Suplemento cultural de MILENIO
LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE
LOS PAISAJES INVISIBLES
FERNANDO ZAMORA
IVÁN RÍOS GASCÓN
Kenneth Anger: la poética gay
Joel Schumacher (1939-2020) Foto: Art House Video
SÁBADO 27 DE JUNIO DE 2020 AÑO 17 - NÚMERO 889
La Noche Triste: 500 años de mitos y fantasmas Guadalupe Alonso Coratella/ ILUSTRACIÓN: BOLIGÁN
Foto: EFE
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ANTESALA
27 DE JUNIO 2020
DOBLE FILO
Farnesio: un cómplice esencial FERNANDO FIGUEROA
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ctor, bailarín y coreógrafo, Farnesio de Bernal nació en Zamora, Michoacán, hace nueve décadas. Acerca de él, Luis de Tavira dijo: “Ahí donde inició un movimiento decisivo para el teatro, la danza o el cine, Farnesio fue un protagonista y un cómplice esencial”. De Bernal, recipiendario de la Medalla Bellas Artes en 2011 y actor emérito de la Compañía Nacional de Teatro, juega ping-pong con Laberinto. ¿Cuál es su mayor miedo? Perder la manera de comunicarme. Al principio de este año, no supe de mí durante dos meses. Cuando me alivié, me dijeron que hacía cosas raras que no recuerdo. Un libro en una isla desierta. Las obras completas de Shakespeare. ¿La Medalla Bellas Artes es de oro? Sí. Cuando tenga un problema, la vendo. ¿Qué le aprendió a André Moreau? A nunca darme por vencido y ser un profesional de verdad. ¿Qué le falta por aprender como actor? Nunca acabas de aprender. ¿Angelina Jolie es tan bella como parece? Sí. Cuando le dije que jolie significa bonita en francés, me dijo: “nos vamos a llevar bien”. En belleza, ¿Angelina o Salma? Son guapas diferentes. ¿Jodorowsky o Gurrola? Gurrola. ¿No existen papeles pequeños? Eso dicen los directores para que aceptes. ¿Quién lo ha aprovechado más en cine? Jaime Humberto Hermosillo. ¿Quién es el mejor actor mexicano? No me atrevo, son muchos. Película favorita de todos los tiempos. Lo que el viento se llevó. ¿Ofelia Guilmáin o María Tereza Montoya? María Tereza Montoya. Cuando la vi actuar, supe a lo que me iba a dedicar. ¿Qué es el teatro? Una manera original de representar la vida. ¿A qué se parece hacer un monólogo? A platicar con muchas personas a la vez. ¿Actor o bailarín? Es lo mismo. Lo importante es la comunicación con el público. ¿Cómo recuerda a Martha Graham? Teníaunapersonalidadtanfuerteque,antesdeentrar en un salón, adentro se producía un silencio mágico. ¿Ella qué le enseñó? A amar mi cuerpo. Su mayor travesura en Nueva York. Me colé gratis a muchos eventos. Un recuerdo de José Limón. Cuando lo vi bailar en Bellas Artes, me incliné por la danza moderna. ¿Cómo nace una coreografía? Para eso se estudia y sirve para expresar ideas con claridad. ¿Qué le recomendaría a alguien que no baila ni a balazos? Que lo haga sin ningún temor. ¿Cantinflas era buena persona? ¡Ay! Mmmhhh. Creo que no. Él marcaba una distancia con los demás. ¿Qué extraña de la normalidad? La libertad de hacer lo que amas.
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Fireworks. Dirección: Kenneth Anger. Una de las películas con las que YouTube celebra el Día del Orgullo LGBT.
HOMBRE DE CELULOIDE
Fuegos de artificio de la poética gay
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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA ART HOUSE VIDEO
n 1949 se filmó la primera película gay. Fireworks de Kenneth Anger resume todo el pasado de un subgénero que hoy agrupa a La jaula de las locas y El secreto de la montaña. Su influencia primigenia es, por supuesto, la primera película homosexual. En 1895 Edison buscaba un modo de sincronizar imagen y sonido. No había cerca ninguna mujer, de modo que pidió a dos trabajadores que se tomaran de la mano y bailaran al ritmo de un violín. Nació así Dickson Experimental Sound Film, una película que resulta cómica si es que uno encuentra cómicos los chistes de compadres. Lo importante es que en el principio del cine homosexual está el escarnio. Un ridículo del que se apodera, para reivindicarlo, el cine gay. Fireworks tiene también la fuerza en la imagen de las películas de James S. Watson y Melville Webber. Ambos dirigieron, en 1928, La caída de la casa Usher. Como ésta, Fireworks echa mano de decorados extravagantes, pero mientras la obra de Watson y Webber presenta la sexualidad de modo indefinido, enmascarada detrás de la sensualidad y el simbolismo (una mano se desliza sobre una tela, un martillo cae contumaz como la culpa), la película de Kenneth Anger se
nos presenta tan explícita como podía serlo una obra que se estrenó durante el Festival de Biarritz en 1949. Fireworks contiene además la belleza de la versión de Salomé de Oscar Wilde que dirigió Charles Bryant en 1922 junto a su esposa Alla Nazimova. Salomé es, por su belleza, la más significativa de las influencias de Anger y por extensión del cine gay. Claro, junto a La sangre de un poeta de Jean Cocteau cuyos elogios, por repetidos, sobran. No sobra, en cambio, mencionar otros antecedentes que conforman la poética gay muy a su pesar. Se sabe que El triunfo de la voluntad de Leni Riefenstahl es una obra de propaganda nazi. Y, sin embargo, como hace notar Sarah Schulman en un artículo de otoño de 2003 en el Millenium Film Journal, hay en esta película todo aquello que terminará por ser exaltado en la cultura gay producida para varones. En efecto, Riefenstahl nos presenta un mundo hecho exclusivamente de hombres
Fireworks contiene la belleza de la versión de Salomé que dirigió Charles Bryant en 1922
jóvenes que se juran lealtad y juntos marchan, hacen deporte y se meten a la ducha. Fue durante la Segunda Guerra Mundial que comenzó a surgir el estereotipo del fortachón enamorado de otro igual de fortachón. Y no por ser estereotipo resulta menos efectivo. Funciona bien en Ben Hur. En ella, William Wyler dirigió a Stephen Boyd como un Mesala que despechado decide hacer la vida imposible a Charlton Heston. Todo este cine que de manera implícita evoca el imaginario del homoerotismo estalla en Fuegos artificiales de Kenneth Anger, cúspide del Avant Garde estadunidense que parece querer contar la historia de un joven prostituto que va más allá de su vida de hijo de familia para salir a la calle y encontrarse con otro prostituto como él. Los dos muchachos se muestran los pectorales. Uno le enciende al otro el cigarro con una enorme tea ardiendo que casi lo quema. Todo parece salido del imaginario de Tom de Finlandia. Y es que para hablar de la poética gay en Fireworks también valdría la pena pensar el mundo de la sensualidad homosexual en el arte pictórico. Pero no hay espacio. Baste pensar en el universo de lo kitsch y lo naif que también explota, gozoso y sin reparos, en Fireworks de Kenneth Anger.
