Laberinto No.932 (24/04/2021)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

ENTREVISTA

FERNANDO ZAMORA

GUADALUPE ALONSO CORATELLA

El falso documental de Houellebecq

Alberto del Castillo: la obra de Marco Antonio Cruz

Foto: Les Films du Worso

SÁBADO 24 DE ABRIL DE 2021 AÑO 17 - NÚMERO 932

Ignacio Solares: encuentros con el Mal José Gordon/ FOTOGRAFÍA: PAOLA GARCÍA

Foto: Marco Antonio Cruz


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ANTESALA

24 DE ABRIL 2021

EN EL BANQUILLO

Dúo TEDI LÓPEZ MILLS

E

n mis noches obsesivas he inventado a un personaje: Lorenzo o Larry, mi preciado Larry, como lo llamo en corto. No tiene propiamente rasgos; solo el cuerpo que le corresponde por necesidad, una cara cualquiera, casi siempre de perfil, lo cual me acomoda pues da la apariencia de escuchar y pensar al mismo tiempo. Su voz es grave sin ser ronca, bien modulada, incapaz de elevarse incluso cuando se toca algún punto fino con vehemencia. Larry y yo no solemos estar de acuerdo; en eso consiste nuestra “dinámica”, según el vocablo que he oído mentar a los sicólogos. Cuando le comento a Larry, por ejemplo, que el optimismo a ultranza me parece perverso, él me responde que lo contrario, verlo todo negro, es una forma retorcida de la ilusión. Lo que está mal está bien porque podría estar peor. Los sentimientos pintan con brocha gorda: ¡cuidado con el muralismo en el fuero interno! Si le digo que la primavera se porta de manera anómala, él me responde que las estaciones no son calcas las unas de las otras y que el problema, si lo hay, está en la percepción: el famoso cristal con que se mira el mundo. Si opino que una vacuna no es igual a otra, él me contesta que toda vacuna es buena o, más sutilmente, que no hay vacunas malas. Si le señalo que hay una nueva jerarquía: los Pfizer, los AstraZeneca, los Sputnik, los Sinovac, y una nueva rivalidad, él me tilda de mezquina. Le digo de broma que los Pfizer no deberían felicitarnos por nuestras vacunas menores, sino guardar un discreto silencio. Pero él me recrimina: ¡ya ni la amuelas! Maldita. Si le pido entonces que me explique qué procedimiento se usa para repartir las vacunas —Pfizer por aquí, las demás por allá— me regaña y me retira la palabra. Son largas mis noches, así que cambio de tema. Le cuento a Larry de las hormigas; algunas son asteriscos, otras son ríos, remolinos, ejércitos, manifestaciones. A veces alguna hormiga solitaria recorre el piso como si fuera un desierto y se tropieza o se atora con las ranuras de la madera. La observo y la dejo en paz: alguien la acabará aplastando. Larry postula que a cada quien le tocan las hormigas que merece. Le hablo del poema de López Velarde: “un encono de hormigas en mis venas voraces”. Y prosigo a parafrasear: las hormigas nos negarán su abrazo y huirán de nuestros “pobres y trabajados dedos”, las hormigas nos desertarán. “Amada, déjalas caminar camino de tu boca…”. Larry odia la poesía: lo vivo muere en los poemas, las luces se apagan, los mares se secan, los pájaros se callan. Encantado con su diatriba, lanza uno de sus pochismos predilectos: get real, baby. Lo borro de un solo golpe. Larry ya no está conmigo. La noche dura: “a qué hora comienza la carne a oír”, escribe Gerardo Deniz. A qué hora se piensa sin adelantarse.

Larry odia la poesía: lo vivo muere en los poemas, las luces se apagan, los mares se secan

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El secuestro de Michel Houellebecq. Dirección: Guillaume Nicloux, Francia, 2014. Disponible en Mubi.

HOMBRE DE CELULOIDE

El secuestro de un poeta

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA LES FILMS DU WORSO

ada año, cuando resulta inminente la entrega del Oscar, parece necesario escribir sobre películas que, las más de las veces, terminarán por ser efímeras. De esas que, pasado el tiempo, uno recuerda con dificultad. Es necesario salir del camino trillado, aprovechar los beneficios del cine en esta nueva realidad y dejarse secuestrar por el gran pensador francés de estos tiempos. El secuestro de Michel Houellebecq no pasaría de ser una comedia entretenida si no fuese porque en ella el autor se interpreta a sí mismo. Filmada como un falso documental, la historia de la creación de esta obra va así: en torno al año 2014 el escritor y novelista Michel Houellebecq ya es blanco de embestidas por todos los sectores radicales de la sociedad francesa. Aún faltaba un año para el ataque terrorista contra Charlie Hebdo, de modo que Houellebecq aún vivía en su departamentito de clase media en París sin seguridad ni vigilancia policial. Un día, el poeta se fue de vacaciones. Se puso a beber vino español en la campiña de Francia y olvidó una cita importante que tenía con su editor. Pasaron varios días y este mismo editor (que tenía llaves del apartamento de Houellebecq) fue a buscarlo. Nada. Pasó un mes. La

noticia salió de control y fue a dar a la televisión. Houellebecq (que es en el fondo un romántico) no tuvo forma de enterarse. Disfrutaba la vida a su modo: leía poesía, gozaba del campo francés. Cuando volvió, supo, por fin, que lo habían secuestrado. Con esta historia en mente el director y guionista Guillaume Nicloux ha escrito un filme en que el experto en Houellebecq encontrará guiños divertidos (referentes sobre todo a su trabajo como poeta y ensayista) mientras que quien no conozca al hombre puede divertirse gracias a un esquema narrativo de “pez fuera del agua”. Porque, en la ficción, a Houellebecq lo secuestra un grupo de tontos que parece salido de una película de Max Linder. Se lo llevan a una granja a pocos kilómetros de París y la comedia está servida en el contraste entre la simplicidad de la vida campirana y lo complejo de un hombre como Houellebecq. Durante una escena, los secuestradores comentan sorprendidos lo fuerte que

