Laberinto No.1017 (10/12/2022)

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La trama moral de Radu Jude

LABERINTO

EL ATLAS DE PANDORA IRENE VALLEJO Ángeles e insectos

Arturo Pérez-Reverte en la vorágine revolucionaria

Suplemento cultural de MILENIO
SÁBADO 10 DE DICIEMBRE DE 2022 AÑO 19 - NÚMERO 1017
José Luis Martínez S./ FOTOGRAFÍA: ARIEL OJEDA
HOMBRE DE CELULOIDE FERNANDO ZAMORA
Foto: Endorfilm
Ilustración: Román

La nueva guerra religiosa

Cada época escoge las religiones que necesita para satisfacer sus deseos de gloria. Cuando lo hace, se dedica a construir templos donde oficiar sus ceremonias, reglas a las que éstas deben someterse y promesas de inmortalidad al finalizar los sacramentos. No hemos renunciado como especie a buscar esa inmortalidad, la fuente de la eterna juventud de los seres comunes. En un universo tan plano, no renunciamos a creer en dioses. Por eso los fieles llegan a los estadios en peregrinación desde lugares lejanos, se pintan la cara, se convierten en seres irracionales dominados por su pertenencia a una tribu nacional que lleva los colores de su bandera. Es el instinto siempre vivo del nacionalismo en los tiempos de la globalización.

Los mundiales de futbol son la celebración de la religión de guerreros de las tribus del mundo. Para realizarla los organizadores han construido templos, llamados estadios, donde su tiempo y su espacio niegan los de afuera. El campo de juego es un altar y por eso los estadios son edificios que miran hacia adentro de sí mismos, donde los espectadores le dan la espalda al mundo. Le dan la espalda a la inflación, a la guerra de Ucrania, a los conflictos sociales y políticos, a todo aquello que corresponda a la realidad. En tiempos en los que la religión decae, son una nueva religión. El circo, la acrobacia, el deporte, la valentía, la disciplina, la precisión, la inventiva son parte de la construcción de sus dioses. En un universo de egos, ofrecen el milagro del trabajo colectivo.

Si bien el futbol crea una religión, se trata de una religión de guerreros. Como las guerras no son populares desde la segunda mitad del siglo pasado, como los instintos homicidas y las pulsiones violentas siguen rigiendo en nuestro organismo, el futbol nos da la ocasión de liberarnos de ellas de un modo impune. Georges Bataille habría podido escribir un libro que se llamara El futbol y el mal. Duelos como el de Estados Unidos contra Irán, que se jugó hace poco, tienen un sentido político. Lo mismo ocurrió cuando jugaron Argentina e Inglaterra poco después de la guerra de las Malvinas. El caso más extraordinario de ritualización bélica de un partido ocurrió en el Mundial de 1950. Fue entonces que apareció una frase literalmente para la historia. España había ganado a Inglaterra con un gol de Zarra y el presidente de la Federación de Futbol envió un mensaje al general Franco: “Excelencia, hemos vencido a la pérfida Albión”. El gobierno británico protestó y el dirigente tuvo que renunciar a su puesto.

En un mundo sin héroes, sin santos, sin milagros, sin líderes, el futbol ofrece la ilusión de un mundo sencillo donde la religión y la guerra pueden unirse para lograr lo que parece más esquivo hoy en día. Pero una vez que el tiempo sagrado termina, una vez que se abandona el espacio del ritual, volvemos a ser los mismos de siempre. Fuera del estadio o de la pantalla, volvemos a ser personas de una racionalidad fingida, con la ansiedad de otro momento de gloria. _

HOMBRE DE CELULOIDE

Desnudando la hipocresía

La farsa es un género moral. Detrás del velo de absurdo brilla eso que el autor piensa que el mundo debe ser. Así sucede en Sexodesafortunadoopornoloco, de Radu Jude, película exclusiva de Mubi que el año pasado ganó el Oso de Oro en Berlín. El autor busca convencernos de que el mundo debiese ser más gentil y menos mojigato.

Para empezar, haciendo honor al título, los primeros minutos de la obra borran por completo la frontera entre arte y pornografía. Jude va hasta donde no se han atrevido ni siquiera Marco Bellocchio o Lars von Trier. Y es que, en El diablo en el cuerpo, de 1986, y en El Anticristo, de 2009, hay escenas explícitas que, sin embargo, resultan hermosas y contundentes. En Sexodesafortunadoopornoloco no hay música sublime, como en El Anticristo, ni la fotografía espléndida de El diablo en el cuerpo. Jude nos espeta gemidos y genitales en espera de que nos asustemos o sigamos el camino del arte. Porque la primera reflexión que produce la película gira en torno a eso que llaman “buen gusto”. Como se sabe, en la historia del arte los conceptos de belleza y buen gusto resultan muy problemáticos, de modo que el autor rumano invita a suspender el juicio en torno a semejantes nociones para, después del

