Laberinto No.902 (26/09/2020)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

ENTREVISTA

FERNANDO ZAMORA

JESÚS ALEJO SANTIAGO

La isla de la fantasía: oda al entretenimiento

Rosa Beltrán: la corte del emperador

Foto: Blumhouse Productions

SÁBADO 26 DE SEPTIEMBRE DE 2020 AÑO 17 - NÚMERO 902

¿Qué hacemos con Agustín de Iturbide? Agustín Gutiérrez Canet/ FOTOGRAFÍA: MUSEO NACIONAL DE HISTORIA/ ALEGORÍA DE LA CORONACIÓN DE AGUSTÍN I

Foto: UNAM


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ANTESALA

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EN EL BANQUILLO

Grado cero TEDI LÓPEZ MILLS

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a escritora saca las hojas de su carpeta; las sacude por si acaso el polvo las ha cubierto con esa fina escarcha que en unos instantes más, cuando la mano se deslice por la superficie, producirá una sensación rugosa e incómoda en la piel que obligará a la escritora a detener sus recreaciones y limpiarse con el pañuelo blanco, oculto siempre en el bolsillo de su pantalón. Ayer y hoy, se dice antes de colocar el cable de los audífonos en su aparato de sonido, un viejo Walkman que milagrosamente aún funciona. Música para meditabundos. Mira hacia la ventana y cierra los ojos. Intenta recordar el paisaje de su sueño: una calle larga que desemboca en un muro donde tres perros amarillos se pelean a dentelladas por una bolsa de plástico. Halos de luz. La escritora se despierta justo cuando uno de los perros se aleja de los otros dos y se arrima al muro. Lo rasca con las uñas de su pata; ladra, aúlla como si alguien lo llamara del otro lado. Son las cuatro y veinte en el reloj. La escritora da vueltas en la cama y ya fastidiada se levanta, se pone sus chanclas y camina hacia el baño. Piensa en la noticia que recibió hace unos días de parte de su editor: van a destruir uno de sus libros recientes. Como usted sabe, nuestras autoras y autores son fundamentales para nosotros y nuestro amor por los libros no tiene límites. Pero un almacén no es un museo; debemos abrir espacios para otras obras; debemos ser solidarios con la literatura entera, dijo el editor por teléfono. La escritora imagina un museo de libros invendibles; imagina también los espacios vacíos y limpios en el almacén, las escobas y los trapeadores recargados junto a las cubetas en algún rincón. Habrá que esperar a que el piso termine de secarse antes de traer los paquetes de tomos nuevos. Los apilarán de modo que surjan otros espacios vacíos para volúmenes adicionales. Una cadena de huecos que engendra otra cadena de huecos: hoyos disfrazados de hoyos. “Cuando la mente se justifica ante nadie, el huésped se pone a contar pedazos de aire en el agua”. Eso leyó la escritora en una antología de epigramas. El editor sigue hablando: Sin duda los vaivenes del maldito mercado no admiten obras delicuescentes y de tan sutil envergadura como la de usted, querida amiga… Interrumpe al editor con voz ecuánime, tranquila —según ella— y le pregunta qué procedimiento se emplea para la destrucción de los libros y dónde se lleva a cabo. Carraspea el editor, se ríe un poco, hace una de sus famosas pausas. No… Usted no se preocupe por eso… Tenemos dispositivos especiales… Nuestras autoras y autores no deben distraerse con esas nimiedades. ¡Los queremos escribiendo! Ahora bien, si usted deseara comprar algunos ejemplares, se los ofreceríamos a muy buen precio… La escritora resiente el tramo que se avecina. Se ve sentada en el taxi, junto a su cajita de libros. ¿Le gusta la idea?, insiste el editor. ¿No me los podrían regalar? ¡Querida amiga! ¡Imposible! Esos libros se venden o se venden… Algo así.

Pregunta qué procedimiento se emplea para la destrucción de los libros

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La isla de la fantasía. Dirección: Jeff Wadlow. Estados Unidos, 2020.

HOMBRE DE CELULOIDE

Nada más que cine B FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA BLUMHOUSE PRODUCTIONS

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El avión! ¡El avión! Este latiguillo en el programa La isla de la fantasía llegó a ser parte de la jerga nacional. Ello habla de lo mucho que el mexicano vio este programa que hoy se lanza como película. Hay que notar, sin embargo, que el título original no es La isla de la fantasía, sino Blumhouse’s Fantasy Island, lo cual permite aproximarnos a la intención del autor. Jeff Wadlow, director de esta película, es, según Quentin Tarantino, “muestra de lo que realmente significa ser autor en el cine”. ¿Se trata de un elogio hecho por puro amor a la polémica? Puede que sí. Las películas de Wadlow son auténticos churros y La isla de la fantasía no es la excepción. Pero entretiene. Y esta es su función: servir al público que se alimenta del cine de serie B. No debería extrañarnos. Lo mismo sucedía en la década de 1970 cuando uno era un niño que miraba al profesor Roarke recibir a un grupo de huéspedes en su isla misteriosa. ¿Acaso estaba uno buscando gran arte en Canal 5 a las siete de la noche? No. Los amantes de la barra de programas estadunidenses buscaban solo algo en lo cual colocar la mirada para no pensar en lo largo del día a la hora de cenar. Como sea, el público de La isla de la fantasía no se limita a los fanáticos de aquella

