Suplemento cultural de MILENIO
LABERINTO ENSAYO
DESMETÁFORA
SIMON CALLOW
GERARDO HERRERA CORRAL
El segundo libro póstumo de Oliver Sacks
De Duchamp a Koons pasando por la tecnología
Foto: Elena Seibert
Foto: Cortesía Jeff Koons
SÁBADO 6 DE JULIO DE 2019 AÑO 16 - NÚMERO 838
Antonio Lazcano: vaivenes de la ciencia en México Guadalupe Alonso Coratella/ FOTOGRAFÍA: G. A. C.
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ANTESALA
6 DE JULIO 2019
ARTES VISUALES
Mirar y documentar MIRIAM MABEL MARTÍNEZ FOTOGRAFÍA CORTESÍA MNA
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as 188 imágenes que integran Pierre Verger en México. Con los pies en la tierra, que se exhibe en el Museo Nacional de Antropología, son un balade por el universo rural-indígena mexicano que sucede paralelamente a la modernización del país. Este paseo fotográfico evoca una mirada que sabía perderse para luego reencontrar la huella de esos otros —hombres, mujeres, deidades, fantasmas…— que le sugerían narrativas distintas a las occidentales, relatos autónomos ajenos a conceptos de una modernización esperada, pero que exhiben la fuerza de una distinta manera de estar. Verger se autollamaba etnofotógrafo. Sin duda le interesaba observar las prácticas culturales (no por nada se dedicó gran parte de su vida a contemplar-estudiar-retratar la diáspora africana) y sus imágenes indagan en ellas. No se limitan a retratarlas, no las ilustran: las penetran. En este sentido, sus retratos están más cercanos al arte que al documento. Porque lo que capta no es simplemente el registro de lo que ve. Antes que observación científica se trata de una aproximación artística que evoca más a la tradición pictórica del retrato que al apunte etnográfico. Quizá ahí está su gran atractivo, porque de pronto el espectador no está observando la otredad observada por el etnólogo, sino el rostro, la forma, las historias que cuentan los gestos y al mismo tiempo la historia que la composición cuenta. Son imágenes bellas en sí; sin embargo, esta belleza crece cuando observamos la profundidad de campo. Cuando decidimos pasear dentro de la imagen para recorrer los detalles y también cuando paseamos por la curaduría del doctor Antonio Saborit, director del MNA, quien nos guía por la obra de Verger como destino y nos invita a escudriñar el contexto en el que se sumerge el fotógrafo de origen francés y analiza su acercamiento desde una historia más personal. Además, la propuesta museográfica exalta lo que se contempla y a quien lo contempla. La muestra es una travesía por distintos viajes que Verger realizó (1937, 1939 y 1957) alrededor de distintas rutas expresivas recorridas por los habitantes originales para trazar en sus paisajes costumbres, fiestas y arquitecturas únicas. Nos confronta con la transformación de un país y sus negaciones. Nos obliga a ver cómo la revolución permea sus logros y desdichas en una cotidianidad que tiene los pies sobre una cosmovisión que se rehúsa a alinearse al modo de ver y entender europeo. Su obra es testimonio de un territorio al que se quiso domesticar. Verger logró captar esa resistencia.
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De la muestra Pierre Verger en México.
Chicuarotes. Dirección: Gael García Bernal. México, 2019.
HOMBRE DE CELULOIDE
Visibilizar al chicuarote FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA LA CORRIENTE DEL GOLFO
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Qué es un chicuarote? Quien nació en San Gregorio Atlapulco, alcaldía Xochimilco. Chicuarotes es, además, el título del segundo largometraje de Gael García Bernal, ganador del Globo de Oro que, como Salma Hayek, no deja nunca de pensar en los pobres de este México que tanto quieren y en el que viven tan poco. Chicuarote es por tanto un gentilicio y una inspiración que, por supuesto, lleva impresa en el afiche publicitario la Palma de Cannes que, tengo la impresión, más que atraer, aleja a los espectadores. No porque Cannes haya dejado de premiar obras de altos vuelos sino porque los publicistas aprovechan el desconocimiento del público en torno a la mecánica de la Palma de Oro y suelen imprimirla en toda película que se presente en las muchas secciones de esta “Fiesta del cine”. En ella muchos tienen presencia siempre y cuando estén apegados a los prejuicios de la prensa francesa liberal. ¿Su obra es violenta, critica al sistema y resulta escabrosa? ¿Es usted amigo de la farándula, gusta del champagne y conoce al “quién es quién” del cine del mundo? ¿Es usted burgués de altos vuelos pero comprometido con la I, II, III o IV Internacional? ¡Bienvenido a Cannes! Y Gael García representa lo mejor de estos mundos. Es por ello que su cine
“visibiliza” la violencia que vive este amado México. Como si visibilizar la miseria en el cine alguna vez hubiera servido para algo. ¿Qué cambió Los olvidados? ¿Y Nosotros los pobres? Ni desde el gran arte ni desde el melodrama la situación ha cambiado demasiado. Chicuarotes se mueve entre el fantasma de Buñuel y el de Ismael Rodríguez, pero no consigue ni siquiera ser entretenida. Es un refrito de todos los lugares comunes en torno a una pobreza que, dice García Bernal, alienta a los delincuentes a subir al transporte público y robar a gente que, cosa extraña, es igual de pobre que nuestros héroes. El guion fue escrito por Augusto Mendoza hace ya mucho tiempo, pero “las cosas no han cambiado”, sentenció el director filántropo y socialité durante la premier en México que tuvo lugar en una chinampa. Ahí supimos, además, que chicuarote tiene dos acepciones más: es un chile de la zona y una persona que, como nuestros héroes, se mete en problemas.
Chicuarotes es una inspiración que lleva impresa en el afiche publicitario la Palma de Cannes
Cagalera y Moloteco son dos payacitos que roban en los peseros y un día encuentran a un amigo que “visibiliza” la corrupción de los sindicatos mexicanos. Este amigo les dice que con 20 mil pesos pueden comprar una plaza sindical. Da inicio la función porque los chamaquitos pobres ¿qué van a hacer? Graduarse de cacos planeando el robo a una lencería. De la posición de la cámara y de la dirección de actores no vale la pena decir mucho: son lo que se espera de una película de Cannes. El tono es documental: cámara en actitud de quien es heredero de Dziga Vértov. Es en el guion donde está lo que realmente vale la pena “visibilizar” de esta obra. Y es que Chicuarotes ofrece viñetas de la vida de nuestros héroes que resultan convenientemente acomodadas una como respuesta de la otra. Así, como en la narración más pueril, si los protagonistas desean abandonar su pueblo, se encuentran en la siguiente escena con quien les ofrece la solución; si para ello necesitan dinero, habrá en la escena próxima quien ofrezca la solución. La pobreza en este país está contada y recontada. Lo único que nadie hace es ofrecer una escena que plantee una salida, un camino menos trillado que el de Cagalera y Moloteco.
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ANTESALA
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ESCOLIOS
POESÍA
Dos poemas ÉDGAR PIEDRAGIL
(naturaleza) he descubierto en tu cuerpo zonas frías para atemperar mi ansia, cálidas para disfrazar mis miedos, húmedas y desérticas para acompañar a los pensamientos, me he perdido en su bosque y encontrado el camino de vuelta varias veces, apenas dejo rastros se pierden, no me sirven los mapas, me guía el instinto (filosofía) (piedra de agua) la ceiba miente menos que la higuera, ni los rosales dicen la verdad con todas sus espinas, meditar verde, respirar azul, un grito rojo y un ademán amarillo, en medio del jardín una blanca invasión de hormigas rojas (granizo) Estos poemas pertenecen al libro (A) Mar, publicado por Altres Costa/ Amic Editores.