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ANTESALA
27 DE JUNIO 2020
POESÍA
“Mi ángel de la guarda”... JOSÉ JAVIER VILLARREAL
“Mi ángel de la guarda, de mi dulce compañía”. El trapo o la bandera con el que habla Elena encendida por el alcohol que escurre entre las hojas de un papel corriente y amarillo que mis manos y mis dedos, el reflejo del foco, sobre el cristal de mis lentes, acompaña. ¿A quién, a Elena, a mi ángel de la guarda, a la soledad que se derrama en la piscina de mi cuarto?, ¿el frío —metálico y azul—, tan lejos de mí, en una cajita de madera que me ve, acompaña, sin que Elena, mi ángel de la guarda, el camino entre los pinos, el usurero de abajo, el vagabundo que cruza la calle, se enteren? En esta habitación tan desprovista, tan solita, como diría de sí mismo Jaroslav Seifert en un pisito de Praga, en los años ochenta, cuando esto que me rodea ni siquiera asomaba con su paso de gallina, con sus alas plegadas y su mirada tan hueca, con su cuerpo blanco y etéreo como una nubecilla en un rayo de luz que no veo, pero que aún hoy me es posible imaginar. Este poema forma parte de Elegía, libro en marcha.
EX LIBRIS
Dafne y el tiempo/ EKO
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LOS PAISAJES INVISIBLES
Joel Schumacher (1939–2020) IVÁN RÍOS GASCÓN
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@IvanRiosGascon
oel Schumacher nunca obtuvo un galardón por sus películas pero algunas marcaron a una generación entera, digamos St. Elmo’s Fire (1985), su tercer largometraje, que en sintonía con los filmes de John Hughes (The Breakfast Club, Pretty in Pink), se ocupó de la insatisfacción y el desarreglo sentimental de los jóvenes de la era Reagan, a través de un elenco que garantizaba la taquilla: Emilio Estevez, Rob Lowe, Andrew McCarthy, Demi Moore, Judd Nelson, Ally Sheedy, Andie McDowell, iconos de esa década en que el videoclip iniciaba su hegemonía mediática para luego convertirse en alternativa experimental y financiera de directores y fotógrafos, o esa otra película emblemática, Lost Boys (1987), relato de vampiros playeros que no solo contó con un reparto novedoso (Jason Patric, Kiefer Sutherland, Diane Weist, Corey Haim y Corey Feldman) sino con una banda sonora ad hoc para su narrativa estilo cómic: The Rascals, INXS o la estupenda versión de “People are Strange”, de los Doors, interpretada por Echo & The Bunnymen. Schumacher también es célebre por Flatliners (Línea mortal, 1990), la historia de una caterva de pasantes de medicina que se matan momentáneamente para contar la experiencia del último suspiro y que, fiel a su pulso taquillero, repitió la fórmula de sus cintas anteriores, incluyendo a Kiefer Sutherland, Julia Roberts, William Baldwin y Kevin Bacon en el repertorio. Su éxito casi triplicó la inversión de Columbia Pictures por lo que en 2017, Niels Arden Oplev hizo un remake con Ellen Paige y Diego Luna, que resultó un fracaso rotundo. Formado en el imperio de la moda, Joel Schumacher demostró un talento natural para el Hollywood ansioso de explotar estereotipos. Pensemos, por ejemplo, en dos filmes que estuvieron a punto de encumbrarlo: Un día de furia (1993), la lunática travesía de William Foster (Michael Douglas), un tipo común que, atorado en un embotellamiento cotidiano de Los Angeles, con el calor a tope y la calefacción del auto descompuesta, decide caminar hasta la casa de su ex esposa. El trayecto resulta más que accidentado: Foster comienza a enloquecer de estrés, recoge el arsenal de una balacera entre mafiosos y da rienda suelta a su alter ego de psicópata. Un día de furia fue seleccionada para la Palma de Oro en Cannes pero el premio se lo llevaron Jane Campion por El piano, y Chen Kaige por Adiós a mi concubina. Su otra oportunidad fue 8mm (1999): el detective Tom Welles (Nicholas Cage) hurga en el armario de un millonario difunto donde, en vez de esqueletos, hay una cinta enlatada que lo lleva a la espiral del submundo californiano del porno y las snuff movies. Pese al potencial de sordidez del argumento, Schumacher manufacturó un producto light hollywoodense que, de cualquier modo, generó entusiasmo, sobre todo por la hipotética exploración del mito snuff, con los asesinos encapuchados y los ritos sádicos del género. 8mm fue nominada al Oso de Berlín, certamen que ganaron Terrence Malick por La delgada línea roja, y Gary Winick por The Tic Code. Joel Schumacher no ganó ningún premio por sus películas. Algunas fueron descalabros, otras pasaron sin pena ni gloria. Sus versiones del héroe de DC Comics, Batman Forever (1995) y Batman y Robin (1997) merecen el olvido; Tigerland (2000), Última llamada (2002), Veronica Guerin (2003) y El número 23 (2007) son filmes medianos; intentó recuperarse en su penúltima película, Twelve (2010), basada en la novela homónima de Nick McDonell, libro de éxito efímero que combinó el fenómeno Columbine con el ambiente burgués del Upper East Side neoyorquino, pero naufragó. No obstante, Schumacher hizo época. Su gran logro fue espolear el imaginario de una generación que Ronald Reagan se empeñó en condenar al tedio del capitalismo salvaje, la quiebra financiera y la Guerra Fría.
