Suplemento cultural de MILENIO
LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE
EL ATLAS DE PANDORA
FERNANDO ZAMORA
IRENE VALLEJO
El diablo dentro de nosotros
La fiesta de la culpa Foto: BFI Film Fund
Ilustración: Román
SÁBADO 29 DE MAYO DE 2021 AÑO 17 - NÚMERO 937
Lorenzo Meyer: la herencia de nuestro pasado colonial Guadalupe Alonso Coratella/ FOTOGRAFÍA: OCTAVIO HOYOS
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ANTESALA
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DOBLE FILO
Saque y volea de Velasco FERNANDO FIGUEROA
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omo aperitivo del torneo de Roland Garros (30 de mayo al 13 de junio), jugamos tenis verbal con Xavier Velasco, quien en 2011 cubrió para Milenio Diario el Grand Slam: Melbourne, París, Londres y Nueva York. ¿Qué es escribir? Pelear contra ti mismo y no poder perder. ¿Qué es una novela? Un laberinto que uno construye para que otros se pierdan felizmente. Dos novelas en una isla desierta. El retrato de Dorian Gray y La guerra del fin del mundo. Un cuento. “La mujer que no”, de Ibargüengoitia. Dos escritores mexicanos vivos. Enrique Serna y David Toscana. ¿Bob Dylan merecía el Nobel? Ni lo merecía ni lo necesitaba. ¿Obtener el Premio Alfaguara equivale a ganar el ATP 1000 de Madrid? ¡Qué bien suena eso!, aunque en 2003 era ATP 500, para no sonar tan presumido. ¿Cuál es el encanto del tenis? El del Coliseo romano, pero sin sangre. Federer en una palabra. Dios. Nadal o Borg. Nadal, sus méritos son indiscutibles. El mejor juego que has visto en vivo. Semifinal de 2011 en Roland Garros: Federer rompe una racha de 41 victorias seguidas de Djokovic. ¿A cuál major regresarías? El US Open es el más divertido. En Roland Garros y Wimbledon todo está prohibido. Connors o McEnroe. Connors, por supuesto. Serena Williams en una frase. La reina indiscutible. La tenista más guapa en vivo. Ana Ivanović. Una biografía de tenista que no sea la estupenda Open, de Agassi. The Outsider, de Jimmy Connors. ¿Por qué no hay un tenista mexicano en el top 100? Pregúntale a los de pantalones largos. Un recuerdo de Raúl Ramírez. En un entrenamiento fui su recogebolas y me sentí un niño importante. Una lección de la pandemia. ¡Cómo quiero a mi esposa! El día más feliz de tu vida. El Día de la Bandera de 2003 (cuando se anunció su Premio Alfaguara). ¿Para qué sirve una motocicleta? Para saber qué tan idiota puedes ser. Un disco en una isla desierta. Variaciones Goldberg, con Glenn Gould. Un disco de Caifanes y uno de La Barranca. De Caifanes, el primero. De La Barranca, Tempestad. Luis Miguel o Raphael. Eso ni se pregunta: ¡Raphael! Celia Cruz o Janis Joplin. Con perdón… Celia Cruz. Música para tu última hora de vida. Stratégie de la rupture, de Wim Mertens. Tu epitafio. “Juego, set y partido”.
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Salvando almas. Dirección: Rose Glass. Gran Bretaña, 2019. Puede verse a través de Amazon.
HOMBRE DE CELULOIDE
La paradoja del mal
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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA BFI FILM FUND
omo género, el horror tiene su público cautivo. Los amantes del horror verán todas las películas clasificadas así. Buenas o malas. Justo por eso vale la pena advertir una obra como Salvando almas porque, a pesar del género, resulta muy buena. Escrito y dirigido por Rose Glass (es su ópera prima), este filme británico sigue a dos mujeres que se encuentran frente a la muerte. Amanda es una bailarina experimental que está desahuciada y vive sus últimos días segura de que dios no existe. Cree también que para despedirse basta una noche de fiesta con mucho alcohol. Por su parte, Maud, la enfermera de Amanda, ha comenzado a escuchar voces. Pero además está convencida de que dichas voces vienen de dios. El horror aparece, primero, en este “escuchar voces”. Si creyéramos, como Maud, que dios le está hablando, sería entonces un ente malévolo que exige sacrificios absurdos y no permite distinguir de ningún modo el bien del mal. Sería como el de Lars von Trier en Rompiendo las olas; uno que, más que amar a sus creaturas, desea probarlas y “por amor” sería capaz de sugerirles toda clase de crímenes. Entonces, ¿las voces de Maud no serán, al interior de la ficción, las voces del diablo? Pue-
de ser. Después de todo, no parece haber nada más alejado de la divinidad que la vida de esta enfermera que busca sexo rápido en bares de quinta, horrorizada de su pasado en un rincón del departamento de clase baja en que come junto a las cucarachas y en donde reza a un dios que responde en galés. ¿En galés? Ni más ni menos. Este detalle conduce a pensar que tal vez Maud está escuchando su propia voz. O más específicamente, el inconsciente de los psicoanalistas. También puede ser. Salvando almas sería entonces congruente con aquella idea de que lo demoniaco es lo irracional dentro de nosotros mismos. Cualquiera de estas respuestas sugiere, de cualquier modo, que todo el horror puede reducirse a esta pregunta: ¿existe dios? La inteligencia del guion de Rose Glass estriba en que exhibe muy pocas pruebas para intuir lo que piensa al respecto. Pero hay algo claro: la película no se limita a introducirnos en la mente de una esquizofrénica ni
