Laberinto No.918 (16/01/2021)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

ESCOLIOS

FERNANDO ZAMORA

ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

Céline Sciamma: el mito de Orfeo en clave gay

100 años de la muerte de López Velarde

Foto: Arte France Cinéma

SÁBADO 16 DE ENERO DE 2021 AÑO 17 - NÚMERO 918

Vanessa Springora y el depredador Matzneff Melina Balcázar/ París/ Ilustración: BOLIGÁN

Foto: Autor anónimo


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ANTESALA

16 DE ENERO 2021

EN EL BANQUILLO

Colas TEDI LÓPEZ MILLS

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ongo el fondo antes que la forma. El sitio vacío en la fila se llena cuando aparece el individuo con el número que le corresponde según los cálculos de las autoridades. Un soldado se aproxima, le pide su nombre al individuo, que por favor lo deletree, revisa la lista en un cuaderno y señala que las referencias no concuerdan con los datos recabados a las seis de la mañana por el sistema que los militares han dispuesto con orgullo a lo largo de semanas. El uniforme del soldado tiene pliegues en los lugares precisos y ni una sola arruga en la tela verde; los detalles sobresalen gracias a los contrastes de la luz bajo el toldo donde se van acomodando los cuerpos con sus ropajes variopintos. Es muy conveniente que la realidad, de suyo compleja, no resulte sincrónica. Como bien señala Kafka, los nómadas conocen mejor la muralla que los propios constructores y, añado yo, existe una costumbre antigua que justifica cada uno de los huecos que lucen incomprensibles a simple vista. “A nuestro pueblo le urge abolir el presente”. En la parábola de Kafka el río de la primavera se desborda, pierde su curso y luego su destino. Deben acotarse las meditaciones acerca de los designios del alto mando. Un pensamiento de más rompería el molde mismo del pensamiento. ¿Quieres contemplar el mundo?: míralo cómo se disuelve bajo tus ojos. Sin duda, los individuos son personas todo el tiempo, incluso en aquellos momentos en que predomina la forma y se borra la trama del contenido: usted nació en tal año, usted en tal ciudad, usted en tal país, usted en tal época, usted cruzó la frontera, usted extendió los lindes de una playa. Eso nadie lo confunde; cuestión de lógica evolutiva, como le dicen ahora, con un dejo melancólico pues un grupo le quita su rango a otro etéreo, fallido, hasta inmoral en cuanto a las cuestiones de qué hacer con las manos en los ratos libres o con la cara en el reflejo del agua cada vez que se tapa el lavabo y no queda más que observar el sedimento. “Yo no voy a decir si pasó de este o del otro modo”, afirma Heródoto cuando le cuentan de los pleitos entre persas y fenicios. La historia como fábula es lo que leo. Arión fue “el primer poeta, que sepamos, que compuso el ditirambo”. Cantó de pie en una nave corintia y se arrojó al mar. Un delfín lo condujo a Ténaro. Sucede con el canto agudo que encandila como si fuera necesario; yo lo escucho temprano y me convenzo de que a las cosas ya no hay que llamarlas por su nombre. “Las experiencias que no se comprenden son alucinaciones”, escribe Salomón de la Selva en 1921. Los soldados se reúnen en la explanada, en los puertos, en los hospitales, en los sembradíos, en los pozos y en las franjas del escenario. Me conminan los adeptos: no se trata de una militarización de los espacios públicos. Basta de tergiversaciones. Las personas sonríen porque son educadas y prefieren no opinar sin resolver previamente el misterio de su ausencia en las listas. Yo sé quién es el señor más feliz de todos.

Sucede con el canto agudo que encandila como si fuera necesario; yo lo escucho

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Retrato de una mujer en llamas. Dirección: Céline Sciamma. Francia, 2019. Puede verse a través de Claro Video.

HOMBRE DE CELULOIDE

La mirada del poeta-dios

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA ARTE FRANCE CINÉMA

or su trabajo en Retrato de una mujer en llamas, Céline Sciamma fue nominada en 2019 a la Palma de Oro en Cannes. No ganó. Obtuvo en cambio el premio a mejor guion y una presea relativamente nueva, la Palma Queer. Con Retrato…, Sciamma trasciende los lugares comunes del cine gay y con un innegable talento construye su propia visión; una visión femenina en torno a la homosexualidad. Y es que, aceptémoslo, algunas de las mejores películas con el tema de la homosexualidad femenina tienen, sin embargo, un aire de machismo. La vida de Adèle, por ejemplo. A pesar de su asombrosa belleza, termina por ser de un erotismo casi pornográfico. El director retrata a las dos chicas con un ojo innegablemente masculino y heterosexual. Pero en Retrato de una mujer en llamas la directora trasciende, además, las constricciones de la sexualidad como un todo y ofrece una mirada propia: la de Sciamma, esta artista que siente deseo por otras mujeres y que desde dicha subjetividad da cuenta del fenómeno del amor. Para dicha empresa vuelve a los griegos, a sus mitos. Retrato de una mujer en llamas es, según constata ella misma en las entrevistas que filmó para la distribuidora The Criterion

Collection, una reinterpretación del mito de Orfeo. La trama de la película es esta: en una apartada isla de Bretaña, en Francia, una pintora es contratada para hacer el retrato de boda de una joven y misteriosa mujer que no se quiere casar. Puesta así, la historia de esta obra no parece ofrecer nada que no hayamos visto en otros filmes igualmente valiosos que giran en torno al tópico del pintor y su modelo y que incluye películas tan bien acabadas como La bella mentirosa de Jacques Rivette o la famosísima obra de Peter Webber, La joven con el arete de perla. Es, sin embargo, la mirada artística, el ojo de Orfeo, lo que ofrece la novedad en Retrato de una mujer en llamas. La relación con el mito no resulta tan evidente. Como se sabe, la historia de Orfeo y Eurídice trata de un músico enamorado que desciende al lugar de los muertos para rescatar a su amada. Gracias a sus artes musicales, Orfeo consigue compadecer al dios Hades,

