Laberinto No.933 (01/05/2021)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

EL ATLAS DE PANDORA

FERNANDO ZAMORA

IRENE VALLEJO

Regreso a Chungking Express

Breve historia del no Foto: Jet Tone Production

SÁBADO 1 DE MAYO DE 2021 AÑO 17 - NÚMERO 933

Emmanuel Carrère rompe todas las reglas Melina Balcázar/ FOTOGRAFÍA: M. B.

Ilustración: Román


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ANTESALA

1 DE MAYO 2021

DOBLE FILO

Un heredero de la bohemia FERNANDO FIGUEROA

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ueño de una memoria prodigiosa, Rodrigo de la Cadena es un destacado intérprete de boleros, pianista y compositor. En su discografía destaca un álbum triple con temas de Agustín Lara y varias colaboraciones con Armando Manzanero. El público conoce al artista de 32 años por sus programas de radio y televisión, pero sus presentaciones en pequeños espacios son memorables. Hoy juega ping-pong con Laberinto. ¿Qué es la música? Dulce alimento envenenado para los que vivimos de amor. ¿Qué es el bolero? La distancia más corta entre dos cuerpos. ¿Qué es el piano? Concha nácar en donde traducimos nuestras emociones. ¿Cuántas canciones has registrado en la SACM? Casi cien. Recomienda una. “Hace muchos pecados que no te cometo”. ¿Qué se siente cantar en el Zócalo? Nada más piensa que es el templo mayor de nuestros escenarios. Agustín Lara en una frase. El más grande compositor y personaje. Una de sus canciones. “Mujer”. Una línea de otra canción de él. “El hastío es pavo real que se aburre de luz en la tarde”. Manzanero en una frase. Última leyenda maya del romanticismo. Una de sus canciones. “Como yo te amé”. Una línea de otra canción de él. “Cuando estoy contigo, yo cambio la gloria por la dicha enorme de estar en tu historia”. El mejor consejo que te dio. “Párate bien para que te vean, habla fuerte para que te oigan y sé breve para que te aplaudan”. Un bolero de Alfredo Gil. “Sin un amor”. Uno de María Grever. “Alma mía”. Javier Camarena o Plácido Domingo. Plácido Domingo. Una presentación inolvidable. En 2014, cuando gané el Festival Eslavo de las Artes, en Bielorrusia. Y tu mayor oso. En Cuba, cuando se vencieron las patas de un viejo piano donde alguna vez tocó Bola de Nieve. Dos grandes pianistas. Martha Argerich y Vladimir Ashkenazi. Un poeta mexicano y otro extranjero. Jaime Sabines y Walt Whitman. Un libro en una isla desierta. El Aleph, de Borges. Una canción que envidies. “Night and Day”, de Cole Porter. Si Morena gana la alcaldía Cuauhtémoc de la capital, te encargarás de Cultura. ¿No es riesgoso para un artista? Sería un honor y gran responsabilidad. Música para tus últimos minutos. “Va, pensiero” de Nabucco, de Verdi. Tu epitafio. “Lejos de los ojos, cerca del corazón”.

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Chungking Express. Dirección: Wong Kar-Wai, Hong Kong, 1994. Disponible en Mubi.

HOMBRE DE CELULOIDE

El amor y el tiempo propicio

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA JET TONE PRODUCTION

ay años importantes en la historia del arte: 1939, por ejemplo. En aquel año se estrenaron Lo que el viento se llevó, El mago de Oz y otras que, para bien y para mal, marcaron el cine del porvenir. De igual modo, en 1994 se estrenaron dos películas cuya influencia llega hasta hoy: Pulp Fiction y Chungking Express. Ambos filmes siguen siendo tan actuales como hace 27 años, ambos exploran la narrativa coral, el juego de referencias al cine mismo y una imagen frenética que sigue marcando el gran cine de nuestro tiempo. Además, Chungking Express ha sido restaurada y se está promocionando en el mundo con la obra de su creador: Wong Kar-Wai. El inicio de Chungking Express es acelerado. El director parece adivinar un tiempo (el nuestro) en que es posible rodar con un celular. Y, sin embargo, el gusto por la composición, por los colores y, en suma, por la imagen, presagia ya el estilo sofisticado de In the Mood for Love de 1997. Vale la pena detenerse en el manejo del color. En Chungking Express el amarillo está presente cada que el director discurre en torno al amor. En este y otros sentidos la obra tiene correspondencias con My Blueberry Nights de 2007. Si en la primera Wong identifica el amor

de la protagonista con el amarillo, en la segunda parece decir que el amor de la heroína es púrpura. Ambas películas giran además en torno a un pequeño restorán donde el dueño funciona como un dios Eros que invita a los amantes a trascenderse a sí mismos y cambiar. Porque, sí, ambas películas ponen en escena todo lo que cambia a la gente el fenómeno del amor. La historia de Chungking Express parece mínima. Dos policías se enamoran. El primero de una traficante de drogas a quien todo le sale mal y el segundo de una vendedora de cabellos cortos y cierta inocencia que la hace crecer en sensualidad. Vale la pena notar que en ninguna de las dos historias hay contacto físico. En ello, Wong Kar-Wai parece seguir a la letra aquella máxima del protagonista de Nostalgia de Andrei Tarkovski quien afirma que en las grandes historias de amor no puede haber, ni siquiera, un beso. Por otra parte, Chungking Express es una comedia de situaciones en la que el espectador