porno, lanzarnos por las calles de Bucarest dando inicio a eso que llaman “denuncia” y que ofrece a esta farsa su carácter auténticamente moral. Porque, ya en la segunda parte de Sexodesafortunado... nos enteramos de que lo que acabamos de ver es efectivamente un porno casero que Emilia, maestra de literatura rumana en una escuela secundaria, grabó con su esposo dentro de los límites del lecho conyugal. Y el problema no es tanto la película como que su esposo, para ganar seguidores en un conocido canal, lo haya subido a internet. Ahora el filme casero ha sido visto por todo Bucarest. Incluyendo sus alumnos. En esta segunda parte Jude echa mano de su experiencia como director de documentales y sigue a Emilia por una urbe típicamente decadente y europea. Es una ciudad con letreros en inglés en los que, si uno se fija bien, se invita a consumir con anuncios espectaculares tan vulgares (y casi tan explícitos) como el porno casero que Emilia grabó. La gente, además, se

grita y es incapaz de ser gentil. En los cafés se charla con desparpajo de cierto periodo histórico que, en Rumania, resulta más violento que cualquier imagen: la alianza que en la Segunda Guerra Mundial mantuvo el gobierno con Hitler y su propuesta de exterminio racial. Eso, en verdad, es indecencia.

La tercera parte es la más interesante. El realizador presenta al público una suerte de collage de viñetas con lo que ha sido la historia y la cultura rumanas de los últimos años. La película recuerda ahora El abecedario de Gilles Deleuze que en 1996 produjeron el filósofo y Claire Parnet. El cine, reflexiona Jude en una de estas viñetas, es el escudo pulido de Atenea. A través de su superficie vemos el horror de Medusa, esto es, la sociedad occidental. Llegados al final, el director introduce por completo la farsa: el comité de la escuela en que trabaja Emilia se transforma en una suerte de inquisición kafkiana y ella tiene que dar explicaciones a los sospechosos comunes: Iglesia, Estado y promotores de la teoría del complot. Todos ellos se visten de hipocresía. Y, como buena farsa, es hilarante y moral. ¿El mundo debe ser como lo plantea Jude? No lo sé, pero reír cae bien después de todo lo que este director nos ha obligado a ver, sentir y pensar. _

-02- 10 DE DICIEMBRE 2022
LA GUARIDA DEL VIENTO
ANTESALA
Jude va hasta donde no se han atrevido ni siquiera Marco Bellocchio o Lars von Trier
Sexo desafortunado o porno loco. Dirección: Radu Jude. Rumania, 2021.

POESÍA

Mujeres

Mujeres del siglo XIV después de Cristo se esconden tras velos, armadas con dagas.

Mujeres del siglo VIII después de la Hégira machacan pimienta negra, la mezclan con kohl y preparan sus sandalias para la guerra.

Mujeres del futuro pueden apagar el universo con solo presionar un botón.

Este poema forma parte de Exhausto en la cruz (Vaso Roto, 2022), publicado en edición bilingüe árabe-español, con traducción de Frances Simán y prólogo de Raúl Zurita, quien afirma que este libro es “uno de los momentos cumbre de la poesía de su autor como de la escritura de nuestro tiempo”.

Los relámpagos de Enrique Serna

Como el temperamento del extraño Jean–Marie de su cuento “Lealtad al fantasma”, la prosa de Enrique Serna tiene el don de “cabalgar relámpagos”. En su escritura abundan centellas de ironía. Meteoros que tuercen las tramas para llevar a los lectores a geografías insospechadas, de las que uno sale no más sabio pero sí más competente para eludir los mordiscos de la realidad. Sus ficciones están sobradas de rayos de humor negro. Son descensos delirantes a los pozos de lo humano, aunque en esos agujeros las pulsiones o complejos más grotescos se transmutan en un catálogo de bestias que dan más pena que espanto, más risa que compasión: hombres y mujeres ofuscados por mantenerse a flote en las tempestades pasionales; individuos flagelados por el apoltronamiento que aniquila lenta, pero eficaz, al orgullo viril; tipos que se aferran con dientes y uñas a la impostura, con tal de no perder puntos en sus harapientas trayectorias de atletas sexuales; seres hastiados de una monotonía que solo les devuelve su propia imagen, deformada por las inclemencias del tiempo transcurrido que solo estropea por fuera, pero mantiene, indemnes, las peores lacras del ego.

Como narrador, Serna es un tozudo maratonista: Uno soñaba que era rey, Señorita México, El miedo a los animales, El seductor de la patria, Ángeles del abismo, Fruta verde, La sangre erguida, La doble vida de Jesús, El vendedor de silencio (novela), y  un hábil corredor de fondo que dosifica la energía para aturdir con el sprint final: Amores de segundamano, Elorgasmógrafo, La ternura caníbal, Lealtad al fantasma (cuento), aunque también ha mezclado esas aptitudes en el ensayo, como Las caricaturas me hacen llorar o Genealogía de la soberbia intelectual. A lo largo de su obra, ha ensamblado su muy particular versión del laberinto, o de la solitaria ralea del mexicano, y lo mismo ha sido un crítico feroz de las élites políticas y culturales, que de las infamias del poder o de la enajenación mediática que han hecho del país una inmensa olla de energúmenos.

