hojalata a la mexicana. l
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LABERINTO
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Daniel Castro Zimbrón
“Vivimos en una sociedad esclava del miedo” Las tinieblas reaviva la noción del terror puro como ingrediente de un mundo post apocalíptico entrevista
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lrededor de la cabaña donde vive el pequeño Argel (Aliocha Sotnikoff) ronda una extraña criatura. Su padre (Brontis Jodorowsky) hace hasta lo imposible por prohibir que su familia salga de casa, en aras de una enfermiza protección ante lo desconocido. Inspirado en la literatura de Cormac McCarthy, Daniel Castro Zimbrón presenta Las tinieblas, un filme acerca del miedo y sus efectos. ¿Cómo nace Las tinieblas?
Surge a partir de mi lectura de la novela La carretera, de Cormac McCarthy. La película no es una adaptación, pero sí hay una energía similar. Me interesaba la forma de abordar la relación entre padre e hijo. La película proviene también de trabajos anteriores, sobre todo del cortometraje Bestiario, inspirado a su vez en El castillo de la pureza, de Arturo Ripstein. Tanto su película como la novela de McCarthy tienen lugar en un escenario apocalíptico donde bien a bien no sabemos qué sucedió.
Mi idea era plantear un mundo postapocalíptico, pero sin dar respuestas de nada. Quería señalar el punto adonde llegamos poniendo énfasis en el mundo interno de los personajes. Un mundo interno que hace del miedo su preocupación central.
héctor gonzález gonzalezjordan@gmail.com
La historia habla del encierro en que vivimos y de cómo limitamos a nuestros seres queridos en aras de una supuesta protección. Incluso podría tener una lectura política relacionada con estos gobiernos que tienden a cerrarse cada vez más. Vivimos en una sociedad esclava del miedo. Tememos a terroristas, narcotraficantes y políticos, pero de una manera más abstracta. No sabemos bien a bien a quién le tenemos miedo; sin embargo, rechazamos al otro. Lo vemos claramente en Estados Unidos: construye muros para protegerse, cuando la realidad es que el enemigo está dentro de ellos mismos. En términos de la relación padre–hijo, hay evocaciones bíblicas y en particular al Libro de Job.
Me gusta hacer ciertas referencias bíblicas porque me ayudan a hablar de la moral. Por eso también hay una carga simbólica importante o imágenes que nos recuerdan a pinturas renacentistas. Estos elementos aportan otras dimensiones a la película. El sonido y la luz también son muy importantes porque tienden un puente con el espectador. Y abonan con la atmósfera de terror o misterio que envuelve a la historia.
Hay un misterio originado por lo desconocido. No hablaría de terror porque la película sugiere
hombre De CeluloiDe
que el miedo es creado por el padre, aunque sin duda hay una bestia afuera. Asumo el riesgo que supone no dar todas las respuestas, pero creo que enriquece el alcance de la historia porque todas las interpretaciones son válidas. Supongo que la atmósfera renacentista fue buscada desde el principio.
Desde el principio buscamos referencias a Caravaggio y Rembrandt, claroscuros con luz tenue y con una decoración muy estilizada. En términos estéticos fue un trabajo minucioso. Una de las cosas que más me seducen del cine es la posibilidad de hablar de un mundo que no existe en la vida real. Las actuaciones del joven Aliocha Sotnikoff y de Brontis Jodorowsky se constituyen como una de las columnas más fuertes de la película. ¿Cómo las trabajó?
Trabajar con los actores fue sencillo, lo más difícil fue encontrarlos. El casting resultó complicado porque había que dar con los actores precisos. Ensayamos durante un mes para encontrar la emoción que buscábamos. La oscuridad de la película es un contrapunto de la forma en que nos relacionábamos como equipo. L fernando zamora
@fernandovzamora especial
La comedia de la verdad
H
ace tiempo que faltaba una comedia en torno al sufrimiento que produce la tecnología porque, lejos de hacernos la vida fácil, la computadora nos la complica. En 1998, Nora Ephron dirigió You’ve Got Mail buscando el lado cómico de internet, pero no ha sido hasta 2017 que aparece una comedia que divierte con este conflicto. Amor en línea es profunda porque se burla de la modernidad echando mano de un clásico: Molière. Puede que uno piense que Amor en línea trata solo de las perplejidades de un viejo a quien su hija le contrata un profesor de computación. Esto es el inicio. Lo que sigue es el ligue. Y sorprende la forma en que el director soluciona los chats. Las conversaciones eróticas desfilan auténticamente frente a este hombre de pelos largos y canosos que no ha perdido la inocencia de sus ojos azules. En lugar de hacernos ver las fantasías del don Juan de ordenador, las mujeres saltan de la pantalla hasta la realidad de su departamento y a veces bailan con él.