serie (si es que los hay); se extiende a todo el universo de aquellos que consumen cine de terror y fantasía muy comercial producido por los estudios Blumhouse. Como es sabido, Blumhouse es una exitosa productora hollywoodense que fundó Jason Blum. Y es exitosa pues su esquema de negocios está basado en producir cine utilizando micropresupuestos. Con una quinta parte de lo que se invierte para hacer un churro de Hollywood, Blumhouse produce otro churro mucho más exitoso. El triunfo económico se debe, a decir del productor, en que ofrece absoluta libertad creativa a sus directores, de modo que ya vemos de dónde sale el elogio de Tarantino. Wadlow ha tenido más libertad creativa que muchos “autores” sometidos a las necesidades de sus grandes productoras. Fue así que Blumhouse consiguió producir la película más rentable en la historia, Actividad paranormal. Pero ¿la rentabilidad de una película es parte de su valor estético? Forma

¿La rentabilidad de una película es parte de su valor estético? Forma parte de la historia del cine

parte de la historia de este arte, de modo que sí. El cine, como la ópera en el siglo XIX, es ante todo un negocio, de modo que la recepción del público es algo que se debe meditar. Por otra parte, la función de la crítica no es, como suele pensarse, la de calificar una obra de modo absoluto sino guiar al espectador. ¿Hay que ver La isla de la fantasía si lo que se espera de una película es que me alimente y me haga crecer? No. Esta película vale menos que una barra de azúcar y no vale la pena de ningún modo arriesgarse al covid-19 para saber cómo fue que Tatoo se unió al equipo de Mr. Roarke. Porque ¿a quién le importa? Pero si uno es amante del terror y la fantasía, del grito que da la bruja detrás de la cortina o la sorpresa de quien descubre que al interior de la isla hay un diamante mágico, la película, en efecto, tiene algo que ofrecer. Puro entretenimiento. No es poco en tiempos de covid-19. La isla de la fantasía está hecha para esos adolescentes que los sábados no encuentran nada mejor que ver películas atiborrándose de dulces y palomitas. Es cine B y nada más que cine B. Es un paseo salvaje por un universo ilógico y descocado; es el equivalente a la comida rápida que sirven, también, en el centro comercial.

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ANTESALA

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ESCOLIOS

POESÍA

Argumentos para mudar de piel ENNA OSORIO MONTEJO

Acoger animales era asunto de mi hermano. Su compañía, pensaba, lo llevaría por buen camino. En la infancia adoptó un renacuajo con patas crecidas, rabo pronto a desaparecer, y ojos; ojos que mudan la piel cuando nos miran. Una tarde de lluvia Maya absorbió del todo su cola y en un brincovuelo estrelló sus deseos contra las piedras. Carlos amparó lagartijas, arañas con seis patas y cuanto perro hambriento se encontraba. Dijo que sería investigador de animales y coleccionista de insectos. Papá le propuso ser un hombre de negocios

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Enna Osorio Montejo, originaria de la Ciudad de México, radica en la ciudad de Oaxaca. Estudió la licenciatura en Humanidades en la Universidad de las Américas, Puebla. Becada por el FONCA en el Programa Jóvenes Creadores 2011-2012 en la disciplina de poesía. Este poema pertenece al libro inédito Cuando el polvo se asiente.

EX LIBRIS

Leer en voz alta/ EKO

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La tiranía del mérito ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

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@Sobreperdonar

na de las aspiraciones de la democracia moderna consistía en que el ascenso y la estima social de un individuo dependieran de su mérito, y no de su cuna o de su fortuna. Sin embargo, en La tiranía del mérito; ¿qué ha sido del bien común? (Debate, 2020) el célebre filósofo Michael Sandel plantea la incómoda hipótesis de que la idolatría del mérito en las sociedades actuales, lejos de materializar el ideal democrático, ha agudizado la desigualdad, ha generado simulaciones y ha infligido agravios. No es extraño, afirma Sandel, que Trump y otros líderes populistas hayan aprovechado, para ascender políticamente, las secuelas de incertidumbre y resentimientos que deja el culto al mérito. El llamado de Sandel a los defensores de la democracia y las libertades es aprender del populismo no replicando la manipulación o el simplismo de este, sino entendiendo mejor las causas de la gran fractura cultural y cívica contemporánea. Para Sandel, la religión del mérito ha sido más un problema que una solución. Por un lado, a menudo la meritocracia opera junto a impermeables estructuras de privilegios que la vuelven una farsa. Por otro lado, la noción corriente de mérito no apunta a las virtudes del carácter, sino a las credenciales académicas. Así, el credencialismo sacraliza ciertos saberes expertos, al tiempo que degrada el conocimiento intuitivo, las ocupaciones tradicionales y el trabajo manual de muchos segmentos sociales. Bajo la óptica del mérito, todo hecho humano responde a una lógica de premios y castigos, por lo que el éxito o el fracaso (incluso la salud y la enfermedad) de un individuo adquieren un rasgo de triunfo o culpa moral. Para Sandel, por un lado, es difícil prestigiar la meritocracia en un entorno de creciente estancamiento y desigualdad; por otro lado, no se puede reducir la meritocracia a la obtención de grados y, finalmente, la democracia no debe dar carta blanca al saber experto, sino contrapesarlo. Por eso, la revitalización de los discursos democrático, liberal y de izquierdas requiere argumentos más afines con las mayorías excluidas del orden meritocrático. Desde luego, Sandel no condena el esfuerzo y el mérito académico, pero se niega a convertirlo en el único criterio para otorgar valor al individuo o guiar la vida social y sugiere enmarcarlo en una nueva reflexión sobre el bien común. Reconocer que hay mucho de aleatorio en el rumbo de nuestras vidas, que los afortunados o desafortunados no necesariamente lo son por su exclusiva responsabilidad y que todos dependemos de todos (como lo ha demostrado el papel esencial, durante la pandemia, de algunos de los trabajos menos reconocidos y peor remunerados) son algunas de las ideas que podrían matizar el solipsismo meritocrático. Más que prescribir soluciones, este libro llama a imaginar porque, como sugiere Sandel, solo la imaginación empática puede ayudar a las democracias a encontrar opciones constructivas ante la polarización y el encono que las asedian.

