Laberinto No.919 (23/01/2021)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

LOS PAISAJES INVISIBLES

FERNANDO ZAMORA

IVÁN RÍOS GASCÓN

Jean Cocteau: el poeta frente al espejo

Donald Trump: el ofendido y la censura

Foto: Film du Palais Royal

SÁBADO 23 DE ENERO DE 2021 AÑO 17 - NÚMERO 919

Un encuentro fabuloso con la reina María Sofía Leonardo Sciascia/ ILUSTRACIÓN: ROMÁN

Foto: EFE


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ANTESALA

23 DE ENERO 2021

DOBLE FILO

De Tom Jobim a Rajmáninov FERNANDO FIGUEROA

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acido en São Paulo y radicado en México desde hace cuatro décadas, el pianista, compositor y docente Joao Henrique ha grabado los álbumes Jazz latino, Mercado de flores, Brasiliando y dos entregas de Joao Plays Jobim. En la estación de radio Horizonte conduce el programa “Canta Brasil” y ha sido director musical de Betsy Pecanins, Margie Bermejo, Denisse de Kalafe, Guadalupe Pineda y Mijares. Hoy juega ping-pong con Laberinto. ¿Qué es la música? Mi vida. ¿Qué es el piano? Mi amante. ¿Qué aprendiste en el conservatorio? Sobre todo, armonía e improvisación. ¿Y al lado de Lucho Gatica? Con él conocí las entrañas del bolero. Tom Jobim en una frase. Mi papá musical. Compositor favorito de música clásica. Chopin. Una pieza de Heitor Villa-Lobos. Bachiana brasileira núm. 5. Oscar Peterson o Thelonious Monk. Oscar Peterson. Otro instrumento que quisieras dominar. El sitar, que lo tocaba Ravi Shankar. Un músico mexicano. Eugenio Toussaint. Dos standards. “The Nearness of You” y “I Left My Heart in San Francisco”. Dos canciones de Manzanero. “Contigo aprendí” y “Somos novios”. Dos libros en una isla desierta. Pedro Páramo y Gabriela, clavo y canela. Un personaje histórico de Brasil. Pedro II. ¿Quién era tu ídolo a los 15 años? Los Beatles. Un consejo para músicos jóvenes. Estudiar, practicar y tocar en público. ¿Cuál es la magia de la radio? Que los sonidos viajen lejos y lleguen al oído de quien necesitaba escucharte. Una experiencia de “Canta Brasil”. El Estudio A del IMER repleto cuando celebramos el primer aniversario. ¿Cuántos estados de México conoces? He trabajado en todas las capitales. Lo mejor y lo peor de los mexicanos. Lo mejor, la calidez de su gente; lo peor, muchos políticos, como en Brasil. Un platillo mexicano. Enchiladas de mole. Del 1 al 10, cuánto picante resistes. Llegué como al 7, pero ya no. El reguetón en una frase. Género de sólo dos acordes. El día más feliz de tu vida. Casi todos. Profesionalmente, cuando grabé con grupo y orquesta mi composición “La bailarina”, para el cierre de La movida de Verónica Castro, y no hubo ningún error. Música para tu último día. Que sea de Rajmáninov. Tu epitafio. “Amó la vida y la música”.

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Orfeo. Dirección: Jean Cocteau. Francia, 1950. Puede verse gratuitamente en Filmin Latino.

HOMBRE DE CELULOIDE

Rituales de un poeta que revivió

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA FILMS DU PALAIS ROYAL

rfeo, decía Jean Cocteau, soy yo. Y sí, Cocteau es el mito y es esta película que se ofrece restaurada en la XI emisión de Myfrenchfilmfestival. Orfeo es, además, la obra cumbre del poeta, pintor y cineasta que vivió y murió en Francia entre 1889 y 1963. ¿Por qué afirmar que Orfeo es Cocteau? Para empezar, porque los ecos gnósticos de una vida entera dedicada al arte se consolidan todos aquí, en hora y media de poesía visual. En dichos ecos vivió Cocteau, haciendo de su existencia un paseo por la otredad: la droga, la muerte, la sexualidad. Orfeo de 1950 es, por tanto, una película autobiográfica travestida de mito. Es, además, una obra que aspira a trascender al arte: es un ritual que propone una religión en la que el poeta-oficiante puede conjurar a lo absurdo de vivir. Es necesario sustentar ambas afirmaciones. Orfeo está basada en la obra de teatro que Cocteau estrenó en 1925. Cuenta la historia de un célebre y joven poeta que un día se sube al Rolls-Royce de la muerte. Con ella se va a una casa llena de espejos. Más allá está El Reino. Ese lugar en que “vive la muerte”. De allá emanan, dice Orfeo, la inspiración. Cuando Orfeo consigue volver de la mansión de la

muerte, no puede recobrar la calma. Sintoniza con vehemencia los mensajes que llegan por radio. Con ayuda de ellos, Orfeo-Cocteau busca revivir el camino perdido, ese que antaño le abrió la puerta de la poesía, el oficio que le dio fama. Con tan poco tiempo para ella, Eurídice, esposa del poeta, está fastidiada. Por eso se deja morir. Sin embargo, el ángel Heutebrise (un personaje presente en toda la obra de Cocteau) regala al poeta otra intuición: “te revelo”, dice, “el secreto de secretos: los espejos son las puertas por las cuales la muerte va y viene. No se lo digas a Nadie”. Este diálogo (que aparece también en la obra de teatro) articula el asunto: ¿en qué medida puede decirse que el Orfeo es una autobiografía? Para aclararlo, es necesario recordar que durante toda su vida el poeta “vivió con la muerte”. Cuando tenía nueve años, su padre se metió una bala en la sien. Años después Raymond Radiguet, su amante (y, a decir de

