Laberinto No.927 (20/03/2021)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

EL ATLAS DE PANDORA

FERNANDO ZAMORA

IRENE VALLEJO

Fragmentos de una mujer: oda a los sentimientos

Alicia en el país de los funambulistas

Foto: Netflix

SÁBADO 20 DE MARZO DE 2021 AÑO 17 - NÚMERO 927

Vicente Rojo: libertad, apertura y ligereza Alberto Blanco, Sylvia Navarrete/ Foto: ARCHIVO MILENIO

Ilustración: Román


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ANTESALA

20 DE MARZO 2021

DOBLE FILO

Sexo, verdades y películas FERNANDO FIGUEROA

I

sela Vega (1939-2021) estudió actuación con Seki Sano, José Quintero y Stella Adler. Obtuvo un Ariel como Mejor Actriz (La viuda negra), tres más por Coactuación Femenina (La ley de Herodes, Fuera del cielo, Las horas contigo) y uno de Oro por trayectoria. También trabajó en un centenar de churros, telenovelas, teatro serio, ligero y de revista. Este ping-pong surge a partir de dos charlas que tuve con la diva que supo envejecer. ¿Qué es el cine? Un compendio de todas las artes. Primera película que la conmovió. Lo que el viento se llevó. ¿Usted es de izquierda o de derecha? Yo soy muy rebelde desde que nací y, por tanto, de izquierda. ¿Atea gracias a Dios? Las religiones son producto del miedo y no me gusta que me asusten, ni en el cine. ¿No le gusta ninguna cinta de terror? Solo de suspenso, como Hitchcock. Un dramaturgo. Arthur Miller. Una obra de él. La muerte de un viajante. Un escritor mexicano. Juan Rulfo. Una escritora mexicana viva. Rosa Beltrán. El día más triste de su vida. Cuando murió mi mamá, siendo muy joven. ¿Aún cree en el amor? Sí, pero soy freelance. No me gusta la exclusividad ni en la tele ni en mi casa. Buñuel se sintió feliz cuando perdió el apetito sexual, ¿también es su caso? ¡Ah, sí! Es una liberación. Desde joven quería que esa tiranía se fuera al carajo. ¿Para cuándo su autobiografía? No estoy segura de querer hacerla. Narrar mi vida no es problema, pero sí hablar de otros; además, necesitaría una beca porque no puedo dejar de trabajar. ¿Cuánto sexo tendría ese libro? Pues… algo, porque en ese sentido soy muy cínica. No tengo clóset mental. ¿Hay amor sin sexo? Claro que sí, el amor universal. ¿Sufrió acoso de joven? Cuando creces en un rancho, aprendes a estar alerta y siempre traes esa intuición. ¿Para qué sirve el dinero? Para cubrir necesidades reales y para prestárselo a quien lo necesita. Un libro que le encante. I Ching. Jodorowsky me enseñó a leerlo. De Alejandro Jodorowsky se hablan maravillas y cosas terribles. Yo apreciaba lo que él me aportaba, pero no estaba dispuesta a irme de rodillas a la Villa si lo pedía. Hay límites. ¿Qué escandaliza a alguien como usted, quien escandalizó a la sociedad en los años setenta? Los curas pederastas, los fraudes electorales y la corrupción. ¿Qué la motiva actualmente? La curiosidad. La muerte me va a agarrar a destiempo porque siempre veo hacia adelante. Quiero saber qué sigue en mi vida y qué otro libro voy a leer.

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Fragmentos de una mujer. Dirección: Kata Wéber y Kornél Mundruczó. Disponible en Netflix.

HOMBRE DE CELULOIDE

El puente hacia una nueva mujer

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA NETFLIX

omo si fuésemos padres primerizos, Pieces of a Woman (traducida al español como Fragmentos de una mujer) nos pone nerviosos. Poco importa lo que sabemos y lo que no de este proceso: el de nacer. Los húngaros Kata Wéber y Kornél Mundruczó manipulan las emociones del espectador como buenos titiriteros. Del nervio nos conducen a la ternura, la aprensión, el horror. La mancuerna húngara cobró notoriedad hace ya tiempo (en 2014) con White God, otra película en que la protagonista también era mujer. White God se filmó cuando Wéber y Mundruczó vivían en Hungria. Y tenían pocos recursos pero los administraban bien. Ahora, con Pieces of a Woman tienen ya un repertorio técnico mucho más elaborado. Han podido así tejer el artificio de esta mujer y relacionarlo con la construcción de un puente ficticio en los suburbios de Montreal. Pieces of a Woman es una magnífica película, primero, porque los creadores recrean con eficiencia el drama más cotidiano de nuestra existencia: dar a luz. Durante 38 minutos no aparece el título. Los creadores quieren así asentar antes que nada los elementos que sostienen su drama: el invierno, la claustrofobia y un matrimonio a punto de

desplomarse. Como el puente que, si cae, desgajará cimientos, cables y estructuras. Para empezar, las decisiones de Sean y Martha ya han cimbrado todo un sistema de creencias tradicionales. Son una pareja de judíos ambientalistas que ha resuelto que su hija nazca en casa, de modo “natural”. La idea, claro, ha puesto de punta los pelos de la abuela, sobreviviente del Holocausto. Pero Martha y Sean luchan por ser ellos mismos y poder unir sus creencias con las del mundo que les ha dado vida. Entre uno y otro puntos cuelga este puente metafórico. En segundo lugar, es notable el trabajo de los actores en el desarrollo de su carácter. Al parto que nos sitúa al principio de Pieces of a Woman sigue el cultivo de vicios que se creían superados: él sufre una adicción y ella de aversión contra su madre. Ahora bien, para haber podido manejar tan eficientemente la sinfonía de emociones que propone Pieces of a Woman, la mancuerna