Quien no lo conozca puede divertirse gracias a un esquema narrativo de “pez fuera del agua”

ha resultado un hombre de apariencia tan frágil. Con ellos, quien no conozca la obra de este escritor puede introducirse en la personalidad de un nostálgico de la familia tradicional, la comida casera y el viejo republicanismo francés. El de derechas que, sin embargo, desconoce la violencia del derechista; el que va a misa, pero no se hinca, y, sobre todo, el que en tiempos de corrección política se atreve a decir lo que piensa. Este es el segundo ingrediente en esta comedia: el descaro de un hombre que no tiene miedo a ser incómodo. “Es necesario decir lo que hace falta”, espeta él a sus secuestradores y uno entiende. Y entra en la dimensión metafórica de una película que retrata en clave cómica a este poeta: su obsesión por fumar y beber, lo que piensa del sexo y el porvenir. Al principio de la comedia, lo vemos negándose a abordar un taxi que maneja un hombre negro, en la siguiente escena descubrimos que tiene una amante africana. Este es el Houellebecq de los contrastes, el que se niega a aceptar que Francia sea decadente, el anticomunista, el que golpeaban cuando era adolescente y, en fin, el que gracias a su fragilidad ha encontrado, como Oscar Wilde, que a veces la lengua hiere más que los puños.

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ESCOLIOS

POESÍA

Tal vez el mundo termina aquí JOY HARJO VERSIÓN DE JORGE ESQUINCA

El mundo comienza en la mesa de la cocina. No importa qué, debemos comer para vivir. Traemos y disponemos los dones de la tierra sobre esta mesa. Así ha sido desde la creación —y así seguirá. Echamos a las gallinas y a los perros lejos de ella. Los bebés se frotan las encías, se raspan las rodillas bajo la mesa. Es aquí donde los niños reciben instrucciones sobre lo que significa ser humano. Hacemos hombres en ella, hacemos mujeres. En esta mesa chismeamos, recordamos a los enemigos y a los fantasmas de nuestros amantes. Nuestros sueños toman café con nosotros mientras abrazan a nuestros hijos. Se ríen con nosotros de nuestro pobre ser caído mientras volvemos a estar juntos en la mesa. Esta mesa ha sido una casa bajo la lluvia, un paraguas bajo el sol. Las guerras comenzaron y terminaron en esta mesa. Es un lugar para esconderse a la sombra del terror. Un lugar para celebrar la terrible victoria. Hemos dado a luz en esta mesa y preparado a nuestros padres para el entierro. En esta mesa cantamos con alegría, con tristeza. Rezamos con pena y remordimiento. Damos gracias. Tal vez el mundo terminará en la mesa de la cocina, mientras reímos y lloramos, comiendo el último dulce bocado. Joy Harjo (Tulsa, Oklahoma, 1951) es Poeta Laureada de Estados Unidos. Forma parte de la nación muscogee. Ha publicado nueve libros de poemas. También toca el saxofón y escribe para niños.

EX LIBRIS

Nuestra señora de la muerte/ EKO

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Libros alegres ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

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@Sobreperdonar

a literatura abarca toda la gama de emociones humanas; sin embargo, desde hace mucho tiempo, se privilegian los sentimientos negativos como la alienación, el aislamiento, el tedio o la depresión. Desde luego, no puede hablarse, sin caer en reduccionismos, de una división tajante entre literatura triste y alegre, depresiva u optimista. De cualquier manera, es innegable que hay un sesgo en el gusto y el prestigio moderno hacia lo oscuro y tormentoso, pues se supone que este tipo de emociones resultan más acordes con el malestar de la cultura contemporánea. De hecho, la efigie oficial del escritor moderno tiene grabado el rostro angustiado y el gesto misantrópico, ya que el descontento existencial se concibe como una alerta frente a las manipulaciones sociales en torno a la felicidad y la realización personal. El mercado editorial actual favorece géneros autorreferentes que tienden a magnificar las propias tribulaciones y agonías y que utilizan el pesimismo y el victimismo como un medio para captar la atención y, a veces, la compasión del público. Así, el aspirante a escritor enfrenta un panorama que le hace pensar que lo único que le dará valor a su escritura es su grado de crudeza y desesperación personal. Sin embargo, también existen los libros alegres. Los libros de esta índole no eluden la tensión, el conflicto o el sufrimiento, pero tampoco se quedan sumergidos en ello y la alegría o la epifanía surgen, a menudo, después de conocer íntimamente la pesadumbre y el tormento. La comedia, la novela risueña, la poesía extática, por ejemplo, reproducen la diversidad del sentimiento humano y, a la vez, dejan una vívida sensación de bienestar. Existe una nutrida genealogía de autores partidarios de ciertas formas de optimismo, celebración de la vida y conexión con el mundo y la naturaleza. La poesía vitalista y sonriente de Safo a Wislawa Szymborska pasando por Walt Whitman y Marin Sorescu. El humor clarividente que viene desde Aristófanes y Luciano hasta Evelyn Waugh o Jorge Ibargüengoitia pasando por Rabelais, Cervantes y Sterne. El ensayo curativo que abarca desde Montaigne hasta Bertrand Russell pasando por Emile Chartier (Alain). La aspiración a la dicha no es antiliteraria, ni se reduce a la cursilería del aficionado o a la marrullería del maquilador de bestsellers. De hecho, escribir sobre la dicha exige una serie de recursos literarios bastante más diversos y complejos que los de la lágrima fácil. Por lo demás, las experiencias literarias de comunión, gratitud y alegría constituyen reservas emocionales para enfrentar las desazones cotidianas. Por supuesto, esta consideración sobre la masificación de la chillonería no incumbe a los grandes y auténticos pesimistas que fundan la imaginación moderna, ni quiere prescribir una literatura meramente edificante: la clínica literaria acepta distintos remedios y algunos tónicos pueden ser amargos, otros pueden ser dulces y, los más comunes y reconstituyentes, son agridulces.

