Suplemento cultural de MILENIO
LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE
EL ATLAS DE PANDORA
FERNANDO ZAMORA
IRENE VALLEJO
De héroes y dragones
Lluvia en los zapatos Foto: Walt Disney
SÁBADO 19 DE FEBRERO DE 2022 AÑO 18 - NÚMERO 975
Todos los mundos de Martínez Rentería José Juan de Ávila/ FOTOGRAFÍA: ARCHIVO EMILIANO MARTÍNEZ ESCOTO
Ilustración: Román
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ANTESALA
19 DE FEBRERO 2022
LA GUARIDA DEL VIENTO
POESÍA
4 (V)
La era de Joyce
T
ANTESALA
19 DE FEBRERO 2022
LOS PAISAJES INVISIBLES
El monstruo reinventado
CAYO VALERIANO CATULO
ALONSO CUETO
odos somos joyceanos. Estamos viviendo en un universo regido por su desparpajo, su brillo, su diversidad. Los que no han leído el Ulises, incluso los que dicen que no les interesa, escriben, leen, piensan bajo su influencia. La marca de su genio está en las frases que usamos. En su magnífico artículo “Sobre el Ulises”, Luis Loayza cita una frase del relato “Torito” de Julio Cortázar, que como se sabe tiene como protagonista a un boxeador: “Se agachaba hasta el suelo y de abajo arriba me zampaba cada piña que te la voglio dire”. Esta mezcla de lenguajes, transitando con naturalidad entre jergas e idiomas, no hubiera sido posible antes de Joyce. Loayza cita otra frase de la era joyceana. En un cuento de García Márquez, un hombre entra a un pueblo, ve a la mujer más hermosa del mundo y exclama: “Carajo, qué vainas se le ocurren a Dios”. El Ulises explora la vastedad, la diversidad y los extremos de la conciencia en solo tres personajes: Stephen Dedalus, Molly y Leopold Bloom. Ellos son Telémaco, Penélope y Ulises. El universo que componen va de los extremos del lirismo a los de la vulgaridad, en un mosaico que hace estallar sus piezas. Toda la acción ocurre en un solo día, que es el más famoso en la historia de la literatura. Aunque su trama puede ser resumida en una página, lo que interesa aquí es la exploración ilimitada de la identidad en las relaciones filiales y conyugales. La novela nos fascina por una razón elemental: inaugura un universo infinito que no podemos abarcar y comprender del todo. Su lenguaje lujoso y musical, sus personajes vulnerables y contradictorios, sus acciones ambiguas y grotescas, siguen siendo enigmas. Como ocurre en las religiones, la historia de la literatura muestra que amamos a los dioses solo cuando son inasibles. Si entendiéramos bien la novela, no nos importaría. ¿Puede darse cuenta de ese universo en otros lenguajes? Tratándose de una historia que ocurre en la mente de los personajes, era difícil augurarle un buen destino a cualquier adaptación fílmica. Sin embargo, el Ulises (1967) de Joseph Strick no desentonaba con su espíritu. Luego vendría Bloom (2003) de Sean Walsh. En un nuevo y valioso intento por relacionar el Ulises con las imágenes, la editorial Galaxia Gutenberg de Barcelona acaba de editar una versión de la novela (en la traducción de Salas Subirat de 1945) con imágenes de Eduardo Arroyo. El artista español ya había intentado hacer una edición con ilustraciones pero el proyecto se vio frustrado por el nieto de Joyce, Stephen. Ahora, liberados los derechos de la novela, aparecen estas 134 ilustraciones a color y cerca de 200 en blanco y negro. Todas las imágenes parecen calzar quienes pudieron ser y son estos personajes: héroes que suben a las estrellas y escarban la tierra. Por un instante en estas imágenes de Arroyo podemos “verlos”. Prolongan nuestra búsqueda y nuestro placer, si se le puede nombrar así al hechizo que despiden.
El Ulises explora la vastedad, la diversidad y los extremos de la conciencia
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Raya y el último dragón. Dirección: Don Hall, Carlos López Estrada, John Ripa. Estados Unidos, 2021.
Vivamos, Lesbia mía, y amemos, y el rumor de los viejos más severos estimémoslo todo de un centavo. Morir y retornar los soles pueden; cuando murió la breve luz, nosotros dormir debemos la perpetua noche. Dame tú besos mil; después un ciento; luego, otros mil; luego un segundo ciento; después, hasta otros mil; después un ciento. Luego, cuando hecho hayamos muchos miles, los turbaremos, porque no sepamos o no pueda embrujarnos algún malo, cuando sepa qué tanto hubo de besos.
HOMBRE DE CELULOIDE
Cómo restablecer el orden universal
A
Traducción de Rubén Bonifaz Nuño Traducción del latín, en el libro El amor y la cólera, y Poemas a Lesbia, en edición de la UACM/ UANL de reciente aparición.
FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA WALT DISNEY
unque se ha dicho mucho, pocas películas poseen realmente un universo. Y es que para ello es necesario que el cineasta tenga una forma auténtica de mirar el mundo, para lo cual requiere hacerse con una cosmogonía. La única forma de crear un universo es creyendo en él. Esto es lo primero que salta a la vista en Raya y el último dragón (disponible en Disney+) del mexicano Carlos López Estrada y por la cual se encuentra nominado al Oscar junto con otros que, con él, la dirigieron y escribieron el guion. Según esta película, el mundo tuvo un inicio perfecto. Hombres y mujeres convivían con los dragones en una suerte de Edén, pero las ambiciones humanas rompieron el equilibrio. Fue así como entró la muerte en el mundo. Con semejante premisa, es claro que los héroes de Raya… lo son en el sentido más amplio: tienen que sacrificarse para recuperar el orden universal y, en un sentido más inmediato, rescatar de la muerte a sus seres queridos. La película está llena de referencias: a la novela Dunas y a El Señor de los Anillos ; al cine de Kurosawa con algo de Mad Max sin olvidar, claro, a las películas de artes marciales. Además, las grandes peleas a puño limpio recuerdan el videojuego Mortal Kombat con sus espectaculares
fatalities. Todo se mezcla en un mural enorme, lleno de detalles, una obra en que los protagonistas son un viejo tuerto, un niño huérfano, un bebé ratero y dos chicas que se odian a más no poder. Esta combinación recuerda, por otra parte, el largo trayecto que han recorrido los grandes estudios de California para producir obras realmente inclusivas. Porque, si uno lo piensa bien, las heroínas al principio de dicho camino resultaban forzadas. El poder de personajes como Pocahontas o Mulan parecía siempre un tanto artificial. Raya, en cambio, es una joven mujer con todos los atributos para representar efectivamente las fortalezas de la feminidad. Ahora bien, la estructura de cuento de hadas puede hacer que la película resulte previsible. Esto, y el hecho de que su sentido del humor sea más bien cándido, hace que Raya y el último dragón sea una película especialmente atractiva para los niños, de modo que, ¿qué sucede con los
Es una película que habla de fe, esa creencia razonable que se presta a la inteligencia
adultos? Me parece que, desde la perspectiva de un cinéfilo ya mayor, esta obra puede servir para reflexionar en torno a lo sucedido en los últimos años, con toda la desazón que trajo a este, nuestro mundo real, la inefable pandemia del covid-19. No se trata en absoluto de que la película nos haga olvidar. Al contrario, tal vez lo que consiga es recordarnos a los muertos porque, en otro nivel de lectura, Raya y el último dragón es una película que habla de fe, esa creencia razonable que se presta a la inteligencia para que ésta pueda seguir funcionando sin quedarse pasmada ante lo único impensable: la muerte. Y es que, si bien resulta un poco obvio que Raya y sus compañeros van a triunfar, resulta pertinente el mensaje de que necesitan confiar. No solo uno en la otra. Antes que nada, tienen que creerse que pueden mejorar al mundo, pero, otra vez, tanto se ha dicho que termina pareciendo banal. Sin embargo, vale la pena volverlo a pensar: ¿qué iguala a hombres y dragones en esta película? Que ellos y nosotros hemos perdido a un ser amado. Por eso el pequeño cocinero y el viejo tuerto, Raya y su peor enemiga, compartimos el mismo deseo de eternidad. Y por eso resulta original esta heroína, porque su más grande aventura consiste en creer. En confiar.
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EX LIBRIS
Libros prohibidos/ EKO
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IVÁN RÍOS GASCÓN
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@IvanRiosGascon
ulia Ducournau ganó la Palma de Oro el año anterior por su filme Titane, un relato etiquetado por la crítica con géneros diversos: terror, sci–fi, queer, suspense, drama, e incluso body horror, lo que en realidad es un subgénero concentrado en la pesadilla corporal (deformidades, alteraciones físicas o cualquier tipo de mácula que inspire trastornos psicológicos o de la personalidad), pero en este potaje de especies narrativas no se incluyó al cyborg ni al punk, aunque el filme de la Ducournau tiene mucho más de esas estirpes que de lo sobrenatural: de pequeña, Alexia sufre un accidente vehicular y le colocan una pieza de titanio en el hemisferio derecho del cráneo. Quien conducía era su padre, un individuo al que la niña odiaba hasta la médula, aunque en realidad ella siempre llevó la maldad a cuestas. Como un guiño a J. G. Ballard (La exhibición de atrocidades, Crash), a David Cronenberg y, por supuesto, a Stephen King con Christine, Julia Ducournau escribió Titane reinventando al monstruo a partir de la paranoia colectiva del cyborg, esa creatura que Naief Yeyha observó con lupa en su ensayo El cuerpo transformado (2001): “El cyborg y el androide son seres límite, creaturas fundamentalmente metafóricas que nos ayudan a definirnos, a establecer las fronteras entre lo que consideramos natural y lo artificial, entre lo que hacemos y lo que somos, además de que nos ayudan a entender hacia dónde vamos. Sin estas quimeras sería difícil comprender en qué nos hemos convertido”, y en efecto. Alexia no entiende qué o quién es ella en realidad. Ama los automóviles hasta la locura genital, es andrógina, sexualmente indiferente y, además, una asesina despiadada. Reflexionando sobre la vacuidad de las “experiencias místicas” de la contracultura de los años setenta, y los fenómenos de obsesión y fanatismo que acontecieron en la llamada New Age americana, Harold Bloom escribió en su libro Presagios del milenio que “una trascendencia que no puede expresarse de un modo u otro es una incoherencia; la auténtica trascendencia puede comunicarse mediante el dominio del lenguaje, puesto que la metáfora es una transferencia, algo que permite pasar de una experiencia a otra”. Para Bloom, la transferencia es un proceso emocional que implica la disgregación, la transformación y la anulación del absoluto, porque ésta es un periplo vertical en el que la metáfora opera un desdoblamiento, y a su vez, se convierte en ejercicio de refracción e interpretación en los canales perceptivos. A partir de este supuesto, desentrañó el desasosiego milenarista, la devoción profética y la pertinencia del gnosticismo en un mundo aquejado por las metástasis heréticas después de Dios, donde la espiritualidad se diluye no solo en la estrechez de las religiones normativas, sino en la propagación de la basura esotérica y la ausencia de un espacio simbólico donde cuerpo, alma y ser puedan conjugarse. Titane rehace al monstruo perfecto del siglo XXI a través de las múltiples metáforas que colman el relato: la homofobia, el machismo, la sicopatía. Y es que, a pesar de su vocación existencial contra natura, esa niña que se fracturó el cráneo y lo remplazó con una placa, se humaniza en sentido opuesto al del cyborg de las fábulas extremas. Al usurpar la identidad de un niño perdido, la mujer mecanizada se enamora de un padre putativo, se reafirma en la fecundación (su embarazo es producto de un coito quimérico) y reconquista su propia esencia. Yehya escribe: “El cyberpunk es un género que pone fin a las utopías bucólicas ajenas al mundo mecánico y las fantasías retrógradas de buena parte de las narrativas femeninas que anhelan regresar a una era matriarcal idealizada”. Julia Ducournau elige lo contrario. La epifanía de su creatura es el reencuentro con el alma.