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DE PORTADA
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El 30 de junio se conmemoran 500 años de u el rumbo de la Conquista y más tarde consol
La Noche Triste: mitos
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GUADALUPE ALONSO CORATELLA FOTO INAH (LIENZO DE TLAXCALA)
a noche del 30 de junio de 1520 ha quedado grabada en la memoria de los mexicanos como uno de los episodios más emblemáticos de la Conquista . La Noche Triste, registrada solo en cinco crónicas, continúa intrigando a historiadores y arqueólogos. Su simbología, los mitos que la circundan y la carga ideológica que sirvió para apuntalar la identidad de un pueblo y alentar el nacionalismo, son temas que merecen no solo la conmemoración, sino la búsqueda de nuevas narrativas. Especialistas reflexionan en torno a los sucesos desde distintas perspectivas. En un breve recuento, el historiador Salvador Rueda destaca: “En su Carta de Relación, Cortés explica en
qué consistió la batalla y cómo llega, el 24 de junio, día de San Juan, a Tenochtitlan después de derrotar a Pánfilo de Narváez. Cree que todo estará bien, pero nota una ausencia. La ciudad está en silencio, nadie sale a recibirlo. Es interesante porque para los españoles el día de San Juan es una noche de portentos, por lo general, de buena suerte. Sin embargo, Hernán Cortés encuentra malas noticias. La gente está encerrada, sitiada. Su agorero, Blas Botello, tiene un mal presentimiento; habla de apariciones, gente sin cabeza, piernas caminando. Cortés llega con la gente de Pánfilo de Narváez: no sabían a lo que iban y lo que ven es oro. Están ahí toda la semana hasta que deciden que deben irse. ¿A qué le temían los españoles? Desde mi punto de vista, a ser devorados. Porque para ellos, al final de los tiempos, los cuerpos tenían que resucitar, y ser devorados significaba no saber dónde habían quedado. El caso es que Cortés decide partir la
noche del 30 de junio para amanecer el 1 de julio. Está lloviendo. Se dice que una mujer se da cuenta de que los españoles dejan la ciudad, da el aviso de alarma y de inmediato los guerreros mexicas empiezan a atacar. La matanza es terrible. La gente de Pánfilo de Narváez, la que más oro llevaba, queda ahí muerta. El oro yace enterrado en la esquina de lo que ahora es la Avenida Hidalgo y el Templo de San Hipólito”. La arqueóloga Patricia Ledesma agrega: “Fue uno de los encuentros más fuertes y más traumáticos para los españoles. Jamás olvidaron lo que ocurrió y las escenas que describe Bernal Díaz del Castillo son de un miedo y de un dolor increíbles. Solo hay que imaginar que muchos de sus compañeros se ahogaron
“Las nuevas generaciones deberán modelar lo que pasó para explicarse a sí mismas”
y para cruzar la calzada tuvieron que pisar sus cuerpos. Algunos murieron porque venían cargados del oro que Cortés les dejó llevarse, lo que les impidió moverse con soltura. Sabemos que habían transformado el oro en tejos, unas placas curvas que podían acomodarse en las piernas”. El escritor Héctor de Mauleón, quien noveló este momento histórico en El secreto de la noche triste, señala: “No se hizo la cuenta de cuántos españoles, pero deben haber sido unos 800 los que murieron esa noche. Todo lo que llevaban se perdió, más el oro de Cortés, más lo que se supone que le entregarían al rey. Saben que lo perdieron todo. Ganan la ciudad después del sitio de Tenochtitlan, la conquistan, y lo primero que hacen es juntar a los jefes, a Cuauhtémoc, al Señor de Tacuba, a los de la Triple Alianza, para quemarles los pies y revelen dónde está el tesoro perdido. Pero ese tesoro nunca vuelve a aparecer. Nadie sabe,
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un hecho que cambió lidaría a la nación liberal
s y fantasmas se echan la culpa unos a otros, y entonces comienza la búsqueda. Dice Bernal Díaz del Castillo que mandaron a algunos buzos a los canales (así lo pone, unos buzos) y se metieron a buscar, pero lo que rescataron no valía nada. Así comienza a crearse el mito de que en algún lugar de la ciudad, que ya empiezan a edificar después de la conquista, está escondido ese tesoro. Algunos creen que Cortés lo recuperó con la tortura y no quiso revelarlo a sus subalternos; por eso los soldados le ponen pintas afuera de su casa diciéndole que es un ladrón y que todos están pobres menos él. Eso hace que la ciudad sea levantada sobre un mito: el de un tesoro perdido”. Mitos, leyendas y símbolos circundan esta historia que se ha recogido en diversas crónicas. “El llanto de Cortés”, explica Salvador Rueda, “queda como parte de las primeras leyendas. Es un concepto, no un juicio. Es una noche triste para todos. Murieron miles de
