Laberinto No.925 (06/03/2021)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

EL ATLAS DE PANDORA

FERNANDO ZAMORA

IRENE VALLEJO

Ser poeta en Turquía

Deslenguadas Foto: Sinefilme

Ilustración: Román

SÁBADO 6 DE MARZO DE 2021 AÑO 17 - NÚMERO 925

Mujeres en pie de lucha en la ciencia y la cultura Perla Velázquez/ Ilustración: BOLIGÁN


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ANTESALA

6 DE MARZO 2021

DOBLE FILO

Jugó a ser su propia esposa FERNANDO FIGUEROA

P

or las venas de Héctor Bonilla fluye sangre mexicana, vasca y auriazul. Estudió Leyes en la UNAM y Actuación en la Escuela Nacional de Arte Teatral. Ha participado en casi 150 obras y en decenas de películas y telenovelas. Recibió un Ariel por su trabajo en Rojo amanecer (Jorge Fons, 1989) y el Ariel de Oro por trayectoria en 2019. Hoy juega ping-pong con Laberinto. ¿Qué es el teatro? La forma más hermosa de comunicación. ¿Qué es actuar? Sacar a tu niño interior a retozar. ¿Qué aprendiste en la escuela de teatro? A manejar mis emociones. Algo que no enseñen ahí. La experiencia, que corre por tu cuenta. Tu paso por El diluvio que viene. Casi cinco años, de martes a domingo, dos funciones diarias. ¡Imagínate eso! Manolo Fábregas en una frase. El Señor Teatro. Fela en otra. La patrona de El Señor Teatro. El monólogo Yo soy mi propia esposa. El mejor chance para despersonalizarte. Un actor mexicano. Patricio Castillo. Una actriz extranjera. Jane Russell. ¿Shakespeare ya lo dijo todo? Dijo mucho de lo que necesitamos oír. Carballido o Argüelles. Carballido, por supuesto. Película favorita de todos los tiempos. Madre Juana de los Ángeles, del director Jerzy Kawalerowicz. ¿Qué onda con Jodorowsky? Aunque no es un buen ser humano, sí es un buen maestro. ¿Qué se siente ser Patrimonio Cultural Vivo de la Ciudad de México? Un peso abrumador. Una virtud y un defecto del Tigre. Virtud: su visión. Defecto: prepotencia. Un libro en una isla desierta. Aunque sea un lugar común: El Quijote. Dos bebidas espirituosas. Sotol y bacanora. Un compositor de música clásica. Ni modo, otro lugar común: Beethoven. Si tuvieras el dinero necesario, ¿de qué pintor comprarías cuadros? Nunca compraría cuadros. Un personaje histórico. Benito Juárez. ¿Qué lección te deja esta pandemia? Hay que estar preparado para todo. Un recuerdo de García Márquez. Lo de Rojo amanecer (Gabo no quiso apoyar esa cinta coproducida por Bonilla). ¿Qué es el futbol americano? Algo que solo los locos jugamos. Tres virtudes de un quarterback. Visión de campo, buen brazo, movilidad. ¿La homeopatía es un placebo? Vi a mi padre curar a muchísima gente. Tu mamá en cinco palabras. Madre de lujo, eminente pedagoga. Tu epitafio. “Se acabó la función, no estén chingando. El que me vio, me vio”.

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Something Useful. Dirección: Pelin Esmer. Turquía, 2017. Disponible en Mubi.

HOMBRE DE CELULOIDE

Con el balcón abierto

E

FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA SINEFILM

n su afamado Ulises , Joyce hace pensar a Bloom: “La famélica gaviota sobre el agua turbia flota”. Y luego remata: “así es como escriben los poetas”. Sí, así escriben. Y así escribe sus guiones Pelin Esmer, fijándose en detalles aparentemente insustanciales. Esmer es una joven antropóloga y cineasta turca que comenzó dirigiendo documentales en 2002 y que ha terminado por construir una obra de seis películas de mirada alerta y, sobre todo, femenina. Esmer escribe sus guiones prestando atención a lo cotidiano. Exalta eso que todos pasan por alto pero que hay que mirar para vivir. Something Useful es una de sus obras más atractivas y es, por tanto, una de las películas turcas más importantes de este siglo. No es poco. El cine de aquel país ha producido en el siglo XXI a autores tan célebres como Nuri Bilge Ceylan (Tres monos) y Ferzan Özpetek (Saturno Contro). En Something Useful, Pelin ofrece un nuevo significado a lo que pudiésemos entender por “cine feminista”. La directora no se limita a señalar, produce más bien una arquitectura narrativa que trasciende todo lugar común. ¿Chismorreo? ¿Fragilidad? ¿Sumisión? Something Useful comienza presentando a Canan así. Está metida en todo eso. Canan es una chica de

su edad. Es enfermera, pero quiere ser actriz. Y está por subir a un tren en el que va a un poblado lejano. Su padre, temeroso de lo que pueda suceder con una chica sola en ese país machista, decide encargarla a otra mujer. Si uno se fija, la presentación de Canan está condimentada con los lugares más comunes de la feminidad de cliché. Pero lo que el padre no sabe es que ha encargado a su hija con Leyla. Ella dice que es abogada, pero es en realidad una notable poeta nacional. Ya en el tren, en poco tiempo, Leyla pide una cerveza. Y el mesero, servicial, ¿qué va a hacer? Pues cerrar la ventana: no la vayan a apedrear. ¿Una mujer tomando cerveza en un país mayoritariamente musulmán? El deleite de estos y otros detalles, en apariencia simples, dan cuenta del feminismo de Esmer. La suya no es una denuncia iracunda sino, como en el caso de Joyce en Ulises, la invitación a aprender a ver. Porque solo si vemos, tal vez podamos cambiar. Por otra parte, la imagen recuerda el poema “Ventana” de Sandburg:

Pelin ofrece un nuevo significado a lo que pudiésemos entender por “cine feminista”

“La noche desde la ventanilla de un vagón de tren es un objeto oscuro, grande, suave, rajado de un extremo a otro con cuchilladas de luz”. Finalmente, en las conversaciones de las protagonistas se ofrece una alternativa a este mundo injustamente machista: hay que llenarse de compasión. Es así que Leyla decide acompañar a Canan. La historia da un vuelco toda vez que la mirada femenina se ha consolidado. Aun así, no deja de seducir con reflejos. Aparecen por todas partes. Y cuando entra en escena el hombre al que hay que matar “por compasión” la cámara nos presenta casi a un santo. Este hombre conoce, además, a la poeta que ha venido a matarla, de modo que la historia adquiere el carácter de fábula. Los murmullos con los que Pelin inició su película reaparecen para ofrecer una solución existencial: aprender a ver como propone Joyce no es solo la clave ante un mundo injusto por el machismo, es también la única posibilidad ante el horror de tener que morir. Exclama el enfermo: “déjame el balcón abierto”. Ahora recuerda a García Lorca cuando escribe: “¡si muero, dejad el balcón abierto!” Lo que al inicio era una mujer sin vocación se ha transformado a lo largo de la película en poeta. En un ser humano.

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ANTESALA

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POESÍA

El visitante

LOS PAISAJES INVISIBLES

Ferlinghetti (1919-2021)

VIVIAN SÁNCHEZ BARAJAS

Subo las escaleras hasta su departamento. Entro. Aquí, la soledad se estira como las paredes de un manicomio. Un desierto cubre los restos del mar y las cenizas del cigarro se esparcen cada vez más lejos al abrir la puerta. Yo fingía estar dormida, él me acariciaba con hastío y me besaba toda, todo lo que iba muriendo en mí entre esas paredes en esa habitación a las tres de la mañana. Vivian Sánchez Barajas (Mexicali) es autora de Octamadona (Los Domésticos, 1996) y Borderline (Pinos Alados, 2018). Este poema forma parte de Santorini (nieve de chamoy, 2020).

EX LIBRIS

Alergias de primavera/ EKO

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IVÁN RÍOS GASCÓN

L

@IvanRiosGascon

ibró batallas verdaderas: formó parte de la tropa americana en el día D, mejor conocido como el Desembarco de Normandía, en la Segunda Guerra Mundial. Su poesía fue una declaración de principios frente a la tendencia apocalíptica del mundo, y militó contra el capitalismo, los vicios de la falsa democracia y la perversidad de los sectores mojigatos y de la policía del pensamiento, aunque vivió en carne propia la malignidad de los censores que lo encarcelaron en 1957 por publicar Howl, de Allen Ginsberg. No obstante, Lawrence Ferlinghetti llegó a los 101 años de edad. Resistió mucho más que sus colegas, digamos Jack Kerouac, que partió a los 47; Neal Cassady a los 41; Ginsberg a los 70 y William S. Burroughs a los 83 (por cierto, estos dos murieron el mismo año, en 1997); y también superó a Gregory Corso, que feneció a los 70, Herbert Huncke a los 81, Kenneth Rexroth a los 76 y Philip Whalen a los 78. Solo Gary Snyder, el poeta más admirado y puro, héroe de Los vagabundos del Dharma, de Jack Kerouac, aún ronda en California a sus 90. Pintor y escritor con doctorado en La Sorbonne, pionero de la bohemia de San Francisco y editor y promotor literario, Lawrence Ferlinghetti fue también un activista incansable en asuntos políticos y ecológicos desde la década de 1960, sea por combatir el totalitarismo y cancelar las guerras, por promover una filosofía libertaria, estimular la espiritualidad poética, rechazar el imperio de los automóviles y la destrucción de las ciudades. Su obra, lírica y narrativa (publicó las novelas Ella y Amor en días de furia), cuestionaba los defectos del inicuo y desproporcionado contrato social en las naciones. Relacionado con la generación beat, Ferlinghetti nunca formó parte de dicho movimiento. Al contrario. Él siempre rechazó esa consideración. Se decía un poeta insubordinado, anárquico tal vez. El error de apreciación radica en que su sello City Lights publicó a los autores beat en la serie Pocket Poets, todos por recomendación de Ginsberg y de Kerouac, sus más cercanos de ese grupo. Tanto, que gracias a Ferlinghetti, Kerouac se desintoxicó por un breve periodo de 1960 en su cabaña de Bixby Canyon y escribió Big Sur. Su emblemático A Coney Island of the Mind (1958) abre con una mirada a las pinturas de Goya, y establece un paralelo con el sufrimiento y la imaginación del desastre en la sociedad contemporánea y su ilusión imbécil de felicidad, gente que se desplaza en autos de colores sobre continentes de concreto, sin mayor sentido existencial que ir más lejos de sus casas con los motores devorando los paisajes. En ese libro, cuyo título tomó de Henry Miller, Ferlinghetti hizo de la nostalgia un viaje al interior de sí mismo, con ecos de La tierra baldía de T. S. Eliot y de Paterson de William Carlos Williams. 101 años no suena nada mal en comparación con la edad en que partieron sus colegas. Recorrió Nagasaki semanas después del ataque con la bomba atómica y vio con ojos propios el horror. Protestó por la absurda y criminal aventura bélica de Vietnam: en 1968 exhortó a escritores y editores a no pagar impuestos para hacer visible su rechazo. Criticó la política exterior de Washington. Atestiguó pandemias, consolidó a City Lights (primero revista y librería, luego una editorial) como espacio alternativo sin filias ni fobias, diverso y plural. Basta revisar los títulos y colecciones que aún sigue imprimiendo, libros congruentes con su idea de que a través de la palabra es posible conquistar a los conquistadores. Y es que, como Joseph Conrad anotó en El corazón de las tinieblas, “la mente del hombre es capaz de todo, porque todo está en ella, tanto el pasado como el futuro”. Ferlinghetti siempre estuvo ahí. Volvió al pasado, imaginó el futuro, el círculo perfecto de la imaginación.