Solo la imaginación empática puede ayudar a las democracias a encontrar opciones

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DE PORTADA

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Una nueva lectura de nuestro pasado se vuelve cada vez más urgente a la luz de aquellas figuras plenas de claroscuros

El legado de conciliación de Agustín de Iturbide: asignatura pendiente

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AGUSTÍN GUTIÉRREZ CANET FOTOGRAFÍA THE ITURBIDE-KEARNEY FAMILY, THE CATHOLIC UNIVERSITY OF AMERICA

n la Universidad Católica de América, en Washington, D. C., se resguardan documentos coleccionados por Agustín de Iturbide Green (1863-1925), nieto del primer emperador de México. La colección contiene documentos de la familia, desde el reinado de Agustín I hasta la muerte de su nieto. Incluye correspondencia, documentos oficiales, medallas y monedas, periódicos y retratos. Ejecutado el emperador el 19 de julio de 1824, la viuda Ana María Huarte de Iturbide se exilió a Washington junto con sus hijos, llevando consigo todos los documentos familiares, incluido el original del Plan de Iguala. Agustín de Iturbide Green nació en la Ciudad de México durante la ocupación francesa en 1863, hijo de Ángel de Iturbide y de la estadunidense Alice Green. En un esfuerzo por ganarse la simpatía de los mexicanos, el emperador Maximiliano obligó a Ángel y Alice Iturbide a ceder a su hijo Agustín, de dos años, como heredero. Tras el colapso del régimen de Maximiliano en 1867, Agustín vivió con sus padres en La Habana y residió con su madre en Estados Unidos hasta 1875, antes de irse a estudiar a Bruselas. Después de permanecer durante varios años en Europa, regresó a Washington, D. C. para estudiar la maestría en Lingüística en la Universidad de Georgetown en 1884. Un año antes, en una entrevista que concedió a The New York Times, del 16 de abril de 1883, bajo el título “Príncipe Agustín de Yturbide,

las modestas pretensiones del hijo adoptado por Maximiliano”, dijo que no recordaba al emperador pues era muy pequeño cuando vivió a su lado en el castillo (Yturbide es la forma antigua de escribir el apellido). Descrito como “joven alto y esbelto, con cabello y ojos oscuros y rasgos bastante agradables”, Agustín III había desembarcado en Nueva York del vapor White Star Germanic y conducido en un taxi hasta el hotel Fifth Avenue, escribió el periodista. Nieto e hijo adoptivo de dos emperadores, sin ninguna ilusión por la corona, el príncipe se manifestó en favor de la república como sistema de gobierno. Era, pues, un aristócrata republicano. “Sí, me llaman príncipe, generalmente en el extranjero, donde he estado en los últimos seis meses. Creo que soy el único heredero al trono de México, pero no tengo pretensiones en ese sentido. Estoy muy contento de disfrutar derechos iguales con los buenos ciudadanos de esa creciente república (mexicana). Soy republicano de corazón y creo en las ideas prevalecientes en este continente”, declaró al diario. El joven Iturbide regresó a México en 1887 durante el porfiriato para ingresar a la Academia Militar de Chapultepec, el mismo palacio donde vivió como primer infante de la corte. Aunque tenía aspiraciones de seguir la carrera militar tenía sus propias ideas. Criticó al régimen de Porfirio Díaz siendo cadete y por ello fue sometido a un consejo de guerra en 1890. Acusado de insubordinación, fue condenado a un año de prisión y exiliado a Estados Unidos. La familia Iturbide estaba en la ruina económica, había perdido la pensión vitalicia aprobada por el Congreso en 1823 a los descendientes del Libertador, en nombre de la