No hay lugar a dudas. Serna es el explorador más puntilloso del alma nacional, que primero recorrió todas las cordilleras, las llanuras y esteros de la cáscara que la contiene, para de ahí extraer dicha sustancia y hacerle varios tajos con el fin de examinarla sin solemnidad ni ceremonia, con sarcasmo: sus personajes primero pasan por las crisis corticales, luego las genitales (o al revés), y terminan lacerados pero nunca se rinden. Al contrario. Vuelven al ataque, todo sea por conjurar, digamos, esa horrible decadencia con la que se ve a sí mismo un tal Fidel Ramírez, del cuento “El anillo maléfico”, el primer relato de Lealtad al fantasma: “un tigre desdentado de circo pobre, que volvía cada tarde por su propio pie a la jaula de la monogamia”.

Sean Jorge Osuna, alias El Tunas (Uno soñaba que era rey), o Selene Sepúlveda (Señorita México), Bulmaro Díaz, Ferrán Miralles o Juan Luis Kerlow (La sangre erguida), Carlos Denegri (El vendedor de silencio) o cualquiera de sus muchos personajes, hay en ellos un instinto de supervivencia que puede tornarse vital o deletéreo, ridículo o glorioso, pero al fin componen un impecable cuadro de esperpentos en el que, probablemente, nos veamos a nosotros mismos.

La picaresca de Enrique Serna se sostiene en la agria, virulenta desmitificación de los apetitos más elementales. De la carne, en mayor medida; emocional en segundo plano. Su narrativa es una marcha subyugante con prosa que cabalga sobre rayos y centellas.. _

-03- 10 DE DICIEMBRE 2022
LOS PAISAJES INVISIBLES
EX LIBRIS El paracaídas de Casandra/ EKO
ANTESALA

En Revolución, Arturo Pérez-Reverte

traza un fresco sin ideología, demasiado humano, de la lucha armada que sacudió a México en la década de 1910 “Quise contar el amor, la lealtad, el sacrificio”

rturo Pérez-Reverte presentó en la FIL de Guadalajara su novela Revolución(Alfaguara, 2022), protagonizada por un ingeniero de minas español, Martín Garret, quien de pronto se ve inmerso en un mundo desconocido y violento, el de la guerra civil en México. Dejándose llevar por las circunstancias, se involucra en la División del Norte de Pancho Villa y observa, siempre con distancia y aparente frialdad, los hechos, los personajes, las contradicciones de un movimiento en el que la violencia y la sevicia no proscriben la ternura ni la amistad. De acuerdo con sus editores, Revolución “es un relato de iniciación y madurez a través del caos, la lucidez y la violencia: el asombroso descubrimiento de las reglas ocultas que determinan el amor, la lealtad, la muerte y la vida”.

En entrevista realizada en Guadalajara, Pérez-Reverte habla de esta novela, en la que reconoce que hay mucho de él, de su visión de la guerra y los afectos.

¿Cuál fue tu principal reto al escribir esta novela?

No podía venir aquí como un gachupín que llega de turista y monta una novela desde fuera; no podía hacer eso. Revoluciónes una novela seria, hecha desde dentro. Tengo la ventaja de que conozco muy bien México, desde hace muchos años; conozco bien el país, la gente, las hablas distintas, pero tenía que conseguir que los personajes hablasen como se hablaba entonces, no como aho-

Ara. No podían decir “pinche güey”. Lo que hice fue estudiar, leer muy bien las novelas de la época, que las hay excelentes: Losdeabajo, VámonosconPancho Villa, Cartucho,SellevaronelcañónparaBachimba. Las leí todas. Leí los periódicos de aquel tiempo. Fui sacando palabras, expresiones, giros —la jerga popular de la época era muy divertida, muy interesante, muy ingeniosa—, para conseguir que al lector mexicano no le resultara ajena la novela. Para mí, lo peor hubiera sido que me dijeran: “Oye, tus personajes no hablan como mexicanos, no reconozco a México en esta novela”. Por eso investigué mucho y, con los medios que pude conseguir, traté que el mexicano diera por buena la historia. Con esta novela, mi principal tragedia hubiera sido que las expresiones, que el lenguaje no correspondiera a esa época. Si no hubiera sido capaz de controlar eso, no la habría escrito.

¿Por qué volver a la revolución mexicana, un suceso del que, como tú mismo has dicho, se ha escrito una gran cantidad de novelas?

Porque, entre otros, la revolución mexicana es un factor de aprendizaje para el protagonista, Martín Garret, un ingeniero de minas español. Yo quería que aprendiese de la revolución, de la gente que hace una revolución; él no es un revolucionario, es un tipo que mira y, al mirar, aprende y madura. Quería que aprendiese todo esto durante el tiempo terrible y espléndido de la revolución mexicana. Hay otro factor, más importante todavía: la revolución mexicana ha sido mitificada en el propio México. México ha vendido al exterior una imagen de su revolución no siempre exacta, con mucho folclor, muchas adelitas, mucho heroísmo, pero también hubo traiciones, sucie-

dad, crueldad, barbarie; hubo mucha sangre y mucha muerte. Entonces, yo quise hacer una novela ecuánime que presentara a la revolución mexicana con luces y sombras, con crueldad y con tragedia, con basura y con gloria. Para conseguir esto, me documenté lo más que pude para dar una imagen que tal vez a un mexicano le resultaría más difícil porque está mediatizado por su propia historia, por las lecturas que se han hecho de la revolución mexicana —la veas como la veas—, pero yo venía de fuera con la limpieza del ecuánime. Yo no tengo ninguna vinculación con Villa, ni con Zapata, ni con Madero, ni con Carranza, ni con nadie. Soy un tipo que mira. Así que esa mirada ecuánime, digamos más fría, quizá podría ser útil para que los mexicanos vean cómo ve su revolución alguien que no es mexicano, que no está condicionado y la ve desde fuera. La novela responde a ese intento de contarles a mis amigos mexicanos cómo veo su revolución.