El director anunció que quiere rodar la segunda parte de esta magnífica película

se ríe de sí mismo al identificar en su propio caso esos fatales deseos que no terminan nunca por consumarse. Pero, además, la maestría del director hongkonés se evidencia en el modo en que la historia discurre en torno al significado del tiempo. El tiempo como sucesión de hechos y como momento propicio. En el primer sentido el cineasta hace hincapié en que el héroe de la primera historia está por cumplir años. Y, obsesionado, busca conservas que caduquen ese día. El muchacho en realidad está preguntándose por su propia caducidad. Porque este es otro tema de la película: la caducidad. En el segundo sentido, en el del tiempo propicio, Chungking Express explora el amor como la coincidencia que se ofrece en el momento justo. Una equivocación, un chubasco o un deseo impredecible, cambian el futuro de la relación. Pero el final de esta obra es abierto y, por ello, Wong Kar-Wai ha anunciado, a propósito del restreno de sus filmes, que quiere rodar la segunda parte de esta magnífica película que, en su discurrir en torno al amor y el tiempo, nos plantea, como lo hace también Tarantino, una pregunta sobre el significado de hacer cine. En Chungking Express, Wong Kar-Wai nos cuestiona: ¿acaso ha caducado en este siglo el cine de amor?

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ANTESALA

1 DE MAYO 2021

POESÍA

Ausencias

LOS PAISAJES INVISIBLES

Vinterberg y el .05 por ciento

JOSÉ ÁNGEL LEYVA

No alcanzo a ver la segadora tras los setos El viento pasa con su aroma de voces y de ausencias En el olor de hierba y en la tibia humedad de la mañana distingo la sombra del segador que enérgica se planta bajo la luz diagonal sobre un cortejo de liquidámbares y pinos con sus troncos ahítos de humedad y de penumbra El ruido se pierde en la distancia Horas después quizás hasta semanas el segador se anuncia sembrando melodías semillas de olor en la memoria Renuentes al olvido vienen versos nombres que en medio del barullo y en silencio cantan Poema dedicado a la memoria de Minerva Margarita Villarreal, publicado en el homenaje organizado por El Cobaya, revista del Ayuntamiento de Ávila, España.

EX LIBRIS

Mayakovski/ EKO

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IVÁN RÍOS GASCÓN

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@IvanRiosGascon

l danés Thomas Vinterberg debutó formalmente con La celebración (1998) y como fundador del movimiento Dogma junto con Lars von Trier, proyecto que planteaba retomar narrativas similares a la de los franceses de la Nouvelle Vague (Truffaut, Rohmer, Chabrol, Godard), y en las que el elemento estético debía ser únicamente la condición humana y no los artificios. Vinterberg y Trier detestaban los efectos especiales y las tramas chatarra del cine comercial, y apostaron por escudriñar los recovecos del espíritu danés, inspirados en la filosofía de su compatriota Sören Kierkegaard (1813–1855), quien postuló que la angustia es la materia propiamente humana. Dogma se disolvió hace más de tres lustros. Vinterberg y Von Trier se mantienen en la misma línea, aunque de tanto sumergirse en la penumbra existencial, a veces han tenido que sortear malos entendidos, como en 2011, cuando Von Trier fue defenestrado del Festival de Cannes por un comentario sobre Hitler y un mal chiste del nazismo. De Vinterberg, a mi parecer, sus mejores cintas son Submarino (2010) y La caza (2013), películas de vértigo y atmósfera salvaje: dos hermanos decididos a la caída estrepitosa, consiguen la penitencia. Uno en la heroína, otro en el calabozo. No son suicidas, solo buscan la expiación de un pecado de adolescencia (Submarino); por las habladurías de una niña confundida, un maestro de kindergarten se vuelve paria y presa de la comunidad de un pueblo apacible. Es víctima de acoso, condena y linchamiento, marcado sin remisión por la sospecha (La caza). Otra ronda aborda un asunto ya no espinoso sino políticamente incorrecto: la amargura inútil de la sobriedad. Martin, Tommy, Peter y Nikolaj, profesores de preparatoria en Copenhague, deciden confirmar en carne propia la teoría del psiquiatra Finn Skarderud: con el .05% de alcohol en la sangre la vida es mejor. Esa proporción etílica nos vuelve expansivos, elocuentes, empáticos, creativos y, sobre todo, relajados. Los personajes de Otra ronda habitan en el tedio. Matrimonio insípido, paternidad incómoda, empleo aburrido, soledad. Hombres de mediana edad al borde de la medianía, comienzan a beber a diario porque las copas les sirven de flotador en la marea calma de una cotidianidad sin sobresaltos, calamidades ni peligros, pero, a su vez, sin emociones. Vinterberg se afana en mostrar lo abominable del paso del tiempo en la zona de confort, ese peligroso territorio para las almas simples y los temperamentos puritanos: en el mundo de aquellos profesores bien portados, una borrachera es vicio y una juerga es una orgía, hay poco placer y mucha culpa, menos gozo y laxitud pero más consecuencias: divorcio, afrenta y duelo. Catarsis, redención. El círculo de Otra ronda se cierra en el júbilo de los supervivientes a la fiesta de grados Gay Lussac, pues ninguno queda destruido (tres cruzaron el pantano y apenas se salpicaron, uno le pone fin a todo pero no por ebrio sino por sensatez), y esto es lo que no funciona en la película más políticamente correcta de un Thomas Vinterberg que pasa de largo las hipótesis del psiquiatra Skarderud sobre la energía creativa del .05% de alcohol en las venas (uno piensa en Dylan Thomas o en Edgar Allan Poe y no solo en el Hemingway que invocan esos profesores como lugar común), aunque quizá lo que para mí es la ausencia del ruido y la furia sea simplemente el apego de Vinterberg a Kierkegaard y en Otra ronda solo quiso ilustrar esa idea que el filósofo anotó en Mi punto de vista: “La vida se divide en dos partes: el periodo de la juventud pertenece a lo estético; la edad madura a la religión”. Sus profesores, ciertamente, no aspiraban a la religiosidad pero lo que tal vez anhelaban era el ascetismo. De todos modos, prefiero los incontables grados que forjaron a Scott Fitzgerald, Capote, Carver, Francis Bacon, Malcolm Lowry o…

