Laberinto
BLADE RUNNER iván ríos gascón p. 02
CIENCIA FICCIÓN Y REALIDAD
gerardo herrera corral p. 08
MILENIO
NÚM. 748
sábado 14 de octubre de 2017 FOTO: DANIEL MORDZINSKI/ ARCHIVO EFE
GUILLERMO CABRERA INFANTE: DOS CARTAS Y UN ENSAYO danubio torres fierro p. 04
ANTESALA
sábado 14 de octubre de 2017
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LABERINTO
ESPECIAL
Apocalipsis y paraíso ESCOLIOS
ARMANDO GONZÁLEZ TORRES @Sobreperdonar
R
ebecca Solnit (1961) es una escritora norteamericana cuya curiosidad anfibia y fluida pluma conectan los temas aparentemente más alejados. Es autora, por ejemplo, de Wanderlust, un exitoso libro sobre el arte de caminar, y de la polémica de género Los hombres me enseñan cosas (ambos en la editorial española Capitán Swing). En su libro A Paradise Built in Hell: The Extraordinary Communities that Arise in Disaster, Solnit observa el comportamiento social en cinco catástrofes: el terremoto de San Francisco en 1906; la explosión de Halifax en 1917; el sismo de la Ciudad de México en 1985, el atentado terrorista en Nueva York en 2001 y el huracán Katrina en 2005. A partir de este recuento, Solnit concluye que en estas situaciones límite, más que el miedo o el egoísmo, lo que prevalece es una fraternidad instintiva. Para Solnit, ante la dislocación del orden y las jerarquías convencionales, suele maximizarse la solidaridad social y tienden a formarse comunidades espontáneas de gran altruismo y sorprendente eficiencia. Porque las catástrofes sacan al individuo de sí, infunden un sano sentido de las proporciones, restituyen el sentimiento de comunidad, incitan el activismo de los jóvenes, hacen aflorar heroísmos anónimos y, en medio de la destrucción y la mortandad, conminan a una extraña gratitud y alegría por vivir. Solnit dice que
ALFILERES ARMANDO ALANÍS @elsaltillero
Rebecca Solnit
la forma en que el individuo concibe a sus semejantes influye de modo determinante en su actuación durante una emergencia. Sugiere, también, que para las autoridades o los grandes medios de comunicación resulta más difícil identificarse con la víctima de un desastre o el activista voluntario y llegan a observar una amenaza subversiva en estas muestras de autonomía social o, bien, las reducen al espectáculo más chabacano. Para Solnit, el aspecto prodigioso de las catástrofes consiste en que las formas de interacción virtuosa que generan, de lograr replicarse en tiempos
Monstruo que nunca muere, el mar se alimenta de incautos y suicidas.
K. Dick, Scott, Villeneuve LOS PAISAJES INVISIBLES
A
normales, permitirían materializar cualquier utopía. Por eso, el infierno que implican los desastres permite, sin embargo, vislumbrar un paradójico paraíso. Hay que decir que el libro de Solnit incurre a menudo en reduccionismos (autoridades inviablemente malas, sociedad civil buena), inexactitudes y lugares comunes (notorias en el caso de México) y cierta cursilería políticamente correcta; sin embargo, su ambición, pasión y novedad lo vuelven, pese a estos deslices, una urgente y esperanzadora pedagogía sobre el desastre. L
simple vista, el conflicto de Blade Runner, mejor dicho, de la novela de Philip K. Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, germen de las películas de Ridley Scott y Denis Villeneuve, radica en el resguardo de la naturaleza humana a través de los recuerdos. En apariencia, el conflicto del relato gira en torno de las dudas del gobierno sobre ciertos individuos, replicantes encubiertos, que permanecen ilegalmente en la tierra (ojo: el asunto es de ilegalidad), por lo que inicia la cacería de esos falsos humanos a través de los Blade Runners y, de paso, provoca un dilema ontológico, el de los replicantes: entre las diversas pruebas físicas y cognitivas, los recuerdos ocupan, en mayor medida, la atención de los perseguidores y los perseguidos. Los recuerdos como testimonio irrefutable de una vida en verdad vivida; los recuerdos como narrativa personal. Por tanto, los androides comenzarán a aferrarse a sus reminiscencias
IVÁN RÍOS GASCÓN @IvanRiosGascon
implantadas sin saber que en esa obsesión mecanizada empezarán, también, a crearse (y creerse) su propia historia, de tal manera que los más rebeldes nunca pondrán en duda su condición de seres naturales. He aquí el asunto más espinoso que Philip K. Dick pone en el relato, y quizá es por eso que acapara la atención de sus lectores: al igual que la mentira (lo falso que a fuerza de repetirse se convierte en verdadero), los recuerdos, nuestros recuerdos, pueden ser ilusiones, pueden confundirse con un sueño o una conjetura: si los hechos arropados en una evocación perdieron su veracidad por ser pasado, entonces la clave de lo humano se halla en la experiencia, aquello que el suceso plantó en la conciencia, la percepción, la noción de identidad. Por si solas, las remembranzas no revelan eso que se oculta bajo el envoltorio epidérmico, lo que hay más allá de los órganos entre la osamenta y
el pellejo, ya que a pesar de sus cualidades narrativas, la memoria no esclarece qué cosa es lo que somos. El origami que el oficial Gaff le da a Rick Deckard sugiere que la memoria del propio Blade Runner es implantada, y quizá es por eso que en la peli de Villeneuve (interpretado por el mismo Edward James Olmos que actuó en la de Ridley Scott), dice veintiocho años después: “todos estamos buscando siempre lo real” porque sí, tal vez nuestros recuerdos los hemos inventado y nada es auténtico ya que también la percepción modifica, con el tiempo, la experiencia: lo que en su momento nos pareció desagradable o placentero o perturbador o sosegado puede trasmutarse. Pero la novela de Philip K. Dick aborda otros asuntos más humanos, demasiado humanos: la supervivencia como expresión de indisciplina, el miedo a la extinción (la muerte, como idea, carece de atributos místicos o espirituales), el escepticismo como tabla de salvación, el amor como permanencia. Asuntos que en un planeta devastado, sin futuro ni esperanza, reivindican a lo humano como especie. Un momento, no… El relato de K. Dick intuye que en ese planeta hecho pedazos, si una planta puede brotar de su tierra erosionada, lo humano también merece otra oportunidad: regenerarse en el chasis de un replicante. L
dirección josé luis martínez s. edición roberto pliego, iván ríos gascón arte y diseño salvador vázquez
MILENIO
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× F E R N A N D O
R I V E R A
sábado 14 de octubre de 2017
ANTESALA
ESPECIAL
C A L D E R Ó N ×
3:33 a.m. El jugueteo con las palabras y las imágenes fortuitas trazan una especie de radiografía emocional en este poema incluido en Llegamos tarde a todo, recién publicado por Almadía
Difusa la musa a estas horas de la madrugada cargado de besos y de nada descubro la hipotenusa de la medusa Difusa la masa El humo turista en mis entrañas araña con sus uñas mis arañas y cada hora que pasa me traspasa
×EKO×EX LIBRIS×LAS FURIAS DE OVIDIO×
Saber es poder BICHOS Y PARIENTES
M
JULIO HUBARD
uchas cosas que fueron grandes secretos de los gremios, cuya divulgación era considerada traición y se pagaba con la vida, ahora son no solo públicas sino que se acompañan con tutoriales. Templar el acero de una espada, la mezcla de argamasa o la de pigmentos para colorear los vidrios, como en los vitrales, o los abstrusos nudos de cabotaje, fueron secretos de herreros, masones, alquimistas y marineros. Con frecuencia, los secretos del oficio quedaban bajo fórmulas o narrativas esotéricas que permitían a la vez transmitirlos y ocultarlos, cosa que aumenta considerablemente su valor y el poder del gremio. Pero el valor de la información cambió de órbita. No solo es pública sino que abundan expertos que ofrecen sus técnicas en video. Desde el uso de la garlopa hasta la carpintería japonesa de ensamblajes perfectos, sin clavos, siempre hay en YouTube un maestro orgulloso de mostrar los secretos de su oficio. Gratis. Pero los oficios y su transmisión fueron sistemas jerárquicos. Ahora vivimos un mundo de redes, y “solo una red puede derrotar a otra red. No puedes combatir una red con un sistema jerárquico”, dijo Joshua Cooper Ramo. El embate ruso ya es famoso: apoyó a Trump, intentó desviar los comicios de varios países europeos y es probable que lo intente en México (véase: “La amenaza rusa en México” de Fernando García Ramírez). En un artículo de Vice (“The Data That Turned the World Upside Down”), analizan el caso de Michael Kosinski, experto en redes, cuyo modelo ha servido para influir en resultados electorales: “en poco tiempo era capaz de evaluar a una persona, mejor que sus compañeros de trabajo, basándose solo en diez likes de Facebook. Setenta likes eran suficientes para saber más, sobre esa persona, que sus amigos; 150, más de lo que sus padres sabían, y con 300, más que su pareja”. Y presume que podría saber más que la persona misma. Saber vuelve a ser poder. Pero de modo horrible: un conocimiento fisgón y despectivo, que no duda de su eficacia: algoritmos que organizan formas del saber, y del poder, sin que importe la persona, ni lo que sabe, sino sus gustos y sus ganas. El saber que volvía poderoso al gremio de los masones era buscado por la sociedad: queremos una catedral altísima y llena de luz. Ahora queremos escondernos: ¿cómo le hago para que no me usen? No quiero ser operado en un algoritmo a favor del poder de nadie. Una respuesta anarca y riesgosa: migrar a la Deep Web. Y, por supuesto, dejar de exhibirse en redes como si fueran sitios con privacidad. L