Novelas como Losdeabajo, de Mariano Azuela, plantean claroscuros y desmienten algunos mitos en torno a la revolución. Para hacer mi novela, te repito, leí todas las que existen. VámonosconPancho Villa, por ejemplo, de Rafael F. Muñoz, es durísima, es la decepción de unos amigos que se involucran en ella y poco a poco van siendo destruidos por la misma revolución. Esa visión fue muy importante para mí, porque necesitaba ver cómo se había contado la revolución y elegir, de aquello que se contó, lo más conveniente para mi proyecto.

Por otra parte, quería huir de la concepción romántica que hay en España y México de la revolución: tiros al aire, adelitas, ¡viva Zapata! No, quería hacer algo mucho más complejo, sucio, turbio, traicionado, amargo, sangriento, impreciso y trágicamente fracasado de lo que lo vemos ahora. Con la humildad de quien viene de fuera a mirar y con la ecuanimidad de quien no está implicado, yo quería contar esa historia.

Martín Garret, el protagonista, se deja llevar por las circunstancias; parece simple y sin embargo es un personaje bastante complejo. ¿Cómo lo imaginaste?

No quería hacer una novela en la que un hombre se vuelve revolucionario, no quería hacer una novela de un militante, necesitaba la frialdad del observador, necesitaba la frialdad técnica de un ingeniero, de alguien que ve las cosas como un fenómeno casi antropológico; necesitaba esa frialdad. Un revolucionario me habría estropeado el personaje porque hubiera tomado partido, hubiera sido alguien arrastrado, digamos, sentimental, ideológicamente por la revolución. Y aunque Martín actúa de una manera muy directa en ella y al final termina combatiendo como uno más, o mucho más que otros combatientes y pagando el precio, siempre se mantiene sereno, con ese distanciamiento que le permite observar.

Yo he visto muchas revoluciones y muchas guerras, y sé que quien está dentro solo ve lo suyo: ve al enemigo al que odia y al amigo al que ama, excluye la virtud del enemigo y el error en el amigo. Yo quería que mi personaje lo viese todo, por eso construí a Martín Garret, y estoy muy contento de haberlo mantenido fuera de

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“El personaje no está para cambiar el mundo, sino para comprenderlo”

la contaminación, entre comillas, ideológica. En ningún momento él se siente un revolucionario, se siente alguien que quiere, que ama, que es leal, que tiene vínculos afectivos con revolucionarios, pero él no es un revolucionario; él no cree en la revolución, no está ahí para cambiar sino para comprender el mundo. Creo que esa es la clave de la novela: el personaje no está para cambiar el mundo, sino para comprenderlo; lo que a él le importa es la gente que lucha: Genovevo Garza y su mujer Maclovia Ángeles, el mismo Pancho Villa. Sus lecciones de vida no son una revolución que triunfa o fracasa, sino los hombres y las mujeres que la hacen.

En la novela, además de Garret, aparecen otros dos extranjeros, el mercenario Tom Logan y la periodista Diana Palmer, ambos norteamericanos.

Ella es una testigo viajera, es una periodista de la época inspirada en Nelly Bly; el otro es simplemente un aventurero,

pero Martín es un observador, un científico. A Martín Garret lo llevo a una cosa personal. Pasé veinte años en países en guerra, y los primeros tres o cuatro fueron de fascinación, no por la guerra que es horrible, sino por los hombres y mujeres que hacen la guerra. Me di cuenta de que la gente se comporta de manera diferente en la guerra que en la paz y que en la guerra afloran cosas que nada tienen que ver con la vida normal, o con la que nosotros llamamos normal. Ese hecho me dejó fascinado y enganchado y, entonces, a Martín Garret le presté esa fascinación, insisto, no por la guerra sino por los hombres y las mujeres que hacen la guerra —en este caso, una revolución.

Martín está en proceso de aprendizaje y los afectos que entabla no son con el hecho sino con quienes participan del hecho. Por eso llora cuando muere su “compadre” Genovevo Garza y Maclovia le dice: “Él hubiera llorado por ti”.

En ese sentido, narrativamente hablando, me importa un carajo la

revolución mexicana; es el escenario, pero lo que yo quiero contar son las cosas que ocurren dentro de ella, cómo es posible descubrir la lealtad, el amor, el sacrificio, la admiración.

Descubrir a gente como Genovevo Garza, quien se viste con ropa charra para la que va a ser la última carga de su vida, y al final le dice a Martín: “Ya me torcieron, compadre”. Ahí se resume todo. Son lecciones de dignidad, de hombría, de coraje, de lealtad, por eso el Martín que llega al término de la novela es tan distinto del que la comienza. Es muy complicado, hay mucha carga personal en esta novela, una novela muy sentimentalmente mía.

Uno de los personajes más poderosos de la novela es la soldadera Maclovia.

