Laberinto No.936 (22/05/2021)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

ENSAYO

FERNANDO ZAMORA

LAURA EMILIA PACHECO

El espíritu perdido y la voz del cuento

Jacques Lafaye: 30 siglos de epidemias

Foto: Osiris Film

Foto: AP

SÁBADO 22 DE MAYO DE 2021 AÑO 17 - NÚMERO 936

Emilio Lamo: una visión española de la Conquista Carlos Rubio Rosell/ Madrid/ Pintura: FÉLIX PARRA (CA. 1877)


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ANTESALA

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EN EL BANQUILLO

Supercherías TEDI LÓPEZ MILLS

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i siquiera estuve ahí y ya lo estoy contando como si fuera un hecho. No engordaron los peces en el lago Victoria por alimentarse de los cadáveres arrojados al agua por Idi Amín. Fue más simple e incluso naturalista el asunto: engordaron por comerse a los pececillos provenientes del Nilo. Ahora bien, la causa ya confirmada de la misteriosa gordura de los peces no significa que no hubo cadáveres arrojados en el lago, sino solo que Ryszard Kapuscinski “inventó imágenes” —según su biógrafo y discípulo Artur Domoslawski— para darle mejor acomodo a su relato sobre las atrocidades que en definitiva ocurrieron durante el régimen de Amín en los años setenta del siglo XX. Domoslawski insiste en que no busca destronar a su mentor. ¿Por qué haría algo así? “Una vez ungido, siempre ungido,”, escribe William Raffles en un capítulo de su obra Essences aún inédita, aunque ya próxima a publicarse. El propósito de Domoslawski es suscitar un debate en torno a la verdad y a la ficción. Las imágenes tienden a alterar las fronteras pertinentes; uno se distrae con la fauna o la belleza en vez de concentrarse en los muertos y la tragedia. Lo cual no sucede, por ejemplo, cuando leo en un periódico del 23 de mayo de 1994 que Uganda declaró “zona catastrófica la región del lago Victoria debido a los miles de cadáveres de la guerra civil en Ruanda que flotan en las aguas o son llevados por las corrientes a sus orillas”. El texto indica que algunos cuerpos encallan en la zona de “la mayor reserva de agua dulce del mundo”. No alude a los peces. Acaso, a fuerza de nadar entre tantos cadáveres, se hayan extinguido por falta de espacio. “La rivalidad deja de ser analítica tan pronto sale a flote”, comenta Raffles. Sea como sea, a las masacres rutinarias no vale la pena añadirles anécdotas curiosas. La extrema realidad no las necesita. En su libro Viajes con Heródoto investiga Kapuscinski la pasión de este primer historiador, cronista y reportero, cuyas labores se desenvolvieron sin bibliotecas, archivos o recortes de prensa. Quizá su origen fue “la pregunta que surgió en la mente de un niño: de dónde vienen los barcos”. Los castillos de arena que menciona Kapuscinski apuntan hacia la imaginación: se construyen de la nada con el único objetivo de existir. Habrá algún paseante en esa playa hipotética que se demore en los detalles, describa la fortaleza derruida por el viento e introduzca tal vez la imagen de un cangrejo que retrocede. El lirismo sabe lidiar con la decepción. Según me informan las malas lenguas, Heródoto no viajó donde dice que viajó. Sus afirmaciones en primera persona no deben, por lo tanto, tomarse al pie de la letra: “oí otras noticias en Menfis conversando con los sacerdotes de Hefesto”. Alguien se lo habrá dicho a alguien que se lo habrá repetido a Heródoto que decidió apropiarse de la fuente sin citarla. “No quiero que me rehabilites”, le dijo el novelista Philip Roth a su biógrafo, “solo hazme interesante”. ¿Quién usa a quién?

Según me informan las malas lenguas, Heródoto no viajó donde dice que viajó

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El espíritu perdido. Dirección: Abba Makama. Nigeria, 2019. Puede verse en Netflix.

HOMBRE DE CELULOIDE

Más allá del colonialismo

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA OSIRIS FILM

os estudios sobre colonialismo, al igual que los feministas, han sido asimilados por la historia del arte en modos diversos. Los hay tan rabiosos que casi exigen la suspensión del pensamiento y otros tan inteligentes como los que se realizan en Nigeria, país de origen de lo mejor de la literatura africana (Chinua Achebe y el Premio Nobel Wole Soyinka nacieron ahí) y que, a pesar de sus carencias (o quizá precisamente por ellas), ha conseguido una película que de modo hilarante y sabio reflexiona en torno a su pasado colonial. Lo primero que salta a la luz en El espíritu perdido, del nigeriano Abba Makama, es una forma de narrar que Occidente ha perdido. Es el aire de cuento, de un mito que remite a Homero o a la Scheherezade de Las mil y una noches. El cine, que tan bien se presta para el onirismo, se pone en esta película al servicio de la leyenda. Raymond tiene sueños turbulentos (imposible no recordar a Kafka); es un hombre que pertenece al campo y a la estructura tradicional de los igbo, pueblo que ha llenado de tradiciones al África Occidental. Trabaja como vigilante en un elegante condominio de Lagos, la ciudad más grande de Nigeria. Tiene, además, una esposa cristiana y un mejor amigo, el jefe