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DE PORTADA

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En Yoga, Emmanuel Carrère afianza su talento para narrar historias que imagina o de las que ha sido testigo presencial

“No ganamos nada con menospreciar nuestro propio sufrimiento”

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MELINA BALCÁZAR/ PARÍS FOTOGRAFÍA M. B.

n un París confinado, Emmanuel Carrère nos recibe en su casa para conversar sobre su más reciente libro, Yoga, en el que conviven la crónica periodística, el ensayo, la estampa autobiográfica y un aliento narrativo que rompe las fronteras de los géneros. La crisis conyugal, la depresión, la mirada abismal del suicida, el drama de los refugiados en Europa son algunos de los temas que nos tocan y reclaman nuestra complicidad. Ha declarado haber abandonado la ficción. Sin embargo, en Yoga se nota un verdadero gusto por narrar las historias que escucha o incluso las de los libros que lo han marcado y que nos cuenta a su vez con gran detalle. Es cierto que ya no escribo ficción. Aunque relato y ficción son cosas distintas. Trabajo con un material que no es ficticio y, al mismo tiempo, utilizo las herramientas de la ficción, es decir, un tipo de narración y de montaje que acostumbramos asociar con esta. No busco alejarme de la ficción, más bien me concentro en progresar en el arte narrativo. Ahora bien, no todo mi material es autobiográfico. De hecho, solo es así en un par de libros: Una novela rusa y Yoga, en los cuales no me limito a ser el narrador sino también el protagonista. La mayoría de mis libros no son autobiográficos; en Limonov, El reino o De vidas ajenas, estoy muy presente como narrador, pero no hablan de mí.

¿Compartiría la opinión de alguien como Philippe Lançon quien, tras el atentado contra la redacción de Charlie Hebdo, considera agotada la ficción como lo muestra en El colgajo? ¿Usted tampoco cree ya en la ficción? El hecho de que ya no escriba libros de ficción no implica una posición ideológica, una declaración de su agotamiento. A mi parecer, hay dos razones principales para escribir. La primera sería inventar, contar historias que imaginamos. La otra, contar la vida o bien cosas de las que hemos sido testigos. Son tropismos de igual importancia. Por eso no creo que exista una tendencia francesa hacia la autoficción. Se trata solo de una de las dos vías de expresión de sí. Por mi parte, he seguido un movimiento natural. Durante quince años, me pareció evidente escribir ficción, pero desde hace veinte años he optado por lo que hago ahora sin que sea un verdadero posicionamiento. Ahora bien, respecto a lo que dice Lançon, es en parte cierto. También lo siento, cada vez tengo menos ganas de leer novelas, aunque insisto, no hay nada ideológico. Justamente Lançon dice ya no leer novelas pues les ha perdido el gusto. No sé si es propio de nuestra época o más bien de cierta edad de la vida. Se suele decir que con la edad ya no se leen novelas sino más bien memorias, correspondencias, que el gusto por la novela disminuye a lo largo de la vida. Cuando era joven me decían eso y me parecía ridículo, algo típico de viejos reaccionarios, aunque es un poco lo que me pasa hoy. Entre las pocas novelas que leo, hay varios latinoa-

mericanos, por ejemplo Juan Gabriel Vásquez; nos conocemos un poco. Me parece un verdadero novelista. En Latinoamérica, la novela sigue viva, no ha perdido aliento. En Francia, sobrevive con respiración artificial. Me parece que su escritura se acerca más al ensayo, en el sentido que le daba Montaigne y que cita en Yoga, que a la autoficción. ¿Reivindicaría esta filiación? Me siento cercano a Montaigne, pero no pretendo compararme con él. Lo que me gusta en él y que ha aportado mucho a mi trabajo es su extraordinaria libertad, su fidelidad a la expresión de su pensamiento, sus dudas, sus recuerdos… Pero esta lección de libertad en el pensar implica también no dejar que una especie de superyó nos bloquee y aceptar pensar lo que pensamos, ser quienes somos. Montaigne es un compañero muy valioso pues su ejemplo permite liberarse de la culpabilidad. Hay algo en él que tiende a la aceptación de uno mismo. Aunque, contrariamente a él, soy más bien un autobiógrafo narrativo. Tengo una pasión por el relato; para mí, la narración cuenta más que el pensamiento. Siempre me ha sorprendido su manera de dirigirse al lector y este último libro no es la excepción. Incluso cuando habla de cosas muy dolorosas, como su depresión o su estancia en el hospital psiquiátrico, no pone distancia; al contrario, nos conduce

“Claro que soy narcisista pero también hay honestidad en hablar en nombre propio”

a su intimidad. Aborda situaciones que podrían resultar vergonzosas y que se nos ha enseñado ocultar. Es algo espontáneo. Me gustan los libros donde percibo una voz que me habla. Y, a mi vez, intento suscitar una relación amistosa con el lector dirigiéndome a él. Me parece importante crear cierta intimidad con los lectores. No escribo solo por eso, pero sí en gran parte. Para mí, lo único que podría suscitar vergüenza son las malas acciones, también las he cometido, pero no es lo que me importa compartir. Más bien me interesa exponer mis flaquezas, mis defectos, que forman parte de la vida. Tal vez es exhibicionista, pero creo que es útil, pues a la gente le hace bien conocer mis miserias justamente porque solemos callarlas al pensar que son vergonzosas. Cuando me leen pueden decir: “ah, también él se ha sentido así o ha actuado de tal manera poco gloriosa”. De ahí que cuente trastornos del estado de ánimo, incluso psíquicos, pues mucha gente los padece y le cuesta hablar de ellos. Es muy liberador que alguien más los aborde, así que no me avergüenza hacerlo. Le han reprochado su narcisismo, pero usted ve en el uso del “yo” una marca de honestidad. La honestidad no impide el narcisismo. Claro que soy narcisista pero también hay honestidad en hablar en nombre propio. No me gustan los discursos que no están encarnados, necesito que alguien los asuma. No creo en las ideas al aire. El periodismo ocupa un lugar importante en su vida. En Yoga adquiere una dimensión terapéutica, una manera de ir hacia los demás.


