Laberinto No.764 (03/02/18)

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Laberinto

GENERACIÓN 68

NÚM. 764

MILENIO

sábado 3 de febrero de 2018 FOTO: FOTOTECA MILENIO

juan manuel gómez, iván ríos gascón, julio patán, alejandro páez varela, josé antonio aguilar rivera p. 04


ANTESALA

sábado 3 de febrero de 2018

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LABERINTO

ESPECIAL

El mártir de la nación perdida ARMANDO GONZÁLEZ TORRES @Sobreperdonar

ESCOLIOS

L

as acciones del Youth International Party de Estados Unidos y de sus militantes, los yippies, constituyen uno de los episodios cumbre de la contracultura del 68. Abbie Hoffman (1936-1989) fue uno de los profetas de los yippies, cuyo delirante activismo condujo una rebelión generacional que buscaba la liberación social y espiritual y luchaba contra la aberrante alienación de los medios masivos, a menudo utilizando sus mismos recursos. Aburridos por el dócil pacifismo de diggers, hippies y demás especímenes de la utopía florida con los que habían convivido, los yippies agregaron a la buena vibra de sus colegas una dosis significativa de espectáculo y radicalidad política. Su estrategia (que anticipa mucho la política contemporánea) consistía

ALFILERES ARMANDO ALANÍS @elsaltillero

en vociferar, payasear, atraer cámaras y ganar las voluntades de sus auditorios con promesas imposibles (en este caso, la nación Woodstock, una tierra prometida del comunitarismo, la autogestión, el ocio creativo, el sexo libre y la mariguana). Los yippies pueden adjudicarse algunos de los happenings políticos más exitosos de la época y son célebres las ocasiones en que arrojaron billetes en la Bolsa de Valores de Nueva York para ver a los corredores disputárselos o cuando sometieron a un exorcismo masivo al Pentágono o cuando sabotearon una convención del Partido Demócrata y, al ser juzgados, se convirtieron en los más famosos y jocosos enemigos públicos. Además de provocador profesional, Hoffman recopiló en varios libros su cosmovisión, hecha de

Abbie Hoffman

retazos, ocurrencias y arranques emocionales, aunque no carente de encanto. Yippie, una pasada de revolución (Antonio Machado libros, Madrid, 2013), publicado originalmente en 1968, mezcla festivamente todos los géneros y muestra tanto la creatividad como la megalomanía de su autor. Hoffman hace de la política una borrachera, no encuentra diferencia entre el argumento, el mitin, la representación, el ritual comunitario o el disturbio: “El radicalismo no funciona paso

La vieja se peina ante el espejo como si pusiera en orden sus recuerdos.

#DondeEstaMarcoAntonio LOS PAISAJES INVISIBLES

E

a paso, lógica o racionalmente: el radicalismo es una explosión histórica del cuerpo y de la mente, un orgasmo espiritual, una aventura en la que los individuos cambian de la noche a la mañana”. Consagrado por sus escándalos y luego olvidado, Hoffman se acostumbró malamente al ocaso de sus ideales y a su propia vejez: apenas pasados los cincuenta, emprendió su último acto de protesta contra la domesticación de las mentalidades e ingirió un coctel mortal de medicinas. L

n el oscuro y divertido filme Tres anuncios por un crimen, de Martin McDonagh, a una ruda fémina de nombre Mildred se le ocurre contratar por un año los espectaculares escarapelados de una carretera por la que nadie transita, salvo los despistados o las vacas, para reclamarle al sheriff de un pueblucho llamado Ebbing, en Missouri, la abulia por esclarecer la violación y el asesinato de su hija. La queja pública la lleva a la confrontación no solo con la policía sino con la gente cercana al sheriff, pero la tosca Mildred se mantiene firme e, incluso, escala al desafío: cuando el sacerdote intenta persuadirla para que deje de propagar la ineptitud policiaca, ella responde con una coherente evocación acerca de una ley de los años ochenta que se instauró en Los Angeles para frenar la expansión de las pandillas, principalmente las de los Crips y los Bloods. Dicha ley funcionaba así: cualquiera que se enrolara en una pandilla se convertía, automáticamente, en culpable de los delitos que cometieran sus colegas, hubiera

IVÁN RÍOS GASCÓN @IvanRiosGascon

participado o no en el crimen, estuviera o no en el lugar de la fechoría, inclusive si a la hora en que se consumara el delito el afiliado estuviera echado en el sofá viendo televisión. Mildred culmina su evocación poniendo al sacerdote como ejemplo: “digamos que el clero es como una de esas pandillas y usted, al llevar sus colores, al ser parte de la banda, es culpable si uno de sus correligionarios viola a un monaguillo o a cualquier chico o viola a lo que sea, aun si cuando eso suceda usted esté en casa fumándose una pipa y leyendo la Biblia. Es culpable por el simple hecho de pertenecer al club”. La perspectiva de esa ley que alude Mildred me hace pensar en la maquinaria político– institucional que controla a México, porque el meollo de un código de ese talante, en apariencia inicuo o hasta autoritario, se enfoca en la connivencia (del latín connivere, o sea, cerrar los ojos, hacerse de la vista gorda). Veamos un ejemplo (uno de tantos, solo que es el más reciente), que conmocionó a la opinión pública y ocurrió en la Ciudad

de México: a un menor de edad, Marco Antonio Sánchez Flores, estudiante de preparatoria que no cometió ninguna falta, lo captura arbitrariamente un comando policiaco en la estación del Metrobús Rosario. Lo golpean frente a varios testigos, lo suben a una patrulla pero nunca lo presentan ante el Ministerio Público. En las redes sociales se conoce el hecho y se vuelve viral con el hashtag #DondeEstaMarcoAntonio. Cuatro días después (sí, cuatro después del ultraje policial sobre un menor de edad) el gobierno de la CDMX da la cara pero solo para justificar y exculpar los delitos de los uniformados, el más grave, aunque no quieran, es el de desaparición forzada, y tras una rueda de prensa de Miguel Ángel Mancera, Marco Antonio aparece “milagrosamente” en otra latitud, el Estado de México, y en deplorable condición física y mental. Pensemos en los miles de tweets sobre el caso de Marco Antonio como los anuncios que puso Mildred en una remota carretera en la que solo pasan los despistados y las vacas (los que gobiernan o que tienen algún tipo de responsabilidad ante la ciudadanía deberían transitarlas todo el tiempo) y ahora meditemos en las circunstancias, las anomalías y las repercusiones de su detención. Si cruzamos estos datos con la frustración y la impotencia ciudadana ante los incontables episodios de corrupción, impunidad policiaca, indolencia institucional y atropello de garantías y derechos, ¿usted cómo aplicaría la ley de la que habla Mildred a las pandillas, los clubes y colores que controlan al país? La connivencia también es tolerancia o disimulo ante las faltas, violaciones, transgresiones, abusos de los subordinados por parte de un superior, de aquel que tiene la autoridad para evitarlas. L

dirección josé luis martínez s. edición roberto pliego, iván ríos gascón arte y diseño salvador vázquez


MILENIO

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× V Í CTO R

M A N U E L

sábado 3 de febrero de 2018

ANTESALA

ESPECIAL

M E N D I O L A ×

Nacimiento Este poema forma parte de un libro en progreso

J

osé, sin encontrar una razón, aceptó con un gesto de verdad, que implica no saber, la gravedad preñada de María. En un rincón de su taller sintió la soledad imperiosa y asaz del corazón. Solo él sabía de esa gestación extraña que era crueldad o bondad. Mientras se oía oír a su mujer, por la ventana abierta entraba el viento y el viento le traía la conjura. Cuando nació Jesús, en el haber donde comen los bueyes y el jumento, José encontró la claridad oscura.