La película exhibe la idea de que lo demoniaco es lo irracional dentro de nosotros mismos
tampoco a asustarnos con el dios de Lars von Trier: ese “dios del mal”. Puede, en efecto, que Maud sea una suerte de Santa Teresa un poco subida de tono que ama a su dios hasta el orgasmo y que quiere salvar a su paciente. Pero puede que, en efecto, el diablo exista al interior de esta película y ella, Maud, sea un regalo, una suerte de ofrenda a la mujer moribunda que no sabe bien a bien cómo decir adiós. Como todas las magníficas películas, Salvando almas es una obra abierta que nos deja llenos de interrogantes. Aquí, enfrentándonos con el único horror que todos, cotidianamente, podemos percibir: la muerte. Porque, claro, resulta fácil decir que morir debe ser tan natural como vivir, pero hay que ver lo que siente Amanda: no debe ser sencillo haber vivido en el cuerpo de una bailarina clásica y ahora estar perdiendo el cabello y la razón. Como aquel otro género de público cautivo, la ciencia ficción, el buen cine de horror plantea esta paradoja de la que habla Arthur C. Clarke: “Existen dos posibilidades: que estemos solos en el universo o que no lo estemos. Ambas son igual de terroríficas”. Puede que dios no exista, como piensa la bailarina, o que dios nos ponga pruebas como las de Maud. En ello está el horror.
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ANTESALA
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POESÍA
Bajo la lluvia ácida
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LOS PAISAJES INVISIBLES
80 IVÁN RÍOS GASCÓN
SAMUEL NOYOLA
Azufre con que sufro en el sufragio Orgías de la lengua de Quevedo entredaderas y enrelíneas cifradas en borroneado paisaje. Ya sube el sol y baja la lluvia ácida. ¿Si he vivido aquí, por qué regreso? pienso al correr bajando por la calle. Porque no escucho las cuerdas del arco iris y fosforece en el infierno del ciudadano el cuerpo todo ardido. A ver herida la ciudad regreso. A ser herida de ciudad. Este poema forma parte de Arcano Cero (Ediciones el Tucán de Virginia), memoria y selección de Edith Noyola, quien apunta en el prólogo: “El cero fue una cifra clave en la poesía de Samuel”, y, a través suyo, “el lector puede entregarse a la fábula del poeta desaparecido”.
EX LIBRIS
La mirada masculina/ EKO
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@IvanRiosGascon
n 1961, o tal vez desde un par de años atrás, sabía que era necesario inventar su personaje, aunque si algo había de sobra en aquel antiguo Manhattan, eran personajes. Los trovadores que desfilaban sobre el escenario del Café Wha?, encabezados por Freddy Neil, el manager del club, conformaban una caterva de seres enigmáticos, sobrecogedores, interesantes. Esa fauna le inspiraba respeto. Se sentía como un explorador tratando de inmiscuirse en una tribu, quizá por su condición de primerizo. No obstante, encajó muy bien entre la gente de aquella caverna de techos bajos, amplia como un salón de banquetes, situada en Greenwich Village. El Café Wha? fue su primer escenario neoyorquino, bueno, el primer auténtico escenario. Ahí tocaron muchísimos cantantes folk, también se presentaron los jóvenes pero ya reconocidos comediantes de la época, Woody Allen, Richard Pryor, Lenny Bruce. El dato, como lo cuenta él mismo en sus Chronicles. Volume One, es la perenne viñeta de los espacios alternativos: durante el día, un musiquillo desgasta el instrumento y se desgañita para una o dos almas, y las más de las veces, para nadie. Por la noche, las estrellas atraen al gran público, resucitan ese galerón que horas antes era un templo silencioso pues, como enunció George Berkeley, Esse est percipi (ser es ser percibido), y si alguien tocó para el vacío, simplemente su canción nunca existió. Del Café Wha? se movería al Folklore Center, donde trabó amistad con el dueño, Izzy Young, y de ahí al Gaslight, el café que mejor pagaba. Tenía veinte años. Condujo días enteros un Impala del 57 más con la ilusión de ver a Woody Guthrie que de buscar fortuna. Atravesó pueblos tiznados, caminos ventosos, pastizales nevados y fronteras comarcales hasta detenerse en Nueva York, pero como era imprescindible crearse un personaje, cuando Columbia Records le extendió un contrato, le aseguró al publicista del sello que había cruzado el país a bordo de un tren de mercancías. Sí. Como alguna vez lo hicieron Jack Kerouac y Neal Cassady, esos otros personajes con los que, a fuerza de encontrar similitudes, fueron hermanados con el cantante folk (incluida la opinión de Allen Ginsberg), aunque Bob Dylan era un tipo diferente. Cuando se vive y se hace demasiado, la retrospección ajusta cuentas con el mito. Dylan se forjó en Manhattan. Ahí maduró su vocación. Aterrizó sus fábulas, y a los protagonistas de sus canciones. Ahí leyó lo que le hacía falta, pues era entusiasta de la radio pero no de la literatura, y solo conocía a Edgar Rice Burroughs, H. G. Wells y Julio Verne, porque sería en la casa de Ray Gooche y Chloe Kiel, donde Dylan dormía en el sofá, el sitio en que se encontró con Gogol, Balzac, Dickens, Tolstoi, Maupassant, Victor Hugo, Graves, Dante, Ovidio, Maquiavelo, Pushkin, Freud, Milton, todos leídos a medias, libros