Escribir sobre la dicha exige recursos literarios más complejos que los de la lágrima fácil

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En su más reciente novela, Serafín, Ignacio So y depura sus obsesiones: la inocencia y la apari

“El Mal existe en la más ter desolación y en las cosas n JOSÉ GORDON FOTOGRAFÍA PAOLA GARCÍA

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na entrevista vía Zoom tiene cierta similitud con una sesión espiritista. Ignacio Solares se ríe. A sus espaldas se ve un amplio librero. Tiene un chaleco de color azul claro. Su cabello y barba blanca junto con la luz que le llega de una ventana difuminan su rostro y le dan un aire de aparición. Vamos a hablar de su más reciente novela, Serafín (ERA), en la que se interna en los abismos que han marcado su vida, sus creencias, su vocación literaria. Entramos directamente en el tema que lo obsesiona: la inocencia y la presencia del Mal. En tu novela, como en La última tentación de Cristo de Nikos Kazantzakis, está el eco de una voz que dice “Eli, Eli, lama sabjatani”, “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”. Nada más que aquí estamos en un problema todavía mayor. Cuando Elie Wiesel, sobreviviente de los campos de concentración en la Segunda Guerra Mundial, se encontró con François Mauriac, entablaron un diálogo que cimbró la fe del escritor. Dice Mauriac: “Yo que creía que Dios es amor, qué respuesta podía darle a mi joven interlocutor cuyos ojos oscuros todavía guardaban el reflejo de una tristeza angelical que había aparecido un día en el rostro de un niño ahorcado. ¿Qué le podía decir? ¿Le hablé de ese otro judío, su hermano crucificado, a quien quizá se parecía, cuya cruz había conquistado el mundo? ¿Le expliqué que lo que había sido un escollo en su fe se había convertido en la piedra angular de la mía? ¿Le dije acaso que la conexión entre la cruz y el sufrimiento humano es, desde mi punto de vista, el misterio insondable en el cual la fe de su infancia se perdió?” Mauriac señala que, a pesar de que no podía entender, había una gracia en el resurgimiento del pueblo de Elie Wiesel, pero no pudo decirle nada,

simplemente lo abrazó y lloró. No hay consuelo ante el dolor de un pequeño niño que es arrojado al Mal y ni siquiera tiene la gracia de ser considerado hijo de Dios. Tú exploras esa tragedia en nuestras tierras mexicanas. Estamos hablando de un niño que se llama Serafín y que va al infierno, al desamparo y la desolación, cuando su padre abandona a la familia y se va del pueblo. Es que imagínate el sufrimiento de alguien que ni siquiera tiene el amparo de saberse cobijado por Dios de la misma manera en que Jesús sí pudo ser cobijado. Esa es la gran pregunta que hace Kazantzakis, que hace Mauriac, que hace Elie Wiesel, pero todavía hay una vuelta de tuerca mayor cuando hablas de un niño en el que nadie repara. Si Jesús estuvo desamparado, imaginemos el desamparo de Serafín cuyo nombre es significativo. El niño va en busca de su padre a la Ciudad de México. Cree todavía que su padre lo va a acoger y lo va a cobijar. Todavía tiene la esperanza de que cuando lo encuentre en la ciudad, no solo va a regresar, sino que lo va a acompañar: van a regresar juntos. Pero resulta que va enfrentando al Mal (con mayúsculas), de una manera excesiva en sus diferentes formas. Ahí está la clave del libro. Yo creo que el Mal existe en la más terrible desolación y en las cosas más nimias y a veces casi invisibles que nos rodean. Retratas esa atmósfera como una realidad fantasmagórica, de pesadilla, de viaje al infierno que puede ser nuestro mundo aquí y ahora. Basta asomarnos a nuestras ciudades para ver la pobreza y la desolación, donde tantos niños son abandonados a su suerte. Esa es una desolación que ha descrito Juan Rulfo, relacionada con el abandono del padre. Guardando las distancias, la influencia de Rulfo fue determinante en mi vida, sobre todo en cuanto a su universo, en cuanto al infierno, en cuanto a la búsqueda del padre. Así es como empieza Pedro Páramo: “Vine a Comala porque me dijeron que aquí vive mi padre, un tal Pedro Páramo”. De alguna manera, todos los personajes están muertos y aquí todos es-

tamos a punto de ser devorados tarde o temprano —si no se tiene suficiente fe— por ese Mal que no sabemos adónde nos llevará. Lo que más me preocupó en esta novela fue el estilo, para ser fiel al mundo que tenía que describir. Creo que es la mejor novela que he realizado, en la que más he pulido el lenguaje, las metáforas, las imágenes. Creo que es la obra de la que me siento más satisfecho a pesar de su breve tamaño. Serafín me salió de las entrañas. Es un libro que he escrito con sangre. Surge del corazón porque me dolió de manera indecible la desolación de mi personaje.