Con una foto falsa, Pierre se pone a seducir mujeres hasta que llega el momento de la cita. Decide entonces pedir ayuda a su profesor de computación con esta lógica: “si yo ligo por ti, tú tienes sexo por mí”. La cosa parece perversa, pero el guión resulta lo suficientemente inteligente como para explorar los sentimientos que, sin duda, comienzan a aflorar en todas las aristas de este triángulo amoroso que posibilita internet. Y es que, a decir verdad, la tecnología termina por ser lo de menos. Lo de más es este triángulo salido de una antigua comedia francesa, una de esas en que hay quesos, vinos y un beso frente a Notre Dame. Hay desencuentros románticos, la Torre Eiffel y un Je t’aime que se murmura como en todas esas comedias que gustan porque hacen de la vida un coctel de amor y Chardonnay pero ¿dónde está Molière? En los malos entendidos, en las verdades a medias, en los defectos de carácter; en la incapacidad del protagonista para hacer frente a una vida que lo desborda y en el
Amor en línea (Un profil pour deux). Dirección: Stéphane Robelin. Guión: Stéphane Robelin. Fotografía, Priscila Guedes. Con Pierre Richard, Yaniss Lespert, Fanny Valette. Francia, 2017.
encuentro con un viejo que le enseña cómo se hace el amor en este París que no necesita de ordenadores para seducir a una mujer. Molière está en la profundidad de una comedia que se burla de quien es incapaz de decir la verdad: he comenzado a querer a otra mujer. L
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Tom Petty entre flores silvestres El músico nacido en 1950 murió el 2 de octubre en un hospital de California después de sufrir un paro cardiaco. Lo recordamos a través de algunas de las canciones que grabó con The Heartbreakers, su banda legendaria hugo rocA joglAr hrjoglar@gmail.com
vibrAciones
especial
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os mujeres, en distintas canciones de Tom Petty and The Heartbreakers, contemplan calles nocturnas desde un balcón. No lo saben, pero sus miradas se complementan de una forma misteriosa: una representa los sueños de la otra. La primera mujer —que existe en “American Girl” (1976): Rock’n Roll trágico— mira sola la noche. “Afuera, en algún lugar, existe para mí una vida nueva de movimiento y espacio”, está segura, pero el tiempo se escapa y ella sigue aprisionada en su casa. Desde el balcón ve los coches ir y venir a través de la calle 441. Imagina olas derramándose sobre arena. La segunda mujer —que existe en “Mary Jane’s Last Dance” (1993): Rock’n Roll triste— mira la noche en ropa interior. “Cariño, me gustas, pero debo seguir avanzando”, le dice al hombre que la observa vestirse desde una cama de hotel. Podría amarlo, pero es incapaz de ser constante. Lo suyo son danzas efímeras y distantes. Desde el balcón ve a las palomas de Market Square pelearse por una migaja. Dos mujeres en un balcón contem-
plan calles nocturnas. La primera, anónima, sueña con la libertad y mira desde una asfixiante amargura; la segunda, Mary Jane, es libre y mira desde una indomeñable independencia. Sus miradas, que comparten silencio y nostalgia, protagonizan dos momentos en el Rock’n Roll de Tom Petty, cuya aguda voz mordaz guía atmósferas suaves y estilizadas
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—sin espacio para largos solos de guitarra— en donde la invención melódica es lo más importante. Semejante contraste —un canto desigual e hiriente al servicio de mundos sonoros delicados, casi dulces— arroja un resultado encantador y adictivo, como pastel rebanado por cuchillo. Ahora que Tom Petty se ha ido, ArgeliA guerrero
escenarios
busco a una mujer nueva en su último álbum —Hypnotic Eye (2014), de espíritu psicodélico—; también busco referencias al amor, al misterio, a la noche y a la muerte. En la canción “Red River” está todo eso. Se trata de una mujer rara, entre bruja y fanática, que escucha voces. Tiene enmarcada una imagen de Jesús en tercera dimensión; el cuadro cuelga a mitad de su sala, sobre un antiguo mueble de madera en cuyos cajones guarda un rosario, un talismán y un hueso de gato negro que mantiene el equilibro en su alma. Pero las voces dentro de ella a veces resultan demasiado violentas. Es una mujer silenciosa a la que ya no le interesan las palabras; por eso aún no le escoge nombre a su hijo de cinco años. Cierto día, una voz le dice: “encuéntrame esta noche en el Río Rojo de agua cristalina y fría”, y es una voz tan cálida y