El personaje, narcisista al fin, se mira al espejo y espera el susurro poético de la muerte

Cocteau, “el amor de su vida”), murió de tuberculosis después de un viaje con el poeta. Radiguet tenía 20 años y era considerado “el nuevo Rimbaud”. Pero, además, el otro amor en la vida del poeta, la aristócrata rusa Natalia Paléi, abortó a su hijo a causa del opio con que el poeta la había iniciado. Este continuo ir y venir entre el amor y la muerte está presente en todo el Orfeo. Y el poeta, narcisista al fin, se mira al espejo y espera el susurro poético de la muerte. Pero, además, decía, el Orfeo es un ritual. Porque en el origen de todo ritual está la muerte. Como se sabe, el héroe griego, gracias a que por sus artes había podido transitar por el reino de los muertos sin morir, instituyó en la antigua Arcadia una serie de ritos para alcanzar la inmortalidad. Algunos poetas y filósofos aún creen que estos ritos dieron origen a todo lo que es Occidente. Embriagados, los órficos escuchaban a poetas como Cocteau, se embriagaban como Cocteau, se drogaban como él… y accedían al Parnaso. Esta es la intención del Orfeo: ser una suerte de ritual en que el poeta es oficiante de la religión de Apolo y Dionisio: el arte. El iniciado se reconoce en el poeta de Orfeo. Y, como él, escucha los ambiguos mensajes que vienen de la otredad.

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ANTESALA

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POESÍA

Presencia

LOS PAISAJES INVISIBLES

Censura y prudencia

JOSÉ EMILIO PACHECO

¿Qué va a quedar de mí cuando me muera sino esta llave ilesa de agonía, estas pocas palabras con que el día, dejó cenizas de su sombra fiera? ¿Qué va a quedar de mí cuando me hiera esa daga final? Acaso mía será la noche fúnebre y vacía que vuelva a ser de pronto primavera. No quedará el trabajo, ni la pena de creer y de amar. El tiempo abierto, semejante a los mares y al desierto, ha de borrar de la confusa arena todo lo que me salva o encadena. Más si alguien vive yo estaré despierto. Con este poema recordamos a José Emilio Pacheco, quien falleció el 26 de enero de 2014. Además, en nuestra edición digital rescatamos un ensayo sobre Alfonso Reyes, publicado por Pacheco en México en la cultura hace 60 años, el 22 de enero de 1961.

EX LIBRIS

Esculapio y el seminarista/ EKO

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IVÁN RÍOS GASCÓN

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@IvanRiosGascon

n su estupenda colección de ensayos Contra la censura, J. M. Coetzee explica que los actos de silenciamiento tienen como origen la reacción de ofenderse. Ofendido, el poder no duda de sí mismo, no se permite dudar de sí mismo, así que impone restricciones con el fin de disciplinar a aquellos que critican, se burlan (o parecen burlarse) de él, y sobre todo, a aquellos que representan un desafío a su investidura. El ofendido suele reprender. Amonesta, regaña, reconviene. También predica, moraliza y corrige. En este último punto, en la concienzuda tarea de la corrección, el ofendido se permite silenciar y, como acto extremo, prohibir. Tal es el caso de los movimientos radicales. Coetzee identifica al gran censor en el Estado. Señala: “La censura estatal se presenta a sí misma como un baluarte entre la sociedad y las fuerzas de subversión o la corrupción moral. Desechar por poco sincera esta explicación que da el Estado de sus propios motivos sería un error: es característico de la lógica paranoide de la mentalidad censora pensar que la virtud, como tal, ha de ser inocente, y por lo tanto, a menos que se la proteja, vulnerable a las artimañas del vicio”. En Contra la censura, Coetzee traza un brillante periplo que va de Erasmo y la estupidez (o la locura) como forma de descalificación moral; de Osip Mandelstam a la represalia punitiva de Stalin; de las polémicas de Solzhenitzin al pensamiento del apartheid o la estridencia del activismo antipornográfico y las consideraciones sobre la libertad de expresión, porque en ese callejón sin salida entre el debate reflexivo y la diversidad de elementos de coerción, peligra el equilibrio de la vida pública, se tambalea el cimiento de la democracia. “El tirano y sus mecanismos de control no son los únicos afectados por la paranoia. Hay ribetes patológicos en la actitud vigilante de quien escribe en un Estado paranoide”, apunta Coetzee, y evoca las experiencias de George Mangakis cuando en la prisión escribía bajo vigilancia, y el relato de Danilo Kis sobre la censura interiorizada, esa que provoca que el escritor lea con ojos ajenos su propio trabajo. La censura, en resumen, significa acallar o callarse motu proprio para no ofender a la autoridad, pero no redime a la escritura de su responsabilidad. Los disturbios perpetrados por los simpatizantes de Donald Trump el 6 de enero en Washington D. C., provocaron que las dos principales redes sociales, Twitter y Facebook, aplicaran sus propias reglas suspendiendo temporalmente la cuenta del presidente aún en funciones, debido a que sus flamígeros posteos llamaban a rechazar la validación de las elecciones a través de la violencia. Esto generó una discusión acerca de la hipotética censura de los propietarios de dichas redes sobre un jefe de Estado, en la que no faltó la sugerencia de regulación gubernamental, lo cual es, por sí mismo, un despropósito: el poder político cuenta con un amplio abanico de instrumentos para imponer sus límites sobre el ciudadano, confines que no deben transgredirse por la vía legal o por decreto; es el gran vigilante, el responsable de una burocracia de control que delimita, y cerca, al segmento crítico o contestatario de la sociedad, un ente atomizado aún más por las redes sociales y su inmensa capacidad de polarización. La voz de un líder ostenta un potencial insospechado. Puede mantener o dinamitar el orden, acorralar o destruir, como esa parábola con que Stefan Zweig describió la Europa de entreguerras: “Desde todas partes el individuo se ve atacado por la fiereza abrumadora de las masas, y no hay ningún modo de protegerse, ningún modo de salvarse de la locura colectiva. […] El hombre está bajo el hechizo del odio” (Erasmo de Rotterdam: triunfo y tragedia de un humanista). Así que ante la confusión entre lo que es censura o es prudencia, habría que leer (o releer) los ensayos de Coetzee.