Los creadores recrean el drama más cotidiano de nuestra existencia: dar a luz

de húngaros ha tenido que ser muy precisa, también, con la cámara. Ella se encuentra siempre en el sitio más adecuado para ofrecer al espectador el sentimiento preciso. Ojo, el sentimiento, que no el sentimentalismo. Y este es, quizá, el gran logro de una película que por eso es tan recomendable. Si hubiese estado mal dirigida, Pieces of a Woman podría haber sido el azucarado capítulo de una mala serie de televisión. Aquí los sentimientos originan decisiones y no al revés, como en el sentimentalismo, que se caracteriza por que las decisiones son tomadas al azar y por emociones del todo injustificadas. Por último, hay que comentar que Vanessa Kirby recibió dos nominaciones esta semana. Kirby podría ganar muy pronto el Globo de Oro a mejor actriz o, tal vez, un Oscar. Y lo merecería. Porque hace suya esta película poniendo en escena este carácter (esta cicatriz) desde su personalidad. Otra mujer hubiese hecho otra película. Como Azul con Juliette Binoche, otra actriz que consiguió, en la obra de Kieślowski, llevar al espectador de un lado al otro de un puente: el de la tragedia que transita entre el horror y el consuelo de saber que la vida puede seguirse viviendo, a pesar de que las cosas no siempre son como deberían ser.

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POESÍA

Sahara

LOS PAISAJES INVISIBLES

Dan Fante: parricida

ABRAHAM TRUXILLO

¿Es esa nube de arena

realmente del Sahara? ¿Se elevaron esas dunas para volar hasta aquí? ¿Es verdad que los desiertos se levantan contra el sol? ¿Y si el viento arrancó esas dunas, podrá elevarnos un día? Mañana habrá un poco de polvo de Sahara en nuestras puertas. Escribirán los niños en las arenas del Sahara de un parabrisas. Luego tolvanera flotará de vuelta al desierto, nos llevará a uno o dos. Abraham Truxillo (1983) es autor del poemario Postales del ventrílocuo (Ediciones Sin Nombre, 2011). Ha colaborado en medios como La Jornada Semanal, Revista de la Universidad, Casa del Tiempo, Tierra Adentro, Cultura Colectiva, Periódico de Poesía.

EX LIBRIS

La vacuna/ EKO

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ANTESALA

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IVÁN RÍOS GASCÓN

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@IvanRiosGascon

l buen parricida no se desquita eligiendo un oficio distinto al del patriarca ni amoldando su personalidad en sentido contrario al del progenitor; el buen parricida no abjura amargamente de la figura de su encono, lo hace de modo sutil, como una referencia eterna a su desastre existencial. El buen parricida es una copia casi exacta de su enemigo, pero recargada. La malquerencia, entonces, adopta el cariz siniestro del odio hacia el espejo. Así fue Dan Fante (1944–2015), un narrador tardío que apaleó al fantasma de su padre John a través de cuatro novelas, algunos cuentos y sus memoirs (Fante: un legado de escritura, alcohol y supervivencia), en las que el creador de Pregúntale al polvo y las sagas de Arturo Bandini encarna al patriarca tiránico, irascible y fracasado que, desde la perspectiva del hijo perdedor, malgastó su talento con el dinero fácil y los lujos vulgares en los comederos de Hollywood, los bares y el campo de golf. Esas Memorias no son, propiamente, un relato truculento sobre los defectos de John ni una simple crónica de martirio familiar. Por fortuna, el libro se ocupa de otros menesteres como la lectura y el método escritural (Dan Fante comenzó como poeta), y la remembranza de la indigencia, los empleos de quinta clase, la bebida y los bajos fondos. Pero hablábamos del parricidio. Como otros autores hijos de autores, digamos William Burroughs Jr. o Martin Amis, Dan Fante decidió hacerle una modesta competencia a John y para aniquilarlo cambió de género, se hizo novelista y cultivó un estilo radicalmente distinto al del hombre que lo crió. Chump Change y Mooch, sus novelas más destacadas, no comulgan con la prosa o el temperamento estético de John sino que se parecen más a los de Hubert Selby Jr. o de Charles Bukowski. Textos feroces, atrabiliarios. Bitácoras de viaje a la ignominia, sinfonías desarrapadas y orografías mentales con despeñaderos que serían inconcebibles en el otro Fante, el vástago canalizó sus experiencias en el fango para llevar al extremo lo que el patriarca no quiso o no se atrevió a hacer: explorar el grado menos cero del amor propio, sentir el remordimiento con placer malsano. De paso, se permitió reelaborar. Eso sucede en Mooch: continuación de las aventuras del alter ego Bruno Dante en Chump Change, esa novela es una clara reinvención de Pregúntale al polvo, solo que rebosante de fluidos, hedores y jaquecas, y desprovisto de idealismo o sensiblería ya que a pesar de que Bruno Dante, como Arturo Bandini, también es pobre y se enamora de una mexicana, en Mooch no hay sueños sino puras resacas, hay más antipatía que afecto y menos pasión que revanchismo genital. William Burroughs junior detestaba a Burroughs senior y en venganza escribió apegado al estilo de Jack Kerouac. Martin Amis confesó cierto rencor a Kingsley y, en consecuencia, escribe con más víscera y humor torcido aunque no deja de alabar la grandeza paterna (Experiencia). En eso, Dan coincide con Martin: escrita después de la muerte de John, Chump Change, su primera novela, mira al padre como héroe, ídolo, guía y autoridad (literaria, no moral), aunque esa sombra atormente al borrachín, suicida y homosexual en ciernes que es Bruno Dante. Colérico y perdedor, como buen parricida chapotea en la infamia solo para atormentar al fiambre metafórico con una prosa heredada de otras plumas, y reproches despiadados: “Habiéndose criado en la escasez de los años treinta y viéndose ahora ante la hermosa y próspera ciudad de Los Ángeles —un kibutz paradisiaco sacado de una revista ilustrada— Jonathan Dante, aquel escritor muerto de hambre, supo que haría lo que fuera para conquistarla. Deseaba penetrar con su lengua cada uno de sus orificios. Sin embargo, no quiso darse cuenta de algo que hasta sus huesos sabían: que estaba lamiendo el clítoris a la mujer araña”.