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LABERINTO
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NÉSTOR ALMENDROS
Guillermo Cabrera Infante y su esposa Miriam Gómez (década de 1970)
Sex ex machina
En este ensayo, el escritor uruguayo traza un retrato de Guillermo Cabrera Infante y de su obra marcada por la memoria y la nostalgia, un retrato que pone también su interés en su humor paródico. Lo acompañamos con dos cartas inéditas del autor de Tres tristes tigres, la novela que cumple 50 años de haber sido publicada DANUBIO TORRES FIERRO
What is really fascinating is how all of us remembers our past as a form of narrative. Thornton Wilder
E
I
ra el verano de 1987 —hace, entonces, exactos treinta años—. Era en Valencia, España. Era el cincuentenario del Congreso de Escritores Antifascistas de 1937. Era, ciertamente, una ocasión para revisar el marco político e intelectual que cinco décadas atrás sirviera de fondo a una guerra civil que desató una vez más el furor fratricida español por encima de cualquier reconciliación civilizada, y que, en el mundo occidental, representó el fracaso europeo encarnado en la renuencia de las democracias de Inglaterra y Francia para asumir la defensa del derecho constitucional sobre la fuerza de la violencia. Era también una oportunidad para reivindicar a una savia intelectual española primero apaleada por el triunfo franquista y luego desperdigada mayormente por el orbe latinoamericano. Era, y según este orden histórico, el lugar adecuado para valorizar una transición democrática española que avanzaba
y para estimular el regreso a pasos lentos de un proceso de legitimación institucional que quería barrer con las ya muy desprestigiadas dictaduras militares transatlánticas. Y, era, por fin, un momento de nuestras vidas (las de los veteranos y los novatos allí reunidos: desde Stephen Spender, Juan Gil-Albert y Octavio Paz a Mario Vargas Llosa, Carlos Monsiváis y Fernando Savater) en el que parecía que nos encaminábamos a días más luminosos —a pesar de los terrores provocados por Herri Batasuna, que según versiones Guillermo hizo de de la prensa amenazó la sinceridad una con colocar una bomcongruencia que ba en la sala donde se empleaba el humor efectuaba el Congreso, paródico para y a pesar de la caza de desenmascarar brujas ideológica de los cubanos que, como era previsible, más de una vez increparon a algunos participantes y sembraron una discordia a la que Cornelius Castoriadis (avatar que supo ser de un olímpico griego) intentó poner término con voz tronante—. Era, pues, un tiempo envuelto en una atmósfera medianamente esperanzada. Y acaso sus días, por ello mismo, eran days of wine and roses, como los que lamenta más que celebra
el poema clásico —pero en su aire fresco de un mes de junio veraniego se olía la proximidad vigorizante del Mediterráneo.
II
Así puesto el escenario, permítaseme referir una anécdota de mi memorabilia. En esos días levantinos, compartí buena parte de las horas con Miriam Gómez y Guillermo Cabrera Infante, a quienes no veía desde 1980, ellos viviendo en Londres y yo en México o en Buenos Aires. La cercanía entre nosotros había crecido rápida desde que nos conociéramos, en 1976, cuando residí en Barcelona y los visité con frecuencia en su apartamento de Gloucester Road. Y más: a lo largo de la segunda mitad de los setenta, y de buena parte de los ochenta, con Guillermo llevamos una correspondencia continuada, de la que aparecen aquí unos ejemplos. Se trata de ejemplos que intentan mostrar de qué manera Guillermo hizo de la sinceridad una congruencia que empleaba el humor paródico para desenmascarar; de qué modo usó una llana complicidad inmediata para relacionarse con su lector y lograr una self-dramatization que sedujera y cómo el regocijo con su gimnasia escritural lo llevaba a no reparar en la modestia o inmodestia de los asuntos tratados. Amigo de entreverar vida y
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literatura en una relación incestuosa, y amigo de apoyarse en unas trazas autobiográficas que lo convertían en el curioso huésped de sí mismo (y, por extensión, de los demás), en él los afectos personales y las afi nidades intelectuales tejían un entramado amistoso de fidelidades —unas fidelidades, por cierto, que fueron puestas a prueba numerosas veces: no es posible practicar la estoica tarea de nadar a contracorriente sin tropezar con la calumnia—. Pero no es de estas cuestiones de las que quiero hablar ahora. Lo que me interesa contar es, en efecto, una anécdota valenciana que, además de formar parte de mi memorabilia, conlleva, como confío que se compruebe, una ilustración de una zona de la obra de Cabrera Infante. La anécdota comienza así: una mañana temprano, al sentarse a la mesa a desayunar, Guillermo nos dijo, sibilino contumaz que era, a Miriam Gómez y a mí, que nos invitaba a una excursión a las tierras de El Cid. No era que debiéramos ir a Castilla sino a Peñíscola. Allí, en ese pueblo de la costa, a una distancia de cien kilómetros, se habían filmado gran parte de las secuencias en exteriores de la película El Cid, dirigida por Anthony Mann, y famosa porque sus decorados espectaculares construidos in situ figuraron por años en el libro Guinness de los récords. Él, Guillermo, proponía que rentáramos un coche si es que yo contaba con licencia internacional de conducir, saliéramos de inmediato y volviéramos ya tarde en la tarde. Luego de viajar más de una hora bordeando la costa por una carretera que alternaba médanos blancos y rocas amarronadas, y apenas avistando aquí y allá unas playas sobre las que los edificios altos y continuados echaban sombras alargadas, nos detuvimos ante un magro retazo abierto al mar, pero igualmente invadido por torres crecidas a escalas de rascacielos, y, ya agobiados por tanto cemento, preguntamos a un oficial de la policía dónde quedaba Peñíscola. “Es aquí”—fue la respuesta inesperada—. Peñíscola ya no estaba en Peñíscola. Peñíscola no era un pueblo —el paisaje lo denunciaba— sino un encajonado remedo colonizado por el turismo. Desde el coche, en el paseo marítimo, y allá a lo lejos entre las compactas construcciones, apenas erguidas sobre una peña a la que bañaban las aguas, pudimos divisar las almenas del castillo medieval frente al cual se había rodado la última secuencia de El Cid, la que muestra a un Charlton Heston vencedor de los infieles montado sobre su caballo blanco que galopa a la vera de las espumas purísimas de las olas. El castillo en cuestión era el santo y seña de una Peñíscola legendaria que a su vez era ahora la prueba muda de una Edad Media avasallada por el siglo XX. Decepcionados y resignados, escandalizados, aparcamos y nos sentamos en las sillas de plástico de un chiringuito próximo a las arenas de la playa. Inmóvil, situado en frente de mí, con lentes oscuros que ocultaban el descaro de su mirada, Guillermo entró en un trance evidente, hipnotizado: los ojos invisibles pero adivinables se le iban tras las mujeres en bikinis o trajes de baño que desfilaban. Eran las muchachas en flor del verano valenciano y allí estaba su testigo deslumbrado. “Hay que dejarlo. Le encanta ver los cuerpos casi desnudos, las teticas sobre todo” —arguyó Miriam Gómez, acostumbrada a las caídas en sortilegio repentino de su marido y sin dejo de celos amorosos—. ¿Indiscreción de mi parte? Tres tristes tigres, La Habana para un Infante difunto, Cuerpos divinos, La ninfa inconstante, Mapa dibujado por un espía, son ejemplos de la literatura considerada como una indiscreción. Una literatura, primero, que, en su despliegue, añora y rebusca una edad de oro en que la imaginación y la ficción dominaban, felices; y segundo, una indiscreción que, al desnudarse y al com-partirse, divertida, es controlada por el arte y recreada por la lengua. “Considero la vida una novela”: afirmaciones