Sciamma ha conseguido reinterpretar el mito de Orfeo y ofrecer su poética privada

quien le permite a Eurídice emerger hacia el mundo de los vivos con la condición de que el amante no debe verla hasta que esté completamente bañada por la luz del sol. ¿En dónde está la relación entre ambas historias? En la mirada. Y en el hecho de que el amante es un artista. Así, tanto el mito como la película tratan de cómo la visión del poeta transforma a lo amado. Porque, en efecto, la belleza está en el ojo de quien la mira, pero, además, como enseñan Orfeo y Retrato de una mujer en llamas, la mirada transforma a la amada. En cierto sentido le ofrece esta extraordinaria paradoja: le da la inmortalidad, sí, pero también la muerte. Muerte en el plano físico, se entiende. Mirar a la amada (retratarla en este caso) implica también traicionarla. Sin embargo, pintarla le da también la inmortalidad en el plano estético. Con esta película, Céline Sciamma ha conseguido a un tiempo reinterpretar el mito griego y ofrecer al espectador la poética privada de una artista que explora líricamente las particularidades de su sensibilidad homosexual. Cuando Marianne pinta a Héloise, está transformándose para ella en una suerte de divinidad. Como escribió Cernuda: “así mira un dios lo que ha creado”.

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ANTESALA

16 DE ENERO 2021

ESCOLIOS

POESÍA

Oh mujer MERCEDES LUNA

Oh mujer tus varillas de hueso no han dormido y tú delineas la mirada con una espina de puercoespín abres la boca al hacerlo antepones el ruido más justo a la música la ciudad se devasta a sí misma/ se vuelve a construir un magazine de belleza dejó aquel citatorio doblado como orquídea cumples el reflector perfecto de la mañana descubre poco a poco a la verdadera modelo a tus espaldas: la cama vistiendo tu fantasma de uvas brillantes por ojos y pestañas de un volumen musical negro murmuras luego de presionar tus labios sobre algo blanco frente al espejo mostrándote a ti misma ese perfil de ojos grandes y sesgados conozco la revolvedora absurda del maquillaje nunca la cirugía estética sonríes como toda falsa omisión jura el marketing llevarte a la gloria eliges el bolso sabes que tus ansiedades multiplicadas y fieles brillarán esta noche polveadas suspendidas [ vista aérea por favor ] sobre el mundo

Este poema forma parte de un libro en preparación.

EX LIBRIS

El año póstumo/ EKO

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Defender a López Velarde ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

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@Sobreperdonar

arios de los grandes escritores mexicanos (Alfonso Reyes, Octavio Paz, Carlos Fuentes) tuvieron la oportunidad de participar en el diseño de su posteridad, ya sea organizando sus obras completas, moldeando su imagen en memorias, diarios o entrevistas e, incluso, trazando influyentes rutas críticas para la interpretación de su propia producción. Esto no ocurrió con Ramón López Velarde: su temprana partida lo dejó en una intemperie crítica, en el preciso momento en que adquiría una súbita fama póstuma y se convertía en emblema del floreciente nacionalismo cultural. Aunque para la época de su muerte López Velarde ya gozaba de reconocimiento tácito entre sus colegas, apenas se habían publicado unas cuantas páginas sobre su obra. Por lo demás, su rápida celebridad no provino tanto de sus dos libros editados en vida, sino de “La suave patria”, el poema publicado en la masiva revista vasconcelista, El Maestro, cuyas primeros ejemplares recibió el poeta ya postrado en lo que sería su lecho de muerte. Desde su publicación, en parte por el apetito de símbolos prestigiosos de los regímenes posrevolucionarios, el poema de López Velarde fue memorizado por políticos y adoptado como icono nacional. Cierto, la temática de este poema contrasta con el tono de parte de la poesía mexicana de la época que evadió (con buenas razones) concentrarse en la convulsa coyuntura; sin embargo, su amor al terruño y al paisaje, su capacidad de observación y su ironía, están muy lejos de una visión convencional del nacionalismo. La perspectiva de la patria de López Velarde constituye una exploración cuyas paradojas provienen de su propio drama vital (las oposiciones entre la provincia idílica y la urbe, entre la excentricidad lingüística y el ascetismo poético, entre el espíritu religioso y el impulso erótico). La recepción oficial de “La suave patria” no correspondió a la complejidad de su factura; sin embargo, la ausencia del autor facilitó que esta obra se asimilara al canon entonces dominante. ¿Necesita un poeta que lo defiendan de las eventuales interpretaciones abusivas o extraliterarias? Tal vez sí, pues López Velarde murió joven y dejando pocas pistas sobre sí mismo en su trabajo ensayístico y periodístico. Desde los primeros ensayos de los Contemporáneos sobre López Velarde (que al complejizarlo, impidieron su simplificación y defendieron su propia concepción de una poesía no mediada por la política) la mejor tradición crítica en torno a este autor (Octavio Paz, Gabriel Zaid, Guillermo Sheridan, Ernesto Lumbreras o Fernando Fernández, entre otros) ha reivindicado la multiplicidad de López Velarde, le ha devuelto sus contradicciones y lo ha hecho más nítido y, al mismo tiempo, más entrañablemente enigmático. Estos reflejos críticos frente a las inercias de la propaganda serán muy preciados este 2021 durante la conmemoración del centenario de la aparición del poema más famoso de López Velarde y de su desaparición física.

