Laberinto No.935 (15/05/2021)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

EL ATLAS DE PANDORA

FERNANDO ZAMORA

IRENE VALLEJO

El tapiz fílmico de Ciertas mujeres

Voces en la frontera Foto: Film Science

SÁBADO 15 DE MAYO DE 2021 AÑO 17 - NÚMERO 935

Joseph Beuys: el arte como acto transgresor Miriam Mabel Martínez/ FOTOGRAFÍA: PINTEREST/ THE PACK (1969)

Ilustración: Román


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ANTESALA

15 DE MAYO 2021

DOBLE FILO

Lo horrible y lo bello FERNANDO FIGUEROA

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uis Rábago estudió actuación, letras españolas y periodismo. Desde hace trece años forma parte del elenco estable de la Compañía Nacional de Teatro. El mes pasado participó en una versión libre de El estado de sitio, de Albert Camus, a cargo de Cecilia Ramírez Romo. Actualmente, Rábago está en Mazatlán para trabajar en la obra Caneros, de Ramón Gómez Polo, que retrata a la cárcel como el verdadero hogar de ciertos presos. El villanazo de las series Monarca y El Chapo hoy juega ping-pong con Laberinto. ¿Qué es el teatro? La búsqueda de lo horrible y lo bello del ser humano. ¿Qué es actuar? Personificar esa dualidad. Algo que no se pueda enseñar en una escuela de teatro. A actuar. La virtud principal de un maestro. Ser verdadero, nunca mentir. ¿Y la de un alumno? Saber escuchar. ¿Qué le ha dejado Luis de Tavira? Su locura. ¿Qué le dejó Héctor Mendoza? La ética, el buen trato. Julio Castillo en una frase. El hombre más bondadoso que he conocido. Un momento inolvidable en el escenario. Cuando hice Los justos, de Albert Camus, con Ludwik Margules. Margules en cinco palabras. Profundo, rústico, casi como campesino. Johann Kresnik en tres. Salvaje, aterrador, genial. Un momento sublime como espectador. Cuando vi Divinas palabras, de Valle Inclán, dirigida por Juan Ibáñez. Olga Harmony o José Antonio Alcaraz. José Antonio Alcaraz, ¡qué simpático era! Jodorowsky le decía “el malvavisco siniestro”. ¿Shakespeare ya lo dijo todo? No. Un recuerdo de Vicente Leñero. Cuando entrevistamos a la Madre Conchita. Él iba por Claudia y yo por Contenido. El legado de Grotowski en una frase. Rompió el arquetipo del drama. ¿Cómo se detecta a un farsante disfrazado de director de escena? Cuando dice puras pendejadas durante tres minutos y no le entiendes nada. Un dramaturgo mexicano y uno extranjero. Sergio Magaña y Tom Stoppard. Su película favorita de Fellini. Amarcord. Y de Buñuel. Un perro andaluz. Dos libros en una isla desierta. La montaña mágica y Cien años de soledad. Una actriz mexicana y una extranjera. Dos Julietas: Egurrola y Binoche. El día más triste de su vida. Cuando mis hijos se fueron a Costa Rica. Música para sus últimos minutos de vida. Réquiem de Mozart. ¡Que me lo pongan! Su epitafio. “Ojalá que esto se parezca a la ficción”.

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Ciertas mujeres. Dirección: Kelly Reichardt. Estados Unidos, 2016. Puede verse a través de YouTube de paga.

HOMBRE DE CELULOIDE

El poder del gesto

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA FILM SCIENCE

aile Meloy es conocida en el mundo de la literatura inglesa por su narrativa precisa y esos personajes que transitan por paisajes serenos en el norte de Estados Unidos, llenos de una angustia que no termina por estallar. Pero, sobre todo, sus cuentos sorprenden por la precisión con la que describen el interior de sus protagonistas. Siendo estadunidense, era lógico que Meloy fuese adaptada al cine. En 2016, Kelly Reichardt usó tres historias suyas y las entretejió en una suerte de tapiz fílmico que hoy se llama Ciertas mujeres. Esta película que trata en general del espíritu de lo femenino consigue traducir las intenciones de Meloy gracias a una destreza que evidencia que el cine es, ante todo, arte visual. La anécdota importa poco: hay una abogada que resulta incapaz de defender a su cliente a pesar de que todos reconocen que ha sufrido abuso laboral; hay una mujer que sabe que su marido la engaña y una muchacha indígena que se ha enamorado de su maestra de Derecho, pero lo dicho: más que la anécdota, lo importante es el paisaje interior de estas mujeres. Por otra parte, hacer cine de arte en Estados Unidos es un acto que no debería sorprendernos demasiado.