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DE PORTADA
“SIGO EN MI ESTUDIO DE LA LITERATURA INGLESA” LONDON S.W.7
25 de junio de 1977
Querido Danubio, gracias por tu carta y esta vez el agradecimiento no es formal. Después de recibir una serie de cartas nada agradables (entre ellas la petición de fi rmar una carta colectiva —¡que detesto— por un pobre poeta que estaba semipreso en Cuba y por haber publicado un libro de poemas, nada políticos, te juro, fue condenado a terminar su condena de 15 años, es decir, 5 años más de régimen carcelario completo —el poeta en cuestión no tiene la categoría de Padilla (no que yo crea que Padilla tiene mucha categoría) y por eso su caso pasará inadvertido—, después de esa carta y otras, llegó la tuya con su alegre locuacidad y fue un cambio de aire. Me alegro que hayas ido a París con Edwards, que me parece muy bien. Lamento que no te haya gustado el Baubourg. Yo lo que vi por fuera, antes de terminado, me gustó mucho. Mi hija Carolita, por su parte, lo detesta. Verdad que aquí estamos acostumbrados a la arquitectura estilo National Gallery —de ahí las reacciones encontradas de los dos. Ya había oído del cambiazo de elites intelectuales de París, para mí bastante desprestigiadas no por haber venido de China cantando a corro a Mao, sino por la frivolidad y bobería de sus métodos dicen que estructurales. No es fácil conseguir aquí el Observateur pero trataré. Tu opinión autorizada viene a unirse a otras, como la de Néstor Almendros, con quien conversé por teléfono sobre esto hace poco. Pero no me extraña. Nada me extraña ya después de oír a Carrillo (a quien conocí en la embajada de Cuba en Bruselas en 1965, cuando viajaba con pasaporte cubano) declararse prácticamente social demócrata, ninguna declaración puede alcanzar a ser las ruinas que tomaban impávido a Horacio. Buenas las noticias sobre Vuelta, aunque le escribí hace días a Rossi, reclamándole una copia de la revista en que salió un cuento mío (que me pagaron, aunque no con la largueza que Plural solía) y no he recibido respuesta. ¿Es Rossi todavía el director?
Como tú dices, las cosas cambian en México de tal manera que no es posible seguirles el curso. Me ocupo principalmente de escribir Las confesiones de agosto (no me preguntes por qué ese título), tarea que cumplo diariamente, menos los sábados (cuando contesto cartas) y los domingos (en que leo la abundante prensa dominical inglesa) y voy abriéndome paso lentamente, entre otras cosas porque quiero mantener el tono de memoria pero que al mismo tiempo la prosa tenga como una esencia cubana, sin caer en las tentaciones habaneras de “Ella cantaba boleros”, novella dentro de la novela que tengo que confesarte que compuse con bastante facilidad y rapidez: todo estaba en el tono. También escribo crónicas que quieren ser ensayos para Madrid y para Caracas. Por otra parte y esto ya es más comprometido, sigo en mi estudio de la literatura inglesa, tan vasta, tan rica. Después de haber terminado con Swift, ataco ahora a De Quincey, de quien había leído los fragmentos que todos leemos pero al que conocía mal: no en balde Borges le tiene tanto aprecio. Bueno, me he contagiado con tu carta locuaz y esta mía es casi un castigat scrivendo! Me alegra que te vaya bien de tu dolencia. Si quieres compañía te puedo dar los nombres de Victor Hugo, Trollope y Hemingway —los tres tenían que escribir de pie. Un abrazo con afecto,
PS/ Hace años que no leo nada de Cortázar. Despues de leer una noche en casa de un argentino teatrista plástico que vive en Londres su Último round, lleno de facilismo, bobería y lo que es peor, una vanidad desmesurada juré no leer nada de ese señor casado con esa señora tan ugnelica. L
de esta clase abundan en los libros de Guillermo, y los recortan, los gobiernan y los definen. Los libros son, en su universo, textos autosuficientes en su contenido y flexibles en su continente, y lo único que debe tenerse en cuenta, al leerlos, es el estatuto literario que instauran; en ese estatuto cualquier pirueta o manipulación literarias están permitidas y la frontera que separa la mentira de la verdad y la vida real de la memoria de la vida real es realmente una región misteriosa, delgada, inquietante, elástica. Es un universo, entonces, en el que los símbolos, los signos y las ideas que lo
crean adquieren una tal potencia que los convierte en relevantes para él, en imprescindibles componentes de un mecanismo rector. Y es, por fin, y si más se cava en él, un universo que, al explotar las posibilidades del idioma con una inagotable y libérrima capacidad de invención literaria, y con una conjugación explosiva de sus registros populares y sus recursos elitistas, alcanza una insólita dimensión joyceana en su dominio del español cubanizado —una dimensión, por cierto, nunca lastrada por impedimentas sabihondas y/o enigmáticas.
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Ninguna de las argumentaciones hasta aquí expuestas se arrogan la novedad: el lector de Guillermo ya sabe cuáles son sus manías y cuáles sus artilugios. En este sentido, el inocente episodio voyeurista de la playa (de lo que queda, acordémonos, de la playa) de Peñíscola es apenas una ilustración gráfica de la atracción de Guillermo por los cuerpos divinos, los cuerpos ninfeos y los cuerpos sexualizados. También, eventualmente, en una lectura otra, esos son cuerpos que devienen expresiones de ritos —ritos sagrados y ritos de pasaje: transtornos y transportes—. De ahí que, en muchas páginas de Guillermo, se encuentre en filigrana la sugerencia de una simbiosis nutritiva, fecunda, entre el código del Eros y el código de la muerte. Mapa dibujado por un espía (título que es un testimonio póstumo del autor pero que está escrito en un presente activo y urgente: narración directa que apenas trasmuta en un él peripatético al escritor detrás o ante el texto) proporciona algunas claves. Alcanza con recordar una de esas claves. El vínculo compulsivo con las mujeres que recorre el libro puede entenderse como una reacción ante la muerte reciente de la madre, pero también como una reacción ante la muerte de una ciudad, esa Habana antes capital sin culpa del aprendizaje carnal y ahora ruina que hambrea y se prostituye, y —todavía— como una reacción ante la muerte de un país, la Cuba de la niñez y la adolescencia que a ojos vista se consume y se extingue. La trama en sí misma, y los pasos que la trama administra, sugieren que la memoria que el narrador pone en negro sobre blanco está construida sobre la pérdida y la separación —sobre la ruptura del cordón umbilical con la maternidad biológica, la maternidad urbana y la maternidad nacional—. De ahí que la visión que gobierna al libro es la visión de un exorcismo de estío tropical condenado: el mal du pays —en el sentido recto y en el figurado— como recurrencia incesante. En un momento dado, él reflexiona así: “sacando ventaja a sus enemigos, visibles o invisibles, empeñados en que él se quedara para siempre en la isla, esa isla a la que debía haber regresado como a su propia casa, pero a la que no reconocía ya como suya, tan muerto el lugar en que vino al mundo como estaba la mujer de quien había salido a la vida”. Y, un poco más adelante: “él vio a Silvia vistiendo un vestido viejo de su madre que le quedaba justo a la medida y fue entonces cuando comprobó lo que había imaginado: que ambas, Silvia viva y su madre muerta, tenían el mismo cuerpo”. Se trata, en ambos casos, de un juego de contrastes irónico y ambiguo, pero a la vez, y viniendo de quien viene, de un juego serio y con dobles fondos. Por lo demás, y de nuevo, asoma el vínculo joyceano, ahora con la aparición serpenteante de un trazo que, como un deus ex machina, colorea el nexo entre el sexo y la muerte con remordimientos intermitentes en el diseño que el él protagónico elabora de su propia teatralización. Recuerdo, de pasada, que Emir Rodríguez Monegal (aquel Emir a cuya primera esposa, Magdalena la estilizada, y a él mismo, Guillermo hacía bailar el tango en su apartamento en Londres para disfrutar con sus requiebros sensuales) tiene una reseña sobre La Habana para un Infante difunto, sospecho que pergeñada en connivencia con sus amigas brasileñas Irlemar Chiampi y Leyla PerroneMoisés, los tres inspirados en ciertas teorías estrafalarias de Melanie Klein, que algo abunda en estas o parecidas cuestiones. Por mi lado, menos arriesgado que mis colegas queridos, prefiero detener aquí las especulaciones de este tenor. Más acá, o más allá, lo que cuenta, para mí, es la imagen que guardo de Guillermo, impávida su figura y ávido su apetito, ante las muchachas florecientes valencianas, en el verano de 1987.