Hablando de imágenes, hay una virgen hecha de yeso que le da la

madre al niño Serafín como talismán protector, cuando se va solo en el camión para buscar a su padre. Y la virgen se rompe en el camión. Esa imagen lo dice todo. Era el símbolo de protección y se cuartea. Ahí veo la influencia de Luis Buñuel. Si alguien tocó a fondo el Mal fue Buñuel y déjame decirte algo que no he contado y que de alguna manera es parte de mí, de mi historia fundamental. Tuve la suerte de conocer a Buñuel gracias a José de la Colina. Comimos juntos con Emilio García Riera y Alberto Isaac, y luego me atreví a ir a verlo en su casa en un par de ocasiones. Hablábamos de literatura. Buñuel leía muchísimo. En algún momento le pregunté cuál era su cuento predilecto


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olares concentra ición de lo sagrado

rrible nimias”

El narrador, ensayista y periodista cultural, autor, entre otros libros, de Madero, el otro.

y me dijo que “El tribunal de Dios”, de Jean Cocteau, un relato de media página que cuenta de una niña que tenía la obsesión de robarle cerezas al vecino y crece con esa fijación. Incluso, cuando ya es mayor y vive sola, le sigue robando cerezas al vecino. Entonces, aparentemente, ese es su gran pecado —quizá su único pecado—, y cuando llega al Cielo le dice el Señor: “Te salvó tu amor a las cerezas”. Buñuel me dijo que era su cuento predilecto y le contesté: “Qué curioso. También es el mío”. Entre paréntesis, es interesante que también fuera el cuento predilecto de Julio Cortázar, del libro Opio, el único que se llevó de Buenos Aires a París en los años cuarenta. Buñuel me dijo una cosa que me estremeció y

nunca se me olvidará: “Es curioso que sea nuestro cuento predilecto porque finalmente usted es creyente y yo soy ateo, pero los dos participamos de lo mismo que nos mueve y que siempre tenemos presente: el misterio. Yo con usted tengo un vaso comunicante porque los dos participamos del misterio, ese misterio que es una esperanza y nos une”. Ese misterio recorre la novela Serafín, en medio de una sensación de irrealidad e infierno. Sin embargo, aparecen apuntes de lo que llamas “trascendencia descendente”, en donde tocas fondo y de manera inesperada aparecen puentes extraños y sorpresivos. Uno que

me llama la atención es un intento de comunicación telepática de la madre con su hijo en medio de algo que podría parecer un delirio por el hambre y por el abandono en el que está Serafín en la ciudad, despreciado por su padre. Por eso es que me interesa tanto lo paranormal, por eso me ha interesado tanto la telepatía y el espiritismo. Todo surgió por la imagen de la Virgen rota. No sé por qué tenía tan presente esa imagen. En el camión hay un viejo terrible, que encarna el Mal, que le dice a Serafín: “No tiene caso rezarle a una Virgen rota”. No obstante, se va dando una comunicación telepática entre Serafín y su madre, se da a pesar de la Virgen rota. En la película de Buñuel La ilusión viaja en tranvía hay un momento en que aparecen símbolos malignos (trozos de carne colgados de los pasamanos del tranvía) y hay dos viejas que dicen que traen algo escondido. Se ven a los ojos y preguntan: “¿Lo sacamos?” Deciden hacerlo y sacan la figura de un Cristo. Hay una extraña conexión de la imagen de la Virgen rota con esta escena buñuelesca. ¿Qué caso tiene rezarle a una Virgen rota? Sin embargo, la Virgen está más allá de esta estampa: simboliza a la madre que protege a Serafín telepáticamente. Cuando su hijo está en peligro, ella le va diciendo: “¡Ahí está un taxi, tómalo!” o “¡Salte de ahí!”. Cuando Serafín encuentra a su padre, ella se da cuenta de que su hijo está en lo más profundo del infierno y le dice “¡Salte de ahí, salte de ahí!”, a pesar de que fue ella quien lo mandó a esa búsqueda. Hay una sensación ominosa que recorre la novela. Lo que sucede es que todo está marcado por el padre que contamina todos los ambientes que toca. Tanto él, como el viejo, son figuras casi diabólicas que rodean y cercan a Serafín hasta que la madre, desde la distancia, se da cuenta que han estado acechando a su hijo, precisamente como en la barca de Caronte, en donde al otro lado, en la otra orilla, están las almas en pena que te contagian y te llevan a lo más profundo del infierno. La clave del libro es el viaje que Serafín hace a la orilla del Mal. Serafín apareció como un cuento más o menos largo que reescribí como novela. En la primera versión el relato era en cierto sentido diferente. El niño no tenía escapatoria y se quedaba atrapado por el Mal. Es curioso cómo con los años, al reescribirla, fui puliéndola, le quité algunas cosas que sobraban y al mismo tiempo creció al subrayar las partes en donde se muestra la bestia del Mal. El viejo con el que Serafín se sienta en el camión es una especie de demonio. Ese viejo ya aparecía en otro de mis cuentos, “El árbol del deseo”, en donde asesina a una señora llamada Angustias —fíjate el nombre—. El Mal es algo que para mí está siempre presente. Desde mi perspectiva, solo nos salva la fe en algo más, la fe en un ser superior. Y eso marca tu diferencia con Buñuel a pesar de que comparten la inquietud del misterio. Cuando Buñuel dice que participamos del misterio, de alguna manera está hablando con una interrogación

