Laberinto No.924 (27/02/2021)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO ESCOLIOS

ENTREVISTA

ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

GUADALUPE ALONSO CORATELLA

John Rawls: imaginación poética y justicia

La ruleta familiar de Verónica Ortiz

Foto: Pinterest

Foto: Archivo Verónica Ortiz Lawrenz

SÁBADO 27 DE FEBRERO DE 2021 AÑO 17 - NÚMERO 924

Los paraísos sombríos de Fernanda Melchor Leo Domínguez R./ FOTOGRAFÍA: ANDRÉS LOBATO


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ANTESALA

27 DE FEBRERO 2021

EN EL BANQUILLO

Rispidez TEDI LÓPEZ MILLS

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stá el asunto del árbol, un fresno del otro lado de la pequeña barda blanca y encima del patio; ramas largas, tupidas, debajo de cuya fronda coloco mi silla de plástico junto a una mesa con base de ónix y patas metálicas que sostiene tres macetas y mi taza o tres macetas y mi cenicero, según la hora, ocho de la mañana o diez de la noche, los tiempos varían irremediablemente, pero no el polvo que se acumula en las superficies y opaca cualquier reflejo artificial o natural, el sol meridiano, por ejemplo, cuando me asomo el martes luego de una racha de viento y un estallido que fractura la luz y altera la rutina con el tronco que se recarga en un ángulo del edificio y se mece y se dobla de “izquierda a derecha”, como los abedules de Robert Frost que ya nunca se enderezan en el bosque y crean arcos que se siguen observando años después y las hojas barren el piso como el pelo de las muchachas cuando se inclinan para que lo seque el calor del aire. “Pero iba a decir cuando irrumpió la Verdad” que el tronco del fresno representa el primer episodio de una historia con el vecino que se irá tergiversando a lo largo de la semana porque la premisa de nuestros intercambios es, por costumbre, la suspicacia: ¿qué árbol, cómo sabe que es mío? Porque lo veo todos los días desde mi patio, no se ha movido. Y caminamos con el vecino por su jardín y miramos hacia arriba: se ve igual que siempre. No: ese tronco en la orilla. ¿Cuál?... Así estaba. Y el vecino manda llamar a su portero y le pregunta por el árbol. Yo lo veo igual . Hay una rueda de muérdago entre las ramas. ¿No oyeron el ruido? Hace unos quince minutos. No. Aquí no se escuchó nada. Y de nuevo miramos hacia arriba: el tronco se desliza en la esquina del techo, más cerca del vacío no metafórico, señalo con una risita, pero el vecino ya se dirige a su reja con las llaves en la mano; menciono el peligro de que el tronco se quiebre aún más y caiga en nuestro patio: no está ni roto… no se preocupe… los fresnos son bien fuertes y nos despedimos del vecino. De vuelta en mi casa le hablo al jardinero que colecciona revistas y le describo la emergencia y me dice lo mismo acerca de la fortaleza de los fresnos: pero no se angustie, paso el viernes para echarle un ojo; le explico que no se puede programar la llegada de los vientos ni su intensidad y que el tronco está más inclinado, las ramas rozan los vidrios de la ventana, incluso ya hay trozos de corteza junto a la silla de plástico: sí… voy el viernes; nos decimos adiós, muy amables, yo más que él a causa de los nervios que me educan, y salgo al patio para vigilar el movimiento del fresno; espero que sea tan considerado como los abedules de Frost que se dejan doblegar y columpiar y entrenar para que el poema los contenga como una analogía de la vida en un borde donde la memoria busca el árbol del principio para treparse hasta la punta más alta y contemplar el panorama sublime que nadie ha visto aunque quizá imaginado en algún espacio paralelo.

Menciono el peligro de que el tronco se quiebre aún más y caiga en nuestro patio

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Beginning. Dirección: Dea Kulumbegashvili. Georgia, Francia, 2020. Disponible en Mubi.

HOMBRE DE CELULOIDE

Entre Medea y Abraham

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA FIRST PICTURE

eginning (así, en inglés) es la película del momento: arrasó en San Sebastián, en Toronto ganó el Fipresci y se presentó en Cannes. En suma, es una “joya” de los festivales más selectos del mundo. Además, se promociona en el streaming de arte, una realidad que con la pandemia llegó para quedarse. Por si fuese poco, Beginning es la obra con la que Georgia, ese pequeño país del Mar Negro, pretende ganar un Oscar. Nada mal. Para entender de qué va la película basta con mirar el póster promocional: vemos a una mujer recostada sobre hojarasca. ¿Duerme? ¿Recuerda? ¿Anhela? ¿Sueña? No lo sabemos. Nadie lo sabe en realidad, pero se trata sin duda de un fotograma distintivo de Beginning. Ha sido extraído de una secuencia de más de diez minutos en la que no pasa nada. Absolutamente nada. Solo vemos a esta mujer así. El póster lanza, pues, una advertencia clara: Beginning es cine de arte por los cuatro costados, cine de autor que roza el cliché. Porque, ya se ha dicho, también esta clase de cine tiene sus fórmulas. Y son reiterativas. Todo en esta ópera prima de Dea Kulumbegashvili forma parte de una receta que se sabe cocinada para servirse en festival. Y como en toda fórmula

