Laberinto No.828 (27/04/19)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

PERSONERÍO

FERNANDO ZAMORA

JOSÉ DE LA COLINA

Desatinos y traspiés de El complot mongol

Rabelais y las travesuras de la adivinanza

Foto: Cine Qua Non Films

Ilustración: Gustave Doré

SÁBADO 27 DE ABRIL DE 2019 AÑO 15 - NÚMERO 828

Literatura infantil en voz de autores y lectores Raquel Castro, Patricia Curiel/ ILUSTRACIÓN: SHUTTERSTOCK


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ANTESALA

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ARTES VISUALES

Una estética del deseo MIRIAM MABEL MARTÍNEZ FOTOGRAFÍA ANTONIO CABALLERO

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urante la década de 1960, las fotonovelas planteaban una manera de captar la realidad, una narrativa que escena tras escena en blanco y negro mostraba una cotidianidad entre líneas exaltante de deseo. Su hacedor es Antonio Caballero (1940), cuya mirada provocadora se exhibe en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México. La muestra Antonio Caballero. Fotografía 1953-1985 no se conforma con ser la revisión de este fotógrafo, alumno de Héctor García e inventor de una manera visual de retratar el amor, el desamor y la pasión, sino de ver la obra de un artista que captó la modernidad mexicana. A través de su trabajo como fotorreportero captó la transformación de nuestra sociedad, con sus caprichos, aspiraciones, machismo, empoderamiento femenino, juegos de seducción, lucha de sexos, explosión urbana. En sus fotos está la sensualidad de una ciudad que se presumía internacional en su moda, autos, muebles y arquitectura, porque sus retratos eso son: los pasos de un México que presume su milagro. Si bien su trabajo es una fuente historiográfica del espectáculo, también es una ruta sociológica para entender los ajustes sociales de un país que abandonaba el campo para construir un futuro de acuerdo a las expectativas de un orbe que vaticinaba la estandarización del gusto. El encanto de la obra de Caballero radica en que capta esa necesidad por contar historias de carácter más global con un toque local. Un ojo estético que exhibe la sensualidad de los fotografiados sin renunciar al sentido del humor, que coquetea con el cine y la publicidad, que muestra un romanticismo que ya no es tan rosa, sino que es llamativo porque hay algo turbio en el apetito sexual que despiertan sus escenas. Pero esas ganas que caracterizaron sus imágenes famosas en la revista Cine mundial o en Capricho, Nocturno y Novelas de amor, y que despertaron las fantasías eróticas de los lectores, permanecieron ocultas por casi dos décadas hasta que el historiador Alfonso Morales las revivió en el primer lustro del siglo XXI. En sus imágenes se ven los síntomas aspiracionales de una sociedad de consumo y están las pretensiones de la modernidad y la nostalgia de lo que fue. Detallan el paso de un país blanco y negro que se adapta al tecnicolor y a la mujer moderna que asume su protagonismo y empieza a correr riesgos. Integrada por más de 140 imágenes, esta es la primera retrospectiva de un fotógrafo que contribuyó a definir una estética citadina del deseo.

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El cantante Sandro de América.

El complot mongol. Dirección: Sebastián del Amo. México, 2019.

HOMBRE DE CELULOIDE

La muerte del matón triste

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA CINE QUA NON FILMS

stoy convencido de que El complot mongol es una de las mejores novelas de México. Además, no soy de esos que creen que “siempre es mejor la novela”. El padrino, por ejemplo, es mucho más grande en cine que en papel. Habiendo declarado esto, puedo decir que la adaptación de El complot mongol traiciona el relato de Bernal, que su vulgaridad es un hecho tangible y que está muy mal dirigida. Todo ello se exhibe en el alcance dispar de todos los actores. El extraordinario Damián Alcázar, por ejemplo, coquetea con la cámara en traición flagrante del meditabundo Filiberto García, un personaje incapaz de decir “te quiero” que en esta adaptación se ha convertido en un calenturiento sesentón. Otro hecho incontestable es que poner a Alcázar sobre el mismo plató que Eugenio Derbez solo sirve para poner en ridículo a este último. Bárbara Mori no está tan mal; incluso Chabelo podría ser simpático si alguien se hubiera tomado la molestia de dirigirlo, pero desde los créditos de inicio, cuando, creativo, el cineasta se lanza guayabazos comparándose con Tarantino, uno siente la pena ajena; una pena que crece conforme la historia de Filiberto García se va desarrollando. Es claro que Tarantino atrae a los amantes del cine kitsch, pero

es difícil llegar a sus profundidades. No se hace una película como Perros de reserva dejando que Derbez siga siendo Derbez con la quijada tensa, los nervios del cuello hinchados y la risita nerviosa con la que hace todos sus personajes. ¿Hay alguien que crea que hace reír? Tal vez Sebastián del Amo, lo cual es uno de sus muchos errores pues la historia de El complot mongol causa una risa triste. Sus personajes miran el horror del futuro de México y aun así aman a este país. Y se ríen de sí mismos. En cambio, los personajes de Sebastián del Amo son caricaturas. Y están tan mal hechos que cuando por fin termina la película uno pregunta: ¿habrá leído la novela? Creo que no. De otro modo habría visto que el espía estadunidense habla sin acento, que el espía ruso es un hombrecillo gris, que el matón mexicano vive aferrado a un pasado glorioso y revolucionario que quién sabe a dónde se fue. En esta cinta, en cambio, el estadunidense dice “my friend,” el ruso espeta

No se hace una película como Perros de reserva dejando que Derbez siga siendo Derbez

patéticos discursos con acento ininteligible y el mexicano tiene el infumable tonito del albur chilango. Lejos del heroico trío que inventó Bernal, los tres espías que en esta película investigan el complot para asesinar al presidente Kennedy en México parecen salidos de la peor comedia del Canal 2, cuando los ejecutivos de Televisa creían que era simpático ponerle a un actor una peluca y dejar que otro lo albureara con acento extranjero. O tal vez sí. Tal vez del Amo leyó la novela de Bernal, pero lo hizo muy tarde, ya en las prisas de ponerse a dirigir. Qué desperdicio. La diferencia entre un artista y un improvisado estriba en la necesidad de interpretar obras apasionantes como ésta y no ponerse a dirigir solo para sentirse el Mexican Tarantino. Basta con leer la novela una vez para darse cuenta del ritmo que producen los “pinche vida” y “pinche soledad” del protagonista; es un ritmo pegajoso y nostálgico, como el Danzón número 2 de Arturo Márquez; no es el ritmo de esta película que, para seguir con la analogía musical, termina siendo vulgar como un reguetón. Esta obra de Del Amo ha dado el tiro de gracia a Filiberto García, matón triste y olvidado en las páginas de una de las mejores novelas de la literatura nacional.

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ANTESALA

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ESCOLIOS

POESÍA

¿Qué parte de ti fueron…? ROCÍO GONZÁLEZ

¿Qué parte de ti fueron mis pensamientos? ¿Qué parte de ti los empujó hacia qué impulso? ¿Se pervirtieron en el espacio que ocupabas? ¿Fuiste un verso, un arrebato, pasmo? Abrupta tu presencia, el vértigo de los diagnósticos no me dio tiempo a imaginarte y comencé a sumar latigazos de luz que te expulsaban. No pensé más en ti. Me entregué a una red de dendritas que ninguna tomografía reproduce: árboles diminutos donde descansé, como un enorme insecto, mi cuerpo: nadie sabe lo que puede ser un cuerpo, invocación de Spinoza, corporalidad sostenida en cientos de sílabas rituales. ¿Qué otra cosa fui sino esa desnudez? El pasado miércoles murió Rocío González. Como recuerdo y homenaje publicamos este poema de uno de sus libros fundamentales: Neurología 211 (Trilce Ediciones, 2011).