La recepción oficial de “La suave patria” no correspondió a la complejidad de su factura

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DE PORTADA

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Vanessa Springora ofrece un testimonio desgarrador del dominio al que la sometió el escritor Gabriel Matzneff, materia de su libro testimonial El consentimiento

“Me enfrenté a un predador orgulloso de ser pedófilo”

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MELINA BALCÁZAR/ PARÍS FOTOGRAFÍA AFP

n 1985, con solo 14 años de edad, Vanessa Springora conoció al escritor Gabriel Matzneff, 36 años mayor. Comenzó entonces una dolorosa historia de dominio y humillación con el muy influyente, aunque poco leído, personaje de la elite literaria y cultural parisina, cuya defensa de la pedofilia caracterizaba sus libros. Nadie se opuso a la relación, nadie tampoco protegió a Vanessa Springora puesto que había dado su consentimiento. Su testimonio muestra que tal cosa no es posible cuando hay coerción. Al leerla, sorprende la manera sobria y precisa con la que relata los terribles hechos de los que fue víctima. ¿Cómo encontró este tono tan justo —en todos los sentidos de la palabra— para escribir su historia con Gabriel Matzneff? Tardé 30 años en escribir El consentimiento (Lumen, 2020). Es breve, con una escritura quirúrgica, casi clínica. Tal vez su forma se debe al tiempo que dejé pasar antes de hacerlo. Reconstruí mi vida personal, me volví madre, tuve una familia y obtuve así la distancia que me permitió utilizar ese tono que, espero, sea justo. Si la hubiera escrito a los 25 años hubiera puesto mayor afecto, rabia, una emoción a flor de piel. La forma es el fruto de una larga introspección y elaboración. Al principio escribí con un tono más novelesco, maquillaba las identidades de Gabriel Matzneff y la mía. Pero sentí que había algo deshonesto en escribir una novela a partir de lo que viví pues él me había invisibilizado en sus libros. Mi objetivo debía ser reapropiarme de mi historia y, para ello,

tenía que ser honesta, absolutamente sincera en mi enfoque y aparecer con mi propia identidad. Comencé a escribir en 2014 y tras dejar reposar el texto me di cuenta de que decir yo y escribir en presente me permitía rencontrar mi estado de ánimo, ser más justa respecto a mis sentimientos de entonces, o incluso anteriores, puesto que el libro comienza con mi infancia, a los cinco años, para explicar las condiciones que dieron lugar a esta historia. También influyó que la literatura que me gusta es así, depurada, sobria. Buscaba también una forma directa y accesible para todo público, en especial los adolescentes. El libro comienza con su desconfianza hacia los libros que la condujeron a alejarse del mundo editorial durante largos años. ¿Cuál es su relación actual con la escritura? El gran entusiasmo e interés que ha suscitado el libro desde hace un año, ahora con traducciones a varias lenguas, me ha ofrecido una experiencia maravillosa. He recibido numerosos correos de lectoras y lectores que se han identificado con mi historia, aunque las suyas sean muy distintas. Pero justamente a través de la noción de consentimiento lograron entender aspectos de lo que vivieron. Me di cuenta de que la literatura tiene un impacto, que posee virtudes terapéuticas, catárticas, no solo para quien escribe sino para los demás. Mi desconfianza respecto a los libros se debía a que sabía que pueden ser un veneno, tóxicos, que pueden funcionar como una trampa, una manipulación, como ocurrió en mi caso, cuando Matzneff me encerró en ese personaje de ficción, creado a partir de nuestra historia y explotado durante 30 años en su beneficio. Desconfiaba también del mundo editorial, pues me había mostrado una gran irresponsabilidad. Sin embargo, cuando por fin logré escribir, compren-

dí que la literatura podía cambiar a la sociedad, tener una influencia en muchos ámbitos como el derecho, la psicología, las costumbres. El libro suscitó un debate en el mundo editorial, en los medios, en torno al consentimiento de los menores de edad. Hoy me he reconciliado con la escritura y estoy lista para escribir de nuevo. El consentimiento sacudió el medio editorial y obligó a numerosas personalidades literarias a justificarse y pedir disculpas. Bernard Pivot, el presentador del célebre programa Apostrophes, quien recibió a Matzneff en seis ocasiones, tuvo que rendir cuentas tras la difusión en las redes del extracto de 1990 que lo muestra presentándolo de manera desenfadada como “un verdadero profesor de educación sexual”, “un coleccionador de chiquillas”, entre las risas del resto de los invitados. Solo la escritora canadiense Denise Bombardier se indignó y lanzó una frase que en aquella época nadie tomó en cuenta: “la literatura no puede servir de coartada, hay límites, incluso para la literatura”. ¿Qué opina de estas reacciones? ¿Las temía o esperaba? No quise escribir un libro que fuera un ajuste de cuentas. Evité el pathos y el tono victimario. Mi intención era generar una discusión y reflexionar sobre lo que había hecho posible la complacencia, la ceguera completa del medio, y lo que permitía que continuara en 2013, con la atribución a Matzneff del prestigioso Premio Renaudot de ensayo. Me afectó mucho pues pensaba que nuestra época había cambiado, pero no, perduraba una concepción de la literatura que hacía posible recompensar, sin que nadie protes-

¿Es aceptable dar la palabra a un pedófilo, un terrorista, un narcotraficante?