patria agradecida por haber dado la independencia a los mexicanos. Por cierto, ironía de la historia, a Juan Nepomuceno Almonte, hijo natural de José María Morelos, le tocó entregar en París dicha pensión a Ángel Iturbide por instrucciones de Maximiliano, cuando Almonte era ministro de la Legación del Imperio Mexicano en Francia. Pero volviendo a la historia de Agustín III, afligido por su madre, quien falleció durante los intentos de salvar la fortuna familiar, se mudó a una casa cerca de la Universidad de Georgetown, donde enseñó francés y español. Entonces conoció a Louise Kearney, de origen irlandés, con quien contrajo matrimonio en 1915. Agustín de Iturbide Green continuó impartiendo clases hasta que murió de tuberculosis en 1925, sin descendencia. La viuda de Iturbide fue quien donó en 1957 la colección de documentos que hoy se conservan en la Universidad Católica de Estados Unidos. Esta es la historia de cómo la colección de la familia Iturbide llegó a Washington. Entre la admiración y el aborrecimiento Como debido a la pandemia del coronavirus la Universidad Católica está cerrada, solo pude consultar algunos materiales que están disponibles en línea, como son documentos oficiales y personales de Agustín I. Revisé el diario militar durante sus años en el ejército realista, el cual ya ha sido publicado. Resulta poco atractivo de leer porque tiene un carácter reiterativo, más descriptivo de las operaciones militares contra los insurgentes, que reflexivo sobre la guerra de independencia.

Su reivindicación no es una defensa de la monarquía como sistema de gobierno

Entre los documentos manuscritos de carácter familiar llama la atención el afán del padre de Agustín I, José Joaquín de Iturbide, originario de Pamplona, Navarra, de que se reconozca el origen noble de su apellido, a través de numerosas certificaciones notariales, con la presunta intención de que el rey de España le concediera un título nobiliario, lo que al parecer nunca logró. Pero don José Joaquín nunca se habría imaginado que años después se convertiría, no en duque o marqués, sino en príncipe del Imperio Mexicano por la gracia de su hijo, el emperador. La figura de Iturbide ha sido proyectada en los extremos de la admiración y el aborrecimiento, con pocos o ningún matiz. El historiador Juan de Dios Arias, en México a través de los siglos (tomo cuarto, México independiente, 1821-1855), trata de presentar una visión equilibrada de Iturbide, pero sin dejar de señalar sus errores. “Todo había concluido para España; México quedaba dueño absoluto de sus destinos. Proclamado emperador, Iturbide vio colmados sus deseos y ampliamente satisfechas sus ambiciones; desde aquel instante la suerte del imperio y la que le era personal dependían de su talento, de los nobles instintos que en su pecho engendrase la gratitud hacia el pueblo que tanto le enaltecía, poniendo en sus manos la felicidad de la patria: era necesario al campeón de Iguala encaminarse al trono con paso franco, con el corazón limpio de rencores y con la mente henchida de ideas humanitarias y generadoras. Sigámosle en su marcha”, la cual al final no fue favorable para Arias. El ditirambo está representado en el siguiente “Poema a Iturbide” de Amado del Valle en Cantos del Centenario a los Libertadores de México,


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El emperador Iturbide y el Pabellón Nacional.

publicado el 12 de marzo de 1910: Caudillo, padre y mártir, tu memoria Con justicia, a tal grado se agiganta Que no hay pincel ni lira ni garganta, Dignos de celebrar tu rara gloria. Y la feroz crítica proviene de Vicente Rocafuerte en el Bosquejo ligerísimo de la revolución de Mégico: desde el grito de Iguala hasta la proclamación imperial de Iturbide, de 1822: “Su padre lo puso a estudiar en el colegio de Valladolid, a donde no pudo concluir su curso de filosofía por vicioso y des-

aplicado; solo manifestó aptitud y viveza para toda especie de disipación y maligna travesura; una de las que hizo en el colegio, fue tirar por el pie en una escalera, en cuya estremidad [sic] superior estaba colocado un mozo, ocasionándole poco menos que la muerte con el golpe que recibió en la caída”. Más adelante, Rocafuerte agregó: “Cuando levantó Hidalgo el glorioso estandarte de la independencia, era Iturbide alférez del regimiento de milicias de Valladolid. Se declaró acérrimo enemigo de la causa de la América, calculó que en las filas

españolas sería más fácil adquirir empleos, obtener mandos y satisfacer su pueril ambición, que seguir el noble grito de libertad, ayudando a Hidalgo y a los verdaderos patriotas a sacudir el ominoso yugo de la tiranía española”. En esta misma línea de la narrativa maniquea, el presidente Luis Echeverría Álvarez no solo arrojó a la basura de la historia a Iturbide, sino que lo ahogó en las aguas de la presa llamada precisamente Vicente Guerrero, al ordenar su construcción en el área donde se