de clan que, ahora en la ciudad, ha quedado reducido a ser el borrachín que no quiere ir al hospital donde la ciencia occidental desprecia las tradiciones ancestrales. Y es justo este hombre quien interpreta, para bien o para mal, el significado de los sueños turbulentos de Raymond. Son los espíritus de los antepasados que te están buscando. Quieren manifestarse aquí, en este lugar y tiempo, en esta ciudad llena de magnates petroleros, mafiosos que venden droga, prostitutas y basura. La próxima vez que te persiga el espíritu, no corras. Déjate atrapar. La cosa suena más fácil de lo que es, pero finalmente Raymond despierta convertido en un Okoroshi, espíritu antiguo de tonos purpúreos que “hace feliz a la gente buena y hace sufrir a los que hacen mal”. A partir de aquí la narración cobra todavía más libertad. Makama se posiciona como auténtico cuentista tradicional que poco sabe de los tres actos hollywoodenses y la “sorpresa” en el middle point. Okoroshi

Lo primero que salta a la luz es una forma de narrar que Occidente perdió: la forma del cuento

conoce a una prostituta y a un niño. Baila en mercados donde la gente entiende su insólita presencia como la irrupción de una magia que puede atraer el bien o el mal. Hace justicia a su modo y hasta se da tiempo de entrar en una disco que busca imitar de modo desangelado el glamur de esta clase de sitios en las urbes occidentales. Acompañado de su Dulcinea y su Sancho Panza, Okoroshi encarna el antiguo espíritu de los igbo en el mismo tenor en que Don Quijote encarna el alma de un caballero medieval: con profundidad y buen humor. El espíritu perdido es un ejemplo lúcido de cómo se hace arte capaz de convalecer del colonialismo europeo. Porque utiliza sus temas, claro. Y refiere a sus más grandes intelectuales (sobre todo al teatro de Wole Soyinka) pero no tiene tapujos para referir a la Ilíada y a Jung, para burlarse de los “defensores de la cultura ancestral” y para causar ternura por un pueblo que, como el jefe del clan de Raymond, se encuentra embrutecido, enfermo y humillado. Y lo mejor: lo consigue con una producción tan limitada que pudo haber sido filmada con buenos actores y un celular. Esto es arte que trasciende el colonialismo y, como tal, nos concierne en tanto seres humanos.

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ANTESALA

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ESCOLIOS

POESÍA

Estamos decayendo... HÉCTOR ROJO

Estamos decayendo como hase visto en la estampa de caballería. El clero todo sale de su tumba a registrarnos el aseo diario. Y sembrarán el miedo con antiguas llagas y se alimentarán de la filosofía. ¿Mas deberíamos temer a las bestias herederas de la peste? ¿No son embustes ya, que nadan en sentido oblicuo a su etimología? No llegarán nunca al final. En donde ramos de animales cambian la salud por un espacio que se sirve regalarnos un día más. El planeta, digamos, no es el mejor pero es lo que hay. Ya que contiene sus ínfimos milagros. Como otras atracciones en el espacio. Héctor Rojo (Ciudad de México, 1985) es cofundador de Malabar Editorial, en la que publicó su primer libro, Cómo me convertí a la fe de las lechuzas (2019). Este poema forma parte de Anfibio Odisea (Nieve de chamoy, 2020).

EX LIBRIS

El libro en busca de un lector/ EKO

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Miel y letras ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

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@Sobreperdonar

on sus mil y una noches de relatos, Scheherezade no solo salvó su propia vida, sino que sanó paulatinamente al rey de su desazón y odio al mundo y resguardó la integridad del reino. Así, los actos de la narración y la lectura compartida, además de curar al individuo, pueden mejorar la calidad y salud del diálogo social. En varios de sus libros, el filósofo y rabino francés Marc-Alain Ouaknin (de él se consiguen en español Biblioterapia y Elogio de la caricia) realiza una aproximación múltiple y audaz al acto de la lectura, que mezcla fuentes tradicionales y modernas y que rebosa imaginación analógica y erudición filológica. Para Ouaknin, la lectura no solo tiene la facultad de aminorar los dolores cotidianos y evitar el desplome del individuo ante la calamidad, sino de depurar las palabras de la tribu. La lectura es una experimentación crítica sobre el lenguaje que ayuda a liberarlo del encierro y de las trampas de lo establecido. Porque, a menudo, el lenguaje convencional abastece signos aletargados, degradados por el prejuicio, la labia y la coacción política. Por eso, repetir el lenguaje de forma pasiva implica desperdiciar el potencial humano para hacer visible el futuro. Leer es una forma de “destete”, de maduración y autonomía del ser humano y, para ilustrarlo, Ouaknin menciona la ceremonia iniciática en que, a determinada edad, se corta el pelo al niño y, al mismo tiempo, se le dan pasteles de miel con la forma de letras del alfabeto. “Dulce ingreso al mundo de los libros…”. Para Ouaknin, la modalidad de discusión del libro en la tradición talmúdica (una tradición tan apegada al libro como fiel a su libre escrutinio y examen), es decir, la diversidad de interpretaciones, la persecución incesante de un significado en fuga y el celo para debatir los mínimos detalles, constituye un paradigma de lectura crítica. La discusión es lo contrario de la pontificación; pues, por más acalorada que sea, implica escuchar al otro, no imponer una palabra definitiva, ni suplantar la voz del interlocutor. El cuestionamiento es fecundo, pues la lectura crítica permite al lector apropiarse del lenguaje y hacer auténticamente suya esa herramienta social. La lectura se vuelve entonces una forma de autocreación, reinvención e innovación. Al apropiarse de la energía semántica de las palabras es posible renovar el lenguaje, propiciar el diálogo y abrirlo al porvenir. La lectura crítica dinamiza el intercambio entre el libro y los lectores, mantiene una pregunta permanente sobre el mundo y vigoriza los significados sociales evitando su atrofia o manipulación. De hecho, la misión de la lectura consiste en mantener siempre vigente la pregunta. Ante los dogmas reciclados y las extendidas tentaciones de imponer un pensamiento único, qué oportuno este elogio de la lectura y este llamado a equilibrar el peso abrumador del lenguaje heredado y la opinión inducida con la asimilación individual de la palabra y el despliegue del propio albedrío.