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enfrente. Buñuel tenía un ojo brutal para ver el Mal. Basta ver Los olvidados y el final en el que arrojan al personaje central a un basurero. También tienes ese ojo para ver el Mal, para ver el infierno, pero lo que me llama la atención es que el cuento de Serafín, que leí hace varios años, tenía un final desolador. Cuando estás frente a una narración, tienes varios finales posibles y en esta ocasión —sin salirte del tono que has trazado— de alguna manera estás tratando de redimir al personaje, no tan solo abrazarlo y llorar con él sino cambiarle el destino en la ficción. Estás proponiendo el espacio de la novela como el lugar en donde se puede dar un golpe de deseo —relacionado íntimamente con tus entrañas— en el que podría aparecer el milagro. Estás hablando de un rezo que murmuras en tu interior, un rezo con lentes bifocales que no pueden dejar de ver ni el infierno ni el cielo: un “Padre nuestro que estás y no estás”. Lo que pasa es que le estaba dando vueltas al misterio, me interesaba el misterio. Había andado poniendo el dedo en el ventilador para ver si cortaba y, sí, corta. Siempre he sido un creyente profundo en Jesucristo. Es la figura clave de mi vida y ahora se me ha esclarecido aún más, quizás por la edad, tal vez porque ya siento una madurez mucho mayor en mi literatura. Esta novela cierra un círculo en donde desembocan los autores que me han acompañado y todos los misterios que me han rodeado. Estoy en mi estudio y estoy viendo la cantidad de libros que tengo sobre espiritismo, sobre telepatía, sobre la vida después de la vida que ayer se llamaba milagro. Es impresionante cómo me ha marcado el mundo de Conan Doyle, uno de mis autores predilectos, quizá el primer autor que me marcó. En mi casa de infancia estaban sus obras completas, que leí entusiasmado. Sentía que Conan Doyle era una forma de padre porque con el mío tuve muchas dificultades por muchas razones. Efectivamente, he rondado el misterio del dolor en la vida. Estudié con los jesuitas cuya labor social me adentró en la generosidad auténtica del cristianismo, aprendí filosofía, literatura, tomé clases de psicología con Erich Fromm, con el fin de cuestionarlo todo, para cuestionarme y cuestionar mis creencias y lo que leía tan apasionadamente. Junto con Gutierre Tibón, participé en sesiones espiritistas en las que atestigüé los más extraños fenómenos, apariciones que a pesar de mi mirada crítica me cimbraron. Quién me iba a decir que, al final, regresaría a lo inicial, a la fe que me nutrió desde pequeño. Para mí, Jesucristo es el gran refugio y la gran respuesta a nuestro desamparo, porque todos vivimos, en cierta forma, desamparados en manos del Mal. Jesús es el dios de los cristianos, pero creo que cada religión tiene la posibilidad de encontrar a un ser superior que es el refugio de todos para dejar de ser niños abandonados en una desolación como la de Serafín, como la que vivió Elie Wiesel. De todas las apariciones que he tenido, la que más busco y exploro en mi vida, y la que deseo con toda el alma, es la aparición de lo sagrado.

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FOTOGRAFÍA

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ENTREVISTA

Un ensayista de la imagen El historiador Alberto del Castillo habla de su estudio Marco Antonio Cruz: la construcción de una mirada

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odo comienza una mañana de 2013 cuando se encuentran por primera vez Marco Antonio Cruz y Alberto del Castillo Troncoso. Sucedió en Coyoacán, en la calle de Madrid, frente a los Viveros. El fotoperiodista llegó en bicicleta, era su medio para transportarse por las calles de la ciudad. Traía a cuestas una enorme carpeta de imágenes con la intención de hacerle una propuesta de trabajo a Del Castillo, historiador con una sólida trayectoria en la investigación de la imagen. La carpeta contenía un ensayo: “Contra la pared”, sobre las extorsiones policiacas en la década de 1990. Del Castillo, quien conocía el trabajo de Marco Antonio Cruz, revisó el material y le propuso no una presentación de su ensayo, sino trabajar en toda tu obra. “Cuando vi el archivo, me di cuenta de que mi propuesta había sido ingenua, no podíamos abarcar la magnitud de esa obra, así que acordamos trabajar en los primeros diez años.” Así se gestó el libro Marco Antonio Cruz: la construcción de una mirada (19761986) (Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora). Para el historiador, “se trata de uno de los fotógrafos más importantes de la historia de la fotografía en México, un referente fundamental de las últimas cuatro décadas. Un joven que venía de la Escuela Popular de Arte, en Puebla, con una impronta muy interesante en el campo de la estética, de la composición. Un fotógrafo que se formó a fuego lento, con toda la adrenalina del fotoperiodista, en las páginas de la prensa, con cierta manera de ver las cosas, la búsqueda de un equilibrio noticioso, documental, estético. En ese trabajo cotidiano se afina su mirada. Poco a poco transita hacia el espacio del reportaje y del foto-ensayo, con resultados impactantes. Entre estos, su Ensayo sobre la ceguera, un proyecto de quince años que presenta a los ciegos en todas las condiciones posibles; o Cafetaleros, una crónica conmovedora de la vida de migrantes guatemaltecos y mexicanos que trabajan en condiciones infrahumanas en Chiapas. También es uno de los grandes cronistas visuales de la transición democrática mexicana del último cuarto del siglo pasado. Hace visible, frente a la opinión pública, la protesta social, la nueva cultura en torno a los derechos humanos que surge alrededor de Rosario Ibarra de Piedra y el Frente Nacional Contra la Corrupción. Todo esto pavimenta el camino de la transición democrática hasta la alternancia en el año 2000”.

GUDALUPE ALONSO CORATELLA FOTOGRAFÍA MARCO ANTONIO CRUZ

El 68 fue un parteaguas: modifica las reglas entre prensa y poder, entre editores y fotógrafos. En las décadas anteriores, con el PRI en su máxima concentración de poder, hay una prensa alineada que trabaja a contrapelo para ubicar algunas de sus imágenes y hacer esa gran crítica del sistema. “Marco se enfrenta a un poder similar”, dice Del Castillo. “El PRI de Miguel de la Madrid y de Salinas de Gortari, pero después del 68, con la reforma política, el avance de la izquierda y la transformación de muchos espacios y medios, existe la convicción de que el sistema está herido de muerte y que es inminente el tránsito hacia otra cosa. Claramente se abren caminos a la libertad de expresión. De esa época, hay grandes trabajos de Marco. Por ejemplo, la crónica del terremoto de 1985, donde logra lo que será el ícono de íconos, la fotografía del Edificio Nuevo León despanzurrado. Hay otros ensayos interesantes como la protesta de las prostitutas de la colonia Cuauhtémoc en contra de las extorsiones policiacas. Ahí vemos una voluntad más allá de la simple nota, son fotografías que rozan el ensayo fotográfico desde una mirada particular. También están las grandes batallas ideológicas, el feminismo que ya tiene un peso importante, sus propuestas para despenalizar el aborto, la