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Emiliano Martínez Escoto rememora los últimos días en la vida de su padre, un huésped recurrente de la enfermedad y los hospitales
La última fiesta de Carlos Martínez Rentería
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JOSÉ JUAN DE ÁVILA FOTOGRAFÍA ARCHIVO EMILIANO MARTÍNEZ ESCOTO
iel a su vida y obra, Carlos Martínez Rentería fue en contra del status quo hasta en su muerte: en medio de la pandemia por el SarsCov2, su deceso, el lunes 7 de febrero, fue consecuencia de una bacteria, no del virus. Para este “Príncipe de la noche” —como diría Mario Vargas Llosa—, que luchó 30 años contra la diabetes, infecciones y aun asaltos a mano armada en su Ciudad de México, que se retiró tranquilo, tomado de la mano de su esposa, sonriendo, esperando el amanecer, en medio de una fiesta de despedida que le organizaron sus fantasmas, el mayor acto de contracultura fue el amor. Amaba la noche, la encontraba poética; “sabía habitarla”, cuenta su hijo Emiliano Martínez Escoto. Ahí encontró su imagen perfecta del amor, su árbol: una jacaranda en la esquina de las calles de Xalapa y Zacatecas, en la colonia Roma, que se fue acercando con los años a un poste hasta terminar abrazándolo. Periodista, difusor cultural, buscador y generador de amigos, editor y director de la revista referente de la contracultura, Generación, que fundó en 1988 con Arturo Jiménez, Américo Guerra y Alejandro Jiménez Martín del Campo, preparó su velorio desde 2005 en Gayosso Félix Cuevas, en rebeldía premeditada contra sí mismo, aunque póstuma: “Quería irse adonde van los grandes artistas”. Sus cenizas recibirán varios homenajes. El próximo 26 de febrero Martínez Rentería cumpliría 60 años y esa efeméride será el punto de partida para los homenajes en la capital del país y los estados. Emiliano Martínez Escoto, quien trabajó los últimos quince años con él en Generación, prevé que quizás el “número fantasma” sea el último de una revista fusionada a su padre, extensión de su alma. Recuerda que Martínez Rentería jamás aceptó que Generación deviniera edición digital. “Todos sabemos que los impresos tienen grandes complicaciones, pero Carlos siempre fue muy aferrado y prefería publicar poco a
estar moviendo cosas por internet. Le parecía que ahí todo se volvía demasiado efímero, le importaba muchísimo la permanencia del papel, del impreso, como un testigo tangible del trabajo que uno hace. Siempre se negó, hasta el último día, a mandar Generación a la página web”. El relato de Martínez Escoto sobre la despedida de su padre resulta conmovedor. “La causa final que está anotada en los papeles es un choque séptico. Tenía un historial de infecciones en diferentes partes de su cuerpo, provocadas principalmente por la diabetes que padecía desde hace 30 años. Llevaba varios años contrayendo infecciones, por ahí logramos salir de dos casos de pie diabético. En esta ocasión fue una infección en la pierna derecha, que tuvo un mal diagnóstico; un doctor privado, que a veces consultaba, le dijo que probablemente era ciática. Aquí es importante mencionar que los tratamientos y diagnósticos se complicaban debido a la pandemia, porque en ocasiones no se podía ir al doctor, solo podían hacerse consultas por teléfono. El Instituto Nacional de Nutrición, que fue el hospital de toda la vida de mi padre, se reconvirtió en hospital covid durante mucho tiempo. Entonces, cuando le diagnosticaron un problema del nervio ciático, él tuvo que aguantar el dolor un par de meses. Con ese malestar, mi padre sufre una caída a principios de diciembre, un tropezón con un gancho cuando colgaba su ropa después de lavarla en casa. Se cae y no puede moverse. Llamé a una ambulancia. El chiste es que tenía una cadera rota, nosotros no lo sabíamos, por supuesto, y aun así estuvo un par de días en casa, y eso agravó el malestar. Así decidimos ir a Nutrición, donde nos dijeron que era una infección con un avance muy intenso. Poco después salió que era provocada por una bacteria que no tenía tratamiento médico, que no hay antibióticos que puedan vencerla por completo”. Aun así, los médicos hicieron todo lo posible, pero el cuerpo fue decayendo. Después de dos meses de hospitalización, Carlos Martínez Rentería ya no aguantó más. “Por suerte, debido a la diabetes, por los tratamientos contra la infección, mi padre no presentaba gran dolor, casi no sufrió. El 6 de febrero tiene complicaciones, y los doctores me permiten hablar a la familia para
que se despida. La última persona en entrar fue mi madre (Guillermina Escoto Garduño), el gran amor de su vida. Pasan las últimas horas juntos y ella me cuenta que mi papá le pedía: ‘Ya vámonos a casa’. Mi mamá le promete ir a casa al amanecer. Y, tomados de la mano, mi papá se va quedando dormido, con una sonrisa en el rostro”, relata Emiliano.