personas y es el momento en que se trastoca la historia porque unas horas antes ejecutan a Moctezuma y quedan desarticuladas las posibilidades políticas de Cortés. Por otro lado, se supone que el día de San Juan llega Cortés con un negro, de los que venían con Pánfilo de Narváez, contagiado de viruela. El 25 de noviembre de 1520 muere Cuitláhuac de viruela. Entonces viene el segundo trasbordo de la historia. El primero es el amanecer del 1 de julio, la muerte de Moctezuma; el segundo es el 25 de noviembre, la muerte de Cuitláhuac. Esto le permite a Cortés recomponer sus alianzas. Regresa y sitia la ciudad, una parte desde Tacuba, otra desde Chapultepec y la otra con los bergantines que todos sabemos que manda construir”. Sobre estos mitos, Patricia Ledesma refiere que “los historiadores modernos siguen desentrañando los hechos. Algunos episodios se quedaron en el imaginario colectivo; por ejemplo, el
árbol de La Noche Triste. Conocemos el episodio y nos imaginamos a Hernán Cortés llorando bajo el árbol en Popotla, pero ninguna fuente habla del árbol. Es posible que los españoles hayan pasado por ahí, pero el llanto de este hombre debajo del árbol es poco probable”. “El mito del tesoro sigue hasta la fecha”, dice Héctor de Mauleón. “Con las obras del Metro se revivió. Cuando en tiempos de Carranza terminaron de desecar el Lago de Texcoco, el rumor era que estaban buscando el tesoro de Moctezuma. Y en el juicio de residencia de Cortés, en 1529, seguían preguntándole dónde estaba. Durante muchos años la idea de un tesoro perdido inundó la imaginación de los habitantes de la ciudad. Se me hace maravilloso que 450 años después, con las obras del Metro, cuando aparece el tejo de oro frente a la Alameda, reviva la idea de que hay una cosa fabulosa enterrada y nadie la ha encontrado”. “La Noche Triste”, comenta Patricia Ledesma, “es una historia romántica en el sentido dramático. Tiene muchos elementos que atraen porque tienen que ver con las pasiones humanas. Los relatos de Bernal Díaz del Castillo remiten a la lectura del Quijote, una novela de aventuras, de subidas y bajadas. La Noche Triste es el punto en que todo se le revierte a Cortés, el punto más bajo de esa historia que tendrá un final feliz para ellos y el momento más dramático de la Conquista. Los historiadores modernos han estado desentrañando todas estas cosas, y es que algunos de los pasajes que se quedaron en el imaginario colectivo no se reportan en las fuentes”. La investigadora del INAH Clementina Bottckok afirma que “el momento más significativo es cuando en el siglo XIX La Noche Triste se convierte en un emblema narrativo dentro de la historia oficial. Primero por la versión de William Prescott publicada en 1843, seguida por la de Lucas Alamán. Y esto da para pensar en el uso de la historia, cómo la historia no es la narración de una sucesión de hechos, sino la intencionalidad que tiene, cómo se elabora ideológicamente y cómo justifica un sistema político. Aquí entra de lleno La Noche Triste, tal vez porque servía para legitimar, justificar, el proceso de independencia. Nos encontramos con un evento que fue seleccionado no en el siglo XVI, no en el siglo XVII, sino en el XIX y el XX, con la intencionalidad de recrear un pasado glorioso para la posteridad, el momento en que los mexicas, los tenochcas y sus aliados pueden vencer. Esto es curioso porque, de todo lo complejo que es la historia de la Conquista, conmemoramos un pequeño hecho, aunque es un gran hecho en el sentido de cómo se construye la historia y cómo se utiliza políticamente. Es una historia llena de símbolos que forman parte del engranaje del Estado-nación, sobre todo en nuestro continente, en el siglo XIX. Estos elementos aglutinan, nos dan una identidad, nos permiten ser lo que somos, diferenciarnos del otro, nos hacen ser y pertenecer”. “A nosotros nos toca explicar la
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historia, valorarla, juzgarla”, añade Salvador Rueda. “Recuerdo una frase de Juan O’Gorman: ‘La historia es para explicar lo que pasó, no para regañar a los muertos’. Es verdad, lo que pasó ya pasó. La Noche Triste fue un trasbordo de la historia; ahí se decidió lo que iba a pasar después. Y esa historia termina en el siglo XX. Hay que rescatar la historia como es, no darle valores patrióticos. Las nuevas generaciones tendrán que modelar lo que pasó para poder explicarse a sí mismas”. A 500 años de distancia, ¿el relato de La Noche Triste sigue vigente? ¿Es necesario revisarlo desde otros ángulos, proponer nuevas narrativas? “Es vigente”, opina Héctor de Mauleón, “porque está la idea de que los gobernantes te robaron y te engañaron. Octavio Paz decía que cada país tiene una enfermedad y la de México es la de un país corroído por la duda, por la sospecha. Decía que esto viene de un pueblo dominado por unos que solo quieren exprimirlo y ver qué le sacan, es decir, los españoles frente a los indios. Eso sembró una forma de ser y de vivir que llega hasta nuestros