Que habla con silencios, y de esta forma habla hasta por los codos. Maclovia me gustó mucho. Y hago un paréntesis. Yo quería huir de María Félix en Enamoraday quería irme a Silvia Pi-

nal en La soldadera. Ahí está la diferencia entre la terrible vida de la soldadera de Silvia Pinal que nada tiene que ver con la romántica película de telefolletín de Enamorada

Estoy muy contento porque Maclovia es de verdad, no es una ficción que me he inventado; por lo que he leído y estudiado, así eran las soldaderas de verdad. Ese silencio que guarda, ese sacrificio de conseguir y cargar con la comida y todas las cosas, esa dignidad del personaje, que no es en ningún momento sumisa ni humillada, me gusta mucho. De las tres mujeres de la novela —Diana Palmer, la aristócrata Yunuen Laredo y Maclovia Ángeles—, de la que estoy más orgulloso es de Maclovia.

¿Cómo consigues que Martín Garret mire ese mundo fragmentado en que se va convirtiendo la revolución sin perder la brújula, sin extraviarse en las diferentes facciones y caudillos?

¡Con trabajo! Pero hay una cosa evidente. Eso sucede porque Martín no es revolucionario; si lo hubiese sido en alguna parte hubiera quedado fragmentado. Él cae con Pancho Villa porque Genovevo Garza está con él, porque le simpatiza la gente que colabora con él, ese es el vínculo. Pero podría haber caído con Pascual Orozco o con Venustiano Carranza, o con quien sea, da igual, solo que cae en un lugar donde crea lazos afectivos. Él mantiene la lealtad porque da igual que Villa cuelgue, ejecute, asesine; da igual que Genovevo Garza mate un prisionero, da igual porque son los suyos y lo que él está mirando es el comportamiento de esos hombres, no está juzgando ideológicamente su comportamiento, los está mirando y eso es lo que lo mantiene vinculado a ellos.

A mí me gusta imaginar a ese español caído por casualidad en la revolución mexicana cabalgando en Celaya, con las cargas suicidas de Villa. ¿Pero por qué va? No porque crea que una de esas cargas salvará a México. México a él le importa un carajo, no es México lo que le interesa, le interesan los hombres que conoce en México y él carga porque cargan los suyos. Hay mucho sentimiento en Martín Garret, pero es un sentimiento humano, no revolucionario.

El no cree que el mundo pueda cambiar, no cree en la revolución, comprende enseguida que no va a ninguna parte. Pero cree en la amistad. Por eso, cuando llegan a la Ciudad de México se lleva a Genovevo Garza y a Maclovia Ángeles a desayunar al Sanborns y en el Hotel Regis, cuando no quieren admitirlos, le dice al gerente: “O les dan una habitación o le pego fuego a este pinche hotel”. Eso es lo que lo hace sentirse bien, de eso se trata.

¿Estás satisfecho de haber escrito esta novela?

Sí, en esta novela afloro yo, hay mucho de mí en esta novela. No es que el personaje tenga mucho de mí, sino que he puesto en ella mucho sentimiento, amor, afecto, simpatía, lealtad. Con esta novela soy leal a México, al que le debo mucho y donde he aprendido muchísimo. Es una novela hecha con toda la nobleza posible. Era una deuda personal que tenía con México y estoy muy orgulloso de haberla escrito. _

-05- 10 DE DICIEMBRE 2022
DE PORTADA
El escritor, periodista y miembro de la Real Academia Española.

EL ATLAS DE PANDORA

Ángeles e insectos

Los viejos cuentos nos hacen saber que es necesario proteger lo que es fugaz y luminoso

Conociste tus primeras noches de libertad a orillas del río. Os bañabais junto al peñón, al atardecer de aquellos veranos de infancia, en aguas que eran puro escalofrío en la piel. Nadabais deprisa, intentando escapar a aquella brida helada. Caía el sol sobre vuestro pelo mojado, sobre las ranas que refrescaban la tripa en los nenúfares y sobre el chirriar de los grillos. En el camino de regreso, las luciérnagas encendían los cañaverales como constelaciones a ras de tierra. Con una diminuta luz viva en el cuenco de la mano, iluminabais vuestros pasos hasta los muros de San Juan de Duero. Llegabais a casa increíblemente tarde, pero nadie os reñía. Sentada en una silla de enea, nimbada por la frescura del aire castellano, tu abuela os hablaba de los tiempos lejanos, antes de la guerra.

El japonés Junichiro Tanizaki escribió Las hermanas Makioka en el fragor de otra guerra, también hoy lejana. Sus páginas recrean, durante las décadas previas al abismo bélico, un racimo de vidas corrientes con sus afanes menudos, con sus fulgores cotidianos, con esa invisible placidez que tanto añoramos cuando nos la arrebata una catástrofe. La protagonista, Sachiko, recuerda una excursión familiar al río: “En el último instante de luz, con las tinieblas ascendiendo desde el agua, apareció un infinito número de puntos luminosos en dos hileras apacibles, sobrenaturales. La caza de las luciérnagas, tenebrosa, soñadora, poseía algo del mundo de la infancia, con la atmósfera de un cuento de hadas”. Los científicos advierten que estos coleópteros titilantes se están extinguiendo en Europa, amenazados por la

contaminación lumínica. Nuestros faros y farolas los desorientan, los confunden y los apagan. Dejan de brillar, engullidos por la luz artificial del continente más urbanizado del mundo.