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Con estos ensayos recordamos a Vicente R se extendió al diseño gráfico, la edición, la

Emblema y variaciones sobr

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ALBERTO BLANCO FOTOGRAFÍA ARCHIVO MILENIO

Vicente no le gustaban los números nones. Creo que no le habría gustado saber con anticipación que dejaría este mundo en el año 2021 a los 89 años —recién cumplidos— de edad. Aunque, bien visto, ¿qué más da? Más aún… ¿qué quiere decir dejar el mundo? Vicente, como todos, no se va a ningún lado. No solo sus cenizas habrán de seguir en este planeta hasta nueva orden, sino que el recuerdo de su amable persona sigue vivo en muchos que lo quisimos, y su obra seguirá acompañándonos hasta un definitivo desorden. A lo largo de muchas décadas tuvimos una amistad que permaneció inalterable, y una larga historia de colaboraciones de todo tipo. Escribí para muchas de sus exposiciones, di pláticas y entrevistas sobre su obra, acompañé sus imágenes con poemas e hice libros de poesía acompañados de sus imágenes. Hay libros míos editados por él, carpetas con su obra gráfica y mis textos, portafolios, esculturas, libros de artista hechos al alimón, etcétera. En 2014 me hice cargo, con su respaldo y apoyo, de la curaduría de una retrospectiva que se presentó en el CECUT, de Tijuana, titulada Vicente Rojo: Cuaderno de viaje, que abarcaba cinco décadas de trabajo sobre papel. Se inauguró el día en que cumplió 82 años gracias a los buenos oficios de Pedro Ochoa. Y, por amor a los números y en atención a la justicia poética, decidí que la muestra constaría de 82 obras. Vicente estuvo encantado con el número, sobre todo, porque era un número par. En la conferencia previa que ofrecí en el CECUT, dije, palabras más o menos, lo siguiente: Vicente Rojo es una figura imprescindible en las artes plásticas de México y de Hispanoamérica en los siglos XX y XXI. Baste pensar en la trascendencia de su figura en el campo del diseño para estar de acuerdo en que tiene un lugar de privilegio en la historia de la cultura mexicana. Creo que no exagero al decir que antes de Vicente Rojo, el diseño gráfico en México no existía. Y no quiero decir que no existieran portadas de libros o revistas, sino que

se hacían de forma artesanal. Vicente Rojo es el padre fundador del diseño gráfico en México. Pero no es solo el diseño gráfico lo que convierte a Vicente Rojo en una figura cenital, sino también, y sobre todo, su labor como artista visual. Además de su trabajo en revistas, libros, diarios, suplementos, etcétera, deja una amplia e inigualable obra pictórica, escultórica y gráfica. Su obra es muy extensa: el fruto de más de 60 años de trabajo. Sostener una labor así, sin detrimento de la calidad y sin bajar el ritmo, no es nada fácil. Un artista cabal, un trabajador infatigable. Vicente Rojo nació en 1932 en Barcelona, pero siempre se consideró un artista mexicano. Durante su infancia, estalló la Guerra Civil. A sus cuatro o cinco años, las bombas caían muy cerca de su casa. Vicente y su familia salieron de España en 1949, y llegaron a radicarse en México cuando tenía diecisiete años. Para entonces, ya había pasado su infancia y su adolescencia. Esto quiere decir que hay una parte íntima de Vicente Rojo que tiene más que ver con Barcelona, con Cataluña y Europa, que con el arte producido en México, donde se formó. A los diecisiete años Vicente Rojo comenzó a estudiar cerámica y otras disciplinas en La Esmeralda, y muy pronto comenzó a trabajar. Se formó desde muy joven en las trincheras de las editoriales y tuvo la suerte de contar con dos mentores extraordinarios: el maestro Miguel Prieto, que fue el encargado de todas las publicaciones del Instituto Nacional de Bellas Artes, y Fernando Benítez, zar de los suplementos culturales y las revistas en México. Desde mediados de los años cincuenta, en sus ratos libres comenzó a dibujar laberintos. El símbolo del laberinto tiene, al menos, dos significados opuestos o complementarios: es un camino intrincado, difícil de recorrer, de adivinar y predecir, que dificulta la entrada y protege algo o a alguien; pero también le dificulta la salida. El laberinto expresa muy bien ambos polos en Vicente Rojo. Sé bien que por mucho tiempo estuvo fascinado por dificultar las cosas, hasta el punto de llegar a decir: me gusta que un cuadro mío sea lo más difícil, problemático y hermético posible. Pero sé también que buscó con ansias la apertura, la ligereza y la libertad.