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DE PORTADA

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Seis creadoras llaman a extender los espacios y las oportunidades y a terminar con la violencia de género y la discriminación

El arte y la ciencia: libertad de tránsito para las mujeres PERLA VELÁZQUEZ FOTOGRAFÍA ARCHIVO MILENIO

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n 1929, Virginia Woolf escribió Una habitación propia, un ensayo en el que expresa la necesidad de la mujer por tener su espacio para poder crear, en su caso, sus libros. Woolf se basó en su experiencia para redactar ese texto cuyo mensaje sigue vigente un siglo después. Hoy, por ejemplo, “es evidente que las mujeres están ocupando un sitio primordial en la cultura en todos los países, pero todavía no son los suficientes”, asegura Margo Glantz en entrevista, al preguntarle sobre los espacios que ocupan las mujeres en la cultura mexicana. Para ella, el camino que se ha conquistado puede observarse con la “cantidad de escritoras de gran importancia que han trascendido internacionalmente, como Fernanda Melchor o Valeria Luiselli”. Sobre las posiciones que han ganado recientemente las mujeres en el ámbito cultural en México, hay que decir que durante la inauguración de la Feria del Libro del Zócalo de 2019 la colectiva Mujeres Juntas Marabunta alzó la voz y con un puño rosa en la mano exigió el cese de la violencia que se había instaurado en

sus espacios de trabajo en editoriales, revistas, ferias de libro, instituciones culturales, encuentros de escritores, entre otros sitios. La artista visual Irasema Fernández, quien nació en Ciudad de México en 1990, fue parte de este grupo y piensa que en el país se están creando mayores espacios para que más jóvenes puedan ingresar al gremio cultural, y no solo en la literatura, sino también en expresiones como la pintura, la música o las artes escénicas. Y es que “lo que nos unió fue la crisis por la violencia que vivimos las mujeres en México. A partir de eso, nos dimos cuenta que compartiendo experiencias e historias hay otras crisis por las cuales debemos de luchar en conjunto”. Entre este terreno ganado, afirma Irasema Fernández, está la descentralización de los grupos y comunidades de intelectuales, para dar soporte a las nuevas generaciones de mujeres artistas. A propósito de ello, la cantautora Silvana Estrada (Xalapa, 1997), quien se presentó en 2020 en el Festival Vive Latino, cree que “la vida de una mujer tiende a ser minimizada y encasillada en intereses muy específicos y limitantes. Sin embargo, estamos viviendo un momento muy importante para las mujeres en términos artísticos y creativos. Cada vez hay más representatividad femenina en el mundo de la música y visibilizar nuestro trabajo es vital para inspirar y empoderar a las niñas y jóvenes. Volver

mucho más accesible la cultura para las mujeres, incentivarlas a explorar sus posibilidades creativas me parece un punto central en la búsqueda de una sociedad igualitaria”. Y sobre estas limitantes que aún viven muchas mujeres, Margo Glantz (Ciudad de México, 1930) recuerda que cuando comenzó a escribir las mujeres no tenían la apertura que hoy existe: “cuando una va viviendo cuesta trabajo darse cuenta del momento en que suceden las cosas. Había pocas mujeres cuando inicié, se contaban con los dedos”. En la década de 1950, por ejemplo, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros no permitieron que María Izquierdo pintara un mural en el Antiguo Palacio del Ayuntamiento. El espacio que ocuparía la artista hoy permanece vacío, afirma Glantz, y es que “las mujeres, por ejemplo, no podían ser directoras de orquesta y ahora hay muchas; no había directoras de cine, hoy hay varias y muy buenas en todo el mundo. Existe una eclosión impresionante”. Un camino de caracol sin apoyo gubernamental Ser mujer en México no representa poder caminar por el mismo piso parejo y plano para todas. En el caso de la poeta Nadia López García, autora

“Vivimos en un país y en un Estado que no ha reconocido la diversidad”. Celerina Sánchez

de diversos libros y Premio Nacional de la Juventud, por su condición de género y por ser mixteca, se enfrentó a otros problemas como la edad y provenir de un pueblo originario: “el hecho de que seas mujer y que seas joven te pone en desventaja porque mucha gente cree que estás en ciertos lugares porque algo tuviste que hacer y no necesariamente por tu esfuerzo o tu talento. Además, en lenguas originarias hay muchísimo machismo y acoso porque es un círculo muy pequeño y tenemos miedo. Yo tuve que abandonar dos proyectos, porque me veían joven y decían muchas cosas de mí. En ese momento pensé: ‘no puede ser posible que para que te inviten a una mesa o para publicar un libro tengas que pasar por esto’. Ahí aprendí que no tenemos que irnos de esos lugares; lo que debemos hacer es llamar a más mujeres”. López García afirma que existe una deuda con las mujeres porque basta ver cuántos hombres y mujeres reciben apoyos para crear sus obras. Pero, a diferencia de hace 20 años, el cambio es notable: “es un camino de caracol, que se ha hecho, no tanto por las instancias gubernamentales, sino por la lucha de las mujeres para visibilizar su trabajo por las redes que creamos. Eso ha sido fundamental para estar presentes en el arte y la cultura”. En el mismo sentido la también narradora y poeta mixteca de la región Ñuu Savi, Celerina Patricia Sánchez,