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Celebramos 100 años del nacimiento del escritor italiano con este juguete literario, cruce de caminos entre la creación de un personaje y la indagación histórica

Entrevista a María Sofía, última reina de Nápoles

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LEONARDO SCIASCIA RETRATO AUGUST DIESEL

eñora… Me permite llamarla simple y sencillamente señora, ¿verdad? Después de Edoardo, Faruk y Constantino; luego de las tantas Marías, Margaritas y Anas que reanimaran, entre tanta tristeza, las crónicas, hasta a mis lacayos les prohibiré que me llamen majestad. Puedo adivinar que usted ya no desea sentirse reina, creo que por el hecho de que ya desde hace casi 30 años Italia es una república. Pues se equivoca. Todavía me siento reina, y la república me es indiferente… Vera usted, yo he sido educada en un significado de la república como sinónimo de desorden; que, además, es el mismo significado que le daban a la palabra, y acaso todavía se lo dan, en las poblaciones de la Italia meridional. En este sentido, Italia siempre ha sido una república, incluso bajo la monarquía. ¿Hace alusión a la monarquía de los Saboya? No solamente, también a la nuestra. La monarquía de los borbones de Nápoles no era menos república que la de los Saboya. Es más, para decirlo con franqueza, incluso lo era más. Imagino que, con esta paradoja, de una Italia que siempre ha sido república porque siempre está en

el desorden, usted se explica el hecho de que precisamente después de la proclamación de la república, después que Italia, por lo menos formalmente, según su punto de vista, pasó de monarquía a república, haya aflorado una cierta nostalgia y revaloración de los Borbones de Nápoles. Exactamente. República por república, es decir, desorden por desorden, mejor el antiguo que el nuevo: se había ajustado de tal manera para parecerse al orden. Además, era tan pintoresco, tan festivo, tan espléndido. Todo era espectáculo, incluso la horca, inclusive la carestía. A propósito de horca: usted habrá leído La fine di un regno de Raffaele de Cesare. He leído todos los libros que tienen que ver con la dinastía de los Borbones de Nápoles, especialmente, con más cuidado, los que narran su fin. Entonces recordará, del libro de Raffaele de Cesare, la descripción de la última jornada napolitana, la suya y la de su esposo. La recuerdo: pero de la mía supo muy poco. En resumen, tratando de evocarla, estuvo cerca su insoportable D’Annunzio. ¿También insoportable para usted? Sobre todo para mí. Usted no puede imaginarse lo insoportable que pueden ser para las reinas los escritores que aman a las reinas, el eterno femenino real, y así por el estilo. Pero usted sabe que el poeta del

eterno femenino real fue caro a una reina. Usted dice: una reina, un poeta. Pero él era un poeta tanto como ella era una reina. Por consiguiente, ni él era poeta ni ella era una reina… Precisamente así: de nombre, de insignias. La realeza y la poesía van más allá, son igualmente inefables. Pero usted me preguntaba acerca del libro de Raffaele de Cesare. Sí, así es: De Cesare describe el último homenaje que los ministros le rindieron a Francesco II, registra las palabras que el rey le dirige a cada uno de ellos y se detiene sobre las que le dirige a Liborio Romano, ministro del Interior. ¡Ah, don Liborio! Don Liborio… Veo que el recuerdo de don Liborio la divierte. Muchísimo. Y con malevolencia. Sí, me acuerdo de las palabras que De Cesare refiere, también me acuerdo de ellas porque mi esposo, al regresar de esta última ceremonia, me las refirió: don Libò, guardat’u cuollo. Esta frase, más bien ambigua, de De Cesare plantea la duda sobre lo que quería dar a entender, si quería decir, “te mando a ahorcar”. Mientras que don Liborio la interpretó como afectuosa recomendación a cuidarse de Ga-