×EKO×EX LIBRIS×EOS Y ORIÓN×

Nuevos mapas del contagio BICHOS Y PARIENTES

A

JULIO HUBARD

sí como hay post–verdad, igual han de existir un post–saber y una post–ignorancia. Todo ello al gusto del individuo o grupo, al fin que el conocimiento es a la carta. La tentación de saber más que el saber común puede ser la cifra del descubrimiento y del genio, pero también puede ser estupidez pura. Y ni los más brillantes están a salvo. Noam Chomsky —abuelito de los chairos, pero sin duda uno de los más grandes filósofos del lenguaje— quiso ir más allá de la mente cautiva de la información pública y supuso que la libertad aparente puede ser peor prisión que los calabozos; o Michel Foucault, que estaba seguro de que el sida era fake news. Ambos aplaudieron como focas la tiranía mientras buscaban la liberación. Los que saben más, o de modo ulterior son, por ejemplo, esos listos que no se dejan engañar y no solo están más allá de la (des)información sino que se rehúsan a seguir siendo víctimas de los métodos con que la plutocracia y los poderosos someten a la población, reduciéndole su capacidad intelectual e incluso envenenándola. Ellos saben que las vacunas causan autismo y reducen el desarrollo cerebral. Nunca he conocido a un creacionista ni a un terraplanista (sí: quienes juran que la Tierra es plana), pero he escuchado por varios lados a padres de familia que seriamente piensan en no vacunar a sus hijos. El contagio primero es el virus del post–saber. Luego llegan los microorganismos. El portal vaccineswork.org ha publicado un mapa inquietante: los brotes de sarampión, paperas, polio (¡carajo: polio!), tos ferina y otras enfermedades que, según la sensatez, habían perdido la pelea contra el progreso, han vuelto y precisamente en los países más desarrollados: Estados Unidos, Europa y Australia. Justo donde los índices de libertad, desarrollo científico, educación y riqueza son más altos. Las vacunas no solamente tienen sentido por la propia salud, bienestar y presencia, también son respeto por los demás; el reconocimiento básico y elemental de que nuestro propio cuerpo está conectado con los otros. Al menos, eso nos enseñan las enfermedades contagiosas: que mi cuerpo y mis actos no son solo de arbitrio propio: implican una responsabilidad hacia los demás. Las formas del post–saber han puesto al mundo más desarrollado frente a una crisis: el saber individual, que ya no necesita validación colectiva, o que puede formar nueva colectividad (porque tienen derecho), ese saber que puede prescindir del otro, del diálogo y la crítica, mata gente, o la deja baldada. L

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LABERINTO

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El año en que nací Iniciamos una serie dedicada a reflexionar sobre el significado del 68 mexicano con cinco evocaciones de escritores nacidos ese año, cinco momentos que invocan la memoria familiar, la experiencia personal y la mesura que da la mirada retrospectiva

TLATELOLCO Y EL VIENTO JUAN MANUEL GÓMEZ

T

engo la impresión de que Tlatelolco siempre será una sucesión de corredores por los que silba un viento furioso. Crecí ahí, en esa aglomeración monstruosa de edificios que albergan una cantidad insólita de gente. A pesar de que el azar me ha llevado en varias ocasiones a instalarme temporalmente de nuevo en alguno de los cajones de su gigantesco panal, y he constatado que la fisonomía de esa ciudad dentro de otra ciudad no se ha alterado demasiado, cada vez que camino por esos pasillos techados me invade la sensación de ser un intruso. El temblor de 1985 dejó chimuelo el proyecto urbanístico de Mario Pani, y puso jardines donde antes había edificios. De las 70 mil personas que podían vivir ahí en la década de 1960, cuando se inauguró, ahora solo hay lugar para 40 mil. Pero aunque en esencia es lo mismo, nada queda del Tlatelolco de mi infancia, y no me refiero a las construcciones que conocí entonces, porque ésas ahí siguen. El edificio Miguel Hidalgo, por ejemplo, a un costado del puente de piedra que continúa haciendo una parábola para cruzar sobre la avenida Guerrero, ahí está. En alguno de los escondites que se forman entre sus vértices, besé por primera vez a una niña. Subí y bajé sus escaleras y entré y salí de sus elevadores al menos una

FOTOTECA MILENIO

Centro de la Ciudad de México, 28 de agosto de 1968

En el piso 6 del edificio Miguel Hidalgo a los 9 años

docena de veces en días normales, ya que mi abuela tenía la costumbre de hacer sus encargos por partes. Había que bajar una vez a la recaudería por cilantro (y me daba una moneda), otra vez por unos bolillos (para lo cual siempre me proveía de una bolsa de papel —para ahorrar—), luego por un litro de leche o huevos. Cuando nadie se daba cuenta, sacaba otra moneda de su inagotable mandil y hacía un trato conmigo, con ese acento campechano que nunca perdió, a pesar de que llegó a vivir a la ciudad siendo una muchacha y aquí murió, 70 años después: “Manuelito, ¿quieres unos chocorroles? Anda, ve, y me das uno”. Sobre los pisos de mármol del sexto piso de la entrada A aprendí a deslizarme sobre

unos patines con ruedas de metal que se ajustaban a los zapatos. En uno de sus cuartitos de azotea, donde había sido exiliado mi tío Martín, asistí en absoluto silencio, tal vez a los doce años, al ritual de un grupo de vagos melenudos que colocaban acetatos sobre un tocadiscos y luego se ponían a mirar las cubiertas de cartón atenta y meticulosamente, como se mira una obra de arte abstracto. Ahí adquirí para siempre a Muddy Waters, a Deep Purple, a Led Zeppelin y a los demás autores del soundtrack que me mantiene con vida. Adquirí, se puede decir, “Simpatía por el diablo”. Venía en Beggars Banquet, el banquete de los mendigos, disco que tiene en la portada la foto de un baño amarillo pintarrajeado con letreros cochinos escritos con pluma sobre la pared (uno de ellos dice “Bob Dylan’s dream” y tiene una flecha hasta la palanca del WC), que salió a la venta el año en que nací: 1968. La noche del 2 de octubre de ese año, por cierto, yo contaba apenas con siete meses de nacido cuando cientos de muchachos huían de la masacre que se había desatado en la Plaza de las Tres Culturas. Intervino el ejército para reprimir un movimiento estudiantil que había conquistado a la opinión pública y distintos grupos sociales. Nunca se supo el número exacto de muertos. Los medios de comunicación reportaron 26, pero una investigación de 2006 constató la existencia de 44 cadáveres (entre ellos tres militares) y más de mil heridos graves. La leyenda dice, sin embargo, que la sangre corría como un arroyo entre las ruinas prehispánicas de la plaza de las Tres Culturas. Durante toda la noche se siguió escuchando el eco de algún taconeo esporádico seguido de varios disparos, decía mi madre. Algunos de ellos pegaron en los muros del edificio Miguel Hidalgo, que se encuentra sobre la avenida Guerrero, en la primera sección, a kilómetro y medio de la plaza. “Te abracé y me tiré en el piso, recargada en el muro que daba a la calle. Hasta que amaneció me di cuenta”, así termina siempre la anécdota mi madre, lamentan-


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do haberse guarecido en la zona de más peligro. Veinte años después leí La noche de Tlatelolco y sentí que ese acontecimiento era parte fundamental de mi génesis. Fui a marchas y grité “¡2 de octubre NO se olvida!” con ganas de que aparecieran unos soldados para partirles su madre por haber matado a esos chavos. Pero nunca aparecieron, y al cabo de los años poco a poco ese grito se fue ahogando en mi memoria, hasta desaparecer por completo. En aquella época leía a Sartre. Hoy, en cambio, a punto de cumplir 50 años, siento simpatía por el existencialismo, pero solo leo a Albert Camus. Cambié la militancia filosófica por la literatura a secas. Quizá es un poco absurdo pensar que el 68 tenga alguna relación con libros que se escribieron 20 años antes y que yo leí cuando tenía 20 años. Pero no es tan raro, porque estoy seguro de que esos jóvenes de Tlatelolco que corrían para evitar las balas represoras del Estado habían sido tocados (como todos los jóvenes que vivieron el Verano Francés del 68) por el alma rebelde de Meursault, el “extraño” (l’etranger) personaje de la novela de Albert Camus cuyo crimen no fue haber matado “porque sí” a un desconocido, sino no haber llorado en el funeral de su madre. Una idea como esa se queda girando en el interior de la mente, como un trompo suspendido en un movimiento perpetuo, y madura una rebelión vital que va más allá que cualquier teoría política. Diez días después de la matanza de Tlatelolco se inauguraron las Olimpiadas en México, como si no hubiera pasado nada. Supe por los libros de historia que dos atletas negros se habían manifestado levantando un brazo, con el puño enfundado en un guante negro, mientras se escuchaba el himno de Estados Unidos. Eran estadunidenses, pero negros, es decir, ciudadanos de segunda categoría, porque en esa época los negros eran tratados como basura, aunque hubieran ganado medallas en la competencia de 200 metros planos, y ellos no estaban de acuerdo. Eso ocurrió el año en que nací, y quisiera pensar que de alguna manera una rebelión sutil como esa es mi marca de nacimiento. Recuerdo mis travesías en bicicleta rumbo al edificio de Banobras, que actualmente sigue siendo —como cuando se construyó y el gobierno de Bélgica donó la campana mayor de las 47 que tiene su carillón— un prodigio de ingeniería y modernidad, pero que durante mi infancia no era sino un inmenso y resplandeciente cohete, donde vivían docenas de gatos, que apuntaba al espacio. Cuando percibo el bullicio del kínder donde por primera vez fui a clase se me hielan los huesos. Dicen que no lloré, que simplemente me dejé llevar por la mano de una maestra y que me pasé todo ese día observando cómo jugaban los niños a través de un cristal. Mientras tanto, por los andadores de Tlatelolco, silbaba el viento. L