También nosotros, frágiles insectos humanos, hemos vagado desorientados y oscuros durante la pandemia. En los atardeceres de este verano sin primavera, sobrecogida por otros escalofríos, desearías volver al semicírculo de sillas de enea, a las historias de tus abuelos y a los pasos borrados junto al

río. El tiempo necesita que le enseñemos de nuevo a andar. Entre las constelaciones rotas de los cañaverales palpita el antiguo carpe viam, de Ovidio: disfruta cada instante del camino. Recordemos a los que se apagaron, escuchemos a quienes viven, protejamos todo lo que es fugaz y luminoso. Los viejos cuentos saben que, después de las desgracias, aprendemos a reconocer la pequeña felicidad con mayor facilidad.

El poema de Gilgamesh, un milenio anterior a la Ilíada y la Biblia, es el más antiguo relato humano de catástrofe y de luz, un viejo mito que invita a celebrar el hecho simple y extraordinario de seguir con vida. Gilgamesh, rey de la ciudad de Uruk

—en el actual Iraq—, deseaba más que nada en el mundo vivir para siempre, así que emprende un largo viaje en busca de la inmortalidad. Tras atravesar un oscuro túnel, emerge en el deslumbrante jardín de los dioses, donde charla con Shiduri, divina tabernera que sirve cerveza en el confín del océano. Shiduri le dice: “¿Por qué están tus mejillas demacradas, tu corazón tan triste y tan cansado tu rostro? No alcanzarás la vida que persigues. Tú, Gilgamesh, saborea tu comida, haz de cada día un placer, lava tu cabeza y báñate; cuando un niño te tome de la mano, atiéndelo y regocíjate; y que tu esposa goce siempre en tu abrazo. Esa es la mejor manera que tiene la humanidad de vivir”.

Gilgamesh no logra ser inmortal. El viaje le enseña la inutilidad de su búsqueda. Al aceptar su fracaso, descubre con otros ojos la luminosa, erótica y apasionante realidad que le rodea. “Contempló las palmeras, los jardines, los huertos y mercados, las casas y las plazas. Reparó en las tierras de su ciudad y en el brillo de los baluartes como cobre al sol”. Aprendió a mirar, aprendió a escuchar. Tras la peste negra, floreció el Renacimiento europeo; tras las grandes guerras y las bombas nucleares, hemos vivido la más larga etapa de paz. Entre rayo y rayo, hay tiempo de salvar las luciérnagas: a todas luces, sobrevivimos a la oscuridad. _

© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, S. L.

© Irene Vallejo.

-06- 10 DE DICIEMBRE 2022
Y, además, en nuestra edición digital: José Juan de Ávila: Entrevista con Kevin Puts • Sylvia Navarrete: Federico Silva, inconformista hasta el final • Carlos Illades: “El humanismo mexicano” • Fernando Figueroa: Pablo Milanés, la dolarización y la crítica • Andrea Serdio: La trivia del rock • Guillermo Levine: Los padres fundadores de la histórica sociedad alteña • Gustavo Marcovich: El cóndor en el agua
LITERATURA
• Jorge Esquinca: El imán del lejano oriente • Avelina Lésper: Rafael Cauduro
Recordemos
a los que se apagaron, escuchemos a quienes viven

NARRATIVA, ENSAYO

La encomienda

La autopista Lincoln

Tokio, estación de Ueno

Margarita García Robayo

Anagrama España, 2022 192 páginas

Aunque parece llevar una vida cómoda, la protagonista de esta novela mira cómo su rutina comienza a volar en mil pedazos. Trabaja en casa y apenas tiene contacto con el mundo exterior.

La incertidumbre se abre paso una vez que su novio, sus vecinos, las extrañas llamadas a su puerta se vuelven invitados indeseables.

Leer mata

Amor Towles

Salamandra España, 2022 592 páginas

Ambientada en la década de 1950, la novela de Towles cuenta la historia de los hermanos Watson y un par de amigos, quienes recorrerán la autopista del título. La madre de los Watson los ha abandonado y su padre ha muerto recientemente; tienen que dejar la granja en la que vivían en Nebraska. La aventura comienza.

X, Y y Z

Yü Miri

Impedimenta España, 2021 192 páginas

La extrañeza es la primera sensación que provoca esta novela. Por sus páginas vaga el fantasma de Kazu, cuya existencia estuvo siempre ligada a la familia imperial. A través de sus ojos vemos a los visitantes del parque enclavado junto a la estación de Ueno, en Tokio, lugar de los mejores años de su vida pero también donde murió.

El vuelo de la mujer lechuza

Fulgor (Malpaso), de Alma Mancilla, es la novela de un estado de ánimo. Y no cualquiera. Su protagonista, una joven antropóloga, víctima reciente de un aborto y embarcada en la tarea profesional de registrar los usos y costumbres de un poblado al pie de un volcán, padece un desorden mental que bien podríamos asociar a repentinos estados sicóticos. Pero no se trata exclusivamente de eso sino de cómo su presencia entre gentes desconocidas alienta la creencia de antiguos rituales asociados a la resurrección de una bruja que se alimenta de las almas infantiles.