“En Italia los traidores, incluso los asesinos, son divertidos e irresistibles”

ribaldi y del nuevo curso de los acontecimientos. Tiene razón De Cesare. Francisco II se proponía, al regresar, mandarlo a la horca. Pobrecito, creía en verdad en esto, que recuperaría su reino. Pero en cuanto a mandar a ahorcar a don Liborio, nunca hubiera tenido el valor de hacerlo. Es más, nuevamente lo hubiera nombrado ministro. Don Liborio era muy divertido. Más que divertido, irresistible… En Italia los traidores, los asaltantes a mano armada y los ladrones de cuello blanco, incluso los asesinos, todos son divertidos, todos son irresistibles. Pasa una república, llega otra, y ellos siempre siguen en su lugar. “¡Roba, pero es que es tan divertido!”. “¡Mandó matar a fulano, pero es que es tan simpático!”. “¡Sé lo que es, a lo mejor me traiciona, pero es que es tan irresistible!”. La conversación de los italianos pudientes y poderosos está toda entretejida con frases semejantes. Y a las frases les corresponden personajes, hechos. ¡Exagera usted! Le aseguro que no. Quizá yo conozca Italia mejor que usted. Si acaso la Italia del sur; y cuando era reino de Nápoles. No existe otra Italia más que la del sur, y me maravilla que precisamente usted no lo sepa. Y no solo en la noción en la que el napolitano y el siciliano anulan al piamontés y al lombardo, al grado que no quedaría huella de ellos si Stendhal no se hubiese declarado milanés y la condesa de Castiglione no hubiese terminado en la alcoba de Napoleón III, pero, en concreto, efectivamente… Yo me he hecho esta imagen de Italia:


DE PORTADA

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El novelista y los males políticos Las Entrevistas imposibles fueron un experimento único en la historia de la RAI: diálogos fantasiosos y cautivadores con grandes personajes del pasado, ricos en referencias históricas, ideados y realizados por intelectuales prestigiosos y leídos por actores famosos. Fueron transmitidas por radio de 1973 a 1975 con mucho éxito. En 1998 se retransmitieron 50 entrevistas imposibles, entre ellas un texto inédito de Leonardo Sciascia, en el cual entrevista a María Sofía, última reina de Nápoles. Las voces son la de la actriz Adriana Asti y la del escritor Andrea Camilleri.

El texto inédito que a continuación presentamos, como sencillo homenaje al escritor siciliano por el centenario de su nacimiento (8 de enero de 1921), es un divertimento literario en el que Leonardo Sciascia, como buen escritor de compromiso civil y de cultura laica e iluminista, expone una sucinta panorámica histórica de los males políticos que aquejan a Italia a través de la voz de la última reina del Reino de las Dos Sicilias. María Teresa Meneses

María Sofía de Wittelsbach (1841-1925), esposa de Fernando II de las Dos Sicilias.

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una pequeña e inofensiva serpiente de agua que en las revueltas de 1860 se hizo un nudo. Trata de desenredarse, y el resultado es que ella sola se muerde, sin lograrlo. Ese nudo es el sur. Desenrédenlo y tendrán a Italia. Pero creo que nadie lo desenredará jamás. ¿Y antes de las revueltas de 1860? Una pequeña e inofensiva serpiente de agua. Si le complace, también puedo agregar: una anguila. Y no solamente por ser escurridiza, por saberse escabullir, por sus letargos, sino también por los cursos y retornos misteriosos de su civilización, de sus inútiles esplendores… Pero estábamos hablando de don Liborio. Me parece entender que usted, una vez que hubiera regresado a reinar, habría hecho lo imposible para que su esposo lo mandara colgar. Por supuesto que no, don Liborio también me divertía. O a lo mejor sí, lo habría mandado colgar. Es un problema que nunca me he planteado, el de lo que hubiera sido necesario hacer si hubiéramos regresado a Nápoles, si hubiéramos regresado a reinar. Por el simple hecho que nunca creí que se pudiese regresar… Recuerdo nítidamente el episodio que me dio la certeza y la conciencia también de que nunca regresaríamos, que no valía la pena regresar. Fue el día anterior a nuestra partida de Nápoles por Gaeta; habíamos salido de palacio en una carroza descubierta, por el paseo, como todos los días, para demostrar que no pasaba nada, que el avance de Garibaldi no nos preocupaba… Pero usted habrá leído este episodio en De Cesare. Sí, y lo transcribí en mis apuntes. Aquí está… Lo transcribí porque quería preguntarle cuáles eran sus sentimientos realmente, más allá de las apariencias. Léame su apunte. “El rey salió del palacio en un carro descubierto, junto con la reina y dos caballeros. No parecía preocupado; es más, María Sofía casi iba alegre, discurría con vivacidad ora con él ora con los dos caballeros. En una de las primeras tiendas bajo la hospedería, hoy prefectura, se encontraba entonces la botica real Ignone, la cual, sobre el emblema, ostentaba las flores de lis borbónicas, ya que el propietario había sido un furioso reaccionario. Una escalera, apoyada sobre el emblema, impedía el tránsito de los carruajes. El rey se detuvo y vio que algunos operarios, trepados en una escalera, arrancaban de la tabla las flores de lis; le señaló con la mano a María Sofía la prudente operación del boticario, y ninguno de los dos se mostró contrariado por esto; es más, hasta se rieron juntos”. Muy cierto. Pero el rey fingía que se divertía. Estaba sufriendo muchísimo por dentro. En cambio, yo dejé de sufrir precisamente en ese momento, como si hubiese caído el telón sobre una lacrimógena obra de teatro y de inmediato se hubiese levantado sobre una farsa. Realmente me reí, hasta con cierta vulgaridad; imprevistamente libre, ligera, sin responsabilidad, sin deberes… Ya nada valía la pena, nuestra pena. Todo cambiaPase a la página 6