sábado 3 de febrero de 2018

DE PORTADA

En Ciudad Universitaria a los 7 años

MI GRAN NOCHE IVÁN RÍOS GASCÓN

A

las 5:00 AM de aquel viernes supongo que buena parte de la Ciudad de México se desperezaba con la cadencia de “Mi gran noche”, de Raphael, pues a lo largo de tres meses el divo de Linares acaparó las frecuencias radiales según registros del Núcleo RadioMil, aunque el gusto le duró muy poco. A partir de julio, las orejas de los capitalinos prefirieron a Paul Muriat, a Gary Puckett & The Union Gap, a Johnny Dynamo y Los Leos, a los Bee Gees y los Beatles: el sencillo “Hey Jude” y el Álbum Blanco, uno de mis discos favoritos, se publicaron en el tumultuoso 1968 en que nací. Ah, el Álbum Blanco… la pieza perfecta con “Back in the U.S.S.R.” (escrita quizá solo para alebrestar a Chuck Berry), “Dear Prudence” (homenaje a la ascética hermana de Mia Farrow, que se entregó a la meditación perpetua), “Revolution” (recuerdo del Mayo francés),“Blackbird” (con el piar de aves grabadas en Abbey Road), “Sexy Sadie” (que no, no se inspiró en una chica mala sino en el Maharishi Mahesh Yogi, así de clavado estaba Lennon con su gurú), “Helter Skelter” (la rola que, cuenta la leyenda, retuerce más las psiques que crecen chuecas como un árbol, digamos la del tal Charles Manson y su family), “Honey Pie” (el flapper ideal para explicarle a la nena de tus sueños que no es que no la quieras, solo que eres perezoso), “Revolution 9” (el alarde experimental de John Lennon instigado por Yoko Ono, su fatídica lady Macbeth) y, en fin, todos los tracks de esa producción perfecta aunque, les decía, cuando caí a la Tierra muchos mexicanos tarareaban “Mi gran noche”, francamente no recuerdo si mi noche también fue lo mismo de grandiosa, lo más seguro es que haya sido todo lo contrario, dicen que no hay peor frustración que la de ser defenestrado del vientre materno, ese limbo protector que me mantuvo a salvo de los horrores de Vietnam (¿recuerdan la matanza que los Marines cometieron en May Lai el 16 de marzo?), las urdimbres que el individuo que despachaba en Palacio Nacional preparaba contra el Consejo Nacional de Huelga y el asesinato de Martin Luther King y el de Robert Kennedy, las pruebas atómicas de Nevada u otra cosa aún más horrorosa: el inicio del programa En familia con Chabelo. A las 5:00 AM de ese viernes del 68, una Ciudad de México muchísimo menos poblada se hallaba en rediseño. La Olimpiada, obsesión del individuo que despachaba en Palacio Nacional porque México estaría en la mira del planeta, precipitó la creación de la Villa Olímpica al sur de la metrópoli; el Velódromo; la Alberca Olímpica Francisco Márquez; el Palacio de los Deportes (que pocos recuerdan que se llama Juan Escutia y, en cambio, le conocen más como el

Palacio de los Rebotes); la Sala de Armas de la Magdalena Mixhuca, también llamada como uno de los cadetes del Heroico Colegio Militar, Fernando Montes de Oca: curiosa inspiración patriótica la de estos recintos en un año cuyo octubre lo encasilló en la historia como el de luto patrio, y curiosa circunstancia la de ese amanecer de mi gran noche: nací en un hospital de Tlatelolco, poco menos de cuatro meses antes de la masacre en la Plaza de las Tres Culturas, un día simbólico por tres asuntos que habrían hecho enloquecer a John Lennon por su manía numerológica y su necedad supersticiosa. Caí a la Tierra el mismo día en que aterrizó Yasunari Kawabata, solo que él lo hizo en Ozaka en 1899, y adivinen quién fue el Premio Nobel de 1968. ¡Bingo!... Yasunari Kawabata. El día que caí a la Tierra murió el poeta italiano Salvatore Quasimodo, sí, el Premio Nobel 1959, y una más: Jorge Luis Borges zarpó hacia otras aguas el mismo día que Quasimodo solo que en 1986 (Borges nació en 1899, el mismo año que Kawabata). 1968 y sus películas emblemáticas. Mientras en México Carlos Enrique Taboada filmaba una decorosa cinta de terror, Hasta el viento tiene miedo, y se rodaban churros como Cuatro contra el crimen (dirigida por Sergio Véjar y escrita por Gabriel García Márquez) o bodriazos tipo Santo contra Capulina (bajo el mando de René Cardona), Stanley Kubrick hacía 2001: Odisea del espacio; François Truffaut dirigía Besos robados; Franklyn J. Schaffner, El planeta de los simios; George A. Romero, La noche de los muertos vivientes; Michael Anderson, Las sandalias del pescador; el cubano Tomás Gutiérrez Alea, Memorias del subdesarrollo; Roman Polanski, El bebé de Rosemary; Pier Paolo Pasolini, Teorema; Carol Reed, Oliver; William Wyler, Funny Girl, películas que quizá se vieron en el Metropolitan, el Ópera, el Teresa, El Paseo, no lo sé de cierto porque ya les dije que a las 5:00 AM caí a la Tierra cuando seguramente Lennon, McCartney, Harrison y Starr trabajaban noche y día para dar a luz el Álbum Blanco. (¿Será por eso que en todos mis cuentos y novelas hay canciones de los Beatles?... Eso importa poco porque en 1968 también nacieron otros músicos presentes en mis cuentos y novelas: Sarah McLachlan; Damon Albarn de Blur, de Gorillaz, de The Good, The Bad & The Queen; James Iha y D’arcy Elizabeth Wretzky de The Smashing Pumpkins; Kylie Minogue). En junio del 68 Raphael era famoso por su estribillo “Qué pasará, qué misterio habrá/ Puede ser mi gran noche/ Y al despertar ya mi vida sabrá algo que no conoce”. Y yo nada sabía ni nada conocía ese viernes a las 5:00 AM de mi primer sollozo. L


LABERINTO

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Ricardo Cayuela, Julio Pastor, Julio Patán, Luis García Romero, en el patio del Instituto Luis Vives, década de 1970

LA HERENCIA

S

JULIO PATÁN

uelo decirle a mi madre que a la hora de repartir la herencia debe tocarme más que a mi hermana, porque le salvé la vida cuando era un bebé. Como broma hace mucho que perdió la gracia, si es que alguna vez la tuvo. Pero el origen de la broma definitivamente no tiene nada de gracioso. Nada. Nací el 9 de septiembre del 68 en el Hospital Español, ese que descansa en Ejército Nacional, en los límites de Polanco. Este hecho les dará una pista sobre mis orígenes. Mis dos líneas familiares se componen de exiliados españoles de los años treinta, los que llegaron huyendo del franquismo. Exiliados fueron mis abuelos y tíos abuelos paternos, de clase proletaria, cercanos al Partido Comunista Español, o sea impregnados de estalinismo (recuerdo la habitación de mi tía abuela, Oliva, hermana de mi abuela, con esos carteles enormes de El Padrecito y Lenin, uno junto al otro, con esas miradas que me imagino que se disparaban hacia el porvenir, y que en todo caso apuntaban a la calle de 5 de Febrero, cerca del Zócalo). Y exiliados fueron los maternos, de una posición más burguesa, más ilustrada, y en lo político más moderada: mi abuelo trabajaba en el gobierno de Manuel Azaña, lo que hacía de él algo muy parecido a un socialdemócrata en el sentido actual del término. Mi padre, añada del 37, llegó a México a los dos años, mientras que mi madre nació ya en tierras chilangas. Estudiaron Letras Modernas en la UNAM, en los años en que merodeaban por esos pasillos Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco y Salvador Elizondo. Era imposible que no sintieran simpatías por el movimiento estudiantil, compuesto, en términos generales, por jóvenes unos años menores que ellos. Los líderes del movimiento en la Facultad de Filosofía y Letras, Roberto Escudero, que luego me daría unas indescifrables clases de pensamiento marxista en esos mismos salones, y Luis González de Alba, psicólogo, habían nacido en la primera mitad de los cuarenta. De ese año no tengo, por supuesto, recuerdo alguno. Sí, pocos, de los siguientes, los del echeverrismo y la guerra sucia, cuando la dirigencia sesentaiochera o andaba en fuga, caso de Marcelino Perelló con su aventura rumana y el propio Escudero, que se fue a Chile, o encerrada en el Palacio de Lecumberri, o recién liberada. Los recuerdo como años de inquietud profunda, continua. De zozobra. De las