Vale la pena recordar que produce más cine de autor que el resto del mundo. Y sus artistas fílmicos sufren más que los otros pues de ellos se espera justamente el cine frívolo al que Hollywood nos ha acostumbrado. Fue por eso, para promover el cine de autor en el país de la frivolidad hollywoodense, que surgió el Festival de cine de Sundance. Y fue justamente en este festival donde consiguió volverse famosa Kelly Reichardt, la directora que en Ciertas mujeres se lanza a adaptar a una de las más prometedoras autoras de su generación. Resulta indudable que en esta película lo más notable es la adaptación. Tanto que vale la pena trascender el lugar común (según el cual la novela, o en este caso el cuento, siempre es mejor que la película) y pensar en las estrategias propias de cada medio. Los cuentos de Meloy producen un gozo especial a causa de lo sobrio de las descripciones del paisaje y lo amplio del mundo interior de sus protagonistas.

El arte de Reichardt está en la forma en que traduce las descripciones que hace Maile Meloy

Meloy recuerda al lector avezado que el poder del cuento estriba en una historia que culmina con un golpe emocional que, en el caso de las historias de Ciertas mujeres, no resulta insólito o extravagante, sino más bien entrañable. El primer punto en el que Reichardt demuestra su habilidad estriba en que con los protagonistas de estas tres historias ha conseguido crear a un protagonista: la región del norte de América. Un estado que parece apartado del mundo y en el que, precisamente por lo inhóspito de su aspecto, brilla la aparición del amor. En segundo lugar, el arte de Reichardt está en la forma en que ha conseguido traducir las precisas descripciones que hace Meloy del estado interior de sus personajes. La escritora consigue retratos que no carecen de agudeza y que, sin embargo, son lo más difícil de traducir a una adaptación cinematográfica. Reichardt lo hace utilizando el arte de los grandes artistas visuales: el gesto. Para ello es necesario combinar con los actores un auténtico complot artístico. Así, Ciertas mujeres traduce a la pantalla, no en palabras sino en gestos, todo aquello que Meloy decía en literatura. Lo saben bien los historiadores de arte: el poder del retrato está en eso que ellos llaman “el gesto”.

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ANTESALA

15 DE MAYO 2021

POESÍA

Salida de humo

LOS PAISAJES INVISIBLES

La convicción de don Simplicio

JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD

Si alguien abre aunque no sea nadie quien abra la espantosa puerta impúdicamente condenada desde el penúltimo cataclismo y allí se obstina en penetrar, ¿podrá sin mengua de su razón ir rescatando lo que sabe perdido? Noche de los inválidos, hendida como un útero luego del oficio de volver a nacer, ¿tan pavorosa va a parecerte ahora cuando te internas en lo nítido y ves, no ves, escuchas el relieve tenaz de la música erguido de pronto frente a ti, tapando con su humeante espectro la puerta más posible? No busques la salida: no has entrado. Con este poema recordamos al Premio Cervantes 2012, autor de Desaprendizajes y Examen de ingenios, entre otros libros, quien murió el pasado 9 de mayo.

EX LIBRIS

Rapunzel/ EKO

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IVÁN RÍOS GASCÓN

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@IvanRiosGascon

n 1845, el bisemanario satírico Don Simplicio, fundado por Guillermo Prieto, quien firmaba con los seudónimos de “Zancadilla”, “Tontini” y “Tolhno”; Ignacio Ramírez con su célebre “El Nigromante”, y Vicente Segura Argüelles con el de “Pablo Cantárida”, publicó el “Pronunciamiento de don Simplicio”, un desternillante manifiesto sobre la probable legislación para la incierta Asnópolis, en la que tan ilustre caballero afirma: “es imposible, me dije, que pueda haber voluntad nacional donde la mayoría no piensa, y los pocos que piensan lo hacen con tan poco acuerdo”. Don Simplicio mantuvo una lucha encarnizada con El Tiempo, periódico de Lucas Alamán, y aunque suspendió sus entregas de abril a julio de 1846 (el presidente interino Mariano Paredes Arrillaga ordenó la suspensión y dictó procesos judiciales), Don Simplicio se mantuvo hasta 1847 para “alborotar conciencias, burlar masones y alarmar bribones”, refirió Guillermo Prieto en sus Memorias, mas aquella es historia lejana y no el asunto de esta entrega, pues lo que concierne al alegato de don Simplicio es la aseveración de que en el país la mayoría no piensa y los pocos que sí razonan lo hacen con tan poco acuerdo: esa es, ni duda cabe, la convicción de las franquicias electorales, de sus candidatos y diseñadores de campañas. Ya no causa asombro que los candidatos sean personajillos de la farándula (conductores de telerevistas, cantantes, luchadores, flores más bellas del ejido, mercachifles de YouTube y de Tik Tok o buhoneros a título personal entrenados para escupir sandeces sin pudor); tampoco importa la miseria simbólica o concreta de la valía de un aspirante a gobernador o alcalde y, mucho menos, que el perfil de un futuro legislador se empobrezca en la promoción de un “representante” populachero. Lo académico, lo profesional, la experiencia y trayectoria e, incluso, los antecedentes penales o connivencias delictivas de un candidato o candidata a nadie le interesan, lo mismo que las muchas o escasas luces que los acreditan para un cargo. Nos es insustancial, o francamente estúpido, lo que prometen en caso de conseguir el hueso, y a nadie le preocupan las plataformas ideológicas ni sus proyectos políticos (de hecho, inexistentes). Sin embargo, hay algo que deberíamos exigir: una reglamentación feroz en el rubro de las campañas. No sé a usted, pero a mí me parece que el peor agravio es el ultraje a la inteligencia y el sentido común. Observar, por ejemplo, el atroz espectáculo de un sujeto danzando con una burra (como el individuo que se hace llamar Tekmol y que pretende gobernar San Luis Potosí a través del engendro bautizado Redes Sociales Progresistas), el performance de un tipo gordinflón emergiendo de un ataúd para conseguir el voto en Ciudad Juárez o la decena de spots en que los candidatos canturrean, se sacuden, se disfrazan, llevan máscaras de simio o recrean escenas de películas célebres para obtener sufragios, debían considerarse delitos electorales por concebir al votante como un palurdo sin decoro, como un descerebrado vacío de dignidad. En efecto, hoy es remoto que surja, digamos, un aspirante a congresista con la estatura intelectual de Francisco Zarco, de Ignacio Manuel Altamirano, de Guillermo Prieto o de “El Nigromante” (solo basta leer la Gaceta Parlamentaria para medir el enanismo que priva en el Congreso), pero no estaría de más oponer una briosa resistencia a la simplista idea de las franquicias y sus fantoches electoreros que, como don Simplicio en su incierta Asnópolis, consideran que la mayoría no piensa y, encima, nos faltan al respeto.