“Todo el tiempo bromeaba, todo el tiempo inventaba mundos, hasta en los últimos instantes”
“Es una metáfora bonita: mi padre era un tipo de un gran corazón y de una enorme vitalidad, que siempre luchó por estar presente, por estar vivo, por disfrutar todo. Se salvó en muchas ocasiones de problemas de hiperglucemias agudas —más de 800 puntos cuando el promedio está entre 80 y 120—, sobrevivió a muchas complicaciones, sufrió tres casos de pie diabético, tenía infección en los huesos, que en el 90 por ciento de los casos llega a ser mortal o a provocar la pérdida de una extremidad, pero él terminó completo porque siempre
luchó contra lo imposible. Tuvo que llegar una bacteria sin tratamiento conocido por el ser humano para vencer a mi padre. Su amor por la vida lo llevó demasiado lejos, incluso a soportar calamidades muy grandes en su propio cuerpo”. ¿Miedo a la muerte? “Siempre se burlaba de la muerte, decía que que estaba bien tanto con Dios como con la Muerte, que no tenía complicaciones en irse adonde lo llamaran en cualquier momento. Cuando sintió cerca el final, tuvo varios momentos de
delirio. Nos comentaba que estaban con él, ahí, acompañándolo, sus padres, su tía Betita —uno de los grandes pilares de su vida—. Le decían que se acercaba el momento, lo estaban cuidando, lo cuidaron toda la vida, y lo cuidaron también en los últimos momentos. Hubo una noche muy complicada, muy intensa, en la que alucinaba. Y él saludaba en ese cuarto de hospital, saludaba a la gente, y decía: ‘Maestro, qué milagro, qué bueno que viniste, tómate un trago’. Entre las alucinaciones y la deriva que tenía, alcancé a reconocer que lo pasaron a visitar sus amigos, que
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El poeta y director de la revista Generación, quien murió el pasado 7 de febrero.
lo pasó a visitar la familia, que mi padre estaba en medio de una gran fiesta, en la que se despidió de todos”. Dice que su padre no le temía a la muerte y se quedó como en un gran sueño. Además, en sus momentos de lucidez, tuvo tiempo de despedirse de sus amigos más cercanos por WhatsApp. “El día anterior a su muerte fue el cumpleaños de dos de sus grandes amigos, Felipe Posadas y Benjamín Anaya, y todavía les pudo mandar mensajes de audio agradeciéndoles lo que le habían dado, agradeciéndoles los buenos momentos, los momentos importantes, y despidiéndose a su manera. Todo el tiempo bromeaba, todo el tiempo inventaba mundos, hasta en los últimos instantes, hasta las últimas consecuencias. Se fue tranquilo, imaginando, inventando cosas hasta en su propia muerte”. Refiere que, aunque a su padre no le gustaba pensar en el futuro y “despilfarraba cada instante de su vida”, desde 2005 empezó a pagar sus servicios funerarios en Gayosso. “Gran parte del funeral que quería lo pagó él mismo. Pero también lo pagó la generosidad de sus amigos, que nos permitieron despedirlo como él quería, darle un último tratamiento que permitió que mi padre no sufriera tanto”, señala Martínez Escoto, que adelanta cómo serán los homenajes. “Mi padre era un tipo de muchos mundos, estaba bien con mucha gente. De pronto le costó trabajo abrir espacios, sobre todo institucionales; sin embargo, eso nunca fue un problema para él, siempre inventó sus propios espacios. Esa es una de sus grandes enseñanzas: no hay que esperar que te abran los espacios, hay que abrirlos uno mismo”, subraya Emiliano. Dice que. al darse a conocer la noticia del deceso, se acercó gente de lo más underground hasta de altas instituciones de la cultura en México, que le propusieron homenajes, espacios e incluso un velorio de cuerpo presente en algún recinto oficial, entre ellos el amigo de su padre Inti Muñoz, actual director de Ordenamiento Urbano capitalino, y Alfonso Suárez del Real, exsecretario de Cultura y exsecretario de Gobierno de Ciudad de México. “Les dije que me parecía precipitado hacer un homenaje forzado e incluso me pareció un ejercicio de mediatización el hacerlo al día siguiente de su muerte. Me pareció que había que esperar un poco. Y mi contrapropuesta fue realizar una semana de homenajes, tanto institucionales como underground, alrededor del cumpleaños 60 de mi padre, que es el sábado 26 de febrero. “Estoy trabajando con instituciones y amigos para hacer una semana de actividades que cubran todos los rubros de su labor artística y cultural, que vayan desde recordar lo grande que significa la revista Generación, con sus más de 33 años, hasta su trabajo poético y de búsqueda y exploración salvaje del mundo del performance”, adelanta. Las sedes propuestas para el arranque de los homenajes son la Casa del Poeta Ramón López Velarde, en la colonia Roma, donde Generación tuvo sus oficinas durante más de 20 años, y que Martínez Rentería llamó