necesitamos algunos ingredientes muy básicos. Crítica social (algo que “visibilizar”): Yana y su marido David son testigos de Jehová. Viven en un entorno hostil pronunciando “La Palabra”. Sin embargo, la relación entre los esposos no es idílica. Ha sido escrita para mostrar que la injusticia de género se perpetúa de modo estructural. Violencia sexual: un acto terrorista desencadena una investigación gratuita que desemboca, como es natural en esta clase de cine, en una violación. Nuestra heroína interpreta este hecho, claro, como una “liberación de pasiones”. Alusiones freudiano-místico-religiosas: al igual que en Luz silenciosa de Carlos Reygadas (quien fungió como productor de Beginning), en esta película se ofrece un retrato muy sesgado de la personalidad religiosa. Basados en Freud muy a su modo, la directora y su guionista Rati Oneli caricaturizan a los hombres y mujeres religiosos como auténticos reprimidos, siempre a punto de estallar

A pesar de lo pausado de las acciones, hay un encanto que trasciende el lugar común

en un acto que, hacia el final, llega puntual como reloj. Igualito que en la novela Deseo, de Elfriede Jelinek o en aquel mito griego, el de Medea. Pese a todo lo anterior y pese a que el prestigiado crítico Carlos Boyero abandonó la sala en aquella secuencia de más de diez minutos, hay que ver Beginning. Pero con palomitas y, como decían los antiguos romanos, con un granito de sal. ¿Por qué? Porque a pesar de lo reiterativo de la fórmula y a pesar de lo pausado de las acciones hay en esta película un encanto que trasciende el lugar común. Es el encanto de esta lengua que parece salida de un bosque, el de la extraordinaria actuación de la protagonista y el detective que, en este esquema místico sexoso, encarna a Satán. Porque Beginning es como una antiparábola cristiana. Es, por tanto, una suerte de parábola satánica pues, como se sabe, el diablo imita en sentido inverso todo lo que hace Dios. Así, si Dios pide a Abraham que sacrifique a su hijo para entregarle el mundo, el diablo pide a esta mujer que le sacrifique a su hijo para entregarle el placer sexual y el placer de un acto violento que estalla en forma de lucha asesina contra el sistema patriarcal. En fin, que vale la pena ver cómo Abraham se transforma en una Medea que resulta testigo de Jehová.

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ANTESALA

27 DE FEBRERO 2021

ESCOLIOS

POESÍA

La roca de Ailsa JOHN KEATS

¡Escucha, atroz pirámide del mar! ¡Responde a los chillidos de las aves! ¿Cuándo el torrente arrebujó tus hombros? ¿Cuándo del sol huyó tu vasta frente? ¿Desde cuándo la fuerza te ordenó subir del hondo sueño al aire inmóvil? ¿Duermes en el regazo de relámpagos o en haz solar o bajo grises nubes? No me respondes, porque muerta sueñas. Tu vida tiene dos eternas nadas —una, en los vientos; la otra, en los abismos; al principio, ballenas; al fin, águilas. Hundida estabas y un temblor te alzó, otra fuerza no irguió tu enorme masa.

Traducción de Víctor Manuel Mendiola Revisión: Eva Cruz

Con este poema recordamos 200 años de la muerte del poeta inglés (31 de octubre de 1795-23 de febrero de 1821), una de las figuras emblemáticas del romanticismo.

EX LIBRIS

Ferlinghetti (1919-2021)/ EKO

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Justicia poética ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

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@Sobreperdonar

l pasado 21 de febrero se celebró el centenario del nacimiento del filósofo norteamericano John Rawls (1921-2002). Al contrario de muchos de sus colegas, enamorados de los reflectores y afectos a las declaraciones pirotécnicas, John Rawls era tímido y discreto y, pese a que su pensamiento sobre la justicia animó muchas de las discusiones contemporáneas más acaloradas, este autor pocas veces rebasó las fronteras del debate académico. Aunque en su adolescencia Rawls osciló entre varias vocaciones, desde la química y la historia del arte hasta la música, su trayectoria ulterior estuvo consagrada a la práctica y enseñanza de la filosofía, en especial a iluminar la pregunta sobre cómo propiciar una sociedad democrática justa donde se pueda desarrollar una vida digna. Rawls estudió filosofía en Princeton, luego se alistó en el ejército norteamericano y participó por un par de años en el frente del Pacífico en la Segunda Guerra Mundial. Antes de su incorporación al ejército, Rawls quería hacer estudios de teología e incluso profesar el sacerdocio, pero la experiencia bélica minó sus creencias religiosas y lo regresó a las aulas universitarias. En 1949 Rawls se casó, tuvo un matrimonio feliz y procreó cuatro hijos. Desde los años cincuenta, este pensador comenzó a acuñar sus reflexiones en torno a la justicia distributiva hasta que un par de décadas después, tras de que el manuscrito se salvara milagrosamente de un inc e n d i o, a p a r e c i ó Teoría de la justicia en 1971. En su libro más famoso, Rawls plantea una hipotética “posición original” en la que, gracias a un “velo de la ignorancia”, los individuos no conocen nada de sí: ni su raza, ni su posición social, ni su apariencia física, ni sus talentos. En esta circunstancia, se infiere que la elección racional llevaría a un contrato social en el que se buscaría minimizar los riesgos y no se tolerarían desigualdades, excepto cuando estas beneficien al conjunto de la sociedad. Así, el pacto social que emerge de esta imaginería tiene dos pilares: un esquema de libertades amplias para cada ciudadano y una acción sistemática para equilibrar oportunidades. Al Estado corresponde garantizar condiciones de equidad, pero sin imponer ninguna idea particular de bien. La sociedad justa sirve para promover la realización personal a fin de que los proyectos de vida respondan a las capacidades y preferencias de los individuos y no se vean truncados por situaciones ancestrales de desigualdad. El estilo de Rawls es extremadamente metódico y riguroso, aunque la base de su argumentación se encuentra en un ejercicio de imaginación poética, ese “velo de la ignorancia” que propicia que el individuo desconozca los bienes y virtudes que le depara la herencia, y que lo vuelve más plenamente humano y dispuesto a ligar su destino personal con el bienestar colectivo. Así, el altruismo razonado de Rawls nace, como en algunos santos, al impulsar el olvido de lo contingente de sí y buscar el encuentro trascendente con los otros.