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DE PORTADA

15 DE MAYO 2021

Un charlatán para unos y un genio para otros, en su obra exhibe el propósito de transformar el mundo desde sus cimientos

El arte insurrecto de Joseph Beuys

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MIRIAM MABEL MARTÍNEZ FOTOGRAFÍA BAUNMMAPER

l 19 de junio de 1982, 7000 bloques de basalto dibujaban una cuña frente al Museo Fridericianum, la sede principal de la Documenta VII, en Kassel, Alemania. Se trataba de la escultura social 7000 robles que exhibía “la noción ampliada de arte” de Joseph Beuys, una pieza que sintetizaba la búsqueda de este artista nacido hace cien años en Krefeld, en el estado de Renania del Norte-Westfalia; un gesto conceptual poderoso que utilizaba el arte como una estrategia para activar políticamente a la ciudadanía, la cual se convirtió en co-autora al retirar uno a uno los 7000 bloques para después colocarlos horizontalmente y justo a un lado plantar un roble, que crecería verticalmente, un juego visual proyectado en el futuro para reforestar la ciudad. En este llamado ecológico, Beuys planteaba que algo rígido, sin vida, podía transformarse en vida. Sus actos por la defensa del mundo natural se adelantaban a lo que ya se adivinaba: una guerra económica. La acción de mover piedras y plantar árboles tomó cinco años, finalizó en la Documenta VIII (1987), después de su muerte, el 23 de enero de 1986, en Düsseldorf, su hogar desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Los 7000 robles plantados, que hoy dan sombra, son más que un testamento, más que una declaración de amor a la tierra y a la humanidad. Son la evidencia del concepto de proceso como un acto de imaginación promovido por Joseph Beuys, el chamán-artista que, aun en tiempos pandémicos, el 12 de mayo nos reunió para celebrar el centenario de su natalicio. Tan solo en Alemania, más de 25 instituciones, repartidas en trece ciudades, participan en la celebración de lo que se ha llamado “El año de Beuys”, a la que se han unido diecisiete países entre los que se cuentan Japón, Italia, Suiza, España, Bélgica, Chile y Australia, que revisarán el legado de este artista fundamental para entender el arte contemporáneo (beuys2021.de). ¿Hacia dónde vamos?, se cuestionaba Beuys, quien asumía que el arte se trata más de preguntas que de respuestas. ¿Es el arte una fuerza revolucionaria? ¿Cómo se hace un revolucionario? Provocador, transgresor, activista, artista, maestro, ciudadano, a partir de 1964 tejió su biografía a su obra, asumiendo su vida como un material más a moldear. ¿Megalómano? Quizá, pero, como pocos artistas, vinculó el arte con los procesos sociales, no desde la retórica del “arte político” —no le interesaba la reproducción de ideologías—. Lo suyo era el arte con política, le preocupaba —y ocupaba— generar pensamiento y modelos que pudieran afectar materialmente el

contexto. Deseaba que la materialidad de su trabajo pudiera accionar el entorno, le interesaba activar políticamente el presente para potenciar una energía creativa capaz de transformar el futuro. En 1972 instaló, en la Documenta V, la Oficina de la Organización para la Democracia Directa por Referéndum Libre, escenario de discusiones performáticas donde expuso sus principios durante los cien días que se estableció, sin duda la exposición de ideas y pensamiento más influyente del mundo. Preocupado por el medio ambiente, fue cofundador del Partido Verde Alemán y, si bien militó algunos años, descubrió que “ser capaz de hacer política significa renunciar a todo potencial de ideas futuras”. Quizá por ello prefirió enfocarse en exaltar la capacidad política del arte. Beuys afirmaba que “todo ser humano es un artista”. Observaba en las labores cotidianas, en nuestros haceres, una tarea que debía ser realizada desde la creatividad, desde la búsqueda de una expresión. Así nos invitaba a reconocer “la capacidad de una enfermera o la capacidad de un agricultor como potencia conformadora, y a reconocerlas como pertenecientes a un planteamiento de tareas artísticas”, tal como lo