Y no fue sino hasta 1964 en que, por primera vez en su vida, Vicente pudo dedicarse totalmente a la pintura, gracias a una modesta beca que le permitió pintar en Barcelona todo un año. Estaba casado con Alba Cama de Rojo, con quien tuvo dos hijos: Alba y Vicente. A partir de ese año, el encanto de las telas y los pigmentos no habría de abandonarlo nunca. Vicente Rojo es una figura imprescindible para entender el cambio de las artes visuales en México a mediados del siglo XX. Frente al panorama dominado por los muralistas y la llamada Escuela Mexicana de Pintura, con la famosa —o infame— frase de

Su obra es muy extensa: el fruto de más de 60 años de trabajo. Una labor así, no es nada fácil

Siqueiros: “No hay más ruta que la nuestra”, una nueva ola de artistas se abrió paso. Vicente Rojo, Manuel Felguérez, Lilia Carrillo, José Luis Cuevas, Roger von Gunten, Brian Nissen, Fernando García Ponce, Gabriel Ramírez y Arnaldo Coen —entre los principales— dieron señales de un viraje radical en la pintura y en la cultura del país. No por casualidad que el nombre que los agrupa —La Ruptura— se acuñó en el año axial de 1968, a partir de la muestra titulada precisamente Ruptura. 1952-1965, que tuvo lugar en el Museo Carrillo Gil. Desde esa ruptura —y el arte mexicano contemporáneo es impensable sin la Generación de La Ruptura— Vicente nunca volvió al arte figurativo. Sus trabajos se volvieron abstractos desde entonces. El cuadro como construcción pasó a ser una suma


DE PORTADA

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MEMORIA

Rojo, cuyo talento plural a escultura y la pintura

El secreto del discreto

re un mismo tema S El artista nació en Barcelona en 1932 y murió el pasado 17 de marzo en la Ciudad de México.

contradictoria de destrucciones. Vicente optó por la abstracción para restar, quitar y disminuir; para trabajar con menos y menos elementos; para simplificar. La obra de Vicente Rojo ilustra a la perfección uno de los principios fundamentales del arte: cómo hacer más con menos. Toda su obra madura está construida básicamente con elementos muy sencillos: puntos, rayas, círculos, cuadrados, triángulos. Podríamos decir que la culminación de este proceso es su famosa serie México bajo la lluvia. Emblema y variaciones sobre un mismo tema. Y es que, una vez que Vicente comenzaba a explorar una idea, no la soltaba hasta lograr exprimirle la última gota. Así, a finales de los años sesenta se dedicó a realizar grandes cuadros con la

figura, imagen o tema de la letra T. Más simple no se puede. Hizo casi 200 cuadros con una T. Llamó a esta serie Negaciones, con la idea de que cada T niega la anterior. En la gran exposición retrospectiva que tuvo en el Museo de Arte Moderno en 1996, tuve oportunidad de aquilatar a fondo su modus operandi. Vi la exposición antes de que se montara; luego la volví a ver el día de la inauguración. Después fui solo a verla de nuevo. Y, finalmente, Vicente me pidió que fuéramos a verla juntos. La recorrimos solos, viendo con mucha atención cada pieza y comentándolas sobre la marcha. Por primera o quizá segunda vez en mi vida, lamenté no haber tenido una grabadora conmigo para registrar la conversación, porque, en realidad, fue un recorrido

por toda su historia siguiendo un orden cronológico. Cuando nos despedimos en el estacionamiento del museo me quedé allí pensando si valdría la pena intentar reconstruir la conversación. Regresé al museo con la intención de hacer el recorrido una vez más para recordar todo lo que habíamos hablado, pero justo antes de volver a entrar me dije: “No, no tiene ningún sentido, lo que fue, fue. Este fue un regalo que nos dimos el uno al otro y, como muchas cosas en la vida, ya se esfumó”. Como dicen los huicholes: “pan pa’Dios”. A otra cosa”. Regresé a casa y di por terminada la aventura. Pero me desperté a medianoche con una necesidad imperiosa de volver sobre la conversación y decidí recordarla. Al día siguiente hablé con Vicente y le dije: “No lo vas a creer, pero me pasé gran parte de la noche escribiendo nuestra conversación”. Me respondió: “¡Estupendo! Envíamela, quiero leerla”. Entonces le dije: “Pero he escrito muy poco”. “¿Cuántas páginas?”. “No sé… serán como veinte páginas”. “¡Veinte páginas! No puede ser… ¡mándamelas ya!” Cuando terminé de reconstruir nuestra conversación tenía yo más de noventa páginas. Se las envié, y creo que nunca estuvo realmente convencido de que yo no llevaba una grabadora. Frente a una de sus piezas, de la serie Señales, de repente, y como si hubiese yo adivinado el título del lienzo, me detuve: la pieza se titula Señal detenida. La contemplé por mucho tiempo sin decir nada. Y tras un largo silencio, y sin aviso previo ni censura, grité: —Carajo, Vicente, ¡qué absurda es la pintura! —¡Sí, claro! Sí, a veces me dan ganas de dejar todo esto y de dedicarme a criar perros. —Te entiendo perfectamente. —Sí, un criadero de perros y lo demás al diablo.