La lectura crítica mantiene una pregunta permanente sobre el mundo

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DE PORTADA

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Emilio Lamo de Espinosa sostiene que la visión americana de la Conquista sigue repitiendo las falacias de la leyenda negra

Entre la distorsión ideológica y el nativismo impostado

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CARLOS RUBIO ROSELL/ MADRID FOTOGRAFÍA ARCHIVO EMILIO LAMO DE ESPINOSA

ruto del desconocimiento de la historia de los pueblos hispánicos y como resultado de una leyenda negra que oscurece el entendimiento y lleva a generalizaciones carentes de fundamento, en el imaginario de países como México ha permanecido vigente un conjunto de relatos inspirados en un racismo que impide respetar y comprender al otro. Dos “relatos” o “narrativas” se han abierto paso contraponiéndose e incluso solapándose para explicar, de forma simplista, en general errónea e incluso mal intencionada, las relaciones históricas que han existido entre los pueblos del continente americano y España y los múltiples malentendidos y lecturas que han generado en ambas orillas del Atlántico. Como señala en entrevista con Laberinto el sociólogo español Emilio Lamo de Espinosa (Madrid, 1946), uno de estos relatos es el latinoamericano, que culpa de sus males a la “Conquista”, olvidando sus bienes y los males que siguieron a las independencias; el otro es el relato estadunidense, el de los bad hombres del presidente Donald Trump, que culpa de sus males a los latinos que han invadido el norte, latinos que, a su vez, para exculparse, solo atinan a culpar a España de su situación. Pero todo, como sostiene Lamo, “es una inmensa superchería al servicio del lavado de cara de unos y de otros”. Es lo que el investigador,

catedrático emérito de la Universidad Complutense de Madrid y director del Instituto Elcano, ha tratado de analizar y aclarar en el libro La disputa del pasado. España, México y la leyenda negra (Turner), en el que, bajo su coordinación, un grupo de historiadores en el que figuran Martín F. Ríos Saloma, Tomás Pérez Viejo, Luis Francisco Martínez Montes, José María Ortega Sánchez, María Elvira Roca Barea y Guadalupe Jiménez Codinach, abordan, entre otros temas, los equívocos y falsedades contados respecto al pasado prehispánico; la incorrección de llamar “Colonia” al periodo virreinal; la negación del ser “occidental” a la América latina e incluso a España; la ocultación de la simiente de modernización esparcida por la monarquía hispánica, que entre finales del siglo XV y principios del XIX fue una de las mayores y más complejas construcciones políticas jamás conocidas en la historia; el rechazo al arte y la cultura novohispana como creaciones de primer orden universal; o la ignorancia y falta de entendimiento del ser mestizo y el ser hispano, no solo en Estados Unidos, sino en México y España. Como se argumenta y demuestra en el libro, desde hace mucho tiempo se ha difundido sin pudor y menos aún rigor histórico un conjunto de inexactitudes, tergiversaciones y mentiras con el propósito de alimentar esa “leyenda negra” sobre la relación entre los pueblos de América y España, y que se ha propagado en obras que, pese a estar plagadas de errores y falsedades, han sido multipremiadas y elogiadas en el mundo anglosajón, como la biografía de

Marie Arana Bolívar: American Liberator o su ensayo Silver, Sword and Stone (celebrados por “críticos” de prestigio del Washington Post y The New York Times) o la famosa obra de Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina, que propicia una “mirada” en la que se asume un ominoso ethos español y se genera una necesidad de “desespañolizar” nuestras naciones americanas para regresar a un pasado imaginado desde el presente en un proceso de “descolonización”. Afortunadamente, la ciencia social se ha tratado de construir contra las apariencias, contra las mistificaciones y los fetichismos, y en nuestros días, como afirma Lamo de Espinosa, contra lo políticamente correcto o la “cancelación” del pasado, algo que decían los dos grandes clásicos de la ciencia social: el de izquierda, Carlos Marx, y el de derecha, Emilio Durkheim. “Es curioso, pero ambos decían lo mismo aunque con lenguajes distintos: hay que des-velar (deconstruir, se dice ahora) ideas preconcebidas, traspasar mistificaciones y prejuicios para ir a las cosas mismas. Lo único que hace falta es algo muy sencillo pero no muy frecuente: honestidad intelectual. Y ello exige autoanálisis para eliminar los propios prejuicios y las distorsiones ideológicas, exige transformar las creencias (desde donde pensamos) que nos piensan en ideas a pensar, como decía Ortega y Gasset”. ¿Qué motivó la puesta en marcha