Retó a su tiempo y a las convenciones desde su participación en el movimiento Fluxus

señaló en su texto Hablar del propio país: Alemania. Beuys es parte de una tradición, lo asumía, y lejos de intentar zafarse, la cuestionó al tiempo que se alimentó de ella. Nacido en el seno de una familia católica, se integró metafóricamente a la historia de su país. Durante la Segunda Guerra Mundial fue reclutado por la Luftwaffe. Tenía poco más de 20 años cuando un proyectil ruso alcanzó el Stuka que piloteaba provocando que se estrellara en un pueblito en Crimea, donde fue rescatado por nómadas tártaros, quienes le untaron grasa animal y lo envolvieron en fieltro durante ocho días para evitar que muriera congelado. Renació en aquella región de Krasnogvardeiski. Si bien muchos dudan de la veracidad del suceso, que fue mitificado por él mismo, lo cierto es que resulta la génesis del personaje Beuys. No solo estos materiales, grasa y fieltro, lo acompañaron el resto de su vida, sino que el hecho impactó su entendimiento y su acción en el mundo: aprendió a reconocerse en otros materiales y a observar cómo la energía se transforma y nos transforma. Aquel día murió el joven piloto y nació el artista que por los siguientes 45 años inspiró e incomodó con su trabajo. Al terminar la guerra se matriculó en la Academia de Bellas Artes de Düsseldorf. Polémico, Beuys fue considerado un charlatán por algunos, mientras que otros veneraban al gurú en el que


se fue convirtiendo hacia el final de su vida. Atraído por el chamanismo, lo estudió con la misma curiosidad con la que profundizó en la antropología y con la que se empecinó en entretejer ciencia y arte, como lo hizo en 1977 en la Documenta VI, durante la cual exhibió su concepto de circulación en Bomba de miel en el lugar de trabajo, una provocadora pieza que utilizaba la termodinámica como una estrategia para generar plástica social. Al activarse la bomba escondida en el centro del Museo Fridericianum, la miel y la grasa que la recubrían se diluían transformando la energía de los materiales en una metáfora visual del calor que, por si fuera poco, fluía recorriendo el inmueble. Aunque criticado por mesiánico, no se puede negar que su enfoque como maestro cambió la enseñanza del arte. Si bien fue expulsado de la Academia de Bellas Artes de Düsseldorf, donde fue docente de 1961 a 1972 (y regresó como profesor invitado entre 1980 y 1985), para él la enseñanza era parte de su obra: “Enseñar es la función más importante que desempeño. Enseñar es mi mayor obra de arte. El resto es un producto gastado, una demostración, que solo tiene la función de un documento histórico”. Para Beuys era evidente que para construir una sociedad más igualitaria era imprescindible diseñar sistemas educativos que respondieran a esta intención. Con este propósito fundó la Universidad Internacional

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DE PORTADA

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Libre (FIU por sus siglas en inglés: Free International University), junto con el Premio Nobel de Literatura Heinrich Böll, el editor y publicista Klaus Staeck y el pintor Georg Meistermann, entre otros. Se trataba de un modelo educativo interdisciplinario, abierto y no competitivo centrado en estimular una “creatividad integral”. Este método experimental, arraigado en la experiencia, buscaba inducir a los alumnos no solo a pensar, sino a actuar, a hacer algo. Si bien no creía en los calificativos de estudiantes exitosos o rechazados (esta postura propició su rompimiento con el sistema educativo y aceleró su salida de la Academia de Düsseldorf ), sí exigía un resultado, el que fuera, en cualquier formato: un libro, un dibujo, una escultura… La única condición era que ese “algo” demostrara que la creatividad es la “ciencia de la libertad” y que promoviera “el sentido revolucionario de la creación” como un mecanismo para transformar a la sociedad. Creía profundamente en el ser humano. Son famosas sus Pizarras, que rociaba con fijador después de trazar sus ideas con gis. Estos dibujos públicos, parte de su legado, reflejan su postura: el arte debe intervenir en la realidad. Para Beuys, educar en el arte era la vía idónea para incidir en el ámbito público, una ruta alterna entre las formas de vida a las que nos condenan el socialismo y el capitalismo. Como otros de sus contemporáneos, trabajó el concepto

