Laberinto No.940 (19/06/2021)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO

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SÁBADO 19 DE JUNIO DE 2021 AÑO 18 - NÚMERO 940

Ramón López Velarde: 100 años de una leyenda Tedi López Mills, Pedro de Alba, EKO, Armando González Torres, Guadalupe Alonso Coratella, Evodio Escalante, Elsa Cross, Marco Antonio Campos, Jennifer Clement/ Ilustración: ABRAHAM JIMÉNEZ


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ANTESALA

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EN EL BANQUILLO

Prosa pamplina TEDI LÓPEZ MILLS

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as autoridades decretan. Las autoridades inhiben. López Velarde no es un poeta nacional: caso cerrado. López Velarde sí es una poeta nacional: caso abierto. Sería preferible que no lo fuera; el calificativo ahuyenta, decepciona, entristece. Llevaría a establecer una forma de censo: tales poetas mexicanos son nacionales; tales otros no lo son. Sospecho, además, que los de la primera lista desempeñarían un papel heroico, superior por representativo, frente a “los cosmopolitas que tienen ideas demasiado generales”. Los señalamientos parecen órdenes: que nadie ose apropiarse del poeta. Hay un “nuestro” implícito. Con los festejos se reinauguran las trincheras de costumbre. No todos somos capaces de unirnos al espíritu lopezvelardeano. Algo se necesita en la identidad, quizás hasta en el carácter, para conseguirlo, y yo me confieso en falta definitiva. Cuando leo a López Velarde no lo hago con la conciencia de que se trata del “poeta mexicano por antonomasia”, “cantor extraordinario de la provincia”, “hombre solo”, “bardo silencioso”, “gran poeta menor”. No busco el espejo del “purismo castellano” para declamar a modo y reírme con risa culta de lo que mi memoria guarda como si fuera una declinación natural de su muy pequeño relato. No hay podio ni banderas ni ceremonias ni rituales; si acaso, el “previo fervor” con el que, según Borges, se lee a un clásico. Y, claro, el famoso estro o el simple aire que se va llenando de esdrújulas. “El sitial de la lírica no se hereda”, escribe López Velarde en su breve ensayo sobre Lugones. ¿Dónde estarán hoy “todos los portaliras para adentro y todos los portaliras para afuera”? ¿O “los bonachones que reparten cédulas académicas”, documentos probatorios de que se está escribiendo la buena poesía, la más correcta, la más adecuada? Me sumo a los acólitos que carecen de instrucciones. Se puede subvertir el sueño crónico para asomarse un instante al terruño y preguntar: ¿qué es eso? Se puede fingir inocencia ante “La suave Patria” y sus rotundos homenajes. Se puede rimar ajonjolí con sí y con ti, aunque el oído se tropiece en el intento; creer que la patria vale por el río/ de las virtudes de su mujerío. ¿Cómo sollozan las mitologías cuando se mueren en los vericuetos de los versos que las loan? ¿Cómo habla en primera persona una mejicana que en su tápalo lleva los dobleces? ¿Cómo suena la hora actual con su vientre de coco? El tiempo no pasa con exactitud. Habría que “cortar la epopeya” de un solo tajo e irse hacia el opíparo ayer del pueblo ficticio. “En mi sentir, el poeta debe ser no solo personal, sino personalísimo”, opinó López Velarde. Fantasmas, fantasmas, fantasmas… En un cielo turquí, el relámpago flagela edredones de nube. Las metáforas se enredan con la política. El viaje electoral que hizo López Velarde en 1912 a Jerez como candidato a una diputación suplente pone en jaque cualquier poética de la intimidad. Supongo que en ello radica la inevitable contribución a lo chusco

El tiempo no pasa con exactitud. Habría que “cortar la epopeya” de un solo tajo

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Plafón del Instituto Zacatecano de Cultura Ramón López Velarde.

MEMORIA

Las últimas jornadas de López Velarde* Presentamos un fragmento del ensayo que le dedicó uno de sus amigos más cercanos

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PEDRO DE ALBA MURAL: COLECTIVO RAMOS PINEDO

a suave Patria” quedó fundida en su molde permanente dos meses antes del tránsito del poeta. Por las fechas en que sufrió la agresión de la implacable enfermedad, Ramón estaba corrigiendo las pruebas de su poema. Fiebre, cansancio y sensación de asfixia agobiaban a nuestro paciente; se prohibieron las visitas porque la angustia respiratoria se agravaba cuando tenía que hablar por algún tiempo. Una de sus últimas conversaciones fue con Agustín Loera y Chávez. Agustín me pidió que yo lo introdujera a la estancia de Ramón, quería no solamente saludarlo sino al mismo tiempo hacerle entrega de su sueldo devengado como redactor de la revista El Maestro. Fue el último empleo que tuvo Ramón, lo aceptó gracias a la insistencia afectuosa del licenciado José Vasconcelos. Él no quería puesto visible en el gobierno, tenía sus razones de orden político. Con gesto amigable Vasconcelos lo comisionó en la redacción de El Maestro para que se dedicara a escribir sobre lo que él quisiera. Loera y Chávez, jefe de redacción de la revista, gran amigo y fiel admirador de López Velarde, le dispensó no solamente el trato considerado, sino que con todo respeto lo dejó en libertad para hacer su trabajo. […]

Al vernos a Loera Chávez y a mí, Ramón se puso de pie y se acomodó en un sillón. Durante casi todo el curso de su enfermedad se opuso a guardar cama, como se dice en México… Le hicimos señas de que no hablara… Tengo presente como si esto hubiera sido ayer que las palabras que dirigió a Loera y Chávez fueron para “agradecerle su eficacia”, y para preguntarle: “¿Ya vamos a salir?”. Se refería al número de la revista que estaba en prensa; él era como un artesano en la tarea y solicitaba saber si el trabajo iba en marcha… Esta escena ocurrió la víspera de su muerte, pocos días después apareció por primera vez “La suave Patria” en el número de turno de la revista El Maestro. Vasconcelos nos había pedido a Jesús B. González y a mí que tuviéramos al tanto de la marcha de la enfermedad de Ramón. Cuando le comunicamos el desenlace nos pidió que solicitáramos permiso de la familia de López Velarde para que fuera velado en el Paraninfo de la Universidad y se le hicieran honras fúnebres como

Él no quería puesto visible en el gobierno, tenía sus razones de orden político

tributo del Estado. El gobierno tiene obligación de rendir este homenaje al poeta más grande de México contemporáneo, nos decía el licenciado Vasconcelos. Su madre y sus hermanas se resistieron un poco, querían tenerlo todavía bajo el techo de su casa de la avenida Jalisco1 número 71. Algunas horas después dieron su consentimiento para que fuera trasladado a la Universidad. El duelo de los intelectuales y de los poetas de México fue unánime. Profesores y estudiantes de la Escuela Nacional Preparatoria en la que él había sido profesor, redactores de los periódicos en los que él había colaborado, maestros suyos en la Facultad de Altos Estudios desfilaron ante sus restos con emocionada reverencia. En el Panteón Francés, Alfonso Cravioto, a quien Ramón tanto quería, dijo una soberana oración fúnebre; en esa hora Cravioto glosó las propias palabras que López Velarde dedica a Cuauhtémoc, cuando le llama el joven abuelo. El amigo que hoy nos arrebata la muerte artera, dijo el oficiante, será para siempre el joven abuelo de los poetas mexicanos.