"El problema de México no es lo que ocurrió hace 500 años, sino lo que ocurre ahora”

del proyecto para elaborar un volumen en el que se tratan de aclarar y rebatir algunos de los puntos nodales de lo que podemos entender como la “leyenda negra” de la historia de España en relación al continente americano? Se nos acumulan las conmemoraciones: quinto centenario de la caída de Tenochtitlan; quinto centenario de la primera vuelta al mundo de Magallanes-Elcano; bicentenario de la independencia de México… Ya tuvimos dificultades para conmemorar 1492: que si “encuentro”, que si “descubrimiento”, que si “encontronazo”. Tenemos la obligación de mirar los hechos de frente y sin anteojos, pero hay una leyenda negra para unos, que es al tiempo una leyenda “rosa” para otros. Culpar al vecino de lo sucio que está mi patio es al tiempo demonizar al otro y liberarme de culpa. El problema no es la historia, que es conocida, sino cómo se presenta esa historia y, sobre todo, cómo se pone al servicio del poder haciéndose llamar memoria, aunque tampoco lo es. Los zapatistas (del EZLN) lo han dejado bastante claro: el problema de México no es lo que ocurrió hace 500 años, cuando la llamada “Conquista”, con la mal llamada “Colonia”, o lo que ocurrió hace 200 años, con la Independencia (sin comillas), sino lo que ocurre ahora mismo: la pobreza, la violencia, la corrupción, la desigualdad brutal. Y como recuerdo en el libro, en 200 años de independencia se pueden hacer muchas cosas, por ejemplo, se pueden hacer los Estados Unidos. México era un gran país a comienzos del siglo XIX y el DF una ciudad magnífica, sin duda mucho mejor que Madrid o que Boston. Es lo que hemos tratado de mostrar en La disputa del pasado.


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Hay un asunto de especial interés que une el pasado precolombino y el momento de la llegada de Hernán Cortés a Tenochtitlan, los hechos de las luchas de Independencia a comienzos del siglo XIX y una especie de rechazo de lo español en nuestros días al grado de que el Presidente Andrés Manuel López Obrador solicitó abiertamente al Estado español que pidiera perdón por los hechos ocurridos hace 500 años. ¿Cuál cree que es el interés que subyace en esa petición? Es una mezcla de ignorancia culposa, de distorsión ideológica y, finalmente, de deshonestidad política. De todo. Ignorancia, pues desconoce la realidad de lo que fueron los 300 años de virreinato, con sus sombras pero también sus luces: las primeras universidades del continente, los primeros hospitales y escuelas, caminos y acueductos, ciudades, libros impresos, gramáticas de lenguas nativas, incluso el primer comercio global (con Europa y Asia) y un largo etcétera. La distorsión ideológica nos lleva a un nativismo impostado en el que, como por arte de magia, las elites dominantes en América Latina se transforman en defensores de los llamados pueblos “originarios” y se disfrazan de tlatoanis para purgar sus pecados. Finalmente, hay elecciones a ganar, y se piensa que agitando la llamada “memoria histórica” se distrae la mirada del presente para volcarla sobre el pasado, sea este España o Estados Unidos, aunque cuidado con este último, que es poderoso y vecino. En España estamos abusando de la memoria de la Guerra Civil, y en América Latina se abusa de la memoria de

esa guerra civil que fue la Independencia, que a los españoles no nos afecta, y por eso las estatuas de Bolívar, San Martín o José Martí siguen en los jardines de Madrid, y a nadie se le ocurre derribarlas. En ese mismo sentido, ¿cuál es el alcance, y el posible daño, de manipular la historia para construir un relato y una historia oficial manipulando los hechos? El daño final es desconocer la realidad y desconocerse a sí mismo. Por ello insisto en que América Latina es Occidente, una obviedad que sin embargo hay que afirmar tanto frente al relato whig (el cual propugna la vanguardia de los pueblos protestantes, sobre todo de habla inglesa) de la historia del mundo (que ignora lo que desprecia), como frente al relato indigenista (que desprecia cuanto ignora). Es curioso y no deja de ser paradójico que Trump opine lo mismo que Evo Morales: América Latina no es Occidente, sino otra cosa distinta. Los españoles conocemos bien esa visión “excepcionalista” que nos excluye de la historia, y durante décadas se nos ha dicho que no éramos Europa, que esta empezaba en los Pirineos. Una estupidez que no pocos españoles se creían. Pues bien, ahora se dice que Occidente empieza en Río Grande, una idea que López Obrador, inconscientemente, alimenta. Pero ¿acaso no se habla latín al sur del Río Grande? ¿No es su religión, casi hegemónica, el cristianismo, que fue religión oficial del Imperio romano? ¿No es su derecho el derecho romano? ¿No siguen sus ciudades el urbanismo romano? ¿No miden el tiem-

po con el calendario romano? Y podría seguir. Los españoles, como los portugueses, los italianos y los latinoamericanos, somos romanos del siglo XXI. También mestizos, por supuesto, como fueron mestizos los ibero-romanos del siglo I. Por eso no me disgusta nada la expresión América “Latina”, porque es eso: América latinizada y romanizada. ¿Constata usted que con el llamado presentismo hay un desmedido uso político de la historia? Vivimos anegados de acontecimientos, eventos y sucesos, enchufados a los medios de comunicación de mil modos. Y eso nos impide ver la envolvente; vamos de fotografía en fotografía incapaces de percibir la película, sin profundidad histórica. Max Scheler decía que conocer es alejarse de la realidad para tomar perspectiva, para evitar que la contemplación de los árboles te impida ver el bosque. La consecuencia es un desconocimiento total de la historia que se niega desde el presente, cuando debe ser al contrario. No es tarea del presente reconstruir el pasado, sino aprender de él para construir el presente. Hay una huida de la historia y los jóvenes carecen de perspectiva. Pues bien, esta muestra muchas cosas; por ejemplo, que fue el denostado “hombre, blanco y occidental” quien abolió la esclavitud (que siguió existiendo en otros confines), quien devolvió a la mujer su dignidad (de la que carece en muchos sitios, todavía hoy) y

El catedrático emérito de la Universidad Complutense de Madrid, coordinador del volumen La disputa del pasado. España, México y la leyenda negra.