días: no creo nada de lo que dicen, todo es mentira y todo lo hacen porque algo quieren tapar y algo se quieren robar. Sigue vigente porque se volvió la maldición del país: la burocracia, la venta de puestos públicos como garantía de saqueo impune, las tradiciones que se fueron formando desde los primeros días del Virreinato y se consolidaron en un sistema político que hizo de todo esto una maquinaria de control y de enriquecimiento que intentó romperse con una transición democrática fallida. Me llama la atención cómo seguimos atados a una especie de pecado o de culpa original”. “Estamos ante una generación muy crítica de la historia”, dice Bottckok, “que a la vez busca certezas pero también desconfía. La evidencia está en las nuevas tecnologías, en internet. Busca en diferentes plataformas, preguntándose si esto sucedió o no, cuestionándonos, y en eso sí me sumaría a la crítica, a dudar de esas historias porque tienen la intencionalidad de la época”. “Creo que nos hace falta reflexionar”, opina Ledesma. Si no logramos ver el pasado y enfrentarlo, nunca vamos a salvarlo. Pocas veces en Mesoamérica había ocurrido una destrucción de tal magnitud. En tres meses de batalla se arrasó con todo, y eso caló hondo, nos sigue doliendo”. Concluye Héctor de Mauleón: “Cada conmemoración es una oportunidad para revisar la historia, repensarla, quitarle mitos, lastres y distorsiones. Es innegable que llegamos a los 500 años de estos hechos con una visión distorsionada y con fobia a tratar de ver lo que pasó desde otro punto de vista. Todavía se considera crimen y traición cuestionar la historia como la contaron los liberales, a pesar de que existen los elementos para pensar que, como otras, fue construida con un fin político. Es una oportunidad para aproximarnos a ver otra cosa, pero también para cerrar una herida que llevamos arrastrando 500 años y nos sigue doliendo”.
“Nos encontramos con un evento que fue seleccionado no en el siglo XVI, sino en el siglo XIX”
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PENSAMIENTO
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FILOSOFÍA DE ALTAMAR
Psiquiatría y ética: la guerra contra la charlatanería y la medicalización JULIETA LOMELÍ @julietabalver FOTOGRAFÍA YOUTUBE
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eidegger tiene una serie de conceptos para hablar del confort que da vivir en la ignorancia, describiendo a quienes se han quedado atrapados en el mundo de la mera opinión, con lo que llama —utilizando un juego de palabras— das Man. El término se traduce en español como “lo uno”, y explica ese contexto impersonal, masivo, que nos hace decidir y creer lo mismo que la mayoría. En este sentido, dejarse absorber en “lo uno” implica no querer salir de la “medianía” que, entendida de forma menos cordial, es una “caída” (Verfallen) constante en la mediocridad. Verfallen, por su parte, también se traduce como “ser esclavo”, un sentido que considero más adecuado para entender a ese hombre o mujer absortos en la inmediatez y la banalidad de lo cotidiano, sujetos a una mirada alienante de la existencia. Dejarse llevar por “lo uno” implica ser esclavos de las interpretaciones rápidas, de la opinión fácil, de las habladurías: de chismes y conjeturas sin fundamento. Pero también, el estar alienados a lo uno nos conduce a la constante búsqueda de “novedades” y a la “ambigüedad” frente a lo que en realidad conocemos. La “avidez de novedades” se ejemplifica con la falsa curiosidad en muchas cosas y el afán de sentirse especialistas un rato en un tema, y al momento siguiente, en otro, saltando de la habladuría a la charlatanería, sin realmente llegar hasta el fondo del asunto que se pretende comprender. Me gusta el anterior dibujo heideggeriano para pensar las interpretaciones triviales y comunes alrededor de la salud mental. Como la consideración habitual de que la depresión es una falta de voluntad que desaparece, así sin más, con “echarle ganas a la vida”. Las habladurías masivas alrededor de ello se vuelven peligrosas cuando, para su aparente solución, encontramos que existe toda una horda de “especialistas” de la superación personal; o de peligrosas sectas que logran captar a individuos emocionalmente vulnerables, llevándolos a episodios psicóticos o a situaciones de abuso sexual. Bajo la avidez de novedades se tiende masivamente a buscar “terapias” new age, curanderos, herbolaria, libros con mensajes místicos, e incluso sustancias ilegales. Estas prácticas, de resultados perjudiciales, son la prueba de la poca importancia y seriedad que se le ha dado públicamente a la salud mental, empeñándonos en los paliativos rápidos para contrarrestar el sufrimiento de manera “eficiente”. Para hablar de salud mental es necesario evadir las estigmatizaciones
Jesús Ramírez Bermúdez, autor del ensayo Depresión. La noche más oscura (Debate).