EX LIBRIS

Dorothea Tanning/ EKO

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Reflejos ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

@Sobreperdonar

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Stefan Zweig.

tefan Zweig (1881-1942) fue un triunfador precoz, un escritor de fama arrasadora y productividad monstruosa (otro escritor, enterado de que su familia poseía fábricas, y bromeando respecto a su producción, dijo: “no es posible, ¡tiene otra fábrica!”), un ser que parecía expresamente creado para degustar el arte, los libros y las conversaciones y que, poco a poco, constató la caída de un ideal de convivencia y civilización que creía definitivo. En su libro El exilio imposible. Stefan Zweig en el fin del mundo (Ariel, 2014), George Prochnik analiza, a través de la fuga y autosacrificio de Zweig, la inoculación de la barbarie nazista en la Europa de los años treinta y los distintos grados de vulnerabilidad y tardos reflejos ante esa infección. Los reflejos explícitamente políticos de Zweig no fueron rápidos, ni vigorosos: bien avanzada la década de 1930, cuando sus libros ya habían sido prohibidos en Alemania, entendió el peligro inminente de la brutalidad nazista y partió a sus sucesivos exilios en Inglaterra, Estados Unidos y Brasil. No obstante, pese al miedo que le causaba el avance de la bestialidad política y al capital moral que implicaba su afamado nombre, inexplicablemente se rehusó a asumir posturas públicas contundentes ante el nazismo o a denunciar por su nombre a Hitler. Por lo demás, el exilio americano cayó especialmente mal a Zweig, no simpatizó con la frenética Nueva York y tuvo que refugiarse en los suburbios para escribir su memoria El mundo de ayer. En este libro, Zweig extraña las voces moduladas de la conversación omnívora europea, las luces de sus espectáculos, la intensidad de sus movimientos artísticos y considera que lo mejor de la historia está íntimamente ligado a las formas de creación y sociabilidad. Cierto, Zweig, creyente en un continente europeo sin fronteras regido por las reglas del arte y la urbanidad, al verse súbitamente desarraigado de su mundo, descubre su orfandad y describe su drama como un fenómeno histórico sin precedentes: “Nunca jamás... sufrió una generación tal hecatombe moral, y desde una altura espiritual semejante, a la que ha vivido la nuestra”. Cuando Zweig se harta de Nueva York, acaso más por un gesto de vanidad que por razones prácticas, elige trasladarse a Brasil, donde unos pocos años antes había sido recibido como una estrella de la farándula. Se asienta en Pretrópolis, escoge un café, da paseos y corrige sus libros. La consoladora rutina de sus hábitos de trabajo le mantiene estable por un tiempo en el caluroso exilio. Un día acude al carnaval de Río y ahí se entera de las noticias: los nazis invaden Singapur y parece que Asia, y con ello el mundo, se les rinde. Retorna a casa, devuelve algunos libros prestados, regala a su perro y escribe una nota que razona el próximo suicidio de él y su mujer. Todavía invita a un amigo alemán a cenar y, dentro de su siempre amable reserva, se permite una confidencia: su esposa y él no duermen bien.

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¿Por qué escribir para niñas, niños y adolescentes? Autores, críticos, editores y promotores de la lectura dan algunas claves

Entrando a la cueva del león

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RAQUEL CASTRO ILUSTRACIÓN SHUTTERSTOCK

a literatura infantil y juvenil (LIJ) es, ella misma, joven. Sí, existen libros especialmente dedicados a la infancia al menos desde la Edad Media, pero se trata de obras instructivas, con una función pedagógica más que artística. Esto en parte se debe a que, durante muchísimo tiempo, la infancia no era vista como una etapa emocional y psicológicamente importante, distinta a la adultez. En el mejor de los casos, se consideraba a los niños como adultos pequeños, defectuosos o incompletos. Es apenas en el siglo XIX que comienza a cambiar la idea sobre la infancia, con autores como Lewis Carroll, que no solo escribió para la niñez, sino que, además, lo hizo desde la rebeldía (burlándose de la escuela y las absurdas reglas del mundo adulto). El caso de la adolescencia es similar, pero aún más reciente: fue hasta después de la Segunda Guerra Mundial que empezó a tomarse en serio esta etapa de la vida. Desde entonces, las cosas han cambiado. En México, por ejemplo, muchas casas editoriales, lo mismo independientes que trasnacionales, tienen una línea infantil o juvenil; y hay muchas que han surgido exclusivamente para promover obras dirigidas a los lectores más jóvenes. Como reflexiona Ana Romero, ganadora del Premio Bellas Artes de Cuento Infantil Juan de la Cabada

2011 por Puerto libre. Historias de migrantes : “Finalmente [los niños] son personas, por más que los adultos cometamos la insensatez de tratarlos como seres de menor importancia”. Tiene razón: el prejuicio de que la infancia y la adolescencia corresponden a intelectos menores no acaba de desaparecer, y autores que no escribían para un público joven, pero que fueron adoptados por éste, han sido relegados como “inferiores”. Quizá esto explique la molestia que, en su momento, mostró Hans Christian Andersen al ver que sus historias para niños tenían más éxito que sus intentos como novelista y dramaturgo “serio”. Sin embargo, hay esfuerzos permanentes en contra de este cliché: autores, editores, críticos y lectores contribuyen a que se modifique, un libro a la vez. Como dice la poeta y narradora Martha Riva Palacio, autora de, entre otras obras, Lunática, ganadora del Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños 2014: “La literatura es literatura, sin importar a quién vaya dirigida. Niñas, niños y adolescentes viven en el mismo mundo que las personas adultas”. Muchas editoriales lo consideran así también. Como nos dice la editora y ensayista Laura Lecuona, quien durante un lustro dirigió el departamento de Literatura Infantil y Juvenil de Ediciones SM: “El rigor en el trabajo editorial no es menor al que siempre he aplicado a libros serios para adultos (obras de ciencias sociales y humanidades, por ejemplo), pero no es extraño que a veces me divierta más”. Adolfo Córdova, quien como autor ganó el Premio Nacional Bellas

Artes de Cuento Infantil Juan de la Cabada 2015 y The White Ravens 2017 por El dragón blanco y otros personajes olvidados (FCE, 2016), y que, además, hace un trabajo formidable como mediador de lectura y crítico de LIJ en diversos medios (su blog linternasybosques.wordpress.com es referencia obligada), afirma: “Como [la LIJ] es relativamente reciente, y todavía más reciente que se le tome en serio, queda mucho por estudiar. Para mí es vital leer críticamente lo que se publica, porque cada vez se publica más y no equilibradamente, en términos de calidad literaria y plástica. Leer y cuestionar, seleccionar y contrastar, señalar un pasado, proponer continuidades y rupturas en una tradición, esbozar tendencias, vanguardias, para analizar más profundamente lo que se publica, es un compromiso social”. A esto podemos agregar la opinión de la doctora Dalina Flores, editora de la revista de crítica y divulgación sobre LIJ Navegantes y especialista en literatura infantil y juvenil: “Me interesa que se repiense la LIJ desde todos los ámbitos posibles porque pienso que la literatura ofrece una serie de posibilidades para detonar y desarrollar el pensamiento crítico, la sensibilización estética, el juego y, sobre todo, vínculos solidarios para formar comunidad”. La editora Libia Brenda Castro, quien trabajó en el Fondo de Cultura Económica, Ediciones SM y Editorial Castillo, recuerda: “Editar