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ría para que nada cambiara, con nosotros o sin nosotros, contra nosotros o contra los Saboya, que estaban por sucedernos. Las verdaderas dinastías eran las de los boticarios Ignone, las de los don Liborio. Las dinastías de dos almas: una reaccionaria y una progresista, una fascista y una anarquista, una maximalista y una reformista, una que se confiesa y una que blasfema, una que asiste a la misa del mediodía y otra que frecuenta las reuniones masónicas de medianoche, una fiel y una que traiciona… Una frase que acaba de decir me hace pensar que ha leído El gatopardo. No, no lo he leído. Parodiando una frase de Disraeli, le diré que cuando quiera leer una novela como El gatopardo solo tengo que escribirla. Naturalmente, he escuchado hablar mucho de ella. Dicen que es un buen libro, muy bien escrito. Yo, se entiende, no sería capaz de escribirlo tan bien, ni siquiera en francés. ¿Por qué no lo ha leído? Porque nunca he leído una novela. La novela es una incongruencia, una vulgaridad. Y todavía más si es un aristócrata quién la escribe. Pe r o a n t e s m e h a b l a b a d e D’Annunzio, ese fragmento que tiene que ver con usted se encuentra en una novela. Ese fragmento me lo leyeron una noche, en París, en casa de unos burgueses. ¿En casa de los Verdurin? No recuerdo cómo se llamaban. Un primo mío, a veces, me lleva a rastras para que conozca gente inverosímil. Sabe que, por una noche entre gente, como se dice, inverosímil, usted devino personaje de uno de esos grandes libros. Lo sé. Pero no he leído ese gran libro. No lo leeré. Ni siquiera quiero hablar del asunto. ¿Guarda algún recuerdo del autor? Ninguno. Parece que era un hombre del todo insignificante, aparte de su tremendo esnobismo. Sin embargo, todos parecen tener la idea de que yo debo rendir cuenta de toda mi vida solo sobre este punto: si recuerdo o no a Marcel Proust. Incluso en ciertos lugares eminentes, que usted todavía no conoce, donde yo esperaba que debía responder sobre el amor y el odio, la primera y única pregunta que me han hecho ha sido esta: “¿Se acuerda de Marcel Proust?”. No, no me acuerdo, soy un alma perdida. Interesante, la literatura como algo de otro mundo. Parece que sí, por lo menos en lo que respecta a este señor Proust. Me parece haber entendido que su operación se desarrolló en los límites de un secreto, de un misterio, que haya intentado, no sé, vivir dos veces. Acaso eso que usted ha definido como tremendo esnobismo es precisamente esto: un querer vivir dos veces, un desdoblamiento de la existencia. Puede ser, pero no me importa esto. A mí me ha sido suficiente vivir una: demasiadas reglas, demasiado trabajo…

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Leonardo Sciascia, quien nació el 8 de enero de 1921 y murió el 20 de noviembre de 1989.

Y en cuanto a los escritores; me acuerdo muy bien, en cambio, de Anatole France y de Alphonse Daudet. Pero no ha leído los libros de ninguno de los dos. De France, leí algunos discursos fúnebres. Y de Daudet algunos artículos polémicos en defensa de la monarquía… No, estoy mal: el polemista monárquico era su hijo Leon, aquel que rubricó como estúpido al siglo XIX. ¡Y con cuánta razón! Pero por lo menos debe haber escuchado hablar acerca de algún libro del padre. Claro que sí, de una novela que luego adaptaron para obra teatral: Los reyes en el destierro. Parece que la protagonista, la reina Federica di Iliria, se me asemeja. Estupideces, cosas de novelas. Realmente creo que se le asemeja. Si se leyeran a la vez, la novela de Daudet y las páginas de Proust que tienen que ver con usted, no quedaría duda alguna que el personaje es el mismo. Y no puede ser una casualidad: los dos escritores la conocieron a usted, hablan de usted. Puede ser. Lo más interesante, en la novela de Daudet, es el amor silencioso, respetuoso hasta el sacrificio, del joven intelectual monárquico hacia la joven reina. ¿Es posible, permítame preguntárselo, que Daudet se haya enterado de un amor semejante, inspirado por usted durante los primeros años de su exilio parisino? Me han amado muchos, y también menos respetuosamente que el joven monárquico de Daudet. En la historia de la fotografía, acaso usted no lo sepa, sobre mi persona se consumó el innoble experimento de uno de los primeros, y ciertamente de los más reconocidos, fotomontajes. Mi imagen desnuda corrió por toda Eu-