de desmaterialización del arte, y si bien coincidía en que el arte era un activador de la realidad y del pensamiento, para él —como lo implicaba su “noción ampliada del arte”— una obra de arte verdadera debía transformar la conciencia. Beuys tenía claro que el arte debía cambiar, que debía abrirse y negarse a ser solo descifrado por la burguesía y a visibilizar las cosas comunes. Un narcisista para algunos y para otros un genio, Beuys retó a su tiempo y a las convenciones artísticas desde su participación en el movimiento Fluxus, pasando por acciones posteriores como El silencio de Duchamp está sobrevalorado, de 1964 (siempre consideró que su propuesta era tan solo una provocación burguesa: “Duchamp no es digno de discusión ni de crítica. Hay que tomarlo tal como es, un objeto de arte que tiene su sitio en el museo. Mis obras, por el contrario, son herramientas que proporcionan el debate y la participación”), hasta sus conmovedoras acciones como Me gusta América y a América le gusto yo —también conocida como Coyote—, que en 1974 se presentó en el espacio de su galerista alemán, René Block, en Nueva York. La pieza comenzó al bajar del avión. Beuys, apoyado en un bastón de pastor, se envolvió en una manta de fieltro y fue conducido en una ambulancia hasta la galería, donde convivió durante tres días con un coyote salvaje. Al público se le entregaba un paquete

Una vista de los 7000 robles, obra del artista alemán de quien celebramos el centenario de su nacimiento el pasado 12 de mayo.

de “herramientas de transformación de la realidad” (un bastón, guantes, una pieza de fieltro, una linterna y una copia del Wall Street Journal) para luego observar, tras una malla metálica, el ritual en el que el artista-chamán y el coyote convivieron hasta reconocerse y abrazarse. O la acción realizada durante los 100 días de la Documenta VI, en la que, uniformado de sí mismo, se sentó detrás de una mesa para presentar y representar a la FIU, la universidad libre que había cofundado un lustro antes, y que proponía, entre otras cuestiones, romper “precisamente esta Historia concebida como Historia del Arte y originar una Historia donde todo se conceptualice a partir del arte”. Beuys no era un romántico, pero sí el heredero directo del idealismo. Así lo evidencia su postura por unir arte y ciencia, su necesidad por restaurar la unidad entre lo humano y la naturaleza. Quizá por eso se dejaba guiar por la intuición; escuchaba en los materiales otras presencias, así como los poderes invisibles y la magia de esos otros seres con los que compartimos el planeta. Le importaba, también, el lenguaje como un proceso paralelo que le otorgaba expresión a lo espiritual; por ejemplo, en Cómo explicar los cuadros a una liebre muerta (1965) lo ideal y lo real convergen evocando aquella plástica social. Hacedor de preguntas, revolucionario, conservacionista, gurú, quizá su apuesta ha sido deglutida por el mercado del arte; sin embargo, Joseph Beuys es más que una figura clave del siglo XX; es un creador de futuros, un hombre —¿genial?— que supo moverse con la presión del tiempo y no contra ella. Aun en el siglo XXI, la polémica lo persigue; a pesar del reconocimiento pareciera que fracasó esa revolución interior que él deseaba provocar en la gente. ¿Habrá zozobrado también su noción ampliada del arte? Incluso su ideal de “todo ser humano es artista” parece ya un eslogan; sin embargo, como pocos, asumió la responsabilidad de entenderse como un sujeto político cuya estrategia de transformación es la creatividad. Quizá para muchos sigue siendo un charlatán o un personaje de culto impreso en camisetas de algodón orgánico, pero el impulso creativo que lo distinguió en vida, su filosofía, su creencia en el arte, sigue contagiándonos. Beuys no creía en el éxito (aunque lo gozó) ni en el fracaso; una obra de arte debía ser efímera, como la vida. Confiaba en el ser humano y en el compromiso del cuerpo social en el arte. ¿Se equivocó? Muchos pensarán que sí, aunque hoy su ímpetu creativo, sus gestos, sigan impulsándonos a la reflexión y a la acción. Esta es su impronta. Sus preguntas aún nos acompañan en el proceso de dibujar. Sus 7000 robles siguen creciendo en Kassel y este año, una vez más, han reverdecido. En su centenario, Joseph Beuys nos demostrará a través de esta bellísima y conmovedora escultura social que la materia no se crea ni se destruye, solo se transforma. No se equivocó: la creatividad es imaginación en proceso.

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LITERATURA

15 DE MAYO 2021

EL ATLAS DE PANDORA

Voces en la frontera Todos somos descendientes del viaje y, sin embargo, este mundo margina a refugiados, migrantes, sin techo