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piensa que para las mujeres que vienen de otra cultura, como es su caso, hay grandes limitantes para que puedan acceder a las expresiones culturales. “Es que las personas de mi cultura que salen de sus comunidades y quienes pueden acceder a las artes generalmente siguen siendo hombres. Son ellos los que tienen más oportunidades, y ahí no es diferente a lo que le sucede al resto de las artistas y escritoras. Y es que por desgracia vivimos en un país y en un Estado que no ha reconocido la diversidad y que no ha promovido el conocimiento para todas y todos por igual”. Sobre las luchas recientes por los derechos de las mujeres en la cultura, Celerina Patricia Sánchez precisa que falta lograr el acceso a la justicia y a la igualdad para las mujeres, pero sobre todo falta mucho más para las mujeres indígenas, para que todos reconozcan su cultura, pues ya “no somos sus indígenas. Y este problema va pegado al de la pobreza y la violencia de género que vivimos las mujeres indígenas, ya que el machismo continúa en muchas zonas. En mi región, por ejemplo, las mujeres tuvimos que tomar el mando, pero no porque los hombres nos dieran los espacios, sino porque se fueron a los campos jornaleros y nosotras tuvimos que sostener nuestras vidas”. En torno al machismo, ahora en el ámbito de la ciencia y la academia, Fernanda Pérez Gay Juárez, doctora

en Neurociencias por la Universidad McGill, piensa que las luchas recientes por los derechos de las mujeres no han sido una lucha homogénea, sino que tiene varios frentes y puntos de vista, como el mismo feminismo, “pero sin duda ha puesto en el centro de la agenda nacional muchas de las injusticias que sufren las mujeres día a día, desde sentirse ser menos incluidas en espacios científicos o culturales hasta casos de violencia física y sexual”. Sobre la condición de las mujeres tanto en la cultura como en la ciencia, Fernanda Pérez Gay Juárez cree que los movimientos de los últimos años fueron un punto de quiebre, pues “se señalaron las violencias de las que eran objeto dentro del ámbito cultural e intelectual. Se ha evidenciado el acoso laboral, y esto pasa también en la ciencia, porque hay mujeres que han sido acosadas y discriminadas por sus jefes, que las hacen menos con comentarios machistas como ‘si vas a ser mamá ¿a qué hora vas a ser científica?’, y tratan de encasillar a la mujer en los roles establecidos. A las que nos dedicamos a la ciencia esto nos sigue persiguiendo todos los días. “Cuando somos niñas y queremos dedicarnos a la ciencia vemos pocos referentes femeninos, casi todos son hombres, por lo que nos vemos poco representadas en el campo. Basta ver a los Nobel: las mujeres tienen muy pocos premios. En los premios Nobel

en Ciencias, las mujeres representan solo un 3% de los premios recibidos. Yo me formé en Medicina. Cuando entras a estudiar y ves los clásicos cuadros de los grandes hombres de la medicina donde las únicas mujeres son la enfermera y la paciente, es difícil sentirse representada. Además, sucede aún que los logros de las mujeres se adjudiquen a cómo nos vemos, con quién andamos o de quién somos hijas”. A pesar de estas dificultades, Silvana Estrada afirma que en el terreno cultural las mujeres “hemos ido ganando espacios. En los últimos años he visto crecer el número de proyectos independientes liderados por mujeres que son intérpretes, cantautoras, gestoras, managers, etcétera. Todo a la vez. Vamos consiguiendo una autonomía que diez años antes hubiera sido imposible de imaginar, y es que en México y en la gran mayoría de los países, por cuestiones de desigualdad de género y de violencia machista, las mujeres no siempre pueden acceder a la cultura con la facilidad con la que accedería un hombre”. Acciones colectivas y solidaridad femenina “Hay muchas formas de ser mujer y muchos contextos femeninos”, dice Margo Glantz y continúa: “la única homogeneización posible es que todas somos mujeres y todas tenemos derecho al cuerpo”. Para la autora de

Reunión en el Zócalo de la Ciudad de México, el 8 de marzo de 2020, Día Internacional de la Mujer.