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*Tomado de Ramón López Velarde. Obra poética, edición crítica y coordinación de José Luis Martínez, Conaculta, 1988 (pp. 735-737). 1 Actual Avenida Álvaro Obregón, en la Ciudad de México.


ANTESALA

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MEMORIA

ESCOLIOS

Gustador de rarezas y misterios

Vivísimo enigma

REDACCIÓN

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ace exactamente un siglo, el 19 de junio de 1921, murió Ramón López Velarde. Tenía 33 años y cuatro días y su muerte fue motivo de duelo nacional. En el Paraninfo de la Universidad, en el homenaje ordenado por José Vasconcelos, Alberto Cravioto dijo en la oración fúnebre: “López Velarde ha sido llamado en los cenáculos El Príncipe de las Tinieblas. Bella ironía que castiga nuestros ojos insinceros. Él vio muchas cosas diversamente que los otros, y ver diversamente que los otros es casi siempre ver mejor que los demás”. Cravioto, al exaltar la originalidad y audacia de su amigo, dijo también: “Él, tan gustador de las rarezas y de los misterios, ha dejado, naturalmente, una obra rara y misteriosa, pero no con más misterio que una flor, ni con mayor rareza que un astro”. López Velarde nació en Jerez, Zacatecas, el 15 de junio de 1888; vivió y estudió en la capital de su estado, en Aguascalientes y San Luis Potosí, donde

Portada ilustrada por Saturnino Herrán del primer libro de López Velarde.

comenzó su carrera como abogado. En 1914 llegó a radicar a la Ciudad de México, colaborando en periódicos y revistas. Aquí —escribe José Luis Martínez— “cumple el destino oscuro de los pretendientes sin título en la corte. Ocupa modestos puestos burocráticos y docentes, entabla rápidas y efusivas amistades entre el mundillo periodístico-bohemio y se inicia con arrojo, pero también con timidez y freno religioso, en

EX LIBRIS

López Velarde y las hormigas/ EKO

un erotismo al alcance de sus posibilidades”. Sin suerte en el amor, encuentra desahogo en las relaciones de paga. En 1916 da a la imprenta su primer libro: La sangre devota, con una portada de Saturnino Herrán; tres años después el segundo: Zozobra. Póstumamente sus amigos editan El minutero, que reúne sus prosas, y su tercer poemario: El son del corazón. Han aparecido otros libros con materiales diversos, pero esta es la bibliografía esencial de López Velarde, aún en vida admirado, como señala Gabriel Zaid, por las tres generaciones literarias que convivían en su tiempo: los modernistas, los ateneístas y “los futuros Contemporáneos”. Desde entonces, la admiración y el estudio de su obra han sido incesantes. Con este número conmemorativo, con un grupo de amigos, entusiastas y estudiosos de su obra, rendimos homenaje al autor de “La suave Patria” y celebramos 18 años de Laberinto , en el que la poesía siempre ha estado presente.

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ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

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@Sobreperdonar

a consagración pública de Ramón López Velarde, justo después de su prematura muerte, ha propiciado que sea uno de los autores mexicanos con un mayor acervo de literatura secundaria. En la producción en torno al poeta zacatecano hay de todo: intentos de sacralización y apropiaciones ideológicas; pero también muchas lecturas serias, minuciosas, a menudo afortunadamente enfrentadas entre sí, que han revelado a un autor complejo e inagotable. Por eso, López Velarde cumple el centenario de su muerte no como un símbolo congelado, sino como un vivísimo enigma. Lo inagotable de López Velarde radica en ese carácter imprevisible, en esas fecundas y frecuentes contradicciones, que caracterizan sus elecciones intelectuales, estéticas y políticas. En efecto, López Velarde tiende a la paradoja en todos los aspectos de su vida. Por ejemplo, en su faceta amorosa, el poeta practica, en parte obligado por las circunstancias (un pobre no era buen partido), una filosofía de la renuncia. Como otros irredimibles solteros, pese a sus deseos manifiestos, es probable que, a partir de la propia experiencia familiar, observe el matrimonio como un yugo de miseria y una amenaza contra la libertad del creador. Por lo demás, el poeta practica profusamente el amor de paga, lo que le da pausa para cultivar el cortejo contemplativo y platónico hacia sus famosas musas. En el plano de sus filiaciones culturales, no es ni cosmopolita, ni nacionalista por entero. Como muchos hispanoamericanos de la época, profesa un humanismo rodoísta, reactivo a la influencia anglosajona y. aunque tiene más afinidades con la cultura francesa, no ejerce la francofilia fanática de otros de sus colegas y, en cambio, abriga en germen algunas de las intuiciones de lo que posteriormente sería la filosofía de lo mexicano. En lo político, no es ni conservador, ni liberal, y mucho menos (por su rechazo a la violencia) revolucionario; por supuesto defiende el papel social de la espiritualidad católica, pero al mismo tiempo aspira a la democracia y, como buen abogado, al imperio de la ley y la civilidad. El eclecticismo que caracteriza su vida se refleja, sobre todo, en su poesía, mezcla misteriosa de influencias, en la que triunfan la sorpresa y la ironía, frente a lo común de sus sustratos poéticos. Pese a que su celebración de la provincia resulta muy rentable, López Velarde la combina con audaces juegos y con un deslumbrante y oscuro idiolecto, lo que desanima a más de un lector convencional. Por eso, su aparente asimilación del sabor local y su elusivo canto patrio constituyen, al mismo tiempo, un desafío y ruptura a los moldes poéticos. ¿Qué pretendía el poeta al encantar y, simultáneamente, provocar a su auditorio? En un testimonio poco citado, López Velarde exhibe su modernísima poética a un admirador: “Convénzase usted, para nuestros abuelos el mejor poeta era el que nos hacía llorar; en los tiempos que alcanzamos, el mejor poeta es el que nos hace sonreír”.