El estilo de John Rawls es extremadamente metódico y riguroso

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DE PORTADA

27 DE FEBRERO 2021

Fernanda Melchor habla de su más reciente novela, una indagación del deseo sexual convertido en impulso feminicida

“La violencia contra las mujeres se justifica como un daño colateral”

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LEO DOMÍNGUEZ R. FOTOGRAFÍA ANDRÉS LOBATO

áradais (Literatura Random House) es la más reciente novela de Fernanda Melchor. Como en Falsa liebre (2013) y Temporada de huracanes (2017), nominada al Premio Internacional Booker en 2020, explora las raíces de la violencia cuando toma la forma de una obsesión. Sus protagonistas, un jardinero y un joven adinerado y obeso, son tan sombríos como la Riviera veracruzana por donde avanza la trama. Y, como en sus dos novelas anteriores, Fernanda Melchor consigue que el lenguaje adquiera también la categoría de personaje, en este caso capaz de reflejar las dos caras de la marginación: la social y la afectiva. El machismo, la mente del violador, un país sometido por el narcotráfico, la delgada línea que separa a la normalidad del infierno psicológico son los demonios familiares que se pasean por Páradais. ¿Por qué ha sido tan importante para ti ahondar una vez más en la violencia? Lo mismo me cuestioné cuando empecé a trabajar en este proyecto. Yo misma me dije: “Wey, ¿neta otra vez vas a hablar sobre la violencia?” Pero fue algo inevitable, algo que aún me seguía preocupando y había muchos rincones oscuros que con Temporada de huracanes no había logrado explicarme. Sentí la necesidad de construir una historia con otro ambiente, con otro tipo de personajes y otra

escritura, pero también abordando otros detalles sobre la agresión contra las mujeres, más centrada en cuál es el papel que tiene la violencia en la sexualidad: lo egoísta y ciego que puede ser el deseo. Decía José Emilio Pacheco que “no podía detener un cuerno de chivo con un soneto”, pero sí sensibilizar al lector. ¿Qué sensación quieres provocar con Páradais? Pacheco fue una influencia decisiva para mí: quería devolverle el horror a la violencia. Estamos tan anestesiados y acostumbrados a todo lo que pasa en nuestro país que después de tantos años de la guerra contra el narco las cosas se han desdibujado y la gente ya no se sorprende, especialmente en lugares donde se ha ensañado la violencia: Veracruz, Coahuila, Guerrero. En Páradais hablo de esta violencia espectacular, pero también de la feminicida, la doméstica, de más corto alcance y más discreta. Buscaba ponerla frente al lector y que de nuevo se volviera terrible, asqueante. Llama la atención que lo logras a través de dos protagonistas… bastante jóvenes. Son personajes desagradables, adolescentes que, en apariencia, son opuestos. Uno (Franco) viene de una clase privilegiada y el otro (Polo) de un pueblo que ha sido infestado por el narco y realiza un trabajo humilde que odia; aunque no se aprecian el uno al otro, acaban teniendo una especie de dualidad, convirtiéndose en una pareja dispareja. No podía imaginarlo de otra manera. Quería abordar este tema con adolescentes porque me interesa cómo se empieza a gestar el comporta-

miento agresivo y esto, a menudo, sucede en esta etapa. Me parecía que, naturalmente, la adolescencia es la edad en que uno siente que tiene un vacío interior muy fuerte. Además, Polo y Franco no se responsabilizan de sus actos, siempre culpan a los demás. ¿Es un síntoma que marca a nuestra sociedad? La intención era abordar la violencia directa, como lo es disparar o enterrar un cuchillo en el pecho de alguien. Pero también visibilizar la cobardía que hay en estas personas que, aunque cometen actos horribles, se lavan las manos. En nuestra sociedad veo la incapacidad de aceptar la responsabilidad. La corrupción se alimenta de este tipo situaciones, como decir: “Yo no hago nada malo, solo le doy dinero al policía de tránsito para que no me multe, pero soy una buena persona”. Es esta actitud la que constantemente se ejerce. Y que también se refleja en casos como el de Félix Salgado Macedonio, acusado de acoso y violación y sin embargo aspirante al gobierno de Guerrero. Claro. Imagínate cómo no escribir un libro sobre la violencia sexual cuando es probable que tengamos a un gobernador acusado de estos actos y se desdeñan las denuncias. Las víctimas quedan borradas, nulificadas, porque hay gente que sigue pasando por encima del bienestar de las mujeres. Está cañón, pero este es el país donde vivi-