“Redacción Charles Bukowski”, y el Museo de la Ciudad de México. Pero agrega que también llegaron invitaciones para reconocimientos a su padre desde Tijuana, Monterrey, Oaxaca, Xalapa y Mérida. “Celebraremos sus 60 años como a él le habría gustado. Recordaremos a mi padre durante largo rato y ahí estaré con su cajita de cenizas llevándolo a recorrer el mundo, como a él le gustó. Obviamente, también habrá eventos en la Pulquería Insurgentes, que fue su último bastión, y en la cafetería La Juanita, un espacio en el que se dedicó a la despenalización de la mariguana”, añade. ¿Qué pasará con Generación? “Carlos y Generación estaban fusionados. Generación era una extensión del alma de Carlos, y, para continuarla, hay que replantear muchas cosas y reinventarse. En este momento no tengo claro qué sigue para Generación, pues con la partida de Carlos también parte un poco Generación. Sin embargo, Carlos dejó una última petición, un último número inconcluso. Hace muchos años, de manera premeditada, él se brincó un número de la revista, entre el 88 y el 90, para inventar el ‘número fantasma’ de Generación. Y pidió a diferentes amigos, como una de sus últimas voluntades, que el día que partiera se hiciera un número con anécdotas e historias de gente querida que convivió con él. Entonces, lo único que tengo claro es que ese número fantasma que él dejó y pidió, tenemos que hacerlo. Y después ya veremos. Con el transcurso del tiempo decidiré qué seguirá para la revista. Algo me queda claro: Generación y mi padre son inmortales”. El último número de Generación que dirigió Carlos Martínez Rentería fue un homenaje al estridentismo por su centenario, coordinado por Eric List, nieto de Germán List Arzubide. Con un tiraje de mil ejemplares, lo presentó en 2021 en la Feria del Libro del Zócalo. “Fue el 11 de diciembre. Terminada la presentación, me fui con mi padre al hospital y ya no salió”, recuerda su hijo Emiliano tras destacar la afinidad de su padre con los estridentistas. También espera publicar un libro póstumo en el que Carlos Martínez Rentería estuvo trabajando durante años y que fue una de las grandes motivaciones para soportar sus últimos dos meses de hospitalización. Es su libro sobre hospitales. “Mi padre estuvo en hospitales durante muchos años a lo largo de toda su enfermedad de diabetes y tenía una cantidad impresionante de textos. Los últimos días siguió escribiendo historias de hospitales: sobre las camas, los camilleros, las afanadoras, las pesadillas. Una de las últimas frases que escribió en sus libretas fue: ‘Lo más triste de estar enfermo es que los sueños también se enferman’. Es un libro que quiero hacer en homenaje. En sus últimos días, su gran amigo, Guillermo Fadanelli, le dijo que lo apoyaba, y eso motivó mucho a mi padre, pues siempre quiso publicar su libro sobre hospitales. Buscaremos con quien editarlo, y si no, como siempre lo hizo mi padre, lo editaremos nosotros mismos”, concluye Emiliano Martínez Escoto.
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LITERATURA
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19 DE FEBRERO 2022
19 DE FEBRERO 2022
EL ATLAS DE PANDORA
NARRATIVA, ENSAYO
Lluvia en los zapatos
La banalidad de los hombres crueles
Welcome Back, Jacqueline
A FUEGO LENTO El siglo solitario
Ahora que todo está condenado al desuso, la tarea de quienes buscan lo duradero adquiere más valor
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espués de una infancia soleada, diluvió sobre la juventud de mi abuela. Llegó en 1937 a San Sebastián, estrenando los dieciocho años en un país en guerra, con una sencilla maleta de cartón como equipaje. Solo tenía un par de zapatos, la garantía de poder ir a trabajar cada mañana. Muchos años después, aún recordaba el miedo diario a que su calzado no resistiese los arañazos de la lluvia del norte. Llevarlos al zapatero suponía encerrarse en casa varios días y, quizá, perder su empleo. No había recambio: el edificio entero de la vida dependía de la firmeza de aquellas suelas gastadas. Nunca olvidó el frío lametón del agua que amenazaba el cuero de sus únicos zapatos. Por eso, no entendía que sus nietas comprásemos objetos de usar y tirar. Nos miraba enojada, sin decir nada. A nosotras, hijas pródigas del consumo, nos parecía anticuado su respeto por los artesanos concienzudos: los gestos precisos, el ritmo exacto de las manos, el silencio absorto, ese tímido orgullo al mostrar su trabajo. Tiempo después, leyendo a Natalia Ginzburg comprendí mejor a mi abuela. La guerra era otra, pero la experiencia sonaba idéntica. Su marido, Leone, era un profesor judío opuesto al régimen de Mussolini. En 1944 lo detuvo la Gestapo y murió en una cárcel romana tras ser torturado. Natalia permaneció en la capital, y a esta etapa se refieren sus recuerdos de desamparo, el escalofrío del empedrado bajo las suelas. En Las pequeñas virtudes escribe: “Este año, aquí en Roma, he estado sola por primera vez. Por la mañana, cuando me levanto, mis zapatos rotos me esperan sobre la alfombra. Sé lo que pasa cuando llueve, y las piernas están desnudas y mojadas, y en los zapatos entra el agua, y entonces se oye ese pequeño ruido a cada paso, esa especie de chapoteo”. Nuestras casas están inundadas de cosas diseñadas para viajar velozmente de la fábrica al vertedero. La basura nos cerca y nos invade, mientras los escaparates acumulan mercancías con fecha de caducidad