EX LIBRIS
Orgullo gay/ EKO
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Muertes en vida ARMANDO GONZÁLEZ TORRES
E
@Sobreperdonar
l suicidio de Paul Celan (19201970) estaba largamente anunciado en su poesía. Tras décadas de culpa, tedio y tormento, Celan cambió la tierra por el agua del Sena. Los pocos allegados del discreto y sombrío poeta y profesor de alemán apenas notaron su ausencia y, unos días después, su cadáver fue encontrado por un campesino río abajo. Dice Carlos Ortega en el prólogo a las Obras completas de Celan que: “Sobre la mesa del poeta se encontró una biografía de Hölderlin abierta con un pasaje subrayado: ‘A veces el genio se oscurece y se hunde en lo más amargo de su corazón’ ”. Como muchos supervivientes del horror (las historias de rehabilitación son pocas), Celan difícilmente pudo sobrellevar a lo largo de su vida ulterior esa mezcla de remordimiento, perplejidad e indignación que implicó ser víctima incidental de la barbarie. Paul Ancel, su apellido original, nació en Czernowitz, una ciudad de la región de Bucovina, la cual, aunque agrupaba a un gran número de judíos de habla alemana, había sido cedida a Rumania tras la caída del Imperio Austrohúngaro. El poeta pasó su infancia y adolescencia hablando con fluidez alemán y rumano y aprendiendo hebreo. Gozó de la compañía de la madre, una esforzada autodidacta, y soportó la presencia hostil del padre, que se empeñaba en formarlo en la tradición judía más conservadora. Celan era un lector ávido, con afición y facilidad por los idiomas (aprendió francés por sus predilecciones literarias y luego ruso) y simpatías progresistas. Cuando Celan tenía la edad para hacer estudios profesionales, el acceso a los judíos ya estaba vedado en Alemania y su familia lo mandó a París. En esa ciudad, sus estudios fueron poco satisfactorios, pero implicaron su deslumbrada inmersión en la cultura francesa, su socialización en los círculos literarios y la confirmación de su vocación. Regresó a su país en plena guerra y le tocó, primero, la invasión rusa y, luego, el contragolpe del ejército alemán, apoyado por Rumania. Relata José María Pérez Gay que en esta circunstancia: “Celan consiguió un escondite en la fábrica de cosméticos de Valentín Alexandrescu, un empresario rumano, pero su madre no quiso esconderse… Paul abandonó la casa convencido de que sus padres le seguirían. Los esperó toda la noche en las oficinas de la fábrica, pero no llegaron. El lunes, al regresar a su casa, encontró la puerta clausurada. Sus padres habían sido deportados”. Aunque Celan pudo huir de la matanza y mantener alguna funcionalidad por varias décadas: traducir y dar clases, publicar libros, casarse, administrar cierta celebridad, lo cierto es que ya estaba condenado por sus fantasmas, que lo postraban en el recuerdo. Su tono hermético, su dolorido reconcomio, su afligida simbología, la exigencia y tensión de su lenguaje apuntan a una misión casi imposible: nombrar lo innombrable; hablar por una herida que no deja de sangrar; articular aquello que, al intentar materializarse en palabras, destruye al mensajero.
Paul Celan estaba condenado por sus fantasmas, que lo postraban en el recuerdo
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PENSAMIENTO
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En Todo en su sitio, su segundo libro póstumo, el neurólogo desanda los caminos que lo llevaron a la ciencia y la escritura
Oliver Sacks: el científico como artista
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SIMON CALLOW FOTOGRAFÍA ACADEMY OF ACHIEVEMENT
uchas de las piezas incluidas en Everything in Its Place (Todo en su sitio), el segundo volumen póstumo de Oliver Sacks, que recopila textos publicados e inéditos, aparecieron por primera vez en The New York Review of Books, tal como ocurre con The River of Consciousness (El río de la conciencia, 2017), el primer volumen póstumo. El que nos ocupa ahora, en muchos sentidos más ligero que el anterior, fue organizado por el propio Sacks antes de morir. Las piezas incluidas son generalmente más cortas, algunas casi fragmentos, pero no se trata de un mero revoltijo hecho por Sacks: las distingue una identidad propia y cubren un amplio espectro de temas, ninguno de ellos desconocido para los lectores habituales de Sacks, pero unificados por un tono particular. Describirlo como una despedida sería simplificarlo demasiado, y muchas de las piezas fueron escritas mucho antes de la muerte de Sacks (2015). Sin embargo, consciente o inconscientemente, los editores han formado este libro de tal modo que los lectores nos quedamos con la imagen de un autor extraordinariamente emotivo, sin dejar de lado su habitual energía y actitud curiosa, pero de alguna manera vulnerable, incluso frágil.
Hay ecos de la voluminosa obra de Sacks —historias contadas de otra manera, alusiones furtivas a gente que se conoce por ahí, fragmentos de autobiografía—. El libro se divide en tres secciones: First Loves (Primeros amores), Clinical Tales (Historias clínicas) y Life Continues (La vida continúa). El primer texto: “Water Babies” (“Bebés de agua”), una celebración de lo que significa la natación en la vida del autor, está compuesto exquisitamente, como un poema en prosa: “Todos nosotros, mis hermanos y yo, fuimos bebés de agua. Nuestro padre, que fuera campeón de nado (ganó tres años seguidos la carrera de 15 millas de la isla de Wight) y amó la natación más que nada en el mundo, nos metió a cada uno de nosotros al agua cuando contábamos apenas con una semana de nacidos. [...] Jamás ‘aprendimos’ a nadar”. Vemos al niño Oliver Sacks en su elemento natural, el agua: mira cómo su padre, “enorme y torpe en la tierra”, se transforma “grácilmente, como una marsopa”, y a él mismo —rígido, nervioso y lento— volverse distinto: “Nadar me da un regocijo, una sensación de bienestar tan extremo que incluso se vuelve una especie de éxtasis. [...] La mente puede flotar libre, como en un hechizo, en un estado de trance. Jamás conocí algo tan poderoso, de una sanación tan eufórica —y soy adicto a ello, me pongo ansioso si no puedo nadar”. Sacks menciona, casi por casualidad, algo que jamás había leído antes: durante su adolescencia padeció una condición de la piel que los especialistas
no pudieron ni definir ni curar: “Estaba cubierto de llagas purulentas. Se veían, o al menos se sentían, como lepra. No me atrevía a desnudarme en la playa o en la alberca. Solo podía hacerlo de vez en cuando, si tenía suerte de encontrar un lago remoto o una poza escondida”. Eso terminó cuando ingresó a Oxford; entonces por el resto de su vida fue un bebé de agua de nuevo. “Mi padre llamaba a nadar ‘el elixir de la vida’, y ciertamente parecía ser eso para él: nadó a diario, bajando el ritmo solamente con el paso del tiempo, hasta que cumplió 94 años. Espero poder seguir sus pasos, y nadar hasta el día de mi muerte”. Y así fue, Oliver Sacks nadó hasta unos pocos días antes de morir. “Water Babies” fue publicado en The New Yorker en 1997, cuando Sacks se encontraba con vigorosa salud, así que el tono de despedida es engañoso, pero marca una nota sonora que se repetirá tenuemente a lo largo de todo el libro. Los textos incluidos en Everything in Its Place nos presentan al singular niño raro que fue Oliver Sakcs, y a sus compañeros de clase Jonathan Miller y Eric Korn —jóvenes judíos sabelotodo— que se comían el mundo de la ciencia. Sacks parecía ser el más aventado de los tres, ya que se hizo encerrar una noche entera en la galería de fósiles invertebrados del Museo de Historia Natural de South Kensington:
Las piezas incluidas son generalmente cortas, pero no se trata de un revoltijo hecho por Sacks
“Animales que eran familiares se volvieron feroces, misteriosos, mientras merodeaba esa noche; sus fauces de repente surgían en la oscuridad o flotaban como fantasmas en la periferia de mi lámpara. El museo sin luz era un lugar delirante, y yo no estaba arrepentido cuando llegó la mañana”. ••• Era un niño fuera de lo común, uno que experimentó, según apuntó él mismo, una “abrumadora sensación de Verdad y Belleza” cuando a los diez años vio una tabla periódica de los elementos en el Museo de Ciencia, y quedó convencido de que “eso era sin duda, ladrillo por ladrillo, el edificio elemental del Universo, que, íntegro, se encontraba representado ahí, en un microcosmos, en South Kensington”. Ese niño hace muchas apariciones en las páginas de este libro, y va creciendo la certeza de que