tierna que ella siente la necesidad de amarla, de seguirla, de obedecerla: “encuéntrame esta noche en el Río Rojo de agua cristalina y fría/ y contempla los secretos más profundos de tu alma”. Para encontrar el epitafio de Tom Petty recuerdo Wildflowers (1994) —el álbum que escribió enganchado a la heroína y a punto de divorciarse (de Jane Benyo) —, y no deja de maravillarme que durante una época sórdida y desolada haya escrito Rock’n Roll tan sutil y lento, armónico y campirano, que defiende —necio— la individualidad y desprecia —furioso— el miedo a sufrir por un corazón roto. En la acústica canción homónima canta: “tu lugar es entre las flores silvestres/ tu lugar es sobre un navío que se aventura en el mar./ Corre hacia donde te sientas libre y encuentra a un amante/ tu lugar es ahí en donde todo brilla bajo la verdad de nuevos colores”. l makarova81@yahoo.com.mx especial
El reto de la dualidad
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a Compañía Nacional de Danza interpretó en días recientes el ballet completo El lago de los cisnes, basado en el original de Marius Petipa y Lev Ivanov, sobre la partitura de Chaikovsky, en la sala principal del Palacio de Bellas Artes. Un acierto presentar el ballet con sus cuatro escenas en dos actos, como fue pensado originalmente por los coreógrafos. Atinada también la decisión de haber regresado a la sala de Bellas Artes y abandonar la idea de interpretar un ballet con tantos matices técnicos, interpretativos y sutiles, en el lago de Chapultepec. Casi la totalidad de los gestos y códigos que caracterizan a este ballet se vieron opacados durante mucho tiempo por lo inadecuado del espacio al pensar, erróneamente, que se debían sacrificar las cualidades esenciales de este ballet por la “espectacularidad” del
escenario. También es muy atinada la decisión sobre la interpretación del doble rol, cisne blanco y cisne negro, por la misma bailarina en cada función. Este doble rol es uno de los retos interpretativos que el ballet impone y por lo que se ha fijado en el repertorio del ballet clásico. Para ejecutarlo se requiere, además de pureza técnica extrema, madurez interpretativa, pues hablamos de dos personajes diametralmente opuestos para los que se exige todo el bagaje histriónico de la bailarina principal. El reto interpretativo fue llevado al cine por Aronofsky en la película El cisne negro, en la que plantea la dificultad por encontrar los recursos de las bailarinas para madurar ambos personajes. En la pieza de Aronofsky, la protagonista consigue interpretar a Odette a la perfección, mientras que Odile, el cisne negro,
Una escena de El lago de los cisnes
representa un verdadero conflicto extrapolado por el cineasta a la vida personal de la bailarina. Odette, el cisne blanco, requiere de pulcritud técnica y sutileza de movimientos. Es la máxima representación de la pureza y la bondad tan socorridas en los ballets románticos. Odile desdibuja una a una las virtudes anteriores y se presenta como
un personaje intenso y apasionado, revestido con una serie de características que por mucho tiempo fueron censurables en las mujeres del siglo XIX e incluso hoy en día. Apreciar este reto dancístico en un escenario idóneo para ello fue una recuperación que vale la pena señalar y conservar. Ahora sí hablamos de ballet. l
vARIA
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especial
Deshonor david toscana dtoscana@gmail.com
toscanadas
E
staba leyendo un sermón que Antonio García–Trevijano le dirige al rey Felipe por su pusilánime comportamiento ante el asunto de Cataluña. Entre mucho de interesante, copio ahora una frase: “El sostén de las repúblicas descansa en la virtud y el de las monarquías en el honor”. Pero no debieran ocuparme ahora las monarquías, porque la nuestra, que no era nuestra, la mandamos al diablo en algún momento de inicios del siglo XIX. Y sin embargo ocurre que hoy día nuestra república está igualmente alicaída: sin honor y sin virtud. Pero llamémosle monarquía a la nostra dictadura, anarquía o democracia, ya que no tiene nombre, y diremos que incluso la reina que pretendía ser bastón se convirtió en cojera, mientras que el reyezuelo, no de sangre azul sino tricolor, no encuentra entre toda su estirpe, natural o bastarda, alguien que asegure la sucesión. He aquí que Plutarco nos cuenta que Felipe de Macedonia, padre de Alejandro, dijo: “Prefiero que se me llame honrado por mucho tiempo que rey durante poco”.