que únicamente mordisqueó pero que, de cualquier modo, abatieron sus oxidadas puertas perceptivas. De composición, lo suyo eran las extensas parrafadas. Su coincidencia con la poesía, acaso, fueron (son) los versos de largo aliento, y en sus Chronicles revela que el entrenamiento consistió en memorizar obras monumentales, digamos el Don Juan de Byron, para probar la fórmula de la larga duración sonora. El 24 de mayo, Bob Dylan cumplió 80. Seis décadas atrás, era un tipo en busca de modelos, de sentido para sus canciones. Llevaba la inspiración debajo de la piel, por supuesto, pero vale la pena recordar aquel lejano cascarón del que iban a surgir cientos de héroes, relatos, experiencias y emociones que, buscando a su modo el cariz poético, debían mostrar a la gente su reverso, eso que no habían visto o hallado en sí mismos. ¿Dije poético? Bueno, subrayo que a su modo, porque sigo pensando que Dylan no merecía el Premio Nobel.
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Lorenzo Meyer hace una valoración de nuestro pasado colonial y su estela de injusticias, que sobreviven en el presente
“Que el nacionalismo no sea una excusa de sinvergüenzas” GUADALUPE ALONSO CORATELLA FOTOGRAFÍA OCTAVIO HOYOS
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istoriador, académico y analista político, Lorenzo Meyer reflexiona sobre la identidad mexicana tras la Conquista, los saldos de la época colonial, nuestra relación con España y las interpretaciones de la historia frente a las conmemoraciones por los 500 años de la caída de la gran Tenochtitlan. ¿Cómo se forjó la identidad del mexicano a partir de la Conquista? El fenómeno es formidable porque en ese momento explota la capacidad de Europa de meterse por todos los rincones de la Tierra. En el caso de México, entró en el corazón de una civilización que ya había tejido una economía, una sociedad, una cultura. La llegada europea cambió todo: la lengua, la religión, la visión del mundo, la indumentaria, el entorno natural. Otro elemento importante es la ciencia. En el mundo prehispánico se conocían muchas cosas muy complejas, se podían hacer predicciones de fenómenos, los mayas conocían el cero y dominaban las matemáticas, sí, pero la ciencia es más que eso. El conocimiento, la formulación de hipótesis, la predicción con base en datos, todo eso cambia la visión de nuestro mundo y de quiénes somos en este mundo. La Europa del inicio de la globalización capitalista impactó en la vida de una sociedad. ¿Cinco siglos después, seguimos siendo una sociedad cosida por sus tradiciones coloniales? Tenemos mucha de esa tradición que además se mezcla con el pasado. Por
ejemplo, ahora es un tema importante la idea de la legitimidad del gobierno, la idea de la democracia. Los que llegan, subordinan la Colonia a sus necesidades. Extraen todo lo que pueden y hay una justificación ideológica: venimos a traerles religión, formas mejores de organizarse. Pero la razón por la que están es para explotar y ahí está la raíz de la desigualdad, los explotados y los explotadores. La vida colonial no era democrática, llegó la democracia al final, con la Constitución de Cádiz de 1812. Entonces se habla ya de ciudadanos y no de súbditos, de derechos y obligaciones de ciudadanos. En la Colonia había república de indios y república de españoles. En el virreinato, gente de razón y gente de costumbres. Hay una minoría que dirige, que se apropia de una parte de la producción y otra que debe conformarse con muy poco; eso seguirá en los siglos XIX y XX. En cierto sentido, sigue hasta hoy. Estamos luchando en contra de esa tradición. Hay que luchar en contra de esas tradiciones que hoy consideramos no solo obsoletas sino ilegítimas. Lo que vivimos en México es resultado de una lucha en contra de las herencias coloniales que pervivieron después de la Independencia. ¿Es posible deshacerse de estas herencias? El pasado colonial es una herencia que se puede deshacer en buena medida, no toda, no vamos a deshacernos del idioma. En algún momento de pasión nacionalista, alguien dijo: “vamos a dejar el español”. ¿Para volver a dónde? En el centro se hablaba náhuatl, en Yucatán el maya y en la costa del Pacífico el tarasco. No podemos deshacernos del idioma, pero hay otras cosas que sí, y ese ser diferentes de lo que antes dominaba es útil para la creación del sentimiento nacional. Comparar y criticar aspec-
tos centrales de la Colonia es una forma, una de las varias, de dar cohesión a un sentimiento nacional. ¿La subordinación que el pueblo indígena sintió frente a los españoles es lo que ocasionó la desigualdad, el racismo, la injusticia? Sí, por eso decía que había una república de indios y otra de españoles, con obligaciones distintas. Ahí está la subordinación: ustedes tienen estas obligaciones y estos derechos, nosotros tenemos otras obligaciones y otros derechos. Y es que una colonia, ¿para qué se quiere? Para qué quiso Europa, no solo España, sino también Inglaterra, Francia, Holanda, poseer colonias sino para explotarlas, aunque también para expandir sus valores en nuevos entornos. Pero el objetivo principal era explotar a esas colonias, extraer recursos, y la extracción de recursos implica formas de subordinación.