Es fundamental. He tenido siempre mucha suerte en mi práctica del periodismo. Comencé en los años 1980, una época muy favorable cuando los periódicos tenían dinero y podían enviar periodistas al otro lado del mundo. Hoy es muy difícil. He podido continuar ejerciéndolo como escritor profesional y espero continuar. El periodismo permite salir de uno mismo y encontrarse con lo inesperado. Tengo la fortuna de trabajar con medios y redactores de confianza que me dan la posibilidad de escribir artículos extensos pues el reportaje necesita espacio. En el fondo, la única diferencia entre escribir un reportaje y un libro es la extensión, a tal punto que reportajes míos se han vuelto libros. Eso ocurrió con Limonov; el reportaje inicial fue como una maqueta para el libro que hice después. No es nada original lo que le voy a decir, pero veo dos familias de periodistas: una se sitúa en el análisis, la opinión y se ocupa del editorial, la tribuna; la otra va al terreno y se ocupa del reportaje. Yo pertenezco a esta última. No tengo ningún desprecio por la primera familia, es solo que me cuesta formarme una opinión y expresarla. En cambio, me gusta ir a cualquier sitio y ver cómo se encarnan las historias humanas, con sus contradicciones y ambigüedades, y hacer percibir en mi escritura la complejidad de las situaciones. Por ejemplo, sería incapaz de escribir un editorial sobre los migrantes, pero soy capaz de ir a Calais y hacer un largo reportaje. Si algún talento tengo, es el de un narrador y no el de un ensayista que expresa su visión. Aunque la columna vertebral de mi trabajo sea escribir libros, la escritura de guiones y el periodismo son mis muletas, pues me apoyo en ellos para salir de esos momentos en los que doy vueltas sin encontrar la solución

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cuando escribo un libro. Los guiones, o filmar películas como también lo he hecho, supone arrancarse de la soledad de la escritura y trabajar con otra gente. Implica obligaciones, exigencias. En Yoga, relata su estancia en la isla griega de Leros y el tiempo que pasó con un pequeño grupo de jóvenes migrantes impartiéndoles un taller de escritura. Parecería que esta parte del libro es una interrogación sobre lo que los escritores pueden hacer ante la miseria del mundo. Hay algo que sí está a mi alcance: escuchar y hacer escuchar, dar resonancia a lo que me confían. No tengo una verdadera posición política respecto a la migración, no podría decir que deberíamos acoger a miles de personas más o que no podemos recibir a todo el mundo. Insisto, no tengo la posición de un ensayista o de un periodista político. Pero sí sé escuchar a esos jóvenes y tengo la impresión de lograr algo, aunque sea mínimo, al hacerlo. Escuchar los relatos de sus vidas sí cuenta. Además, hay un beneficio secundario: a mí me hace bien. No tengo vergüenza en confesarlo. Cuando uno atraviesa una fase depresiva, la mejor manera de superarla es pensar en los demás y el reportaje es una manera de hacerlo. Si me hago abogada del diablo, diría que compara lo incomparable. No comparo el sufrimiento… Pero en Yoga los pone en relación, al mismo nivel. Tiene razón. Sin embargo, no ganamos nada con menospreciar nuestro propio sufrimiento y decir que lo que yo vivía es ridículo comparado con lo que ocurre en lugares en guerra o en la travesía del Mediterráneo. El sufrimiento psíquico y el sufrimiento social y político

son muy diferentes. Pero el dolor de la depresión es también muy real. Su manera de reunir cosas a primera vista incompatibles, como el yoga y la depresión, me parece que caracteriza su escritura, su gran dominio del montaje, como se lee también en un libro como De vidas ajenas. Para nada son incompatibles. Le puede parecer arrogante de nuevo, pero se lo voy a decir: a través de mis encuentros, a través de mi persona, intento experimentar, entender, lo que significa ser un ser humano y eso incluye el yoga, la depresión, el amor… La razón por la cual tantas cosas que a priori no tienen relación y aparecen en un mismo libro es porque me pasaron a mí, o porque fui testigo. El relato de una experiencia individual permite captar muchísimas cosas en apariencia dispares pero que encuentran su coherencia en torno a una persona. En este libro, como en el resto de su obra, lo vemos en extremo atento a lo que ocurre a su alrededor. Vemos cómo se deja afectar por lo que ve o lee. ¿La empatía le parece importante al escribir? Es curioso, me doy cuenta con su pregunta, no lo había pensado antes. En realidad, no soy así. Soy más bien alguien autista y la manera en que puedo ir hacia los demás es la escritura. Logro salir de mi ensimismamiento y percibir algo en el otro solo cuando escribo. Siento entonces que puedo crear finalmente un vínculo. Necesito escribir para tener acceso a la empatía, es mi técnica para acceder al otro. No es porque sea empático que escribo, más bien, como no lo soy, escribo para serlo. ¿Diría que tiene buen ojo para encontrar temas interesantes?