El eclecticismo que caracteriza su vida se refleja en su poesía, mezcla de influencias

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Especialistas valoran la obra del poeta, en la que despuntan la religiosidad y el deseo, y los avatares del hombre moderno

Ramón López Velarde: el asombro y la leyenda

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GUADALUPE ALONSO CORATELLA FOTOGRAFÍA AUTOR ANÓNIMO

amón López Velarde murió el 19 de junio de 1921. Fue el mayor de una familia asentada en Zacatecas, en el municipio de García Salinas. Su primera formación se dio en el seminario, de donde salió para estudiar la preparatoria y luego la carrera de Leyes. En San Luis Potosí coincidió con el movimiento maderista, del que fue simpatizante. Para entonces ya publicaba poesía, reseñas y artículos de política en diarios y revistas de provincia. Invitado a colaborar en el diario católico La Nación, se trasladó a la Ciudad de México. En esos años tuvo lugar la derrota maderista. Dejó entonces la Ciudad de México para volver un año después, en 1914. Ahí permanecería hasta su muerte. Estudiosos de la obra de López Velarde coinciden: es el poeta que más amamos, un poeta del tiempo mexicano, un poeta de tierra adentro, de la visión de los derrotados por la revolución mexicana. “Y es un poeta de un universo inacabado”, dice Ernesto Lumbreras, “cada lector renueva su legado de López Velarde con sus acercamientos”. Para Juan Villoro, es “el último poeta modernista, el que inaugura la verdadera modernidad en México, ‘el padre soltero de la poesía mexicana’, como diría Hugo Gutiérrez Vega”. Vicente Quirarte recuerda que “Octavio Paz se refirió a él como un gran poeta menor en comparación con Virgilio, pero no es una ofensa, sino un halago. El poeta mayor, decía Óscar Wilde, está tan ocupado en labrar su pedestal que se olvida de que es mortal y se olvida de los mortales.

López Velarde creó un nosotros invencible y eso lo hace más cercano”. Y Fernando Fernández afirma: “Lo queremos como a un abuelo entrañable, simpatizamos con su vida breve, con su muerte trágica a los 33 años, con sus fracasos políticos y amorosos y admiramos su lenguaje, lo que consiguió traer de aquellas zonas oscuras por donde andaba, a la luz de la poesía contemporánea”. “En torno a él”, dice Luis Vicente de Aguinaga, “hubo un fenómeno de construcción del personaje y el desarrollo de una idea de la literatura, de la cultura y la nacionalidad en los años que siguieron a la Revolución mexicana. Se dice que el hecho más significativo de la vida del poeta fue su muerte. Es cruel plantearlo así. Su vida fue rica en matices, en experiencias, en migraciones y desplazamientos. Es un hecho que los funerales de López Velarde marcaron en gran medida su destino. Él murió como lo que era, miembro de una familia católica, zacatecana, instalada por azares del destino en la colonia Roma, pero fue objeto de unos funerales institucionales, a iniciativa de José Vasconcelos, entonces rector de la Universidad Nacional. Él había sido su protector, estuvo atento al desarrollo de la enfermedad que acarreó su muerte. Se hizo cargo del funeral, donde se pronunciaron discursos no solo de poetas y universitarios, también de políticos y abogados. Y empezó a levantarse el monumento de López Velarde, como se decía entonces, cantor de la provincia, y otras cosas que ciertamente había sido, pero quizá de un modo menos rígido y menos ministerial que como parece haber quedado asentado en su velorio”. “Nunca fue dueño de un reloj ni de una casa”, dice Villoro. “Tampoco conoció el mar. Viajó mucho, pero

siempre a los mismos lugares: Jerez, Zacatecas, Aguascalientes, San Luis Potosí, Ciudad de México. Su paisaje sentimental se define por esos sitios”. Ernesto Lumbreras destaca que “su obra se gesta en ese ir y venir de los trenes sonámbulos. En ese estallar de la metralla escribirá sus obras más plenas: La sangre devota y Zozobra”. Sobre este último, Vicente Quirarte afirma que “es un libro decisivo, afortunado desde el título, porque la zozobra es el mejor estado para crear la incertidumbre. Toda su poesía tiene esta oscilación, este permanente ir de un lado a otro, hacia la pasión, la prohibición, la perversión, esta lucha constante entre el espíritu y la materia, entre la carne y la religión”. Comenta De Aguinaga que “desde sus primeros poemas hasta los últimos, López Velarde dice que hay en él un cristiano y un pagano al mismo tiempo. A medida que escribe sus primeros textos, mezcla ese catolicismo de los santos, las fiestas religiosas, las vírgenes y Cristo mismo, con alusiones a la sensualidad erótica, al recuerdo de figuras que lo apasionaron sensorialmente y a todo ese mundo de placeres eróticos asociado también con el Islam”. Lumbreras habla de varios erotismos en la obra de López Velarde. “Un erotismo literario donde funde, por ejemplo, el imaginario de las Mil y una noches con el imaginario católico, el del Viejo y el Nuevo testamento. Parecería una condición sacrílega, pero estas Mireyas y estas Raqueles confluyen como figuras, como objetos deseantes de su imaginario erótico. También hay un López

“Simpatizamos con su vida breve, con sus fracasos políticos y amorosos” Fernando Fernández

Velarde de la carnalidad inmediata. Él mismo alude a que era cliente de la vida prostibularia. En sus textos menciona el amor a las cortesanas y el amor a las muchachas puras de su pueblo. Hay este deleite del mundo sensorial, una correspondencia con Baudelaire, con el mundo de los sentidos, en particular las referencias a los aromas. El mismo lenguaje, en la delicuescencia de esas palabras, esas asonancias, aliteraciones y rimas sorpresivas, es una orgía, una bacanal lingüística”. Vicente Quirarte sostiene: “Él tenía una doble vida, como el Dr. Jekill y Mr. Hyde, un hombre muy honorable, muy discreto, pero con un gran erotismo. Eso lo llevaba a buscar a estas muchachas a las que llamaba ‘las flores de pecado de la ciudad’, porque establecía una relación entre el paraíso de la provincia y el infierno de la capital”. “José Ramón Modesto López Velarde Berumen fue un enamoradizo crónico”, cuenta Villoro. “Católico en crisis, decía que le iba muy bien con el Credo y muy mal con los Mandamientos. Se sintió atraído por Dios, pero también por el ‘barómetro lúbrico’ de una ‘enagua violeta’. Dijo que solo podía entender y sentir el mundo a través de la figura de la mujer. Por un lado, la mujer intangible, idealizada, la musa, su famosa Fuensanta, y, por otro lado, la mujer carnal del cuerpo, del deseo. Tuvo unos romances dignos de una novela, al menos cuatro novias a quienes se les declaró. Las cuatro le dijeron que sí, pero no quisieron casarse con él. Las cuatro murieron solteras. Es uno de los grandes misterios del amor en México”. “Ese gran erotismo de sus poemas”, plantea Vicente Quirarte, “nace de esa prohibición, de esa transgresión. Encuentra el erotismo en esa