ropa, tuvo un mercado. La reina desnuda, imagínese los efectos, en un país monárquico y católico. Cierto, no se necesitaba mucho para entender que ese cuerpo no era el mío, sino de una de esas campesinas de la Ciociaria que bajan a Roma para trabajar de modelos o de nodrizas. Un cuerpo italiano, un cuerpo romano, de esos que rápidamente se deforman… Pero creo que a todos les gustaba creer que era el mío, incluso a los más devotos defensores de nuestra causa, incluso a los párrocos y a los cardenales. ¿Y a usted qué efecto le provocó la fotografía? De indignación, naturalmente. Pero también de una cierta satisfacción: nuestros enemigos eran innobles al igual que nuestros amigos, que pensé que eran mejores. Luego, también, una sensación de libertad: porque casi todos creían que ese cuerpo desnudo era mío, que era el mío. En resumen: me sentí libre hasta la desnudez. En esta sensación, en este sentimiento, se insinuaba la tentación de en verdad hacerme fotografiar desnuda; para borrar con mi cuerpo joven, esbelto, ligero, ese cuerpo pleno y a punto de desfigurarse. Pero hablemos de otra cosa, o usted terminará por publicar esta entrevista en una revista para caballeros. Hablemos de otra cosa, si quiere. Es decir, una vez más del reino de las Dos Sicilias, de Italia… Eso es: ¿existe algún hecho que la haya impresionado particularmente, en sus breves vicisitudes como reina, en su largo exilio de exreina? Yo no hablaría de exilio. París no fue el exilio para mí; acaso el exilio lo habría sido el reinar en Nápoles. O, tout court, el reinar… De todas maneras: algo que

“Nunca he leído una novela. Es una vulgaridad, y más si la escribe un aristócrata”

me ha impresionado particularmente… Eso es: la masacre de Bronte. Me parece que usted sabe algo de esto. Sí, algo… Nosotros estábamos asediados en Gaeta, cuando nos llegó la noticia de lo que había sucedido en ese pequeño pueblo de Sicilia donde el bisabuelo de mi esposo había nombrado duque al almirante Nelson. La noticia era la siguiente: que las poblaciones leales a nosotros se habían sublevado contra Garibaldi; y Garibaldi había mandado fusilar a su general Bixio. La conmoción de Francisco fue grande, y también la mía. Durante años el nombre de ese pueblo tuvo el esplendor de la fidelidad y del martirio en el corazón del rey. Además, también lo decían los historiadores y los memorialistas garibaldinos y de la dinastía de los Saboya: en ese pueblo se había encendido, pero de inmediato fue sofocada, la reacción borbónica. Más tarde, leímos la historia de ese pueblo escrita por un padre capuchino y supimos que los hechos habían tenido un significado diferente. Esos campesinos habían escuchado que Garibaldi portaba la revolución, y la habían hecho. Sencillamente. Pero por haber hecho la revolución habían sido fusilados por los revolucionarios. ¿No le parece increíble? Eh, sí, increíble. Sin embargo, por otros libros que aparecieron publicados después del que escribiera el padre capuchino, no hay duda. Las cosas fueron efectivamente así. ¿Y entonces? ¿Y entonces? Nada. Quiero decir: la horca de Francisco II, si hubiéramos regresado, hubiera sido más revolucionaria. Don Liborio nos hubiera conducido a ella.

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Traducción de María Teresa Meneses. Tomado de http://www.teche.rai.it/


EN LIBRERÍAS

23 DE ENERO 2021

NARRATIVA, ENSAYO Catedrales

La Deseada

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A FUEGO LENTO Oaxaca. Nogales. Estambul

No México, 2020

Claudia Piñeiro Alfaguara México, 2021 336 páginas

Maryse Condé Impedimenta España, 2020 320 páginas

Ricardo Guzmán Wolffer Lectorum México, 2020 332 páginas

“No creo en Dios desde hace treinta años. Para ser precisa, debería decir que hace treinta años me atreví a confesarlo”: así inicia esta novela que es a un tiempo ajuste de cuentas con el pasado y crítica de los prejuicios familiares. El pasado tiene la forma del cadáver de una adolescente quemada y descuartizada e invade el presente cuando la verdad sale a la luz. La obediencia religiosa, el culto a las apariencias y los resortes que mueven las conductas privadas sirven de telón de fondo.

Condé es una autora francófona que nació en las Antillas de Guadalupe en el Caribe. Como ha declarado, “esto implica que mi pensamiento y mis reacciones no son iguales a los de una mujer occidental”. Obtuvo el Premio Nobel alternativo en 2018 y alcanzó reconocimiento por Corazón que ríe, corazón que llora. Recuperada por Impedimenta, presenta la historia de tres generaciones de mujeres. La violencia que viven los niños ocupa el centro.

Este volumen reúne tres novelas escritas entre 2006 y 2015: Virgen sin suerte, La frontera huele a sangre y El héroe de Capadocia. Son protagonizadas por Sergio Puente, Sepu, el periodista siempre en busca de problemas, el eterno enamorado que se debate entre el matrimonio y la soltería. Destacan las criaturas insólitas que invaden la realidad, los múltiples rostros del crimen y la política como el arte de beneficiarse a uno mismo y aplastar a los demás.

El perfume

La música. Una historia subversiva

El triunfo de la estupidez

Patrick Süskind Seix Barral México, 2020 264 páginas

Ted Gioia Turner México, 2020 576 páginas

Jean-François Marmion (ed.) Planeta México, 2020 349 páginas

Nueva edición de esta exitosa novela que ha sido traducida a 47 idiomas. Como se informa en las páginas iniciales, primero apareció por entregas. Ambientada en el siglo XVIII francés, el del inicio de la Revolución, a su protagonista Jean-Baptiste Grenouille se le equipara con “otros monstruos geniales como Sade, Saint-Just, Fouché, Napoleón”. La descripción del París de la época se conecta con el estudio de Alain Corbin El perfume o el miasma.