tara, a un escritor abiertamente pedófilo. Con la publicación de mi libro cierto número de personalidades mediáticas tuvieron que tomar una posición. Descubrí la secuencia que usted evoca, y a la cual no asistí, tiempo después. Muestra a Denise Bombardier criticando la presencia en un programa tan popular y respetado de un hombre que en sus libros afirma su gusto por sodomizar niños de países subdesarrollados. Para ella, la única diferencia entre Matzneff y los viejos perversos que atraen a los niños es que en lugar de dulces él utilizaba su reputación. Vemos que hay un abismo de incomprensión entre su discurso —que sorprendentemente utiliza nuestro vocabulario de hoy— y el de los demás escritores invitados. En aquella época gente importante del mundo editorial la tachó de histérica o de “mal cogida”, como Philippe Sollers. Con El consentimiento, quería situar los acontecimientos en su contexto y mostrar que ha habido una evolución que no solo se debe al movimiento #MeToo, sino también a los numerosos casos de pedofilia en Francia que cambiaron nuestra mirada. En los años de 1970 aún había dudas respecto a la pedofilia, se pensaba que era una orientación sexual como la homosexualidad. Hoy sabemos que se trata de una patología que nada tiene que ver con una preferencia sexual. Me parece importante que alguien como Pivot se vea obligado a posicionarse y que acepte que entonces se anteponía la literatura a la moral; sin embargo, pienso que comete un error cuando concluye su análisis afirmando que hoy anteponemos la moral a la literatura. No es cuestión de moral, es la ley que condena la pedofilia y la castiga con la prisión. No hay razón alguna para que una persona que hace su apología en libros autobiográficos no se someta a la misma legislación que los otros ciudadanos, so pretexto de que es escritor o artista. Quería articular cosas que se nos presentaban desarticuladas, mostrar


el vínculo con los hechos reales que Matzneff relata en sus libros y sus consecuencias, porque no se trataba de ficción. Me han reprochado que, con una perspectiva como la mía, nunca se hubiera publicado Lolita de Nabokov, pero no es así pues se trata de una novela. Es claramente una ficción, nadie puede decir que Humbert Humbert encarna a Nabokov, o que el autor haya cometido los hechos relatados en su novela. El caso de Gabriel Matzneff es por completo distinto. La persona cuyo nombre aparece en la portada, quien dice yo en el libro es él y cuando relata cada uno de sus actos de pedofilia no pueden sino serle imputables. Quería recordar al mundo de la edición la diferencia entre la autoficción —el relato autobiográfico— y la ficción, en la cual debe haber una total libertad. En la novela, necesitamos personajes que se sitúen más allá de la moral, necesitamos monstruos. Hay que conservar el mal en la literatura, pero cuando hablamos de escritos autobiográficos la cuestión de la responsabilidad se plantea, no solo de los autores, sino de los editores. Desde un punto de vista deontológico, ¿es aceptable dar la palabra a un pedófilo, un terrorista, un narcotraficante, un nazi, un antisemita cuando cada uno de estos actos lo reprime la ley?

Volviendo a la pedofilia, que es un crimen juzgado penalmente, si sabemos que es un acto grave, nada justifica la complicidad con contenidos pedófilos que, en internet, por ejemplo, están prohibidos, porque aparecen en un libro, que además hace su apología. No se trata de poner trabas a la libertad de expresión, se trata más bien de un arbitraje: la literatura, como todas las producciones artísticas y culturales, es un indicador de lo que es tolerable o no en una sociedad. El éxito que ha tenido El consentimiento es una manifestación del cambio en nuestra época. La ironía del destino ha hecho que usted dirija hoy las ediciones Julliard, que publicaron en 1974 el casi manual y panfleto de pedofilia de Matzneff Les moins de seize ans (Los de menos de dieciséis años). Su trayectoria me hace pensar que una nueva página en la historia de la edición en Francia ha comenzado a escribirse. Eso espero. De cualquier forma, una página nueva se escribe hoy en la edición. Primero, porque se feminiza, cada vez hay más mujeres que dirigen editoriales —yo soy ejemplo de ello—, lo cual hace que cambien los contenidos que se publican. Así la misoginia o las visio-

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nes de la mujer que la reducen a un objeto sexual, decorativo, o a su papel de madre o esposa, desaparecerán de la literatura, porque las mujeres ocupamos hoy un lugar diferente en la sociedad. Contenidos de ese tipo aparecerán como pasados de moda y quienes los escriben estarán en completo desfase con su época. Nada hay en tal cambio que limite la libertad de expresión. Me considero feminista, pero no estoy en guerra contra los hombres, no soy de las que los odia. Al contrario, creo que hay hombres que son feministas y que pueden ser aliados en nuestro combate por la igualdad. Pero constato con tristeza que quienes se opusieron de manera violenta a mi testimonio y protegieron a Matzneff de eventuales “ataques” fueron hombres con poder e influencia en los medios. Muestra el modo en que Matzneff seducía a sus presas. Cuestiona así que exista un real consentimiento entre una joven de 14 años y un hombre 36 años mayor que ella. No hay consentimiento posible. En la primera parte del libro quería analizar mi propio consentimiento, ser honesta desde el inicio y dejar claro que Matzneff no me obligó ni me violó, que estaba fascinada por él. Necesitaba comprender cómo una chica de 14 años

La editora, escritora y cineasta.