encontraba el pueblo de Padilla, Tamaulipas, donde fue ejecutado y sepultado. Los restos mortales del emperador fueron exhumados y depositados en la Catedral de México, donde ahora reposan. En una columna que publiqué en MILENIO, intitulada “Agustín de Iturbide, el conciliador”, del 23 de julio de 2020, escribí que en la historia oficial la confrontación de malos contra buenos es eterna: conquistadores contra mexicas, realistas contra insurgentes, conservadores contra liberales… y así seguimos en pleno siglo XXI, en detrimento de la reconciliación nacional. Se descalifica a Agustín de Iturbide y se exalta a Vicente Guerrero, cuando ninguno hubiera logrado, por sí mismo, la independencia de México, que es sin duda la mayor aportación de ambos personajes. La reivindicación de Iturbide no significa una defensa de la monarquía como sistema de gobierno, que nuestro país experimentó en dos efímeras ocasiones con consecuencias funestas, ni un ataque a la república, que no ha resuelto las aspiraciones de igualdad y bienestar. El problema somos los hombres. Las lacras de nuestra bicentenaria vida independiente no se deben a la monarquía o a la república, provienen de políticos ambiciosos, incompetentes y corruptos que en nombre de una ideología justifican sus crímenes y yerros, tolerados por un buen número de ciudadanos apáticos, ignorantes o fanáticos. Todo empezó con el levantamiento del republicano Antonio López de Santa Anna en contra de la monarquía de Iturbide para acabar siendo un traidor, como el presidente que perdió la mitad del territorio nacional, la mayor tragedia de nuestro país. Hoy, el Estado de derecho, la educación y la justicia son fundamentales para garantizar el buen gobierno, respaldado por el buen ciudadano. La división y el odio en nombre de ideologías someten al país en la parálisis y el rencor. Tal como lo escribí, el abrazo de Acatempan, ese gesto de concordia entre bandos opuestos, y el Plan de Iguala, una plataforma común, permitieron a nuestra nación instaurar la soberanía, pero a pesar de cierto progreso no acabó de consolidarse por malos gobernantes. La unión y la conciliación de los mexicanos, entre insurgentes y españoles, criollos y mestizos, en las que lamentablemente fueron excluidos los indígenas, fue sin embargo la fundamental aportación de Iturbide al nacimiento de México, tarea pendiente de nuestra generación, dos siglos después.

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LITERATURA

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ROSA BELTRÁN

“Iturbide, un fantasma de nuestra historia” JESÚS ALEJO SANTIAGO FOTOGRAFÍA UNAM

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l inicio de la guerra de independencia toma como fecha el 16 de septiembre de 1810. La consumación ocurrió once años más tarde, el 27 de septiembre, con la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México. En ese pasaje histórico hay un personaje que permanece con los claroscuros del tiempo: Agustín de Iturbide, en primer momento el último enviado del gobierno virreinal para combatir a Vicente Guerrero, pero también el que se encargó de firmar el Tratado de Córdoba, en agosto de 1821, con lo que se dio fin al dominio español. También proclamado emperador de México, con el nombre de Agustín I, ha estado más cerca de ser considerado un villano de la historia mexicana, una “figura problemática”, en palabras de la escritora Rosa Beltrán, que hace 25 años publicara La corte de los ilusos que, por cierto, obtuvo el Premio Planeta-Joaquín Mortiz. La novela, primera en la obra extensa de Rosa Beltrán, narra el tiempo que va de la coronación de Iturbide a su muerte por fusilamiento el 19 de julio de 1824 después de volver a tierras mexicanas tras un breve exilio. Los lectores reconstruyen un complejo rompecabezas mediante las piezas, los puntos de vista, que ensambla un grupo variopinto de personajes: madame Henriette, la costurera parisina que crea la imagen del hombre impecable; la princesa Nicolasa, hermana del emperador, inevitablemente cleptómana y ninfómana; la Güera Rodríguez, la amante conspiradora; Ana María, la esposa que llora su desgracia en el confesionario… La corte de los ilusos, con sus retratos de emociones y sus exploraciones psicológicas, puede leerse en clave tragicómica. El humor campea a sus anchas y se exhibe como un antídoto contra la interpretación broncínea de uno de los pasajes más debatibles de la historia de México. Ese humor proviene en general de los personajes femeninos, quienes más que comparsas que bailan al son del emperador son una suerte de timoneles que guían el curso del relato. A las dosis temperadas de humor hay que añadir la sabia intuición de Rosa Beltrán para entretejer los sueños y delirios

La autora de La corte de los ilusos, novela publicada hace 25 años.

individuales con las querellas y las ambiciones públicas. No estamos frente a un avistamiento histórico. Rosa Beltrán imagina y recrea, pone en juego al pueblo y a la ciudad misma como testigos de un México que se debatía entre la pompa imperial y la edificación de una república. ¿Qué opinión te merece esta especie de exclusión de la figura de Agustín de Iturbide de entre los héroes de la independencia? Iturbide es una figura problemática en la historia. Ha sido excluido porque si bien fue quien consumó la independencia de nuestro país y como estratega logró unir a los tres poderes, después se asumió como emperador. ¿Cómo se ha deteriorado la figura de Agustín de Iturbide con el paso de los años? No se ha deteriorado; simplemente se le desconoce. Ni siquiera se sabe que sus restos están en la Catedral Metropolitana. Se ignora su historia. Por eso para mí fue fasci-

nante reconstruirla en La corte de los ilusos y sorprendente que el libro se siga leyendo hasta la fecha. Iturbide es un fantasma. Es el fantasma con quien inició nuestra independencia. ¿Qué tanto se le ha estudiado con objetividad, más allá de las pasiones políticas o ideológicas? No se le ha estudiado en absoluto. Hay libros sueltos, siempre los ha habido, leídos por muy pocos, aquí y allá. Cuando estudié la primaria, simplemente no formaba parte del programa escolar. A 25 años de la publicación de La corte de los ilusos, ¿qué tanto ha cambiado tu visión sobre el personaje? No ha cambiado. Lo que hice, fue reunir tanto la visión de sus detractores como la de quienes lo ensalzaban y mezclar ambas en un libro que afirma y niega a la vez. Esa es la magia de la literatura, a diferencia de la historia o la sociología. Si volviera escribir ese libro (es decir, si pudiera) lo haría exactamente igual. ¿Cómo describirlo para los lectores de nuestro tiempo?