Andersen vio que sus historias para niños tenían más éxito que sus novelas


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de manera especializada me hizo entender de manera muy amplia la importancia de que una persona en formación se haga afecta a los libros y a la lectura”. Todas estas opiniones están lejos de dos ideas muy extendidas, sobre todo a partir del fenómeno Harry Potter: que escribir para niños y jóvenes es fácil y que garantiza fama y fortuna. Lo cierto es que en México las condiciones editoriales (y las condiciones generales de la economía y la cultura del país, por no hablar de la situación de violencia en que vivimos) no dan para eso. Entonces uno podría preguntarse: ¿por qué escribir para niños, niñas y adolescentes? Jaime Alfonso Sandoval, uno de los autores con más trayectoria en nuestro país y ganador de innumerables premios, comenta: “Encontré en la literatura para niños y jóvenes una zona de deliciosa libertad, donde ningún lector levanta la ceja ante un subgénero; la fantasía y el terror son bien recibidos y celebrados. Pero también son los lectores más implacables al juzgar y eso me obliga a trabajar más duro”. Coincide con él Alberto Chimal, autor que ha sido adoptado por un público juvenil desde sus inicios pero que recientemente ha incursionado en la LIJ con libros como La distante (El Naranjo, 2018), ganador del Premio de la Fundación Cuatro Gatos 2019: “Me gusta contar historias donde haya espacio para la imaginación y las mejores cualidades de los idiomas y de las personas. Además, creo que es importante acompañar a la gente joven en su descubrimiento del mundo y hacerlo de manera amena, respetuosa y retadora”. Bernardo Fernández, BEF, quien tiene en su haber varios libros y novelas gráficas favoritos de niños y adolescentes (como El instante amarillo, publicada por Océano), dice: “Además de divertirme mucho, pues escribo los libros que me hubiera gustado leer a esa edad, me reconecto con la persona que fui a los 8 o 15 años y vuelvo a ver el mundo con esa mirada de asombro”. “Escribo para ellos porque al hacerlo me construyo una infancia a mi medida. Es que, por azar, mis lecturas infantiles estuvieron mezcladas con libros para adultos, sobre todo libros de Historia. Supongo que fue debido a eso que me convertí en una niña un poco melancólica, que reía poco y tenía unos miedos nocturnos infernales. Sigo con los miedos, aunque ya no son nocturnos y me río el triple que cuando era niña. Me encanta escribir los libros que debí leer, sobre todo por el sentido del humor que, para los primeros lectores, es un asunto de gran importancia”, dice Verónica Murguía, quien ganó en 2013 el Premio SM de España por su novela Loba, que mezcla historia (medieval, en este caso) con fantasía. Algo parecido explica Lorena Amkie, una de las autoras favoritas de las y los adolescentes de nuestro

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país gracias a su trilogía Gothic y sus novelas El club de los perdedores y Las Catrinas, que tratan temas como el bullying, el suicidio y los extremos de la presión social a la que se enfrentan los jóvenes: “Escribí lo que yo habría querido leer, con las emociones a flor de piel, y esos son los lectores con los que conecté. Se trata de un público honesto, exigente y cálido. Es importante escribir con y para ellos con honestidad, con candidez, de todos los temas, especialmente los difíciles”. La novelista Karen Chacek, autora de la serie Los elegantes, la niña y…, publicada por Ediciones Castillo, comenta: “Un libro es un hogar temporal para quien lo escribe y para quien lo lee. Divina mi fortuna de poder compartir con otros seres las moradas de palabras que construyo para alegrar a mi niña interior”. Mientras que Jonathan Minila, creador de varias obras para niños, la más reciente de ellas Futuro, publicada por Planeta, comenta: “Escribo para reencontrarme conmigo mismo en el tiempo, pero también para comunicarme con aquellos niños y niñas semejantes a mí, que esperan historias de todo tipo. Aquellos que se cuestionan todo. Es un juego. Yo narro algo, tú me crees, y nos encontramos en medio del camino, en la hoja en blanco donde cabe todo”. Juan Carlos Quezadas, ganador de varios premios nacionales e internacionales y autor de más de veinte libros, agrega: “[escribir LIJ] representa todo un reto. Me parece que los niños y jóvenes son el público más complicado. Son muy listos, su mente va a mil por hora y además están bombardeados por estímulos explosivos: videojuegos, internet o series, lo que convierte en una gran aventura escribir para ellos. Es como meterse a la jaula del león”. Por su parte, Lizbeth Alvarado, editora en Norma, reflexiona: “Editar libros para niños y jóvenes ha sido una travesía que al inicio descubrí maravillosa (los autores con una variedad y frescura en su pluma, la amplitud de temas y géneros de interés para los lectores, el encanto visual que los ilustradores son capaces de crear y mucha, mucha pasión por todo en su conjunto para hacer un libro) pero, como todo viaje, ha tenido sus altibajos pues publicar libros que se comercializan en el circuito escolar tiene algunos inconvenientes; por ejemplo, no podemos abordar temas controversiales. Quitando eso, me queda el gozo de publicar libros que sé que acercarán a los lectores a la literatura y la esperanza de que en el futuro sean lectores por placer”. Y es que la infancia y la adolescencia son etapas clave para que la gente se enamore de las letras. Volviendo con Verónica Murguía: “¿Qué puede ser más importante que contribuir al gusto por la lectura en un niño? Es casi tan importante como ponerles las vacunas. Es más: leer es una vacuna contra los prejuicios”.

“Un libro es un hogar temporal para quien lo escribe y para quien lo lee”

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Viajar a cualquier lugar y s PATRICIA CURIEL FOTOMONTAJE LUIS M. MORALES

Como si fueran de paseo, nueve niños de entre 5 y 16 años hablan de sus correrías por los universos de la lectura. Diversión y saber van de la mano

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anzarse a la búsqueda de su propia personalidad, ser auténticos; encontrar aquellos elementos que los hacen diferentes y aceptar a los demás, pero también aquellos que los hacen parecidos entre sí; o el valor que cada uno tiene y la importancia de la lucha por la igualdad son algunos de los descubrimientos que estos niños y niñas han hecho a través de la lectura. Ya que el Día del Niño está a vuelta de página, entrevistamos a noveles lectores que desde que se iniciaron en el mundo de las letras fueron atraídos por las historias que aguardan en el papel, a la espera de una nueva mirada. Sí, la mayoría empezó a leer en la escuela, como marca la regla; otros más fueron inspirados por sus padres, pero al final todos coinciden en que la lectura les ha hecho regalos, en múltiples dimensiones, y que de no ser por aquellos que crean mundos en papel difícilmente habrían aprendido tanto en tan poco tiempo.

Esta vez no se trata de los autores, de las mentes detrás de las historias, sino de Mariana Montes Hernández, Lisbeth Gonsen Muñoz, Cristian Cabrera Aguilar, Frida Alejo Gómez, Camila López Castro, Santiago Herros Hernández, y Layla, Santiago y Eva Lutteroth Marín, niños y niñas de entre 5 y 16 años que encuentran en los libros lo mismo aprendizajes que grandes sueños por cumplir. Casi todos empezaron a leer cuentos o historias cortas, como Mariana, que ahora tiene 12 años y entre sus libros favoritos —cuenta— está El libro salvaje de Juan Villoro, “porque además de ser el que más veces he leído siempre me recuerda el cariño que le tengo a los libros y me hace sentir identificada con el tío del protagonista, que transmite a los demás su gusto por los libros”. El título más reciente que leyó es El viajero científico, de Carlos Chimal, del que se queda con “todo lo que puede saber una persona si se lo propone y todo lo que es posible aprender sobre la historia de la ciencia de una manera amena”. Cristian Cabrera, de 16 años, se inició como lector con El diario de Greg, una serie del escritor y caricaturista


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una vida, poder aprender eso en días es increíble”. Sin embargo, Santiago no deja de lado literatura ya clásica como Cien años de soledad o Crimen y castigo, que llaman su atención por los detalles con los que se describen los hechos ocurridos. El interés científico comienza siempre por la curiosidad. El gusto por los dinosaurios ha sido un propulsor para que Santiago Herros, el más pequeño de nuestros entrevistados, de apenas cinco años, ya se sienta atraído por las descripciones detalladas de toda clase de especies extintas, “monstruos, tiburones prehistóricos como el megalodón y dinosaurios que vivían en el mar”. Al mismo tiempo, ha sido atrapado por otro tipo de misterios, como el de “El corazón delator”, de Edgar Allan Poe.