La Habana de Tres tristes tigres
Guillermo Cabrera Infante en la década de 1950
III
Releído ahora, a cincuenta años de distancia, Tres tristes tigres acentúa su condición de denuncia entre La Habana que crea y recrea en sus páginas y La Habana que las sempiternas fotografías nos muestran de una ciudad de autos destartalados y fachadas de edificios rotos ascendida a la categoría icónica de un museo muerto, contaminado de irrealidad y anestesia. El contraste entre la ciudad del libro y la ciudad ahora verdadera es, por supuesto, el contraste entre un mundo real y un mundo inventado, entre una realidad arti-
ficial y una realidad circunstancial; pero allí la gran metáfora que se yergue y se muestra airosa es la de la capacidad del arte, con su inexorable congruencia interna, para torcerle el cuello a lo coyuntural, a lo meramente físico. Y esta comprobación, en su rotundidad inapelable, nos lleva a recordar que Guillermo escribió gran parte de sus libros contra la desmemoria y a favor de la memoria, contra una Cuba adjetiva y a favor de una Cuba ensoñada. Él sabía que no alcanza con habitar un mundo —que el decreto que manda en quien es un artifex es el de inventarlo—. Por
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DE PORTADA
ESPECIAL
“LEO POCA LITERATURA LATINOAMERICANA” LONDON S.E.7
eso, y como punto a destacar en sus alcances, el collage que teje TTT de la realidad, y el retrato que de ella construye, son un microcosmos cuya piedra de toque es que el autor no es refractario al mundo que era el suyo sino exactamente al revés: desde el residuo (el refuse, sí,de la jerga freudiana), desde los vestigios que de él sobreviven, el mundo real se filtra en el libro en forma de mundo fantasmagórico, y ese trámite le insufla ocurrencia inventiva y consecuencia vital. Le insufla, también, una autoridad didáctica más creíble que cualquier manual escolar —y más si el manual es redactado en un país comunista—. ¿Cuántos cubanos hoy jóvenes, o no tan jóvenes, pueden reconocerse en ese collage literario que es también un collage histórico y un collage sociológico: una still-life pedagógica? Hay que confiar que en tal posibilidad abierta de re-conocimiento se active ese rasgo peculiar que se cumple en todo gran talento, en todo observador fértil, como lo era Guillermo, y que se manifiesta en el hecho de que en sus piezas persiste un retazo de pueblo, un jirón de sentimiento popular, una veta aborigen —algo así como un arcano patrio—. Ojalá que los cubanos actuales, si encuentran la oportunidad de hacerse con el libro, sepan descubrir y aquilatar esa huella ya remota en el legado de Guillermo —un Guillermo que era consciente, además y sin duda, de que la imaginación literaria pierde eficacia si prescinde de la adhesión a the real thing. “Quiero ser fiel a mi memoria aunque mi memoria me sea infiel” —afirma el narrador de La Habana para un Infante difunto, el libro que pone por escrito la educación sentimental, cultural y sobre todo sexual del muchacho que en el primer capítulo
sube las escaleras de mármol de la casa situada en la calle Zulueta, número 408, señas que devendrán tan míticas como la caverna (¿materna, femenina?) de las salas cinematográficas—. TTT cuenta, en su curso vehemente y en su decurso loco, las correrías de los personajes centrales con el narrador vuelto hombre maduro —es decir, ya difunto el infante—. No obstante, uno y otro título recrean la lost city, esa Habana a la que Guillermo aludirá en el guion nonato que escribiera para su amigo Andy García. En ambos títulos la memoria y la nostalgia se yerguen como fuerzas sensibles contra el humus de la desmemoria y la pérdida y la separación y se ayuntan con la historia; historia y memoria y nostalgia se dan la mano y unas y otras se penetran y comentan y entre ellas se ayudan para aquí prestigiar y más allá corregir a la realidad, para lograr encarnarse en historia.
IV
Historia: el Congreso de Valencia, allá en el lejano 1987, se proponía revisar una historia larga de 50 años. Veteranos y novatos allí reunidos, en vías de dejar atrás un siglo XX tan convulso, acaso pensábamos, entre las sesiones y las comidas, que tanto en España como en Cuba, igual que en buena parte de América Latina, el propósito compartido consistía en asirse a un futuro en el que las ilusiones se impusieran a los presagios agoreros de Casandra. En eso, todavía, estamos, en una y otra margen del Atlántico. Casandra, a diferencia de la desquiciada Peñíscola, continúa viva con sus malas artes. España está, otra vez, amenazada de rompimiento, y Cuba persevera en su dictadura. ¿A cada país, su sino? L
16 de julio de 1977
Querido Danubio, ¿cómo responder tus cartas? Están tan bien escritas que resulta dificil contestarlas in kind, como dicen los ingleses. Tienen la concentracion y la inteligencia de tus críticas de Plural y siempre te las arreglas para decir algo acertado, como tus opiniones sobre La cartuja. A raíz de mi nervous breakdown, con muy poca capacidad de concentración para escribir, me puse a leer los libros más grandes que tenía en mi biblioteca, aun los que hubiera leído, y me leí las obras completas de Stendhal. Creo que las escenas iniciales de La cartuja no han sido superadas nunca y que todo el esfuerzo que hizo Tolstoy en Guerra y Paz resulta baldío, derrotados todos sus tomos por las pocas páginas de Stendhal. Pero lo que más me gustó —mi vieja afición por las autobiografías— fue La vida de Henri Brulard, si es que se titula así. Es un libro de una modernidad ejemplar: también allí, como tú dices, se trata de la vida y no de la realidad. Conocí a Cortázar en 1963, antes de Rayuela, no por razones literarias sino porque me lo pedían en Cuba el pobre Calvert Casey y Rine Leal, a quienes había conocido y encantado en su primer viaje a La Habana. Me sorprendió, después de su estatura, su modestia, que yo creí real entonces. Fue en uno de mis viajes a París desde Bruselas. Después lo vi otras veces (ya había publicado Rayuela pero no lo había alcanzado el éxito todavía) y cuando comenzó mi exilio lo visité desde Londres, para conseguir el permiso para adaptar al cine su cuento ”La autopista del sur”. Había cambiado bastante, pero the sea change, el cambiazo, fue evidente cuando viajé a París en 1968 (precisamente me sorprendieron allí los evenements) y me encontré con un hombre de una vanidad monstruosa, visible por debajo de lo que era una falsa modestia. Esta falsedad alimentada por la inmodestia es lo que me hizo no poder leer 62, con su cita de sí mismo. Ya te conté mi último encuentro con su literatura en El último round, no me extraña que se hayan infectado sus cuentos, que es lo que él hacia mejor, Rayuela resultando una compota de Huxley y Mircea Eliade. Así no seré uno de los lectores de su último libro de cuentos, como tampoco leí el anterior. Prefiero, por supuesto, a Borges que en su Libro de arena se reivindica del Informe de Brodie. Leí La ciudad y los perros y me pareció una novela bien hecha, pero nunca pude leer La casa verde, con sus complicaciones inútiles. No he vuelto a leer a Mario, excepto por un fragmento de su ensayo sobre Madame Bovary, que me pareció notable. Leo —sé que es mi culpa— poca literatura latinoamericana. Acabado el admirable De Quincey, estoy leyendo una antología de prosa inglesa, que, con muy pocas excepciones, demuestra la pasada riqueza de estas islas en literatura y la vida en general. El presente es bien pobre. Aun Anthony Burgess, en su último libro, Abba Abba, muestra una decadencia considerable. Espero con impaciencia para leer tus próximas crónicas. Es una pena que no puedas venir por Londres. Creo que te gustaría. L Un abrazo,
N. de la E. Hemos acentuado las palabras, y subrayado aquellas que se refieren a títulos de obras y publicaciones, que no aparecían así en el manuscrito original.