Lo primero sería entender que se puede ser héroe y villano a la vez, que todos lo somos en un momento de la historia, dejar de pensar el mundo en términos de villanos irredentos y héroes inmarcesibles, como en las telenovelas. La vida tiene matices, las circunstancias históricas y políticas obligan a sus protagonistas a tomar decisiones que no van siempre en una sola línea. No hay figuras históricas absolutamente consistentes y de una pieza. De las que creemos que existen, lo que hemos leído son hagiografías. Lo segundo sería cuestionar qué es un protagonista. Quitar a las mujeres el papel de extra que les hemos dado en la película de la Historia. Por último, incluiría literatura en los programas escolares. Sabemos mucho más de las guerras napoleónicas por Guerra y paz, de Tolstói, que por los libros escritos por los historiadores o por la visión de los políticos. El problema consiste en creer que la literatura ocupa un segundo lugar en nuestro aprendizaje sobre el mundo. Sin embargo, esta no puede funcionar con personajes de piedra o de bronce.

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EN LIBRERÍAS

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NARRATIVA, ENSAYO Como polvo en el viento

Cuentos completos 2

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POESÍA EN SEGUNDOS Ensayos reunidos 1984-1998

Editores, FCE, García Lorca VÍCTOR MANUEL MENDIOLA mendiola54@yahoo.com.mx

E Leonardo Padura Tusquets México, 2020 665 páginas

Philip K. Dick Minotauro México, 2020 695 páginas

Christopher Domínguez Michael El Colegio Nacional México, 2020 792 páginas

Un grupo variopinto de personajes concurre en esta novela concentrada en los sinsabores del exilio y la tirante relación con Cuba, su país de origen. Así hallamos, por ejemplo, a la joven estudiante de maestría que ha decidido mudarse de Nueva York a Miami, al hombre que vuelve a la isla después de 16 años de ausencia o al físico que se rebela contra el curso anormal de una vida. Padura ofrece una imagen entrañable de los afectos consumidos por el tiempo.

Veintisiete relatos contiene este volumen por demás singular, Fueron escritos entre 1952 y 1955, es decir, antes de la publicación de Lotería solar, la primera novela del renovador de la ciencia ficción. El lector no debe esperar grandes anticipaciones tecnológicas ni mundos distópicos de rara textura. Debe, en cambio, admirar a un escritor en ciernes que se atiene a la búsqueda de un estilo y de sus futuras obsesiones. Dick en estado latente bien vale un fin de semana sin distracciones.

Que la crítica literaria se halla a la par que la novela y la poesía resulta ya algo incuestionable; sin embargo, el crítico continúa siendo una figura incómoda. El más representativo crítico de tiempo completo de nuestras letras, en este primer tomo de sus ensayos, recoge textos dispersos en torno a la literatura nacional y reflexiones acerca de su oficio. Ocupan un lugar especial los prólogos de su Antología de la narrativa mexicana del siglo XX. Un libro para discutir.

Bach y Handel

Cartas a Lucilio

Racismo

Adolfo Martínez Palomo El Colegio Nacional México, 2020 88 páginas

Séneca Ariel México, 2020 317 páginas

Revista de la Universidad de México UNAM México, 2020 164 páginas

Segundo tomo de la serie Músicos y medicina. Historias clínicas de grandes compositores, en el que el autor se acerca a estos dos genios alemanes. Precisamente en el capítulo sobre Bach, un punto en el que Martínez Palomo se detiene con cierta amplitud, reflexiona sobre si el genio es hereditario o está más ligado a cuestiones del medio en el que se crece. Estos emblemas del barroco musical fueron víctimas de un cirujano farsante que les operó los ojos.

Esta selección, preparada por Dasso Saldívar, concentra el ideario del filósofo romano condenado a muerte por Nerón. Se trata de un monumento literario y moral, una guía de conducta para llevar a los lectores hacia la sabiduría y a la vida virtuosa partiendo de la misma realidad, que es necesario mejorar. Proviene de la escuela estoica y toma algunas normas del pensamiento socrático. Quien sigue a Séneca está convencido de que el conocimiento debe convertirse en claridad interior.