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posesión por pérdida. Le gustaba la inminencia, el a punto de... Si se le hubiera hecho realidad la relación con Fuensanta o con Margarita Quijano o cualquiera de las mujeres que amó, no habría sido igual. Estaba desposado con su imaginación, la realidad estaba más allá de su alcance”. Pero también “la poesía de López Velarde es una suerte de retrato psicológico del hombre moderno”, asegura Lumbreras, “el hombre que se cuestiona, que dialoga con la ciudad como un ente y tiene una exigencia de nombrarla, poseerla, recordarla, reconstruirla, características esenciales de la poesía moderna. A partir de Zozobra, está la conciencia del hombre moderno, del ser escindido. También es un hombre de su tiempo, un hombre íntegro respecto de sus posiciones políticas y su actuar”. “La ciudad es el paraíso de la modernidad”, apunta Fernando Fernández. “Para él, llegar a la ciudad, perderse en ella y encontrar a los amigos y los medios para publicar sus obras, incluso familiarizarse con las flores turbadoras del pecado y todos los grandes peligros que suponía para un provinciano, fue parte de su asunción como ser humano y como poeta. Su encuentro con la ciudad es lo que estaba faltando para que el gran poeta pudiera surgir y pudiera decir su palabra”. “Le fascinó el tráfico, la velocidad, el progreso, la libertad y el anonimato. La ciudad blindó esa capa que él tenía y que le ayudó a permanecer oculto y tener estas dos personalidades”, añade Quirarte. “En ‘La suave Patria’ establece la diferencia entre el ritmo de las horas: ‘Sobre tu capital, cada hora vuela/ ojerosa y pintada,

en carretela;/ y en tu provincia, del reloj en vela/ que rondan los palomos colipavos,/ las campanadas caen como centavos’ ”. “La suave Patria”, opina Villoro, “es el poema más largo de López Velarde, con 33 estrofas. Ahí acude a una invocación muy cercana de lo que somos. No es la patria de los héroes, de los monumentos, de los políticos, de las frases célebres, sino la patria íntima, la que es vendedora de chía. Su superficie es el maíz, el tren que va por la vía como aguinaldo de juguetería. En el cielo resplandece el relámpago verde de los loros, las alacenas con compota son los tesoros secretos de este país, un país de sabores, de olores, un país de infancia. Esta patria íntima, plena, placentera, entrañable, sensual, cautivó a sus lectores”. De acuerdo con Fernando Fernández, “ ‘La suave Patria’ se inscribe en una zona difícil, es decir, hablar de la patria, de la nacionalidad. López Velarde acude tanto a sus ideas como a sus sensaciones y logra armar un discurso intuitivo, libre, extraordinariamente sugerente que nos sigue hablando de esa majestad de lo mínimo, ese esplendor de las pequeñas cosas, con una profunda ternura. Me gusta pensar que es una suerte de oración civil que podría ayudar a la reconciliación en un momento en el que México está tan dividido, tan polarizado y tan bañado en sangre, como hace cien años cuando escribió el poema”. “López Velarde está muy lejos de haber sido claramente definido. No faltan quienes lo ven como un fundador”, dice Luis Vicente de Aguinaga. “Villaurrutia lo veía como el Adán

de la poesía moderna mexicana. En realidad, no parece que haya tenido afanes de fundador. Si alguna idea quiso plantear, en todo caso, fue la del criollismo, no solo en la poesía, sino en la pintura, la música y otras artes y tradiciones mestizas. No estoy convencido de que los poetas mexicanos que hemos venido después hayamos aprendido la lección de López Velarde. De haber absorbido su ejemplo, la poesía mexicana sería más sensorial y menos mental de lo que es. No porque esté mal, sino porque quizá hemos faltado al principio lopezvelardeano de hacer nuestra la vocación de los sentidos. Lo digo no como crítica, sino para subrayar que López Velarde mantiene un lugar singular en esta tradición. Hay que reconocerle que se formó muy tenazmente para lograr algo que él sentía que estaba ahí, que había un mundo por delante, tanto en lo grande como en lo minúsculo, y que en ese espacio de lo mínimo había muchas pequeñas voces que escuchar, muchos pequeños matices de color que percibir, muchos aromas que oler y, al hacer eso, se condenó a nunca terminar la obra, pues quien percibe eso no va a acabar nunca. Se condenó al más hermoso de los destinos: el de no estar a la altura del universo, pero sí percibir cuál es esa altura”. “Nos enseñó a desconfiar del lenguaje, apunta Quirarte, “y por tanto a ir en su permanente búsqueda. Decía Xavier Villaurrutia que la admiración ciega es una forma de injusticia; entonces, también admirar al poeta simplemente porque hay que admirarlo sería riesgoso. En el centenario de su nacimiento le pregunté a una persona

El autor de La sangre devota, quien murió el 19 de junio de 1921 a la edad de 33 años.

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en Jerez: ‘¿Y tiene mucho que esta calle se llama López Velarde?’ ‘Uy, sí, desde antes de que naciera él’ ”. “López Velarde cumple una centuria (de fallecido) y es un poeta en el presente poético”, concluye Lumbreras, “tomando en cuenta que el presente poético es una permanente sucesión. Para los Contemporáneos, fue una suerte de rosa de los vientos, también para la siguiente generación —Octavio Paz y Alí Chumacero—, y en la de Eduardo Lizalde, Jaime Sabines, José Emilio Pacheco, todos valoraron su legado. Tiene esta condición de figura tutelar, pero también es un poeta que está cifrando el presente poético en una situación de crisis. Sus preguntas no han dejado de ser interrogantes candentes, inquietantes, y también ese tiempo mexicano que puede leerse en su poesía, no como un credo ideológico, sino como un postulado a través de imágenes, de metáforas, de música. Hay un personaje político, por supuesto, en su periodismo se pueden leer las coordenadas de esos 33 años que vive en un momento crucial de la historia mexicana”. “En su poema ‘Treinta y tres’ ”, remata Villoro, “escribió poco antes de morir: ‘La edad del Cristo azul se me acongoja’. Cuentan que en la noche fatal se desveló con un amigo hablando de Montaigne, comenzó a toser, se sintió afiebrado y regresó de madrugada a su modesto cuarto en Avenida Jalisco, que por justicia cívica y poética hoy lleva el nombre del presidente que memorizó ‘La suave Patria’ y le rindió póstumo homenaje: Álvaro Obregón. Enfermo de neumonía, murió el 19 de junio de 1921. Pasó de la vida a la leyenda”.