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Y por mirarlo todo, nada veía (Sexto Piso, 2018), el futuro que se vislumbra para las mujeres parte de esa premisa, que tiene que ser universal. Por su parte, Irasema Fernández agrega que el trabajo comunitario es la clave para descentralizar y que no solo exista la colectiva Mujeres Juntas Marabunta, sino que haya muchas escritoras apoyándose ante la crisis que se vive. “Por la pandemia, nos detuvimos en muchos sentidos, pero lo importante, y más allá de creer en una institución, es que lo que está cambiando es el apoyo entre mujeres”. El futuro para todas, según Nadia López García, autora de Ñu´ú Vixo/ Tierra mojada, es ver cómo florecen las semillas que se han sembrado: “hay una promesa, en la que existe esperanza; hay que trabajar para que se convierta en realidad. Existen muchas semillas en la cultura, el punto es saber qué vamos a hacer con ellas. Lo ideal es que las sembremos, y cuando hacemos esta acción, no la realizamos solas, siempre es en colectivo. Tenemos que pensarlo así y no de manera individual”. Celerina Patricia Sánchez, autora de Natsiká, dice que en un futuro cercano esperaría que “ya no nos violenten, que podamos decidir por nosotras mismas, que acompañemos a los hombres en la vida, eso sería un sueño realizado, en una vida de paz, porque la no violencia te lleva a la paz. Y eso mismo debe pasar en las políticas culturales: que vayan encaminadas a la no discriminación, a la equidad, a la no violencia, a la pluriculturalidad. Silvana Estrada, autora del álbum Lo sagrado, cree que uno de los retos actuales tiene que ver con incluir más a las mujeres en los trabajos de música que usualmente llevan una connotación masculina, por ejemplo, el trabajo de ingeniería de audio, de diseño de luces, arreglo orquestal, producción, y creo que otra gran lucha será buscar la paridad en la programación de festivales”. Al respecto, Fernanda Pérez Gay Juárez, investigadora en Neurociencia Cognitiva y divulgadora de la ciencia, ve que cada vez hay más representación de las mujeres en la ciencia, hecho importante para que las mujeres hablen y compartan su trabajo. Sin embargo, “creo que las universidades deberían trabajar para tener mayor número de mujeres en los puestos de alto rango. Sé que esto es muy polémico, pero estoy a favor de la discriminación positiva. Mientras que en la UNAM, por ejemplo, 45% del profesorado son mujeres, este número baja a tan solo 15% de investigadores eméritos. Se necesita cubrir cierta cuota de género mientras no podamos hablar de igualdad de acceso y de respeto, y hoy en día hay muchas mujeres preparadas para ocupar esas plazas. Aunque los cambios más inmediatos a largo plazo deben hacerse desde la educación, en el ínterin las instituciones y universidades deben pronunciarse con políticas enfocadas a combatir la violencia de género, con reglamentos claros y canales específicos para tratar estos asuntos”, concluyó.

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Apoyo en investigación: Marcos Daniel Aguilar Ojeda.


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LITERATURA

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EL ATLAS DE PANDORA

Deslenguadas Con este texto, un llamado a rescatar la voz milenariamente silenciada de las mujeres, damos la bienvenida a la autora de El infinito en un junco, ese extraordinario homenaje a la historia de los libros

L

a historia es un tapiz que entreteje las hebras del recuerdo y del olvido, casi siempre a conveniencia de quien maneja los hilos. La invención de la escritura, paralela a la creación de las primeras civilizaciones, permitió fijar mágicamente el enjambre de nuestras palabras en piedra, en arcilla, en papiro, en pergamino. Pero no todas. Ciertas ideas anidaron en el mármol; otras, como pájaros ateridos, quedaron flotando desprotegidas en la frágil memoria oral. Una parte de la humanidad quedó fuera de las murallas, a la intemperie, contemplando aquella fortaleza inexpugnable de textos escritos, un invento milagroso que salvaba el conocimiento y lo legaba al futuro. El relato nació amputado. Ovidio narró esta mutilación en el mito de Lala, la “charlatana”, un nombre onomatopéyico que equivale a nuestro “blablablá”. Cierto día, la cantarina Lala desveló un secreto prohibido: el lujurioso Júpiter perseguía obsesivamente a las ninfas. Para vengarse de ella, el adúltero dios supremo le arrancó la lengua. Como si no fuera suficiente castigo, la entregó a Mercurio para que la violara. A continuación, Júpiter la convirtió en diosa bajo un nuevo nombre: Tácita Muda. Todos los años, en el mes de febrero, Roma la honraba como patrona del silencio. Así fue como Lala pasó de ninfa deslenguada a muda belleza, divina pero sin lengua. Los antiguos griegos y romanos sabían que quien domina las palabras domina el mundo. A ellos les pertenecía el discurso público de la autoridad, mientras que cualquiera —mujeres incluidas, sobre todo las mujeres— podía practicar la charla, el cotorreo o los chismes de la esfera privada. El teatro fue el gran escenario de debate político en la antigua Atenas, y, tal vez por eso, los pioneros de la democracia decidieron que todos los papeles femeninos serían interpretados por actores masculinos. Antígona, Lisístrata e incluso Desdémona muchos siglos después, tuvieron cuerpo y voz de hombres de pelo en pecho. Esta expulsión de la escena pública se prolongó durante milenios. La película Shakespeare

IRENE VALLEJO ILUSTRACIÓN ROMÁN

in Love subrayaba las incongruencias de la prohibición: una joven que soñase con interpretar a Julieta no tenía más remedio que disfrazarse de chico que finge ser mujer. Otra película, Adiós a mi concubina, describe el durísimo adiestramiento de un cantante de ópera en la China del siglo XX para entrar en la piel de personajes femeninos. Aunque permanecen en la penumbra histórica, algunas romanas se rebelaron contra la privatización de sus voces y se atrevieron a hacer política. Fueron señaladas en latín como las axitiosae —activistas—, que venía a significar “las

que actúan juntas”. En una comedia de Plauto estrenada hace más de 20 siglos, el marido de una de ellas dice: “Una verdadera mujer, mi mujercita; desde que la conozco, sé lo que es una activista”. En el año 42 antes de Cristo, estas agitadoras vivieron un momento de apogeo y contradicciones. Roma estaba en guerra —como era habitual— y los gastos bélicos amenazaban con vaciar el erario público —como siempre—. Entonces los gobernantes decidieron imponer a las 1400 mujeres más ricas de la ciudad un impuesto para sufragar el sobrecoste militar. Las dueñas de esas fortunas,