maternidad voluntaria, la virulenta respuesta de la derecha. Todo esto lo cubre de manera magistral”. El trabajo de Marco Antonio Cruz apunta hacia la búsqueda de creación. Estamos frente a un fotoperiodista con diversos registros: el reportero gráfico, el caricaturista, el documentalista. Desde ahí construye un universo personal que marca su fotografía. “Había una potencia visual, una pulsión artística evidente y temprana”, refiere Del Castillo. “Su trayectoria es peculiar porque integra elementos que no son frecuentes en el gremio del fotoperiodismo. Trata de hacer camino como artista, tiene una vocación para el dibujo extraordinaria, para el grabado, la escultura; ya viene con ciertos conocimientos de composición. En la Ciudad de México entra en contacto con Héctor García, lo que será fundamental. Luego está su ingreso a la prensa comunista. Ahí tiene contacto con un grupo de intelectuales como José Woldenberg y Gerardo Unzueta. Marco empieza a incorporar esa agenda de transformación, la del comunismo de la época, para registrar el México convulso de aquellos años. Es un extraordinario caricaturista. Se forma en un momento excelso de la caricatura política mexicana, comparte páginas y cafés con Rogelio Naranjo, Helioflores, Eduardo del Río. Ahí se da un fenómeno importante: el diálogo del caricaturista con el fotógrafo. Uno influye en la mirada del otro, y el resultado es la capacidad de síntesis, la

ironía para referirse a la clase política. Su aprendizaje profesional y político se decanta hacia lo que realmente le interesa: el registro crítico de la realidad, aportar a la transformación del país, evidenciar la pobreza —algo que le ofendía profundamente— y contribuir a fomentar la crítica, a sensibilizar. Cuando se refiere a los desaparecidos, un tema candente en las décadas de 1970 y 1980, lo hace desde ángulos no convencionales. Enfrenta retos con miradas audaces, a través de acercamientos sorprendentes, manejando cierto tipo de reflejo. Le gusta mucho esa mirada oblicua sobre la realidad”. El libro se integra con la historia oral, la búsqueda de procesos de trabajo a través del archivo y la fotografía publicada. “La vía que elegí para trabajar”, dice Del Castillo, “es la recuperación de los contextos. A qué contexto pertenece una fotografía, qué busca, con qué momento político interactúa y, a partir de ahí, ver cómo circula. En muchos casos se va reposicionando, resignificando a partir de otros públicos, de otras coordenadas y otras circunstancias”. Marco Antonio Cruz pudo ver el libro ya editado antes de que la muerte lo sorprendiera el pasado 2 de abril recorriendo, en su bicicleta, las calles de la ciudad. “Ahora empieza una nueva etapa”, afirma Del Castillo, “vamos a ver, en los próximos años, el crecimiento exponencial de una figura clave para la fotografía y el papel que ha jugado en la historia reciente de México”.

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EN LIBRERÍAS

24 DE ABRIL 2021

NARRATIVA, MEMORIAS, ENSAYO El Invencible

El juicio de Miracle Creek

El grafópata

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POESÍA EN SEGUNDOS

Estupidez y grandeza: Flaubert VÍCTOR MANUEL MENDIOLA mendiola54@yahoo.com.mx

G Stanislaw Lem Impedimenta México, 2021 264 páginas

Angie Kim Motus México, 2021 456 páginas

Gonzalo Lizardo ERA México, 2021 136 páginas

Este año se celebra el centenario del nacimiento del escritor polaco y esta novela es una buena oportunidad para conocerlo, pues la crítica considera que se equipara en calidad a Solaris, su obra mayor. Todo arranca de un modo conocido: la nave interestelar El Invencible debe dirigirse a un remoto planeta para investigar la misteriosa desaparición de su nave gemela: El Cóndor. A partir de ahí, Lem desarrolla su historia poniéndole su admirable sello personal.

El incendio de una cámara hiperbárica que causa la muerte de un niño es el detonador de esta novela en la que el silencio y el sacrificio se ponen a prueba. Transcurre, como su título indica, a la manera de esas series en las que un acusado se enfrenta a la opinión pública y a la posibilidad de ser condenado a muerte. Dos ingredientes se añaden a la trama: la protagonista es una inmigrante coreana y el niño, su hijo, formaba parte de una comunidad de pacientes con autismo.

La literatura, la música y el cine son los territorios por donde se mueven los ensayos de este libro. Hay para todos los apetitos: un paseo por los jardines que se bifurcan de Borges, una visita al libro último de Salvador Elizondo, los retratos de las mujeres de Joyce, una travesía por la obra de Brian Eno y del compositor mexicano Tomás Méndez, un acercamiento a la idea del amor loco en la filmografía de Luis Buñuel. La escritura está llena de sugerencias y de guiños delicados.

“Q”

Deberías hablar con alguien

Descolonización

Quincy Delight Jones Jr. Libros del Kultrum España, 2021 528 páginas

Lori Gottlieb Urano México, 2021 503 páginas

Revista de la Universidad de México UNAM México, 2021 172 páginas

Creador de partituras para un sinfín de películas y series de televisión; productor de Frank Sinatra, Ray Charles, Sarah Vaughan y Count Basie, y del álbum más vendido de todos los tiempos, Thriller, el músico genial entrega sus memorias, sin remiendos ni tapujos. Arranca con su infancia en Chicago y cierra con sus consideraciones acerca del éxito, sin descuidar su iniciación en Seattle, sus andanzas al lado de Billie Holiday y sus correrías con la banda de Lionel Hampton.