puede enamorarse de un hombre de 50 que tenía la reputación sulfurosa de solo interesarse en niños y adolescentes. El consentimiento en los menores es algo que debemos cuestionarnos y suprimir. En Francia la mayoría sexual se establece a los 15 años, no es legal tener relaciones con una menor de tal límite solo si da su consentimiento. Pero ¿cómo podemos decir que un o una menor de 15 años es capaz de dar su consentimiento ante un adulto que tiene poder porque físicamente es más fuerte y a sus ojos encarna la autoridad, es decir, es quien pone los límites y dice lo que está bien o no? Forzosamente hay una coerción, una influencia, un dominio que tiene secuelas en la vida adulta. Dos cosas debemos analizar: la libertad de elegir —pues podía negarme o aceptar y yo cedí a su seducción— y la igualdad. Solo puede haber consentimiento de igual a igual, sin que haya manipulación o dominio de por medio. Además, para poder elegir, debemos tener todos los elementos que nos permitan saber si nos equivocamos o no, si nos ponemos en peligro, debe haber un “consentimiento informado”. No dudo que existan verdaderas historias de amor que nazcan antes de la mayoría de edad sexual. Pero en mi caso —que es el de muchos—, me enfrenté a un predador, que se asumía públicamente como pedófilo. No podemos hablar de un real consentimiento. Su libro no se limita a denunciar los abusos de Matzneff sino la complacencia, si no es que la complicidad, del medio literario, intelectual y artístico de la época, al que pertenecía su madre, con quien vivía entonces, y que nada hizo para protegerla. ¿Se trata de una crítica de la manera en que la generación de 1968 concebía la sexualidad y la libertad? Mi madre fue víctima de los excesos de la revolución sexual. Había tenido una educación católica muy estricta, con muchos tabúes e interdicciones en torno a la sexualidad. Quiso actuar conmigo de manera diferente a sus padres y desde muy niña me habló del cuerpo femenino y de una vida sexual. Me dio absoluta libertad de vivir mi vida, de tomar mis propias decisiones. Además, como trabajaba en el medio de la edición, a ella también la fascinaba la figura de escritor que encarnaba Gabriel Matzneff, la de un transgresor del orden moral, de las leyes a las que se somete la gente ordinaria. Me parece que no conocía realmente su obra y creyó lo que él le decía sin darse cuenta del peligro que en realidad yo corría. La sedujo y manipuló como a mí. Pensó que vivíamos una verdadera historia de amor, que estaba enamorado de mí, que no me haría daño. Mi madre ignoraba hasta qué punto llegaban sus excesos, su consumo frenético de niños y adolescentes; siempre necesitaba nuevas conquistas, en gran cantidad. Después le costó mucho reconocer su propia responsabilidad. Creía, al igual que su generación, que estaba prohibido prohibir y pensaba que había hecho bien en dejarme vivir sola mi vida desde los 14 años. Cuando leyó el libro comprendió todo mi sufrimiento en aquella época y en los siguientes años. Solo al leer mi testimonio logró pedirme perdón y pudimos finalmente reconciliarnos. El libro fue benéfico para ambas.

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LITERATURA

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RESEÑA

Murmullos espectrales Aquí no mueren los muertos, de Melina Balcázar, invoca nuestros temores más profundos

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l triunfo del espíritu sobre la materia, un asunto con fuertes vínculos románticos, es el principio activo de Aquí no mueren los muertos (Argonáutica, México, 2020), tres ensayos en los que conviven el arrojo interpretativo, la imaginación y el relato autobiográfico: dicen mucho de nuestros temores más profundos y aún más de cómo solemos enfrentarnos a la pérdida. Melina Balcázar echa mano de un puñado multicolor de recursos. Evoca algunos episodios de su pasado familiar; restaura las piezas emblemáticas, y no menos perturbadoras, de la fotografía mortuoria de finales del siglo XIX y principios del XX; combina el análisis histórico con el impulso narrativo; utiliza las herramientas de la interpretación literaria y filosófica; explora, como sostiene Georges Didi-Huberman en el prólogo, “el interregno de los sueños”; extiende los campos de acción de “la política de la memoria”. Aquí no mueren los muertos abre con “Decidles que la muerte no existe”, una inmersión en los ritos y las creencias del espiritualismo trinitario mariano, fundado por Roque Rojas y con un arraigo fulgurante entre los inmigrantes pobres y desamparados que abandonaban el campo para malvivir en las grandes ciudades. Mezcla de judaísmo y cultos prehispánicos, esta religión, dice Melina Balcázar, sostiene la posibilidad de comunicar al “mundo material —destinado a desaparecer— y el mundo espiritual —reservado a la vida eterna—“. Tras la influencia del espiritismo, practicó el trance y empleó los nuevos avances técnicos, como la fotografía, para entrar en contacto con los fluidos y las materializaciones que provenían de esa realidad invisible pero convincente. No todo, sin embargo, eran susurros y mesas giratorias en habitaciones oscuras. Había una aspiración mayor: “la utopía de una comunidad más justa, capaz de conservar las solidaridades humanas, incluso hasta en la tumba”. A la genealogía y los preceptos del espiritualismo, Melina Balcázar añade su propia experiencia: la fe renovada de su abuelo después de sufrir la muerte de su esposa. La historia nacional oficia sus bodas intelectuales con la historia familiar.

ROBERTO PLIEGO FOTOGRAFÍA ROMUALDO GARCÍA TORRES/ INAH

Padre con su hija muerta, ca. 1905.