El pianista, historiador y crítico, autor del célebre estudio El canon del jazz, ofrece este análisis concebido como un viaje a las emociones transformadas en arte. Aunque hay un avistamiento de los cantos gregorianos, la música clásica, el rock y el pop, y los lazos que unen a unas y otros, no tiene nada de académico. Gioia es tan provocador que se atreve a asegurar que la música nace siempre en los márgenes, ahí donde la rebelión es el credo y la norma.

Treinta especialistas intentan comprender por qué el género humano está condenado a las malas decisiones y a repetir sin vergüenza sus errores. El elenco incluye a economistas, psicólogos, filósofos, divulgadores de la ciencia, periodistas, escritores, psiquiatras, neurólogos, pedagogos… Dice el editor en un prólogo desenfadado: “la estupidez, ya sea que rezume o que brote, que inunde o se desborde, está en todas partes. Sin fronteras, sin límites”.

La puerta del infierno ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

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i relato, ni novela, ni crónica, ni memoria, sino solo una historia: eso es No (FCE), según advierte el mismo Ricardo Chávez Castañeda. ¿Hemos de creerle? En sus inicios, No es un homenaje, aderezado con un sentimiento de culpa, a Ignacio Padilla. Unas páginas más tarde encontramos el presunto motivo de la escritura: el esclarecimiento de la violación y el asesinato a puñaladas de una joven de quince años a manos de cinco agentes de la policía judicial. El hecho es monstruoso y marca a la familia del autor pues uno de sus primos fue testigo inerme del asesinato, molido a golpes y abandonado en los márgenes de la presa Madín, curioso lugar de recreo y fosa común de Naucalpan. “La actualidad de nuestro México sembrado de cadáveres”, escribe Chávez Castañeda, “proviene de una sola historia, la historia que dio comienzo como rumor y luego dio alcance a mi primo Omar”, el 22 de noviembre de 1980. El hecho, insisto, es monstruoso y precipita la desgracia familiar. No hemos dejado la crónica de sucesos cuando Chávez Castañeda se entrega a lacrimosas disertaciones sobre la ruindad humana, la desmemoria social, la justicia, la verdad, “con la mano en el corazón”. Entonces dejamos de entender, o, mejor dicho, comenzamos a entender. Lo que No quiere en realidad es marcar la página con largas parrafadas sobre el significado de la literatura en tiempos de indigencia moral; o, como leemos, sobre “cuál es el deber de quienes hacemos letras”. Ya metido en sí mismo, Chávez Castañeda no tiene empacho en hablar de poética, “frankenstización del escritor de novelas”, “la geografía de la tragedia”, su experiencia como profesor en el Middlebury College y los mecanismos narrativos creados por Javier Cercas. Son, en efecto, los apuntes de un profesor que intenta convencer a sus alumnos de la nobleza de su magisterio. Y miembro del Crack al fin, no desaprovecha el momento climático de la historia para presentar su versión del Mal (con mayúsculas): el líder de aquella banda de judiciales, el Diablo metido en el cuerpo de un individuo cuyo acto de fe consistía en enseñar que “lo que se atravesara en la mente era metamorfoseable” en términos sexuales, la llamada deseante de poder que abría “la puerta del infierno”. Demasiado chanchullo evangelista, demasiadas, como decía Onetti, “malditas buenas intenciones”.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.

23 DE ENERO 2021

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HUSOS Y COSTUMBRES

Nuestro dios del tiempo ANA GARCÍA BERGUA

¡

viejos? Son un poco como el manido periódico de ayer; si acaso, las bonitas reproducciones de Van Gogh se duermen en un cajón para el archivo. Curioso, este año no llegó la agenda de obsequio de una editorial o una feria, como solía ocurrir; tampoco la pescadera nos regaló su calendario de ilustraciones marinas, ni el vendedor de quesos el suyo, como si ya no valiera la pena el esfuerzo de planear el tiempo, el entusiasmo de admirar cada mes como un paisaje distinto presidido por el clásico cuadro de la leyenda de los volcanes de Jesús Helguera. Las librerías cerradas para conseguir uno nuevo de Van Gogh o Edgar Hooper que ilustren tiempos locos o deprimentes, recurrimos a internet. En lo que esperamos a que la red obre sus maravillas a domicilio, cada que alguien menciona una fecha señalada —pocas, pero sí tenemos— seguimos girando la cara hacia el hueco en la pared de la cocina y su clavo

Ay, esos calendarios de las películas, gordos como pasteles blancos, con sus hojas que volaban cuando nos querían decir que pasó el tiempo! Quizá los venden todavía en las papelerías del centro, para burócratas despistados que aún los aposentan en sus escritorios y les van arrancando los días como la vida nos los arranca a nosotros. Nosotros, en casa, cuando alguien comenta sobre un suceso importante, una fecha que se espera, el fin o el comienzo de los cursos, los cumpleaños, volteamos a ver el calendario de la cocina como si fuera una ventana al tiempo, un mapa para llegar al día señalado y en fechas cruciales tachamos con impaciencia los días que se van esfumando como esas hojas de las películas. Lo seguimos haciendo en este enero, solo para toparnos con el terco mes de diciembre del año anterior que parecía burlarse de nosotros. ¿Quién guarda los calendarios

huérfano, como manada de suricatos. En ese hueco sigue viviendo nuestro dios del tiempo como un santo en su nicho y la ausencia del calendario produce cierta desorientación. Es verdad que podemos consultar la fecha en computadoras y celulares, pero no es lo mismo: como el sol que señala las horas, el paso de los días es un lugar hacia el que uno mira. Mirar el calendario y saber que faltan dos o tres semanas, o que ha pasado solo uno desde las fechas que importan es parte de la vida corporal. Estos tiempos son raros y raras también estas pocas semanas pasadas sin calendario, un ahora que no avanza y en la espera del milagro, menos, y así recuerdo el proverbio de Machado: “Hoy es siempre todavía, toda la vida es ahora. Y ahora, ahora es el momento de cumplir las promesas que nos hicimos. Porque ayer no lo hicimos, porque mañana es tarde. Ahora”. Carpe Diem.