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Híbrido, fuera de lugar, a medio camino entr gran poema de Ramón López Velarde va má

“La suave Patria”: entre la EVODIO ESCALANTE FOTOGRAFÍA AUTOR ANÓNIMO

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El rayo gobierna todas las cosas Heráclito

scribir “La suave Patria” significó para Ramón López Velarde mejor que un desafío, un verdadero tour de force. ¿Fue un encargo de Vasconcelos para conmemorar el centenario de la consumación de la Independencia? Todo parece indicar que sí. Para escribir este texto de naturaleza civil, el poeta, que hasta entonces se había explayado en los terrenos de la lírica, y, sobre todo, del coloquio amoroso, debe hacerse violencia a sí mismo: no se trata solo de cambiar de tema, sino de forzar la voz para intentar una “épica sordina”. El tenor lírico, que hasta entonces había cantado el “íntimo decoro”, debe imitar ahora “la gutural modulación del bajo”. En suma: fingir que es lo que no es. Los eruditos han querido ver en este arranque del poema una reminiscencia de la Eneida, la inmortal obra de Virgilio. López Velarde se sabe en un terreno extraño, y va un poco más allá: deja en el aire una suerte de petición de indulgencia que ha de ser tomada en cuenta por el lector, pues pretende navegar por las olas civiles con “remos que no pesan”. Donde los anticuados Gargantúas del verso impostarían la voz, dada la solemnidad del asunto, él ensayará un tono ligero, desenfadado, a veces ligeramente picante, en lugar de vociferar. ¿Se lo tomarán a bien? Estoy convencido que la redacción de este texto puso en aprietos a su autor, quien en algún artículo publicado en la Revista Moderna había expresado tiempo antes su franca animadversión hacia el género: “el asunto civil ya hiede”. ¿Cómo cantarle a la patria? Y ¿cómo hacerlo sin incurrir en los lugares comunes del patrioterismo? Me parece que la solución la pudo haber encontrado repasando un soneto de Baudelaire, “La giganta”, que su amigo el poeta y traductor Enrique González Martínez había incluido en la antología titulada Los jardines de Francia (1915). Transportándose a una época mitológica, el poeta francés señala que le hubiera gustado convivir con alguna giganta, y comportarse con ella como “un gato voluptuoso” que se pone a los pies de una reina. El vínculo con

Número 3 de la revista El Maestro, en la cual el poema fue publicado póstumamente.

esta mujer descomunal suscita desde un principio nervaduras eróticas. Por eso expresa Baudelaire, cuando llega a los tercetos, el deseo de Recorrer a mi antojo sus formas esplendentes, de unas piernas titánicas trepar por las pendientes, y cuando se tendiera rendida en la campaña, en estivales días de ardor y lumbre llenos, dormir bajo la sombra de sus enormes senos cual plácida aldehuela al pie de la montaña. ¿Si Baudelaire pudo erotizar en su fantasía a una giganta, por qué no podría él hacer algo semejante con la patria mexicana, colosal e inabarcable, es cierto, pero también mujer? En su convivencia con la giganta, además, el poeta francés utiliza una técnica de miniaturización que le permite imaginarse a sí mismo tan diminuto como un gato o una aldea a la que cobijan los “enormes senos” de la mujer. López Velarde echa mano de este recurso y se las arregla para replicar su efecto: “Suave Patria: tu casa todavía/ es tan grande, que el tren va por la vía/ como aguinaldo de juguetería”. Incluso el Palacio Nacional, albergue del supremo gobierno, aparece minimizado en los versos del zacatecano con su “igual estatura de niño y de dedal”. Todavía más: la “carreta de paja” con la que concluye el poema utiliza semejante óptica re-

ductiva: aunque se trata de un “trono a la intemperie”, tiene los rasgos lúdicos y simbólicos de… ¡una sonaja! Marco Antonio Campos ha escrito que “La suave Patria” es un “poema sin linaje”, que no tiene continuación en nuestro medio. Sin duda, tiene razón. Lo que faltaría explicar es por qué ha sido así. Me parece que ya insinué la causa: porque López Velarde trabaja en una zona ambigua: decide escribir un poema que parezca hasta cierto punto épico pero utilizando —es cierto que con “calzador”— recursos de la lírica. De tal suerte, “La suave Patria” resulta ser un texto a todas luces híbrido, fuera de lugar, a medio camino entre la objetividad épica y la subjetividad radical de la lírica. Aunque no faltan pasajes en los que parece predominar una cierta visión objetiva, como cuando afirma: “El Niño Dios te escrituró un establo/ y los veneros de petróleo el diablo”, o como cuando agrega: “Como la sota moza, Patria mía,/ en piso de metal, vives al día,/ de milagro, como la lotería”, referencias muy claras a la situación precaria de la mayoría de sus habitantes (y quizás hasta del propio López Velarde), el poeta lo hace empleando el recurso retórico de la apóstrofe: le habla a la Patria como si ella fuera un personaje, al que se puede encarar y mirar de frente. Por lo demás, el poeta se involucra de modo implícito o explícito en muchas secciones del texto. Es notable que un poema que pretende hablar de México empiece con un “yo” enfático: “Yo que solo canté de la exquisita/ partitura del íntimo decoro…”. Pronto descubrimos que el poema no cancela sino que, al revés, estimula una intensa participación personal. Es rabiosamente subjetivista, y lo es de principio a fin; gracias a ello, se diría, logra darle la vuelta tanto a lo que podrían ser las versiones de la “historia oficial” como a las trampas ideológicas al acecho. El propio catolicismo del poeta, que se da por sentado, adquiere un rasgo más bien sacrílego cuando en un arranque de incontinencia exclama: “quiero raptarte en la cuaresma opaca,/ sobre un garañón, y con matraca,/ y entre los tiros de la policía”. Mientras medio mundo llora y se contrista con el sacrificio y la pasión de Cristo (¡estamos en Semana Santa!), como si le complaciera romper con una

Le habla como si ella fuera un personaje, al que se puede encarar y mirar de frente

En Avenida Jalisco, hoy Álvaro Obregón, en la colonia Roma de la Ciudad de México.