conversaciones familiares retengo unas cuantas, muy borrosas, sobre la vigencia del modelo soviético y el grado en que su descrédito era justificado o consecuencia de las campañas de contrainformación de la CIA (al castrismo no lo discutía nadie, sobra decir). Pero recuerdo sobre todo el miedo a un golpe de Estado a cargo del ejército, a la manera centro y sudamericana. Hoy parece un miedo completamente fuera de lugar, pero recordemos lo de “Echeverría o el fascismo”, de Carlos Fuentes, y la rareza que resultaba la pseudodemocracia priista en un continente gobernado casi sin excepciones por dictaduras militares. México andaba convulso. En casa vivíamos una mezcla cultural y política singular, muy de época y muy de mi círculo, de jipismo —mi madre hacía yoga y usaba blusas de la India, zuecos y, dios la perdone, morrales, muy lejos de su afición actual a Calvin Klein—, nostalgia republicana —la banda sonora, al margen de la hegemonía de la clásica y las aportaciones jazzísticas de mi padre, incluía a Serrat, Paco Ibáñez y coros del bando republicano—, y socialismo a la mexicana —también escuchábamos a Óscar Chávez y Amparo Ochoa, y leíamos a Rius—. Pero la vivíamos en lo íntimo, de puertas adentro. México estaba lejos del salvajismo represor de Pinochet o la Junta Militar argentina, pero no era ajeno a esos horrores. Había control de los medios, había manifestaciones reprimidas, había operaciones de contrainsurgencia, cárceles clandestinas, desaparecidos, tortura. En casa, cualquier coqueteo con la militancia se había esfumado. Y es que, sobre todo, estaba la sombra del 2 de octubre. Cuando, de alguna manera, sí, le salvé la vida a mi madre. Ese día estaba dispuesta a ir a Tlatelolco. Pero estaba la monserga de su hijo, o sea yo, que no había cumplido aún el mes. Estaba eso, y el azar. Pasé gran parte de mi primera infancia con mis abuelos maternos, que todavía no regresaban a España, en la colonia Lindavista, justo en la zona más golpeada por el último sismo. Me cuidaron y me educaron en mis primeros años mientras mis padres volvían de trabajar. Ese día, por alguna razón, no fue posible. Mi madre se ahorró la masacre. La vida tiene eso: que tus actos más relevantes a veces son aquellos de los que no tienes siquiera conciencia, o memoria. Pero dejan una herencia, claro. Otro tipo de herencia, que también comparto con mi hermana. Ese 2 de octubre, no vivido, determinó nuestra infancia. L

TAMBIÉN DEL 68 Emilio Azcárraga Jean María Eugenia Blanco Palacios Abraham Cruz Villegas Lila Downs Eve Gil Alejandra Guzmán Dobrina Liubiomirova Mauricio Montiel Ignacio Padilla Ricardo Raphael de la Madrid Gloria Trevi Jorge Volpi

Marcha de ciudadanos, agosto de 1968


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sábado 3 de febrero de 2018

DE PORTADA

FOTOS: FOTOTECA MILENIO

A los 3 años

CURIOSA MEMORIA ALEJANDRO PÁEZ VARELA

L

Zócalo de la Ciudad de México, 13 de agosto de 1968

Estudiantes del Instituto Politécnico Nacional, 5 de agosto de 1968

a memoria es arbitraria, curiosa. En marzo cumplo 50 años y recuerdo con gran lucidez una ilustración que acompañaba un breve cuento en uno de mis libros de texto de primaria. No sé por qué se me quedó grabado para siempre (supongo que para siempre). Era una simple tendera en un segundo plano y frente a ella, sobre un mostrador, había perecederos diversos, como verduras y plátanos, además de refrescos perfectamente acomodados. Yo me preguntaba cuánto durarían sin refrigerar esas verduras y los plátanos, y quién se atrevería a comprarlos si se estaban pudriendo. O si esas “sodas” —como algunos norteños llamamos a las bebidas azucaradas— no estallarían en cuanto las destaparan. La ilustración me parecía irreal a esa edad. Creía que el mundo era un desierto, como en el que nací y crecí. Muchos eventos que se sucedieron en el centro y sur del país no los hice totalmente míos cuando era niño. Sabía que los olmecas, chichimecas, teotihuacanos, aztecas —y más lejos, los mayas— habían construido civilizaciones poderosas, pero crecí fascinado (así: fascinado) por las batallas de Ju, Gerónimo o Cochice. Si hablaban de pueblos indígenas, pensaba en rarámuris. Emiliano Zapata rezumbaba, pero yo era uno de aquellos Dorados de Villa —canto y escribo—, “de los que no damos valor a la vida, de los que a la guerra llevamos valor, de los que morimos amando y cantando: ¡yo soy de este bando!”. Dimensionaba, de niño, a Porfirio Díaz, y de la misma manera, al mismo nivel, conocía la historia del “más grande terrateniente de México, dueño del mayor hato ganadero del mundo”, el ex gobernador chihuahuense Luis Terrazas, mi propia versión de sátrapa. Vi, en las calles de mi barrio —la Melchor Ocampo— a los tecatos, los heroinómanos, caerse en la banqueta y no levantarse, algo que no se vio en esos años en el resto del país. Vi a los pachucos y a los harpys pelearse la calle a cadenazos, y canté, en la escuela pública, con el puño levantado hacia el norte: “¡No permitamos a ningún invasor/ listos a combatir!”. Todo esto lo cuento porque yo tengo mi propia historia sobre el 2 de octubre de 1968. Una historia personal, quiero decir. Y saco directo de la memoria del niño Alejandro la siguiente versión: que unos jóvenes protestaron porque eran muy pobres, y que los militares mataron a unos y a otros los encarcelaron. Que desde entonces muchos de los estudiantes estaban escondidos, incluso en Chihuahua, y que todavía los andaban persiguiendo. Un pastiche de hechos y medias verdades. Más adelante, mi hermano me enseñó ejemplares de una revista; se los había robado a mi tío Toto (Héctor, mi querido Héctor). La publicación se llamaba Por qué? Era en blanco y negro. Traía fotos terribles: soldados dando de culetazos a jovencitos; indígenas muertos; unos esbozados vestidos de militar que leían con el fondo de una estrella roja. Poco a poco, con las lecturas, fui aclarando los hechos que me llegaron de golpe. Y cuando era adolescente

conocí a Francisco Pizarro (y es mi amigo hasta hoy) y me contó una parte de esa historia en primera persona. Fueron saliendo más nombres, más fechas, más episodios, y la vida me llevó a conocer (y apreciar) a don Mario Menéndez, el director de la clandestina Por qué? Y hasta hoy sigo reconstruyendo, afinando una versión de aquellos eventos de 1968. La memoria es curiosa. A los 50 años acepta menos datos y se aferra a los recuerdos lejanos. Como el cerebro no guarda videos sino imágenes casi siempre fijas, y la memoria se compone de retazos que se atoran en la sinapsis, es necesario, a veces, preguntarse qué es lo que recuerdas del mundo y entonces el mundo se te representa, otra vez, en tramos seleccionados por un azar que no se comprende con precisión. No recuerdo el 2 de octubre de 1968 porque no estaba allí. Incluso las lecturas que me permitieron recomponer mi versión vaga están llenas de imprecisiones, como sabemos ahora, porque fueron escritas por autores apasionados que estuvieron parados en un lugar preciso, en un momento específico. Sin embargo sí recuerdo bien qué vino: un sistema que se venció a partir de esos hechos de represión y barbarie, y que a su vez parió otro, prematuramente podrido. Los procesos de la memoria nos exigen recordar para que la sinapsis no se diluya; nos obligan a recrear una y otra vez, adentro, ciertos tramos de la vida. O se esfuman en la nada. La neurología moderna nos enseña (David Eagleman, El cerebro, Anagrama, 2017) que somos lo que pensamos, y el razonamiento transita sobre lo que recordamos. Entonces somos lo que recordamos. Nací en un año que no recuerdo y del que he ido construyendo, de manera arbitraria, mi propia versión, que no incluye las Olimpiadas. Pero sí me enteré de un sistema podrido que se desmoronó a partir del año en que nací, para dar paso a otro con el mismo tufo a mierda. Y supe, ahora sí de primera línea, que mi generación ha tratado de recomponer los pasos de este nuevo-viejo sistema podrido, pero, hasta ahora, sigue batallando. Seguimos batallando. La piedra de Sísifo parece no avanzar mucho del 68 a la fecha. Nací en un año que es mera referencia para mí, porque en realidad no estuve allí. Lo que realmente guardo son los años que vi venir, donde apenas hubo héroes; donde apenas hubo logros; donde apenas si pudimos medio torcerle el brazo a gobiernos y gobiernos y gobiernos abusivos y perversos, rateros. Guardo más recuerdos de frustración en la memoria que imágenes de triunfo. Si alguien piensa en 1968 como un año en que ganamos algo, no estuve allí. Mi memoria irá declinando, declinando en los próximos años. Recuerdo esa ilustración de mi libro de texto de primaria y tengo muy presente todo el esfuerzo que hemos hecho, entre muchos, para levantar algo nuevo a partir de aquello que se quebró en 1968. Y he visto, y eso lo tengo más que claro, cómo hemos fracasado. Soy pesimista y me defiendo de la memoria con el pesimismo. Pero sé que todo se irá, pronto; la sinapsis quedará cucha, y luego no existirá. L