Los tesoros de la lectura

ser quien uno quiera estadunidense Jeff Kinney. “Después del primero terminé leyéndolos todos. Me atrajo porque tiene muchos detalles chistosos, pero también me dejó ver qué está bien en nuestro actuar y percibir cómo otros quieren ser”. La historia relata las andanzas del protagonista, y sus relaciones con sus hermanos y amigos. “Cuenta toda su vida: en la escuela, su casa, algunas festividades como Halloween y Navidad. Su hermano mayor lo molesta mucho, es como el tipo al que le gusta el rock y tiene una banda. Su hermano menor es el consentido; así es como lo ve Greg porque siempre lo regañan a él en lugar de a su hermano”. Además del entretenimiento, esta lectura le mostró, sin sermones, la gravedad del acoso entre compañeros de colegio. “Uno de los libros cuenta cómo molestaban a Greg por su manera de vestir en Halloween. Al leerlo y ver cómo se sentía Greg, pude comprender que molestar a otras personas por cómo deciden ser no estaba bien, y que molestar a alguien en la escuela no es correcto por ninguna razón”. A Frida Alejo, de 9 años, le gustan los libros de historia mexicana, de aventura, de terror, pero también lecturas en las que encuentra historias reales e

inspiradoras, como Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes, escrito por Elena Favilli y Francesca Cavallo. Tal vez el título de este libro —que cuenta ya con dos volúmenes y se encuentra entre los más vendidos de las librerías— hizo que Frida recordara los días en los que sus papás le leían antes de dormir, ya que gracias a esto, dice, adquirió su gusto por la lectura. O tal vez en el espíritu de Frida ya resuene la rebeldía necesaria para ganar algunas batallas cotidianas con las que se enfrentará al crecer. Lo cierto es que lo que más gustó a Frida de Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes fue recorrer historias sobre “cómo las mujeres han luchado por la igualdad de género, por contribuir a la paz y a la ciencia. Muestra que todos somos importantes”. Superar los miedos también ha sido otro de los aprendizajes que estos pequeños han adquirido. Como Camila López, de 11 años, que cuenta cómo venció su miedo a no leer con fluidez cuando estaba por entrar a la primaria. “Estaba muy nerviosa por ingresar a primer año y no leer tan bien como mis compañeros; por eso practicaba durante las vacaciones de verano”. Ese miedo fue una motivación para llegar

a una meta. Su travesía tuvo la compañía de Guillermo y el miedo, escrito por la autora austriaca de literatura infantil y juvenil Christine Nöstlinger. Como los personajes de J. R Tolkien, logró conquistar sus temores. Ahora lee El Hobbit, del afamado autor británico. Y aunque Camila es ya asidua a cuentos y novelas de ciencia ficción o fantasía, la novela Juan Salvador Gaviota, de Richard Bach, tiene un lugar especial entre sus lecturas, por la autenticidad de su protagonista. También están quienes, como Santiago Lutteroth, de 14 años, y sus hermanas Layla y Eva de 8 y 11 años, encuentran en la lectura una forma de diversión. Layla y Eva comparten el gusto por los libros “de aventuras, viajes, cosas inesperadas e historias de terror”, porque, dice Layla, “me dan escalofríos”. En cambio, Santiago encuentra ese entretenimiento con libros de divulgación científica, “porque es una manera eficaz de obtener información que, si bien, a una persona le pudo haber tomado años obtener, incluso

“No es lo mismo sentarte a solo ver algo que ya está hecho a leer algo que puedes imaginar”

En la niñez, unos pocos años hacen un mar de diferencia entre las aproximaciones que estos pequeños tienen hacia la lectura. Por ejemplo, a sus 12 años Mariana Montes es fiel a los libros de literatura fantástica y a los novelas juveniles, como Renata y la fábrica de juguetes de Armando Vega-Gil, que “trata de una niña que tiene un cerezo afuera de su casa hasta que un jardinero lo fumiga y con ayuda de su amiga Sofía lo devuelven a la vida fabricando juguetes de madera”. Santiago Lutteroth prefiere los libros con los que aprende “sobre la historia de la ciencia de una manera amena” y Cristian Cabrera, quien lee actualmente El juego infinito de James Dashner, aprende sobre cómo crear comunidad para resolver problemas. “Lo que me gusta mucho es que son tres niños que se conocieron jugando un videojuego en línea. No se conocían en la vida real, pero siempre que tenían un problema se ayudaban; siempre estaban unidos”, dice. Cristian ve en los libros la posibilidad de crear su propia visión de las narrativas, independiente de otras formas de imaginar, ajenas. “Una cosa que escuché una vez es que los libros son como una película en tu cabeza, y creo que es verdad porque te imaginas la historia y tienes la libertad de crear a los personajes y la posibilidad de ver todo en tu mente. Leer expande tu vocabulario y ejercita tu mente, porque no es lo mismo sentarte a solo ver algo que ya está hecho a leer algo que puedes imaginar”. También están quienes, como Lisbeth Gonsen, de 15 años, encuentran en los libros un escape a la realidad. “Con ellos puedo viajar a donde sea y ser quien sea. Como dice Carlos Ruiz Zafón: ‘Nada como leer los problemas ajenos para olvidar los propios’ ”. O quienes encuentran por primera vez la importancia del trato igualitario y el valor de la amistad en historias como El día que los crayones renunciaron de Drew Daywalt, una de las favoritas de Frida Alejo, y Doña Menudita, de M. Hargreaves, el primer libro que leyó Eva Lutteroth. Estas son solo algunas historias de niños lectores que, sin dejar los juegos y entretenimientos típicos de su edad, enriquecen sus vidas de maneras muy diversas con la lectura. En ella encuentran herramientas para enfrentar las complejidades de una vida cambiante, de dilemas éticos reales y cotidianos.

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TERTULIA

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PERSONERÍO

IN MEMORIAM

Travesuras de la adivinanza

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JOSÉ DE LA COLINA

a adivinanza se esparció por todos los países y las lenguas desde tiempos muy anteriores a la imprenta y aun anteriores a la escritura. Como las fábulas, las coplas, los romances, las canciones, los cuentos, los chistes y los chismes, fue un pasatiempo familiar al calor de las fogatas o los hogares, moneda cultural de campesinos o pastores o cazadores iletrados y género didáctico. En Francia los juegos verbales formaban parte del bagaje de juglares y trovadores que recorrían los castillos diciendo sus baladas, lais, virelais y pastorelas para divertir a damas y caballeros que se aburrían solemnemente en eso que alguien adjetivó como la oscura Edad Media y que Verlaine prefirió apellidar como la Edad Media Enorme y Delicada. La adivinanza rimada gozaba en las nobles mansiones de tanto favor como los cinturones de castidad y otras cosas que permitían hacer ángeles casi etéreos de las doncellas y señoras, y motivaba torneos verbales en los que una respuesta correcta podía ganar al vencedor honores, gloria, y quizá (pero esto ya empieza a ser novelería) una noche, o muchas, o demasiadas, en los brazos de la dama anhelada. Rabelais es uno de los primeros ejemplos ilustres del buen cartel que tenían los enigmas en Francia. Los innumerables reinos e ínsulas que abundan en la poderosa, cachonda y deliciosamente grosera obra magna rabelaisiana, los cinco libros de Gargantúa y Pantagruel, y particularmente en los dos últimos, son imágenes bajo las cuales la exuberante fantasía del jocundo cura de Meudon disimuló las instituciones que deseaba caricaturizar. Las disimuló tan desganadamente que el convencional velo en que envolvió sus sátiras habría sido insuficiente para salvarlo de la fulminación de la curia, la universidad y el brazo secular, si no hubiera tenido fuertes protectores en esas mismas castas a las que atacaba. Así, cualquier lector de entonces fácilmente adivinaba bajo el nombre de la isla de Papafigos a las sectas religiosas nacidas del movimiento protestatario que se gestaba en contra de los abusos del Papa; en la Isla de los Papimanos a la Iglesia católica con sus dogmas, sus decretales, sus defensores; en la Isla Sonante a las órdenes religiosas; en la Isla de los Gatos Forrados, es decir vestidos de vistosas pieles, al Parlamento y la organización judicial; en la Isla de los Ferrements, o de los hombres vestidos de hierro, a la casta militar, etcétera. El otro ilustre acertijista de esos tiempos es Michel de Nôtredame, o Nostradamus, que en sus famosas, y fumosas, Centurias, puso en verso profecías interpretables en todos los sentidos según la sardina a la que arrimemos el ascua, y que son verdaderas adivinanzas. Vaya de muestra esta que se supone prevé a Napoleón (aunque yo creo que es mucho suponer): “Un Empereur naistra avec deux testes,/ Et quatre bras, quelques ans entiers vivra,/ Iour qui Aguilaye celebrera les festes,/ Fossen, Thurin, chez Ferrare fuyra”. Que en traducción aproximativa y desconcertada significa: “Nacerá un emperador con dos cabezas y cuatro brazos, algunos años enteros vivirá, en un día que Aguilaye (?) celebrará sus fiestas; a Fossen, Turín y Ferrara huirá”. Fácil, ¿no?