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odos somos extranjeros en la mayor parte del mundo, pero no vivimos esa extrañeza con igual intensidad. El miedo y la amenaza electrizan las fronteras, las aduanas, las inspecciones de inmigración. Cuando aterrizas, unos agentes escudriñan tu pasaporte y tu cara como dos falsificaciones mal acopladas. A tu alrededor, percibes la tensión en los ojos rasgados, los turbantes, los velos, las pieles oscuras: las maletas de los estereotipos no se facturan pero pasan factura. Algo queda del territorio hostil del western en los páramos de esas terminales internacionales. Sabes que hay más terror en algunos aeropuertos que en los aviones, hemos desafiado con mayor éxito la fuerza de la gravedad que la de los prejuicios. En los años cuarenta del pasado siglo, exiliado tras la Guerra Civil, el escritor español Ramón J. Sender se refugió en México, después en Estados Unidos. Conocía bien la mirada del odio: su mujer, Amparo Barayón, fue fusilada, y él siempre pensó que había muerto en su lugar. La huella de ese recuerdo terrible impregna su literatura. Relatos fronterizos describe un viaje en autobús por Texas. Allí conoce a una niña enferma de oscuros ojos calcinados por la fiebre, y a su madre. En una parada, los tres entran juntos en un drugstore para comprar aspirinas. Tomándolos por una familia latina, la empleada de la farmacia reacciona como si no estuvieran. Sender escribe: “Nunca había imaginado lo que es no ser nadie. Aquella mujer se negaba a aceptar que existiéramos y lo hacía con una dolorosa naturalidad. No habíamos nacido, no desplazábamos el aire ni ocupábamos lugar. No nos veía. Se negaba a vernos. […] Yo podía no existir, pero la niña necesitaba ayuda. Ella sí que existía”. Ramón se enfurece, grita: acaban de arrojarlos a la orilla áspera de la humanidad. Dos policías les expulsan del establecimiento, sin permitirles comprar los calmantes para Yolanda, la chiquilla de ojos negros. Recuerdas los versos de la poeta mexicana Jimena González, que hoy resuenan con otros ecos: “Alzo la voz para no negarnos,/ porque tenemos nombre/ y no dejaremos que lo olviden”. Sender, como ellas, sabía que el racismo no emerge únicamente ante

IRENE VALLEJO ILUSTRACIÓN ROMÁN

el color de la piel o los rasgos que dibujan un rostro. Nadie llama inmigrante a un deportista extranjero de sueldo millonario ni a un prestigioso ejecutivo de otro país. El dinero abre las fronteras, mientras los desamparados llevan vidas apátridas en su tierra natal. Es fácil detectar la discriminación en el ojo ajeno sin ver la aporofobia en el propio. En este mundo del dar para recibir, molestan quienes en apariencia poco pueden ofrecer: refugiados, migrantes, sin techo. Todos los imperios —ayer, ahora, siempre— se edifican sobre un cimiento mestizo de civilización y barbarie.

Todos los imperios se edifican sobre un cimiento mestizo de civilización y barbarie

El historiador Tácito escribió sobre las campañas de los romanos: “a la rapiña, el asesinato y el robo, los llaman por mal nombre gobernar; y donde crean un desierto, lo llaman paz”. Junto a los logros del progreso, guardamos una memoria atravesada por las guerras raciales, las cicatrices de la esclavitud, la apropiación de las tierras de pieles más pobres. Haberlo vivido, ser nadie para alguien, cambia la mirada. Por eso Sender situó su novela El bandido adolescente en Nuevo México, pocos años después del tratado de Guadalupe Hidalgo que anexionó a Estados Unidos más de la mitad del territorio mexicano. Allí late el desarraigo de esos habitantes que, de la noche a la mañana, pasaron a ser ciudadanos de segunda en un nuevo país. Ellos no se movieron, se movió la frontera.

Sender transitó en aquella tarde tejana de la orilla privilegiada a los páramos de la intemperie. En realidad, todos somos —sin excepción— descendientes del viaje. Los datos genéticos apuntan en una dirección clara: los ancestros de los humanos modernos vivieron en África hace entre cien mil y doscientos mil años. Los europeos fuimos africanos durante una larga etapa del pasado. En ese extraño trayecto histórico, la especie vagabunda desarrolló un cerebro temeroso del diferente. La humanidad comparte esta paradoja disgregadora: nuestra memoria es, a la vez, racista y extranjera. © Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, S. L. © Irene Vallejo.

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EN LIBRERÍAS

15 DE MAYO 2021

NARRATIVA La vida juega conmigo

Revancha

A FUEGO LENTO

El aullido de la bestia

A David Grossman Lumen México, 2021 320 páginas

Kiko Amat Anagrama España, 2021 328 páginas

Tres mujeres conducen las acciones de esta novela: Vera, la abuela que cumple 90 años; Nina, su hija; y Gili, su nieta. No han dejado de ser una familia pero se conducen con pies de plomo. Su encuentro en un kibutz abrirá la llave de los secretos hasta ofrecer un cuadro complejo de la Europa Central. La memoria se traslada hasta la antigua Yugoslavia y a la juventud de Vera, una croata judía que se enamora de un campesino serbio. El destino individual es una proyección de la Historia.

A partir de su primera novela, El día que me vaya no se lo diré a nadie, como decía Jorge Herralde, la carrera de Amat ha ido creciendo en calidad. Violencia y delincuencia son el fundamento de esta novela en la que se entrecruzan un miembro de la porra ultra del Barcelona y una especie de vengador anónimo citadino. Amat ha contado que creó una jerga especial para la banda de golpeadores tomando palabras de grupos minoritarios extranjeros y también de Cataluña.