Hay que luchar en contra de esas tradiciones que hoy consideramos ilegítimas
Se han hecho distintas interpretaciones de la Conquista. ¿Cómo se ha servido la historia oficial de este hecho para construir un sentimiento de nación? Las naciones son construcciones mentales, son comunidades imaginadas y necesitan de símbolos. La Colonia es usada en la construcción de México como Estado nacional e independiente en el siglo XIX. En adelante, vemos en España una fuerza antagónica. Luego vamos a sustituirla por otro antagonismo, Estados Unidos, porque las naciones se forman en relación a alguien que se opone. ¿Hay un uso político de la historia? Siempre lo ha habido. Los aztecas hicieron un uso político de su histo-
ria. El historiador Enrique Florescano hace énfasis en la destrucción, en los imperios prehispánicos, de documentos materiales para sustituirlos por otros, para inventar otra historia. Los aztecas tenían que legitimarse señalando que venían como herederos de los antiguos imperios; no lo eran, pero presentaron esa historia y así se legitimaban. La historia es un arma política, lo cual no quiere decir que nada más sea un arma política. ¿Qué pasaría si se borrara todo lo que fue realidad, lo que fueron imaginaciones, sueños, etcétera? Nos quedaríamos en la indefensión. La historia se necesita para saber quién diablos soy, para entender ese presente e imaginar las posibilidades futuras. Este año, por ejemplo, se propuso celebrar siete siglos de la fundación de Tenochtitlan. Al no conocerse la fecha exacta, causó polémica entre los historiadores. Tampoco es exacta la fecha en que nació Cristo, pero estamos en el año 2021 después de Cristo. Eso no importa gran cosa. Lo que importa es que se creó un centro urbano formidable que indica la capacidad de organización de esa comunidad, de ese imperio que ejercía su poder sin mucha tolerancia hacia los demás. Se celebra la creación de uno de los centros urbanos más importantes del mundo en ese momento. Que si son unos años antes, unos años después… La historia es, en buena medida, interpretación. No tenemos conocimiento suficiente para explicar cualquier hecho importante, no sabemos exactamente cómo pasó. Hay muchas variables. Se ha referido a que es posible que en el futuro exista una fuerza política con capacidad y voluntad para volver a darle sentido al
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El profesor emérito de El Colegio de México, autor de Distopía mexicana y Nuestra tragedia persistente, entre otros libros.
nacionalismo mexicano. ¿En qué momento estamos ahora? Estamos en una reconsideración entre el nacionalismo un poco naive, a veces demasiado simple e instrumental y el de “desechen esto, vámonos al Tratado de Libre Comercio, al Tratado del Pacífico, vamos a hacer tratados comerciales con medio mundo y vamos a ser internacio-
nales”. Creo que desde la autoridad de quien tiene ahora la responsabilidad del gobierno, el Tratado de Libre Comercio es un hecho, no lo vamos a denunciar ni nos vamos a separar, pero eso no implica que estemos dispuestos a que todo lo que venga de fuera sea aceptado. La soberanía sigue siendo un elemento central. Ahora veo una revaloración del na-
cionalismo, porque el nuestro no es agresivo, es defensivo. Pero que ese nacionalismo no sea un instrumento para defender ciertos intereses locales corruptos, mezquinos, chiquitos, y tener siempre cuidado porque nación, régimen y gobierno son cosas distintas, aunque el gobierno intente identificarse con el régimen y el régimen con la nación. Son cosas
distintas que pueden ir a veces en la misma dirección. Que el nacionalismo no sea como alguien dijo: una excusa de sinvergüenzas. ¿Qué distingue hoy nuestra relación con España? Hace 100 años había mucha animadversión. Eso ya pasó. No detecto ningún sentimiento antiespañol, bueno, de vez en vez, pero ha disminuido. Se rompió la relación con la España franquista y luego se volvió a restablecer. Hoy es más una relación de cordialidad. Aunque el Presidente Andrés Manuel López Obrador haya solicitado el perdón por lo de la Conquista, se ve que no lo van a hacer. Eso dice algo de España y dice algo de nosotros o de nuestro gobierno, porque a algunos mexicanos no les interesa ni creen que eso tenga mayor sentido, pero reconocer con valores de hoy hechos del pasado es importante. Entonces, hay cierta tensión a ese nivel, pero a nivel de la calle, a nivel cotidiano. No es que se haya olvidado, está ahí, pero ya no con la agresividad ni la dureza de hace 100 años, cuando se veía a los españoles como explotadores. La petición de perdón tiene sentido para recordarle a los mexicanos que en Torreón, la fobia, el racismo, la estupidez, acabó con la mitad de la colonia china. Tiene el sentido profundo de cerrar heridas. La petición de perdón que le sugirió el gobierno mexicano a España no es solamente esa. El Presidente ya fue a ver a los mayas y a los yaquis. Lo que le pidió el gobierno a España lo está haciendo con su propio colonialismo interno. ¿Recurrir a la historia nos permite una suerte de reconciliación con el pasado? Es importante la explicación de historiadores sobre cómo se han comportado diversos países y la importancia de sanar heridas, aunque no es tarea solo de historiadores. Los problemas actuales se reflejan en cómo vemos el pasado. Tenemos que entender la historia y no repetir lo que consideramos injusto. La Colonia fue un sistema de explotación, pero no fue nada más eso. La Corona española protegió a la población original de los abusos de españoles y eso lo tenemos que valorar, ver cómo arrancamos esas partes positivas del pasado, las incorporamos a nuestra visión del presente y lo que queremos del futuro, lo que imaginemos del futuro, de la utopía, de lo que todavía no es pero quisiéramos que fuera. La historia puede ser uno de los instrumentos, pero el otro son nuestros códigos éticos.