Tan sorprendente como el primero, el segundo ensayo, “Te escribo esta carta a ti que estás en los cielos”, se concentra en los Cuadernos de Juan Rulfo publicados de manera póstuma, en especial en un mensaje dirigido a una mujer muerta. Su carácter enigmático apunta quizá hacia La cordillera, la novela que Rulfo concibió a finales de la década de 1950, y, por momentos, hacia Pedro Páramo. Melina Balcázar ofrece otra proyección de la muerte, no la del abrazo maternal sino la de la imposibilidad física. “Se confirma”, escribe, “una forma de amor singular indiferente a la presencia viva de la persona amada”. Es la pasión que consume al cacique de Comala y la

misma que Rulfo manifestaba en su correspondencia hacia Clara Aparicio, su futura esposa, cuando recorría el país como agente de ventas. La ausencia es también el objetivo donde se posa la mirada nostálgica de Juan Rulfo. Sus fotografías, más una vocación que un pasatiempo, están “ligadas a la memoria de un tiempo pasado, a un tiempo que sobrepasa toda intencionalidad y se abisma en lo inmemorial”. Son una extensión natural, y desolada, de su obra literaria, el recordatorio de nuestro destino final. Así, conducidos por el poder de la imagen, llegamos al tercer ensayo. “Cerrar(te) los ojos. De la muerte y las imágenes”, de temperamento espectral, y a ratos macabro, interpreta una serie de fotografías en las

cuales los vivos posan con un familiar muerto, generalmente niñas y niños vestidos con diligencia sin importar su origen social. No es posible evitar una sacudida mientras observamos, por ejemplo, la fotografía de Romualdo García Torres en la que un padre sostiene sobre una de sus piernas a una pequeña de unos pocos meses de edad, en apariencia viva, tanto que uno de sus brazos parece cortar el aire, pero inocentemente muerta. No hay decorado, no hay consuelo ni dramatismo; solo “el silencio oscuro que se me ha encarnado, ese síntoma punzante en mi boca, en mi escritura: asfixia, afasia, anorexia”, confiesa Melina Balcázar. (Las páginas dedicadas a ese fotógrafo de entresiglos son notables. Exponen no solo un retrato sociológico de los usos y atributos de la imagen sino una aproximación a las claves filosóficas de la fotografía mortuoria.) Viajamos al pasado, a las postrimerías del siglo XIX y a los primeros tramos del XX. México se ha subido al tren del progreso pero no ha renunciado a perseguir los murmullos espectrales que vienen de muy lejos. En Romualdo García Torres, como en muchos de sus colegas, reconocemos el deseo de “captar la sombra antes que el sujeto se evapore”, según rezaba un anuncio de la época. El montaje realizado por Melina Balcázar da cuenta suficiente de tal deseo. Qué vemos: a una mujer indígena que mira sin aliento a la cámara mientras encuadra a un infante cubierto de flores, casi un ángel; a una familia acomodada custodiando un cuerpo inerte; a un niño de boca abierta yaciendo sobre un almohadón; a padres vivos y a hijos muertos frente a una escenografía teatral. Las imágenes en blanco y negro parecen gobelinos deshechos. Aquí no mueren los muertos fue escrito gracias a una beca del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes que, por cierto, ya descansa en paz. Quiero decir que en su horizonte no se hallaba la mortandad que ha traído un virus de efectos devastadores. Por su carga emocional y reflexiva, sin las telarañas que suelen identificar a quienes pertenecen a la academia y con una escritura honda y sugerente, se antoja más como una lectura obligada que como una invitación. Toma el riesgo de caminar al borde cortante de nuestros desfiladeros.

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EN LIBRERÍAS

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NARRATIVA, POESÍA, ENSAYO Civilizaciones

Félix y la fuente invisible

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A FUEGO LENTO

Poesía reunida

Resurrección México, 2020

Laurent Binet Seix Barral México, 2020 448 páginas

Éric-Emmanuel Schmitt Alianza de Novelas México, 2020 152 páginas

Geoffrey Hill Lumen México, 2020 544 páginas

Ambientada primeramente en Noruega, tierra de vikingos, y más tarde en el sur de América, esta increíble especulación histórica maneja la posibilidad de una Europa conquistada por los incas. Estamos en 1531, en la España de Carlos V, cuyo reinado se tambalea por la hambruna y los costos de la guerra. Qué mejor escenario para Atahualpa y sus ambiciones imperiales. Una fina erudición y una imaginación desbordante conducen hacia una profunda exploración del pasado.

Esta novela, explican los editores, forma parte del Ciclo de lo invisible, en el que las historias “abordan la búsqueda del sentido”. En este caso, se evoca el animismo. Félix y su madre Fatou, de origen africano, viven en un barrio de París. Ella es la dueña de un café. Ante una oferta para adquirir un mejor local, decide vender pero le hacen ver que sus papeles no están en orden. De este modo, cae en una profunda depresión; amigos y familiares la ayudarán a superarla.

La primera gran recopilación en español, a cargo de Andreu Jaume, del poeta inglés a quien Harold Bloom llamó “el más potente de nuestra época”. Calificado de oscuro por su rechazo a la banalidad que, a su juicio, infectaba a la literatura y la política, Hill ejerció un oficio contra las inercias hegemónicas de la tradición. Sus mayores esfuerzos se concentraron en la década de 1990, cuando publicó un libro por año. Nació en 1932 y murió en 2016.

Mujer y poder en el siglo XIX

Silencio

El imperativo estético

Francie Chassen-López Taurus México, 2020 520 páginas

Jane Brox Paidós México, 2020 304 páginas

Peter Sloterdijk Akal España, 2020 432 páginas

¿Quién fue Juana Catarina Romero?, pregunta este ensayo que extiende los límites de la biografía. No fue, como sostiene la leyenda, la amante del joven Porfirio Diaz sino una mujer emprendedora que dejó atrás su oficio de vendedora de cigarrillos para convertirse en empresaria azucarera y en líder de la sociedad de Tehuantepec. Su vida estuvo marcada por la reforma liberal, el porfirismo y la revolución, y sirve para comprender el papel de las mujeres durante el convulso siglo XIX.