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tre lo objetivo y lo subjetivo, el ás allá de la celebración cívica

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POESÍA EN SEGUNDOS

El chuan López Velarde

a épica y la lírica E

VÍCTOR MANUEL MENDIOLA mendiola54@yahoo.com.mx

travesura la cuaresma opaca, López Velarde se imagina encabezando un rapto descomunal. ¡Impresionante! “La suave Patria” no tiene continuadores, es cierto. ¿Y tampoco antecedentes? Estimo que López Velarde era un lector concienzudo que estaba muy al tanto de nuestra historia literaria. Ya en un antiguo artículo (Laberinto, número 527, 20 de julio de 2013) señalé varios préstamos que tomó del Teatro de virtudes políticas de Sigüenza y Góngora, leído mucho en esos años sobre todo por los llamados “colonialistas”. La expresión “suave patria”, que ha desconcertado a algún crítico ilustre, está tomada de aquí. Por supuesto, el poema tiene antecedentes. Uno como telón de fondo, y el otro más bien inmediato al contexto del autor. El pareado glorioso que López Velarde le dedica a Cuauhtémoc en el “Intermedio” del poema nos proporciona una clave estratégica para averiguarlo. Dice así: “Joven abuelo: escúchame loarte,/ único héroe a la altura del arte”. ¿Qué quiso decir aquí el poeta? Si revisamos lo mejor de la tradición literaria mexicana encontraremos que el único héroe histórico que resiste el paso del tiempo es precisamente Cuauhtémoc. Son casi 500 versos los que le dedica nuestro romántico Ignacio Rodríguez Galván (1816-1842) en su “Profecía de Guatimoc”. Rafael López (1873-1943), el más baudeleriano de los amigos de López Velarde, y con quien convivió muy de cerca los últimos años de su vida, también ensalza a Cuauhtémoc en su celebrado (aunque hoy olvidado) poema “La bestia de oro”. En su libro Poesía mexicana I. 1810-1914 (Promexa, México, 1979), José Emilio Pacheco informa: “ ‘La bestia de oro’ hizo popular a López. Se publicó en El Imparcial cuando las tropas norteamericanas acababan de ocupar Veracruz”. Esto quiere decir que el poema apareció en 1914. Hace pocos menos de dos años, en Un acueducto infinitesimal. Ramón López Velarde en la Ciudad de México 1912-1921, Ernesto Lumbreras encontró que era muy posible que un par de poemas que habría escrito Rafael López en una visita que hiciera a Guadalajara a principios de 1921 hubieran dejado alguna huella en “La suave Patria” que se estaba escribiendo en esos días. El hallazgo resulta atendible, pero en última instancia parece menor si se considera el peso que pudo tener “La bestia de oro”

en la elaboración del poema cívico de López Velarde. Si lo puedo decir exagerando un poco, no creo que “La suave Patria” se hubiera llegado a escribir sin el precedente de este poema hoy sepultado en el olvido. Para empezar, Rafael López comparte con su amigo zacatecano una misma actitud nacionalista y, por decirlo así, “defensiva” ante el peligro que representaba la existencia de Estados Unidos, que amenazaba con destruir o cuando menos con desfigurar nuestra cultura latina. “La bestia de oro” no es solo un poder militar que mantiene ocupado el puerto de Veracruz; es igualmente una potencia maligna que a través del imperio del dólar (“Time is money”) y de la religión protestante podría socavar nuestra mejor herencia. “Nos ayankamos a gran prisa”, habría escrito en sintonía con su amigo López Velarde en “La fealdad conquistadora”. Los pasajes finales de “La suave Patria”, y que le dan un sentido constructivo, corroboran esta amenaza: “Quieren borrar tu ánima y tu estilo…”. El zacatecano detecta la situación y propone remedio: no cambies, Patria, “se siempre igual, fiel a tu espejo diario”. La figura de Cuauhtémoc ocupa un lugar de privilegio en el poema de Rafael López, como se ve en estos versos: “Oh patria de Cuauhtémoc, insigne patria azteca/ de los duros abuelos, en cuya tradición…”. Más allá del tono declamatorio, del que no quiere saber nada López Velarde, estimo que de aquí le viene una sugerencia preciosa: “Joven abuelo: escúchame loarte…”. Una de las secciones más arrebatadas de “La suave Patria”, la que exclama “¡Y tu cielo nupcial que cuando truena/ de deleites frenéticos nos llena…!”, con todo y sus visos apocalípticos, resuena bien con el soneto que le sirvió a Rafael López para cerrar su composición: en ambos hay referencias a una “tempestad de centellas” y la invocación de una suerte de cataclismo que “avienta los montes de revés”, en el poema de Rafael López, mientras que en el de López Velarde “enloquece a la montaña”, “derrumba las madererías/ de Dios, sobre las tierras labrantías”, “pide el viático” e “incorpora a los muertos”. Aún más: en el ir y venir de estos truenos, que hacen crujir los esqueletos en sus tumbas, el poeta cree escuchar “la ruleta” de su vida. El eterno enamorado, López Velarde, también se consideraba un jugador.

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ntre las novelas sobre la Revolución francesa, en las que destacan El 93 de Víctor Hugo, Historia de dos ciudades de Charles Dickens y El caballero de la casa roja de Alejandro Dumas, hay otras dos, Los chuanes de Balzac y El caballero Destouches de Jules Barbey d’Aurevilly, que no por menos conocidas son secundarias y, una de ellas, la segunda, barrunta un profundo sentido poético. Estas obras dibujan la grandeza tumultuosa del cambio social, pero también la ruindad política. Nos hacen ver cómo, en nombre de la ley del corazón y la libertad ilustrada, surge el terror, prefiguración de los Estados totalitarios y de las acciones sanguinarias de los militantes dogmáticos. En este contexto, la novela de Barbey d’Aurevilly ocupa un sitio singular en la poesía mexicana, ya que su relato y sus imágenes son la llave que descifra la extraña e insospechada construcción barroca de “La suave Patria”. En el largo poema, la alusión a El caballero Destouches aparece casi de inmediato, cuando en la segunda estrofa Ramón López Velarde nos anuncia que él va a navegar “en las olas civiles” (la historia de México y la Revolución), como el correo chuan (el personaje emblemático de la novela) “que remaba la Mancha con fusiles”. Este anuncio, que pasa inadvertido en la fluida, pero deliberadamente oscura composición, encierra la visión rectora del poema. Al verse a sí mismo López Velarde como un correo de los chuanes y, por tanto, como un correo bretón proborbónico que pasa mensajes entre Francia e Inglaterra a través del Canal, el poeta nos descubre que él ha asumido una actitud distante y crítica y que, igual que en la Revolución francesa había una oposición, él ahora se pone —y se opone— como un disidente de los actos injustos de la Revolución mexicana. En la creación de este paralelismo, López Velarde proyecta su poema. Así, el vocablo chuan es tal vez la palabra clave que nos permite comprender no solo aspectos opacos o ripiosos, como las “policromías del delfín” y “la alegórica carreta de paja”, sino lo que es más importante: el carácter contestatario y rebelde del poema. De un modo hermético, el poeta cuestiona la Revolución mexicana, la violencia, los caudillos y, tal vez, a Álvaro Obregón. ¿Para qué embozarse, “barroquizar” el texto? Para ahondar, en una ecuación psicológica, sus diferencias; para mostrar que lo simple es complejo; y, sobre todo, para proclamar su desacuerdo con los líderes feroces y criminales de la Revolución. La actualidad del poema, en este momento tan peligroso de retorno al espíritu autoritario y caudillista de las luchas sociales del siglo XX, es enorme. López Velarde nos llama, amable y de forma femenina, a oponernos a las acciones caprichosas y crueles de los “héroes de la historia” y sus “grandes transformaciones”. “La suave Patria” es un duro discurso y en la voz del chuan , abrazada por López Velarde, comprendemos, como dijo Enrique González Rojo, que los mejores versos de la pieza memorable van unidos a un reproche oculto. Nosotros decimos: a una crítica radical.