PENSAMIENTO
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En el ensayo “Telling” (“Contar”), Sacks describe el incómodo caso del director de un hospital que, sumido en el pozo del Alzheimer, es ingresado en su propio hospital. Piensa que continúa siendo el director, hasta que un día por casualidad toma su propia historia clínica. “Ese soy yo”, dice, reconociendo su nombre en la portada. Dentro lee: “enfermo de Alzheimer” y se pone a llorar. En el mismo hospital, un antiguo portero es admitido, y también cree que todavía sigue trabajando ahí. Nunca da problemas, y un día muere súbitamente de un ataque cardiaco “sin quizá nunca haberse percatado de que fue todo excepto el portero con una vida de servicio leal detrás del que creía ser”. “¿Deberíamos —pregunta Sacks— haber descubierto esa identidad a la que se habían habituado y que tenían tan bien ensayada, y haberla reemplazado con la realidad que, aunque real para nosotros, no tenía ningún sentido para ellos?”. Fue mediante historias como esas que Sacks se volvió un escritor popular: hizo ciencia —particularmente neurología— humana. Su escritura es directa, transparente, accesible —demasiado accesible para el editor británico de Faber & Faber, que le rechazó el manuscrito original de Despertares (1973), sugiriéndole que lo hiciera en un tono “más profesional” —. Pero desde el principio, lejos de lo rudo de los aspectos clínicos de su trabajo, fue un destacado escribano. Aquí, también, podemos ver al niño en el hombre: el niño bibliófago devorando con avidez, como él cuenta, en las “bibliotecas”, su lectura favorita: “los varios volúmenes del Tratado integral de química inorgánica y teórica de Mellor” (que son dieciséis). Fue, quizá sorprendentemente, un mal pupilo en la escuela, “pero un buen alumno; [...] tenía que estar activo y era autodidacta”. Consecuentemente, pasaba largas horas en las bibliotecas, lugares sagrados para él. Su rápida desaparición, como lo percibió, tanto en Estados Unidos como en Inglaterra, lo perturbó: visitar la biblioteca del campus que había sido íntegramente digitalizada fue un fuerte golpe. ••• En su etapa más feliz, el joven devorador de libros que era Sacks buscaba en la biblioteca cualquier tipo de lectura. Leyó poesía, novelas, obras de teatro, historia. Siendo un adolescente, se topó con Viaje en torno a mi cráneo, del poeta y dramaturgo húngaro Frigyes Karinthy, que describe la operación de un tumor en el cerebro que le practicaron en 1930. La introducción magistral que Sacks hace de este texto para la edición de New York Review of Books Classics está incluida en Everything in Its Place. La resonancia autobiográfica es indudable cuando describe a Herbert Olivecrona, el neurólogo sueco que realizó la operación: “A intervalos, la fría, amable voz de Olivecrona resonaba, explicando, tranquilizando, y la aprehensión de Karinthy era reemplazada por calma y curiosidad. Olivecrona, aquí, era como Virgilio, guiando al
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poeta-paciente a través de los círculos y parajes del cerebro”. Su apodo de la infancia era Inky, y con él comenzó a firmar sus colaboraciones en periódicos durante su adolescencia, y nunca se detuvo. Escribía en cafés, en bares, en su bicicleta, incluso cuando iba a conciertos. Casi nunca leía los periódicos; los usaba como hojas de trabajo sobre las que hacía bocetos de los temas, para encontrar la forma, para articular la historia. Para Sacks, lenguaje y ciencia estaban inextricablemente entrelazados. En el particularmente animado ensayo sobre su héroe Humphry Davy (acerca de quien escribió mucho más abundantemente en El tío Tungsteno: recuerdos de un químico precoz (2001), celebraba la “unión de las culturas literaria y científica” representada en la amistad entre Davy y Coleridge: ambos “parecían verse entre sí como gemelos: Coleridge, el químico del lenguaje; Davy, el poeta de la química”. Davy, además, era un gran comunicador: “Siempre era elocuente y tenía un talento natural para contar historias, y en nuestra época se habría convertido en el más famoso e influyente conferencista de Inglaterra. [...] Sus conferencias partían de los detalles más íntimos de sus experimentos [...] y concluían con la especulación acerca del universo y la vida, elaboradas con un estilo y una riqueza del lenguaje que nadie podía igualar”. No es difícil entender por qué se convirtió en el héroe de Sacks, aunque tuvo otro modelo incluso anterior y más a la mano (tal como lo describe en En movimiento. Una vida): su padre, quien eligió ser médico general, ya que era más real y más divertido que practicar una especialidad. “Conocía el lado humano, el interior de sus pacientes de la misma manera que conocía sus cuerpos, y creía que no se podía tratar el uno sin el otro. [...] Ese intenso interés en la vida entera de sus pacientes hizo de él [...] un maravilloso contador de historias”. “Soy un contador de historias, para bien o para mal —escribió Sacks en En movimiento. Una vida—. El acto de escribir parece tan fresco y tan divertido como cuando comencé a practicarlo hace setenta años”. Contar, por supuesto, es lo que Sacks hace: le cuenta a los pacientes qué es lo que los aflige y le cuenta al mundo acerca de ellos. De hecho, todo su esfuerzo debería de ser razonablemente descrito por el hecho de decir verdades alarmantes, no siempre confortables, acerca de nuestras vidas. Concluye su ensayo sobre Hurry Down Sunshine con palabras que bien podrían ser aplicadas a su propia obra: “Quizá [...] nos recordará a nosotros mismos qué tan delgada es la cresta de la montaña de normalidad en la que habitamos, con los abismos de manía y depresión bostezando a cada lado”.
Para Oliver Sacks, lenguaje y ciencia estaban inextricablemente entrelazados
Sacks fue ese niño hasta el final de sus días: curioso, ansioso y con una infinita capacidad de asombrarse, no solo con la ciencia sino con su historia y la gente que la hizo. “La ciencia es una empresa humana por todos sus lados; un orgánico, envolvente, crecimiento humano, con repentinos chorros y retenes, y también extravagantes desviaciones. Crece a partir de su pasado, pero jamás lo supera. Tal como nosotros no superamos nuestra infancia”. Su encuentro, a la edad de 12 años, con el gran químico decimonónico Humphry Davy le confirmó que su camino era el de la ciencia. Para él siempre fue un asunto personal: tenía que estar relacionado con gente, viva o muerta. Tras graduarse de Oxford, solicitó ingresar al campo de la investigación, y fue un desastre. Encontró que para él era imposible trabajar en abstracto; solo cuando fue a trabajar a un hospital
como neurólogo, interactuando con pacientes, comenzó a desarrollar su potencial. Su timidez natural desapareció al enfrentar el problema que debía resolver: el problema humano, la dificultad o el daño infligido en un individuo a causa de su condición particular. Pero de la misma manera estaba fascinado con el cerebro en sí, el cual envuelve al paciente tanto como es posible en su propia e insaciable curiosidad inquisitiva mediante extraordinarios caminos, para tornarse su infierno, su maldición, su condición particular. “Las alucinaciones, ya sean reveladoras o banales”, escribe Sacks en “Seeing God in the Third Millenium” (“Mirando a Dios en el tercer milenio”), “no son de origen anormal; parten del rango normal de la conciencia humana y la experiencia. [...] Proveen evidencia tan solo del poder que tiene el cerebro para crearlas”.
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Fragmento del texto “Truth, Beauty, and Oliver Sacks”, publicado en The New York Review of Books, 6 de junio de 2019. Reseña del libro Everything in Its Place: Firts Loves and Last Tales, Knopf. Traducción y edición: Juan Manuel Gómez.