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SYLVIA NAVARRETE

on de estas personas que uno agradece haber conocido. No solo se siente gratitud, sino ser objeto de un favor privilegiado, como si tratarlo nos hubiera descubierto una parte buena de nosotros, escondida bajo la vanidad y las pretensiones inútiles. La humildad, la honestidad y la generosidad de Vicente Rojo son virtudes que le reconocemos unánimemente. No pongo “modestia”, porque en 2008 me insinuó que remplazara este término por el de “discreción” en un libro que le dediqué para el Taller Gráfica Bordes. Se erizó un instante a la pregunta acerca del papel del erotismo en su obra, para luego reírse: “Es el secreto del discreto”. Cuando en 1993 publiqué una monografía sobre Miguel Covarrubias en la colección Galería que coeditaban ERA y Conaculta, tuve mi primer contacto profesional con él. Se encargaba del diseño gráfico y cuidado de la edición con Rafael López Castro, asistido por su hijo Vicente Rojo Cama. Me invitó a su casa de la calle Dulce Olivia con el pretexto de que revisáramos las pruebas. Su esposa Alba, responsable de la investigación iconográfica, me explicó el orden de las reproducciones, y Vicente, con tacto de seminarista, me sugirió ciertas modificaciones a mi ensayo. Salí de la cita con la sensación de haber aprendido algo del ejercicio del respeto ajeno, y mucho del don de concebir un libro con meticulosidad y amor. Vicente convertía el trabajo con los demás en una experiencia de amistad y de aprendizaje que hacía parecer mutuo. Me imagino que en algún momento le habrá dado flojera contestar llamadas telefónicas o correos electrónicos que lo reclamaban aquí, allá y acullá. Pero lo hacía, sin falta. Y solía corresponder a la petición no solo con afable disposición, sino también con un recado manuscrito y un dibujito personalizado. Tejía lazos afectuosos. En su larga trayectoria que combinó los talentos de diseñador, editor y artista, sus pupilos, colaboradores y colegas se convirtieron en amigos y testigos de sus brillantes aportaciones a cada uno de esos campos de la cultura. Por mi parte, tengo la impresión de que, en la plástica, Vicente Rojo se empezó a soltar a partir de los años 1990. El punto de inflexión lo marcó la serie Escenarios, que fue renunciando a los andamiajes sistemáticos y a los ritmos estrictamente paralelos de sus ciclos anteriores (Negaciones y México bajo la lluvia, por ejemplo), para abrir aquella “geometría sensible” a soluciones y paletas que aunaban la sensualidad a una energía brotada de la fantasía y la gracia infantil, de libres evocaciones ópticas, de juegos celebratorios. Surgieron laberintos erosionados vistos en picada, ciudadelas de tierra y sangre, códices con espejos enterrados, pirámides con discos solares de barro bruñido, cajas de herramientas para Méliès y Julio Verne, partituras donde se posan los signos como pájaros en los alambres… ¡Hasta un homenaje a la discoteca salpicado de lentejuelas vi en una exposición de la López Quiroga, hará 25 años! Lo invité en 2019 a participar en una exposición de cerámica mexicana que se presentó en Los Pinos. No ocultó su escepticismo ante la desorganización y los recortes presupuestales del inicio del sexenio, pero aceptó como siempre: “Contigo hasta Angangueo”. Cuando terminamos de apartar en su taller las piezas más hermosas (vajillas concebidas como módulos multicolores de platos apilables en forma de volcán), me dijo: “Escoge la que quieras”. Y volví a casa con una sopera geométrica amarilla tipo Bauhaus bajo el brazo. En otro proyecto de una exposición-subasta en Monterrey, a inaugurarse próximamente en beneficio de una escuela de oficios para jóvenes de bajos recursos, le pedí una obra con el motivo arquetípico de la mano. Me entregó una gran vitrina que contiene dos modelos articulados de madera que imitan el gesto divino de la Capilla Sixtina. Me extrañó el precio de salida, anormalmente bajo. Me lo confirmó: “No lo podemos subir. Es un tema bíblico”.

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LITERATURA

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EL ATLAS DE PANDORA

Alicia en el país de los funambulistas Es más que difícil conciliar las tareas domésticas con los afanes de una profesión

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n los últimos meses has llevado una vida de cuento de hadas. Es decir, zarandeada por múltiples hechizos, embrujada por un travieso duende, desafiada por mensajes imperiosos y mil peligros que conjurar. Tu casa se ha convertido en un oscuro torreón donde, prisionera y cautiva, debes afrontar pruebas imposibles. Frente al ordenador, te empeñas en terminar el trabajo antes de las malignas fechas de entrega, con las manos aún ateridas tras tender la ropa y el oído alerta al puchero que burbujea al fuego. Mientras tanto, tu hijo —por jugar, por llamar tu atención— trepa por el respaldo del asiento agarrándose a los mechones de tu melena como si fuesen cuerdas. Entonces sientes, como Rapunzel, que no puedes con el pelo. Lo sabían muy bien los hermanos Grimm: las fábulas infantiles son en realidad historias de terror. Nuestros pequeños pisos, invadidos y expuestos al exterior en incontables videoconferencias, ya no protegen nuestra vida privada. Se han convertido en espacios confusos donde nos reclaman al mismo tiempo los jefes y los hijos. El tiempo laboral y el familiar forman una enredada maraña que ahoga los territorios interiores e íntimos del sosiego. El teletrabajo y la conciliación nos exigen un esfuerzo colosal, hercúleo, propio de semidioses. Precisamente Hércules fue el más explotado de todos los héroes de la mitología, el único mortal capaz de sostener la carga del mundo sobre las cervicales. Tuvo que afrontar sus doce famosos trabajos por objetivos, sin horarios, sin fines de semana ni vacaciones pagadas, sometido como un falso autónomo al déspota Euristeo. En una de aquellas legendarias pruebas, debía enfundarse el delantal y limpiar en un solo día el estiércol acumulado en los establos del rey Augias. Era una labor a la altura de cíclopes con estropajo: nadie había fregado ni desinfectado esas cuadras desde épocas remotas. El guerrero más musculoso de Grecia casi desfalleció ante la hedionda misión de adecentar aquella pocilga. Hércules era capaz de vencer a los más temibles monstruos, pero, como todo el mundo sabe, erradicar la mugre es infinitamente más difícil.