IRENE VALLEJO ILUSTRACIÓN ROMÁN
El fragmento impertinente México, 2021
incorporada. Una década antes de que mi abuela caminase con pasos ateridos entre la lluvia, en 1924, los principales fabricantes mundiales de lámparas incandescentes se reunieron en Ginebra. Allí acordaron limitar la vida útil de las bombillas en más de la mitad, porque “un artículo que no se desgasta es una tragedia para los negocios”. En aquel primer pacto global por la obsolescencia programada, quedó inaugurado un mundo donde compramos productos con plaza reservada entre los residuos, en un ciclo inacabable de consumo y desperdicio. Paradójicamente, llamamos “síndrome de Diógenes” al afán compulsivo de acaparar despojos y objetos
Nuestras casas están inundadas de cosas diseñadas para viajar velozmente de la fábrica al vertedero
inutilizables. En realidad, el filósofo griego era ejemplo de todo lo contrario: afirmaba que solo merece la pena acumular sabiduría. Hijo de un banquero acusado de falsificar moneda, Diógenes eligió la pobreza y optó por vivir como vagabundo. Tenía escasas posesiones: una tinaja para dormir, un manto, un cayado y un zurrón. Se cuenta que paseaba entre la multitud del ágora a pleno sol con una lámpara en la mano, en busca de personas honradas. Al emprender su búsqueda a la luz cercana y frágil del candil, Diógenes pensaba quizás en la bondad sigilosa de esa gente discreta que, alejada de los focos, permanece en la sombra. En un mundo presidido por la codicia y el deseo de acumular pertenencias, me gusta imaginarlo alumbrando la labor escondida de un vecino artesano empeñado en lograr la perfección de cada pieza,
sin afán de competir, destacar o siquiera vender más. Simplemente, por amor a un buen trabajo. En nuestros tiempos ávidos, la sed de beneficios conduce a la obsesión por abaratar costes a toda costa, a lucrarse haciendo mal las cosas. Pero la palabra “beneficio” es la suma de bene y facere, es decir, hacer bien. Cuando lo permanente es una especie en peligro de extinción, podemos volver la mirada a quienes —cerca, muy cerca— trabajan duro para crear lo que perdura, la labor forjada con pericia y esmero, ese par de zapatos que nos permitirá afrontar el invierno lluvioso. Diógenes, todavía hoy, seguiría iluminando con su vela esos desvelos.
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Y, además, en nuestra edición digital José Juan de Ávila: entrevista a Adrian Sutton • Andrea Serdio: Bresson: el cine en estado puro • Fernando Figueroa: entrevista con Alberto Estrella • Avelina Lésper: La Diana decente • Liliana Chávez: Amigas • Edda Armas: Palabras para Angostura • Carlos Rubio Rosell: Martin Amis: vida y literatura • Alberto Blanco: Meditaciones: Casa • Araceli Mancilla Zayas: El invencible recuerdo • Ángel Soto: entrevista con Gilberto Guevara Niebla
Norma Lazo Lumen México, 2022 200 páginas
Jean-Pierre Lacor Libros del Marqués México, 2021 168 páginas
Guillermo Santos Rinoceronte Blanco México, 2021 105 páginas
Tres tiempos que entrelazan a tres personajes conviven en esta novela en la cual la vulnerabilidad aspira a encontrar una mano extendida. Estamos lo mismo en Vladivostok, en 1938, que en Tokio, en 1971, y en el Estado de México, en 2019. Los personajes parecen estar parados frente a un muro que remite a la soledad.
Tras 60 años de feliz matrimonio, una madrugada al protagonista de esta novela le toca ser testigo de la muerte de su esposa. Tras dos años de duelo, que él llama locura, otra vez en la madrugada sucede algo extraordinario: mientras acaricia a una de las mascotas que su esposa le había heredado, ella regresa a su vida.
Cinco figuras de la literatura del siglo XX protagonizan este libro: Thomas Bernhard, Imre Kertész, W. G. Sebald, Simone Weil y Ernst Jünger. Los une el exilio interior y exterior, una marca grabada por el fuego que dejaron las dos guerras mundiales, y la conciencia de pertenecer a un tiempo que padeció los desvaríos de la historia.
Los dioses de los griegos
La lucha por el futuro humano
¿Por que el materialismo es un embuste?