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quien universalizó los derechos humanos. Eso también es Occidente. Por último, ¿cómo debemos comprender lo que han sido las relaciones históricas y culturales entre México y España? La disputa es ficticia, impostada y carece de profundidad, mientras que la relación es extensa e intensa, y siempre lo ha sido. Cuba, México y Argentina son los tres países americanos con los que España y los españoles tienen una mayor relación y de los que tienen mejor imagen, como muestran los numerosos estudios que hemos hecho en el Instituto Elcano. La cultura mexicana se cuela por todas partes, en la música, en la gastronomía, en la literatura, en el magnífico cine actual. También las inversiones, que ya son mutuas. Y no olvidemos que México es el primer país de la hispanofonía y, junto con España, debe liderar su expansión. Son casi 130 millones de habitantes, más 40 o 50 en Estados Unidos, pues los llamados “latinos” de Estados Unidos son, en su mayoría, mexicanos de primera o segunda generación. Y en el mercado de lenguas que hoy es el mundo, el español (o castellano, como dice la Constitución española) es nuestro principal activo, pero no podemos activarlo sin una colaboración muy estrecha. Hace tiempo que sostengo que España debería tener con México una alianza estratégica profunda cuya base es la proyección de la lengua en la enseñanza, en la ciencia, en internet.

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ENSAYO

Treinta siglos de epidemias Jacques Lafaye ofrece una visión retrospectiva de los estragos causados por la “peste” LAURA EMILIA PACHECO FOTOGRAFÍA AP

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o único que conmociona más que lo inesperado es lo esperado para lo cual no hemos sabido prepararnos. Esta frase de la historiadora Mary Renault sirve para describir el Covid-19, la primera pandemia del siglo XXI. En diciembre de 2019 el doctor Li Wenliang alertó sobre el brote de un virus de la familia Sars. El joven médico del hospital de Wuhan murió contagiado por un paciente después de que las autoridades chinas lo arrestaran, acusado de difundir rumores. “El gobierno central chino decidió imponer la cuarentena, con métodos dictatoriales en Wuhan (con una población de 11 millones), pero ya era tarde. La pandemia había empezado a cundir”, escribe Jacques Lafaye (París, 1930), en Una plaga bíblica en la posmodernidad: treinta siglos de epidemias y una más… (El Colegio de Jalisco, 2021, 98 pp.), visión retrospectiva de los contagios que a lo largo de la historia han recibido el nombre genérico de “pestes”. “La ceguera presente ante la pandemia es más inexplicable e irresponsable si nos avocamos a los siglos pasados”, sentencia Lafaye. El fenómeno epidémico se deriva de la “zoonosis: la agresión a la biodiversidad perpetrada por el desarrollo técnico-industrial, y el cambio climático derivado de ello”, que nos han vuelto más vulnerables al contagio de especies animales. Elias Canetti decía que el papel del historiador es proteger aquello que los poderosos han destruido. Guiado por la urgencia de situar la pandemia en un contexto que nos permita entenderla mejor y hacer una reflexión sobre nuestras acciones, Lafaye —uno de los más grandes especialistas en historia de la cultura iberoamericana, autor de Marcel Bataillon, un humanista del siglo XX, Quetzalcóatl y Guadalupe y Los conquistadores: figuras y escrituras, por mencionar solo algunos de los títulos que conforman su vasta y reconocida trayectoria— refiere que Tucídides, en su Historia de la guerra del Peloponeso, relata la peste que azotó Atenas en el siglo V a. C., al parecer, una epidemia de tifus, tan implacable que “ningún temor de los dioses ni ley humana” logró detener. En Éxodo, versículos 7 a 11, se enumeran las plagas de Egipto, una de ellas, la lepra. Los sacerdotes

Pacientes de la gripe española en el Auditorio Municipal de Oakland.

egipcios, que fungían como los médicos de entonces, anticiparon la medicina moderna en “aspectos esenciales, como el aislamiento del sujeto contagiado, la purificación del cuerpo y sus vestidos”. El historiador latino Amiano Marcelino describe la peste justiniana (siglo VI), que afectó al imperio romano, epidemia que duró hasta 550 y se expandió de Constantinopla a todos sus territorios. El contagio provino del vecino imperio sasánida (Persia), con el que Justiniano estaba en conflicto fronterizo. De los testimonios y descripciones de Procopio y Casiodoro sobre el horror frente a una mortandad masiva e incontrolable se deduce que se trató de una peste bubónica. La peste negra, la de mayor impacto en la memoria colectiva, surgió en 1347 procedente de