IRENE VALLEJO ILUSTRACIÓN ROMÁN

En otra de sus aventuras, nuestro fornido héroe entró al servicio de la reina Ónfale y, vestido de mujer, asumió las tareas domésticas de la corte. La versión helenística del I want to break free de Freddie Mercury es, probablemente, el primer testimonio del titánico desmadre que supone conciliar las metas laborales con los cuidados del hogar. E l c i n e a st a Martin Scorsese, que acostumbra a rodar historias de acción trepidante, describió estas vidas al límite en Alicia ya no vive aquí. La protagonista queda viuda en la simbólica localidad de Socorro, Nuevo México. Tras años dedicada

Los esfuerzos extenuantes sostienen la sociedad en precario, pero no la transforman

a la familia, emprende, ante la mirada escéptica de su hijo, un viaje a la vez exterior e interior en busca de empleo. Asfixiada por las inseguridades, afronta las prisas matinales, los equilibrios con el tiempo, los nervios acumulados durante el día, el cansancio de cada noche y las ojeras como parte del uniforme. Ante el niño debe fingir que su plan tiene éxito y que ella es capaz de domesticar todos los caos. Y así, en casa, en vez de darse un respiro, empieza a interpretar. Una madre malabarista y funámbula será siempre una gran actriz. Cuando las encuestas nos interrogan acerca de los mayores arrepentimientos vitales, las respuestas suelen ser muy parecidas: haber trabajado demasiado, no haber dedicado más tiempo a los seres

queridos. Y seguimos sin hacerlo. Resulta irracional que gran parte de la población viva desbordada y exhausta la conciliación de su profesión y sus afectos, mientras otra parte se desespera por un empleo. Bien lo sabía Hércules, el que sujetaba el mundo, y también Alicia del país de Socorro: los esfuerzos extenuantes sostienen la sociedad en precario, pero no la transforman. Necesitamos imaginar una pócima sosegada que equilibre los afanes y los cuidados. Si no reaccionamos, la espiral de vida ansiosa y apresurada nos seguirá arrastrando como si lo más sensato fuera sumarse a esta locura. © Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, S. L. © Irene Vallejo.

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EN LIBRERÍAS

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NARRATIVA, ENSAYO La invención de los cuerpos

El Club del Crimen de los Jueves

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A FUEGO LENTO Poder del sueño

Páradais México, 2021

Pierre Ducrozet Canta Mares México, 2020 291 páginas

Richard Osman Espasa México, 2021 492 páginas

Roger Caillois Atalanta España, 2020 474 páginas

La revelación de las letras francesas entrega una novela (Premio Flore 2017) con una fuerte carga mexicana. Su protagonista es Álvaro, un profesor que ha sobrevivido a la noche de Iguala en la que desaparecieron 43 jóvenes, quien emprende la huida hacia el paraíso tecnológico de Silicon Valley. Ducrozet se sirve de las herramientas de internet para elaborar una crítica a las promesas transhumanistas que convierten al ser humano en una pieza reemplazable.

Novela negra centrada en cuatro personajes de la tercera edad (Elizabeth, Joyce, Ibrahim y Ron) que viven en Cooper Chase, un conjunto residencial de jubilados. Ellos se reúnen los jueves para platicar de crímenes sin resolver y así mantener ocupadas sus mentes. Cuando ocurre el asesinato de un agente inmobiliario con intereses en la zona, las habilidades de los cuatro se ponen a prueba. Construida como un rompecabezas, mezcla la crítica social y el humor.

A partir de lo que podrían significar los sueños y de las relaciones que guardan con el mundo de la vigilia, el escritor francés ha configurado una selección de relatos antiguos y modernos de rara estirpe onírica. Arranca con Liezi, un autor taoísta del siglo V antes de Cristo, y cierra con Julio Cortázar y una incursión nocturna en forma de diario. La tradición oriental tiene tanto peso como la occidental y los clásicos aportan reflexiones que no dejan de resonar en el presente.

Andrés Casillas de Alba

Arboretum

Sobre el inconveniente...