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LITERATURA
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EL ATLAS DE PANDORA
La fiesta de la culpa Un resorte primitivo conduce a mitigar el dolor azuzando la cólera contra el diferente
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o no he sido”, masculló tu hijo, con un acorde de desamparo en la voz. No le creíste. Estabas segura de haber dejado allí, sobre el escritorio, náufrago en tu borrasca de papeles, el cuaderno con las notas para el próximo artículo. Como la adulta racional y siempre atareada que eres, preferiste la riña exaltada a la serena búsqueda: “¿Cuántas veces te he dicho que no revuelvas mis papeles?”, rugiste mientras te agachabas, blandiendo preguntas acusadoras, a la altura de sus ojos. Empezaste a dudar cuando dos lagrimones rodaron por sus mofletes hasta oscilar suspendidos de la barbilla. De pronto, recordaste que K. había ordenado el despacho, y el cuaderno reposaba tranquilo en la estantería, oculto a tu ciega terquedad. Tu hijo hipaba llorando: acababa de tragar una cucharada de injusticia. Cuando algo falla y sucede el desastre, ¿por qué extraño motivo esperamos un cierto alivio al responsabilizar a otros? Buscar culpables resulta más apasionante que buscar soluciones. Los antiguos griegos creían en una divinidad llamada Momo, que no tenía más atribución que encontrar faltas en los dioses y los humanos. Momo era hijo de la Noche, la personificación de nuestro oscuro impulso a tomarla con el prójimo. Los psicólogos afirman que no soportamos la incertidumbre, el caos, la imprevisible complejidad de lo real. El pensamiento mágico cree que, señalando nombres y rostros, el mal quedará exorcizado. Antiguamente, los judíos elegían un macho cabrío, lo llevaban al desierto y lo apedreaban para que pagase por los pecados de la comunidad. De ahí viene la expresión “chivo expiatorio”. Históricamente reincidentes, buscamos a quien endilgar incluso catástrofes fortuitas o desastres naturales. Según cuenta la Biblia, el barco en que huía el profeta Jonás topó, al llegar a mar abierta, con una terrible tempestad. Los marineros decidieron arrojar por la borda, directo a las rugientes
IRENE VALLEJO ILUSTRACIÓN ROMÁN
olas, a quien hubiera atraído la tormenta. Lo echaron a suertes y la culpa recayó por sorteo en Jonás, que acabó engullido por la ballena. Rifar la condena es una de las fórmulas procesales más delirantes jamás imaginadas. Alessandro Manzoni narró en su Historia de la columna infame un episodio real ocurrido durante la peste de 1630. Una vecina de Milán, precoz espía de balcones, denunció a un hombre que restregaba los dedos contra la muralla. Así nació el mito de los untadores, que supuestamente expandían el contagio con ungüentos mortales en pomos, barandas y muros. Se abrió un proceso en el que se torturó y ejecutó a personas inocentes, cuya
Cuando algo falla, ¿por qué motivo esperamos un alivio al responsabilizar a otros?