Prefiero la literatura que es como un hacha que rompe el mar congelado que llevamos dentro

mos. No le damos importancia a estas cosas, las desestimamos como un problema político, en lugar de presentarlas como un imperativo, como algo que moralmente ya tendríamos que estar resolviendo. Esa es una de las caras más fuertes de la impunidad. Que prevalece y delata una cultura machista. La verdad es que no me extraña nada que en nuestro México feminicida se ponga siempre por encima la reputación de un hombre poderoso, por cuestionable que esta reputación sea, antes que la seguridad, la integridad y la credibilidad de las mujeres. El apoyo del Presidente a esta candidatura y los argumentos tan pobres que esgrime son un síntoma más del arraigo del machismo en nuestra cultura, ese arraigo que cotidianamente experimentamos las mujeres en todos los ámbitos de nuestras vidas, con impunidad casi total. La clase política podrá decir lo que quiera, podrá llenarse la boca de palabras de apoyo hacia las mujeres, hacer bonitas celebraciones con motivo del 8 de marzo, declararse aliada de la causa feminista, pero acciones concretas como estas dicen más que las palabras. Y lo que dice es justo lo que ya sabemos: que, para ella, las mujeres solo somos ciudadanas de segunda categoría, botín de guerra, y que la violencia contra nosotras es natural, meros daños colaterales. En tu novela aparece esa delgada línea entre el deseo sexual y la agresión criminal, que en ocasiones se cruza. Busqué ser muy cuidadosa con esto porque tampoco se trata de banalizar el deseo masculino en general,


DE PORTADA

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ni de cualquier género. Desde Freud, vemos que hay un componente muy fuerte de agresión y muerte en el deseo sexual. Sin embargo, hay momentos en que esto se vuelve patológico, como en el caso del personaje Franco Andrade y como en muchas personas más, sobre todo en hombres. No todos los hombres matan para satisfacer el deseo, pero es cierto que la cultura nos ha impulsado a darle un papel mucho más agresivo a la sexualidad masculina. Se nos ha enseñado que la femenina debe ser pasiva, como si las mujeres no pudiéramos ser responsables de nuestro propio deseo y nuestros cuerpos. Tus libros también nos dejan ver que el narcotráfico es una especie de plaga que invade pequeñas comunidades y las devasta. ¿Sucede algo similar con la gentrificación? Así como quería establecer un paralelismo entre la vida de Franco y la de Polo, cómo ambos se decantan por la violencia a pesar de tener orígenes distintos, el paralelismo se extiende a los lugares donde habitan. El narco como lo llegamos a ver en Veracruz, al

mando de los Zetas, del Cártel del Golfo y, ahora, del Cártel Jalisco Nueva Generación, enseña que son organizaciones que trascienden lo local; son trasnacionales. Lo he equiparado con el fenómeno de las tiendas de conveniencia: se establecen, devoran al mercado, se apropian de los recursos y marcan sus propias reglas. Y sí, las empresas trasnacionales que gentrifican, funcionan un poco de esta manera, con la voracidad de los empresarios de bienes y raíces que expulsan a los habitantes de sus comunidades para hacerse de esos terrenos y venderlos a una barbaridad. Es la misma actitud predadora. Otro aspecto que acompaña a tu obra es el misticismo. Lo vemos con la Bruja en Temporada de huracanes y la Condesa Sangrienta en Páradais, quienes nos plantan en una realidad donde los vivos asustan más que los muertos. Me gusta mucho introducir elementos sobrenaturales en mis historias. Es una marca de haber crecido en Veracruz, donde siempre hay alguien contándote historias que espantan.

Además, allá la gente tiene creencias espirituales muy particulares, puedes ser católico y estar convencido de que necesitas una limpia cada viernes. Tiene esta mezcla de creencias animistas, heterogéneas, que combinan el catolicismo con la santería; es muy común y me encanta agregarlo. Estos elementos no son para añadir un efecto de terror sino un símbolo. La Condesa Sangrienta, en Páradais, y la Bruja, en Temporada de huracanes, son metáforas de mujeres poderosas que producen miedo en los hombres. Temporada de huracanes se tradujo a quince idiomas. ¿Qué impresión causa en otros países la violencia que narras? En Europa, donde he tenido más contacto con los lectores, hay dos reacciones: ver en esta violencia desatada una suerte de realismo mágico, como si yo estuviera exagerando porque hay muchas personas que tienen una visión de un México tranquilo, muy pacifico; vienen a Tulum y se la pasan a toda madre y bailan

La escritora veracruzana en un paraje de Cholula, Puebla.