frívolas y las soluciones determinadas por la publicidad de la ganancia inmediata. Sobre esta labor de responsabilidad y distanciamiento frente a la opinión fácil y vulgar sobre los problemas de salud mental, me gustaría que reconsideremos la importancia de atender —sobre todo por el contexto de crisis por el cual atravesamos actualmente—, la depresión, de la mano del psiquiatra y escritor Jesús Ramírez Bermúdez. En su más reciente libro, Depresión. La noche más oscura (Debate, 2020), considera que lo conocido como “depresión mayor” es un trastorno mental complejo, multifactorial, carente de una entidad clínica específica y dependiente, no solo del aspecto biológico, genético o de química cerebral, sino también causado por el contexto psicosocial. Quizá en esa complejidad para localizar “en una entidad clínica bien diferenciada” lo que sería el motivo de la depresión mayor radica el escepticismo común, y seudocientífico, de su existencia. Porque para su diagnóstico no hay modo de señalar un daño orgánico específico, celular, biológico o químico en el cerebro —como sí sucede en el caso del Alzheimer— que nos indique si alguien está deprimido. La depresión mayor no es como cuando te rompes un hueso, o te ataca una
La sugerencia es huir de la masificación de diagnósticos y tratamientos apresurados
bacteria y los médicos pueden tratar la enfermedad, al delimitarla al daño físico. En este sentido, la depresión mayor, escribe Ramírez-Bermúdez, no se ha considerado estrictamente una enfermedad concreta, sin embargo, esto la vuelve un padecimiento mucho más complejo: un trastorno tejido por un abanico de síntomas psicológicos, físicos, genéticos y psiquiátricos, que menguan de modo crónico la calidad de vida de los individuos que la sufren. Esta falta de localización completamente física del trastorno de depresión mayor no debería llevarnos al reduccionismo de creer que toda crisis mental solo es una labor que concierne al tratamiento psicológico, psicoanalítico y terapéutico del paciente, o, por el contrario, que solo es posible curarla con fármacos. Escribe Ramírez Bermúdez que lo primordial para diagnosticar la depresión mayor, y diferenciarla, por ejemplo, del duelo o la tristeza, es atender cada caso con minucioso detalle. Tomando en cuenta “la frecuencia, la severidad y la duración de los síntomas, las circunstancias” particulares de cada paciente. Considerando que, dentro de la paleta común de una depresión mayor, se encuentran también matices individuales como la historia privada del paciente, “su estilo emocional y cognitivo, y, en general, las características de su personalidad. Cada caso requiere un razonamiento clínico cuidadoso, personalizado”. Atender a dichos matices, que escapan, como escribe Ramírez Bermúdez,
a “métodos automatizados que se basan en una lista de síntomas” emocionales y físicos, servirá mejor para la decisión terapéutica, farmacéutica o de labor conjunta en cada paciente. Porque también en la labor especializada de la psiquiatría encontramos algunas veces el abuso de diagnósticos masivos, de interpretaciones fáciles y que tienden a la uniformidad de tratamientos. La psiquiatría también puede sucumbir a la atención impersonal, a diagnósticos mediocres y salidas inmediatas que podrían alienar al paciente a la medicalización de su vida, o a la inercia de terapias que se prolongan durante años y resultan inservibles. Vuelvo una vez más a Heidegger cuando pienso en que también la labor ética de los especialistas en salud mental puede salvar al paciente de volverse un esclavo del fármaco que actúa con rapidez, pero que es de efecto pasajero y superficial, o del sufrimiento irresoluto, que termina conduciendo a un suicidio. La sugerencia es huir no solo de la masificación de diagnósticos y tratamientos apresurados, sino de la alienación a prácticas seudocientíficas y superficiales que no curan una depresión. Recuperar el aroma de la serenidad para preguntarnos cómo nos sentimos, qué debemos creer, y hacer, más allá de la estridencia y la imposición de la “publicidad” (Öffentlichkeik). Más allá de la propaganda frívola y simplista que nos impone el espacio de “lo uno” tanto en la vida cotidiana como en algunas prácticas deshonestas de la medicina.
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EN LIBRERÍAS
27 DE JUNIO 2020
NARRATIVA, ENSAYO Noche y océano
Los días hábiles
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POESÍA EN SEGUNDOS El otro
La cultura no es corrupción VÍCTOR MANUEL MENDIOLA mendiola54@yahoo.com.mx
L Raquel Taranilla Seix Barral España, 2020 424 páginas
Sergio Gutiérrez Negrón Destino España, 2020 248 páginas
Thomas Tryon Impedimenta España, 2020 368 páginas
La tumba del legendario cineasta alemán F. W. Murnau ha sido profanada. Así da comienzo esta novela ganadora del Premio Biblioteca Breve 2020. Dos detalles llaman la atención de la protagonista: el cráneo embalsamado del director de Nosferatu ha sido robado y cree saber la identidad del ladrón, un tipo mediocre a quien alguna vez hospedó en su vieja casona. La sospecha toma el rumbo de una pesquisa casi patológica que a su vez sirve de remedio contra la rutina académica.
Los días previos al asalto de una heladería son la arena donde transcurre esta novela en la que una joven sin suerte, negada para relacionarse con los demás y, claro, para el amor, decide cambiar radicalmente su miserable existencia. Nada, sin embargo, pasa según sus planes. Como siempre, una mala estrella guía sus pasos. Mediante el elogio de los detalles cotidianos, el escritor puertorriqueño crea un mundo en el cual el destino se burla de las creaturas humanas a cada golpe de timón.
Una familia que habita un aburrido pueblo de Nueva Inglaterra se enfrenta a dos pérdidas por demás extrañas: primero, el padre cae de las escaleras del almacén; poco después, el hijo más pequeño muere en el granero ensartado por una horca. El ambiente se espesa con la presencia de los hermanos gemelos, de temperamentos opuestos pero capaces de comunicarse mediante la telepatía, un juego mental que muy pronto se vuelve oscuramente peligroso.
El clamor de los bosques
Unas vacaciones en invierno
Auschwitz, última parada
Richard Powers Alianza de Novelas España, 2020 608 páginas
Bernard MacLaverty Libros del Asteroide España, 2019 310 páginas
Eddy de Wind Espasa México, 2020 256 páginas
Con un marcado sello ecologista, esta novela reúne a cuatro personajes hermanados por el llamado de los árboles. Son extravagantes (uno de ellos incluso fue salvado por un platanar) y se embarcan en la difícil tarea de salvar el único bosque virgen que a duras penas sobrevive en el continente americano. Las acciones remiten a la necesidad de restaurar la relación entre los seres humanos y el orden natural, y se desplazan por varias épocas para crear una sensación de ubicuidad.