DE PORTADA

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LABERINTO

EN CASA AJENA JOSÉ ANTONIO AGUILAR RIVERA

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ací en 1968, unos cuantos meses antes sean las más importantes… Posiblemente la de la matanza del 2 de octubre. Mis principal de ellas sea una evaluación mesudos padres, universitarios, fueron rada y rigurosa —no intimista, testimonial, profundamente marcados por el movimiento. autocelebratoria o nostálgica— sobre el signiMuchos miembros de mi familia participaron ficado del 68 para la historia contemporánea activamente: en las marchas, volanteando y del país. Ese balance está aún por hacerse. discutiendo acaloradamente con amigos. Una Es necesario abrir un espacio de reflexión tía tuvo que esconderse al día siguiente de la y no solo de conmemoración. Los qués y masacre. Todos estaban involucrados de una los cómos abundan. ¿Qué exactamente fue forma u otra. Eso es lo que escuché creciendo. lo que el movimiento estudiantil cambió y El Movimiento era una gesta épica, heroica, de cómo? La simple constatación de que el país toda una generación. Para mí fue muy impor- que existe hoy es muy distinto al de hace 30 tante el 68 porque hasta él puedo rastrear cierto años es claramente insuficiente. ¿Podemos, ánimo iconoclasta que se manifestó cuando en efecto, rastrear todos los cambios positivos tuve edad suficiente para llamar a cuentas a —libertad ampliada de expresión, aparición esos relatos de guerra de mi niñez. En parte de partidos competitivos, elecciones en prose trató del parricidio intelectual y político ceso de normalización, creciente pluralidad que los hijos deben consumar para hallar su política en el Congreso y los estados— hasta propio lugar en el mundo. Con todo, pude haber el movimiento estudiantil?” adoptado las deidades familiares, pero algo En 1998 llegaba al poder la generación del en esa piedad devocional me sublevaba, y me 68, así como ahora ha llegado la mía. A los subleva aún. Creo que era porque el recuento 30 años no me impresionaba el récord de los del 68 a menudo se comparaba con la supuesta hijos del movimiento: “Pocas generaciones mezquindad e indiferencia de mi generación, han llegado a la vida pública en un clima que no creía en nada, que no tenía ideales y de tanta efervescencia ideológica y cultural que, por supuesto, no como la de los sesenta. El había estado en la plaza movimiento no auguraba de Tlatelolco esa fatídica nada menos que el surgitarde de octubre. Otros miento de una importante miembros de mi cohorte, generación que catalizara que este año cumple 50 la energía creativa de la años, adoptaron como protesta estudiantil. Por suyo el recuerdo de sus lo menos se esperaba una padres y desarrollaron generación a la altura del una nostalgia vicaria. Ateneo o los ContempoEso fue lo que vi en el ráneos. ¿Dónde está esa CEU de mediados de los generación y dónde están ochenta: los hijos quesus libros clásicos? ¿Cumrían estar a la altura de plió esas expectativas? sus padres, aunque su ¿Estuvo a la altura de las movimiento tuviera visos circunstancias? También de farsa. Entendí todo era de esperarse que ante esto cabalmente hasta el anquilosamiento del que cumplí 30 años. En régimen posrevolucio1998 la revista Nexos me nario el movimiento del pidió un ensayo sobre el 68 con el tiempo hubiera aniversario del movimiento dado origen a un nuevo estudiantil. Ahí escribí: A los 4 años, de la mano de su padre partido socialdemócrata “Con frecuencia creemos artífice de la transición que las experiencias vitales que nos marcaron democrática. ¿Dónde está —estuvo— ese como individuos también cambiaron signi- partido? Por el contrario, la democracia ficativamente a esa comunidad imaginada se demoró en llegar casi tres décadas. El 68 que llamamos nación. Así nuestros relatos produjo no una anónima fuerza de cambio íntimos se entrelazan con la épica nacional y renovación, sino varias corrientes políticas que es transmitida a las generaciones que nos con nombre. Algunas contribuyeron —y consuceden. Al principio, la osmosis simbólica tribuyen aún— a la construcción democrática funciona bastante bien: por un tiempo los mientras que otras la retrasaron. Hijos del 68 herederos de las gestas heroicas las reveren- son algunos de los actuales miembros de PRD, cian con devoción. Honran un recuerdo que del gobierno, así como los guerrilleros de ayer es a la vez propio y ajeno. Sin embargo, la y hoy. La generación del 68 ¿ayudó a liquidar el memoria colectiva no es intemporal. Con el quebrado sistema político o prolongó su vida? paso de los días y las noches el mito comienza ¿Diseccionó sus entrañas cuidadosamente? a desgastarse. Lo primero que se agrieta es ¿Explicó por qué logró sobrevivir 26 años cuando su contundencia. Esa es la primera señal de supuestamente se encontraba agotado? Estas decadencia: las fechas sacras no se cuestionan, son algunas de las deudas que tenemos con la se guardan. Paradójicamente, la pérdida del historia”. Hay más de un elemento de injusticia aura de inobjetabilidad expone estas gestas en este recuento. Ahora comprendo un poco a la acción corrosiva de la memoria. La con- mejor los dilemas de la generación de mi padre. secuencia inevitable es que comienzan los ¿Será el juicio de nuestros hijos menos severo? cuestionamientos y las dudas. Se trata de Lo dudo. Qué ha dejado la mía. ¿Dónde están regresar a la historia. Y la vuelta es dolorosa”. nuestras revistas intelectuales? Solo sobreviven Creía entonces que la generación del 68 las que fundaron nuestros mayores; hogares había sido autocomplaciente y había queda- en los que todavía habitamos. No construimos do a deber: “El 68 tiene muchas deudas con nuestras propias casas. Y un día nos pasarán, la historia. Y, tal vez, las más evidentes no qué duda cabe, la factura. L

Miret: pasión por la rareza RESEÑA SILVIA HERRERA

M

ás que una revaloración, que no la necesitan, los raros de la literatura nacional en tiempos recientes lo que han tenido es un acercamiento crítico por parte de lectores de las nuevas generaciones que aspiran a contagiar su interés por ellos. Destaca lo que Alejandro Toledo ha hecho con Francisco Tario; y ahora, con El bautizo de la noche. Pedro F. Miret (UAM, México, 2017), Javier Perucho hace lo propio con el autor de origen catalán abarcando todas las actividades a las que se dedicó: periodismo, escritura, dibujo, guionista de cine y actor. En su estudio panorámico, Perucho asume lo que fue el desafío, lanzado en un texto por Gerardo Deniz, amigo cercano de Miret y uno de sus primeros lectores junto con José de la Colina: “en la literatura mexicana del último veintenio, Miret casi no existe, cual se mire como sea, es injusto. Para el interesado en estudiar cómo se hacen o dejan de hacer los prestigios literarios entre nosotros el caso sería inmejorable. Ahora bien, ¿hay de veras alguien así interesado?” En su nota, Deniz se concentra sobre todo en la actividad literaria de Miret, la cual ha sido la más estudiada, pero en realidad el autor de Prostíbulos comenzó a fraguar su carrera como escritor en el periodismo, donde extendió su actividad al dibujo. Miret lo ejerció en la revista Sucesos para Todos y en la sección cultural de El Universal. Los gérmenes del universo que lo defi nirá escrituralmente, como novelista, cuentista y guionista de cine, los encontramos en su obra periodística, a la que no se dedicó mucho tiempo. Perucho se acerca a los rasgos temáticos y estilísticos de su escritura, en los que el uso de los puntos suspensivos (, lo llamaba Deniz) queda como su marca. Su labor en el cine adquiere la misma importancia que la escritura. Su acercamiento a esta área se debió a Luis Buñuel, quien fue su maestro. El guionismo fue su actividad fundamental, pero en varios casos, como el de Nuevo Mundo de Gabriel Retes, retiró su nombre de los créditos porque no estuvo de acuerdo en los cambios que le hicieron. También ejerció de escenógrafo, trabajo por el que obtuvo un Ariel por Pedro Páramo. El hombre de la media luna de José Bolaños. El acercamiento a la figura de Miret que realiza Perucho tiene valor porque no se queda en lo ya conocido y porque se sumerge en las zonas poco exploradas del autor al que estudia. Si bien la admiración del estudioso por el autor queda patente, no deja que ésta lo ciegue y aparecen observaciones críticas que invitan al lector a discutir. L