Nos movemos entre el disturbio mental, el pensamiento mágico y una insulsa cotidianidad, y lo hacemos conducidos por el relato de esa mujer a la que observamos cada vez más olvidada de sí misma. Entonces preguntamos: qué tanto de su testimonio proviene de su propensión a distorsionar la realidad y qué tanto pertenece a la auténtica intromisión de fuerzas oscuras que aguardan el momento de volver a revelarse. Este es el mayor encanto de Fulgor: su consciente ambivalencia.

Luna Miguel

Almadía México, 2022 163 páginas

Un ensayo que es también un ejercicio narrativo. Una lectora voraz e igualmente desconfiada interroga a sus autores favoritos, más con el propósito de sembrar dudas que de obtener respuestas. El hilo conductor es El mar,elmar, de Iris Murdoch, y su retrato de un viejo donjuán que piensa en el retiro.

Alejandro Magallanes

Almadía México, 2022 183 páginas

Dibujos, viñetas, fotografías, juegos tipográficos, poemas, aforismos y hasta un ensayo dan forma a este volumen caracterizado por el buen gusto editorial y un desenfadado sentido del humor. Sobresalen las vistas a la cotidianeidad en su estado más insospechado, así como los juegos entre el espacio lleno y la página en blanco.

344 páginas

Con el subtítulo Unaaproximación autoetnográficaenCiudadVictoria, los autores presentan los efectos de los fenómenos del título en la ciudad tamaulipeca, una de las más sufridas. El libro se divide en diez capítulos “que van desde los aspectos teóricos de la inseguridad hasta las consecuencias éticas y de salud mental”.

El placer de leer

Hemos de creer en lo que leemos. La rutinaria visita al cura del poblado convive con las visitas nocturnas de una gigantesca lechuza de plumaje blanco, “que puede alzar a un hombre por los aires”, y la descripción de los paisajes montañosos con la existencia marginal de una comunidad de mujeres que parece detenida en el tiempo: visten de blanco y habitan un caserío con todas las señales del abandono. ¿Una novela de terror? ¿Una exploración de los abismos interiores en los que se fortalece el sentimiento de culpa? ¿Un viaje de regreso a los mitos que asocian la feminidad a la impureza y a la portadora salvaje de “la lanza y la sangre”? Fulgor es todo eso, tanto como estemos dispuestos a confiar en el poder ensoñador de la ficción.

La mujer rota, partida en dos, que Alma Mancilla ha imaginado —por su malograda maternidad, por sus dudas vocacionales, por su indisposición a los demás y a su propia voluntad— solo puede restituirse si acepta su condición animal, no el auxilio de un coctel de medicamentos sino de una parvada que extiende las alas, inclina sus picos en un gesto de reverencia y expone las garras abiertas antes de que todo termine para volver a empezar. _

-07- 10 DE DICIEMBRE 2022
Crimen organizado e inseguridad
Ariagor Manuel Almanza, et al Gedisa México, 2022
www.librotea.com

LABERINTO

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HUSOS Y COSTUMBRES

Cajas

Cajas de mudanzas, cajas de libros, las cajas donde quedarán nuestras cenizas alguna vez, la vida y la muerte están llenas de cajas. Veo las cajas que han invadido la habitación donde trabajo y duermo: el gato se ha apropiado de una de ellas y la convirtió en su refugio; sé que en unos días la cambiará por otra distinta, llevado por los olores y las visiones misteriosas que rigen el mundo de los gatos. Mientras, yo pienso en que debo deshacerme de tantas cajas y a la vez me gusta mirar la lisura del cartón: en el entresueño, sintiendo las sábanas, fantaseaba con la idea de despertar en la calle, entre bultos y cobijas de periódicos, a la merced de transeúntes apurados y el ruido de los motores, pero acariciando el suave cartón que sostendría mi sueño. Cajas como camas, sábanas de cartón. Un sueño de princesa y mendiga acartonada. A mi pesar vivo rodeada de cajas, cajas de libros, pero si dejaran de

llegar me entristecería como cuando se acaban la vida y las promesas. Las cajas que trae la mensajería son infinitas hasta que las abro y recuerdo los encargos que yo misma hice o los que quedaron de mandarme; eso provoca siempre una rara desilusión, el fin de la sorpresa. Por eso Buñuel en sus películas retrataba cajitas misteriosas que no se abrían nunca; a fin de cuentas, la caja cerrada siempre parece contener algo más de lo que guardamos en ella, pues resguarda su misterio. Cajas decoradas, olorosas a maderas perfumadas, cajas de joyas, de semillas, cajas de chocolates con sus papeles brillantes como cofres de tesoros. En las películas de terror las cajas contienen siempre cosas siniestras; en el drama son receptáculo de cartas y promesas ignoradas de las que brotan los conflictos. En la serie Los locos Addams, la mano Dedos vivía en una caja como un ready-made

surrealista. Una caja guarda por fuerza algo valioso, necesario o intrigante; nadie dice caja, sino bolsa de basura y los cuerpos que se guardan en bolsas pierden su dignidad.