Elogiada por Richard Ford y nombrada libro del año por el diario The Guardian en 2017, esta novela relata la insalvable relación de una pareja de jubilados que se da un breve descanso en Ámsterdam. Gerry y Stella parecen llevarla bien, aunque él bebe todos los días y ella finge ignorarlo. Mientras el lector avanza a través de una trama de sentimientos y palabras nunca dichas, la apariencia cobra la forma de una fría distancia descrita con crudeza y elegancia.
El autor de este desgarrador testimonio sobrevivió, junto a su esposa, al infierno de Auschwitz, adonde fue trasladado en 1944 después de servir en un enclave de tránsito en Holanda. Él estaba al cuidado de los presos políticos y ella sirvió como conejillo de Indias del doctor Mengele. La factura de este diario inició una vez que las tropas soviéticas ocuparon el campo y describe con minucia la rutina diaria, los horrores infligidos a los presos y el trato con los liberadores.
a política cultural del gobierno actual, profundamente antihumanista y reaccionaria por su repudio al carácter necesario y universal de la ciencia y el arte, aunada al atroz fenómeno de la pandemia, colocan a los editores y libreros independientes en una grave situación. Si pensamos que la población de lectores en México es reducida, resultado de una pésima educación en manos de los sindicatos, y que las políticas públicas de esta administración —y las pasadas— solo benefician en la práctica a los grandes editores extranjeros; si pensamos, asimismo, que han desaparecido los programas de estímulo a la edición y a la traducción de libros de verdadera calidad crítica y que se fomenta el gusto por la literatura periodística (de nota roja), de propaganda a las ideologías en boga (el populismo estético en todas sus versiones) y con valores publicitarios para adecuarse al mercado, no a la lectura profunda y transformadora; y si pensamos, además, que la contracción económica, provocada por la idea aberrante de que se puede separar el Desarrollo del Crecimiento, disminuirá drásticamente la actividad cultural de la iniciativa privada; si pensamos, repito, en todo esto podemos decir que para la industria editorial mexicana y, sobre todo, para los editores y libreros independientes ha comenzado un periodo muy oscuro. Sin embargo, en esencia, esto no es tan nuevo, aunque ahora sea definitivamente peor. Hace más de 60 años, el gran editor republicano Rafael Giménez Siles, que se hizo ciudadano de nuestro país con Lázaro Cárdenas, “ante la indefensión en que se encontraban los modestos gremios de editores y libreros mexicanos, ya que la cámara del libro de entonces estaba copada por representantes y adictos de las editoriales extranjeras, [...] promovió la Asociación de Libreros Mexicanos, que quedó constituida el 12 de junio de 1944”. Giménez Siles, impulsor de la primera Feria del Libro en Madrid y de los inolvidables “Camiones-Stand” durante la Guerra Civil, así como de Ediapsa, quiso convencer a los gobiernos mexicanos de su época de que era imprescindible apoyar a los auténticos pequeños editores y libreros. No lo logró. Sin embargo, su mensaje está vigente para la nueva generación de artífices del libro. Todos estos pequeños emprendedores deben exigirle al gobierno mexicano una política editorial progresista, no como un favor sino como una obligación, ya que el dinero que maneja la Secretaría de Cultura es de todos los mexicanos, no de los funcionarios y políticos que, bajo el argumento torcido y destructor de una supuesta lucha contra la deshonestidad y el dispendio —la cultura sofisticada no es dispendio ni corrupción—, han minado logros históricos de la comunidad artística e intelectual. La Secretaría de Cultura, si quiere servir a México y no a los políticos, debería preservar el patrimonio arquitectónico del siglo XX, apoyar a los creadores de alto desempeño y organizar una verdadera política editorial mexicana.
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LABERINTO
DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ
27 DE JUNIO 2020
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HUSOS Y COSTUMBRES
Decálogo de cuentista en pandemia ANA GARCÍA BERGUA
N
algunos en su antología de minificción El cuento jíbaro, que editó Ficticia hace algunos años; entre ellos figura, por supuesto, el célebre de Monterroso. De Josefina Estrada es esta frase, buena para nuestro tiempo: “Relatar sin ningún temor a las palabras”. Y esta de José de la Colina: “Dios, si existiera, sería un cuento corto… aunque eterno”. O la de Juan Villoro: “Si no sabes a dónde vas, detente, mira el techo, cuenta hasta diez, bebe un whisky. Las historias avanzan del final al principio”. Inspirada por ellos y otro más, me levanté un domingo a escribir mi decálogo de escritora de cuentos en pandemia: 1. Escribe siempre: escribe que escribes y que te escribes escribiendo; a veces escribir ayuda a no pensar. 2. Comienza por el principio y concéntrate en el desarrollo. El golpe sorpresivo final puede llegar en cualquier momento. 3. No todos tus personajes tienen que estar enfermos.