La psicóloga clínica y columnista de The New York Times ofrece una serie de relatos basados en su experiencia como terapeuta. Todos persiguen un mismo propósito: “poner de relieve la condición humana que compartimos, para que podamos vernos con más claridad”. Se trata, en suma, de exempla que muestran los caminos que conducen a un cambio de conducta y a mejorar la relación con los demás. El Chicago Tribune lo calificó como libro del año en 2019.

¿Qué queda de las colonias? ¿De cuántas maneras seguimos colonizados? ¿En qué consisten las teorías de la descolonización?, son algunas de las preguntas que plantea el número más reciente de la publicación dirigida por Guadalupe Nettel. Entre los autores invitados destacan Francisco Carrillo, Frantz Fanon, Karina Ochoa Muñoz, Josefa Sánchez Contreras y Mariana Mora. Imperdibles son la entrevista a Horacio Castellanos Moya y la sección de crítica.

ustave Flaubert (1821-1880) es, para el lector contemporáneo, Madame Bovary. Con esta novela, según la crítica, la prosa alcanzó la altura de la poesía, tanto por su grado de perfección formal como por su fuerza metafórica. Sin embargo, quizá podríamos afirmar que este libro no puede concebirse en el plano de la creación poética sin entender las otras novelas del autor y, sobre todo, aquellas donde Flaubert representa, en una operación lírica compleja, a un “no Flaubert”. La gran pieza, vista aisladamente, es el retrato narrativo devastador de los deseos frustrados y el diagnóstico “clásico” de las ilusiones perdidas. Madame Bovary, asidua a las novelas románticas como Don Quijote lo había sido a las de caballería, fantasea con una vida amorosa plena, pero solo halla una horrible monotonía. Cada gran decepción desemboca en la enfermedad y, al final, en el suicidio, como ocurre también con su homólogo Lucien de Rubempré en la historia de Balzac. Pero si al lado de Madame Bovary ponemos La educación sentimental, “Un corazón sencillo” y Bouvard y Pécuchet y oponemos, al otro lado, a Salambó, La tentación de San Antonio y “Herodías” surge una crítica feroz a la metafísica de las costumbres de la sociedad burguesa y una poderosa imagen en contrapunto y limitación. Frente a la ordinariez y melindres de Bovary replica la forma áspera, casi viril de Salambó. En una, los sentimientos memos; en la otra, la pasión decidida y lúcida. Y lo mismo observamos al comparar La educación sentimental con La tentación de San Antonio: la veleidad “profunda” de Frédéric Moreau, en medio de la revolución de 1848 —crisol del lema “un fantasma recorre Europa”—, se agrava frente a la depuración de todas las ideas, visiones y experiencias en la ascesis de San Antonio. En su rigurosa narrativa, Flaubert crea un claroscuro entre el presente y el pasado, entre la vulgaridad mercantil y el refinamiento premoderno, entre el conocimiento como vacua acumulación y la hondura y el dolor del saber. El escritor parisino, que vivió casi toda su vida junto al Sena en la casa familiar, no construyó un enorme fresco a la manera de Balzac o Zola. Le bastó con elevar una contraposición de una medida reducida, pero de un efecto incalculable —igual que Baudelaire—. En este juego de opuestos, lo interesante radica en que, si bien es cierto que nos amenaza la estupidez de Bouvard y Pécuchet o el corazón ridículo de Felicidad, podemos adivinar una metáfora más compleja cuando pensamos, al mismo tiempo, en las pasiones enormes de Salambó, San Antonio o San Julián. En el alma miserable del hombre actual —enferma de aburrimiento, ruido, cínicas verdades a medias o tonterías groseras y maliciosas—, Flaubert no solo exhibe la desaparición del espíritu sofisticado sino muestra la transformación de circunstancias absurdas y patosas en una aporía, en un enigma sin solución. Por ello, en esta extraña limitación de lo pequeño por lo enorme, todos somos de alguna forma Bouvard y Pécuchet o, mejor aún, la patética madame Bovary.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.

24 DE ABRIL 2021

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TOSCANADAS

Mejor nonato DAVID TOSCANA

E

stoy leyendo un compendio de historia mundial. Cuando llega el momento en que muere Iván el Terrible, el autor dice: “Fue uno de los muchos hombres de su época de los que puede decirse que hubiese sido mejor para su país y para la humanidad que nunca hubieran nacido”. Me pareció extraño que luego de tantos siglos de violencia y crueldades, justo pusiera al zar moscovita como prototipo del beneficio de no ser. Cuando se habla de algún personaje que mejor no hubiera nacido o se hubiese muerto cuando era un crío simpático y cachetón, suele venir a la mente cierto austriaco, que en verdad era un niño bonito. En los textos bíblicos, las palabras más famosas para expresar el deseo de no haber nacido son de Job. “¿Por qué no morí yo en la matriz, o expiré al salir del vientre? ¿Por qué me recibieron las rodillas? ¿Y a qué los pechos

BRUNO SCHULZ

El escritor polaco asesinado el 19 de noviembre de 1942.