Varios Fundación de Arquitectura Tapatía México, 2021 264 páginas

David Byrne Sexto Piso México, 2020 192 páginas

Plutarco Ariel México, 2021 256 páginas

Siempre se agradece encontrarse frente a esas construcciones que detonan armonía y serenidad, tanto con su entorno como con quienes las habitan. Eso lo sabe La Fundación de Arquitectura Tapatía Luis Barragán que ha publicado un tributo a la trayectoria y a las obras de Casillas de Alba a través de fotos, planos y croquis. La asociación centinela del legado de Barragán lo considera su único discípulo. Para adquirirlo, escribir a casaluisbarragan@gmail.com

Sabemos que el legendario músico practica también la escritura y la pintura. Estas dos últimas disciplinas se dan la mano en este sugerente volumen. Se trata de un conjunto de mapas mentales, o arborescencias, capaces de conectar los estados intuitivos con algunos procedimientos científicos. De esta manera, la escritura automática como punto de origen conduce a revelaciones inesperadas. Nada se descarta. Los dibujos funcionan como editores del pensamiento.

Historiador, biógrafo y ensayista, el griego Plutarco es conocido sobre todo por su obra Vidas paralelas; menos célebre es Moralia, en la que se plasman sus preocupaciones éticas. De este se extraen los ensayos que conforman el presente volumen, cuyo título completo es Sobre el inconveniente de tener muchos amigos. Como los usuarios de las redes sociales es lo que buscan en nuestros días, el editor Gonzalo Torné cierra el libro con un texto que toca este punto.

Los motivos del más fuerte ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

A

demás de una visión electrizante de la violencia en México, Páradais (Literatura Random House) es una lección de tempo narrativo. Las vidas de Franco y Polo no pasarían de la nota roja, el informe policiaco o la consigna disfrazada de aspiración literaria si no fuera por el pulso hipnótico que los acompaña mientras se revuelven contra sí mismas y sus semejantes. Ahí están esas vidas dispares: la de Jacobo, el adolescente mimado, adiposo y babeante; y la de Polo, el jardinero casi adulto. Pertenecen a mundos opuestos pero terminan unidos por el efecto de la soledad. Otra cosa los hermana: el veneno de la obsesión. Aquel “no hablaba de otra cosa que no fuera cogerse a la señora Marián, hacerla suya a como diera lugar”. Este solo piensa en abandonar su casa miserable y mugrienta para reencontrarse con su primo, el empleado de poca monta de una banda criminal. Fernanda Melchor pone en juego una idea elástica del presente. Mientras la razón se tambalea frente al empuje de la obsesión, y los hechos comienzan a moverse a gran velocidad, va recuperando fragmentos del pasado, más con el propósito de ahondar en lo que quizá ha vuelto aborrecibles a los protagonistas que de crear una imaginería de significados locales, por más que Páradais sea un lujoso fraccionamiento enclavado en algún punto imaginario de Veracruz. Se trata de la violencia, por supuesto, de la violencia contenida en un “Quién sabe qué tesoro o maravilla esperaba encontrar en el coño de la vieja” o un “¿cómo me la voy a coger si le amarras las piernas?, pero también de esa otra: la que ejerce cotidianamente el riquillo sobre sus criados, la madre odiosa sobre su hijo, el secuestrador sobre su víctima. Y se trata asimismo, y sobre todo, de cómo traducir literariamente sus formas de expresión. En este sentido, el tempo de Páradais no es solo el de la vorágine verbal que arrastra todo a su paso sino el de la humillación, el sometimiento, la conciencia del más fuerte. Con tres novelas —Falsa liebre, Temporada de huracanes, Páradais—, Fernanda Melchor ha erigido ya una obra. Son variaciones sobre un mismo tema o los tres movimientos de una pieza para instrumentos de cámara que de tanto interrogar a nuestras bajezas y debilidades obligan a pensarnos como seres condenados a carecer de ilusiones.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.

20 DE MARZO 2021

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HUSOS Y COSTUMBRES

Oda bis al jitomate ANA GARCÍA BERGUA

I

Para Juli

algo dura pero muy sabrosos y fascinantes. Trato de persuadir a sus hojas de que se dirijan al cielo con un sistema de alambres de gancho y hoy le compramos una mesa alta para ofrendarla al sol, a la espera de su benevolencia. Me fascina descifrar sus ramas intrincadas como una escritura que se adhiere a sí misma por muchos lugares, surge del lado izquierdo y gira hacia el derecho, se enrosca y caracolea en un enigma juguetón y deleitoso. De súbito se secan las hojas como si alguien las hubiera mirado feo, igual a las ideas que se borran por inoperantes. Esas ramas que se podan de cierta manera, cortando las que surgen de los intersticios, pues son como divagaciones y le quitan energía a la planta, igual que las digresiones pueden perder a un texto o salvarlo: de una de esas bifurcaciones nacieron justamente, como pequeños relámpagos, nuestros primeros jitomates. Así la planta se va por las ramas y a

gual que el pelo crece anárquicamente en el encierro, así se desarrolla la planta de jitomate que mi hija y yo sembramos hace unos meses en un macetón. Nunca había cultivado frutos comestibles; de hecho, jamás fui una persona de plantas, si acaso flores, pero desde que tenemos el jitomate entré en una rara zozobra. ¿Debería una persona tan de ciudad como la presente cultivar frutos en su azotehuela, donde el espacio es tan restringido? Me he sentido responsable de la planta como de un pariente del campo en su visita a la ciudad, tal el famoso cuento, y mi mayor preocupación ha sido que nos abandone como el ratón del campo, decepcionada; que se seque cansada de nuestras pretensiones. Debo decir que, aposentada en el frescor del lavadero, nos ha concedido cinco jitomatitos un poco febles y de cáscara