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El poeta Roberto Fernández Iglesias.

La casa sin ventanas del Gordo Iglesias

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MAURICIO CARRERA FOTOGRAFÍA PASCUAL BORZELLI IGLESIAS

ue excéntrico: nació en Panamá. Abandonó la medicina por la poesía y el santo magisterio de la palabra. No era fácil. Podía ser terrible ante la mediocridad. Su risa, casi como un siseo de la sabiduría, juzgaba duramente la ignorancia o compartía el gusto por los dones de la inteligencia. Fundó, en 1964, TunAstral. ¡Vaya nombre para un movimiento de vanguardia! Tunas y astros, el espanto y las maravillas de la tierra, con el anhelo puesto no en las engañosas divinidades sino en los altos vuelos de la imaginación y el cosmos. Toluca como centro de las esperanzas y las resignaciones. “Pulque, alcohol y barbacoa”, como canto ceremonial. TunAstral vivió y envejeció con él. Dejemos a un lado las rencillas y las escisiones. Omitamos algunos nombres importantes que lo acompañaron en esta historia. Como piedra de Sísifo, Roberto Fernández Iglesias se empeñó en tareas para la tribu. La creación artística y la conciencia social como única lucha, como única salvación. Sabía que tal empeño era como “una bolsa de poemas llena de agujeros”. Aun así, persistió: la revista Umbral, los esperpentos mimeografiados, una intensa labor editorial, los cafés literarios (me tocaron algunos en el Biarritz) y la Casa TunAstral. Se convirtió de estorboso, como lo llamaron en sus años juveniles, a polémico, incómodo y necesario.

Su legado incluye a muchos poetas y periodistas que algo o mucho aprendimos de su rigor y generosidad intelectuales, también de su amistad. Lo conocí como maestro en la ENEP Aragón. Sabía de beisbol y de técnicas de redacción, de futbol americano y de Truman Capote o Tom Wolfe. No pasaba desapercibido. Su aspecto no cambió desde entonces: barbado desaliñado y canoso, gorra y sudadera de los Yankees, alto y de andar lento en compases amplios, de humanidad robusta y vientre para hacerle honor a su gordinflón apodo, pantalones bombachos de color llamativo y tenis Converse azules, naranjas o rojos. Fue breve mi encuentro con A y Ti, sus risueños hijo e hija, perdidos entre miles de libros y pilas de revistas y periódicos viejos en una casa cuya ubicación defeña he olvidado. Después, en Metepec y en Toluca, tuve la fortuna de conocer a Margarita Monroy, su solidaria, inteligente y amorosa compañera. Lector de Bulgákov, nunca dejé de llamarles, con cariño, El maestro y Margarita. Juntos construyeron una enorme biblioteca

Su legado incluye a poetas y periodistas que algo o mucho aprendimos de su rigor

que algo tenía de casa. Una casa sin ventanas, para ocupar mejor el espacio con firmes y pandeados libreros. Fue la poeta Flor Cecilia Reyes, menos de un mes atrás, entre lágrimas de índole filial, quien me alertó sobre lo delicado de su salud. El Gordo Iglesias se nos moría. Callemos aquí. No hablemos de enfermedades y agonías. Quedémonos con su curiosa risa, su aspecto entre de hombre sabio y de atractivo santaclós caribeño, sus sudaderas y sus Converse, sus enseñanzas, sus andares amistosos y sus poemas. Todos los obreros eran valientes y los burgueses hijueputas fue (a riesgo de equivocarme) su último libro, publicado en 2016 en la colección Diablo Mayor de Diablura Ediciones. Es la combatividad intelectual de la tribu. Marx y Rimbaud. José Revueltas y André Breton. Un Gordo Iglesias lúcido, combativo, desencantado, lúdico. Leemos en “Maniqueísmo”: “Lo malo no es Cristo/ sino los cristianos/ (…) lo malo no es Marx/ sino los marxistas/ lo malo no es el Papa/ sino los papistas/ lo malo no es la democracia/ sino los demócratas/ lo malo no son las putas/ sino los hijos”. Y este otro poema, tan paradójico en su vitalidad, tan significativo ahora: “No sé por qué/ nunca me ha dado/ qué pensar la muerte./ Para mí es como dios:/ no existe/ no tiene nada/ que ver conmigo/ yo soy la vida/ con todas sus incomodidades”.

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EN LIBRERÍAS

27 DE ABRIL 2019

NARRATIVA, ENSAYO, FOTOGRAFÍA El poder de la urraca

Los peores días

Texas Blues

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POESÍA EN SEGUNDOS

100 años de Zozobra VÍCTOR MANUEL MENDIOLA mendiola654@yahoo.com.mx

M Alberto Dallal El tapiz del unicornio México, 2019 142 páginas

Fernando González Davison Alfaguara México, 2019 224 páginas

Attica Locke Alianza de Novelas México, 2019 343 páginas

Publicada hace 50 años, y de nuevo en circulación gracias a los buenos oficios de José Antonio Lugo, esta novela gira alrededor de una mujer en extremo inteligente y, por ello mismo, incapaz de establecer relaciones duraderas. Un médico y un joven son víctimas de su influyente atractivo, que es al mismo tiempo un ejercicio de poder. Uno de los grandes méritos de Dallal es el de dotar a su personaje de una hondura psicológica que no admite respuestas definitivas.

Esta novela de no ficción del escritor guatemalteco gira en torno a tres crímenes: los del empresario Khalil Musa y su hija Marjorie, y el del abogado Rodrigo Rosenberg Marzano. En el funeral de este último, un amigo repartió un video en el cual el abogado acusaba de su muerte al presidente Álvaro Colom, a su esposa Sandra Torres y a su secretario Gustavo Alejos. La ONU envió como fiscal al español Carlos Castresana para aclarar el asunto. Amor, política y venganza se mezclan.

Dos cadáveres en una semana son una anomalía en la pequeña ciudad de Lark, al este de Texas, escenario de esta novela donde conviven el anhelo de justicia, los viejos conflictos raciales y el resentimiento social. El protagonista es un policía que años atrás dejó Texas con la promesa de nunca regresar y que se juega el pellejo durante la investigación. La música desempeña un papel tan importante como los elementos clásicos del thriller policiaco.