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DE PORTADA
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Antonio Lazcano conversa sobre el aura intelectual de la biología, la bioética, y los riesgos de arrinconar a la investigación
“Abandonemos la visión municipal de la ciencia”
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GUADALUPE ALONSO CORATELLA FOTOGRAFÍA GAC
l fondo de un corredor extenso flanqueado por numerosas puertas pintadas de azul metálico, en las que cuelgan letreros como “Herpetología” o “Mastozoología”, descubro la entrada al “Origen de la vida”, el laboratorio, en la Facultad de Ciencias de la UNAM, donde Antonio Lazcano realiza sus investigaciones. Es doctor en Biología y entre sus publicaciones destaca El origen de la vida: evolución química y evolución biológica (1983), con más de 650 mil ejemplares vendidos. Su contribución a los estudios sobre el origen de los sistemas celulares basados en el ADN ha sido fundamental para comprender la evolución de la vida en nuestro planeta. Este hombre de ciencia, reconocido a nivel mundial, es un apasionado de la plástica, la música, la literatura y la filosofía, disciplinas que se insertan de manera natural en su imaginario científico. Ejemplo de ello es la revelación que tuvo cuando descubrió que los seres vivos dependíamos esencialmente de un ácido nucleico, el RNA, mucho antes de que surgieran las proteínas y el DNA. Quién habría imaginado que fue el cuadro de un artista ruso lo que le dio la clave. “La idea —dice— surgió de observar a la distancia el cartel de una exposición de Kandinski en una estación de ferrocarriles, en Londres. Al mirarlo, dije: claro, así como él está separando las piezas, así tengo que separar el proceso de transcripción y replicación del material genético. Esto pasa mucho; por ejemplo, en los ejercicios que hacen los físicos con los quarks y tiene que ver con las metáforas, un juego de abstracción a menudo poético que
el científico aprovecha para describir un fenómeno natural. Recuerdo una frase de Lise Meitne, quien estudiaba el fenómeno de la radioactividad. En cierta ocasión, al asomarse por el microscopio, dijo: ‘Estoy viendo un mar de electrones en donde las olas viajan con una intensidad extraordinaria’. La poesía y la música permean muchas áreas de la ciencia. En El mercader de Venecia, de Shakespeare, Jessica, la hija de Shylock, está en el jardín. El galán se la está ligando y ella le dice: ‘¿No oyes la música de las esferas?, fíjate en las estrellas’. Ahí está la combinación de astronomía y música. Para mí no hay contradicción entre lo metafórico, lo estético, y la realidad científica”. Ante las preguntas qué es la vida y dónde se origina, hoy tenemos parámetros fieles, referentes aportados por disciplinas como la biología o la astronomía, pero también la filosofía y la poesía: somos polvo de estrellas. “Kant fue el primero en proponer que el sistema solar se forma de la condensación de una nube de material interestelar”, explica Lazcano. “La visión que tenemos de la vida gracias a la biología molecular, al microscopio electrónico, es muy distinta a la de hace 200 años. La vida está formada por células y citoplasmas, tiene metabolismo, tiene material genético, pero son condiciones que se definen en función del momento histórico. El gran atractivo intelectual, social, de la biología es que hoy el problema de qué es la vida impacta otras áreas de la realidad”. Entramos al terreno de la bioética, de temas que conciernen a la vida humana, entre otros, dónde comienza y dónde termina. Para Lazcano, lo que definimos como individuo es, en realidad, el cerebro y sus manifestaciones. “Hasta que no tenga un cerebro o actividad nerviosa, el embrión formalmente no es una persona. Es importante entender que la vida es
un proceso. Comienza con óvulos y espermatozoides que están vivos y podemos mantenerlos vivos mucho tiempo sin problema, pero una vez que se da la fecundación esa entidad se sigue desarrollando, está viva, pero no es una persona sino una entidad biológica. Es una persona cuando aparece actividad nerviosa, por ahí de las doce semanas, en promedio. Por otro lado, cuando hay muerte cerebral, el individuo deja de existir socialmente, aun si sus órganos siguen vivos. Creo que es perfectamente legítimo que la gente, con toda la regulación para proteger los derechos humanos, pueda optar por la eutanasia. Soy dueño de mi vida, mi vida no le pertenece a ninguna religión o sistema legal”. Lazcano advierte que los retos y temas que requieren de mayor atención en el campo de la bioética se ubican en la investigación en biología molecular, en biología celular. “Ante la capacidad tan extraordinaria de manipulación de la información genética, es necesario promover, difundir ese conocimiento, de modo que las decisiones no queden en manos de compañías o consorcios comerciales dedicados a la tecnología molecular, sino que la sociedad y sus representantes, los legisladores, sepan a qué se enfrentan”. Estos temas, entre otros, han ganado terreno gracias a la laicidad. Hoy en día, ¿se mantienen las bases de un Estado laico? “No, al contrario”, responde enfático. “Vivimos una situación muy compleja porque en un país cuya cultura es católica en su mayoría la Iglesia ha perdido autoridad moral debido a los conflictos internos: el abuso contra menores, la asociación de algunos sacerdotes
“La idea de austeridad amenaza con destruir centros de investigación muy importantes”
con dictaduras militares, etcétera. Está, además, el ingreso de muchas iglesias evangélicas, que no son iguales a los protestantes, los anglicanos o los presbiterianos que tienen una tradición intelectual y filosófica muy rica. En este ambiente, vemos que surgen nuevas religiones, a veces muy raras, como la Santa Muerte, y cosas así. Por otro lado, vemos el modo en que el presidente de la República sazona cada vez más sus homilías cotidianas con referencias religiosas. Se atrevieron a utilizar un podio político como el de Tijuana para convertirlo en un púlpito de predicación. Hay personas que han hecho una labor meritoria en favor de los migrantes, como el cura Solalinde, pero preocupa la influencia tan fuerte que ejerce en el gobierno. Hay una erosión cotidiana del espíritu laico que es el único que puede permear una sociedad para que sea auténticamente democrática. Y esto afecta la enseñanza de la ciencia, nuestra perspectiva ante problemas como la eutanasia, el aborto, el futuro de la educación”. Lazcano considera que uno de los atractivos en la campaña de Andrés Manuel López Obrador fue su empeño en denunciar la corrupción, acabar con la violencia, apoyar la educación, la investigación, la tecnología. “Es exactamente lo que no estamos viendo. Una ciencia sana no puede desarrollarse con recortes que hacen tabula rasa de tradiciones científicas, de grupos de investigación, de instituciones sólidas. Es un riesgo muy fuerte. Además, la idea de austeridad amenaza con destruir centros de investigación muy importantes. No creo que sea una exageración decir que si cancelas estas opciones académicas y de investigación científica, en humanidades, en artes, lo que haces es condenar el futuro de millones de niños y jóvenes que van a vivir en
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El doctor en Biología, investigador de la UNAM y miembro de El Colegio Nacional.
un mundo nacional encerrado en sí mismo. No están viendo las posibilidades del aparato científico como un elemento esencial del desarrollo social. El apoyo a las necesidades de los mexicanos más desprotegidos y la inversión en ciencia, cultura, artes, no deben contraponerse. La cultura se ha enriquecido siempre de la interacción ente individuos y grupos. No se puede tener una visión municipal
de la ciencia, el mundo va más allá de las fronteras de Macuspana y el presidente, al no tener cerca a personas del ámbito académico y científico, ha apoyado medidas muy restrictivas”. Limitar el diálogo entre académicos e investigadores más allá de fronteras geográficas y culturales, disminuir los apoyos y establecer límites para viajar, podría impulsar la fuga de cerebros. Lazcano recuerda
la crisis de los años ochenta, cuando mucha gente se fue y decidió no regresar. Fue entonces cuando se creó el Sistema Nacional de Investigadores que, junto con el Sistema Nacional de Creadores, ayudaron a desarrollar la ciencia y la cultura. “Los presupuestos para el crecimiento y desarrollo de las universidades y los centros de investigación de los gobiernos anteriores, PRI y PAN, han
sido exiguos”, apunta. “En 2017, con la inflación, hubo un recorte considerable que afectó al Conacyt y a la Conabio. De nuevo salieron los científicos, jóvenes con doctorados y postdoctorados que no volvieron. Cuando se dan estas crisis, vemos brechas generacionales muy claras en la ciencia mexicana. El problema es que la ciencia es como el conde Drácula: siempre anda buscando sangre nueva. Los laboratorios más activos, los grupos de investigación más productivos son aquellos donde hay jóvenes. Con ellos llegan ideas nuevas, métodos y enfoques novedosos; te obligan a pensar de manera distinta, y así la ciencia se reanima”. Eso está en riesgo. De acuerdo con Lazcano, México cuenta con una de las mejores redes a nivel mundial, capaz de competir con cualquier país. La Conade tiene redes sismológicas, estudia los océanos, el vulcanismo, monitorea la contaminación atmosférica, analiza las epidemias. Hace 50 años, había entre 2 mil y 5 mil científicos mexicanos en el extranjero; ahora son 30 mil. “La ciencia no puede ser endogámica. Por su naturaleza, tiene que ser necesariamente abierta”. Apasionado y estudioso de Darwin, Antonio Lazcano ha planteado que la vida en nuestro planeta no es producto de la casualidad, ni de un acto de creación divina, sino de la evolución. “Hace un par de años, me invitaron unos amigos curas a darles una charla y un muchacho me preguntó: ‘¿Y usted no ve en el cielo a Dios?’. Le dije: la imagen de Dios del Nuevo Testamento me la encuentro en la buena samaritana, en la gente que da de comer a los migrantes o en las monjas cuando tratan a enfermos que nadie quiere cuidar. Distingo el misticismo de la religiosidad, eso lo tengo muy claro. San Juan de la Cruz me parece un poeta extraordinario, pero lo leo con ojos estéticos, no con una mirada religiosa. Fui educado en el catolicismo. Entiendo y aprecio mucho, por ejemplo, a Johann Sebastian Bach. Cuando oyes La Pasión según San Mateo es inevitable que te conmueva y sé que atrás de eso hay un contexto religioso, pero no me perturba. Un amigo y colega dominico, fray Gerardo Guerra, me visitó cuando sufrí una peritonitis grave. Con un amor extraordinario, me preguntó si podía darme una bendición para que me fuera bien en la cirugía. Por supuesto, le dije. Para mí fue un acto de amistad profundo. Eso no me hace menos agnóstico ni más ateo ni menos religioso. Y cuando miro al cielo, lo hago con una mezcla muy clara de deslumbramiento estético y pregunta científica. No puedo separarlos”.