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CAFÉ MADRID

Fran Lebowitz: la escritora que no escribe

F

ran Lebowitz, una de las habitantes más famosas y características de Nueva York, lleva 40 años inmersa en un bloqueo creativo. A finales de los años setenta y principios de los ochenta del siglo pasado reunió sus mordaces columnas periodísticas en un par de libros, los presentó en varias ciudades de Estados Unidos, se adueñó de una legión de seguidores y otra de detractores y vendió miles de ejemplares. Más tarde se propuso escribir una novela pero, hasta la fecha, no ha logrado terminarla. A ella no la pone nerviosa hablar ―opinar, criticar, sentenciar― ante las cámaras de televisión o en el estrado de un auditorio atiborrado de gente. La página en blanco, sin embargo, la hace sufrir más que ninguna otra cosa. O, simplemente, le da pereza. No importa: durante todo este tiempo, su popularidad, sus agudas observaciones, su sinceridad sin filtro y su sentido del humor le han dado todos los dólares necesarios (y más) para vivir como le ha dado la gana, sin necesidad de esforzarse demasiado. Hace una década, su amigo Martin Scorsese la siguió con sus cámaras por las calles de Nueva York, grabó varias de sus conversaciones, en un bar y en actos públicos, y reveló su esencia en un documental llamado Public Speaking. Antes de la pandemia, con el mismo método cinematográfico, el también director de Taxi Driver quiso hacer un epílogo de aquel trabajo y hace unos días se estrenó. Se llama Supongamos que Nueva York es una ciudad y es un filme que demuestra el talento de esta septuagenaria gruñona para sobrevivir en la “capital del mundo”, desde

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA NETFLIX

un punto de vista distinto al de otros personajes emblemáticos de la ciudad, como Woody Allen (“tan fotogénico y burgués”). No se lo pierdan, porque muchas de sus reflexiones encajan en la vida urbana de otros puntos del planeta y porque nunca está de más ver cómo alguien puede hacer de su inactividad y de sus quejas todo un arte y vivir de ello sin estafar a los demás, pues ¿quién dijo que la labor de entretener y de

Llegó a la Gran Manzana en 1970, cuando abundaban las ratas, los robos, los tiroteos

sacudir conciencias políticamente correctas no ha de ser pagada? Lebowitz llegó a la Gran Manzana en 1970, cuando abundaban las ratas, los robos, las peleas, los tiroteos, los artistas emprendedores y las fiestas desenfrenadas. En su natal Nueva Jersey la habían expulsado de varios colegios (“por respondona y por preferir leer en vez de poner atención en las clases y hacer las tareas”) y tuvo que ponerse a vender cinturones, limpiar casas y manejar un taxi. Pero, “alérgica al trabajo”, solo se mantenía ocupada algunos días de cada mes: “hasta juntar unos 150 dólares”, lo suficiente para pagar el alquiler de su departamento, sus cigarrillos y algo de comer. Luego la contrataron en una revista para encargarse de

Un momento del documental Supongamos que Nueva York es una ciudad, dirigido por Martin Scorsese.

vender los espacios publicitarios de sus páginas y no tardaron en dejarla publicar reseñas de libros y películas. Esos textos los leyó Andy Warhol y la fichó como columnista para Interview. Ahí, su prosa insolente, ácida, a veces cínica, sin complejos ni disculpas, acerca de la vida cotidiana en Nueva York despertó el entusiasmo de un buen número de lectores. Pero pronto se sintió “hasta las orejas de exceso de sueño, rumores infundados y amistades superficiales”. Por eso dejó de escribir. Bueno, por eso y porque comprendió que ser una escritora que no escribe podía ser rentable. Un día le dijo a su agente: “Mira, el año pasado gané 400 dólares por las cosas que escribí. Este año me han ofrecido dos sumas de seis cifras por las cosas que no he escrito. Obviamente me he movido en la dirección equivocada”. Y se dedicó a dar conferencias, a ir a algunos programas de televisión y a ser actriz sucedánea, interpretando a una jueza, tanto en una serie (La ley y el orden) como en una película (El lobo de Wall Street). Pero a ella lo que de verdad le gusta son tres cosas: leer, perder el tiempo y tener razón. Gracias a todo eso, hoy Fran Lebowitz puede comprarse la mejor ropa masculina (“que siempre es más cómoda”) y vivir en un lujoso departamento de 210 metros cuadrados, suficientes para albergarla a ella y a sus 12 mil libros (y sumando), sin celular ni computadora ni redes sociales (“no porque no sepa qué pasa ahí, sino porque sé qué pasa ahí”) y ser testigo de excepción de la vida cultural y cotidiana de Nueva York, una ciudad que ha empeorado pero de la que no quiere irse. ¿No se mueren por conocer a esta mujer?

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