El autor de Una novela rusa, El reino, De vidas ajenas, entre otros libros, en su estudio, en París.

Me reconozco ese talento y con temas que a primera vista carecen de sentido, como ese par de jueces cojos que se encargan de casos de sobreendeudamiento en De vidas ajenas. Incluso con Limonov fue así. Recuerdo que a mi editor francés le pareció una pésima idea. El mismo Herralde me dijo que estaba loco al dedicarle un libro a ese fascista ruso, a un canalla así. Cuando recibió el libro me dijo: ahora sí me sorprendiste, lo lograste. Uno de los pasajes más impactantes de Yoga es el relato de una joven madre que debe abandonar a su bebé durante su travesía para llegar a Europa, para no poner en peligro su vida ni la del grupo con el que iba. Después, usted descubre que muchos migrantes cuentan la misma historia al momento de pedir asilo. Es una decisión fuerte haberlo incluido. ¿Se trata de una manera de cuestionar nuestra empatía, de revelar nuestra ingenuidad o bien de denunciar nuestra complacencia ante el dolor de los demás? Lo único que puedo decir es que estoy de acuerdo con lo que dice. Todo lo que cuento figura ahí porque es verdad. Escuché a ese chico, me conmovió la historia que me pareció real. Cuando se la conté a esa responsable de una ONG, acostumbrada a escuchar las historias de los migrantes, me hizo la observación que menciono en el libro: tal vez sea cierto, pero aparece en todos los relatos que nos cuentan casi tal cual. No quería hacer un discurso virtuoso y suprimir lo que me dijeron en la ONG, porque es incómodo o desagradable. Como forma parte de la complejidad de la situación, mi labor como periodista y escritor consiste en contarlo todo. ¿Aunque pueda prestarse a manipulaciones políticas? Sé que puede ser malinterpretado y utilizarse con fines políticos detestables, pero fue lo que vi. No interpreto nada, y no lo digo para desentenderme o zafarme del problema. Voy a correr el riesgo de nuevo de parecer arrogante y recurrir a una gran figura del periodismo como George Orwell, quien siempre dio cuenta de todo con gran precisión, incluso de lo que no le convenía ideológicamente. Aunque, pensándolo bien, algo más guía mi trabajo. Cuando preparaba El reino, me interesé en las cuestiones de exégesis y descubrí que existía una cosa formidable para establecer la veracidad en los Evangelios: el criterio de dificultad. Si el autor de un texto relata algo que claramente no le conviene, pues no corresponde con lo que quiere decir, entonces es muy probable que sea cierto. Un ejemplo se encuentra en el Evangelio de san Marcos, que me encanta y del que incluso hice una traducción pues me parece magnífico; es el primero, el más corto y áspero. Según la tradición, Marcos fue el secretario de Pedro, eran muy cercanos y, a pesar de ello, relata cuando, por cobardía, Pedro traiciona a Jesús. Si cuenta algo así que en nada honra a Pedro es muy probable que haya ocurrido de verdad. Le doy otro ejemplo: si en un retrato oficial ve que el tipo tiene una enorme verruga en la cara, casi puede tener la certeza de que es fidedigno. Así hago yo; utilizo el criterio de dificultad en lo que escribo.

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LITERATURA

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EL ATLAS DE PANDORA

Breve historia del no El Quijote ofrece un ejemplo ideal de la pasión por la libertad, que anima las acciones de hombres y mujeres por igual

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tacar estatuas y bajar a ciertos personajes del pedestal puede parecer posmoderno, pero es en realidad una tradición antiquísima. Los romanos, gente práctica y consciente del precio del mármol, inventaron hace milenios el reciclaje de monumentos, sustituyendo una cabeza por otra según intereses propagandísticos. El ególatra emperador Nerón hizo erigir una colosal escultura suya que dio nombre al Coliseo; cuando murió, Vespasiano la reconvirtió en el dios Sol; más tarde, Cómodo mandó decapitar al astro rey y colocar sobre el cuello rebanado su propio retrato, que correría a su vez una suerte similar. La costumbre tenía su versión doméstica: los bustos de las damas se esculpían en varias piezas, con peinados de quita y pon que se adaptaban a la moda imperante. Milenios después, incluso en estos tiempos líquidos, seguimos enfrentándonos por el destino de las piedras, y nuestros tótems son aún objeto de debate. Una estatua de Cervantes fue embadurnada en San Francisco con pintura roja y la palabra “bastardo”. El adjetivo podría ser apropiado para su literatura mestiza y promiscua, pero los motivos del ataque son un disparatado entuerto. Cuando el escritor quiso emigrar a América con 42 años, el Consejo de Indias le prohibió embarcar. Su vida era por entonces un compendio de fracasos: a los 24 perdió la mano en Lepanto; durante un lustro fue prisionero en Argel; sus intentos de fuga acabaron mal; y de vuelta a España conoció sórdidos oficios, procesos judiciales, la excomunión y la cárcel. Tendemos a mirar los clásicos como centinelas de tradiciones y ortodoxias, olvidando que muchos fueron en su tiempo transgresores, escandalosos y perseguidos. Cervantes, varias veces cautivo, sentía un insobornable amor por la libertad, y transmitió esa pasión a sus personajes, también femeninos. En la primera parte del Quijote, el caballero andante topa con el cortejo fúnebre de Grisóstomo, un joven que se había suicidado, incapaz de soportar el rechazo de la bella Marcela. Entre lamentos, la culpan de la muerte del amigo: “Quiso bien, fue aborrecido; rogó