las estepas de Asia Central, donde era endémica, y arrasó toda Europa con la notable exclusión de Hungría. Se cree que Italia, Francia e Inglaterra perdieron la mitad de su población total. En conjunto desapareció el 30 por ciento de la población del Occidente europeo. La enfermedad se extendió hasta Escandinavia y alcanzó Moscú en 1552. A fines del siglo XV reapareció, aunque con menos fuerza. “Hecho digno de la memoria es que los turcos, asediando la plaza genovesa de Kaffa, catapultaron cadáveres pestíferos [contra el enemigo], prefigurando la guerra bacteriológica”. No solo el comercio por mar, sino también las guerras propagaron la pandemia. “En aquel tiempo, igual que hoy, el contagio procedió de Asia y se debió a la globalización del comercio. En nuestro tiempo los transmisores del virus llegaron por los aeropuertos”. Entre 1918 y 1919, en solo 18 meses

la gripe española —la primera causada por el virus A del subtipo HIN1— cobró 50 millones de vidas: cinco veces más que el total de muertos en la Primera Guerra Mundial. Layafe cuenta que la gripe cundió primero en el cuerpo expedicionario norteamericano que desembarcó en Francia en 1918, para reforzar las tropas franco-británicas en el valle del río Marne, frente al invasor germánico. “Por una desgraciada circunstancia, el contagio del rey de España Alfonso XIII” hizo que el flagelo se diera a conocer como gripe española, aunque no se originó en España. “En rigor tendría que haberse llamado gripe americana, dado que el primer caso diagnosticado como H1N1 fue el 11 de marzo de 1918, en un soldado de la guarnición de Fort Riley, Kansas”. Entre sus victimas, el káiser germánico Guillermo II y el sociólogo Max Weber. Woodrow Wilson también


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se contagió cuando negociaba el Tratado de Versalles, en 1918. La historia epidemiológica de México desde la conquista española “ha sido una tragedia de tal magnitud que el virus actual resulta, en proporción, más mediático que mortífero: hablan los testigos y las cifras”. Cuenta Lafaye que el número de víctimas indígenas por la viruela fue infinitamente superior al de los muertos juntos de la matanza del Templo Mayor, la Noche Triste, la expedición de Cortés a las Hibueras y la conquista de Jalisco por Diego de Guzmán. Contamos con los testimonios de fray Toribio de Benavente, apodado Motolinía, el jesuita Francisco de Florencia o el padre Sahagún. Para la Nueva España y, en especial, para los indios, no hubo tregua. Las infecciones más mortíferas que se recuerdan son las de sarampión en 1530-1531, 1545, 1576-1579 y 1595, y las “pestes” de 1725 a 1728, y la de 1736. El cólera resurgió en México en 1991 con 2690 casos identificados. Hoy “la ceguera de algunos jefes de Estado con perfil tiránico… ha propiciado el crecimiento exponencial del contagio”. Hasta ahora el número de muertes oficiales por Covid-19 en nuestro país supera los 200 mil y es de casi tres millones a nivel mundial. Para Lafaye el resultado de la negligencia en la prevención (cerrar de inmediato las fronteras y activar el rastreo), y la anárquica manera en que se ha contenido la epidemia, se reflejarán en una recesión económica. Hay quienes afirman que la crisis epidémica demuestra mayor eficacia de los regímenes autoritarios en comparación con los liberales, en los que muchos ciudadanos resienten la imposición de medidas sanitarias como un obstáculo a su libertad individual. “No se puede reducir la diferencia al régimen político; es principalmente efecto de la cultura. La democracia alemana se ha defendido mejor que la francesa o la inglesa”. La mayor diferencia entre esta pandemia y las precedentes en la historia antigua y reciente es la amplificación del fenómeno por los medios de comunicación, dice Lafaye. Las recomendaciones profilácticas, repetidas incansablemente, las estadísticas cotidianas de contagios y fallecimientos, los pronósticos contradictorios, el confinamiento y desconfinamiento, han engendrado una psicosis que constituye en sí otra pandemia: la de la angustia. A la epidemia se ha sumado una infodemia, “si bien menos letal, casi igual de perturbadora”. Vivimos de cara a un presente desalentador y un futuro utópico. Quizá la historia sea el recuento de los esfuerzos y las aspiraciones truncadas; de los cambios y retrocesos; de lo impalpable y lo inesperado. Lo cierto es que, tarde o temprano, todo —por dominante que sea— llega a su fin. La realidad de hoy no será la de mañana, pero el sentido permanente de tragedia crece, pienso yo, por aquello que Lafaye llama “la distanciación física humana”, un mundo donde la civilización se ha vuelto on line.

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A FUEGO LENTO

Quema de brujas

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i se trata de mostrar la perversidad de la Iglesia católica, y la estupidez de las almas simples que doblan el cuello frente a la arrogancia de sus ministros, nada mejor que desempolvar o cavilar un juicio por brujería montado por la Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición. La indignación no puede sino verse satisfecha. Eso es justamente lo que ofrece Anna Thalberg, Premio Mauricio Achar/ Literatura Random House 2020. Eduardo Sangarcía ha empleado los ingredientes necesarios para corroborar lo que sabemos de sobra, a menos, por supuesto, que creamos en la infalibilidad y buena fe de los manuales que alertaban sobre la existencia de íncubos y súcubos, sobre escobas voladoras, aquelarres, machos cabríos desvirgando a un coro de doncellas en lo más profundo de un bosque… Ahí está el reparto de rigor: la joven e inocente campesina recluida en la torre de las torturas luego del falso testimonio de una vecina que maldice su juventud; el examinador, torvo y sulfúrico, que juzga el cuerpo femenino como la morada del demonio; el verdugo, “seguro

ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

Anna Thalberg México, 2021 de su arte y de sus instrumentos”; el confesor, un ciego perseguidor de “la verdad sin adornos ni florituras”; el obispo enjoyado que con el rabillo del ojo mira con temor el despunte de la reforma luterana, y la ciudadela que gobierna “sobre la sangre y el dolor de los desfavorecidos”. No hay manera de fallar el tiro; es decir, de obtener el aplauso inmediato de los lectores, sobre todo si algunos ya se dieron a la

tarea de ajustar cuentas con el pasado, aunque este se remonte a los inicios del siglo XVI. Así que no debería sorprendernos que todo en Anna Thalberg resulte previsible, comenzando por la presentación lineal de los hechos. ¿Qué puede esperar una mujer acusada de brujería y juzgada por un tropel de representantes del más odioso patriarcado? Si usted no sabe la respuesta es porque aún ignora que hay libros escritos (y más cuando se trata de premios jugosos) para complacer a la opinión en boga. Al diablo, pues, con la irónica y ambigua sabiduría de la novela que tanto celebra Milan Kundera. Es cierto, como pregona Cristina Rivera Garza en la contraportada, que Anna Thalberg “reta al lector en múltiples niveles”. Eduardo Sangarcía toma algunos riesgos estilísticos, tuerce la forma horizontal de la lectura y aun consigue establecer un tiempo simultáneo para los varios cursos de los acontecimientos, pero la trama, el discurso anti, pro, dulzonamente buena onda, hace que me sienta engañado. O qué: ¿la literatura es mera cortesía, ganas de quedar bien con quienes encabezan las nuevas procesiones públicas?

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NARRATIVA, ENSAYO Me quedo aquí

La esposa del prisionero

Nausícaa

Marco Balzano Duomo ediciones España, 2020 236 páginas

Maggie Brooks Planeta México, 2021 416 páginas

Marina Porcelli UANL/ UNLP México, 2021 185 páginas

“El fascismo parecía haber existido desde siempre”, leemos en un momento de esta novela que sigue la huella de tres generaciones de mujeres nacidas en una pequeña aldea germana del norte de Italia que vive bajo la bota de Mussolini. Su destino es también el de ese lugar que terminará sepultado bajo las aguas tras la construcción de una presa. Más de veinte años de historia narrados desde la perspectiva femenina dan cuenta del apego a la tierra y a los muertos que guarda.

Entre la rabia y el dolor que dejó la Segunda Guerra Mundial se asomó el amor y esta novela es una prueba. La historia está basada en un hecho real que vivió el soldado inglés Sydney Reed. Todo comienza en 1944, en una región de Checoslovaquia. El soldado Bill, con otros prisioneros de los nazis, es obligado a trabajar en una granja en la que viven Isabela, la protagonista, su madre y su hermano menor. Isabela y Bill tendrán que luchar para ver cumplido su amor.

Cómo se valora la obra escrita por mujeres desde el Río de la Plata hasta el Río Bravo, dice la narradora y ensayista argentina, es la columna vertebral de este libro, un ejercicio hermenéutico que intenta explicar el papel que ha jugado esa otredad que pocas veces ha ocupado el papel de protagonista. Nausícaa, el personaje que hace posible la llegada de Odiseo a Ítaca, es la figura que representa a quienes solo merecieron dos líneas de una historia.


LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.

22 DE MAYO 2021

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C

TOSCANADAS

omienzo otra vez citando el libro sagrado: Don Quijote habla sobre un poeta que hizo una “maliciosa sátira contra todas las damas cortesanas”, pero no nombró a una que “se podía dudar si lo era o no”. Tal dama, al sentirse desairada por la fama, buena o mala, pidió al poeta que la incluyera en la siguiente edición. El tema que trata don Quijote con Sancho es el deseo de ser famoso, sea o no por las razones correctas. Por eso menciona a Eróstrato, “que puso fuego y abrasó el templo de Diana, contado por una de las siete maravillas del mundo, solo porque quedase vivo su nombre en los siglos venideros”. Curioso es que la propia novela de Cervantes, hablando mal de algunos hombres, los ha salvado del olvido. En Úbeda hay una calle llamada Pintor Orbaneja, que conmemora a un pésimo pintor de ese lugar, que habría sido borrado de la historia si no

Piggies DAVID TOSCANA

fuese porque lo menciona don Quijote. Un pintor que “si por ventura pintaba un gallo, escribía debajo: ‘Este es gallo’, porque no pensasen que era zorra”. Hoy valdría mucho el tal cuadro si apareciese en una subasta. Cosa normal, pues en el mundo del arte vale más lo famoso que lo bello, aun cuando la fama se gane por lo bello. Algunas novelas de caballería conservan la vida gracias a la supuesta intención cervantina de que fuesen aborrecidas. La poca vida que tiene El Quijote de Avellaneda se la debe a El Quijote de Cervantes. Y nunca Feliciano de Silva fue tan famoso como cuando se le cita en Don Quijote: “La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura”. Esto del bien de hablar mal lo hizo popular Oscar Wilde, que en El retrato de Dorian Gray escribe: “La única cosa peor en el mundo a que

hablen mal de ti, es que no hablen de ti”. Pero tal máxima ha sido la lápida o la cancelación de muchos. Chéjov indaga los mecanismos de la fama en su cuento “Pasajeros de primera”, en el que un personaje pregunta: “¿Qué debe entenderse por gloria y por fama? Pushkin decía que la gloria era un remiendo sobre un andrajo”, y se lamenta de que la banalidad pueda volverse más famosa que el talento. “Debo confesarle, caballero, que en alguna época más temprana de mi vida buscaba la fama con todas las fibras de mi ser. La popularidad constituía mi locura, por así decirlo. Por ella estudié, trabajé, pasé noches en vela, comía poco y perdí la salud”. ¿Mas por qué lamentarse? Ningún artista de talento ha de pensar que está llamado a la fama, cuando lo natural es que el talento sea elitista y la banalidad vaya para el chiquero. Everywhere there's lots of piggies living piggy lives.