Pero en la silla del águila se sienta un hombre que parece decir: “Prefiero que se me declare honrado a que me llamen honrado” y así mueve hilos y tablados para que lo exculpen de las culpas en vez de haber evitado la culpa. Con cinismo similar, su séquito encarcelado organiza huelgas de hambre porque son hasta sinceros consigo mismos, que no con nosotros, cuando ven injusto que los lleven al corral y los excluyan del chiquero. Sinceridad más primitiva que honesta, y que sigue las palabras de Segismundo en La vida es sueño: “Nada me parece justo, en siendo contra mi gusto”. Pero ojo, que en ese momento Segismundo es un villano, un animal, alguien “por quien su Reyno vendría a ser parcial y diviso, escuela de las traiciones, y academia de los vicios”, así es que más valdría usar como ejemplo al don Manuel, de La dama duende, cuando dice: “Donde el honor es lo más, todo lo demás es menos”. ¿Pero qué hacer cuando el honor ya no existe? Hasta las sabias palabras de don Quijote se vuelven una maraña sin sentido. “Por la libertad así como por
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la honra se puede y debe aventurar la vida”. Mas el Caballero de la Triste Figura pensó que libertad y honra iban de la mano, cuando acá conocemos gente que no quisiéramos conocer y que se deshonra cada vez más por procurarse la libertad. A perseguir sus desfalcos le llaman cacería de brujas; a la justicia le dicen persecución; a la evidencia la califican de calumnias, y a la verdad, de mentira, sumando así más deshonor, pues como dice el buen Lope de Vega: “Es muy propio de la mentira no tener salida sin mucho deshonor de quien la intenta”. Y vaya que lo intentan. Lo intentan todos los días, por todos los medios. Hombres necios que pecan por la paga y pagan por pecar. L
víctor núñez jaime
periodismovictor@yahoo.com.mx especial
100 días de soledad
D
espués de leer Walden o La vida en los bosques, el asturiano José Díaz se propuso atravesar por una experiencia similar a la que relata el filósofo estadunidense Henry David Thoreau en ese libro: vivir durante un tiempo aislado, y de manera austera, en un paraíso íntimo para recuperar la vieja alianza del equilibrio y el respeto a la naturaleza. Más tarde leyó otro libro similar (La vida simple, del ensayista francés Sylvain Tesson) y entonces su proyecto empezó a concretarse: viviría durante 100 días en su cabaña del Parque de Redes, en el sector centro–oriental de la cordillera cantábrica, al sur de Asturias, siendo autosuficiente y sin depender de la tecnología. Cuando Díaz le contó su plan al equipo de Wanda Natura, que ha producido documentales como Guadalquivir o Cantábrico, de inmediato le dieron tres cámaras y un dron para que filmara el día a día de su retiro. Después de varias sesiones de arduo montaje audiovisual, el filme fue enviado a distintos festivales cinematográficos del mundo. Hace unos días, el teléfono de este hombre aficionado a la fotografía y la escritura sonó para darle una sorpresa: 100 días de soledad ha sido nominado al Premio Especial del Jurado del Jackson Hole Wildlife International Film Festival, que año tras año, desde 1991, entrega en Wyoming los denominados “Oscar del cine de naturaleza”. José Díaz tiene 51 años, tres hijos y un párrafo del libro de Thoreau fijado en la mente: “Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentar solo los hechos esenciales de la vida y ver qué era lo que tenían que enseñarme, no fuese que, cuando estuviera por morir, descubriera que no había vivido”. Para el cineasta
José Díaz ante el Parque de Redes
improvisado, “la naturaleza es lo más grande que hay y la estamos machacando, porque el calentamiento global es culpa nuestra”, subraya a manera de advertencia para todo aquel que quiera escucharlo. Díaz permaneció recluido en su cabaña y los alrededores (sin electricidad, celular, televisión, computadora, reloj) entre el 13 de septiembre y el 21 de diciembre de 2015, un periodo lleno de cambios: algunos días soleados que enseguida dieron paso al otoño, la lluvia y, finalmente, al frío y a las primeras nevadas. La telerrealidad ha puesto de moda experiencias similares. Ahí están programas como Supervivientes, La isla de los famosos o Frank de la jungla. “Pero la tele se concede algunas licencias y muchas veces solo se recrean situaciones para
ser filmadas. En 100 días de soledad, en cambio, hay rigor y veracidad. Yo no recreé nada, simplemente dejé que fluyeran las cosas”, agrega. Para aminorar la nostalgia (“sobre todo por mi mujer y mis hijos”) aprovechaba sus entregas semanales de material fílmico para colar en él una carta dirigida a su familia. No obstante, en su cabaña ubicada a casi 1500 metros de altura, la soledad y el silencio se acentuaban y las largas caminatas por el bosque brindaban vigor físico, pero también un cúmulo de reflexiones. “Durante ese tiempo recordé a menudo el Náufrago de Tom Hanks”, especifica el hombre que se exilió en la montaña, entre otras cosas, para reencontrarse a sí mismo y desacelerar el tiempo. L