CIENCIA
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LABERINTO
ESPECIAL
Misión Cassini en Saturno
La ciencia ficción no puede con la realidad La exploración espacial ha comprobado una vez más que el mundo conocido es más vasto que el de la imaginación DESMETÁFORA
E
n su novela de ciencia ficción Un mundo feliz, publicada en 1932, Aldous Huxley se anticipó al uso de antidepresivos. En 1952 éstos comenzarían a ser parte de nuestras vidas y hoy forman parte indispensable del arsenal de fármacos que nos mantiene en circulación. Se adelantó también a la fecundación in vitro que en 1978 sería una realidad y pronosticó el anticonceptivo que llegaría en 1960 para convertirse en una revolución social generada en laboratorio. Ahora es de uso cotidiano y fundamental para la sociedad. En noviembre de 2014 escuchamos en los medios de comunicación las notas periodísticas de una impresionante hazaña científica en la que una sonda espacial se posaba sobre la superficie de un cometa. Todavía el año pasado la saga, que había comenzado en 2004, continuó para darnos un capítulo más de la asombrosa historia llamada Rosetta. Unos años antes de que la misión Rosetta diera inicio, en 1998 la película Armageddon nos mostró en la pantalla grande la historia de Robert Pool y Jonathan Hensleigh, en que un grupo de advenedizos salvó al planeta de la destrucción inminente que el impacto de un gigantesco asteroide provocaría. La película Armageddon fue tan mala que alguna gente tuvo dificultades para permanecer en la sala de cine hasta el final. La banda de rock pesado Aerosmith la hizo más soportable con un soundtrack que sigue sonando. La canción “No me quiero perder nada” le dio
GERARDO HERRERA CORRAL gherrera@fis.cinvestav.mx
el tono melodramático a la relación amorosa entre la hija del líder de la expedición y uno de los jóvenes de su equipo. La ciencia ficción de Armageddon despliega el heroísmo de hombres rudos y la incompetencia de los astrónomos profesionales y aficionados que no vieron un asteroide del tamaño de Texas sino 18 días antes del impacto. Un objeto con esas dimensiones se podría ver décadas antes pero, claro está, eso reduciría de manera considerable el drama y las posibilidades teatrales. El asteroide de Armageddon tiene un diámetro de 1400 kilómetros y cuando Gracias a Cassini solo faltaban 18 días sabemos ahora que para el impacto Saturno cuenta con debía encontrarse dos lunas que no 30 veces más cerca conocíamos: Metone de nosotros que y Palene Ceres, el asteroide que siendo el más grande del cinturón solo tiene 900 kilómetros de diámetro y fue visto en 1801. En todo caso, entre la ciencia ficción y la realidad los tiempos se acortaron de manera significativa. La misión Rosetta hizo realidad los sueños cinematográficos recientes, aunque, la verdad sea dicha, la aventura científica desmerece para que Bruce Willis nos muestre que si otrora fue “duro de matar”, en Armageddon fue lo más sencillo porque él mismo se lo buscó.
Para la sonda espacial Rosetta los héroes estaban en Europa, no en la glamorosa NASA, pasaron días y noches en una sala llena de computadoras y laboratorios de instrumentación indescifrable. Bebían café todo el tiempo y por lo mismo acudían al sanitario continuamente sin exponer sus vidas como lo hace el hombre de ojos entrecerrados y mirada al infinito. No activan una bomba en un acto de salvación y sacrificio que es epifanía del espíritu humano. En ese mismo año estuvo en cartelera la película Deep Impact, que relataba el mismo drama con más cuidado en su realización. Deep Impact se exhibió en salas de cine dos meses antes que Armageddon pero no tuvo el éxito taquillero que sí consiguió el sacrificio que nos dio vida por muchos años más. En Deep Impact, el asteroide asesino tiene solo 11 kilómetros de diámetro. Tiene por eso una gravedad muy débil que es correctamente implementada en la película. El presidente de Estados Unidos es afroamericano —lo que ya significó una predicción antes de la llegada de Obama—. La misión “Mesías” tiene un nombre bíblico evocador y se realiza en cooperación con Rusia. El encargado de liderar al equipo que viene a salvar la vida humana en nuestro planeta es Robert Duvall, quien también acostumbra entrecerrar los ojos y mirar al infinito antes de sacrificarse por todos nosotros. ¡Rosetta lo hizo mejor! y es la gran hazaña fuera de la pantalla. El módulo Philae se posó sobre el cometa Churyumov Gerasimenko, que tiene forma irregular pero tamaño aproximado de 5 kilómetros. Si bien el aparato se estropeó al momento del encuentro. Mientras tanto, en la realidad de nuestros días, Cassini nos sorprendía con imágenes de gran belleza y una reiterada confirmación de las posibilidades de vida incipiente en otros lugares de nuestro sistema solar. Para no perturbar la posibilidad de vida en alguna de sus lunas, la misión Cassini decidió lanzar la nave hacia el planeta Saturno. Ahí, el robot se desintegró al contacto con la atmósfera mientras viajaba a cientos de miles de kilómetros por hora. La combustión que se generó por la fricción con los gases acabó por evaporar los restos, evitando de esta manera que se afectase a un posible ecosistema en los satélites de Saturno. Para los que nacimos en el siglo pasado, este breve relato es un ensueño de la infancia. La crónica es propia de una película de ciencia ficción. No hace mucho que esta narración produciría fuegos artificiales en la cabeza rebosante de imaginación de los niños. Hoy es noticia de los periódicos. Gracias a Cassini sabemos ahora que Saturno cuenta con dos lunas que no conocíamos: Metone y Palene. También sabemos que Encelado tiene grandes cantidades de agua y que ésta es expulsada a la atmósfera como chorros parecidos a géiseres. Casssini nos dejó con la misteriosa imagen de un gigantesco hexágono en el Polo Norte de Saturno. Posiblemente formado por corrientes de aire y turbulencias huracanadas de gas. La misión Cassini llegó a su fin después de 20 años de haber comenzado. Fue lanzado el 15 de octubre y terminó el 15 de septiembre. Es, sin duda, otra de las grandes aventuras de los tiempos que nos han tocado vivir. La famosa sentencia que dice: “El mundo real es más pequeño que el mundo de la imaginación” es ahora incierta. El mundo que conocemos ha superado con mucho a la imaginación. L
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BLADE RUNNER PHILIP K. DICK Minotauro México, 2017 271 pp. En descargo del aparente oportunismo de los editores por el estreno de la secuela de la cinta de Ridley Scott, dirigida ahora por Denis Villeuneuve, debemos decir que la más célebre novela de Philip K. Dick es de lectura obligada para los fans (y no tan fans) de la ciencia ficción, porque este relato trasciende las quimeras futuristas y nos hace reflexionar sobre la auténtica naturaleza de lo humano: la convivencia y la desavenencia entre la gente y los replicantes creados para su servicio pone a prueba a ambos a través de múltiples dilemas morales.