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TERTULIA
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PERSONERÍO
ENTREVISTA
Entre irrealidad y arreolidad
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JOSÉ DE LA COLINA
i bien la obra escrita de Juan José Arreola no es muy cuantiosa, como no podía ser en uno de los legendarios cultivadores mexicanos de la Página Perfecta, su fina inventiva, que no deja de probarse y jugarse en todos los géneros: el ensayo, el cuento, la novela, el teatro, el poema en prosa, la fábula, el aforismo, el palíndroma, las memorias, etcétera, forma una total Literatura en la que todo es literatura y juega con sus propios espejos y fantasmas. Arreola el Escritor, Arreola el escritor de y para escritores, juglar y jugador de la escritura, lo mismo se (y nos) deleita dándonos gato por liebre que liebre por gato, y entre otras buenas artimañas nos ha propuesto dos casos de antitética fantasmagoría literaria: el autor fantasma y el falso autor fantasma, más sus correspondientes libros. Veamos un ¿cuento o ensayo? de Palíndroma. Lo inusitado o escabroso del tema y las peculiaridades bibliográficas parecían delatar que la obra de El himen de México, tratado de “la virginidad perdida en violaciones, estupros y matrimonios” y de la “morfología del himen, así como sus anomalías” (en México), obra del “profesor en farmacia Francisco A. Flores”, “socio correspondiente de la Academia Náhuatl y miembro de las sociedades Mexicana de Historia Natural y de la Médica Pedro de Escobedo”, “opúsculo hermoso, impreso sin erratas en la Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fomento, calle de San Andrés número 15, el año de 1885, sobre 99 páginas útiles, más 16 láminas impresionantes”, era una fantasmagoría ideada por Arreola. Pero el libro existe realmente en el catálogo y en las estanterías de una de las Colecciones Especiales de la Biblioteca de México (sita en Plaza de la Ciudadela 4, Centro Histórico, Ciudad de México). Sin embargo, no todo es liebre en el comentario de Arreola, que produce su gato insertando algunos párrafos de pura irrealidad y arreolidad, gracias a los cuales un texto que durante un buen número de líneas “mantiene el tipo” de una reseña bibliográfica pasa al género de la fantasía y de la Patafísica (que es, según postulaba Alfred Jarry, su inventor, la Ciencia de las Excepciones y un método para deducir las leyes de lo singular y particular). Asunto distinto pero no distante es la obra de la que trata el texto “In memoriam”. Esa historia comparada de las relaciones sexuales, del Barón Büsenhausen, impresa en “cuarto mayor” sobre “fino papel de Holanda”, celebrada por el psicoanálisis, discutida por teólogos, antropólogos y marxistas, y cuya “traducción abreviada en inglés ha sido un bestseller sensacional”, es sospechosa de ser un libro fantasma. Arreola habla de un “mar de dos mil páginas”: quizá pocas para un asunto tan vasto, pero las suficientes para que un ejemplar haya caído “como pesada lápida mortuoria sobre el pecho de la baronesa viuda de Büsenhausen”. Tampoco el tema y el género están definidos. ¿Büsenhausen escribió una historia de las relaciones sexuales de todos los tiempos, lugares y civilizaciones, o una refutación de Engels, o la (anti)teología de un “esmerado infierno”, o bien, tomando sus “devaneos, sueños libidinosos y culpas secretas” por certidumbres científicas, compuso sin saberlo una novela que atrae “el recuerdo de Marcel Proust y James Joyce”?
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El autor de Imaginar el proletariado (Grano de Sal/ SME).
John Lear
“El arte político nunca desaparece”
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SILVIA HERRERA FOTOGRAFÍA CORTESÍA GRANO DE SAL
n Imaginar el proletariado (Grano de Sal/ SME, México, 2019), el profesor estadunidense John Lear estudia cómo fue representado el trabajador urbano de 1908 a 1940. Las diferencias en cuanto al modo en que fue plasmado dependen del sector que las impulsó: el gobierno o los artistas contestatarios. Entre los artistas gráficos a los que Lear se acercó se cuentan Saturnino Herrán, José Guadalupe Posada, Roberto Montenegro, Jean Charlot, Diego Rivera y Leopoldo Méndez. En esta plática, el investigador precisa puntos de su trabajo. ¿Por qué utilizaste la palabra “proletariado” y no “obrero” en el título? “Proletariado” es una palabra más ligada al comunismo. Tiene que ver con mi editor del libro en inglés; yo tenía un título muy prosaico, Representando obreros, y él decía: “¿Por qué no Picturing Proletariat?”, que suena más bonito. Funciona porque existía un gran movimiento proletario en México. El periodo que manejas va de finales del porfirismo hasta el gobierno de Lázaro Cárdenas. Lo que siguió ¿ya no te interesó? Tenía interés, pero había que parar en algún momento. También creo que hay cierto ciclo que es propio de la Revolución. Los historiadores han visto un movimiento de efervescencia social, que llega a su cúspide en el sexe-
nio de Cárdenas; luego pasa a una fase más institucionalizada. Hasta cierto punto tenía una lógica terminar ahí. En México, el inicio de la Revolución Industrial se da con Porfirio Díaz y el obrero comienza a construir su imagen. Los pintores y los grabadores —Saturnino Herrán y José Guadalupe Posada—ayudan a definirla. La ironía es que, después de Cárdenas, en los años cuarenta, la imagen del obrero queda definida cuando el gobierno lo subordina. ¿Cuándo podemos hablar de un proletariado en México? Yo diría que en los días del “Milagro mexicano”, en los años cincuenta y sesenta, cuando México ya era un país industrializado. Con los estilos contrapuestos de Herrán y Posada corren dos discursos ideológicos en el libro: la idealización gobiernista del sujeto que anula su peligrosidad y la representación contestataria que seguirían los muralistas. Es cuestión de estilo. Posada inspira a los muralistas en su manera de hacer arte y en su representación del obrero explotado, pero también están los
“Mientras Rivera está pintando los ideales de Vasconcelos, Charlot pinta la historia de México”
principios del Partido Comunista que seguían los muralistas para llegar a un público distinto del de Herrán, algo más popular. Un artista extranjero que mencionas y que debe ser revalorado por lo que aportó en cuanto a ideas y técnicas es Jean Charlot. Él ayuda a redescubrir a Posada y el grabado. Charlot es un hombre muy interesante. Llega a México de Francia y participa en el muralismo; tiene un mural en San Ildefonso sobre la conquista que es fascinante. Mientras Rivera está pintando los ideales de Vasconcelos, Charlot está pintando la historia de México. Y llega con placas de grabado religioso y les hace notar a los artistas mexicanos la presencia de Posada y la técnica del grabado. Pero él no lo hace solo: el Dr. Atl también tiene un papel fundamental en los años de la Revolución. Otro gran artista es Leopoldo Méndez. ¿Crees que con nuestro nuevo gobierno la representación que se hizo en los años veinte y treinta siga teniendo vigencia? Creo que tiene mucha vigencia. Aunque cierro en los años cuarenta, el arte político nunca desaparece. El Taller de Gráfica Popular mantiene este arte. Hay otras generaciones que retoman sus imágenes —con los ferrocarrileros de 1959, con los estudiantes del 68, con los zapatistas en Chiapas—; se retoma el grabado y el grafiti renueva esta tradición.