responsabilidad era solo producto de una imaginación aterrorizada. Estas supersticiones no son tan antiguas: hace menos de un siglo, los japoneses acusaron absurdamente del terremoto de Kantō a los inmigrantes coreanos, desatando una matanza que dejó varios miles de cadáveres. En un episodio de Los Simpson, Homer asesora con cinismo a sus compañeros de trabajo: “Si algo va mal en la central nuclear, culpad al tipo que no habla inglés”. La máxima apela a ese resorte primitivo que sobrevive en nuestras mentes: simplificar la complejidad de las causas convirtiéndolas en culpas. Los atenienses celebraban sus fiestas Targelias con el sacrificio ritual de dos personas acusadas de provocar hambre, sequías, epidemias o terremotos. Las arrastraban fuera de la ciudad para lapidarlas, lincharlas o lanzarlas por un precipicio. Creían que el mal
siempre viene de fuera y debe ser expulsado con violencia. Llamaban a su víctima propiciatoria pharmakós , de donde procede nuestra palabra “fármaco”, como si su sangre eliminase la enfermedad. En tiempos de desgracia, es preciso mantenerse alerta, auscultar los errores, esgrimir la crítica: ser capaces de tender la mano y vigilar desmanes. Pero la convivencia se enfanga si intentamos aliviar el dolor azuzando la cólera contra el diferente, el que nos cae mal, esa gente perversa que no es o no piensa como yo. En los dominios nocturnos del antiguo Momo, unos y otros procuran que el señalado sea su adversario —ideológico o íntimo—. Dime a quién culpas y te diré quién eres.
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EN LIBRERÍAS
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NARRATIVA, ENSAYO Y líbranos del mal
El país de las calles sin nombre
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POESÍA EN SEGUNDOS Gema
El mal por el bien: Charles Baudelaire VÍCTOR MANUEL MENDIOLA mendiola54@yahoo.com.mx
E Santiago Rocangliolo Seix Barral México, 2021 395 páginas
José Adiak Montoya Seix Barral México, 2021 159 páginas
Milena Busquets Anagrama España, 2021 150 páginas
Siguiendo los pasos de un joven que regresa a Perú, su país natal, para asistir a su abuela en agonía, esta novela es un crudo ajuste de cuentas con la figura paterna y con un sector social que ha erigido su prestigio bajo la sombra de las apariencias. Una duda conduce a una pregunta que a su vez anuncia un cúmulo de vergüenzas familiares. Gran parte de la trama pasa por las denuncias contra sacerdotes de la Iglesia católica señalados como pederastas seriales.
Un hotel siempre cubierto por la niebla, una mujer pequeña y compacta, un cementerio cuya tierra húmeda cede a cada paso, los horrores de la guerra escenificada 40 años atrás, son algunos de los ingredientes de esta magnífica novela, escrita por una de las voces más atractivas de la nueva literatura centroamericana. Con el autoritarismo político al fondo del escenario, Montoya traza el fresco de un país en el que “ni los asesinos cambian, siempre son los mismos”.
“Para mí Gema siempre ha sido el nombre de una muerta”, leemos al inicio de esta novela construida como una lenta reconstrucción del pasado. La narradora, quien lleva una vida apacible, trae de vuelta esa presencia que murió a la edad de quince años e intenta recuperarla a través del reencuentro con sus antiguas compañeras de colegio y sus viejos maestros, y de las voces dormidas en los mohosos recortes de periódico. El resultado es un torrente de emociones.
Ruta de escape
Cleopatra
Los trabajos de Hércules
Philippe Sands Anagrama España, 2021 552 páginas
Ariadna Castellarnau RBA España, 2021 192 páginas
Bernardo Souvirón Gredos España, 2020 128 páginas
A la manera de un relato de espías, y con las mejores herramientas de la novela, esta biografía retrata a Otto Wächter, quien a la hora de su muerte en 1949 se hacía llamar Reinhardt, un criminal nazi, culpable de la muerte de miles de judíos en Cracovia. La reconstrucción nos lleva hasta los primeros años del siglo XX y concluye en 2019. Si algo resulta más aterrador que la Segunda Guerra Mundial es la fachada de ese oficial que pasaba por un piadoso hombre de familia.
Desde la Antigüedad, la gobernante egipcia Cleopatra ha arrastrado una mala fama en Occidente. Octavio César Augusto se valió de escritores para construir su leyenda negra, pues consideró que puso en peligro el imperio. “Monstruo fatal”, la llamó Horacio, mientras Lucano la calificó de “impía, libertina e incestuosa”; pero Cleopatra fue una mujer culta a quien los árabes veían como “pensadora, erudita y alquimista”. El libro forma parte de la colección Poderosas.
Este volumen forma parte de la colección Mitología de la prestigiosa editorial española. Más que cualquier otro héroe de su nivel —Aquilés, Ulises—, la admiración por Hércules se mantiene hasta nuestros días y su historia adaptada por la casa Disney sería una prueba. Los trabajos a los que hace referencia el título tuvo que realizarlos para expiar la matanza de sus hijos y sobrinos en un rapto de locura provocado por Hera, esposa de Zeus, su padre, quien lo odiaba.