IRENE VALLEJO ILUSTRACIÓN ROMÁN

a una fiera, importunó al mármol, corrió tras el viento, sirvió a la ingratitud”. Sobre una peña, la propia Marcela defiende su versión de la historia: nadie está obligado a amar, tampoco una mujer. “Tengo libre condición y no gusto de sujetarme”. Acabado su discurso, vuelve sola a los caminos montañeses, y, cuando algunos intentan perseguirla, don Quijote empuña su espada y desafía a quien se atreva a molestarla. Con ese gesto revolucionario, Cervantes se enfrentó a una larguísima tradición que inculcaba a las jóvenes la obligación de aceptar a sus pretendientes. “El purgatorio de la hermosura cruel” o “la bella

Tendemos a mirar los clásicos como centinelas de tradiciones y ortodoxias

dama sin piedad” son motivos recurrentes en la literatura medieval y renacentista. Como explica Peio Riaño en Las invisibles, Boccaccio convirtió estas ideas en una fábula de atormentados fantasmas, que a su vez inspiró a Botticelli una serie de cuadros moralizantes hoy expuestos en el Museo del Prado. En un bosque, los comensales de un banquete contemplan con espanto a un jinete espectral que persigue a una mujer desnuda y aterrorizada: se abalanza sobre ella, le arranca el corazón y lo arroja a los perros. El caballero, según la leyenda, se suicidó porque su amada no le correspondía y, desde entonces, la joven está condenada a sufrir cada viernes la sangrienta ceremonia. El anfitrión ha organizado el banquete para que presencie el castigo una dama que lo rechazó. Escarmentada, ella aprende el sí

y accede al deseo ajeno. “Las mujeres deben desterrar toda crueldad de sus corazones”, sentencia el relato. Final feliz. Nacida en las páginas del Quijote, Marcela es una criatura literaria que no se resigna: razona y protesta. Con el valiente discurso de una mujer decidida a ser libre, su autor rompió tabúes y atacó el viejo edificio de las culpas —una rebeldía mucho más moderna que el antiquísimo ritual de derribar estatuas—. Los personajes bastardos de Cervantes nos enseñan a tomar partido por los locos cargados de razón, por el no de las niñas, por pobres diablos con momentos divinos.

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© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, S. L. © Irene Vallejo.


EN LIBRERÍAS

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A FUEGO LENTO

NARRATIVA Las historias más bellas de la mitología americana

Los reinos en llamas

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Una piedra inmóvil

Amores veganos México, 2021

Nos salva la ironía

Agustín Sánchez y Eugenia Anglés Gribaudo México, 2020 192 páginas

Sally Green Océano México, 2021 492 páginas

Brendan Wenzel Océano México, 2021 52 páginas

Este libro reúne un número asombroso de narraciones de pueblos enclavados desde el norte de Sonora hasta el sur de Argentina: tienen la forma de mitos y leyendas y, por lo mismo, persiguen la transmisión de creencias y normas sociales. Abre con historias sobre la creación del mundo y cierra con la llegada de los conquistadores españoles. La riqueza de voces no tiene precio.

Este volumen cierra la segunda trilogía de la autora inglesa; los tomos anteriores son Los ladrones de humo y El mundo de los demonios. La época medieval es el trasfondo y sus protagonistas son cinco jóvenes: Catherine, una princesa; Ambrose, un valiente soldado; Marcio, un servidor leal; Tash, una chica que persigue demonios; y Edyon, el hijo bastardo de un rey.

Se nos ha enseñado que una piedra es un objeto inanimado que no siente nada y solo está ahí. Puede ser, pero la piedra, en su inmovilidad, es muchas cosas: puede ser un sitio de reunión o una especie de trono. En este poema visual, Wenzel efectúa una pasarela de seres de la naturaleza que le dan un sentido especial a la piedra que, sin estar en movimiento, siempre cambia.

RESEÑA

Vidas admirables

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raductora especializada en literatura italiana —labor de la que su selección de artículos y ensayos de Claudio Magris, El tallo entre las piedras, queda como ejemplo—, María Teresa Meneses es también una fina ensayista como se muestra en su libro No te olvides de mí, Berlín (Fondo Editorial del Estado de Morelos, 2020). Además de acercamientos a escritores, se hacen presentes en él editores y un fotógrafo. En la circunstancia vital de cada uno encuentro un hilo conductor. Las vidas admirables que entrega han dejado como herencia la valentía, el compromiso con las causas justas y la coherencia moral, ahora tan necesarios. Veamos algunas. Meneses le dedica dos textos al fotógrafo alemán Walter Reuter: el primero, más extenso, le da título al libro, y el segundo, “La armónica de Walter”, resulta una especie de coda. Reuter creció en los difíciles años de reconstrucción alemana posteriores a la Primera Guerra Mundial y desde muy joven manifestó un espíritu rebelde. Perdió su primer trabajo cuando firmó un desplegado contra la represión de una manifestación ocurrida el Día del Trabajo. Con el afianzamiento en el poder de los nazis, y siendo ya un renombrado fotógrafo político, tiene que huir de Alemania.