Karl Kerényi Atalanta España, 2021 366 páginas
Jeremy Naydler Atalanta España, 2021 216 páginas
Bernardo Kastrup Atalanta España, 2021 312 páginas
Publicado en 1958, este deslumbrante estudio es fruto de una búsqueda exhaustiva en fuentes del más diverso origen. Abre con el inicio de todas las cosas existentes y cierra con el mito de Dionisos y sus huestes femeninas, pasando por los titanes, las potencias primordiales, los dioses olímpicos y las deidades menores.
La velocidad de la revolución digital puede ser vista como algo positivo, aunque la seducción que ejercen los nuevos aparatos no deja de tener un halo frívolo. En la época del 5G, en la que se pretende llegar a la creación de un “planeta inteligente”, el peligro que se cierne es, señala Naydler, el autolvido de la humanidad.
Lejos de la academia a pesar de su paso por la física, el autor se propone desbaratar muchas de las premisas que sostienen al cientificismo como único enfoque válido del conocimiento humano. Su perspectiva intenta probar que muchos de los hechos que consideramos irrefutables son en realidad “abstracciones infundadas”.
El placer de leer www.librotea.com
Los temblores de la carne ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com
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as relaciones amorosas son un rico surtidor de anécdotas y más todavía cuando transitan asomadas a un desfiladero. Sentimos su atracción en mayor medida que por aquellas historias impermeables a la truculencia o a los frutos de la lujuria. Ese universo de encuentros y desencuentros a la sombra del amor es el espacio del cual provienen los veinte cuentos reunidos en El fragmento impertinente (Paraíso Perdido). No se trata, sin embargo, del amor en su acepción romántica. Se trata, ante todo, y casi de manera exclusiva, de los estremecimientos de la carne. Es cierto que en estos cuentos pacientemente urdidos por Ethel Krauze hay lugar para los sentimientos, y aun para ciertos episodios psicológicos, pero solo como proyecciones de la explosión orgásmica de los sentidos. Andamos como en un museo de los excesos: las tersuras, visiones y aromas, los regustos y tintineos, exigen no solo nuestra atención absoluta sino el predominio y la entrega de un amante celoso. Son tan variadas las facetas que encarnan las protagonistas que nos creemos tentados a juzgarlas como las manifestaciones de un Terrenal y Eterno Femenino, anterior a las prescripciones sociales. Quizá por eso pueden quebrarse añorando el clítoris afilado de una antigua tutora mientras viajan al encuentro de su marido, o ver cómo su familia se rompe luego de poner una y otra vez piedras en su propio camino, o sufrir la perspectiva de una hija entre las piernas de quien las montaba días atrás, o soñar con un hermano hasta humedecer su entrepierna, o ser “la diosa rendida a sus pies, suplicante, voraz, incandescente”. Pero ni el deseo satisfecho o postergado ni la vastedad de la urgencia sexual adquirirían consistencia literaria sin una escritura que se concentra obsesivamente en los detalles y es capaz de revelar con igual soltura lo que yace adentro y lo que se manifiesta allá afuera. Antes que un argumento, Ethel Krauze persigue una forma. De ahí que los cuentos de El fragmento impertinente procuren, por diversos caminos, la apariencia de una estatua en mitad de una sala vacía, o de una dilatada metáfora que nace de una inmensa red especulativa, o de un gesto congelado en el tiempo.
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LABERINTO
DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.
19 DE FEBRERO 2022
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HUSOS Y COSTUMBRES
Atenta súplica a mi cerebro ANA GARCÍA BERGUA
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contemples cómo se exalta, ataca, es atacado, sufre, se sacrifica, jura por los más altos ideales, lanza denuestos, premia y castiga. Esa exhibición tan poco saludable y casi impúdica del alma de un individuo en cadena nacional. Si al anterior parecía que lo vestían, lo maquillaban y le escribían los libretos para que se los aprendiera con todo y gestos, el actual es un surtidor de borradores que sus ayudantes y secretarios tienen que correr a enmendar o acomodar en la lógica de los planes preestablecidos, las relaciones internacionales o los acuerdos comerciales. Como raro personaje de la Comedia del Arte, un día es arlequino con su cachiporra, otro es el dottore con su labia y su hipocresía, luego es la Dama de las Camelias sufriendo en el lecho de la enfermedad. Pero relajémonos, cerebro mío. Busquemos los empleos que quedan, juntémonos a toser con nuestros pocos pulmones
uerido mío, no caigas, no te exaltes. No hagas caso, deja de preguntar “¿y ahora qué dijo?” cada mañana. Son pullas lanzadas al mar, aire covidoso que se disuelve en el morado esmog que ilumina el sol del amanecer. Querido mío, olvida que existe: nuestra vida será como el tráiler aquel, lanzados sin conductor por la carretera en los próximos tres años, por lo menos. Nadie es responsable, no tiene caso. El piloto habla mirando por el retrovisor, hace tiempo que se bajó del camión y lanza discursos al pie de la carretera. Olvida las pullas, las histerias, gritos e insultos contra todo lo que le mueve alguna tripa. Deja descansar a tus tripas también, piensa en que la vida es amplia. Somos como aquellos hijos maltratados por alguien que ni siquiera es nuestro padre, hagámonos a la idea. Ahórrate la gran actuación que nos regala día con día: no
y cubrebocas. Ni siquiera los actores profesionales tienen trabajo ahora, arrebatados por el drama del individuo y sus efectos colaterales. Sosiégate, cerebro mío, bailemos. Tan despierto que estabas, tan lleno de ingenio y rapidez. Hasta tu memoria era buena. ¿Y ahora? Agobiado y triste, oyes barbaridades como golpes. No hagas caso, mon ami, no te sientas como en aquel episodio de la Twilight Zone en la que un niño perverso condena a sus padres a vivir encerrados en la realidad de las caricaturas. Recuerda que este es el año de Joyce, Proust, Pasolini, Kerouac, como si no hubiera qué leer; ¡es incluso el centenario de Molière, con Scaramouge y sus personajes tan parecidos a éste! Mejor abraza la incertidumbre, cerebro, aprende a vivir en ella como te contaron que dijo aquella terapeuta tan sabia. Abrázala y no la sueltes, recuerda que vamos en el tráiler aquel.