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Hecha de disyuntivas, la obra del autor de Zozobra invoca de igual manera a los arrebatos carnales que a los afanes espirituales

La vida mágica

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ELSA CROSS FOTOGRAFÍA AUTOR ANÓNIMO

ace 33 años, en junio de 1988, fui invitada por Felipe Garrido a participar en las Jornadas Zacatecanas que celebraban el centenario del nacimiento de Ramón López Velarde; tuvieron lugar en Zacatecas y días después en el Palacio de Bellas Artes. Conmemorar hoy el centenario de su muerte me produce cierta melancolía. ¿En qué momento transcurrió toda la vida del poeta? Y haber visto pasar ese lapso, no sin el sentimiento de culpa del sobreviviente —en términos de duración de vida—, no deja de suscitar reflexiones sobre la existencia tan breve de muchos poetas, pintores, músicos, que caben en el lapso de la propia vida. Y aunque toda muerte prematura es dolorosa, bajo otra óptica, que prefiero considerar, toda vida es perfecta y cumple su ciclo, sea breve o larga. La pérdida del ser amado y su búsqueda más allá de los límites del mundo podría ubicar a López Velarde en una larga estirpe de poetas que en ocasiones han sido llamados órficos, poetas como Dante, Novalis, Nerval o Rilke —este último no ligado a una pérdida—. Pero vemos que en un poema como “El desdichado” de Nerval, hay mucho de la simbología órfica, que implicaba también otros saberes, y un vínculo anímico con la muerte. Y aunque esos poetas no son chamanes ni taumaturgos ni cantores mágicos, como Orfeo, el hecho fundamental que los define es la condición trágica de su amor y de su poesía, que se funda en una paradoja. Un rasgo de este amor —o de esta condición existencial—, que vemos ejemplificado en López Velarde, es que quiere alcanzar lo infinito a través de lo finito, lo inmortal a través de lo mortal, y al mezclar los dos elementos,

en el caso de nuestro poeta se produce una espiritualización de lo mundano y una secularización de lo religioso. Y esto no compromete solo cuestiones de retórica sino un conflicto vital. El “afán temerario/ de mezclar cielo y tierra”, en López Velarde, es una inflexión que va a perdurar a lo largo de su vida y su escritura, no solo bajo la sombra de Fuensanta, sino teniendo otras inspiraciones e invocando nombres muy diversos. La cuestión es si esto lo conduce o no a una dualidad funesta y radical. Pues esos afanes de “mezclar cielo y tierra” están en consonancia con otros, no menos temerarios, que ya mezclan o escinden alternativamente el espíritu y la carne, la muerte y la vida. En todo esto hay mucha más complejidad que en esa lucha entre “bien y mal” que Villaurrutia aducía en relación con López Velarde, y cuyo simplismo moralista fue señalado por Octavio Paz, quien explora con agudeza y profundidad en diversos ensayos la forma en que esos elementos contrarios se desenvuelven a lo largo de su vida y su obra. Fuensanta ha presidido el amor y también la muerte. Ella aparece tensando uno de los dos extremos de estas cuerdas opuestas. Y finalmente es ella la fuerza que lleva en sí esa muerte, y quien habla en el becqueriano poema “El adiós” del “cadáver del amor con alas”, como si hubiera leído aquel pasaje del Fedro de Platón, donde se dice que al amor que vence el deseo carnal le salen alas: eros se convierte en pteros (alado), y en su vuelo conduce al alma al topos ouranós, la región celeste de las Ideas. Pero en el poema, el “cadáver del amor con alas”, con más probabilidad se refiere a un eros común y es la muerte del deseo o del impulso erótico —no en el poeta, sino en ella—. No es remota la posibilidad de que en esa época algunas jóvenes muy cristianas hicieran votos de castidad, aun sin volverse monjas. Una estrofa del poema “Pobrecilla sonámbula” dice:

Así cruzas el mundo con ingrávidos pies, y en transparencia de éxtasis se adelgaza tu perfil y vas diciendo: “Marcho en la clemencia, soy la virginidad del panorama y la clara embriaguez de tu conciencia. Fuensanta no puede ofrecer la posibilidad de la consumación amorosa y erótica plena. No solo por su negativa, sino porque el tipo de amor que Ramón siente por ella, lo coloca, insalvablemente, en una aporía. Dice Octavio Paz en su extraordinario ensayo “El camino de la pasión”: “Amar a Fuensanta como mujer es traicionar la devoción que le profesa; venerarla como espíritu es olvidar que también, y sobre todo, es un cuerpo”. Por otro lado, la proyección de toda la religiosidad y el impulso místico en la figura humana de una amada tendrá en ella un espejo insuficiente y sujeto a la muerte. El paradigma es siempre Dante, quien también se dispersa, se olvida, traiciona la integridad de la memoria de Beatriz, y recibe en sueños severas amonestaciones, según refiere en la Vita Nuova, o tiene después que ser rescatado de las selvas oscuras con sus fieras. En ese mismo ensayo, Octavio Paz dice lo siguiente: “la realidad sentimental de Fuensanta se transfigura, al correr de los años, en realidad metafísica. La transformación es ascendente y va de la novia provinciana al amor imposible y de éste a la Muerta, la ‘armoniosa elegida de mi sangre’ ”. En López Velarde el nombre de Fuensanta tiene el lugar central, pero a él se suman muchos más. Aun el gran amor es relativo. Fuensanta es el paradigma, el arquetipo, o como dice Guillermo Sheridan: “ese nombre es más el de una pasión que el de una mujer”. Y en verdad, Fuensanta no es tanto la persona real sino la