El color de su piel

El último refugio

John Vercher Motus México, 2021 238 páginas

Roxane Van Iperen Planeta México, 2021 380 páginas

Alternando la acción galopante y el retrato de un matrimonio disfuncional, esta novela explora las tensiones raciales y el empuje del supremacismo blanco en la sociedad estadunidense. Bobby, su protagonista, siente su vida amenazada después de que su mejor amigo de la infancia se enfrasca en una pelea de bar. La amistad se vuelve complicidad y la complicidad atrae a la policía, que no parece muy amistosa. La mirada de Vercher se concentra en la marginación y la identidad.

En 2012, la autora se instaló con su familia en un sitio conocido como Nido Alto, en Holanda, escenario de uno de los episodios más asombrosos que dio la Segunda Guerra Mundial. Ahí, en una casa majestuosa, dos hermanas ocultaron a decenas de judíos en las narices mismas de la maquinaria nazi. Polifónico, a ratos descriptivo e incluso épico, este modelo de no-ficción se apoya en el testimonio de algunos sobrevivientes y un buen número de fuentes orales.

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unque la intención poética, todas esas frases de gramática contrahecha, empaña por momentos el curso de Furia (Almadía/ UANL), hay que celebrar su ambición y su resuelta voluntad para dotar de vida a un grupo de personajes que sacuden nuestro conformismo en la medida en que más se precipitan en su ruina física y moral. En esta, su primera novela, Clyo Mendoza procede a la manera de una pugilista que golpea a su rival aun después de la cuenta final. No parece conformarse con infligir el mayor daño posible a las instituciones sociales que alientan el vasallaje del cuerpo femenino y la impunidad patriarcal. Quiere más: más rabia, más golpes hirientes, más violencia como respuesta frente a la violencia especializada.

ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

Furia es la historia de un hombre que envilece las vidas que toca y engendra, un vendedor de hilos en una región sin nombre ni coordenadas geográficas, un sugestivo desierto con una identidad arraigada en la magia y la superchería. Es también la historia de tres de sus hijos, paridos y apenas cuidados por madres distintas. Debemos concentrarnos, pues, en un padre que, mientras va seduciendo o convirtiendo en propiedades a niñas, jóvenes y mujeres expuestas al influjo de la autodestrucción o el alcohol, va deshaciéndose de una prole que no tiene otro horizonte que el infierno interior, y que termina encerrado en una jaula y transformado en un cuadrúpedo babeante, un remedo lastimoso de un perro salvaje. Un acercamiento: dos de esos hijos, protagonistas de las primeras páginas de

la novela, soldados de una guerra de la que no sabemos nada y ciegos frente a su origen bastardo, son amantes culposos que cargan un rosario de cicatrices y heridas. Podríamos leer Furia como un ajuste de cuentas y asumir después el papel de vengadores que parecen un poco desequilibrados pero se toman muy en serio sus propios agravios… y los ajenos. Nuestro tiempo, diríamos, no lo vería mal ni se conformaría con menos. Podríamos leerla también como una estrecha galería poblada por seres a los que solo nos queda ofrecerles nuestra compasión. Furia exhibe un poderoso aliento literario, y qué es la literatura sino ese momento en el que despegamos los ojos de la página para escudriñar vagamente la realidad imprecisa que despunta más allá de la ventana.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.

15 DE MAYO 2021

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HUSOS Y COSTUMBRES

Librero de fondo ANA GARCÍA BERGUA

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Después de jugar bibliomancia, es indispensable restituir los libros a su lugar exacto en el librero, para que el destino no se desacomode.

ibreros como países con sus visas de entrada y sus secciones prohibidas.

Libros como gatos, posando en los estantes del librero y escapando siempre de que alguien los lea.

Libros furtivos: sabes que están en un rincón del librero, pero nunca los encontrarás.

Libros como los libreros giratorios de las películas de espías: entre sus páginas corren pasadizos secretos.

A los libros excelentes les pides discreción, para que nadie se los lleve. Se acercan los jóvenes a su librero y el gran escritor que se las da de generoso empieza a hacer contabilidad.

En el estante sobre la chimenea del hotel, best sellers polvorientos como niños de hospicio, a la espera de que algún viajero los adopte.

Los que guardan el dinero en los libros y luego no lo encuentran son lectores pobres.

El libro que guarda todos tus secretos está a la vista de todos, es tu carta robada de Edgar Allan Poe.

Visitar casas sin libros y sentirlas vacías como mausoleos.

Ver las entrevistas a otro escritor en la televisión y espiar en el librero que aparece al fondo si tiene aún el libro que le regalamos dedicado.

Los libros que no has devuelto guardan un brillo cínico en el lomo.