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CAFÉ MADRID
Todo sobre la sicalipsis y el cuplé
P
aquita era una modistilla, es decir, una costurera venida a menos, que en la Barcelona de principios del siglo XX deambulaba por un camino lleno de carencias. Un día, mientras zurcía una falda, una vedette de la vieja guardia cabaretera la escuchó cantar y al instante le propuso que se dedicara a los escenarios. Paquita era joven, guapa y aficionada a la canción popular, así que se animó a maquillarse en exceso y a vestirse con plumas y lentejuelas para lanzarse al juicio del público. Aprobó y entonces, muy segura de sí misma, se autonombró Raquel Meller y comenzó a desmenuzar el espectro de sus posibilidades interpretativas por toda España y parte del extranjero. Fue, por eso, la primera gran diva de la sicalipsis, un término ahora en desuso, que englobaba el arte de las diosas del placer, eléctricas, dadalizadas, lúbricas, dandificadas, burbujeantes, dinámicas, excéntricas, desnortadas, bohemias, audaces, emancipadas, chulescas, epilépticas, frívolas y futuristas (todo a la vez) de los teatros, teatruchos, tugurios y salones de la baja cultura de la España del novecientos. Lo sé porque llevo varios días sumido en esa fascinante galaxia de la perdición. Primero fui a ver Por los ojos de Raquel Meller, la magnífica versión biográfica-musical sobre la artista, que todos los domingos llena el Teatro Tribueñe, una sala off del circuito escénico madrileño, protagonizada por Helena Amado, dueña de una voz tan dulce como estentórea. La escenografía está hecha de papel, cartón, y luces multicolores. Una pianista solitaria se encarga de
VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA TEATRO MADRID
la melodía de casi todo el repertorio. Y un reducido equipo de actores desparrama todo su talento sobre un pequeño escenario. Con eso basta y sobra. Luego, maravillado por tan sublime obra, devoré las más de 500 páginas de Sicalípticas. El gran libro del cuplé y la sicalipsis (Editorial La Felguera), escrito por Gloria G. Durán, investigadora de la cultura popular, e ilustrado con un montón
Durante el franquismo, el cuplé, que llegó a España desde París, derivó en zarzuelas
de fotografías y recortes de prensa del arranque del siglo XX. Ahí la autora sostiene que las cupletistas fueron las primeras celebridades de la cultura de masas local. “No eran cantantes, ni bailarinas, ni flamencas, ni actrices, sino solo un poco de cada una de esas cosas”, define. Y el cuplé, nos ilustra, no solo era romántico o cursi. Era un género de la canción que “hablaba de los temas que interesaban a la agenda pública de su tiempo: el cambiante rol de la mujer, los cambios en el papel de los hombres en las relaciones de pareja, la libertad sexual, el ambiente político, la inflación o los cambios en el gobierno”. Antes de enterarme de esto, he de confesar, mi conocimiento sobre
Helena Amado en la obra teatral Por los ojos de Raquel Meller.
el tema se limitaba a la proyección de El último cuplé, película protagonizada por Sara Montiel en 1957. En ese año, desde la pantalla grande, la actriz internacionalizó temas como “La violetera”, “Fumando espero” y “El relicario”. Pero, quizá por la censura de la época, pienso hoy, el filme de la Saritísima omitió canciones picantes o críticas como “El corsé de Venus”, “El diputado”, “¡Ay, Manolo!” o “La llave”, ideales para integrarlas, por cierto, a la banda sonora de nuestras desencantadas vidas pospandémicas, a ver si así las podemos alegrar un poco. La sicalipsis, añade Gloria G. Durán, “fue más bien una actitud, una picardía erótica, insinuada o sugerida o subida de tono. Pudiera ser que el origen de la palabra fuese una suerte de bizarra combinación entre la epilepsia y la sífilis, dos enfermedades que sobrevolaron los espectáculos de masas: bailes de contorsiones irregulares que daban rienda suelta a la promiscuidad que, a su vez, derivaba en ‘el mal del amor’, esa sífilis tan común entre los bohemios y los aristócratas”. Durante el franquismo, lleno de censores y religiosos fundamentalistas, el cuplé, que había llegado a España desde los cabaretes de París, derivó en zarzuelas y coplas folclóricas (que no están mal, todo hay que decirlo). Mucho tiempo después, tal vez la renovación del cuplé se encuentre reflejada en el reguetón y en la música urbana, “entre autotuning y resaca pandémica, con Diógenes y algo de plásticos, con nuevos repertorios de movimientos epilépticos asfálticos”, como dice Gloria G. Durán. Pero a mí, será por la edad o yo qué sé, me gustan más los cuplés y las coplas.
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