MILENIO

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× A

EL DIABLO EN EL CUERPO RAYMOND RADIGUET UAM México, 2017 175 pp. Entre las buenas cosas que dejó la Primera Guerra Mundial, si es que la destrucción sistemática del género humano puede tomarse a bien, se halla esta novela de tránsito, de auscultación minuciosa de la juventud y la carne palpitante. La joven enamorada y el joven recluta que marcha sin conciencia a las trincheras, y la presencia telúrica de un tercero en discordia, ponen en movimiento a esta novela que no duda en exhibir lo que significa amar a los libros que se leen, a la lectura como una de las poco visitadas experiencias amorosas.

ENTRE EL DÍA Y LA NOCHE ULISES PANIAGUA UAM México, 2017 70 pp. Doce cuentos integran este volumen subtitulado “Cuentos para morir de pie”, cuya mayor virtud es el sentido del humor. El crítico Luis Bugarini escribe que éste “es un libro que aspira a la libertad. No solo de manera manifiesta, sino al deseo de liberación interior, al anhelo de independencia mental y emocional. Con intenciones existencialistas, esta colección de cuentos obsequia personajes (algunos históricos, otros absurdos) que buscan deshacerse de una u otra forma de las circunstancias que les asfixian”.

PERIODISMO ESCRITO CON SANGRE JAVIER VALDEZ CÁRDENAS Aguilar México, 2017 348 pp. El subtítulo es más que elocuente: “Antología periodística: textos que ninguna bala podrá callar”. La selección, el prólogo y las notas corren a cargo de César Ramos, quien describe a Javier Valdez Cárdenas como “periodista y padre de familia, testigo del quiebre de ese núcleo frágil que constituye la familia”. Los textos no solo retratan a ese cáncer que es el narcotráfico sino las tribulaciones de una infancia sin rumbo, la condición de las mujeres que viven a la sombra de delincuentes, y la miseria indigna que no oculta su rostro.

SINFONÍA MARÍA TABARES UAM México, 2017 119 pp. Este volumen reúne tres poemarios de la escritora colombiana: el primero se conforma de cuatro movimientos reflexivos sobre la creación poética y la arquitectura íntima de la vida, una muerte simbólica y el caudal de circunstancias que conforman el destino; el segundo explora el alma de lo inanimado, en el que la poeta consigue una serie de iluminaciones que recuerdan la poesía oriental, y el tercero (poemario con el que obtuvo Mención de Honor en el Premio Nacional de Poesía Ciudad de Bogotá) es un viaje lírico por la otredad.

AGENDA DE LA AGONÍA BERNARD POZIER UAM México, 2017 153 pp. Traducidos del francés por Bernardo Ruiz, y revisados por Ana Cristina Zúñiga y el mismo autor, estos poemas dan cuenta del amor, la enfermedad y el infierno que se traduce en la postración y la pérdida. A Pozier hay que atribuirle su cercanía con la literatura mexicana y sus esfuerzos por convertirla en ciudadana del mundo. Va una muestra de este libro: “Casi cada mañana, despierto a la hora en que tú mueres y, sin embargo, cada día lo vuelves a hacer”.

F U EG O

EN LIBRERÍAS

L E N TO ×

NUNCA MÁS SU NOMBRE

Joel Flores Ediciones Era México, 2017

El padre o cómo huir de la escritura ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

¿

Por qué Nunca más su nombre —con la que Joel Flores obtuvo el Premio Juan Rulfo en 2014— no tiene arrestos literarios? Porque se limita a consignar los hechos. Solo refiere, solo procura, siempre a trompicones, hacer el recuento de los sinsabores que un padre violento y alcohólico ha impuesto a su familia. Cuando no hay consideración alguna por el estilo, toda historia no pasa de ser una enumeración a la manera de la lista que nos acompaña en el supermercado. Uno de los tres hijos de ese padre infame —al que le ha llegado la hora de la enfermedad y la debacle moral— conduce el argumento siguiendo el rastro de sus recuerdos, que se condensan en la mera formulación del odio, sin matices, sin claroscuros, sin abrirle la puerta a la ambigüedad. Leamos: “¿Dónde había estado papá?, ¿por qué nunca protegió a su sangre? ¿Qué le habíamos hecho nosotros para negarnos? Él era el culpable. No mi madre ni Jorge ni Sara. Mi padre que no nos quiso, mi padre que huyó, que solo nos daba noticias cuando la mierda estaba por sepultarlo. Mi padreculero y sorchodictador que hacía cagada todo lo que tocaba”. Y así nos vamos. Entre el presente del narrador —que resulta novelista después de un paso fallido por las mesas de redacción de un periódico de Zacatecas—, las visitas al pasado —la niñez indefensa, el sensibilidad exacerbada, casi blandengue— y la crónica de la violencia —cómo podía faltar— que nace de la complicidad entre narcotraficantes y autoridades políticas, Nunca más su nombre, insisto, no pasa de ser un encabalgamiento de rencores y desgracias. Leamos ahora este pasaje: “El viejo cogió la dentadura postiza que estaba en el codo del sillón, se la puso y se levantó. No cabía duda, los años habían sido duros. Las entradas de su frente eran más pronunciadas y las arrugas habían fisurado sus mejillas. No estaba gordo, ni delgado: seguía teniendo el corte de cabello al ras que hacía que su nariz y labios se notaran más pronunciados”. Sí: las entradas eran “pronunciadas” y su nariz y labios eran “pronunciados”. ¿Se entiende por qué Nunca más su nombre no tiene arrestos literarios? Olvidar que una novela se erige sobre un acuerdo verbal puede dar como resultado un producto como el que Joel Flores ha echado a rodar. Una madre sufrida, una hermana consumida por el abuso sexual de su padrastro, un hermano responsable y un amigo en problemas no hacen una novela. Puestos de esa manera, sin escritura, dan apenas para un melodrama que tendría mejor vida en la pantalla de televisión. L


CINE

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LABERINTO

ESPECIAL

Alberto Cortés

“Los campesinos no son objeto de caridad” El maíz en tiempos de guerra documenta la lucha de los pueblos indígenas contra el avance de los transgénicos ENTREVISTA

¿

Qué hace del maíz un alimento vinculado con la identidad nacional? El realizador Alberto Cortés se aproximó a cuatro comunidades indígenas y rurales para documentar el ciclo de producción de la planta y el peligro que enfrenta ante los transgénicos. Resultado de su investigación es el filme El maíz en tiempos de guerra. El maíz en tiempos de guerra se desprende de su filme anterior Corazón del tiempo.

Hay algunos vasos comunicantes aunque ahora me centré en el proceso del maíz. Por supuesto, hablo de campesinos, algunos son zapatistas pero no todos. En esta ocasión hice a un lado la ficción porque consideré que el documental era el género idóneo para vincularlo con su problemática. La película plantea un problema que en las ciudades parecemos ignorar.

Elegimos el título porque nos permite tocar varios puntos, entre ellos la guerra contra el narcotráfico y la

HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com

guerra transgénica, vinculada con la forma de alimentarnos, sin perder de vista que en México el maíz es muy importante porque es parte de nuestra identidad. ¿Por qué seleccionó cuatro regiones para hablar del tema?