Quizá los logros de nuestra civilización son la rueda y la caja, una versión refinada de la madriguera. Pandora abrió la caja que contenía todos los males del mundo, aunque leo que aquello no era una caja, sino una ánfora o un cuenco. Será que la caja se inventó pensando en el resguardo de las ollas: por eso las cajas despiertan apetitos y deseos. Y nuestras vidas se guardan en cajas que son casas y edificios o se representan en teatros como cajas. Quizá en el futuro lo plano de las pantallas infinitas sustituirá al espacio de la caja, pero aún falta mucho para eso: a fin de cuentas, a nuestro corazón lo contiene una caja y el cráneo es otra que guarda nuestras ideas; por eso los sesos tienen tapa _

Cicatrices del “niño chango”

Un par de semanas antes de acabar el primer año de secundaria, Francisco Goldman fue a la fiesta que organizó una de sus compañeras. El escritor tenía entonces 13 años y la ilusión del primer amor. Por eso, después de bailar un par de canciones con la niña que le gustaba, se atrevió a darle un beso inocente. Ella sonrió y, unos instantes después, los dos salieron al jardín agarrados de la mano. Solos, bajo la luz de la luna y envueltos por el aire voluptuoso de principios del verano, se abrazaron, cerraron los ojos, juntaron los labios y sus lenguas se trenzaron con un poco de torpeza pero con mucho vigor. Ahora, pensó él, solo faltaba pedirle formalmente a ella que fueran novios.

Iba a hacerlo después de ese “estupendo” fin de semana, pero cuando el lunes llegó a la escuela se dio cuenta de que todos lo miraban de manera extraña o cuchicheaban a su espalda o, de plano, se reían e imitaban a un chango mientras él atravesaba el patio. Uno de sus amigos le dijo que la niña que le gustaba había dicho que el otro día, cuando le dio un beso con lengua, se había sentido como un plátano masticado por un chango. Por eso las risitas, taimadas y maliciosas, mezcla de lástima y burla, y los agudos sonidos de mono. Por eso, también, una sensación de mareo e incredulidad de apoderó de él.

Hoy a eso se le llama bullying y hasta existen campañas para tratar de erradicarlo, pero en aquel entonces la crueldad infantil no tenía ni nombre ni consecuencias morales o disciplinarias o administrativas, y el afectado solía hundirse en sí mismo,

envuelto en una horrible sensación de vacuidad. Así que el daño estaba hecho y pasaron varios años hasta que el joven Goldman se animó a darle un beso a otra chica y muchos más hasta que volvió a enamorarse.

La desdichada anécdota la contó el otro día el propio Francisco Goldman, con su acentazo gringo (lo que no invalida su esencia guatemalteca y su mexicanidad adoptada), en la presentación madrileña de su más reciente libro, MonkeyBoy (Almadía). Estaba acompañado por su compadre y amigo Jon Lee Anderson, que hizo un viaje

relámpago solo para estar un rato a su lado. Goldman, también autor de un magistral reportaje sobre el caso del obispo Juan Gerardi, El arte del asesinatopolítico (Anagrama), dijo que no sabe si debe incluir su nueva obra en la categoría de autoficción pues, aunque en sus páginas cuenta hechos fácticos, también ha cambiado los nombres de los protagonistas y, para él, explorar la memoria y la identidad implica ficcionalizar un poco, porque “las cosas no suelen haber ocurrido tal y como uno las recuerda”.

Hijo de padre estadunidense de origen judío y lleno de rabia y de madre guatemalteca y abnegada, Goldman repasa en MonkeyBoy su adolescencia y juventud, la relación con su familia y con los dos países en los que creció (Guatemala y Estados Unidos), mientras viaja en tren, de

Nueva York a Boston. Se trata de un relato individual con dimensión colectiva o, como diría Annie Ernaux, la Premio Nobel de este año, de “una escritura transpersonal” porque va más allá del narcisismo o de la exhibición de las miserias propias.

Después de vivir un largo y doloroso duelo por la trágica y repentina muerte de su primera esposa, que cuenta en Di su nombre (Sexto Piso) y en El circuito interior (Turner), el escritor al que le decían “niño chango” comenzó a preguntarse por qué tardó tantos años en enamorarse y por qué se le dificultaba dar y recibir amor. Quiso entenderlo y por eso se sentó a escribir. Entre seleccionar lo que iba a contar, dar con la estructura y hacer las correcciones, tardó siete años. Pero ha quedado satisfecho con el resultado y parece que los críticos también, pues tan solo en este año Monkey Boy ha ganado el American Book Award y ha sido finalista del Premio Pulitzer de Ficción. “Un día fui a visitar la Casa Barragán, en la Ciudad de México, y quise que este libro fuera como esa casa, en la que caminas y tienes la sensación de andar por una casa normal, pero es una casa extraordinaria. Porque cada que pasas de una habitación a otra te encuentras con una sorpresa”, explicó.

No ha sido nada fácil la vida de Francisco Goldman y, sin embargo, ha encontrado en la escritura la manera de superar los obstáculos y cicatrizar las heridas. Eso sí, dice que con este libro ha puesto punto final a su “trilogía de la intimidad” y ahora se encuentra inmerso en la realización de una novela en la que él no aparece _

10 DE DICIEMBRE 2022
DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.
VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA RTVE El autor de Monkey Boy.
Francisco Goldman no sabe si debe incluir su nueva obra en la categoría de autoficción

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