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con todos los del pueblo: “Miren qué bonito es, aquí no pasa nada”. Descubren México como un lugar muy hermoso y, en ocasiones, les parece chocante la otra visión que presento. Por otro lado, están las personas que reconocen esta violencia “mexicana” pero que al mismo tiempo son incapaces de verla en sus propias sociedades, a pesar de que existe. Así como la violencia de género está presente en el mundo, también ha surgido una generación de escritoras latinoamericanas que están en un primer plano. ¿Qué representa para ti pertenecer al grupo? No es que las mujeres apenas estemos escribiendo sobre la violencia de género o que estemos irrumpiendo con prosas distintas. Desde los años cincuenta, en Oficio de tinieblas de Rosario Castellanos, ya se hablaba de la violencia contra la mujer indígena, contra la que no puede ser madre; tocaba unos temas crudísimos y muy pertinentes. Lo que pasa ahora es que, a nivel internacional, hay un gran interés por escuchar historias narradas y estelarizadas por mujeres; hay una mayor apertura para considerar literatura a historias escritas por mujeres sobre mujeres. Hasta hace poco, alguien que se dedicara a narrar el terror como Mariana Enríquez era considerado como un autor de poca monta. Me siento feliz de pertenecer a esta generación: escribiendo tan chingón y tan rudamente. Me alegra que tengamos tantos lectores por el mismo motivo. Son propuestas que valen mucho la pena. Pienso en Mariana Enríquez, en Samanta Schweblin, Alejandra Costamagna, Gabriela Cabezón Cámara, escritoras que admiro, y estar a su lado en foros, a un nivel horizontal, es como un sueño: a veces no me lo creo. ¿En algún momento de tu vida literaria te imaginas sin esa rudeza, sin esa crueldad en la prosa? Hace poco escribí un texto muy corto, muy personal, acerca de lo que fue separarme de mi hijastra. Ahí no hay violencia. Sin embargo, hablo de un tema que es doloroso, y me interesa que el lector sienta ese dolor y, por lo tanto, me veo en la obligación de herirlo con palabras. Sí hablamos de violencia como una forma para no dejar al lector indiferente, marcarlo y dejar alguna huella en su conciencia, seré violenta. No me gusta la literatura que te deja indiferente. Prefiero, como dice Kafka, la literatura que es como un hacha que rompe el mar congelado que llevamos dentro. Aunque en un futuro me aleje de los temas crudos, quiero seguir causando esas marcas. ¿Qué tan violenta es Fernanda Melchor? Escribo de la violencia porque me preocupa verla, haberla sufrido y, al mismo tiempo, perpetuarla. Reconozco que en muchas ocasiones he sido una persona violenta, he reproducido los actos de los que he sido víctima. Escribo ficción porque lo que uno hace es prestar sus emociones más oscuras a los personajes, que al final son seres que nos habitan.

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EN LIBRERÍAS

27 DE FEBRERO 2021

ENTREVISTA

“En la guerra, el botín son las mujeres” En Una decisión equivocada, Verónica Ortiz recupera la experiencia de una tía sonorense recluida en Siberia

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na promesa, la de contar una historia familiar, anima a Verónica Ortiz a escribir Una decisión equivocada (L. D. Books, 2020), su más reciente novela. La trama da inicio en el Valle del Yaqui, en Sonora, lugar donde se asienta la familia Lawrenz Tirado. El padre, Hans, de origen alemán, un hombre recio y trabajador, enfrenta problemas económicos. El deseo de procurar una buena educación a sus hijos lo lleva a la decisión de enviar a Anita, Martha e Irene, de 12, 10 y 8 años, a un pueblo en Alemania donde estarán al cuidado de sus tías. Es 1938, el preludio de la Segunda Guerra Mundial. De aquí parte una historia apasionante que ronda, desde la infancia, a la escritora y periodista. “Mis familiares contaban esto una y otra vez”, recuerda, “pero siempre quedito, que no oyeran los niños. Los personajes son mi mamá, mi hermana y mi tía mayor, la tía Anita, protagonista de la historia. De adolescente pensé que me gustaría contarla. Anita quiso hacerlo, pero entendió que podría causar problemas a la familia. Para mí fue un compromiso enorme cuando le dije: ‘Yo la voy a contar por ti’ ”. El relato va y viene de Sonora a Alemania y el nudo se sitúa al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando los rusos llegan a Berlín y Anita es capturada en calidad de espía. A partir de ahí, pasará de una cárcel a otra y será recluida en el campo de concentración de Sachsenhausen para terminar exiliada en Siberia. “Es una parte de la historia que no está contada, es la historia de los vencidos, no de los vencedores. Cuando entran los rusos a Alemania, vienen con todo el horror que han vivido del nazismo y cometen cantidad de barbaridades”. La posibilidad de narrar esta historia obligó a la periodista a desentrañar ciertas interrogantes que surgieron durante el proceso de escritura. “Voy a ese campo de concentración y la historia no existe porque cuando entran los rusos mantienen las cárceles y los campos de concentración de los nazis igual, sin hornos crematorios pero con hambre, tortura, muerte. Investigar lo que pasó ahí fue muy difícil; tuve que entrar de manera personal, fue algo muy fuerte”.

GUADALUPE ALONSO CORATELLA FOTOGRAFÍA ARCHIVO VERÓNICA ORTIZ LAWRENZ

Anita Lawrenz en bahía de Kino, hacia 1957, cuatro años después de su regreso de Alemania.