En principio, quería tener los cuatro puntos cardinales, pero al final nos adaptamos a nuestras posibilidades y contactos. Llegamos con los huicholes, por medio de Eutimio, un personaje interesante y con una militancia muy fuerte en la red de defensa del maíz. Teníamos también a un campesino conocido en Tlahuitoltepec, a quien le propusimos que nos dejara seguirlo durante el proceso del maíz. Los dos restantes son chiapanecos y los contactamos después de una búsqueda ardua. Uno de los objetivos de la película es mostrar la vida campesina e indígena. Varios de los testimonios reparan en la importancia de la tierra como símbolo de identidad.

Es que así es. En esos pueblos, incluyendo

HOMBRE DE CELULOIDE

a los zapatistas, cuando alguien recupera un pedazo de tierra lo primero que hace es sembrar maíz: es una manera de hacerla suya. Algo importante de la película es que muestra la belleza de estas culturas. Respeté sus idiomas porque es una forma de trascender y hablar de cuestiones tan importantes como la resistencia al olvido. Si a alguien le tenemos que agradecer el freno a la entrada del transgénico es a los campesinos indígenas.

¿Por eso el tono costumbrista?

¿En qué términos planteó la relación con los campesinos para no vulnerar su dignidad?

Algunos de los campesinos entrevistados exponen que se rigen por el sistema de usos y costumbres.

Siempre dejé claro que nuestra relación sería de colaboración. Quería que nos contaran sobre lo que saben del maíz, terreno dentro del cual son sabios.

Es una forma de respeto. La cámara está a su servicio. Es importante destacar el entorno de limpieza y respeto a su comunidad. No son sujetos de caridad como muchas veces se nos hace ver. ¿Sigue predominando el cliché hacia estas comunidades?

No hablaría de cliché, sino de racismo. Se desprecia su cultura, predomina el desconocimiento.

Son pueblos que experimentan alternativas ante el desastre que vivimos como país. El autogobierno es una posibilidad real para estas comunidades. L

FERNANDO ZAMORA

@fernandovzamora ESPECIAL

Reír con la impunidad

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n Tres anuncios por un crimen una mujer mal hablada se enfrenta a la policía con esta estrategia: acusando en tres espectaculares al sheriff del pueblo de negligencia en las investigaciones por el asesinato de su hija. Las consecuencias no se hacen esperar: un policía humilla a nuestra heroína y lanza al dueño de los espectaculares por la ventana, el esposo de la mujer la amenaza violentamente y el hijo comienza a tener problemas en la escuela. El personaje más simpático, sin embargo, es justamente el hombre a quien atacan los espectaculares. El sheriff Willoughby no solo es una buena persona; tiene un secreto que estallará, textualmente, a la mitad de la película. Tres anuncios por un crimen es una de esas películas hechas para los amantes de las grandes actuaciones. Frances McDormand ofrece su mejor interpretación desde Fargo (1996). Han pasado 21 años y ha madurado lo suficiente como para sostener un mano a mano con Woody Harrelson, quien interpreta al amado sheriff del pueblo de Ebbing, Missouri. El principal atractivo de Tres anuncios por un crimen está en la recreación de estos personajes realmente entrañables en un patético pueblo al sur de Estados Unidos. Todos viven entre el racismo y la impunidad, entre el fastidio y la

Tres anuncios por un crimen (Three Billboards Outside Ebbing, Missouri). dirección: Martin McDonagh. guión: Martin McDonagh. con Frances McDormand, Woody Harrelson, Sam Rockwell, Peter Dinklage. Estados Unidos, 2017.

música country. Y aunque casi todos tratan de olvidar el asesinato y la violación de una mujer joven en este pueblo de aspecto apacible, hay tres espectaculares en la carretera que están recordándoles que ante la violencia, en cierta medida, todos somos culpables. El director Martin McDonagh ha realizado con Tres anuncios por un crimen, su segunda película, una obra de personajes atractivos y racistas. Porque racismo es la palabra clave en esta obra que justamente

por ello resulta tan actual: demuestra que a pesar de que juegan a exportar la democracia por el mundo, los estadunidenses están llenos de policías corruptos, funcionarios ineptos y burócratas coludidos con el crimen que tendrían que combatir. La pertinencia de McDonagh está en que no hace denuncia ni con enojo ni con cinismo. Lo hace con buen humor, llenando la pantalla de personajes cómicos que no permiten que nos amargue la impunidad. L


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ESCENARIOS

INBA

Un presente de cardos

En La espera, ex reclusos del penal de Santa Martha interpretan los delitos por los que fueron sentenciados PERIPECIA

C

uatro trompos luminosos caen uno después de otro sobre el suelo negro del escenario. El mismo número de hombres se aproxima a seguir con su mirada la danza vertiginosa del juguete, hasta que una variación en la velocidad del giro hace perder el equilibrio de este elemento cónico sostenido por un solo punto. Pareciera que siguen y observan parte de su vida, segundos antes de que las vueltas se hagan amplias y lentas, antes de la caída. Homicidio, violación, robo de autos y asalto a mano armada, fueron los delitos cometidos por los cuatros hombres que son actores formados en el penal de Santa Martha Acatitla, donde, durante el cumplimiento de 5 a 25 años de condena, se integraron a talleres pedagógicoteatrales, en los que se trabajan montajes de impacto social destinados a espectadores internos y externos. La espera, obra testimonial escrita y dirigida por Conchi León, que da a conocer cómo fueron cometidos los delitos por sus protagonistas, es parte del resultado del proyecto que realiza el Foro Shakespeare junto a la Compañía de Teatro Penitenciario, que cumple nueve años de labor. Una de las habitaciones del primer piso, habilitadas para funciones teatrales en el Foro Shakespeare, recibe a los espectadores que se sientan en gradas al frente y a un lado del escenario. Una ventana deja entrar la luz del alumbrado callejero y el pregón de un nocturno vendedor ambulante. Al centro, Javier Cruz, Ismael Corona, Feliciano Mares y Héctor Maldonado, protagonizan su propia historia. La ficción tiene muescas provocadas por haber vivido la acción que se renueva con cada función, aberturas por las que grita una verdad

ALEGRÍA MARTÍNEZ alegriamtz@gmail.com

Un momento de Los signos del zodiaco

que cimbra al espectador que la percibe en una voz ruda, en la mirada seca de los actores, en su contundencia al apuntar con una pistola, en el movimiento de su cuerpo, esculpido por el ejercicio, tenso y fuerte pero lastimado. La farsa se asoma de repente, cuando la progenitora, con rebozo a la cabeza, zapatos de plataforma y voz aguda, se abanica con el fajo de billetes que le da su hijo, y el humor derriba por segundos el asombro, para dar paso al horror que envuelve la tragedia y la pérdida por haber extraviado el equilibrio. La espera duele y reconcilia, expone la herida para sanarla. Cruda, violenta y estremecedora, la obra de Conchi León da un vistazo al infierno padecido por los cuatro hombres que cada noche traen de nuevo a su memoria las acciones que los condujeron a padecer vejaciones vividas y observadas durante los años de reclusión en el penal de Santa Martha. Sin embargo, Conchi propone, como directora, un espacio negro en el que resalta el color de los objetos y la presencia de los hombres, donde el juego va en serio, y un cochecito plástico se transforma en un hijo al que se le habla, o un superhéroe del tamaño de una mano es una posibilidad de alejarse por delgados cordeles que cruzan el espacio de una habitación que es abismo, celda, calle y espacio de esperanza. La aridez de los sucesos, la cruda honestidad con que se nombran las acciones, el fino margen por el que se cuela la coincidencia, la crueldad, la indiferencia, la violencia, la ternura, las imágenes nacidas antes del encierro, erigen un universo de cardos que revive en un espacio oscuro, donde el color de los objetos contienen vetas valiosas que los personajes– actores esperan recobrar mientras se despojan de un lastre que se desdibuja. L ESPECIAL

La pieza dirigida por Conchi León se presenta lunes, martes y jueves a las 20:00 horas en el Foro Shakespeare

Sergio Magaña está de regreso MERDE!