SILVIA HERRERA

No te olvides de mí, Berlín México, 2021 Llega a la España de la guerra civil y se une al bando republicano; ahí conoce a Robert Capa y se prefigura su estancia mexicana. En 1942, milagrosamente, en Marruecos consigue tomar un barco rumbo a México con su esposa e hijo. Su destino, artístico y humano, se cumple. Del lado italiano, no menos fascinante se nos presenta la vida del editor Giangiacomo Feltrinelli, quien dejó atrás una vida en la que fama y dinero iban de la mano, y se unió al grupo subversivo italiano las Brigadas Rojas. Murió en un fallido acto terrorista. Cercano al Partido Comunista Italiano, Feltrinelli se consolidó como un gran editor impulsando

ediciones de bolsillo accesibles para el pueblo. Pero si hablamos del comunismo italiano, el escritor y cineasta Pier Paolo Pasolini es una referencia ineludible. Aún se discute quién o quiénes fueron los responsables de su muerte violenta. Como poeta, se esforzó por darle la palabra al pueblo en el mejor sentido. Rechazado al final de sus días por la gente de derecha y los comunistas, su ideal queda plasmado en las siguientes palabras, más que justas en estos “correctos” tiempos: “Es mejor y más justo un mundo represivo que un mundo tolerante, porque en la represión se viven las grandes tragedias, nacen la santidad y el heroísmo”. La presencia del piloto y escritor francés Antoine de Saint-Exupéry pudiera sorprender, pero su obra no se reduce a ese libro menor que es El principito. Aparte de hablarnos de su pasión por el vuelo, reivindica su grandeza literaria. Meneses, además de los narrativos, también introduce recursos poéticos. En el primer texto, “Porque no conozco Praga”, centrado en la figura del Gólem, encontramos los dos: hay un cuento de tipo fantástico insertado y el manejo anafórico de la frase del título le otorga musicalidad. En su concisión, No te olvides de mí, Berlín cumple el principio gracianesco: lo bueno, si breve, dos veces bueno.

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ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

E

n mitad de uno de los nueve cuentos que componen Amores veganos (Lectorum), damos con esta descripción de la ciudad de Mérida, la blanca, la orgullosa joya del sureste mexicano: “Nunca imaginó que la capital en realidad era una selva disfrazada de progreso urbano, con lagartos, víboras, tarántulas y hormigas descomunales campeando por la sala, el jardín y los dormitorios”. En este escenario tan ajeno a los arrebatos bucólicos, y al sueño redentor de quienes huyen de un pasado negro, Adrián Curiel Rivera pone en práctica los mejores argumentos de la ironía para entregarnos un mundo en donde nada resulta más quimérico que una vida feliz y confortable. Pongamos el caso del cuento que titula el libro, una pieza ejemplar del narrador haciendo las veces de un dios manipulador y cruel. Su protagonista ha sido expulsado del paraíso conyugal solo para caer en las redes de una vegana fundamentalista que no solo ha sido capaz de doblegar su voluntad sino de convertirlo en un manso fauno de la mediana edad. Ese mismo dios gobierna “De la justicia nada poética de los linchamientos (el caso de Zacarías Justo)”, en el que un viejo adalid en la lucha contra los micromachismos perpetuados en las normas sociales, y el narcisismo y el falocentrismo de escritores como Hemingway y Verne, acaba defenestrado por una gracejada sexista en las redes sociales. Niños en el día de su cumpleaños, padres abatidos, madres que actúan como depredadoras en el mundo de los negocios, lesbianas combativas, familias perfectas y hasta buscadores de tesoros, nadie está a salvo de la precariedad a la que Adrián Curiel Rivera los enfrenta y a la que nosotros, lectores, respondemos con una risa a medio tono, sin estridencias. Hay en Amores veganos, como en muchos de los libros maduros de Adrián Curiel Rivera, una estética de la comicidad. No dejamos de expresar nuestra compasión frente a esas existencias que parecerían elevarse indefensas por los aires tras el golpe de un ventarrón tropical pero a la vez no dejamos de sentir el aguijón, el sibilante incordio narrativo, que nos mueve a regocijarnos por su invalidez sentimental, material o profesional, falsamente seguros de encontrarnos a salvo del chaparrón del ridículo y la comezón del abandono.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.

1 DE MAYO 2021

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HUSOS Y COSTUMBRES

Perder el hilo ANA GARCÍA BERGUA

A

veces me da vergüenza, lo confieso. Me siento convencional, poco vanguardista, hasta aburrida, pero siempre me ha pasado lo mismo. Una historia, solo una historia, un hilo que seguir, por eso leo cuentos y veo películas, por eso también escribo, por seguir una historia. Le llaman mente Covid, yo he decidido llamarla mente Oblómov; el pensamiento se echa a dormir, como el personaje de Goncharov en su habitación suntuosa y llena de telarañas. Tiene que arreglar asuntos, pero se dice: quizá después, después lo haré, ahora puedo tomar mi té en el diván. Y las ideas, los pendientes, se pierden entre recuerdos, noticias, sensaciones. Quizá ha sido este año; adentro de uno hay un Oblómov acostado, decidiendo si decide alguna cosa. ¿Dónde quedó el hilo de la vida? Quién sabe; a los comunes nos sostiene el hilo de un cuento, una novela, el

OBLÓMOV

Representación del personaje de la novela de Goncharov.

del programa de la noche o las noticias casi siempre aterradoras: ¿ganarán?, ¿saldrán derrotados?, ¿y ahora qué dijo? Un hombre repite una obsesión que le viene a la cabeza donde otros han preparado cuidadosos discursos. Pero no hay que perder el hilo. ¿No es acaso lo que le ha ocurrido a la humanidad desde siempre? Escuchar una historia alrededor del fuego, al anochecer, el tejido prodigioso de una trama, los seres que surgen del humo y las voces, solo una historia que se vuelve verdadera en el interior de quien la escucha. Eso y ya. Mi mente Oblómov se enreda en las series de televisión. A veces historias tontas, funestas, desesperantes, pero necesito saber en qué terminan, hacia dónde llevan, como el vicioso las apuestas: esta no nos va a defraudar, como aquello otro. Y caigo y caigo y me siento un ser absolutamente primitivo, carne de guionistas y manipuladores; siglos de historia de las

palabras, de poesía, de ideas relumbrantes, profundas, enigmáticas sobre el misterio de los animales, los sentimientos, las mujeres y los hombres, y yo solo quiero seguir una trama como el gato al hilo de estambre. Afuera, la trama de la vida se empaña como una mente Covid y nadie entiende nada, los jefes de la tribu se dan mazazos en la cabeza; el más terco grita y se adorna con plumas; o quizá es la nariz del asesor Kovaliov la que ha ocupado su puesto, como en el cuento de Gogol. Una nariz que llega alto puede perder el olfato. ¿Cómo saber? La mente es un espejo difuso que se empaña cada vez más. Nosotros estamos cansados de perseguir al animal para comérnoslo, cuidar cachorros, cocinar las papas o el maíz, tejer para taparnos; lo que queremos es llegar en la noche a la fogata y seguir el hilo de una historia. Como el gato, o como la gallina encandilada con la raya de gis. Solo eso, en lo que sabemos qué sucederá.