LOS TRES ESTIGMAS DE PALMER ELDRITCH PHILIP K. DICK Minotauro México, 2017 234 pp. En esta novela, que enriquece el universo ficcional de K. Dick, la humanidad se ha instalado en Marte y ha dejado atrás a un planeta Tierra que ha tomado el aspecto de un basurero. Solo las drogas hacen soportable la vida pero nada es seguro cuando dos poderosos capos luchan por el mercado. Todo, pues, sigue igual. Minotauro ha puesto a disposición de los lectores otras novelas del autor muerto en 1982, entre las que destacan Fluyen mis lágrimas, dijo el policía, El hombre en el castillo y Ubik.
EL CUENTO DE LA CRIADA MARGARET ATWOOD Salamandra España, 2017 412 pp. Ahora que las series de televisión miran con beneplácito a los grandes autores contemporáneos de la literatura, y ahora que muchos solo se nutren de los contenidos que ofrece la pantalla, convendría rectificar y empezar por los libros, por esta novela, por ejemplo, en la que Atwood imagina a un Estados Unidos que ha sufrido un golpe de Estado que ha sustituido la democracia liberal por una dictadura teocrática. En efecto: ahí la Constitución y el Congreso han dejado de existir.
LAS BOLAS DE CAVENDISH FERNANDO VALLEJO Alfaguara México, 2017 197 pp. “A Einstein me lo imagino como un hombre sucio envuelto en una nube de humo de marihuana. ¡Con que el espacio–tiempo! No. Lo que hay es el espacio y el tiempo, por separado, y ambos son realidades mentales, turbulencias del cerebro. Por fuera de mi cabeza no existen”. Así comienza esta aventura de truculencias teóricas que va a contrario de todas las ideas del Universo, que contradice la Ley de Newton y demás, una cosmología y cosmogonía irreverente, frenética y lenguaraz, propia de ese estilo que caracteriza la impronta del autor.
EL LIBRO DE LA SALSA CÉSAR MIGUEL RONDÓN Turner España, 2017 490 pp. Tercera edición del libro de culto sobre el último gran género tropicoso que, más allá de cuestionamientos, mantiene su identidad. La música del Caribe que anuncia el subtítulo, en términos de creación musical, tiene a Nueva York como su extremo, pero a nivel de los escuchas pasa por los sonideros citadinos como los del barrio bravo de la hoy Ciudad de México. Rondón, venezolano nacido en nuestra tierra, no modifica su texto original; solo apunta lo que hace de la salsa en nuestros días un género vigente.
F U EG O
EN LIBRERÍAS
L E N TO ×
PLANETARIO
Mauricio Molina Almadía México, 2017
El tiempo de los astros ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com
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e saberes cátaros y gnósticos, de prácticas reservadas a los discípulos de Hermes Trimegisto, de libros extraviados o simplemente olvidados que hablan lenguajes secretos, de ritos de paso y arcanos estelares, de transmutaciones alquímicas y del tiempo de los astros, más que de hechos simples o cotidianos, está hecha Planetario, una novela en verdad rara en las actuales bibliotecas mexicanas, sobrepobladas por analfabetos sanguinarios, adictas a la cocaína, detectives apestosos y políticos cínicos. En el centro de Planetario, que tiene la forma del Sistema Solar, hay una Sociedad Astrosófica que rige el destino de magnates, actrices, modelos, y de su protagonista, un damnificado del alcohol y la locura quien realiza un viaje iniciático a través de las potencias representadas por los nueve planetas: nueve mujeres que ofrendan “un aura, un poder, un atributo” y, en muchos casos, su propio sacrificio. El viaje iniciático tiene mucho de thriller fi losófico. Las mujeres a las que el protagonista ama y pierde contra o por su propia voluntad se entregan como dádivas hasta volverlo capaz de sentirse Uno con el Universo, merecedor de atestiguar “la Plenitud de las estrellas”. En este punto, el lector tiene el bien ganado derecho a preguntar si se halla ante uno de esos potajes esotéricos a la manera de Carlos Castaneda, siempre dispuestos a revelar enigmas del calibre “el hongo es una entidad consciente”. Si en algo se distingue Planetario de la charlatanería zodiacal es en su savia intelectual. En sus páginas es posible reconocer una tradición que se asienta en Ptolomeo, Platón, Paracelso, Ramón Llull, Giordano Bruno…, concentrada en los estudios de Francis Yates. Se nutre del ocultismo y convoca al sexo y al crimen ritual en cantidades astronómicas —de hecho, los personajes gozan y encuentran uno y otro con disciplinada resignación— pero jamás se vuelca hacia la vulgaridad doctrinal de muchos intérpretes del cielo estrellado. Como en los tratados de alquimia, el protagonista sigue el camino de la materia vulgar que va cambiando de estado y asciende hasta alcanzar la transfiguración espiritual. Quizá por eso su vida se resuelve en la errancia por ciudades que son sobre todo libros abiertos, capitales literarias, habitadas por los fantasmas de John Dee, Casanova, Borges, Pessoa… Así entonces: feligreses del horóscopo, devotos de la bola de cristal, aléjense de Planetario pues pertenece a la estirpe inaudita que sigue viendo en la novela a una forma elevada de conocimiento. L
CINE
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LABERINTO
ESPECIAL
Issa López
“El cine de género no tiene género” Vuelven convoca a esos fantasmas que alimentan los temores infantiles ENTREVISTA
I
ssa López puede presumir de ser la primera mujer en ganar el premio a la Mejor Dirección en el Fantastic Fest celebrado en Austin, Texas. Los méritos de la realizadora mexicana están en Vuelven, un filme de terror que cuenta la historia de Estrella, una niña de 10 años a la que se le cumple el deseo de volver a ver a su madre fallecida. El problema es que no llega de la manera en que lo esperaba. ¿Por qué casi no hay mujeres dirigiendo cine de terror?
Es extraño porque a las mujeres nos encanta el cine de terror. No entiendo por qué si nos gusta lo fantástico o el misterio no incursionamos en ello. Mi heroína es la directora Kathryn Bigelow, quien además incursiona en el cine de acción, género también poco tratado por las mujeres. La realidad es que el cine de género no tiene género. Hay rasgos de Estrella que me hacen pensar que Vuelven nace de una experiencia personal.
Me costó mucho trabajo descubrir eso que para ti es evidente. Empecé a escribir
HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com
la historia porque moría de ganas de incursionar en el cine de género. Crecí leyendo historias de pandillas y viendo películas como E.T. o Goonies. Tuve una infancia complicada y moría de ganas de huir con mis amigos con tal de escapar de mi realidad. Quería hablar del horror que habitamos a partir del terror, lo sobrenatural y los espectros. Hay un montón de muertos a nuestro alrededor y quería poner sobre la mesa la forma en que los niños lo viven. Yo estaba metida en esas reflexiones hasta que una amiga me hizo ver que era mi historia. ¿Usted perdió a su mamá de pequeña?
Sí, aunque de manera diferente. Mi madre enfermó súbitamente, se la llevaron y ya no regresó. No pude despedirme y no cerrar el ciclo tiene un costo. En la película hablo de cómo los fantasmas nos siguen y no nos dejan en paz hasta que no los reconocemos. Ahí radica el toque íntimo de la película: en la forma de proyectar los miedos personales.
Es una película íntima, pero tampoco quería dejar de dotarla de una
HOMBRE DE CELULOIDE
acción constante. La proyección de los temores de los niños se manifiesta en la amenaza real de la que necesitan escapar. Su película se suma a la tendencia de volver a contar historias de aventuras protagonizadas por niños. Un ejemplo exitoso es la serie Stranger Things. ¿Por qué estamos volviendo a este tipo de contenidos?