orgullosas de su independencia y su prosperidad, se movilizaron contra la medida, pero no encontraron a nadie dispuesto a representar sus intereses. Después de largas búsquedas inútiles, decidieron defenderse solas. Las viejas costumbres se tambalearon cuando habló en público, sin mediación masculina, una elocuente viuda llamada Hortensia: “¿Por qué tendrían que pagar impuestos las mujeres si estamos excluidas de las magistraturas, de los cargos públicos, del mando y de la res publica?”. El argumento de Hortensia es el mismo que siglos más tarde, en 1773, serviría como detonante a la independencia de Estados Unidos, tras la llamada revuelta del té. No taxation without representation gritaron los rebeldes de Boston, tras los pasos de la sublevación romana. En aquel momento, Hortensia y sus aliadas no reclamaban el derecho al voto, simplemente aspiraban a no pagar impuestos, pero sus discursos consiguieron derogar la medida. La paradoja de este episodio es que las activistas organizaron una revolución para quedarse justo como estaban antes. Frente a la expulsión del ágora pública, algunas mujeres hicieron vibrar sus palabras en boca de hombres poderosos. Fue el caso de la brillante Aspasia, una extranjera que emigró a Atenas cuando esa pequeña polis mediterránea estaba forjando la filosofía, la historia y un concepto revolucionario de ciudadanía. Eso sí, era una ilustración con claroscuros: instauraron la democracia, pero para unos pocos. El sistema excluía a esclavos, extranjeros y mujeres, es decir, a la mayoría de la población. Aspasia no estaba dispuesta a quedarse quieta y encerrada en casa; tomó la inverosímil decisión de dedicarse a la filosofía porque amaba el conocimiento y quería comunicarlo. Cuando se enamoró de Pericles, colaboró en su ascensión política. Las fuentes dan a entender que era una auténtica oradora en la sombra. Sócrates solía visitarla con sus discípulos y disfrutaba de su brillante conversación, incluso llegó a llamarla “mi maestra”. Según Platón,


EN LIBRERÍAS

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escribió discursos para su marido, entre ellos la famosa oración fúnebre donde defendía apasionadamente la democracia. Todavía hoy, los escritores de los discursos presidenciales de Obama, y antes los de Kennedy, se han inspirado en los pensamientos que probablemente enhebró Aspasia. Sin embargo, ella no aparece en las historias de la política. Sus escritos se perdieron o se atribuyeron a otros. Las democracias modernas se han atrevido a explorar los ángulos ciegos que los demócratas antiguos nunca afrontaron. Las sufragistas hicieron realidad la revolución que Hortensia solo había atisbado. El poder y la palabra, esos hermanos mellizos, se han abierto a muchas mujeres. Desde un extremo al otro del arco parlamentario, en las tribunas de todos los medios, se escucha la polifonía de sus palabras, con sus diversas sonoridades, tonos y matices. Han escalado por méritos propios a los puestos de gobierno, contando muchas veces con el apoyo de hombres audaces que han defendido su voz y su causa. En estos días, en el mismo corazón del imperio norteamericano, una mujer se adentra en territorios vedados durante siglos: una vicepresidencia que podría convertirla, en el futuro, en comandante en jefe del ejército más poderoso. De piel oscura, hija de inmigrantes, simboliza la impalpable sensación de extranjería que aún experimentan las candidatas a dirigir cualquier país del mundo. Detrás de ese vértigo, hay siglos de historia y de aduanas rigurosamente vigiladas. Todavía en los años ochenta, el protagonista de la serie británica Sí, ministro sentenciaba irónicamente: “Tenemos derecho a elegir al mejor hombre para el cargo, al margen de su sexo”. Pericles murió en el año 429 antes de Cristo víctima de una gravísima epidemia que azotó Atenas. Viuda, el rastro de Aspasia se perdió en el misterio. Dejó de influir. Volvió a ser una extranjera sin visado, expulsada de la esfera política por los vigías de la palabra. Casi cinco siglos más tarde, Plutarco transcribe una retahíla de insultos contra la subversiva primera dama ateniense tomados de textos de la época, donde es tachada de impúdica, concubina con cara de perra y carne de burdel, entre otras lindezas. No sabemos si fue realmente una hetaira, como afirman los autores antiguos, o ese término se usaba como bandera de burla para condenar a todas las mujeres libres que no se sometían al encierro impuesto. Su historia, como la de Lala y Hortensia, pertenece a un tiempo desaparecido, pero nuestro mundo todavía oculta, tan lejos y tan cerca, territorios de exilio sonoro. No olvidemos —agradecidas— esa genealogía valiente y parlanchina que rompió cerrojos y horadó ventanas. No olvidemos —lenguaraces— continuar esa larga cadena, seguir arrebatando palabras al silencio, hablar allí donde aún es preciso rescatar de todos los confinamientos la voz de las mujeres. © Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, S.L. © Irene Vallejo.

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A FUEGO LENTO

La familia como veneno

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l potencial narrativo de la genealogía, como el de muchas asignaturas, es enorme. No hay familia inmune a un dolor sostenido, a una vergüenza innombrable, o que no oculte un esqueleto en el armario. Pero, por más tentadora que la empresa parezca, la mayoría de las veces narrar una genealogía conduce a sesiones neuróticas de lloriqueos o, en el mejor de los casos, a un recetario de cocina. En Tarantela (Antílope), su primera novela, Abril Castillo Cabrera ofrece una prueba satisfactoria de que no podemos concebir una genealogía sin una escritura ambiciosa. Poco importa si sus personajes y la maldición que cargan a cuestas provienen de su memoria personal. A final de cuentas, queda la convicción de que son creaturas genuinamente literarias. De qué otra cosa sino de eso se trata. Partiendo de su experiencia y de sus pesquisas a lo largo de unos años privados de sosiego, la narradora traza una línea que va desde sus abuelos maternos hasta el momento en que decide dar cuenta —imaginar y escribir un libro— del infortunio que pesa sobre su familia. A veces confía en sus recuerdos o en los de los testigos lejanos, y en otras incluso reproduce, a la manera de un inspector de actas, una agenda con hechos, fechas y datos

ROBERTO PLIEGO

Tarantela México, 2020 registrados con helada parquedad. Puede, asimismo, asumir el papel de una observadora entrometida pero siempre imparcial o hacer ejercicios prolongados de introspección. Y aunque el objeto de sus indagaciones y exigencias resulta a cada tramo una prueba del triunfo de la muerte sobre el deseo de vivir, no se permite una sola nota de autoconmiseración. Así, al ritmo de una triste canción de cuna, leemos: “A las arañas no las matamos porque se comen a los otros insectos, decía mi papá. Él tampoco sabía que hay arañas venenosas. No sabíamos distinguirlas. Todos llevamos una gota de veneno en la familia.