Racismo es el tema que acapara el número más reciente de la revista dirigida por Guadalupe Nettel. Destacan los textos de Federico Navarrete (“La blanquitud y la blancura”), Jumko Ogata Aguilar (“La ilusión de la raza”) y Stacia Brown (“Los niños negros no deberían hacer sacrificios”). La entrega se completa con un ensayo sobre la artista visual Kara Walker, una entrevista a la escritora francesa Annie Ernaux y la infaltable sección dedicada a la crítica.

n medio de tantos hechos ominosos en la vida artística e intelectual de México (destrucción del Fonca y de la DGP, reducción brutal de los presupuestos de alta cultura, ataque a las revistas críticas Nexos, Letras Libres, Proceso...), hay una buena noticia en el mundo de los libros: la realización, en la librería Rosario Castellanos del FCE, de La Feria del Libro Independiente. Esta exhibición, que ha permanecido abierta durante quince días, no solo es importante por el considerable número de editores participantes sino porque en ella están los que podríamos considerar los ejemplos más significativos de la nueva industria editorial mexicana. Y no solo eso, en esta Feria hallamos un tipo de editor que en la corriente general del mercado librero resulta cada vez menos frecuente: el editor preocupado por la pertinencia profunda de la lectura. Es decir, en todos o en la mayor parte de estos editores, el criterio más importante en la selección de títulos reside en la necesidad de ofrecer una escritura honda e inteligente y no un “producto” sin más interés que la venta o el impacto mediático. Todos ellos no son, como suele suceder en las grandes editoriales, administradores o agentes atentos al marketing. Sí son dedicados artífices. Y lo son porque encarnan antes que nada a lectores verdaderos. Por ello, me parece que tiene un valor simbólico que entre los muchos libros muy interesantes que hay en la feria encontremos La violación de Lucrecia (Vaso Roto) de Shakespeare en traducción de José Luis Rivas, El autor como productor (Ítaca) de Walter Benjamin y, de manera especial, una antología con un estudio sobre Federico García Lorca, Romancero gitano, de la tradición a las vanguardias (Bonilla-Artigas/ Coordinación de Humanidades) de Juan Vadillo. La presencia del poeta granadino en esta feria es un emblema. García Lorca, al igual que el gran editor republicano Rafael Giménez Siles, que vino a nuestro país y se nacionalizó mexicano, impulsaron, en la España democrática de los años treinta, programas de lectura en ferias y espectáculos itinerantes. Tanto el grupo La Barraca, en el caso de García Lorca, como los camiones-stand, en el caso de Giménez Siles, son referencias esenciales en una visión progresista del fomento a la lectura y al trabajo editorial. Para ellos era un estímulo que un libro bueno no tuviera lectores o que fuera considerado de lectura difícil, como sucede de manera frecuente con los clásicos o como ocurre con los escritores que buscan un lector serio más que un público fanatizado en la demagogia o en la corrección política. El FCE al darle cabida a la Feria de Editores Independientes, que la administración anterior de José Carreño Carlón ignoró, está impulsando un movimiento progresista y contestatario en el sentido más genuino del término. No en balde, la editorial invitada es la argentina Tinta Limón con su proyecto de textos libertarios, de vuelta al tópico de la cosificación y abierta a la potencia de la mujer.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ

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TOSCANADAS

Afilar los dientes DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

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s muy sencillo crear animadversión contra los intelectuales, pues buena parte del populacho los mira como miembros de un linaje diferente. Y claro que son diferentes, pues desde chiquitos se interesaron en la lectura. En cambio, el que se la pasó de babosete mirando la tele y creyendo que en la escuela le iban a inyectar ideas, cultura, creatividad, sensibilidad e inteligencia, se vio convertido en un adulto fabricado en serie con lugares comunes, pero con la democrática seguridad de pertenecer a una mayoría, y con la libertad, ganada no por ellos, sino por los intelectuales, de expresar su rabia contra aquellos que sepan más que él. Ocurre que para tener una buena opinión de un intelectual hace falta leer cientos y cientos de páginas; para opinar mal, basta un tuit o, peor aún, basta un retuit, que es hoy el modo más socorrido

RYSZARD KAPUŚCIŃSKI

El escritor y periodista polaco, autor de El emperador.

e inconsciente de emitir un juicio. Mientras el intelectual opina, el tuitero aspira a reopinar. Sin anticipar adjetivos, un intelectual se rompe la cabeza para tratar de ingresar al mundo de Heidegger, y sale muy enriquecido con la experiencia; los mente captus meramente dicen “pinche nazi” y con ello justifican su inacción cerebral. De modo parecido se le cuelgan motes, etiquetas, injurias o roñas a muchos escritores para justificar su ilegibilidad. El asunto es que cuando los intelectuales defienden la libertad de expresión no lo hacen por interés egoísta, como si los moviera la venta de libros o algún privilegio o premio literario, lo hacen porque lo llevan en la sangre. Es el amor a la libertad de pensamiento y de expresión lo que los llevó a ser intelectuales, y no al revés. Saben de sobra, porque está en la historia, que cuando algún poder piensa asaltar

todas las libertades, comienza por la de expresión. Lo escribió Heródoto y lo cuenta Kapuściński, que algo sabía de estas cosas: el déspota Periandro quiere hacerse de un poder absoluto, entonces envía un embajador para pedir consejo al dictador Trasíbulo. Por respuesta, Trasíbulo sale a un sembradío y comienza a descabezar todas las espigas que veía sobresalir, hasta dejar las plantas igualmente niveladas. La reacción presente de escritores e intelectuales no es exagerada, pues cualquier sospecha de cáncer hay que atacarla a los primeros síntomas; pero hay cegatones que solo saben ver la enfermedad cuando el tumor pesa cuatro toneladas. Se dice que “cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar”, pero tal es sabiduría de cobardes. No es hora de remojos, sino de afilar los dientes.