ada más lindo que levantarse un domingo temprano, escribir un decálogo y lanzarlo a los cuatro vientos. Habrá quien se tome los decálogos muy a pecho, quien se sienta ofendido por reglas absurdas, quien se pregunte por qué diez mandamientos, diez pecados, diez dedos de las manos, diez perritos. Será por el encierro que el pensamiento da vueltas en la habitación y no logra producir sino cosas numeradas, diez días de contar historias en lo que pasa la sombra de la peste, como hicieron los personajes de Boccaccio. Los decálogos más honestos —pienso mientras busco diez calcetines perdidos, diez libros que leer, diez ingredientes para diez ensaladas— son los que recetan los cuentistas, desde aquel escrito por Horacio Quiroga. A fin de cuentas, no son sino ficciones pensadas para producir ficción, a diferencia de los decálogos que escuchamos en los púlpitos. Javier Perucho recopiló
4. Imagina dónde pasarás el año próximo, cuando salga el boom de novelas sobre el coronavirus. Después escribe. 5. El cuento se puede interrumpir en cualquier parte y en cualquier momento, ya lo sabes; solo trata de no poner punto y coma cuando pasen las ambulancias. 6. Escribe sin pensar en las editoriales y si quedarán editoriales donde publicar después de esto: lo más seguro es que habrá que levantarlas otra vez. 7. Cuando desesperes, busca a tu contertulio de confianza; de preferencia llámalo por teléfono, ese viejo teléfono que tiene un cable, ¿recuerdas? 8. No confíes en que tu gato te traerá la inspiración: a estas alturas, tus mejores ideas han quedado sumergidas en su plato de croquetas. 9. Ayuda a tus vecinos aunque se te difuminen las ideas; aprovecha y vive, lo escrito antes será más que suficiente. 10. Ya no leas tantos periódicos. A los discursos oficiales, responde siempre con el estornudo de cortesía.
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CAFÉ MADRID
Montanelli marmóreo
E
n los jardines Cavour de Milán hay una estatua de un hombre flaco y elegante, sentado sobre una pila de periódicos, con la máquina de escribir portátil en las rodillas y sus dos dedos índices tecleando, que fue uno de los periodistas más importantes del mundo y que cuando tenía 26 años compró a una niña negra en Etiopía con la que consumó un “matrimonio fugaz”. Se llama Indro Montanelli (1909-2001) y es autor de varios libros y artículos que no dejan de ser estudiados por casi todos los aprendices de periodista. Aquella acción africana, sin embargo, ha provocado que recientemente su efigie haya sido rociada con pintura roja y en su pedestal hayan escrito con letras mayúsculas “racista y violador”. ¿Pueden juzgarse hechos del pasado con la luz del presente? ¿Un acontecimiento de la vida de una persona invalida su trascendental obra? El debate no es nuevo y es cada vez más recurrente (véanse los casos de Vladimir Nabokov y de Woody Allen, por ejemplo), pero a raíz del asesinato de George Floyd a manos de un policía en Estados Unidos las protestas antirracistas en varios países del mundo abarcan la señalización o el derribo de algunas estatuas de personajes de la historia que, por acción u omisión, momentánea o dilatada, incurrieron en prácticas que, según el estudio y análisis de hoy, perjudicaron a buena parte de la humanidad. Del implacable juicio de estos días no se han escapado los monumentos de personajes como Cristóbal Colón, Winston Churchill o, incluso, Miguel de Cervantes. Y los casos ya son tan numerosos que los medios de
VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA EFE
información han comenzado a hablar de “estatuafobia”, pero las autoridades lingüísticas (la RAE y la Fundéu) ya han especificado que el término apropiado es “iconoclasia”, pues lo que está sucediendo recuerda la destrucción de iconos venerados en la época del Imperio Bizantino. A mí me parce que hay cosas injustificables pero sí entendibles. Por el contexto o las circunstancias que rodeaban a quienes las cometieron.
Rociar con pintura roja o tumbar una estatua implica desdeñar la memoria histórica
Indro Montanelli (sí, a pesar de sus contradicciones es uno de mis autores de cabecera, alguien a quien le agradezco muchas lecciones de fondo y forma) contó en varias ocasiones que participó en la campaña italiana en África (liderada por Benito Mussolini) porque fue la única manera que encontró para poder contar esa guerra, ya que la agencia de noticias donde trabajaba no quiso enviarlo. Ya estando en Etiopía, un padre le ofreció a su hija “hermosa y virgen” y él pagó por ella 350 liras, “porque entonces esos eran los usos y costumbres del lugar”, y que cuando él volvió a Italia ella rehízo su vida, tuvo tres hijos y a uno le puso Indro. Quienes leemos y releemos sus libros (no se pierdan Personajes y Gente cualquiera, las
La estatua del periodista Indro Montanelli en Milán.
antologías de sus magistrales perfiles, ni sus fascinantes Memorias de un periodista, que le sacó a trompicones su compatriota Tiziana Abate) sabíamos ese pasaje de su vida, como también somos conscientes de que (hoy) es injustificable hacer algo así, pero que en aquella época, por desgracia, era algo común. Digo esto como he dicho en otras ocasiones que resulta comprensible que varios intelectuales mexicanos hayan vivido (directa o indirectamente) “a la sombra del PRI”. Si no querías irte del país, ¿cómo ibas a escapar de un régimen de partido único? Yo no viví ese periodo y estoy seguro de que si muchos de ellos hubiesen contado con un sistema de partidos y con varios instrumentos de nuestra democracia actual, otra hubiera sido su forma de actuar. Por eso no utilizo el crisol del presente para juzgar sus pasados. Rociar con pintura roja o tumbar una estatua implica, además, querer desdeñar la memoria histórica. Podrían pedir su reubicación o que les añadan una placa informativa (como desde hace años lo han hecho en Francia: “Fulano de tal. Encabezó la conquista del Congo, periodo durante el cual se cometió un genocidio con tal número de víctimas”), dejando claro que fueron personas clave en la historia de una nación, sin olvidar que hicieron atrocidades que no deben repetirse. Porque si no, tal y como dijo hace poco Beppe Severgnini, columnista del Corriere della Sera, el periódico donde más tiempo trabajó Indro Montanelli, “si un episodio aislado fuera suficiente para descalificar una vida, no quedaría en pie ni una estatua. Solo las de los santos, y ni siquiera todas”.
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