ntre las múltiples traducciones de Las flores del mal, quizá más de 25, la realizada por el poeta cubano Manuel J. Santayana y editada por Vaso Roto (México, 2014) nos propone una nueva aproximación. En una edición limpia y hermosa, la traducción de Santayana conserva la música dominante del original con alejandrinos y rimas; y conserva, asimismo, la personalidad del vocabulario de la época y el humor hastiado y altivo del autor. Leemos, así, poesía en español y logramos intuir la malignidad espléndida del poeta siniestro. Como Gustave Flaubert, el autor de Las flores del mal comprendió que el cambio de las costumbres había engendrado un mundo donde “La idiotez, el error, la avaricia, el pecado” dominaban tanto al cuerpo como a la mente. Mientras el novelista utilizó personajes típicos de los nuevos tiempos para mostrar el imperio del sentimentalismo y la tontería, el poeta maldito inventó, sin rodeos y con extremo refinamiento, el examen de la carroña, el horror, lo obsceno y lo tenebroso —en concordancia con Poe y Byron— para buscar tanto “La belleza” como el “Ideal”. Baudelaire eludió el brillante circunloquio narrativo de Flaubert y, de manera sintética, exhibió el ejercicio de una moral compleja: asumir la infamia como una forma de conocer el tedio y excavar a fondo (este será también el camino de Dostoievski). En vez de explorar las tonterías de la conciencia ordinaria, que no puede entender la volatilidad de todos los principios en el mundo de la ciudad atestada, del hombre-masa, del dinero y la mercancía, el poeta parisino representó más que nuestras fallas (esto ya era común en el pasado), la creación más alta en la vileza, la búsqueda de las flores en el mal. Como casi todos los artistas del siglo XIX, Baudelaire pensaba que la burguesía y sus comparsas, el proletariado y la pequeña burguesía, jamás alcanzarían, por más que lo intentaran, la aristocracia de las costumbres y, en un plano más alto, la nobleza espiritual. El interés desemboca en interés. El dinero en dinero. La vulgaridad en vulgaridad. Solo el arte podía alcanzar esa condición, acaso por su naturaleza excéntrica, pero a condición de abjurar de la sensiblería, la estupidez, el arte menor y de tomar como punto de apoyo una mirada inconforme y cruel: “A quien busca mi pecho [...] es a vos, Lady Macbeth, criminal desalmada”. Por este abierto carácter subversivo era natural que Las flores del mal, a diferencia de Madame Bovary, no superara la censura. Pero eso importó poco. El mal, estaba claro, abría el camino a la perfección y a la verdad; y, a la inversa, el máximo rigor desembocaba en la conciencia, feroz por refinada y refinada por feroz. Desde esta perspectiva, el desorden de los sentidos y el arte por el arte son dos resultados complementarios obligatorios: uno, en la locura libertaria; el otro, en la reflexión exquisita; ambos, en la soledad inevitable. Y la paradoja más grande: correr el velo de la hipocresía, para observar el mal, mostraba un rostro más complejo del bien y la belleza o, al menos, su rouge idéal.
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LABERINTO
DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.
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http:// www.milenio.com/cultura/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLaberinto/Instagram: milenio_laberinto
HUSOS Y COSTUMBRES
Está atrás de ti ANA GARCÍA BERGUA
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a intervenir aunque impotentes ante su destino. ¿Cuántas veces no hemos sufrido por la fatalidad, la moira, al ver en una novela, una película, que a nuestro protagonista le espera algo terrible, un destino fatal al que se dirige sin saberlo? Nosotros, el público atrapado por la historia, lo sabemos, pero el personaje lo ignora. Incluso nos revolvemos en el sillón del cine o en la sala, gritándole que está atrás de él (o de ella), cuando el personaje ni siquiera nos escucha, igual a aquel títere que daba vueltas y vueltas hasta que recibía el porrazo de satín y la tensión se resolvía en estallido de risas. Los lectores y los espectadores de historias somos dioses frustrados: Edipo nunca entenderá a la Esfinge y terminará siempre sacándose los ojos. El encono está atrás de ti, o peor aún, está frente a ti y no lo ves. Y cómo quisiera uno contar con esas voces en la vida real, en ciertas
ecuerdo aquella función de títeres durante mi infancia —¿sería una obra de Molière?—, en un lugar que parecía antiguo, de madera oscura, con su teatrino tan hermoso que me deslumbró y los muñecos vestidos de satines brillantes. Uno de ellos tenía una gran nariz, cargaba una cachiporra de tela y se acercaba a pegarle a otro títere por la espalda; entonces los niños le avisábamos: “¡cuidado, está atrás de ti!”, pero el otro no lo veía. “¿Dónde?”, preguntaba. “¡¡Está atrás de ti!!” y era tremenda la ansiedad de saber más que la títere descuidada, con la espalda descubierta ante el enemigo. Fue un eficaz entrenamiento narrativo, una manera muy activa de entrar a la ficción: los niños formábamos parte del mundo del títere, pues escuchaba nuestros gritos, y a la vez podíamos verlo desde afuera e incluso sabíamos más que él como pequeños dioses griegos, listos
épocas, aunque sin llegar a la paranoia de los que se miran todo el tiempo la espalda. A veces los amigos o el psicoanalista te avisan: el golpe está atrás de ti, cuidado; quizá les hagas caso y logres esquivarlo. Y cómo hubieras ansiado un coro griego que te hubiera dicho “este día no salgas”, o “hoy llámale, insiste”, cuando las Moiras reparten el destino que caerá como garrotazo y partirá la vida. La vida pública, en cambio, está llena de voces y advertencias, y más en estos días en que el odio anda desbocado: unas que sí ven y desde antes habían avisado, otras como esfinges que no se sabe qué enemigos están viendo, muchos con la espalda descubierta frente a los que se sienten dioses vengadores. Que Zeus nos asista y las cachiporras se conviertan en borra y satín. Recuerdos remotos que son recuerdos de amor a la ficción en la que practicamos a salvar a los demás y salvarnos, de paso.