La novela de Verónica Ortiz nos recuerda a otros sobrevivientes del holocausto, como Primo Levi, Elie Weisel o Jorge Semprún, que narraron el horror vivido en campos de concentración, y la importancia de la memoria como argumento para detener la barbarie. “Tenemos una responsabilidad con nuestra historia”, dice la autora, “la responsabilidad de escribirla. La palabra es poderosa. Si contamos, si no olvidamos, estamos haciendo justicia, regresándole la voz a quienes

no la tuvieron. Por ejemplo, toda la familia pensó que mi tía Anita estaba muerta. Muchísimos años después, supieron, a través de una amiga, que estaba viva y es cuando empiezan a buscarla”. En el libro se revela la fortaleza de las mujeres en situaciones extremas. Anita no se deja vencer, su entereza le permite sortear momentos brutales durante los doce años que sufrió maltratos, hambre, tortura. “En las guerras, por desgracia, el botín son las mujeres. Hay información impresionante. Cuando ocurre la invasión de polacos y

rusos hay más de dos millones de violaciones, muchas de ellas tumultuarias. Mi familia las sufrió. Es el caso de Anita, y de muchos otros que fueron enviados a Siberia, porque el castigo crece cuando no encuentran manera de matarla, de acabar con ella. Hasta el final, Anita sostuvo que era inocente de la acusación que le hacían. Mantuvo esa voz fuerte que se repetía una y otra vez y que le permitió salvarse: ‘Soy Anita Lawrenz, nacida en Álamos, Sonora, y soy inocente’ ”. Asimismo, destaca el papel de la diplomacia mexicana para la liberación de Anita, narrado en uno de los capítulos finales, quizá el más conmovedor de la novela, cuando Anita escapa de Siberia gracias a un pasaporte enviado por el embajador mexicano en Moscú, Alfonso de Rosenzweig. Uno se pregunta qué otros testimonios habría sobre mexicanos en circunstancias similares. “Algunas personas se han comunicado conmigo”, comenta Verónica Ortiz, “diciendo que a un familiar le pasó lo mismo que a Anita. Son alemanes casados con sonorenses que tuvieron hijos y vivieron esta situación. Espero que esta novela haga hablar a mucha gente”. Fueron once años los que la autora trabajó en la escritura de Una decisión equivocada. Como familiar, no solo escuchó fragmentos de la historia desde la niñez, también compartió la vida de las tres protagonistas y fue testigo del destino que las marcó por siempre, de su proceso de expiación. “Me parece que a partir de lo que te sucede, porque todos tenemos historias terribles, si no trabajamos para superarlas, si no cambiamos ese destino, podemos quedarnos ahí. Yo entro a la historia, sobre todo de mi madre, a la que más conozco. Me hubiera gustado que fuera una mujer más feliz, como lo fue Anita, que regresó diez años después que sus hermanas, que estuvo en campos de concentración, en cárceles en condiciones terribles. Por otra parte, siento que estoy cumpliendo la promesa que le hice a Anita, dándole voz no solo a estas tres mujeres sino a otras personas incluidas en el relato. También es una forma de regresar y exponer lo que no se ha contado: la voz de los vencidos, de las vencidas, de quienes también está hecha esta historia”.

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EN LIBRERÍAS

27 DE FEBRERO 2021

NARRATIVA, ENSAYO 64

Casanova. La sonata de los corazones rotos

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POESÍA EN SEGUNDOS Tokio Blues. Norwegian Wood

El dudoso riesgo VÍCTOR MANUEL MENDIOLA mendiola54@yahoo.com.mx

C Hideo Yokoyama Salamandra España, 2021 656 páginas

Matteo Strukul Ediciones B México, 2020 416 páginas

Haruki Murakami Tusquets México, 2020 384 páginas

Japón tiene también un lugar de privilegio para el thriller policiaco. Esta novela, calificada como “de culto”, es prueba de ello. El veterano investigador Mikami se ve obligado a resolver el secuestro de una niña cometido diez años atrás, en 1989, y a limpiar la mala reputación de la comisaria de Tokio.

Estamos a mediados del siglo XVIII, en Venecia, de la mano del célebre Giacomo Casanova, quien acepta el desafío de la condesa Margarethe von Streinbergle de seducir a la joven Francesca Erizzo antes de que contraiga matrimonio. La empresa promete innumerables riesgos.

¿Cuánto tiempo más se seguirá candidateando al escritor japonés al Premio Nobel? Si esta novela es uno de sus libros más recordados se debe a que el título parte de una canción de los Beatles. Ambientada en el Japón de la década de 1970, narra la historia de los jóvenes Naoko y Watanabe.