El silencio puede servir como castigo y también como ascesis y purificación. El primer recurso era común a las prisiones estadunidenses de mediados del siglo XIX, cuando las penas corporales fueron sustituidas por el aislamiento; el segundo era norma en los monasterios medievales y en los retiros espirituales concebidos por Thomas Merton. Brox estudia las dos caras de la misma moneda en estos ámbitos cerrados y llega a inesperadas y reconfortantes conclusiones.

En su epílogo, Peter Weibel, editor de este libro, anota que la estética de Sloterdijk se opone a la del romanticismo, que consideraba que existe “una estética universal que (vale) para todos y cada uno de los individuos”; la idea incluye a la ética. Weibel resume: “Podríamos decir que Sloterdijk esboza una ética de la estética en la que no hay imperativos estéticos”; él propugna por una “estética humana”, individual. Los textos van de la Antigüedad hasta Hollywood.

No hay más que violencia ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

T

odo es violencia en Resurrección (Hotel de Letras): silenciosa o volcánica, familiar o empresarial, calculada o instintiva. Qué más puede haber cuando se arriesga un diagnóstico de este país conducido por almas parroquiales y gobernado por quienes solo conocen el rencor y la metralla. Violencia significa la exposición de las entrañas humanas, el hedor de los cuerpos abiertos en canal, un dedo abriéndose paso en el ano o en un ojo, la ceremonia ritual del vencedor masticando el intestino de su rival caído. Si Mariano Azuela narró la revolución como el choque entre la inteligencia y la barbarie, si Carlos Fuentes narró el paso de la política con la pistola en el cinto a la política de salón, Jaime Mesa narra nuestro presente con los actos y el lenguaje de la brutalidad ejercida sin otro propósito que el de complacerse a sí misma. Esto somos, parece decir, seres hechos únicamente para violar, asesinar, ocultarse bajo un nombre falso, comprar protección, fingir el amor y acurrucarse en el seno de la madrecita santa después de lavarse la sangre en un baño lustroso. Por Resurrección pasan cuatro generaciones de gatilleros y narcotraficantes que encarnan la propaganda del hombre-macho que supera la adversidad a fuerza de convertir su existencia en la visita a un funeral. Vamos del bisabuelo hasta el más joven de sus descendientes y en el camino solo hallamos una estela de cadáveres que se pudren por igual en las carreteras mexicanas que en los barrios fortificados de Estados Unidos. ¿Así que Resurrección es otra de esas novelas en serie sobre el narco y sus representantes? ¿Estamos de nuevo frente a la receta del policía, el reportero alcohólico y el malandro vulgar y desalmado? ¿Nos vemos de nueva cuenta con el novelista en el papel de conciencia moral y monaguillo de cortijo? No, por fortuna. Jaime Mesa no quiere complacer al lector de novelitas que se han vuelto rosas de tantos lugares comunes y buenas intenciones. Con un estilo que ha pactado con el delirio, y aun tomando muchas de las propuestas del cómic, ha sido capaz de darle forma y consistencia al México que nació para el odio y la violencia de los que creen merecerlo todo porque confían en la resurrección de la carne, la de ellos infectando la de sus hijos.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ

16 DE ENERO 2021

http:// www.milenio.com/cultura/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLaberinto/Instagram: milenio_laberinto

TOSCANADAS

Facilón, qué libro facilón DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

C

uando eché un vistazo a las reseñas de lectores en Amazon, hallé dos elogios que se repiten al recomendar ciertas novelas: “se lee fácil” y “se lee rápido”. En cambio, yo le pondría baja calificación a un libro que se lea con facilidad y rapidez, pues supongo que no me movería a la reflexión, a tomar notas, a desentrañar pasajes profundos, a releer párrafos maravillosos o a releer entera la obra, a cuestionar a los personajes o al autor, a sopesar las frases, a interrumpir la lectura para buscar una referencia, a apreciar cómo se transforma mi alma, a embriagarme de palabras, ideas y alcohol, a agradecer a las musas por la buena literatura. Pienso en Los hermanos Karamazov, Ulises, Guerra y paz, Don Quijote, Pedro Páramo, La metamorfosis, El general del ejército muerto, El ruido y la furia, La región más transparente, Caballería roja, El hombre sin

atributos, Vida y destino, En busca del tiempo perdido, Casa de campo, El jardín de los Finzi-Contini, Hambre, Juntacadáveres, La clase, La familia Moskat, en fin, puedo echar una lista larga de las muchísimas novelas que me vienen a la cabeza como obras amadas, respetadas y admiradas, y ninguna me ha resultado fácil ni rápida; si bien no puedo decir lo contrario, pues tampoco he tenido con ellas la sensación de que hayan sido difíciles o lentas. Las grandes novelas exigen del lector un buen esfuerzo mental y emocional, pero este no se traduce en dificultad sino en interés, voluntad, crecimiento y degustación; también exigen tiempo, pero es un tiempo fascinante, placentero y memorable. ¿Qué quieren leer los que aprecian la lectura fácil y rápida? Esos dos adjetivos no sirven para encomiar ningún placer. ¿Qué tal la cena? Se come fácil y se digiere rápido. ¿Qué tal tu

noche con Eréndira? Fácil y rapidín. Este vino se bebe fácil y rápidamente. Reunión con los amigos: tómense rápido sus cervezas y conversemos con facilismo. Lo rápido y fácil ha de buscarse en las molestias: pagar impuestos, sacar la licencia de manejar, aplicarse una vacuna, solicitar un crédito, hacer una reclamación a la compañía de gas… La lectura rápida y fácil creo que gusta a las empresas editoriales, pues prontamente el lector está listo para comprar otro libro; también gusta a las autoridades culturales, que pueden reportar el índice de lectura con números más jugosos; gusta a muchos maestros, para no batallar; y gusta al leedor banal, que puede zamparse cinco libros en lo que otro más avezado va degustando un clásico. Pero ya puesto a pensar en estas cosas, he de decir que tampoco entiendo el elogio que va al otro extremo, ese de “sin concesiones al lector”.