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CAFÉ MADRID
Tango en la Puerta de Alcalá
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VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA CORTESÍA EMBAJADA DE ARGENTINA EN ESPAÑA
obre una tarima negra y caliente, Mora Godoy y Ramiro Javier Izurieta avanzan y retroceden muy juntitos. Cambian de dirección, se enroscan con las manos y las piernas y, ya fundidos, se contonean al ritmo que marca el bandoneón. Él dirige el baile, ella lo sigue. Los dos se clavan la mirada y desafían la ley de gravedad con delicadeza. Giran, cambian de lado, lucen sus esbeltas figuras y su lujoso vestuario. Y sudan, también sudan porque a esta hora de la tarde el calor seco de Madrid es implacable. Mora y Ramiro dan una lección de tango rodeados por un puñado de transeúntes. Están en la céntrica, castiza y chulapa Puerta de Alcalá (“ahí está, ahí está/ viendo pasar el tiempo…”), pero ellos bailan con la intensidad de quien se mueve en un arrabal rioplatense o en la bonaerense calle Corrientes. No obstante, el sexteto de músicos tangueros ha sido suplido por unas enormes bocinas. También hay una pantalla gigante donde se proyecta una sucesión de paisajes argentinos. Es que, en realidad, se trata de una actividad de la embajada de Argentina en España para atraer turistas. No importa: la exhibición coreográfica es de primer nivel. Mora Godoy —el brillo en los ojos y en la tela del vestido— lleva 30 años bailando tango en escenarios de muchas partes del mundo (y hasta ha bailado con el mismísimo Barack Obama). Es un rostro popular en la televisión argentina y desde hace casi dos décadas promueve a escala internacional el baile más emblemático de su país (y de Uruguay, no lo olvidemos) con su propia Compañía de Danza. “¿Qué es para ti el
tango, Mora?”, le preguntó una vez un cursi advenedizo. “Un romance contado en tres minutos”, respondió ella, como para no desentonar. Ramiro Izurieta —el traje y la corbata azul marino a rayas— se contagió de Covid-19 en su Buenos Aires natal y el de hoy, dijo, es su primer baile en más de un año. Es amigo de Mora desde hace más de una década, cuando trabajaron juntos en Italia. Esta exhibición madrileña comenzó
Me gusta la sensualidad y el coctel de emociones que ofrece: tristeza, melancolía, pasión
con los acordes de “La Yumba” y acabó, cómo no, con “el tango de los tangos”, “La Cumparcita”. El público no fue numeroso (pero sí muy entregado). Sería por la caló. Sería porque el evento no fue muy publicitado. Sería porque no regalaban empanadas o choripán. Pero en un caso como este, en la sencillez reside la elegancia. Y ahí estábamos los que quisimos estar. El tango, decíamos, también pertenece a Uruguay. De hecho, cuando en 2009 la Unesco lo declaró Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad especificó que, por desarrollarse en la confluencia de ambos países, esta danza tradicional era de los dos. Aunque, bueno, ya lo saben, la disputa entre estas naciones no ha
Los bailarines de tango Mora Godoy y Ramiro Javier Izurieta.
sido únicamente por el tango. También por el origen de Carlos Gardel. Pero esa es otra historia. A mí me gusta la sensualidad y el coctel de emociones que ofrece el tango: tristeza, melancolía, pasión, fogosidad, éxito, fracaso. Me fascinan sus raíces barriales y sus letras fatalistas, salpicadas de ese lenguaje llamado lunfardo. Su embelesamiento, “entre burlón y compadrito”. Su infaltable bandoneón. Y el ambiente que envuelve todas sus milongas. Me aficioné a él gracias a la extraordinaria voz de Susana Rinaldi (¡eterna Susana!) y me sé de memoria, claro, “A media luz”, “El día que me quieras”, “Por una cabeza” e, incluso, los dardos verbales de “Cuesta abajo” (“la vergüenza de haber sido/ y el dolor de ya no ser”). Pero mi tango favorito es “Cambalache”. Quizá no haya otra canción que resuma en tres minutos toda la historia del siglo XX. Fue escrito, quizá ya lo saben, en la década de 1930 por el músico y dramaturgo Santos Discépolo, también compositor de otro “tango de oro”, “Cafetín de Buenos Aires”, y es la crónica más sucinta y certera de la época infame que todavía perdura. Así que después de ver bailar a Mora y a Ramiro dejé atrás la Puerta de Alcalá y volví a casa cantando “Cambalache”: “Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé./ En el quinientos seis y en el dos mil también./ Que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos,/contentos y amargaos, valores y dublé./ Pero que el siglo veinte es un despliegue/ de maldad insolente ya no hay quien lo niegue./ Vivimos revolcaos en un merengue/ y en un mismo lodo todos manoseaos”.
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