Y Zelda se convirtió en vikinga

Las voladoras

La abundancia

omo poeta, Luis Vicente de Aguinaga es conocido desde hace varios años. Algunas de sus composiciones figuran en las antologías generacionales significativas y al menos dos de sus libros de poesía han ganado premios. Pero lo que lo vuelve aún más interesante es el hecho de que ha desarrollado una reflexión, también con reconocimientos, en una prosaclaraeíntegraquenospermiteaproximarnosa la manera como él concibe la escritura lírica y ciertos temas fundamentales de la poesía contemporánea. No juega un papel pequeño en su enfoque la edición del libro clásico de traducciones de Enrique González Martínez, Jardines de Francia (UNAM, 2014). La relectura del parnasianismo y el simbolismo revela su capacidad de apertura, no solo por la recuperación de estéticas mal comprendidas, sino por la restitución de la presencia de un poeta que, aunque no guste hoy, posee un gran valor. Hay poemas memorables de González Martínez, como “La hilandera”, que son parte de un canon insoslayable. En Puesto de observación (Universidad de Guanajuato, 2020), De Aguinaga aborda tópicos diversos, pero articulados por una preocupación que, a mi manera de ver las cosas, aparece formulada de manera abierta y sugestiva en el ensayo intermedio “¿A qué se arriesgan las poéticas del riesgo?”. Este texto plantea un problema que obsesionó a muchos escritores del siglo XX y que, a pesar de que en la práctica ha sido resuelto por las creaciones de suma poética, donde tradición y modernidad coinciden, en la teoría continúa sin solución. De Aguinaga acomete el asunto del modo siguiente: “Es hábito común de nuestros días —por lo menos en México y, todavía mejor, en medios literarios— ensalzar y denostar las denominadas poéticas del riesgo”. De Aguinaga nos hace notar que muchas veces se iguala “riesgo” con “poesía experimental” así como con “poesía vanguardista” y apunta que esto es un error porque podríamos observar poetas renovadores que son convencionales en más de un aspecto. Creo que los ejemplos que escoge De Aguinaga no son atinados, pero tiene razón al señalar: “Si algún riesgo corren las poéticas del riesgo, [...] ese riesgo es el de no distinguirse ni descollar entre la odiada masa de las poéticas que no han corrido nunca riesgo alguno”. Así, el error y la confusión de una parte de la escritura actual estribaría en creer que la contingencia y el “peligro” son una garantía de creación auténtica, sin advertir que la aventura poética original radica no en el abandono a la fuerza de lo accidental y espontáneo sino en su dominio. Por eso Rubén Darío dijo —como bien sabe De Aguinaga—: “Se han confundido dentro del alma mía/ el alma de Pitágoras con el alma de Orfeo”. Es decir, es el choque de lo que sabemos hondamente con lo desconocido lo que produce la obra real, por eso también —como De Aguinaga asimismo sabe— Gonzalo Rojas afirmó de manera certera: “Al mundo lo nombramos en un instante de diamante”, que reedita el verso “Te descubrí en el vértigo, diamante” del desdeñado Jaime Torres Bodet. Riesgo y perfección unidos crean la mejor alternativa, al menos como aspiración.

Luis Vicente de Aguinaga nos hace notar que hay poetas renovadores que son convencionales

Andrew David MacDonald Destino México, 2020 352 páginas

Mónica Ojeda Páginas de Espuma España, 2021 121 páginas

Annie Dillard Malpaso España, 2020 222 páginas

La veinteañera Zelda padece trastorno del espectro alcohólico fetal. Su madre murió de cáncer y su padre abandonó a la familia. Vive con su hermano Gert, que aún estudia pero está metido con malas compañías. Ella sabe casi todo lo referente a los vikingos.

Ocho cuentos se dan cita en este volumen que consolida a Mónica Ojeda (Ecuador, 1988) como una de las voces más atractivas de la nueva literatura latinoamericana. Se mueven por los paisajes y mitos andinos hasta configurar una geografía sentimental.

Lo primero que llama la atención de estos ensayos publicados entre 1977 y 2017, y ahora reunidos, es la disposición para acercarse a lugares y situaciones poco atractivos con una curiosidad a flor de piel. Dillard es un icono de las letras estadunidenses.

A partir del próximo sábado, la columna de Irene Vallejo, autora de El infinito en un junco, estará en las páginas de Laberinto con una periodicidad quincenal.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.

27 DE FEBRERO 2021

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C

TOSCANADAS

uando le llega a Héctor el momento de enfrentar a Aquiles, quiere hacer un pacto: “Yo no ultrajaré tu terrorífica persona en caso de que Zeus me conceda la fortaleza y yo logre quitarte la vida, sino que, tras despojarte de las ilustres armas, Aquiles, devolveré tu cadáver a los aqueos. Haz tú también lo mismo”. El colérico Aquiles no acepta trato alguno. Luego de matar a su rival, “le taladró por detrás los tendones de ambos pies” y ató el cadáver a la caja del carro para llevárselo arrastrando. El padre de Héctor quiere de vuelta ese cuerpo muerto. “Quiero suplicar a ese hombre inicuo y brutal, a ver si respeta mi edad y se compadece de mi vejez”. La viuda de Héctor se asoma por las murallas de la ciudad y ve que “los rápidos caballos lo arrastraban sin exequias”. La madre se mesó los cabellos y “prorrumpió en muy elevados llantos”. Pasan los días y Aquiles continúa

Cadáveres exquisitos DAVID TOSCANA

AQUILES Y HÉCTOR

El héroe aqueo y el troyano en una pieza de cerámica que data del siglo VI a. C.

humillando el cadáver. Lo sigue arrastrando, aunque los dioses intervienen para mantenerlo rozagante. Finalmente, el padre de Héctor se decide a visitar a Aquiles. Le pide que le regrese el cuerpo. Le da emotivas razones. “He osado hacer lo que ningún terrestre mortal hasta ahora: acercar a mi boca la mano del asesino de mi hijo”. El colérico y vengativo Aquiles acaba por conmoverse, además de estar admirado, pues “te has atrevido a venir solo a las naves de los aqueos para ponerte a la vista del hombre que a muchos y valerosos hijos tuyos ha despojado”. Si bien no todo es compasión, pues el dolido padre ha de pagar un cuantioso tesoro a cambio del cadáver de su hijo. Ese cuerpo sin vida es tan significativo para troyanos y aqueos que la guerra se interrumpe durante doce días para que se celebren los ritos mortuorios. Es tan significativo para la Ilíada que el último de los versos

dice: “Así celebraron los funerales de Héctor, domador de caballos”. Un cadáver, unos huesos no son poca cosa. También podemos leerlo en El general del ejército muerto, de Ismaíl Kadaré. Tras veinte años de terminada la guerra, un general recibe la comisión de ir a Albania a desenterrar y traer a casa a cientos o miles de soldados muertos en territorio albanés. “Miles de madres esperaban en su país el regreso de los restos de sus hijos. Él se los devolvería, llevaría a término su alta y sagrada misión. No escatimaría nada. Ninguno de los caídos debía ser olvidado, ni uno solo quedaría en tierra extranjera”. Sin duda Kadaré pensaba en el cadáver de Héctor, pues su general estaba consciente de que “había en su tarea algo de la majestad de los griegos y los troyanos, de la magnificencia de los funerales homéricos”. Brindo por las madres troyanas de México en busca de sus Héctores.