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BICHOS Y PARIENTES

Tácito añoraba la república

M

éxico nunca se consolará suficiente de no haber sido una monarquía”, le dijo Octavio Paz a Enrique Krauze. Imagino la sonrisa de Paz: una de esas intuiciones suyas, abundantes, que de pronto lo iluminaban durante las conversaciones y se convertían en ventanas a una profundidad que, como supo ya Platón, revelaban una verdad superior a la de los historiadores. Es una intuición que hace sentido, propone analogías e impregna la comprensión de los fenómenos. Quizá por eso hayan votado muchos de los 30 millones de confundidos, pero no hay modo de medirlo. Los signos estaban ahí y, aunque el vocabulario haya mutado, la oferta política del actual gobernante apuntaba desde siempre a un monarca, o a la nostalgia de uno. De chisguete, de farsa, pero eso vendía: un poder que reordenara no solo las cosas políticas sino la moral, la justicia, las familias; que se dejaran las organizaciones sociales y los organismos autónomos de andar metiendo su ruido civil y todo ese desorden de las democracias y sus instituciones republicanas. Mejor un orden que suponga un ordenador —y de ahí la raíz mesiánica—, con ese mesianismo chirle de los que no entienden nada de teología. Una monarquía de ocurrencias, en una cabeza redundante. La verdad es que Roma nunca pudo consolarse de haber abandonado una república para dar lugar al imperio y el gobierno de una sola persona. La historia plural, política, donde el personaje es el innumerable pueblo, los ciudadanos, los comercios… en mosaicos de distintos temas, distintos tonos y no la necia

JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA WIKIPEDIA

monotonía de seguir a un solo sujeto que, conforme avanzaba en el tiempo, se mostraba más plagado de falencias, menos interesante y más soberbio. Y los historiadores no podían ser más que completamente serviles o por completo hostiles. Lamentar ese hecho hizo que Tácito desarrollara una prefiguración de la Razón de Estado: el gobernante que no solo se rehúsa a mostrar la operación y cuentas de la cosa pública, sino que incluso necesita que sus súbditos ignoren sus propósitos y sus medios. Y si durante el Renacimiento,

Lamenta los años imperiales porque su relato se halla atado a un personaje que detesta y desprecia

el periodo barroco y hasta mediados del siglo XVIII la sola mención de Maquiavelo solía desembocar en un proceso inquisitorial, surgió una estratagema fina entre los escritores políticos: si no podían citar a Maquiavelo, podían con confianza referirse a Tácito y a sus juicios analíticos acerca de las políticas injustas y opresivas (el Julio Agrícola), la idiotez en la toma de decisiones del emperadorzuelo (los Anales son un museo del abuso del poder y los ridículos del poderoso) o la crítica sesgada de “te digo, Juan, para que entiendas, Pedro” (las Historias). Y es eso lo que deploran Tácito y el tacitismo moderno: tener que hablar sesgado. Tácito envidiaba la suerte de los historiadores formados en un ambiente republicano, anterior a Tiberio, y lamenta los años imperiales no solo porque su relato se halla atado a un personaje

Estatua de Publio Cornelio Tácito en la entrada del Parlamento austriaco.

que detesta y desprecia, sino porque las confrontaciones y disputas de la era republicana se resolvían por comicios o juicios, por vías suasorias y discusiones inteligentes, mientras que en la era del poder reunido en la sola persona de los emperadores, la única salida era invariablemente la guerra civil. Cicerón, por ejemplo, escribía oraciones inacabables. Tácito es breve —si alguien puede ser breve en aquel latín clásico—. La sintaxis de Cicerón es una arquitectura desafiante y presumida: oraciones larguísimas que solo se vuelven comprensibles en la última palabra, en su clausura. Es gramática dramática. Tácito fluye conforme va pensando, conversa y tiene la soltura y el tiempo para señalar las cosas a lo largo del camino. Todavía quedan las formas republicanas de la expresión pública, pero ya comenzó el embate por acallarlas. Más nos vale no vernos precisados a hablar sesgado. Quizá es hora de entender que hay añoranzas y fantasías que sirven solo en la imaginación y en subjuntivo. El poder en manos de uno solo es un derrumbe que no tiene fondo. No importa cuán verdadera sea la intuición de Paz; debe ser atajada por la advertencia de quienes vieron perder su república. Y Tácito lo dijo de un modo admirablemente sintético. Después de la repugnancia acumulada por Calígula, Claudio y Nerón, llega Galba. Todas las esperanzas puestas en un renovador que de largo venía vendiendo una moralidad superior y una justicia verdadera. El resultado: et omnium consensu capax imperii nisi imperasset: “en opinión de todos, un gran gobernante, si no hubiera gobernado”.

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