veces me da temor de que éstas corran por las paredes hacia la casa, nos den ciertas órdenes y nos pongan a divagar en círculos, pues su cuidado es como el amor al prodigio, una manera de la literatura fantástica. De ahí la mesa alta que le compramos, un altar en donde brilla como un dios pagano. Me ha dado por hablar con ella así como converso con mis otras plantas aunque no sirve de nada porque no me hacen caso, y me da temor que la planta sienta que la estoy agobiando, que soy la acosadora de la planta, nada más lejos de mi intención. El gato me mira cambiar cosas de lugar, preocuparme porque olvidé que debía regarla o atenderla, y ha de pensar que yo, tan del reino animal, me he pasado a un bando extraño o me voy por las ramas, como con este texto. Pero qué le hacemos, velaré por ella hasta que surja el esplendente jitomate rojo, fruto de nuestros desvelos, y exclamemos con Neruda que tiene luz propia, majestad benigna.

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CAFÉ MADRID

¿No están cansados de todo esto?

M

ientras España es sacudida por un “terremoto político” que ha desencadenado una lucha “a cara de perro” entre la derecha y la izquierda, y mientras comienza el año dos de esta era pandémica, acabo de llegar al punto final de Yoga, el nuevo libro de Emmanuel Carrère. Me he identificado tanto con la depresión de caballo que él sufre y me he maravillado tanto con su forma de narrar que, para evitar caer en una espiral existencialista, he optado por ir a ver una comedia teatral. Es una tarde soleada pero corre un viento frío. A pesar de que el virus sigue al acecho, el bullicio ha vuelto a apoderarse de las calles de Madrid y las terrazas de los bares lucen repletas de gente sin mascarilla, harta quizá de las restricciones sanitarias implementadas hace justo un año. Dentro del Teatro Español, sin embargo, las precauciones continúan. Ni las artes escénicas ni, prácticamente, ningún otro sector cultural se han repuesto de los meses de clausura, pero los intentos de revivir sus actividades no dejan de aflorar. “La cultura es segura”, repite la gente del mundillo para dejar claro que, hasta la fecha, no ha habido ningún brote de contagios dentro de un teatro o de un cine o de un museo. De todas formas uno se pone doble mascarilla y, por si acaso, se encomienda al Altísimo (o cada quien sabrá) y se aventura a compartir espacio con desconocidos. La obra se llama La señorita Doña Margarita, es un monólogo escrito por el dramaturgo brasileño Roberto Athayde y está interpretado por la

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA TEATRO ESPAÑOL

veterana actriz española Petra Martínez. Es un libreto con un humor entre colorado y negro. No obstante, el tema que trata es el autoritarismo, algo muy serio. Mi intención, ya lo dije, era evadir la realidad a base de carcajadas, pero ¿qué querían que hiciera? ¿Salirme a media función? Ya que estaba ahí, mejor puse atención. Margarita es una curtida y estridente profesora y todos los que formamos el público somos, para ella,

Las terrazas de los bares lucen repletas de gente sin mascarilla, harta de las restricciones

sus alumnos adolescentes y, como tales, hemos de permitirle que nos instruya o, lo que es lo mismo, hemos de dejarnos inculcar una serie de “valores” para enfrentar los obstáculos de la vida. “Si soy dura o alguna vez los regaño”, nos dice con ternura impostada, “es por el bien de ustedes, es para ayudarlos”. También, entre cachetadas de guante blanco, especifica que la obediencia es la reina de las virtudes porque, dice, “si algo quieres merecer, debes siempre obedecer”. Y así, entre lección y lección, entre la seducción y el chantaje, entre la sátira y el disparate, va tejiendo su red de control, dicta las normas y advierte lo que debemos aprender y lo que no y nosotros, desprendidos ya

La actriz Petra Martínez en la pieza teatral La señorita Doña Margarita.

de nuestra conciencia y sentimientos, pero con una sonrisa estampada en el rostro gracias a sus cancioncitas ñoñas, delegamos en ella nuestro destino. Al final, cuando uno se da cuenta de que esta profesora es en realidad una mujer que tergiversa y recompone los retazos de su escaso conocimiento y que es tan frustrada y reprimida como siniestra y tan ególatra como violenta, para entonces, digo, ya es demasiado tarde. Porque para la señorita Margarita no es válida la libertad del individuo y únicamente persigue el sometimiento. Todo es una metáfora, claro está, de cómo se organiza y se ejerce el poder (político, religioso, familiar…) y de cómo la sociedad, cada vez más infantilizada, se deja llevar hacia el escepticismo y la falta de ideales, sin darse cuenta del peligro que eso conlleva. Así que uno sale del teatro y atraviesa la Plaza de Santa Ana “comiéndose la cabeza”, como se dice aquí, con una ristra de preguntas: ¿por qué cada vez más aceptamos que nos disminuyan las libertades a cambio de “seguridad”?, ¿por qué permitimos que el autoritarismo campee a sus anchas?, ¿por qué en tiempos tan difíciles el individualismo le gana a la solidaridad? A la sombra del pesimismo volví a casa y entonces, para acabarla de amolar, el telediario empezó a escupir sus alarmantes estadísticas de contagiados y de muertos y de desempleados y, como telón de fondo, los dimes y diretes de los políticos egoístas. Serán los doce meses de mierda que llevamos o será el sereno, pero ¿ustedes no están cansados de todo esto? ¿Y qué piensan hacer?

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