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EN LIBRERÍAS
6 DE JULIO 2019
NARRATIVA, POESÍA, ENSAYO Días sin final
Algún día, hoy
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A FUEGO LENTO
Una jaula de oro
La senda del mexica México, 2019
Sebastian Barry Alianza de Novelas México, 2019 274 páginas
Ángela Becerra Planeta México, 2019 813 páginas
Camilla Läckberg Océano México, 2019 356 páginas
Finalista del Premio Man Booker en 2017 y aclamada por el Premio Nobel Kazio Ishiguro, esta deslumbrante novela, narrada con una voz melancólica y a la vez rabiosa, narra las peripecias de Thomas McNulty y John Cole en las guerras indias y, más tarde, en la de Secesión. Es un canto a las llanuras del Oeste de Estados Unidos, a la amistad y a la reivindicación frente a la penuria. Barry es, desde hace años, uno de los grandes escritores dublineses.
La de un ángel dormido, una niña no deseada que nace entre la lluvia y el lodo, es la primera imagen que entrega esta novela con la cual la escritora colombiana recrea el destino de Betsabé, quien, además de encender las pasiones de todos los que se mueven a su alrededor, encabeza una de las primeras huelgas obreras de la historia. Medellín en los primeros años del siglo XX es el telón de fondo y las luchas femeninas la savia que impulsa los hechos.
“Jack, tu exmarido, mató a tu hija”. Con estas palabras inicia este thriller psicológico por el cual desfilan los círculos sociales y financieros más poderosos de Estocolmo y una mujer, la madre de esa niña, cuya carrera hacia la holgura económica aparece ante nuestros ojos mientras intenta apaciguar su presente. En muchos sentidos, esta novela se basa en la construcción de un personaje que se basta a sí mismo para ir adonde quiere, al margen de las convenciones.
Todos nosotros. Poesía completa
Rosario Castellanos, intelectual mexicana
Lenguajes
Raymond Carver Anagrama España, 2019 656 páginas
Claudia Maribel Domínguez Miranda UAM Iztapalapa/ Ediciones del lirio México, 2019 308 páginas
Revista de la Universidad de México UNAM México, julio de 2019 170 páginas
A Carver le hubiera gustado que en su epitafio se pusiese “Poeta, cuentista y ocasional ensayista”; el orden en que va cada actividad hace notar la imagen que tenía de sí como escritor. A diferencia de Joyce y Lowry, quienes son considerados poetas en su obra narrativa, el ejercicio poético de Carver debe ser puesto al nivel de su papel como cuentista. Con la aparición de su poesía completa, lectores y críticos discutirán si es mejor en uno u otro campo. La edición es bilingüe.
Solo pudo ser José Emilio Pacheco el primero en advertir que a Rosario Castellanos “no supimos leerla”. Y esta observación no se refiere únicamente al campo literario, pues su obra también abarca como interés prioritario la circunstancia de la mujer en México. Es por ello que para Domínguez Miranda, Castellanos merece ser reconocida como una intelectual. La investigadora se detiene a estudiar las razones de por qué sus colegas y el Estado le negaron este estatuto.
Un número doble es el que la revista dirigida por Guadalupe Nettel entrega en esta ocasión. Dedicado a los lenguajes, lo mismo humanos que propios de los animales y las plantas, incluye textos de Jorge Comensal, Jazmina Barrera, Manuel Hernández, Fabio Morábito y Fernanda Pérez Gay Juárez, entre otros autores. Destacan una entrevista a Santiago Rocangliolo y un ensayo sobre la obra de la artista visual, poeta y feminista chilena Cecilia Vicuña.
Los dioses tienen sed ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com
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n la Nueva España circulaba la malintencionada conseja de que existían más poetas que estiércol. Razón había para expresarlo y lamentarse. Hoy podríamos decir que hay más autores de thrillers policiacos que analfabetas funcionales en las redes sociales. Uno de sus productos más recientes, La senda del mexica (Planeta), ocurre sorpresivamente en Tenochtitlan, en los años próximos a su caída. El crimen de una doncella destinada al sacrificio en honor de Huitzilopochtli convoca a un viejo guerrero —y gran bebedor de pulque— para que resuelva el caso y restituya el orden cósmico antes de que el dios deje caer su ira sobre el imperio. Las pesquisas de Opochtli se transforman muy pronto en un pretexto para registrar los usos y costumbres rituales, sociales, gastronómicos y políticos de Tenochtitlan. De este modo, no sin dejar de echar mano de algunos trucos pedagógicos, el aliento narrativo acaba siendo consumido por las intenciones antropológicas. La recreación de Tenochtitlan es colorida y minuciosa, la conducta de sus gentes responde al menos a un afán de verosimilitud, pero no es posible evitar la sensación de que Joaquín Guerrero Casasola trata al lector como si fuera un turista que se aventura por una ciudad desconocida con la ingenuidad a flor de piel. Para quién si no para turistas son las dilatadas descripciones del panteón religioso y las prescindibles notas al pie de página o las descripciones explicativas sobre un sinfín de objetos y lugares. ¿O es que de plano ya no sabemos qué representaba Quetzalcóatl o cómo se prepara un plato de huauzontles? Disfruté el ritmo de las frases de La senda del mexica, su musicalidad, su sentido de la precisión y su buena mano para dibujar con claroscuros a su enternecedor protagonista pero eché de menos la tensión que suele acompañar al thriller policiaco. Le falta veneno, y en grandes cantidades —no sangre y vulgaridad prodigadas como en temporada de ofertas, al modo de la mayoría de los exponentes del género en nuestros días—. Y es que la visión de aquellos años últimos del imperio azteca son condenadamente edénicos (hasta la esclavitud tiene un aura orgullosa), con su pueblo sabio y sus cielos y aguas transparentes. No hay que ser muy avispado para reconocer que La senda del mexica fue ideada para revalorar el pasado indígena ahora que se cumplen 500 años del encuentro de Cortés y Moctezuma. Muy bien. Pero más que idealizar, un novelista tiene la obligación de sacudir el avispero.
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CIENCIA
6 DE JULIO 2019
DESMETÁFORA
De Marcel Duchamp a Jeff Koons Las piezas expuestas en el Museo Jumex revelan más diferencias que semejanzas entre ambos artistas
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arcel Duchamp es muy conocido por el urinal al que tituló Fuente y con el que quiso mostrar que cualquier objeto puede convertirse en arte si se lo saca del contexto usual para colocarlo en un museo. Sin embargo, para muchos conocedores, su verdadera gran obra se titula La novia desnudada por sus solteros, incluso. La obra no se exhibe en México, pero se la puede apreciar en fotografías y videos. Duchamp escribió muchas notas preliminares a la elaboración de esta pieza. En algunas se discuten temas de la física de principios del siglo pasado. La obra se mostró en 1926 en el Museo de Brooklyn por primera vez y justo después se rompió durante el transporte. Duchamp la reparó cuidadosamente y ahora es propiedad de la colección permanente del Museo de Filadelfia. Después del accidente, Duchamp creó un discurso alrededor de las grietas en el vidrio para darle más valor a su creación artística con los vidrios rotos. En todo caso, las notas preparatorias a la construcción de la obra han hecho pensar que el artista tendría algún interés por la ciencia y la tecnología, pero no. El mismo Duchamp negó siempre tal posibilidad. Ahora, con la exposición de Marcel Duchamp y Jeff Koons en el Museo Jumex de la Ciudad de México, se intenta establecer un paralelismo entre ambos que, al menos en lo que se relaciona con la ciencia y la tecnología, parece no existir. Si Duchamp quiso mostrar el carácter artístico de objetos cotidianos fuera de su ámbito, Koons quiere dar a los mismos un valor artístico con tecnología e imaginación. Jeff Koons, el artista mejor cotizado de nuestro tiempo, ha expresado de muchas maneras su interés por el conocimiento científico. Una de sus piezas consiste en un tanque de vidrio lleno de agua destilada con cloruro de sodio (sal común). La cantidad de sal es determinada para mantener a la pelota suspendida en el centro del tanque en lugar de flotar. Se dice que fue con el consejo de Richard Feynman —laureado Nobel y ampliamente conocido por sus libros divulgativos— que adicionó sodio altamente puro de grado reactivo. De esa manera el agua pesada con sal se va al fondo del tanque mientras que el agua fresca y más ligera se queda arriba. Con eso ya es posible colocar la pelota a la
GERARDO HERRERA CORRAL gherrera@fis.cinvestav.mx FOTOGRAFÍA CORTESÍA JEFF KOONS
Play Doh, de Jeff Koons
altura deseada. Por supuesto que con el tiempo y el movimiento el agua se homogeniza y por eso el tanque debe llenarse nuevamente cada vez que se monte la pieza para alguna exposición. Una de las piezas que se exhibe en la exposición del Museo Jumex es Play Doh. Jeff Koons quería construirla de polietileno, pero pronto se dio cuenta de que el material no le daba la textura que él quería en la superficie. Por eso cambio a aluminio. Recurrió al proceso de fundido con molde de cera para las piezas externas y fundido en moldes de arena para las piezas internas. En la elaboración se debió innovar para lograr el embrollo que se deja ver en la obra. Cada pieza coloreada de
El arte conceptual sigue siendo un enigma para quienes fuimos educados en el arte clásico
metal está hecha de manera independiente y la estructura en conjunto asemeja a la paleta de plastilina (Play Doh, marca comercial). Se dice que, aunque la obra está terminada, su instalación es difícil porque las partes no tienen indicaciones para su colocación. Se van acomodando de acuerdo a su peso por una grúa que las baja una después de otra para dar el arreglo final. El arte conceptual sigue siendo un enigma para muchos de nosotros que fuimos educados en el arte clásico donde la estética aún tiene una representación clara. Ahora los objetos parecen cobrar un significado que no siempre se relaciona con la belleza. Quizá en el fondo de estas cuestiones está la idea más básica que expresa el gran antropólogo belga Claude LéviStrauss en su libro De cerca y de lejos: “El culto a los objetos restaura en la sociedad moderna una especie
de animismo que sacraliza una multitud de obras humanas”. Decía Yves Arman en su libro Plays and Wins: “para Duchamp, las pinturas parecían ofrecer solo un placer pictórico o ‘retiniano’, sin estimular la mente. Por eso decidió expandir el arte y empezar por usar algo más que la pintura, los pinceles y lienzos. Pero, por supuesto, su trabajo no podía ser sobre religión o moralidad, como fue en el Renacimiento, así que se enfocó en un análisis y criticismo que percibía era la mayor preocupación de nuestro siglo”. Efectivamente, en una exposición de Duchamp lo que uno ve es análisis y criticismo fuera de lo convencional. Sus obras lo sacaron por completo de la corriente principal, pero logró una influencia tal que su trabajo sigue siendo el comienzo de casi todos los movimientos artísticos.