Y otra gota que es la salvación. El secreto está en la mirada, en ver a la alacraña y saber nombrarla: veneno o antídoto”. El detonador de Tarantela es la agonía de un tío que quizá intentó suicidarse con veneno para ratas y solo consiguió transformarse en una imagen del deterioro físico y mental; el cierre es el asesinato de un tío abuelo en las barrancas de Zacatlán. Uno y otro episodio señalan el principio y el fin de la novela. El largo interludio ofrece el delirante cuadro psiquiátrico del hermano de la narradora, las ruidosas estancias hospitalarias, las pérdidas amorosas, los juegos destructivos con los que se combate la soledad. No en vano, casi al final aguarda esta sentencia: “Las mujeres en la familia nos envenenamos con los demás. Nos sentamos al lado de los enfermos. Los hombres pueden vivir y enfermarse y morir. Las mujeres estamos a su lado. Parecemos inmortales pero ellos son nuestro veneno”. Lejos de la pendencia y la diatriba, Abril Castillo Cabrera ha iluminado una zona en penumbra de la condición femenina. Aun sin el azote del machismo y los dogmas patriarcales, aun sin la violencia a corto y largo plazo y el sentimiento de humillación a cada respiro, aun cuando todo parece ir bien, las mujeres se descubren también víctimas de la debilidad de los hombres.

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ENSAYO, NARRATIVA Tsunami 2

Una bestia en el paraíso

Serie de circunstancias…

Gabriela Jauregui (edición) Sexto piso México, 2020 240 páginas

Cécile Coulon Seix Barral México, 2021 259 páginas

Yolanda Segura Almadía México, 2021 72 páginas

Doce autoras se dan cita en este volumen que reivindica las luchas de las mujeres. Cuestionan, entre varias cosas, el papel tradicional que juegan madres e hijas, la identidad del cuerpo femenino, las jerarquías sexuales y aun algunas manifestaciones radicales y discriminatorias de las alas más radicales del feminismo.

Ganadora del Premio Le Monde 2019, esta novela tiene la forma de una inocente historia de amor en la Francia rural, tan bucólica como poblada de secretos, entre la joven y huérfana Blanche y el simpático Alexander. Nada, sin embargo, es lo que parece. Lo que creemos un paraíso puede ser el asiento de una dilatada venganza.

El título completo del libro es Serie de circunstancias posibles en torno a una mujer mexicana de clase trabajadora y en él se conjugan poesía y sociología. Segura sigue la vida de Eloísa, nacida en 1942, una mujer de clase media que se ve obligada a entrar a la vida laboral muy joven. Se plasman sus sueños y su realidad.


LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.

6 DE MARZO 2021

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HUSOS Y COSTUMBRES

Un año ANA GARCÍA BERGUA

H

ace un año me alistaba para ir a la gran marcha del 8 de marzo; me puse una camiseta morada y un paliacate verde. Mi hermana y yo nos fuimos en metro y en el Monumento a la Revolución nos unimos a un contingente de poetas. Nunca había visto tal cantidad de mujeres reunidas, de muy diversos grupos y orígenes, tantas juntas, furiosas y alegres a la vez. Tantas que perdimos al contingente, pero llegamos al zócalo. Y el día 9 las amigas nos preguntábamos: ¿vas a hacer huelga? Yo no sabía si dejar de ir a dar mi clase y mi taller, lo consulté con mis alumnas y al final decidí que sí, iba a faltar. Si la ciudad debía saber lo que era un día sin mujeres, pondría (o quitaría) mi grano de arena. Los medios hablaban del coronavirus y el Presidente recomendaba darse abrazos, sería como una gripe fuerte. En la marcha nadie pensó en usar cubrebocas. Había que lavarse mucho las manos y ya.

8 DE MARZO DE 2020

Marcha por el Día Internacional de la Mujer.

Todavía esa semana viajé con ERA a Monterrey a la Feria del Libro para celebrar los 60 años de la editorial. Se empezaba a hablar de desinfectar cosas y en la farmacia del aeropuerto traté de comprar gel con alcohol pero se había terminado: me vendieron unas toallitas para las manos. En el avión nadie usaba cubrebocas; me dio un ataque de tos medio asmático por los cacahuates y me cubrí la cabeza con el suéter preocupada por mis vecinos, al parecer no les importó. En la Feria, gente y más gente, muchos amigos escritores y editores, alegres de reunirse y festejar sin otros temores que los consabidos, quejas por el calor, el dinero, por otras cosas. Todos sumergidos en aquel mar de concreción intensa, urdiendo más encuentros y proyectos. De regreso, unas mujeres volaron con cubrebocas puesto, imaginé que venían de Estados Unidos; limpié la mesita del avión con las toallas para las manos.