Vi Stranger Things cuando terminé de editar Vuelven, y por supuesto me encantó la serie porque representa la nostalgia de mi adolescencia. Sin duda se parecen, solo que diría que mi película es más oscura.
¿Quizá influida también por la violencia que vivimos y el hecho de que no son pocos los niños que pierden a sus padres?
Sin duda. No sabemos exactamente la cantidad de niños abandonados por la guerra entre cárteles. Lo vemos todo el tiempo, pero nos falta hablar de los huérfanos que genera. Hay dos maneras de abordar este fenómeno: por medio de la realidad, casi documental; y por la vía fantástica con el cine de género. Una inf luencia muy importante para mí fue District 9, de Neill Blomkamp, una película que habla del apartheid en África desde la ciencia ficción. L
FERNANDO ZAMORA
@fernandovzamora ESPECIAL
El síndrome de Gálatas
L
o primero que agradece uno en Blade Runner 2049 es que no destruye el sabor de boca que dejó la original. Y eso que Harrison Ford produce un poco de vergüenza tratando de ponerse al tú por tú con una replicante que recuerda la golpiza que le propinaron 30 años atrás cuando, basado en la novela de Philip K. Dick, Ridley Scott reflexionaba en torno al significado del ser humano. En aquellos años, Scott sostenía que la humanidad está en la mente. En la memoria para más señas. Hoy Denis Villeneuve reniega de esta posición y se inventa un Síndrome de Gálatas en directa referencia a la carta de San Pablo: “llegada la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer”. He aquí el milagro del que habla Wallace, daimon platónico de Blade Runner 2049: Dios ha abierto la matriz de una replicante y la humanidad es tal no porque tenga memoria sino porque es imagen y semejanza de su creador. Hace mucho que el cine estadunidense aburría con su visión mediocre de la ciencia ficción. Los bichos peludos de Star Wars, los navegantes interestelares y transgénero de Star Trek, los mutantes de Marvel y otros, alejaron al amante del género hacia la Rusia de Tarkovski (Solaris,
Blade Runner 2049. dirección: Denis Villeneuve. guión: Hampton Fancher, Michael Green, Philip K. Dick. fotografía: Roger Deakins. con Ryan Gosling, Harrison Ford, Ana de Armas, Sylvia Hoeks. EU, 2017.
Stalker) o la Francia de Godard (Alphaville). Los conocedores de hueso colorado, quienes fueron más allá de Asimov y su Serie Fundación no se dejaron engañar con las descocadas secuelas de Alien, mucho menos con los descerebrados pastiches bíblico–alucinógenos de los hermanos Wachowski y Darren Aronofsky. Justamente por eso es una buena película este Blade Runner 2049. No porque se crea uno lo de los daimon griegos sino porque hace honor a la etiqueta de “ciencia ficción” y reflexiona en torno a la
posibilidad de producir cuerpo, espíritu y alma en un robot. Esta es en verdad la clase de temas que uno espera hallar en estas obras. Temas que giren en torno a cosas como la relación entre vida y creación y no un puro artificio banal. Villeneuve hizo antes dos películas notables: Sicario es una suerte de política ficción e Incendios una auténtica tragedia griego–quebecois. Blade Runner 2049 puede aspirar con justicia al título de “ciencia ficción” como la entendían Stanisław Lem o los hermanos Strugatski. L
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ESCENARIOS
DANIEL GONZÁLEZ
Replicantes de la Galaxia MERDE!
BRAULIO PERALTA juanamoza@gmail.com
N La obra dirigida por José Acosta se presenta de jueves a domingo en el Teatro Santa Catarina
¿Dónde quedó nuestra conciencia? El deseo y la voluntad son los resortes que catapultan la acción de Las 99 monedas, basada en un relato anónimo de corte sufí TEATRO
U
na moneda dorada puesta en la mano del espectador le da la bienvenida al teatro. La voz nítida de una niña proviene del centro del oscuro escenario —sus palabras abren paso a la escenificación de una leyenda, Las 99 monedas, relato anónimo—, se puede percibir al ver cómo transitan las emociones por el cuerpo, la mirada y la voz de dos actrices y un actor, sobre una plataforma de dos piezas y al lado de un libro gigante, cuyas hojas resumen, en dibujos de líneas negras y antigua caligrafía, lo que la niña quiere hacernos saber. La actriz, María Teresa Garagarza, actúa el papel del rey y de la esposa del paje; el actor, Rodolfo Arias, interpreta a un sabio y al paje, y la niña actriz, Adamaris Madrid, juega el rol de hija de ambos. Este equipo artístico conforma el elenco de esta puesta en escena que parte de la dramaturgia de Noé Lynn Almada y la dirección de José Acosta, quien junto con la actriz Tere Rábago estrenara en 1994 Jardín de pulpos, basado en textos de Dario Fo, con su grupo, El taller del Sótano, en el Teatro de Paz de la UAM. Los años de por medio han mesurado el ímpetu lúdico de este director que en esta ocasión encuentra un cúmulo de elementos regeneradores a través de esta leyenda de origen oriental, mediante una estética que nos remite a varios siglos atrás, sujeta a elementos contemporáneos, lo que coincide con el concepto sufí del tiempo, en relación a que éste es una interlocución, una continuidad. Entre estos elementos se encuentra la escenografía e iluminación de Patricia Gutiérrez, quien sobre la madera de sus dos plataformas cuadradas deja que el entorno se inunde de oscuridad o de humo, mientras delimita con luz la lejanía de un bosque, el acercamiento a la casa del paje y subraya el lugar —algo
ALEGRÍA MARTÍNEZ alegriamtz@gmail.com
apartado pero presente— para la música que la niña genera al tocar instrumentos de percusión, de aire, cuerdas, madera o latón, al tiempo que da vuelta a las páginas del libro. El vestuario de Teresa Alvarado mezcla épocas en la capa del rey. Este diseño, incluida la musicalización de Alberto Rosas y las ilustraciones del libro hechas por La Dama, dan la impresión de estar ante sucesos que vienen de un tiempo remoto y suceden hoy. El espectáculo, con una consistente dramaturgia apegada al cuento, salvo detalles, alude a fragmentos de la filosofía sufí que observa la ausencia de una facultad intuitiva en la humanidad e intenta desarrollar gradualmente la conciencia interna. Las 99 monedas trata sobre la necesidad de un rey triste de averiguar el motivo de la felicidad de su paje, por lo que acude a un sabio que le revela el modo en que su servidor será transformado al entrar por sí mismo al Círculo del 99, donde se encuentra la mayoría, incluido el soberano. La inclusión de Adamaris Madrid, en el papel de la niña, otorga una ternura inusitada al montaje, al tiempo en que es testigo, receptor, acompañante de sucesos y apoyo en cuanto a música y acciones. Por su parte, tanto Garagarza como Arias, que se desdoblan en sus dos personajes en situaciones opuestas, logran que sus cuatro personajes adquieran una presencia sólida durante toda la acción. Aunque Acosta necesite todavía conducir a sus actores hacia mayores hallazgos, y por encima de un final que el montaje no necesita recalcar, porque el espectador para entonces ha comprendido lo medular, el montaje es una buena experiencia, que muestra con claridad esa conducta artificial que nos determina y nos regala, además, imágenes, sonidos y esa única moneda, como brillante recordatorio de lo que poseemos. L