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ESCENARIOS
6 DE JULIO 2019
PERIPECIA
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DOBLE FILO
Las manos mágicas de Jorge Federico Osorio FERNANDO FIGUEROA
E 41 detonaciones contra la puerta de un clóset se presenta jueves y sábado en El Milagro. Milán 24.
Breviario del movimiento gay en México
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ALEGRÍA MARTÍNEZ alegriamtz@gmail.com FOTOGRAFÍA HÉCTOR ORTEGA
ntre teatro testimonial y ficción, las escenas comienzan y terminan a gran velocidad, como golpes de memoria intermitente, que aluden tanto al hecho del Baile de los 41, que tuvo lugar en 1901 en la colonia Tabacalera, como a algunas reuniones del Frente Homosexual de Acción Revolucionaria surgido en 1978, entre anécdotas sobre Salvador Novo, Carlos Monsiváis, Jaime Torres Bodet, Xavier Villaurrutia, Nancy Cárdenas y algunos más. Fragmentos del recorrido histórico permeado por lucha y resistencia de la comunidad gay en México conforman 41 detonaciones contra la puerta de un clóset, escrita por Sara Pinedo y David Gaitán, un compendio de hechos verídicos con pinceladas de sarcasmo. El montaje inicia con una canción y cuatro hombres en torno a una mesa en la que una montaña de muñecos Ken —la pareja de Barbie—, algunos con centelleantes vestidos y otros desnudos, se entrelazan entre las manos de los actores y el enjambre de piernas, brazos y cuerpos de plástico, hasta que son devueltos a su caja. El recuento, la investigación, el hecho de plantear escénicamente el proceso que ha llevado a la comunidad gay, hoy LGBTTTIQ+, a poder ejercer solo algunos de los derechos que se les han negado sistemáticamente es un paso adelante. La puesta en escena, con dirección de Martín Acosta, revela su alta necesidad de traer al presente tramos
de este arduo camino. Sin embargo, en esta urgencia ponderó el fondo y eligió una forma que tropieza con un ritmo que la atropella sin velocidad en su progresión y en cambio requiere depurar acciones, editar escenas, pulir actuaciones, dicción y cambios súbitos de personaje. 41 detonaciones contra la puerta de un clóset es un texto que plantea la batalla política y social de la comunidad homosexual y al mismo tiempo hace un acercamiento al rompimiento individual de hombres cercados por atavismos familiares que los encadenan a una existencia de simulación sobre su preferencia sexual. La dramaturgia de Pinedo y Gaitán integra chistes que evidencian la burla de la que ha sido objeto durante años esta comunidad, además de prejuicios, rechazo y persecución, y expone rencillas contra la postura del grupo de lesbianas, al que necesitaban políticamente, sin dejar de lado conflictos internos y lastres propios de una sociedad que se resistía al cambio. El espacio escénico de Natalia Sedano, diseñadora también de un vestuario fielmente setentero, propone un ciclorama curvo, como media luna horizontal, desde donde hablará
Martín Acosta ponderó el fondo y eligió una forma que tropieza con el ritmo atropellado
un trasero que con su movimiento intentará constituirse en el emisor del discurso de un personaje ante el micrófono, y más tarde será la puerta que se abra a una fiesta o el marco de un predicador con aura reverberante de efectos especiales creados a la vista del espectador. La sucesión de escenas rápidas enuncia y diluye lo que plantea, y no se alcanza a fijar, quizá por la necesidad de abarcar tanto, de poblar de personajes y situaciones que culminan, algunas, antes de crecer, a excepción de otras, como aquella en la que Ricardo Rodríguez se toma el tiempo, a contracorriente, de hacer que las palabras tomen su dimensión propia, que el personaje pueda entrar en la ruta de su caída o de su arrebato, de su trampa o de su juego. No sucede así con el resto del elenco conformado por Ramón Hernández Lara, Joshua Okamoto y Emmanuel Varela, quienes, si bien alcanzan momentos destacados, no consiguen encontrar al personaje siguiente con la rapidez que el marcaje y el texto exigen. El recuerdo de Carta al artista adolescente, o de La secreta obscenidad de cada día, incluso de la imborrable Naturaleza muerta y Marlon Brando, dirigidas por Martín Acosta en los años noventa, cuyo discurso estético y contenido aún viven en la memoria, contrasta con estas 41 detonaciones contra la puerta de un clóset en las que si bien hay mucho qué decir, la forma requiere, incluido el falo parlante, un pulimento escénico mayor que se abra paso por vías más amplias.
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l último día de junio, durante 50 minutos terrenales, Jorge Federico Osorio sacó de la realidad a quienes lo escucharon tocar, en la Sala Nezahualcóyotl, el Concierto para piano número 2 en si bemol mayor, de Johannes Brahms. Momentos después de ese prodigio con la Orquesta Juvenil Universitaria Eduardo Mata de la UNAM, el músico platicó con Laberinto. Dos discos que llevaría a una isla desierta. Sonata para piano en si bemol de Schubert, con Artur Schnabel; y la Sinfonía número 5 de Beethoven, en la primera versión que hizo Karajan con la Filarmónica de Viena. ¿En vinil, CD o digital? En LP de acetato. ¿Tiene discos de Manzanero? No, pero me gusta su música. ¿Khatia Buniatishvilli es buena pianista o solo es una guapa que hace show? Es buena pianista y hace show. ¿Quién es el sucesor de Osorio? Cada individuo tiene su camino. ¿Qué sintió la primera vez que lo dirigió su hijo Santiago? Alegría, emoción y paz. ¿Qué porcentaje habla de inglés, francés, ruso y español? Inglés, como 70 por ciento. Tenía como 90 de francés y ahora 50. Ruso tuve como 60 y ahora 15. Español, depende del día. ¿Qué es lo más difícil de enseñar en la música? Que tengan criterio y adquieran confianza. ¿Le gustaban las manos de Marceau? No solo las manos, toda su expresión. ¿Las manos son una extensión del cerebro, del alma o del corazón? El alma y el corazón van de la mano. ¿No odió la disciplina en la infancia? No, porque nunca tuve que hacer tanto. Un crítico mexicano que le haya aportado algo. Raúl Cosío era muy directo. Los mejores pianistas que haya escuchado. Claudio Arrau, Wilhelm Kempff y Arthur Rubinstein. Recomiéndeme un disco suyo. El más reciente, con las últimas obras para piano de Brahms y Schubert. ¿Mozart o Beethoven? No es buena pregunta. ¿Valora más el aplauso o el silencio? Esa sí es buena. El silencio en la sala es igual de emocionante que el aplauso. ¿Tradición o vanguardia? Las dos cosas evolucionan hacia un mismo punto. ¿La Sala Nezahualcóyotl es tan buena como dicen? Sí, y con mucho público aún mejor. Cuénteme una anécdota entrañable como instrumentista. Durante un concierto popular en León tuve a un niño parado frente a mí, prestando gran atención al Concierto para piano número 5 de Beethoven. Años después, durante unos cursos que di, se me acercó y me dijo que era él. La mayor virtud de un músico. No aburrir.