Dos filos

Revista de la Universidad de México

Cuartoscuro

uchas veces lo verdaderamente novedoso no es lo que ocurre aquí y ahora sino lo que sucedió ayer, hace mucho tiempo, y regresa como un futuro inconcebible. De varias de las grandes obras escritas a principios del siglo XX podríamos decir que, en su carácter centenario, hallamos nuestro presente y nuestro porvenir. En 1913 aparecieron Zona de Apollinaire y Prosa del Transiberiano de Cendrars, y en 1914 Un tiro de dados de Mallarmé; luego, en 1920, El cementerio marino de Valery y, más tarde en una cadena increíble, surgieron en 1922 La tierra baldía de Eliot y el Ulises de Joyce y en 1923 Las elegías de Duino de Rilke y Crepusculario de Neruda —el mismo año de la redacción de “El regalo de Harun Al-Rashid” de Yeats—. Un poco más tarde, en 1924, salió a la luz La montaña mágica de Mann. Así, la irrupción de Ramón López Velarde en la primera fase de ese periodo es muy significativa y forma parte de la presencia de lo inesperado. Zozobra de 1919 realiza de forma plena la originalidad de La sangre devota y crea un punto de reflexión donde la poesía mexicana moderna se mira y, en los mejores casos, sufre su influencia. En este libro, la transformación de los símbolos en los ademanes y los gestos de mujeres y hombres cobra una realidad de autorreconocimiento profundo y observación del poliédrico carácter moral de nuestras conductas. Por eso, desde el primer poema del libro, López Velarde afirma: “¡Fuera de mí, la lluvia; dentro de mí, el clamor/ cavernoso y creciente de un salmista!”, y de esta manera pule y se aproxima a la atmósfera expresionista y terrible de “El sueño de los guantes negros”, donde podemos leer: “Era una madrugada de invierno/ y lloviznaban gotas de silencio”. Zozobra retuerce exprimiéndolo, por lo menos en los mejores poemas, el tenebrismo de Poe y Baudelaire, pero a diferencia de ellos el brote del dolor y de lo maligno no será proyectado en una imagen (el cuervo o el albatros, aunque él tenga su pozo, su zenzontle y su candil) sino implicará la revelación de la fuerza interior del gesto: “¿En qué bogaban tus pupilas/ para que pudieses/ narcotizarlo todo?”. López Velarde se hunde en los pliegues de su yo atribulado para hallar la ecuación psicológica, el minuto de la cobardía y la operación constante del retorno hechicero del bien y del mal. Dotado de un rigor enorme, pero al mismo tiempo entregado a una libertad sin obstáculos, magnetiza el mundo con su fetichismo y experimenta con la composición en sentido contrario al verso libre: en vez de eliminar la consonancia, la exacerba en la rima monorrima o más aún, contra la preceptiva, en la rima interior: “y central y esencial como el rosal”. Zozobra pertenece a ese grupo admirable donde están Crepusculario, Los heraldos negros —publicado también en 1919— y Donde habite el olvido. Auténticos textos híbridos, en diálogo con Darío, donde podemos descubrir una modernidad no de ayer sino de hoy y entender que la vida es “una hada/ que por amar está desencajada”.

Zozobra retuerce exprimiéndolo, por lo menos en los mejores poemas, el tenebrismo de Poe

Núm. 137 México, enero-marzo de 2019 48 páginas

Núm. 847 México, abril de 2019 172 páginas

Núm. 156 México, abril-mayo de 2019 48 páginas

En este número de la revista coordinada por José de Jesús Sampedro encontramos, entre otros textos, poemas de Alberto Blanco, Else Lasker-Schüler y Juan Manuel Roca; Jorge Boccanera entrevista a Ivo Quallenberg y se presenta una selección de su libro Diario de los años muertos; del escritor ruso Aleksandr Blok se ofrece el ensayo titulado “Reflexiones alusivas a la pobreza de nuestro repertorio”; y Tim Sommer celebra los 40 años del disco Rumours de Fleetwood Mac.

En su más reciente entrega, la revista dirigida por Guadalupe Nettel se concentra en los pueblos originarios de América, el colonialismo y los movimientos sociales de raíz indígena. De entre la amplia baraja de autores, destacan Hermann Bellinghausen, Yasnaya Elena A. Gil y el colectivo Proceso de Liberación de la Madre Tierra. Completan la entrega una conversación con Mariana Enríquez, un portafolio dedicado a Josué Rivas y la nutrida sección de crítica literaria.

Un ensayo de Elena Poniatowska, “El amor que ya se fue”, dedicado al fotógrafo Bernardo Aja (quien, por cierto, se ha especializado en las atmósferas aristocráticas de México, España y Perú) abre este número que ofrece además un acercamiento a la obra de Adolfo Vladimir y a la de David Lauer. Carolina Romero posa la mirada en las visiones de Brassaï, un explorador de los bajos fondos de París y cuyas imágenes se exponen en el Museo del Palacio de Bellas Artes.

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PENSAMIENTO

27 DE ABRIL 2019

FILOSOFÍA DE ALTAMAR

Sexo y goce intelectual Los deseos, las pulsiones, responden sin cortapisas a la sensualidad del mundo exterior JULIETA LOMELÍ @julietabalver IMAGEN PINTEREST

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Oh, qué razón tiene Job, cuando declaró que el hombre imprudente es quien no ha hecho un pacto con sus ojos!”, escribe Théophile Gautier en La muerte enamorada, el pasional relato de un joven seminarista, Romuald, que el día de su ceremonia de ordenación sacerdotal descubre la voluptuosidad femenina en la silueta de Clarimonda que se le aparece en aquel recinto sagrado, al mismo tiempo que confirmaba su amor puro e incondicional a su dios. Pero Romuald, lo que en realidad quería, era huir con esa mujer que le hizo “recuperar la vista”, rompiendo cualquier intención de castidad, despertando esa libido que se desbordaba por todo su cuerpo como un mar de sangre que latía con potencia por sus órganos: “su juventud tanto tiempo reprimida estallaba de golpe, como el áloe que tarda cien años en florecer y se abre con la fuerza de un trueno”. A pesar de la tempestad interior, de la pasión corriendo por cada una de sus venas, el seminarista se comprometió, no con sus propios deseos, sino con los del prójimo. Ante los ojos del obispo y de los otros seminaristas, ante los ojos de la sociedad que le exigía volverse sacerdote, cumplió las expectativas ajenas, tal como cumple una mujer —cuenta Gautier— que se ve obligada a casarse con quien le imponen, porque pocos se atreven a “provocar escándalos y a decepcionar a tantas personas; pues todas las voluntades, todas las miradas, pesan sobre uno como una losa de plomo”. Sí, vaya que Job fue categórico al decir que el hombre imprudente es aquel ser desinhibido que no ha hecho un pacto con su propia mirada y se deja estremecer con la transparencia de unos senos que conducen sus ojos hacia un destino esencial: la vida sexual. El placentero juego del erotismo que, como escribiría Bataille, “responde a la interioridad del deseo”, a ese cuerpo que los ojos del casto nunca habrían de mirar con lujuria. Por qué mejor no hacer un pacto entre lo que se ve y lo que se siente, entre la sensualidad del mundo y lo que esa sensualidad provoca en el cuerpo. Preferiría a Job diciendo: “Hice un pacto con mis ojos de poner toda mi mirada en la belleza y desearla con lujuria”. Este joven sacerdote de Gautier que, atormentado por su deber a la castidad, se condena a sí mismo para “no amar, no distinguir ni edad ni sexo, apartarse de la belleza, arrancarse los ojos”, que reprime su sexualidad escondiéndola en conceptos transcorporales y transmundanos,

Minotauro acariciando a una mujer, de Pablo Picasso.

en barrocos monumentos filosóficos, construidos por siglos de pesados libros, es también la metáfora de gran parte de la filosofía, que ha orado para exorcizar a Clarimonda, el demonio de la tentación que distrae al hombre de ciencia, que lo aleja de la virtud y lo acerca a la concupiscencia. El gran pecado contra el que han combatido filósofos clásicos, cristianos y modernos, aterrorizados por la belleza, que no es un correlato de la bondad, sino por esa belleza desnuda que los arroja a pecar, a amar, a menearse en la cama, a volar en el océano de los fluidos, o encerrarse en la isla de las pasiones, en el sentir sin el arbitraje de la razón; zambullirse en la voluptuosidad del sexo como mero fin en sí mismo, ser placer en comunión con otro cuerpo: el deseo que desemboca en el torrente del orgasmo, de la libido que igualmente revienta faldas y pantalones. Contra el sexo con amor, el sexo sin amor, el sexo con pasión o el sexo con o sin pretextos, es contra lo que la filosofía ha construido sus teorías de estricta moral.

La moral es, antes que un legado cultural del cristianismo, una herencia filosófica

Porque la moral es, antes que un legado cultural del cristianismo, una herencia filosófica. Es la estrategia racional que intenta poner límites a esa vida natural que acaece sin escrúpulos, regir los impulsos y las pasiones. Porque primero se quiere y después se pregunta cómo se debería querer. Uno creería que las palabras de filósofos griegos, famosos por sus sugerencias para la vida buena y feliz, llevaban consigo la impronta de aceptar las particularidades del deseo humano en las cuales la sexualidad y el placer tienen un significado distinto para cada individuo, pero nunca fue así. Como escribe el filósofo francés Vladimir Jankélévitch, cualquier conocimiento de sí mismo, las exhortaciones socráticas, platónicas o estoicas para el buen vivir, fueron solo un pretexto para imponer reglas de conducta. Toda pretensión de conocimiento de la propia existencia se convirtió en un “¿qué debo hacer?”. Así también ha sido la moral alrededor de la sexualidad, alimentada por esa filosofía que luego se convirtió en cristianismo. Una moral severa, que no respeta matices ni libidos, que quiere estandarizar el deseo por medio de imperativos categóricos, esa moral que ve en la sexualidad el horror, y en los dramas psicológicos el defecto.