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BICHOS Y PARIENTES

Disonancias y consonancias

C

on todo lo sucedido, me daría vergüenza pretender articular una interpretación útil. Solamente entiendo que la viabilidad de las democracias está en juego en un carnaval disparatado, muy agresivo en muecas, poco violento todavía. La República de Roma no pudo resolver su encrucijada y terminó cediendo al imperio. Si la historia se repite dos veces, una como tragedia y otra como farsa, quiero imaginar que esta caricatura saturnal no es sino lo que vemos: el carnaval de la idiotez. Por lo pronto, me quedan muchas disonancias cognitivas y unas pocas consonancias bibliográficas. Disonancias: 1) Covid, encierro, depresión económica. Para recoger canastas de básicos, cosa de 60 dólares, una fila de más de un kilómetro de automóviles y camionetas con un costo promedio de 50 mil dólares. 2) Una mujer se acerca a la cámara y denuncia indignada: “¡nos echaron gas!” El reportero le pregunta qué hacía en la manifestación, y ella responde: “la revolución”. 3) El grupo de golpistas que, al entrar al Capitolio, se toman selfies. Un policía posa con ellos. 4) Los Qanon que creen que fallaron porque los infiltraron George Soros y los Antifa. Matt Gaetz, congresista representante de Florida: “no fueron seguidores de Trump sino gente de Antifa, disfrazados de trumpistas”. El conspiracionismo no puede ser disuadido ni persuadido; colapsa comiéndose la cola. 5) Un guardia abre fuego cuando la turba franquea una puerta resguardada. Muere una mujer. Un congresista dice que sucedió porque el guardia era negro.

JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA EFE

6) El señor del bisonte en la cabeza posando como revolucionario radical con una mezcla psíquica que habrá de sobrevivir para las carcajadas del futuro recibió el confort de su mamá, con la que aún vive: pobrecito, “no ha comido porque en la cárcel no sirven comida orgánica”. 7) Gringos que asisten a la rebelión con cotas de malla cubiertas con camisetas estampadas de esvásticas o atuendos godos que creen vikingos. Carambólica Edad Media. No sé si todo esto me da más risa o miedo. Más que analistas, necesitamos

A Trump lo han encerrado; no le quitaron su palacio, le quitaron el mundo exterior

un clon de Rabelais para articular tanta zarandaja. Consonancias: 1) En el momento determinante de la validación de las elecciones, Trump tenía puestas sus esperanzas en su vicepresidente, en la cabeza del Senado, y en la de los representantes. Uno por uno, todos hundieron su cuchillo en la esperanza del aspirante a tirano. Como en el asesinato de Julio César, todos se vieron precisados a asir el puñal: que ninguno se diga inocente. Los romanos intentaron acabar con el mandón para recuperar la política republicana. Asesinaron a César, pero no pudieron recuperar la República; ojalá que sus caricaturas contemporáneas hayan hecho justo eso. Como cereza encima, hay que imaginar a Ted Cruz queriendo actuar el papel de Marco Antonio en el Julius Caesar de Shakespeare. Después

Un grupo de golpistas en la toma del Capitolio.

del asesinato de Julio, junto a su cadáver, Bruto pronuncia un discurso seco, estoico, claro y en prosa: matamos a César para salvar la República. Poco después, Marco Antonio tuerce el sentido, en versos, con un discurso populista y transforma su crimen en una virtud y una herencia moral. Cobra para su propia cuenta el capital político de la popularidad de César. Por suerte, Ted Cruz es el peor actor shakespeareano del siglo XXI. 2) Esos gobernantes aclamados por multitudes, con seguidores deseosos de dar la vida por ellos y que luego caen. Edward Champlin, siguiendo a Tácito y Suetonio, relata estupendamente la caída de Nerón, su acobardada huida por los eriales, mientras lo persiguen aquellos que lo habían aclamado y encumbrado…. En tiempos recientes, Ceaucescu, Gadafi. En vez de perseguirlo entre baldíos, a Trump lo han encerrado, inútil, en la residencia presidencial. No le quitaron su palacio; le quitaron el mundo exterior: Twitter, Facebook y accesos bancarios. ¿Lo que no pudo reparar el Estado, lo reparan ahora las empresas privadas y el mundo virtual? En todo caso, ahí está la verdadera Revolución. Sabemos dónde comienzan las cosas, no dónde terminan. Es muy probable que Estados Unidos logre reparar su democracia y se encamine a ese estado deseable en que la democracia es aburrida y no el centro pasional de la vida humana. Pudiera ser que no, que todo esto apenas columbre un futuro enrarecido, de líderes carismáticos y pasiones idiotas que imponen sus resentimientos en esos nuevos países virtuales. Queda claro que Estados Unidos también tiene un presidente desquiciado. Pero ya cayó.

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