J

BRAULIO PERALTA juanamoza@gmail.com

ulio Ramírez recordará las noches en los años setenta en la calle de Santa Veracruz, cuando Sergio Magaña abría su piso del vecindario para reunir a quienes queríamos conocer al autor del mejor realismo al despuntar los años cincuenta. El dramaturgo, una leyenda viva entre jóvenes que pretendían escribir, dirigir o actuar para el teatro. Magaña nos observaba con sarcasmo y lascivia. Estábamos ante uno de los grandes escritores que plasmó literariamente el mural de la clase media baja en México, sin concesiones. José Joaquín Blanco escribió en Nexos que Magaña “anticipa en Los signos del zodiaco la literatura de los siguientes lustros: Los hijos de Sánchez, La región más transparente, José Trigo y hasta De perfil”. Agrego: si tuviéramos que hacer justicia literaria varias obras de esos autores hoy están olvidadas y Los signos del zodiaco se representa en varias salas teatrales del país y es motivo de estudio en escuelas de dramaturgia. “Su lenguaje coloquial es admirablemente efectivo, natural, y su vitriólica sátira a la clase media baja no ha tenido parangón”, puntualiza Blanco. Es el creador de las metáforas subliminales, con alturas poéticas en el lenguaje: la vecindad como una prisión, las lavanderas como un coro griego, las mujeres como un grito desesperado por su libertad; o el personaje del comunista —Pedro el Rojo—, el agorero del desastre social, el caos y la guerra. Un entorno donde la hostilidad, la humillación y la asfixia desquician a sus protagonistas. “Si la obra aún tiene actualidad, pobre de mi país”, dijo Magaña poco antes de morir, en 1990. Y sí, tiene actualidad 70 años después de escrita. No en balde el comunista llama a la ciudad “monstruolandia”. Hay quienes plantean la obra como un melodrama que no podría ser realista en estricto sentido. Lo mucho de poesía que contiene la pieza puede ayudar a entender el entuerto. De ahí la importancia de un montaje con profundo conocimiento del lenguaje. Atreverse a abordar las obras de Magaña es un reto actoral y de dirección. Hoy podemos ver el trabajo de Mauricio Pimentel en la Casa del Teatro, en un examen para actores de tercer año. Pimentel delinea y conoce la obra a la perfección. Pero fallan los actores. Ni Germán Castillo se salvó de la crítica de José Joaquín Blanco, en 1997. De la dirección de Salvador Novo, en 1953, se ha escrito que la llevó a cabo con un estilo naturalista de la pieza, antes que realismo. Pimentel se pierde entre el realismo y el melodrama, pero esa generación de actores no es convincente, muy jóvenes para interpretar personajes complejos como Lola Casarín o Ana Romana. Vaya a oír a Sergio Magaña: ese encierro sin escapatoria en la vecindad, que se adelanta al otro encierro de 1962 en el cine: El ángel exterminador de Luis Buñuel, aunque es de otra clase social: los ricos. Igual no hay salida.L


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LABERINTO

ESPECIAL

Mal hombre TOSCANADAS

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n uno de tantos hoteles cuyas habitaciones no tienen luz para leer, pero sí una enorme pantalla en la pared, me vi arrastrado a encender el televisor, y muy pronto recordé por qué detesto ese aparato. Luego de saltarme todos los canales alemanes, paré en la tele española porque había un documental sobre Camilo José Cela. Supuse que podría ser interesante, mas pronto me dio erisipela al ver lo que una mentalidad rascuache hace con un Premio Nobel. El hilo lo llevaba la nieta del escritor, incapaz de tejer una frase sin tropiezo y, aunque ya es bastante adulta, soltaba un discurso preadolescente: “Me hubiera gustado tener un abuelo que estuviera allí, que me contara cuentos, que me acompañara al cole. Me dio rabia evidentemente, rabia contra él, por haberse ido y por haber hecho tanto daño a tanta gente, no solo a mí o a mi abuela o a mi padre”. Como si el documental no pudiese hacer una segunda toma cuando se tuerce la palabrería, la nieta decía cosas como: “Al día de hoy me da pena, lo que pasa es que me da pena

DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

no haber vivido algo que sé que no habría podido vivir porque me da pena no haber visto la realidad del día a día…” o perlas metafísicas como: “El nombre al final va a condicionar la vida de la persona que nace y esa persona no ha hecho nada para merecer eso”, o cosas que más valdría no pronunciar: “Yo la figura de Cela que conocía era un poco la figura de… de… pos Nobel, ¿no? De las tonterías”. Esa nieta sabe tan poco de la condición humana que se da el lujo de juzgar a su sabio abuelo: “Mi abuelo se traicionó a sí mismo y traicionó al resto. Lo más triste, lo que me parece peor es que tú seas consciente de que te has equivocado y que por orgullo no seas capaz de rectificar. Yo creo que mi abuelo era una persona muy insegura. Y creo que esto le costó asumir el paso del tiempo y le costó asumir que se hacía mayor y creo que tuvo una manera de llevarlo poco inteligente y poco elegante y poco sincera”. La manera “poco elegante” de asumir el paso del tiempo fue dejando a su mujer para casarse a los setentaicinco años con una

Camilo José Cela

periodista de treintaicuatro. Bon appétit. Tal convirtió a Camilo José Cela en un truhán y la verdadera heroína viene a ser la abuela Charo. Porque la sabiduría no importa, la genialidad artística tampoco, el aporte a la lengua y a la literatura dan lo mismo, lo primordial en la vida es ser una persona cariñosa y abnegada. Si bien supongo que este desorientado feminismo ningún favor le hace a las mujeres. “Pues sí que cuando se murió y vi a mi abuela mal, muy mal”, dice la nieta, “yo en ese momento pensé… es que… maldito cabrón, es que hasta muriéndote haces daño”. Pero la TVE está en su papel de televisora, enlodando a los genios y presentando chismorreos a las

LA GUARIDA DEL VIENTO

masas iletradas. Mucha gente que desconoce a Cela sabrá ahora que no hace falta leerlo, pues es un mal hombre y tan ruin es su alma que no tiene nombre. Al final, luego de tanta moralina resulta que Cela nunca fue tan mal abuelo como mala nieta es la nieta. El documental titulado La danza de Formentor es lamentable, está para el olvido, pero lo menciono porque ilustra el espíritu de nuestros tiempos en que la ropa sucia se lava en cadena nacional, en que cualquier bobalicón pasa a sentirse autoridad porque se para frente a una cámara y habla simplezas con la osadía de un profeta al monstruo comebasura que se halla al otro lado de la pantalla. L ALONSO CUETO ESPECIAL

Salvar la vida

P

oco antes de su muerte, en 1977, Clarice Lispector tomó un taxi al hospital en Rio de Janeiro, acompañada de su amiga Olga Borelli. Sabía que le quedaba poco tiempo y en el camino le dijo a Olga: “Vamos a fingir que nos estamos yendo a París”. Clarice volteó hacia al chofer de taxi y agregó: “¿Por qué no viene con nosotros? Lleve a su mujer”. El chofer la miró con una sonrisa incrédula: “No tengo dinero, señora”. “Pero vamos a fingir que usted ha ganado la lotería. Nos vamos todos a París”, argumentó ella. Al llegar al hospital, el chofer le cobró veinte cruzeiros pero ella le dio doscientos. Clarice murió de un cáncer de ovarios a fines de ese año, dejando una obra asombrosa. Cuentos como “Amor”, “El búfalo”, “La mujer más pequeña del mundo” y otros están entre los más logrados que he leído. Me resulta impresionante que a los 21 años pudiera escribir una novela como Cerca del corazón salvaje. Benjamin Moser, que acaba de publicar una biografía sobre ella de casi 500 páginas, Por qué este mundo, cuenta que la descubrió muy joven: “Desde la primera página empecé a experimentar esa atracción sexual. Lo que siento hacia ella es amor”. Tanta fue su devoción que Moser se fue a vivir a Ipanema para investigar sobre su vida y para releerla. Todo en Lispector parece veloz y firme, desde el fluir de la conciencia hasta la vida itinerante de sus personajes. Nació en Ucrania, en 1920, en una familia judía, con el nombre de Chaya. Su madre había sido violada por soldados rusos que le habían contagiado la sífilis. Se pensaba que un nuevo parto iba a curarla. Clarice iba a culparse luego de no haber podido salvar a su madre de la enfermedad, con su nacimiento.

Clarice Lispector

Clarice solo tenía unos meses de vida cuando la familia llegó al estado de Alagoas, cerca de Pernambuco, y asumió un nombre brasileño. La imaginación la había bautizado. “Desde pequeña era un ser especial, muy bella de una forma llamativa”, dice Moser. “Decían que parecía Marlene Dietrich pero escribía como Virginia Woolf”. Se casó con Maury Gurgel, un diplomático con el que

tuvo dos hijos. Viajó con él a Europa pero lo dejó porque no podía soportar la vida lejos de Brasil y del portugués. A los 46 años, después de tomar unos tranquilizantes, se quedó dormida con un cigarrillo encendido y despertó entre las llamas. Casi pierde una mano. En Un soplo de vida, afirmó: “Escribo como si fuese a salvar la vida de alguien. Probablemente la mía propia”. Su última obra fue La hora de la estrella. L


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