Atribuí el catarro de esos días a los aires acondicionados. El día 17 estábamos en confinamiento. Pasado el pasmo, con alumnos, maestros y talleristas empezamos a probar el Zoom. De las marchas, los viajes, encuentros y abrazos pasamos a espiar los libreros de nuestros colegas, a conocernos en piyama con nuestras mascotas, a temer y llorar muertes. Miles de muertes, la violencia contra las mujeres en aumento, las redes un obituario interminable, la prensa nuestro zigzagueante oráculo. Bueno, ¿y el 8, qué vamos a hacer el día 8? Se va a armar, me dice mi hija mayor; pero no podemos salir, sería un suicidio colectivo, le respondo. Será en las redes, no sabes la fuerza que tienen las redes; se van a organizar muchísimas cosas. La realidad se ha ampliado, en un año hemos entendido la fuerza de esta redealidad, un aire distinto en el que ya respiramos. Perdón que cuente todo esto, pero sigo sin poderlo creer.

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CAFÉ MADRID

El distinguido hojalatero social de Tepito

A

lfonso Hernández Hernández, el distinguido hojalatero social de Tepito fallecido el pasado lunes, llegó a ser presidente de la Asociación de Cronistas Oficiales de la Ciudad de México pero, de manera inexplicable, no ocupó una silla en la Academia Mexicana de la Lengua. Su holgado conocimiento sobre la oralidad barrial, sus incontables esfuerzos por divulgarla hasta el último rincón del planeta y su habilidad en el arte del albur, bastaban y sobraban para asignarle un sitio en esa honorable institución. Su generosidad y su entusiasmo, sin embargo, lo colocaron en las entrañas de uno de los lugares más emblemáticos del mundo y en la gratitud de un titipuchal de curiosos y metiches, como este reportero, venidos de todas partes, para intentar comprender de qué está hecha la esencia de México. “México ya es el Tepito del mundo y Tepito es la síntesis de lo mexicano”, solía decir este hombre de canas bien peinadas y lentes redondos que, de no ser una víctima más del maldito coronavirus, hubiera cumplido 76 años de edad el 29 de marzo. “Tepito es semillero de campeones, ropero de los pobres, mercado de ocasiones, bisagra del Centro Histórico y un auténtico barrio popular con su propia teoría sociocultural”, definía con certeza intelectual y compartía todos esos elementos sin miramientos con el prójimo. Hace más de una década, José Luis Martínez S., del que soy discípulo, me permitió acompañarlo a la guarida de Alfonso, una nave llena de reliquias variopintas que albergaba al Centro de Estudios Tepiteños. Ahí

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA ARCHIVO MILENIO

lo encontramos escribiendo correos electrónicos en su computadora. Estaba contento, nos contó después de apagar la máquina, porque hacía una semana que se había presentado con gran éxito el proyecto artístico de la catalana Mireia Sallarès, titulado Las siete cabronas e invisibles de Tepito. “Se trata de un documental sonoro y de unos folletos con un pequeño testimonio de cada una. ¡Nomás pa’ que todo mundo se dé un quemón con la clase de mujeres que tenemos

El barrio, con su gente tan entrañable como chambeadora, le dio la vida y un virus se la arrebató

en este barrio!”, dijo con una sonrisa, y no tardó en darnos algunas pinceladas de todas las integrantes de ese emblemático grupo. Cuando se refirió a La Reina del Albur se desató mi curiosidad y, de manera impulsiva, le solté: ¡me encantaría conocerla! Su generosidad fue inmediata: “¡pues vamos de una vez!” Mientras esquivábamos a decenas de compradores, logramos atravesar un largo laberinto de puestos y en la esquina de Aztecas y Fray Bartolomé de las Casas, bajo una lona amarilla, encontramos a Lourdes Ruiz en medio de su puesto de ropa para niños. Tal vez en ese momento Alfonso no lo sabía, pero acababa de “regalarme” a un personaje de magnitud tal que, francamente, no sé si volveré a encontrar en mi vida de reportero.

Alfonso Hernández, especialista en leperatura y promotor cultural.

Para entonces, él ya era el artífice de los mundialmente famosos safaris tepiteños y, junto a Lourdes, impartía talleres de albures. Pero no crean que se trataba de una simple diversión. En realidad, la seriedad con la que se tomaba esa tarea era propia de un catedrático. Piquen, liquen y califiquen lo que señaló, entre otras cosas, en su Silabario alburero básico para novatos: “Entre la barriada rifa la neta con su clarín y su corneta, haciendo del lenguaje la carta de presentación de quienes no consumen fayuca cultural. Y es ahí donde, además de aprender a traer siempre en chinga al ángel de la guarda, también se alburea con las palabras y se cabulea con conceptos, ejercitándose en un ajedrez mental, en verso y sin esfuerzo, cuya álgebra verbal conjuga las etimologías griegas y las raíces latinas con la gramática leperezca y, de paso, combate la fayuca cultural con leperatura barrial”. Pero su labor iba más allá. Entre la chanza y la risa, decía verdades como puños: “Quien no alburea es porque no lo dejan sus complejos. Y si de niños nos enseñaran a alburear, seríamos una potencia en matemáticas y ciencias exactas, pues faltan dinámicas que hagan pensar, porque la tele nomás indigesta con quesadillas de miedo”. El barrio bravo, con sus malandros y su gente tan entrañable como chambeadora, le dio la vida a Alfonso Hernández y un pinche virus se la arrebató. Nos quedan sus eruditas reflexiones, el recuerdo de su incansable labor como promotor cultural y un consejo que dejó para los siglos de los siglos: “cuando vayan a recorrer Tepito, recuerden que siempre es mejor salir algo sobresaltados que muy sobrecogidos”.

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