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BICHOS Y PARIENTES

¿Quién más debiera verlo?

H

allo en Netflix una película reciente sobre David Attenborough (A Life on Our Planet), uno de esos amigos que uno tiene sin que ellos sepan. Y es que me ha mostrado y guiado por un mundo entero. Basta oír su voz, inconfundible, para ponerse uno alerta y de buen humor. Llevan su eponimia una libélula, un fósil, una araña australiana, un marsupial y varias otras especies. Él fue el primero en presentar en televisión un pangolín, aldeas en el centro de Nueva Guinea, dragones de Comodo, las danzas del ave del Paraíso, una Bitis gabónica, ballenas, delfines… y también la desolación de los orangutanes y los gorilas, el emblanquecimiento y muerte de los corales, el deterioro de las selvas tropicales o el deshielo polar. Testigo y narrador de milagros y envilecimientos, crítico severísimo del dispendio ecocida y apologeta del mundo natural sin ingenuidades ni cursilerías, no se asume ni víctima, ni mesías de nada. Es el primer gran documentalista y el último gran naturalista. Y esto tiene su chiste. Cuando aceptó el cargo de dirección de la BBC2 decidió apostar por algo entonces no solo nuevo sino riesgosísimo: destinar gran parte del presupuesto a un par de proyectos culturales de gran escala: Civilización, con Kenneth Clarke, y El ascenso del hombre, de Jacob Bronowski. Ambas series mostraron que la televisión era también un formidable recurso cultural. Netflix quiso un homenaje, pero Attenborough dejó un testimonio. Tiene 94 años y lo hemos visto ir del entusiasmo juvenil hasta la tristeza y alarma de un viejo sabio. Cuando inició sus exploraciones, en 1937, la

JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA HUMBLEBEE FILMS

población mundial era menor a 2.3 mil millones de humanos; el carbón en la atmósfera eran 280 partículas por millón y el 66% de la superficie terrestre era agreste. En 2020, la población superó los 7.8 mil millones de habitantes, hay 415 partículas por millón y queda solamente el 35% de la superficie sin hoyar. Durante toda la historia hemos pensado que la cultura tendría que venir de la domesticación de lo agreste. “La naturaleza está llena de fuerzas que odian al hombre”, dijo Hesíodo. Hoy, el peso total de todos

La civilización, el ascenso de lo humano, han de convivir con la barbarie y lo silvestre

los mamíferos se distribuye así: más de un tercio, humanos; 60% para las especies domesticadas que nos sirven de alimento… el resto, un pobre 4%, para todas las demás especies, desde la ballena azul hasta las musarañas. Attenborough dice que la recuperación de la Tierra no es asunto de inteligencia, sino de sabiduría, y pone ejemplos: la producción agrícola de los Países Bajos que, pese a ser espacios muy pequeños, son los segundos mayores exportadores del mundo; la isla de Palau y sus zonas de pesca, o la exitosa recuperación de selvas en Costa Rica… No es un amargado: aún quedan opciones para devolver la calidad salvaje a la naturaleza. Tenía que ser británico. Ya Tácito consideraba a los habitantes de esas islas como bárbaros y provincianos.

El científico y divulgador británico David Attenborough.

Y ellos mismos asumieron que esa era su tara. Edmund Burke supo que su civilización no consistía en despojarse de su barbarie sino en darse cuenta de que somos bárbaros y la civilización consiste en el esfuerzo constante de mantener a raya nuestra ración salvaje. Y lo retrata Bernard Shaw cuando un romano describe a un británico: “es un bárbaro: cree que los usos y costumbres de su isla y de su tribu son leyes de la naturaleza”. Para los europeos continentales, la cultura borra lo salvaje; para los isleños, cultura y barbarie conviven siempre. Basta comparar los jardines franceses, gobernados por la geometría, con los ingleses, infusos, incultos y mejores. El imperialismo creyó en una secuencia equivocada de la civilización. A los exploradores seguían los colonizadores, mercaderes y una idea de imperio que pareció no solo útil sino moralmente valiosa: redimir a los salvajes de su postración, sacarlos de la barbarie, civilizándolos para que asciendan a un mejor estado social, educativo y que recorran el camino que nos hizo, a nosotros los británicos, superiores. Esa idea halla su cierre y crítica en David Attenborough: lo que hicimos como imperio, desandarlo. La civilización, el ascenso de lo humano, han de convivir con la barbarie y lo silvestre. Y sin saberlo propone la añeja tradición británica como solución: dejemos de domesticar y aprendamos que nuestra civilización no resulta de desaparecer lo silvestre sino de entender que la cultura solo sobrevive si colinda con lo salvaje. Netflix termina el testimonio de David Attenborough con la pregunta: “¿quién más debiera verlo?”

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