o es una obra de teatro en sentido estricto del término. Oscila entre una conferencia y un docudrama en estilo de comedia con mensaje social. No es un espectáculo visual sobre las redes sociales y los peligros de la pérdida de la vida privada, aunque lo parece porque juega al éxito comercial de la temporada, con actores de renombre. La escenografía virtual juega un papel preponderante. Y la sorpresa final sin decepción para nadie, incluidos los escépticos. Digno de recomendar. Privacidad, escrita por James Graham y creada por Graham y Josie Rourke es una mezcla teatral que hay que ir a ver como una instalación donde las personas somos todo menos vida personal. Aceptar el juego abierto donde queremos ser biografía sin pasar por los libros, sí, por la Galaxia Gutenberg a través de un Smartphone. Eso, o el alejamiento de la vida galáctica donde la extinción no nos absolverá. Hace tiempo se cuestiona y analiza internet, creado hace 25 años, y su implicación en usuarios. Nadie puede estar fuera porque aislarse implica la pérdida laboral y nuevas relaciones humanas. Somos sujetos al arbitrio público de nuestros gustos más íntimos, incluido eso que no quisiéramos nadie supiera porque es un secreto. En la obra hay pruebas de lo dicho: se les pide a los espectadores tener prendidos sus celulares y ser parte de la puesta en escena. El final es… Tienen que verla. Ya existen novelas, películas, ensayos, arte contemporáneo… Faltaba el teatro (aunque el mexicano Luis Mario Moncada se adelantó espléndidamente en 9 días de guerra en Facebook). Los creadores no vienen precisamente del teatro comercial a pesar de su éxito mundial (en Nueva York el actor principal fue Daniel Radcliffe, que interpretó a Harry Potter). Diego Luna y Luis Gerardo Méndez alternan el personaje del escritor que nada quiere con las nuevas tecnologías pero termina involucrado en una historia de amor a través de internet. No es ésta una recomendación de crítico teatral, sino de experiencia sociológica para quienes no saben que sus existencias pueden ser otras después de esa modernidad intergaláctica donde la vida empieza y termina en un Smartphone. Insisto: visualmente vale mucho la pena. De las pocas veces donde la protagonista de una obra es la escenografía. Nueva York en esta puesta en escena bien puede ser una creación no escritural de Philip K. Dick o Ray Bradbury o Isaac Asimov o Huxley. Porque a pesar de ser realidad la vida moderna en redes, no deja de tener sus toques de ciencia ficción todo aquello que sucede en nuestro entorno. Nadie puede escapar. La privacidad queda en último plano. Aceptar que estamos atrapados es quizá el único resquicio de libertad para encontrar acomodo en esta era donde, como en la película 2049, y su clásico Blade Runner, ya todos parecemos replicantes de la Galaxia. L ESPECIAL
Diego Luna, protagonista de Privacidad
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LABERINTO
ESPECIAL
Minuto 41 DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com
TOSCANADAS
A
bro una página deportiva y leo este párrafo: “Los locales se pusieron al frente en el marcador al minuto diez con un gol de Adrián Luna en jugada de balón parado, en la cual Moisés Muñoz ni siquiera reaccionó. Cristian Menéndez marcó el segundo tanto, al 41, y aunque Puebla intentó descontar, le fue imposible al perder un hombre al minuto 59 tras la expulsión de Pablo Cáceres”. En cambio, he aquí un párrafo que tomo al azar del libro que ahora leo: “Incluso Próxima Centauri, la estrella más cercana aparte del Sol, tiene un ángulo de paralaje de menos de 1. (Próxima Centauri es miembro del sistema estelar triple Alfa Centauri, y tiene un ángulo de paralaje de 0.77”. Si la órbita de la Tierra alrededor del Sol se representase con una moneda de diez centavos de dólar, entonces Próxima Centauri estaría a una distancia de 2.4 kilómetros.) De hecho, este cambio cíclico en la posición de una estrella es tan difícil de detectar que no sería sino hasta 1838 cuando fue medido por
primera vez por Friedrich Wilhelm Bessel (1784–1846), un matemático y astrónomo alemán”. En la deportiva, nos enteramos de algo aunque no aprendamos nada; en la segunda uno se entera de varias cosas que se acumulan en un saber. Por eso hay conocimientos nutritivos, que suman y construyen el cerebro, la inteligencia, las ideas, la cultura, y hay datos chatarra, que apenas ocupan algunos inanes bytes en la masa encefálica. Así memorizara la crónica deportiva, no se me ocurre en qué momento de la vida podría venir a cuento que “Cristian Menéndez marcó el segundo tanto al 41” o que expulsaran a Pablo Cáceres en el minuto 59. En cambio, no comento las virtudes del otro párrafo, pues si el lector no las nota, vaya saliendo del suplemento cultural y pásese a la sección deportiva. Aunque lo cierto es que la nota futbolera la comprende cualquier simplón, y el párrafo del libro de astrofísica requiere un bagaje más completo para entender qué es un ángulo de paralaje, qué representan
Alfa Centauri
las comillas después de los números o qué es un sistema estelar triple. El cerebro acumula mucha información inútil que podría borrarse sin consecuencias, y otra que haría notar su ausencia. Por ejemplo, si de pronto nos borraran la tabla del cinco. Pero lo bueno es que todavía no se conoce que algún cerebro se haya llenado como disco duro, y en cambio se sabe de muchos que andan semivacíos. Borgianamente, pienso en un libro de unas quinientas mil páginas que fuese exhibiendo lo mejor del conocimiento humano en el orden idóneo, con información armónicamente
LA GUARIDA DEL VIENTO
entrelazada, combinando ciencias y humanidades, cuyas primeras páginas fueran para niños avispados, luego para jóvenes cultos, más adelante para adultos sabios. Se supone que algo parecido intenta la escuela, pero lo hace sin orden ni certeza ni disciplina. Yo no lo sé de cierto, pero supongo que en algún momento ese libro magno nos hablaría de un ángulo de paralaje de 0.77”; y en cambio sí tengo la certeza de que en ninguna de su medio millón de páginas encontraríamos a Cristian Menéndez anotando un tanto al minuto 41. L ALONSO CUETO ESPECIAL
El gran combate L
a muerte de Fernando de Szyszlo a la, para él, temprana edad de 92 años, nos deja una estela de imágenes y frases a las que aferrarnos. Nacido en 1925, en Lima, hijo de Vitold de Szyszlo, un biólogo polaco que estudió la flora y fauna peruanas, y de María Valdelomar, hermana menor del gran cuentista Abraham Valdelomar, De Szyszlo heredó tanto la disciplina de su padre como el culto a la fantasía de su familia materna. Vinculado a México por el matrimonio de su hermana Juana con el Premio Nobel Alfonso García Robles, fue además, junto con su primera esposa Blanca Varela, amigo de la juventud de Octavio Paz durante el periodo en el que ambos estuvieron en París, a fines de los años cuarenta. El recuerdo de las fiestas con guitarra y bailes de mambo con los amigos latinoamericanos de entonces aparecían muchas veces en la conversación de Blanca y Gody, como lo llamábamos con cariño. Siempre supo que el arte solo puede lograrse en un intento encarnizado y coherente por quebrar los límites. Fue un luchador comprometido con su vocación y con su país, de cuyas imágenes costeñas y andinas se nutría. No había otra vida que la de la creación. Cuando se sentía recuperado de alguna dolencia me comentaba siempre: “Estoy trabajando”. Sus cuadros dramatizan una danza radical entre el erotismo y la muerte. Sus formas afiladas (rojos y
Fernando de Szyszlo
negros, azules y amarillos) siempre aluden a la danza radical de los extremos. La idea del combate era un epicentro. Definía un cuadro como el despojo de una batalla, los restos en la búsqueda del cuadro perfecto. También afirmaba que cada cuadro es el homicidio de un sueño pues toda obra artística es la sustitución concreta de una visión. Gran aficionado a la literatura —Saint John Perse, D. H. Lawrence, Vallejo, eran algunos de sus autores—, siempre participó en la batalla por los valores de la sociedad en la que vivía. Su relación con Mario Vargas Llosa (ambos
decían del otro que era su mejor amigo) se cimentó en la lucha cívica. Comprometido con el combate, había aprendido también que el humor, la tolerancia y las sutilezas de los afectos eran necesarios para vivir y entender la vida. Su autobiografía, Una vida sin dueño (Alfaguara), es, entre otros muchos libros, una historia de amor a su segunda esposa, Lila Yábar. Después de un accidente casero, Gody y Lila fueron encontrados el lunes pasado en el piso con las manos entrelazadas. No se me ocurre un final más adecuado para un amor entre las luces y las sombras. L