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LABERINTO
DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ
6 DE JULIO 2019
http:// www.milenio.com/cultura/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLaberinto
TOSCANADAS
Anhelo de inmortalidad DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com
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n su serie y libro Civilisation, Kenneth Clark dice que los requisitos para alcanzar la civilización han de ser: “la energía intelectual, libertad de pensamiento, un sentido de la belleza y un anhelo de inmortalidad”. Como especialista y amoroso del arte, Clark lleva de la mano los conceptos de arte y civilización; no hay uno sin la otra. Y, por supuesto, esos cuatro requisitos podemos aplicarlos a la creación artística. No es lo mismo levantar una iglesia en el siglo XVI con energía intelectual, libertad de pensamiento, un sentido de la belleza y anhelo de inmortalidad, que alzar un avechucho de edificio en la avenida Insurgentes con apenas una dudosa libertad intelectual, que ha de plegarse ante los intereses económicos, y se ve atrofiada por el nulo sentido de la belleza y la ausencia de un sentido de inmortalidad. Lo mismo se aplica a las artes plásticas o a la literatura. Pero hay una diferencia.
KENNETH CLARK
El historiador del arte y autor de Civilización.
El ignorante en artes plásticas es incluso más radical a la hora de aceptar lo clásico y no lo contemporáneo. Por supuesto que rechaza a los descendientes del mingitorio como artistas y apenas se siente ligado a sus obras mediante sentimientos anarquistas o fetichistas; pero igual puede rechazar el impresionismo o el expresionismo o el cubismo y sentirse mucho más cómodo con los maestros del Renacimiento. En cambio en literatura, el ignorante prefiere la ligereza contemporánea a un clásico. Prefiere la inmediatez de una novela policiaca y no una Divina comedia o un Quijote o un Guerra y paz o, ya ni se diga, una Ilíada. Como turistas van a Atenas para sacarse selfis en el Partenón y a Florencia para comprar algún suvenir en el ponte Vecchio, pero mejor evitar a Homero o a Dante. Y sin embargo, cuánto anhelo de inmortalidad hay en estos dos, cuánto sentido de la belleza. Me pregunto por qué todos elegirían
un Da Vinci sobre un Hirst, pero muchísimos prefieren un Rosa Montero que un Boccaccio. ¿En qué momento el deterioro del alma humana nos dio derecho a los autores contemporáneos de ocupar en librerías espacios que debían corresponder a los clásicos? ¿Qué derecho tengo de invadir un espacio de estantería entre Tolstói y Turguéniev? La honestidad artística debería obligarnos a los autores a cruzarnos de brazos, a no publicar nada hasta que, a falta de novedades, se derrumbaran los emporios editoriales, hasta volver al pequeño editor que publica clásicos y algunas pocas letras contemporáneas que respeten los requisitos de Kenneth Clark, porque sí, hay que confiar en que hoy puede escribirse algún futuro clásico. “¿Tiene usted sentido de la belleza y anhelo de inmortalidad?”, preguntaría el editor al autor en su primera entrevista. Y de vez en vez, en algún lugar, aparecería uno que dijera que sí.
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BICHOS Y PARIENTES
Que inventen ellos
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a ciencia, la tecnología y sus investigadores se vuelven indeseables y sospechosos. Otra vez. Pero se invierten los roles de los actores. A principios del siglo XX, los gobiernos soñaban con la conversión tecnológica: máquinas, trenes, vías, acero, vapor, fuego y motores, mientras la mayoría de los autores denunciaban a las ciencias y a la tecnología como afán de barbarie sin espíritu. Quizá tenían una razón válida: para acceder a la tecnología y la investigación científica de punta eran necesarios inmensos capitales y una revolución industrial completa. De unas décadas para acá, las comunicaciones y las libertades comerciales han abaratado muchísimo el acceso a los saberes de punta y, pese a ello, ahora son los empleados estatales y las hordas antiliberales quienes gruñen contra la ciencia y la tecnología. Sucede en muchos lados, de muchos modos, pero en la historia de la lengua española, la boga anticientífica no fue una mera actitud, sino el origen de una autodefinición. Cuando Estados Unidos, en 1898, declara la guerra al Imperio Español, se rompen los dos espejos en que querían mirarse los latinoamericanos y termina el sopor de una España sorda y embrutecida. Ángel Ganivet se da cuenta de la caída como si le hubieran dado con un marro en la cabeza: “la invención del vapor fue un golpe mortal para nuestro poder. Hasta hace poco ni sabíamos construir un buque de guerra, y hasta hace poquísimo nuestros maquinistas eran extranjeros”, le escribe a un Unamuno, igual de perplejo, que responde, en un artículo, con su infame frase: “que inventen ellos”. Don Miguel,
JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA UNAM
inmenso necio y fantástico escritor, primitivo y sabio, idiota como él solo, convirtió su hostilidad a la ciencia en una divisa espiritual: “No ha mucho hubo quien hizo como que se escandalizaba de... aquello de: ‘¡que inventen ellos!’. Expresión paradójica a que no renuncio... Mas al decir, ¡que inventen ellos!, no quise decir que hayamos de contentarnos con un papel pasivo, no. Ellos a la ciencia de que nos aprovecharemos; nosotros, a lo nuestro. No
En la historia de la lengua española, la boga anticientífica fue el origen de una autodefinición
basta defenderse, hay que atacar” (Del sentimiento trágico de la vida, XII). Y yergue la imagen peculiar en la que fueron a refugiarse los intelectuales españoles: ese quijote desdibujado y moralizante del siglo XX, que ya había perdido su calidad de analogía para convertirse en el silogismo del necio orgulloso; al fin, “la locura quijotesca no consiente la lógica científica”. También para América Latina, el enemigo eran unos yanquis sin alma pero colmados de tecnología y ciencia. Mientras España se quijotiza, los latinoamericanos se van del lado de Shakespeare. Específicamente, de la Tempestad. Antes que Unamuno, Rubén Darío había escrito una diatriba genial y disparatada contra “el Goliat dinamitero
Laboratorio Universitario de Resonancia Magnética Nuclear de la UNAM.
y mecánico... el yankee, demócrata y plebeyo”. Se declara amigo de España en el instante en que la agrede un enemigo brutal, pero “no, no puedo, no quiero estar de parte de esos búfalos de dientes de plata. Son enemigos míos, son los aborrecedores de la sangre latina, son los Bárbaros… El ideal de esos calibanes está circunscrito a la bolsa y a la fábrica. No, no puedo estar de parte de ellos, no puedo estar por el triunfo de Calibán” (“El triunfo de Calibán”, mayo de 1898). Y José Enrique Rodó, un año después de Darío, publica una de las obras señeras de la cultura hispanoamericana: su Ariel, “genio del Aire que representa, en el simbolismo de la obra de Shakespeare, la parte noble y alada del espíritu”. También antiyanqui, también hostil a la ciencia, a la tecnología y hasta a la democracia, porque “cuando la democracia no enaltece el espíritu, carece, más que ningún otro régimen, de eficaces barreras... contra las hordas inevitables de la vulgaridad”. La lengua española rechazó altiva y espiritualmente a las ciencias y la tecnología. Unamuno, Ganivet, Darío, Rodó, Groussac, Vasconcelos, Santos Chocano o De la Selva se daban cuenta de que no era posible alcanzar el desarrollo científico y tecnológico de los países desarrollados. Al mundo de lengua española le faltaba una revolución industrial antes de poder participar en el conocimiento. Pero repetir ahora, desde el gobierno, la actitud de carencia y desprecio, cuando ya no es necesario trepar la empinada cuesta de la industrialización para acceder a la tecnología o la ciencia, es un lujo del resentimiento; es hacer, de la estupidez, banderas. Y las ondean. Que inventen ellos.
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