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BICHOS Y PARIENTES

Probablemente Locke

E

n su prólogo al Segundo tratado sobre el gobierno civil, C. B. Macpherson defiende a Locke del mote con que se le juzgaba en el pasado: el Hobbes de los pobres. El viejo apodo tiene varias lecturas posibles. Una, que los liberalismos de izquierda habrían sido clubes de rezanderas y sufridores apasionados, de no haber contado más que con Rousseau y no con Locke. Otra, que Locke dio racionalidad a los sistemas políticos civiles en una dinámica nueva. Y la más común, que Locke es menos deslumbrante y elegante, más populachero que Hobbes. Quiero añadir un sesgo que suele olvidarse en la historia de las ideas y en las politologías: la brecha entre Hobbes y Locke fue matemática. Hobbes era un matemático respetable que organizaba sus libros según la geometría: axiomas, luego proposiciones, luego demostraciones. Pero Locke era médico, entendía de casos específicos y fenómenos singulares, y halló mucho más miga en otra rama matemática: la de los juegos de azar (Cardano) o de la contabilidad de monjes católicos (Luca Pacioli). Parecen cuentas de pobres porque deambulan entre probabilidades y no les alcanza para demostraciones. En la lógica de las demostraciones, carece de importancia o pertinencia la opinión de muchos ni de pocos. En cambio, Locke dio al clavo con su intuición matemática: en la probabilidad juegan el azar, las pasiones y los intereses, las concordias y las discordias, y la vida política no es geométrica sino aproximativa: “la probabilidad es la apariencia del acuerdo de las ideas sobre pruebas falibles… Es para suplir la falta de conocimiento” (Ensayo

JULIO HUBARD RETRATO GODFREY KNELLER

sobre el entendimiento humano, IV, cap. XV, “De la probabilidad”). Eureka. Había dado con un recurso formidable: podemos avanzar racionalmente y obtener conocimientos tentativos, pero reales, y tan relativos como inteligentes, en los terrenos de lo que ignoramos. Amplió las fronteras de la racionalidad probable a la tierra desconocida del tiempo, el azar y, principalmente, el modo de conducirnos social y políticamente en medio de una ignorancia que no vamos a superar, pero podemos civilizar. La

Ninguna afirmación acerca del mundo puede tomarse como conocimiento absoluto

racionalidad cundida de incertidumbres, no de errores; no menos rigurosa, pero mucho menos pretenciosa respecto del conocimiento. Ninguna afirmación acerca del mundo puede tomarse como conocimiento absoluto. Son probabilidades, decía Locke. Por más que muchas ciencias se acerquen a una tendencia cero en el error, la pinza de la demostración no se cierra del todo; por más preciso que fuera nuestro conocimiento de los fenómenos, está incumbido por la posibilidad del error. Y esto, respecto de las descripciones objetivas. No se diga respecto del juicio de valor. Y aquí es donde extrañamos al quesque Hobbes de los pobres… Si no hay certeza apodíctica respecto de las cosas objetivas, ¿cómo podríamos tenerla respecto de los juicios de valor, las opiniones, las militancias? Podemos

El filósofo y padre del empirismo inglés (16321704).

aspirar a ser racionales, pero más nos vale tener en cuenta que no nos asiste el conocimiento sino la opinión y, cuando mucho, las probabilidades. De aquí salen dos ideas importantes: una, la tolerancia no es permiso ni perdón dado al otro sino acatamiento de nuestra insuficiencia cognitiva, una sensatez, digamos, matemática. Dos, que nuestras demostraciones metafísicas de la soberanía, el poder y todo ese lodo en que se revuelcan los gobiernos carecen de sostén objetivo o demostrable. No queda sino incorporar la obsesión de Locke: las probabilidades, esa confianza de que podemos seguir siendo racionales incluso en los vastos territorios de la incertidumbre. La sociedad civil, en su diálogo, en la derivación de las ideas, sus diferencias e integraciones, es recurso suficiente para llevar a cabo una vida política racional e inteligente. Tolerancia y gobierno civil. ¿Quién tendría cara para decirle a una antigualla como Locke que tuvo razón, pero que ya no le vamos a hacer caso, que añoramos, más que el descubrimiento de recursos racionales, las guerras de religión, aunque no sea por deidades sino por líderes carismáticos? Que no haya certeza no significa ni que prescindamos del saber, ni que renunciemos a la racionalidad. Queda el debate, la discusión, las precisiones cada vez más finas. Por eso había que apostar fuerte por la educación: que la gente aprenda, pero, sobre todo, que esté advertida de su propia ignorancia; que sepa que sus incertidumbres pueden ser preguntas y campos de sabiduría, y no una pared impasable, ni un privilegio de otros, ni una arrogancia de intelectuales.

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