A pesar de ello, como escribiría un filósofo alemán: “el querer no se deja enseñar”. Y lo único que parece a veces enseñarnos la moral es la culpa terrible de aquel sacerdote joven, la consciencia de esa “vida bicéfala, como dos espirales enmarañadas que no llegan a tocarse nunca”, la duplicación entre lo que se quiere hacer y lo que al final, reprimidos por nuestro autoengaño, se termina haciendo. Castrando la razón, corremos hacia la pureza de afectos imposibles. El platonismo, el amor sin carnalidad, la pasión que no se actualiza con el cuerpo del otro —contradiciendo al Kierkegaard moralista—, esa musa divina, ridícula heredera del cristianismo que niega el placer sexual real en aras de la gran obra —literaria o vital— ideal, es la ruina del escritor, del pensador, y, sobre todo, de cualquiera amante. Aunque para muchos filósofos el sexo parezca negar toda dignidad y virtud intelectual, porque afirma lo más salvaje e irracional del ser humano, el algoritmo que el cuerpo y el sentido común exigen siempre será al revés. Ya es hora de, como escribirá el francés Michel Onfray, “desterrar ese odio a la sexualidad, a las mujeres y al placer; odio a lo femenino; odio al cuerpo, a los deseos y las pulsiones”.

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ESCENARIOS

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PERIPECIA

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DOBLE FILO

Susana Zabaleta: de la ópera al drama FERNANDO FIGUEROA

L Su seguro servidor, Orson Welles se presenta el lunes en el Teatro Xola.

Orson Welles: el mito vulnerable

L

ALEGRÍA MARTÍNEZ alegriamtz@gmail.com FOTOGRAFÍA BIEN CHICLES

uego de casi seis años de perseverar, el director Aarón Hernández Farfán estrenó Su seguro servidor, Orson Welles, obra que trae al presente al genio estadunidense después de su cumpleaños número 70, empeñado en terminar su película El Quijote. El dramaturgo Richard France recrea en su obra a un Welles político, en contra del racismo y evocador de sus hazañas, instalado en un tiempo que parece detenerse al ritmo de sus recuerdos, dependiente de apoyo para continuar su quehacer artístico y de acicates para asirse a la realidad. Juan Carlos Vives en el papel protagónico y Florencia Ríos como su asistente evidencian la decadencia en rebeldía de un hombre que hasta el final de sus días se aferró a su creatividad y talento. En el escenario, el elemento clave es un mullido sillón gris, que cual trono contemporáneo contiene la robusta humanidad de Welles. La voz del personaje es amplificada por dos micrófonos, que dan la impresión de ser la única vía de oxígeno para este brillante comentarista radiofónico que transporta al público hacia la magia envolvente de lo que expresa, aunque en esta ocasión, a buena distancia de La guerra de los mundos, se trate de anuncios de laxante o de vino. La voz de este Welles-Vives que transporta, seduce y se incrusta en la imaginación, es la guía que conduce al espectador por el ocaso de un

hombre que se resiste a desaparecer, sin dejar una sarcástica y resignada muestra de lo que fuera la inmensidad de su talento. La presencia de dos actores jóvenes en el rol de técnicos de sonido, Aarón Yamil y Fernando Luna, si bien se percibe ligera e incidental, apuntala con sorna e indiferencia la compasión que generan las personas aferradas a sus viejas glorias como a una tabla de salvación. El texto, apoyado dramatúrgicamente por Vives y por el director para que el personaje femenino fuera más que solo una voz e interactuara escénicamente con el fundador de la compañía Mercury Theatre, revela la complejidad de pensamiento del mítico Welles, necesitado de una última espectadora, aunque ésta pudiera estar solo en su mente. La actuación de Vives pasa más por el tamiz humano que por el megalómano, hasta el momento en que acerca el micrófono a su boca, que es cuando su modulación, la diversidad de significados y tonos, el manejo cambiante del volumen y una chispa de soberbia abren camino al universo del hombre que criticó a William Randolph Hearst, el magnate de la prensa estadunidense.

El texto de Richard France recuerda las proezas del cineasta estadunidense en su propia voz

Estas escenas, más aquellas en las que el personaje de la chica transita progresivamente de la paciencia y la escucha al hartazgo, incluido el rechazo al acoso, enriquecen el montaje que nos acerca, mediante un humor reflexivo, al polémico personaje. La escenografía e iluminación de Teresa Alvarado abren el espacio escénico como si se tratase de una toma abierta que siembra la sensación de soledad y carencia, después de haber proyectado la imagen del Quijote y de Sancho, concebidos por quien fuera mucho más que cineasta. La admiración elocuente del director hacia Welles es quizá lo que le llevó a elegir a un actor, director, dramaturgo y maestro como Vives para encarnar a un mito en su vulnerabilidad, a la orilla de su soberbia. El texto de Richard France, también autor de The Theatre of Orson Welles y de Orson Welles on Shakespeare, recuerda las proezas del cineasta en su propia voz y juega con su capacidad creativa, al tiempo en que expone al hombre enamoradizo, anclado en la imagen de Rita Hayworth, y para quien lo común sería tal vez plantar besos como si entintara papeles blancos. Sobre el escenario, con trajes de gala a la espera de ser usados, consolas de sonido y un biombo de espejos, además del sillón-trono, la figura de un Vives-Welles crece y se achica como la de un personaje que más allá de su ímpetu y su talento deja claro la fragilidad de los elementos que constituyen al ser humano, al margen de su grandeza.

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uego de iniciar su carrera artística en la ópera (La Traviata, El elíxir de amor, Dido y Eneas), la soprano Susana Zabaleta incursionó en la comedia musical y en el canto popular. Inquieta, acaba de terminar una corta temporada en el papel estelar de la obra Casi normales (Next to Normal), con libreto y letras de canciones de Brian Yorkey, ganadora en 2010 del Premio Pulitzer de teatro, con música de Tom Kitt. Sin tratar de darle patadas al pesebre, ¿Cats sería como el kínder y Casi normales la universidad en tu carrera de teatro musical? No. Violinista en el tejado sería el kínder y Casi normales el doctorado. ¿Casi normales es un psicoanálisis de dos horas? Es una forma de desahogar lo que un ser humano trae dentro: llámese dolor, angustia, bipolaridad. Hay que drenar. ¿Interpretar a una mujer bipolar y esquizofrénica no es jugar con fuego? Eso lo tenía clarísimo desde el primer día que dije sí, y por eso solo me comprometí a hacerlo tres meses. El que fue, fue; y el que no, me vale madres. Si me quieren ver en otra onda, el 15 de mayo voy a estar en el Lunario con Cecilia Toussaint. ¿Andrew Lloyd Weber o Verdi? No inventes. Es como con mis hombres: el mejor es el último que he tenido. ¿Qué se siente encarnar a Violetta en La Traviata? Intimidad, desesperación. Te vuelves más loca de lo que eres. Tu cantante favorita de ópera. De ahorita, Sumi Jo. ¿Y favorito? Enrique Ángeles, barítono mexicano. Un aria que te sulibeye. “Casta diva”, con la Callas. ¿Te gustaría que tus descendientes hicieran un show con tu holograma? ¡Qué difícil! Creo que no. ¿Qué le falta a “Bésame mucho” para ser un aria? Nada. La han interpretado las y los mejores cantantes del mundo. Y, ¡ojo!: “Bésame mucho” conlleva bésame bien, pendejo. Tu mayor travesura como estudiante en Italia. Una amiga y yo andábamos sin un quinto, teníamos hambre y ganas de vino. Entonces cantamos en la Piazza Navona de Roma arias de ópera y canciones mexicanas. Recogimos el dinero con un zapato y eso nos duró para comer tres días. ¿Te gusta culposamente alguna canción de reguetón? No, pero culposamente sí oigo a Bronco. Tu “oso” más grande en un escenario. En Cats, luego de 400 representaciones, olvidé todo el texto y me desmayé. ¿Tu ópera favorita? La primera que escuché: Cosi fan tute. ¿En tu sepelio quisieras el Réquiem de Mozart o boleros? Boleros, por supuesto. ¿Te gustaría que una calle de Monclova llevara tu nombre? No una calle, el Teatro de la Ciudad, pero como le menté la madre tantas veces a los Moreira, nunca se lo pusieron.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ

27 DE ABRIL 2019

http:// www.milenio.com/cultura/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLaberinto

TOSCANADAS

Ahora que recuerdo DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

P

or estos días ando gogoleando y me topé con un antiguo subrayado en su relato “Iván Fedorovich Schponka y su tía”. Dice así: “En fin… hacía lo que hacen esos ciudadanos que van todos los días al club. No para oír nada nuevo, sino para reunirse con los mismos con los que desde tiempos lejanos se han acostumbrado a charlar”. Gogol lo suelta como una crítica burlona, mas lo cierto es que también existe el placer de repasar lo conocido. Una canción se escucha muchas veces, podemos leer una novela en más de una ocasión, recitar un poema una y otra vez. Y lo mismo ocurre con las anécdotas que relatamos o escuchamos relatar con los amigos. Nadie rechaza una sabrosa cochinita pibil diciendo: “Pero esto ya lo conozco”. Esta noche vendrán a cenar a casa Mónica Lavín, Tanya Huntington y Pancho Hinojosa. Estoy seguro de que relataremos la anécdota del frío

JOSÉ ESTEBAN

Su libro es un compendio de anécdotas del mundo literario.

tercer jueves de noviembre en Montreal en el que Pancho se apareció ya entrada la noche con una botella de Beaujolais Nouveau; y convirtió el triste ambiente canadiense en una fiesta para celebrar a Baco, Dioniso, la vida, la amistad y las bellas artes. Y la relataremos a pesar de que entre los cinco presentes solo Mónica la desconoce. Seremos cuatro actores felices de tener una persona en la butaca del teatro. La semana pasada estuve en la presentación del libro Ahora que recuerdo, del egregio José Esteban, hombre docto, graduado en Sigüenza. Se trata de un libro compuesto enteramente de anécdotas en las que hay vida, muerte, amistad, indiscreciones, muchos libros y mucho alcohol. Fue una de las más festivas presentaciones de libro a las que he asistido, pues estuvo compuesta de anécdotas que compartieron el autor y J. J. Armas Marcelo, mayormente incluidas en el propio

libro. Entre el público había amigos de ambos, así es que al modo en que se hace con los trovadores, no faltó quien dijera: “Cuenta la de Bryce Echenique” o “Háblanos del entierro de Baroja” o “De cuando toreaste con Cantinflas”. Y resulta que ahora que leo el libro me dejo seducir por las anécdotas desconocidas, pero más placer me da encontrar aquellas que ya conocía, y que se han relatado más de una vez en las tertulias del Café Gijón. Así pues, lo que importa no es la información de la anécdota, sino su relato. La albóndiga es la misma, pero la salsa es lo que da delicia. Recordar es vivir, dice la vieja frase. Y resulta que los recuerdos llegan en forma de relato, y se expresan en forma de relato. Y sin embargo, la reiteración tiene sus límites. Creo que ni el desocupado lector ni mis indulgentes editores de Laberinto me permitirían republicar alguna Toscanada del año pasado.

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BICHOS Y PARIENTES

Cosa de dioses

L

a ley y la justicia están relacionadas, pero no de modo simple ni evidente, como las ideas de movimiento y aceleración: la aceleración es algo que solo puede suceder en movimiento. No hemos podido hallar una definición de justicia, pero todos creemos saber en qué consiste: “no es justo”, dice el niño cuando se le rompe su juguete. Pareciera idea innata porque existe en toda mente humana sin que nadie la hubiera enseñado ni aprendido, como si fuera parte integrante de la estructura de la lengua. Platón fracasa repetidamente en sus intentos de definirla y termina construyendo una utopía tiránica, dictatorial, rígida: la República. Para los griegos, la justicia era una diosa, Dike, y los dioses no requieren ser comprendidos sino venerados. Para nosotros se complica porque la palabra misma viene de un universo distinto del de los griegos: del latín iustitia, derivado de ius, vinculado con Iovis (Júpiter), y con el verbo iurare, “jurar”. Una filología berrenda, entre divina y humana. La tradición latina recibe una figura que no supo interpretar: la ley ciega. Las deidades primordiales, como las mareas, los vientos y todo lo que mueve al mundo, carecían por completo de albedrío y de leyes. Dike es ciega, no por un voluntario acto de prudencia o equidad, sino porque no puede ver: solo actúa. En algún momento, quizá con la invención, quizá simultánea, de la escritura y la Ley, las deidades originales se transformaron en dioses con albedrío y voluntad, en humanoides súper poderosos y mágicos. Después se perdió la simbología y la ceguera de Iustitia se atribuyó a virtudes imaginarias.

JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA WORD PRESS

Todavía Heráclito vive a caballo entre la justicia ciega y el mundo de la ley: “El sol no excederá sus medidas; si lo hiciera, las Erinnias, ministras de la justicia (Dike), sabrían encontrarle” (B94). Poco después, el concepto había cambiado. La única trilogía completa del teatro griego, la Orestiada de Esquilo, representa la transición del viejo modelo de justicia divina, sin juicio, a la justicia como actividad humana. Las Erinnias persiguen a Orestes y

La relación entre justicia y ley es imaginaria: en nuestras manos solo está el bien común

le consumen la vigilia y el sueño; lo cazan y acosan porque derramó la sangre de su madre. A ninguna de las deidades antiguas le conmueve ni interesa que Orestes hubiera actuado bajo la orden directa de Apolo, un dios muy joven, dotado ya de albedrío, sabiduría, talentos, decisiones. La disputa entre dioses viejos y nuevos constituye el centro de las Euménides, la última parte de la trilogía. Atenea convoca a ambos bandos; los antiguos se rehúsan a soltar a su reo; los nuevos aducen que es inocente porque actuó obedeciendo a Apolo. Al final, el juicio termina empatado y Atenea ejerce su voto de desempate. Orestes queda absuelto y la humanidad inicia la historia de la justicia según el juicio y las deliberaciones: la era de las leyes.

Dike, la diosa griega de la justicia.

Es un universo nuevo, comprensible, pero siempre rezagado, lento y tentativo. Al separar a los humanos de las fuerzas ciegas de la naturaleza, quedamos para siempre detrás de un vidrio: a veces podemos atisbar a la Justicia y remedarla, pero no responde a los argumentos ni a invocaciones. Tocarla, solo los dioses. Incluso Pablo de Tarso sabía que la ley mata y que de la ley no se sigue la justicia, pero que, sea lo que sea, la justicia solo existe como una gracia de Dios, jamás como una consecuencia de ningún orden lógico ni voluntad de persona alguna. La justicia es solamente divina y lo único que podemos hacer los mortales es pactar leyes y obedecerlas. La relación entre justicia y ley es imaginaria: en nuestras manos no está la justicia sino el bien común. La noción de justicia sigue siendo, en su centro, una idea del ámbito sagrado: mysterium. Los misterios no son acertijos que algún día pudieran resolverse; son de suyo inextricables y su oscuridad pone a cada consciencia frente al enigma entre el juicio y el acto. Pareciera que sigo hablando de religiones antiguas cuando de hecho me refiero al pleito entre los dos grandes juristas del siglo XX: Carl Schmitt, asesor de Hitler y de Franco, defensor de un derecho teológico que valida al soberano dictador, y del autor de la Teoría pura del derecho, Hans Kelsen, que, pese a su arduo andamiaje lógico, se ve obligado a remitirse a una “norma hipotética básica”, que no puede siquiera enunciar. Lo único que tenemos es una apuesta legisladora, constante, reparable y tentativa: la justicia es cosa de los dioses. Y solo un loco puede estar seguro de que sabe qué es la justicia.

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