para que mamase?” Mas luego del tormento, viene el contentamiento de estar en el mundo. En la tradición cristiana, es Judas a quien más le valdría no haber nacido. Pero se trata de una maldición que pende sobre él, no sobre la humanidad, pues ¿qué sería del credo de tantísimas personas si Jesús muere porque se le atora una espina de pescado en el cogote?, tal como a George W. Bush estuvo a punto de matarlo una galleta. En el mundo de las letras, más allá de los líderes que han mandado asesinar a escritores, me vienen tres ejemplos de gente que ojalá no hubiese nacido. Está el personaje oscuro que asesinó a Christopher Marlowe, dejando para siempre la pregunta de hasta dónde habría llegado el teatro isabelino si se hubiese establecido una larga competencia de talentos entre el difunto y William Shakespeare. Luego viene el señoritingo de Georges-Charles de Heeckeren d’Anthès,

que cargó toda su vida con el bochornoso mérito de haber matado a Pushkin. Disparó con su orgullo de petimetre francés, favorito de las damas de sociedad rusa, pues, aunque sin talento, era más guapo que el poeta mulato, y carita mata todo. En 1942 se le ocurre al infecto de Karl Günther pegarle un tiro a Bruno Schulz, como una venganza contra un colega matajudíos que le había asesinado a su dentista. “Tú mataste a mi judío y ahora yo maté al tuyo”. No he hallado más información sobre el tal Günther, pero si sobrevivió a la guerra se habrá vuelto uno de esos alemanes buenos que nunca entendieron por qué los demás se habían vuelto locos, tal como podemos leerlo en algunas novelas germanas de posguerra. No tengo espacio para mencionar más personajes, pero cada quien puede hacer su lista de mejor nonatos, nacionales o extranjeros, de hoy o de siempre.

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BICHOS Y PARIENTES

La maquinaria de la paz

P

arece idea simple, la de Émile Benveniste: “La relación entre el estado de paz y el estado de guerra es, de antaño a hoy, exactamente inversa. La paz es para nosotros el estado normal, que una guerra viene a romper; para los antiguos, el estado normal es el estado de guerra, al que una paz viene a poner fin” (Vocabulario de las instituciones indoeuropeas, Taurus, 1986). Pero es un salto cualitativo respecto de toda la humanidad anterior y un giro en nuestra concepción de la historia. Para nosotros, la paz es el tiempo estable y la guerra, interrupción de la normalidad. No es que todas las generaciones anteriores desearan la guerra, sino que no sabían cómo salir de la lógica de las confrontaciones. Hay muchas propuestas, desde idílicas hasta hegemónicas. Unas arguyen por vía de la virtud humana, extendida a formas jurídicas y políticas; otras proponen un equilibrio de fuerzas, o una dominación mundial. La pax romana tuvo sus ventajas operativas pero era, en los hechos, un sojuzgamiento, según atestiguan el mismo Tácito y el dicho de Vegecio, atribuido a César: “si quieres la paz, prepárate para la guerra” (si vis pacem para bellum). En la Edad Media, Raimundo Lulio, franciscano y pacifista, proponía una instancia universal, superior a las naciones, responsable de mantener la paz y la concordia: el papa. Claro que, para lograr esa paz estable, era necesaria una cruzada que impusiera la hegemonía universal de la Iglesia católica. Sabemos que el Renacimiento no solo fue posible por la imprenta sino también, en igual medida, por la

JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA AP

artillería. Y si alguno tuvo su ensueño con las sociedades indivisas, las pequeñas agrupaciones neolíticas, puede leer el ensayo “La arqueología de la violencia”, de Pierre Clastres: la ausencia de Estado es un permanente estado de guerra. Solamente hallo un caso, entre los pacifistas, que haya podido concebir algo semejante a lo de Benveniste: Immanuel Kant. No el filósofo formidable de las Críticas sino el viejo ensayista, sabio, raro, gran conversador y un poco enrevesado: “La paz entre hombres que viven juntos no

El Renacimiento no solo fue posible por la imprenta sino también por la artillería

es un estado de naturaleza —status naturalis—; el estado de naturaleza es más bien la guerra, es decir, un estado en donde, aunque las hostilidades no hayan sido rotas, existe la constante amenaza de romperlas. Por tanto, el estado de paz debe entonces ser fundado”. La paz perpetua es una obra brevísima y admirable por su respeto al lector: intenta ser clara y sencilla; casi logra hacer a un lado los tecnicismos y hasta quiso contar un chiste, al inicio de la obra, pero, como es Kant, el chiste es malísimo. Pasado ese bobo primer párrafo, construye un mecanismo escueto, elegante y formidable. Seis artículos preliminares: 1) No se valen los tratados que sean cálculo para ganar una siguiente guerra. 2) Ningún Estado puede ser tratado como propiedad. 3) Los ejércitos permanentes deben desaparecer por

Integrantes de la milicia china.

completo con el tiempo. 4) No debe el Estado endeudarse para mantener políticas exteriores. 5) Ningún Estado debe inmiscuirse en la constitución ni gobierno de otro estado. 6) Ni siquiera en guerra se vale utilizar recursos que imposibiliten una paz futura. Y solamente tres artículos definitivos, para todos los países: 1) La constitución política debe ser en todo Estado, republicana. 2) El derecho de gentes debe fundarse en una federación de Estados libres. 3) El derecho de una ciudadanía mundial debe limitarse a las condiciones de la hospitalidad universal. La maquinaria está puesta desde 1796, pero no se había usado sino hasta hace muy poco. Requiere una actitud cosmpolita y un funcionamiento republicano (que hoy decimos democrático) de instituciones que no se perviertan en manos de autócratas. No hay que confundir adjetivos: perpetua no es eterna. “Perpetua” es un concepto de duración y mecanismo, no de religión y fe. Es una mecánica de la paz. Un mecanismo jurídico, artificial, inventado, para que la paz no se rompa. No se trata, como antes, de concordia y caridad sino de derechos, leyes y, como diría Jacob Burckhardt: “el Estado como creación calculada y consciente: como obra de arte”. Si hemos de abandonar el estado de naturaleza y su belicosidad, más nos valiera entender que se trata de construir una estructura de leyes y normas de derecho, y no de establecer una justicia que satisfaga a dioses y sus esbirros. Mecanismos, instituciones y funciones, no escaleras al paraíso ni mesianismos que, aunque fueran de buena fe, desembocan sin embargo en la violencia.

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