Se dice que los juguetes viven cuando los niños duermen; en cambio mientras roncas, tus libros celebran simposios. Libreros ajenos, jardines prohibidos. Guarecerse junto al librero como bajo un árbol cuando cae la lluvia, con el riesgo de que te caiga el rayo de la imaginación. Adornas tu librero con fotos y recuerdos como si pintaras tu autorretrato. Libreros cubiertos de cristales y encerrados con llave de carcelero, como maniquíes de escaparate. El librero compartido y sus negociaciones: la ONU de los matrimonios.

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La caída del librero es para su dueño una amenaza doble: quedar aplastado o tener que ordenar los libros otra vez.

CAFÉ MADRID

Libertad irracional

H

ay un concepto muy cacareado últimamente entre los madrileños. No es nuevo ni desconocido ni añorado, pero cada tanto algún político se lo apropia y se envuelve en él y se presenta ante los electores como el redentor ideal. Tampoco le importa banalizar la palabra, y todo lo que evoca, con tal de reducirla y utilizarla a su conveniencia. Me refiero a la Libertad que ahora, en esta Villa y Corte, significa “hacer lo que te da la gana para irte de bares y de tiendas”. Y nada más. Resulta que hemos tenido unas elecciones anticipadas en donde las restricciones de circulación y reunión, impuestas por la pandemia, han sido utilizadas de manera descarada para decir que “algo así es propio de una dictadura” y que “nadie debería prohibirnos ir a tomar una copa”, porque eso significa “arrebatarnos nuestra libertad”. La idea y el debate en torno a ella surtieron efecto, haciendo a un lado lo importante (la calidad de los servicios públicos, el empleo, la educación), y ahora muchos piensan que, por fin, son realmente libres. Ese es el nivel intelectual y democrático de la sociedad en la que vivo. Por eso la derecha populista no tiene obstáculos para avanzar. Un día antes de que las urnas escupieran esa vergonzosa realidad, en la Asociación de la Prensa de Madrid se habló de otra arista de la libertad. Fue una tarde para advertir el peligro de la desinformación y la importancia del periodismo en la era digital. Era el Día Mundial de la Libertad de Prensa y tres intelectuales que llevan años reflexionando al respecto se reunieron en esta institución de

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA EFE

125 años de existencia. Mario Vargas Llosa, Fernando Savater y Félix de Azúa hablaron sobre el papel del Estado en la regulación de los medios, el ruido de las redes sociales y los grandes grupos empresariales que dominan el flujo informativo. Además de ser grandes narradores y ensayistas, los tres son columnistas y coincidieron en afirmar que nunca les han dicho qué deben o no deben opinar sobre cualquier tema o asunto. “Una sociedad libre ha de poder criticar al Estado”, dijo el Nobel

Tres intelectuales hablaron sobre el papel del Estado en la regulación de los medios

hispanoperuano, quien llegó al lugar con un bastón en la mano (“ya no puedo dejar de usarlo”). “Existe la libertad de expresión porque existe la democracia y, con ella, el derecho a distanciarse del gobierno y de hacerle las críticas que se consideren. Es un derecho que hace progresar a las sociedades e impide el autoritarismo”, añadió. Vargas Llosa especificó que él confía más en los medios privados que en los público-estatales, “porque muchas veces suelen convertirse en voceros de los gobiernos”. Pero Félix de Azúa no estuvo de acuerdo. Porque, desde su punto de vista, “hoy los principales ataques a la libertad de expresión provienen de los grandes monstruos tecnológicos. Ahí está el caso de Félix Ovejero”, subrayó. Ovejero, profesor de Filosofía en la

Votantes durante las elecciones autonómicas de Madrid.

Universidad Autónoma de Barcelona, ha expuesto una y otra vez los motivos por los que el secesionismo catalán se niega a mantenerse dentro de las normas democráticas y las características de los nacionalismos y de las fuerzas políticas de izquierda que impiden encontrar una solución a ese conflicto político. “Pues por decir lo que piensa y por exponer sus críticas, Facebook le ha cerrado su cuenta. Antes era la censura franquista la que decidía qué podíamos decir y qué no. Ahora es una empresa privada. Y para frenar algo así hace falta la intervención del Estado. Pero, claro, como dice Mario: eso no siempre es bueno. ¡Así que no tengo ni idea de cómo combatir a una empresa que es peor que un dictador clásico!” Entonces intervino Fernando Savater: “la solución tiene que ver con la educación y la legislación. Hasta la libertad debe tener ciertas normas porque si no es libertinaje. Hay que educar a los niños para que sepan utilizar los medios de comunicación y tengan cuidado con las redes sociales y aprendan a leer entre líneas y, sobre todo, a cotejar la información para que no les cuelen falsedades”. Una semana después de este debate, se acabó el Estado de Alarma que el gobierno español implementó para controlar los contagios de Covid-19 y varias plazas públicas de todo el país se llenaron de gente que festejaba “la libertad”. Al día siguiente, al ver las imágenes de esas marabuntas, me acordé de Platón: “alguien es libre si sus deseos racionales dominan sus deseos irracionales y determinan sus acciones”. ¿Cuesta tanto entenderlo y llevarlo a cabo?

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