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CAFÉ MADRID

Por sus cartas los conoceréis

M

iguel Delibes era el director del provinciano y respetado El Norte de Castilla cuando un joven Francisco Umbral entró a trabajar al periódico. El primero ya era un autor conocido en los mentideros literarios de España y el segundo había dejado su puesto en la administración de un banco para aprender a escribir. La amistad y admiración no tardaron en nacer entre ambos y en 1960, cuando Umbral se fue de Valladolid a Madrid, el intercambio de cartas comenzó a ser constante. En cuestión de días, esas misivas pasaron de la cortesía y el respeto a los afectos y las confesiones. De 1960 a 2007, se contaron por escrito sus rutinas diarias, penurias económicas, chismes sobre editores y escritores, estrategias para publicar y conseguir un buen pago, críticas sin tapujos de sus respectivos libros, felicitaciones por los premios ganados, detalles sobre su dependencia al Valium, aclaraciones sobre malentendidos y así, entre una cosa y otra, revelaron cómo eran realmente. Todo acaba de hacerse público en un volumen de más de 400 páginas (objeto de irresistible voyerismo literario) bajo el título de La amistad de dos gigantes (Destino). He pasado tres tardes muy entretenidas buceando en las confidencias de este par. No porque me guste el chisme, claro, sino porque aquí en Madrid últimamente no para de llover y algo hay que hacer. Bueno, pues ahí tienen a Umbral —tan dandi, tan soberbio, tan ególatra, tan magnífico— sincerándose (y lamentándose) con su amigo del alma: “No he conseguido cuajar una obra seria y ya me estoy acercando a los 40. Yo sirvo para

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA FUNDACIÓN MIGUEL DELIBES

la descripción, la observación, la ironía, las ideas o visiones personales. Pero está claro que no soy un novelista”. Eso sí, quiere que todo quede entre ellos: “estas confesiones no se las hago nunca a nadie, pues mi imagen pública es de seguridad e incluso de agresividad. Porque la selva obliga”. Ya lo ven: todas esas poses umbralianas a las que nos tenía acostumbrados no eran más que un mecanismo de defensa, una coraza para encubrir sus inseguridades (muy humanas y lógicas, por otra parte).

De 1960 a 2007, se contaron por escrito sus rutinas diarias, penurias económicas, chismes

Delibes —tan rural y cosmopolita— es pudoroso. A él le gusta más comentar la actualidad política y literaria y no tanto sus asuntos personales y, mucho menos, sus debilidades como escritor. Pero es mayor que su amigo, así que se siente con autoridad: “me admira tu fecundidad, Paco. Pero creo que los libros debes reposarlos más”. Umbral no hace caso. Lo suyo es sacar un libro tras otro para ser lo más popular posible. Locuaz como solo él sabía serlo, le responde: “yo no tengo la culpa de ser rápido, Miguel. Ni de tener salud y ganas de escribir. Pero lo cierto es que los grandes editores todavía no me han descubierto. Me siento como la que está buena y no se casa”. Delibes —tan tímido y ermitaño— también exhibe la forma de progresar en el mezquino mundillo literario.

Miguel Delibes y Francisco Umbral (Madrid, 1989).

Cuando el autor de Mortal y rosa le cuenta que ¡por fin! las grandes editoriales se han fijado en él, pero no sabe con quién irse (“a mí me apetece mucho Destino, pero Planeta me ofrece mucho dinero y quizá el premio”), Delibes le aconseja sin rodeos: “Amarra el Premio Planeta y luego vete a Destino. El millón está bien, y la propaganda que conlleva. Pero la editorial, aunque vende, merece poco crédito”. Más tarde, con la irrupción de los autores del boom latinoamericano, los dos se ponen celosos. Escribe Francisco Umbral: “estos escritores se saben el inglés de Faulkner y el aguachirle de su pueblo, pero castellano saben poco”. En el ínterin, Miguel Delibes suelta: “en El Norte de Castilla ya estábamos listos para celebrar tu Premio Biblioteca Breve, querido Paco. No obstante, como ocurre últimamente, saltó un mexicano: Carlos Fuentes”. Tampoco escatiman en halagos mutuos. Delibes enfatiza “la plasticidad, inspiración y agudeza” de los ensayos, artículos y columnas de Umbral, que son “verdaderas piezas maestras”. Y este le corresponde: “eres un clásico vivo”. Pero, oigan, da la sensación de que se lo dicen en serio y de corazón. Porque son verdaderos amigos. De hecho, un día Francisco Umbral desliza en una entrevista que Delibes agachaba la cabeza ante la censura franquista. Que aceptó, por ejemplo, rasurar El hereje con tal de publicar y no tener problemas con el régimen. Entonces Umbral le escribe pidiéndole perdón y Delibes le responde: “nuestra amistad, bien sólida, está por encima de esas menudencias”. Eran dos gigantes. Y por sus cartas los conoceréis.

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