Fuensanta no puede ofrecer la posibilidad de la consumación amorosa y erótica

suscitadora de toda la pasión contenida en el poeta, y que en ella se refleja con la luz clara del espíritu. En las otras mujeres esa pasión se conoce a sí misma bajo diversos tornasoles; pero ninguna mujer la contiene en su totalidad: ni la misma Josefa de los Ríos; ni María Nevares —aquella novia de los famosos “ojos inusitados de sulfato de cobre”—; ni en los últimos años Margarita Quijano, de quien lo seduce la inteligencia, para no mencionar otros muchos nombres, que el propio Ramón abstrae en el poema “Que sea para bien”, dirigido a Margarita, cuando ella también lo rechaza. Dice: tu triunfo es sobre un motín de satiresas y un coro plañidero de fantasmas. Otro enigma será por qué ninguna de las mujeres a las que pretendió quiso casarse con él. O él suscitaba inconscientemente ese rechazo, acaso por el constante presentimiento de su propia muerte, o porque el matrimonio pudo representársele como una empresa improbable o francamente tediosa. Nada más lejos del “galope del corazón sin brida por el desfiladero de la muerte” que es como describe “la dicha del amor”. Ninguna esposa podría ser el objeto de una pasión tan compleja, dividida entre la “pestaña enhiesta” de las vírgenes mártires, y la “grupa bisiesta” de las Zoraidas. Y el poeta no habría aceptado, además, “conocer el mundo por un solo hemisferio”. Fueron muy improbables sus afanes franciscanos,


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en muy abierta desventaja con los polígamos. En el texto titulado “Viernes Santo”, de El minutero, dice: “me pregunto si ha venido el instante de consagrarme a las atrofias cristianas. Quisiera decidirme en esta misma fecha y en este mismo lugar; pero temo a mi vigor, pues en líneas del mundo todavía me persuaden y aun me embargan las bienhechoras sinfonías corporales”. Actualmente las andanzas eróticas del poeta solo se verían como expresión de una energía vital. Las sombras del pecado y la culpa cristiana producen su dualidad y sus dicotomías amplificando excesivamente lo que en realidad sería el ejercicio libre de una sexualidad vigorosa. Pero aun desde ese ángulo es notable cómo el poeta habla con imágenes sagradas de su experiencia profana. Dice en “Idolatría”, panteísta poema de Zozobra: La vida mágica se vive entera en la mano viril que gesticula al evocar el seno o la cadera, como la mano de la Trinidad teológicamente se atribula si el Mundo parvo que en tres dedos toma, se le escapa cual un globo de goma. En este poema es el mundo, y en otro —que cito adelante— es la carne, los que, saltando de los dedos de Dios y escapando literalmente del control del Creador para seguir sus propios derroteros, afirman con toda simplicidad la vida. La presencia tutelar de

Fuensanta con sus tonos graves y sus visos fúnebres tiene que contrarrestarse con algo que una al poeta a la vida de una manera poderosa: (Blonda Sara, uva en sazón, mi apego franco a tu persona, hoy me incita a burlarme de mi ayer, por la inaudita buena fe con que creí mi sospechosa vocación, la de un levita.) Cuando López Velarde se establece en México ha dejado atrás los inventarios de sacristía y las tupidas referencias escolásticas de muchos de sus primeros poemas; sin embargo, en la fase final de su trayecto seguimos encontrando la mixtura de los “talones tránsfugas”, las “pitagóricas rodillas” y la “rítmica y euritímica cintura” de las bailarinas, que aparecen junto al “corazón de niebla y teología”. En la “Fábula dística”, dedicada a la bailarina catalana Tórtola Valencia, que fue “la Criolla de la mantilla”, retratada por Saturnino Herrán, y de quien también escribió Carlos Pellicer, dice Ramón: Y vives la única vida segura, la de Eva montada en la razón pura. Tu rotación de Ménade aniquila la zurda ciencia, que cabe en tu axila. El poema termina diciendo:

La pobre carne frente a ti se alza como brincó de los dedos divinos

religiosa, frenética y descalza. Junto a esta poesía irrefutable y este irrefutable ímpetu dionisiaco se encuentran las referencias constantes al otro tipo de pasión, del que nunca logra desprenderse:

La recámara de López Velarde en su casa de la colonia Roma.

Su corazón de niebla y teología abrochado a mi rojo corazón, traslada en una música estelar el Sacramento de la Eucaristía. La presencia de esa pasión llamada Fuensanta, o en palabras de Sheridan, “la imagen de Fuensanta que habitaba el cuerpo de Josefa”, que es a un tiempo el amor imposible y representa también a las vírgenes provincianas, “botones baldíos en el huerto”, a lo largo de toda la vida del poeta va a coexistir con las “odaliscas”, las “satiresas” y las “consabidas náyades arteras”. A pesar de su adquisición de “Baudelaire, la rima y el olfato”, López Velarde tal vez nunca abandonó totalmente el seminario de sus estudios de bachiller, ni tampoco a Fuensanta. Poéticamente, aunque su tema se amplía y se diversifica, su leitmotiv regresa como un elemento central; en él parece encontrar nuestro autor su raíz más profunda, su razón de ser como hombre y como poeta. Lleva a recordar a Rilke, quien dice hacia el fi-

Las sombras del pecado y la culpa cristiana producen su dualidad y sus dicotomías

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nal de Los cuadernos de Malte Laurids Brigge: Ay, las perdí a todas al tenerlas en los brazos, solo tú, tú siempre renaces otra vez: como nunca te tuve, no te me has escapado. En Un corazón adicto, su ejemplar y entrañable vida de Ramón López Velarde, que he estado citando, Guillermo Sheridan hace decir a Rafael López: “Si La sangre devota sublimó a Fuensanta y a su provincia inocente, la carne se cobró lo suyo en Zozobra; asombrosa inmersión en el vaivén de la culpa y la flaqueza. Pero a partir de los dos o tres poemas finales de Zozobra [...] se acentúa el viraje hacia la sublimación, hacia el alejamiento del mundo. Fuensanta reaparece como la Muerta resucitada que, como Beatriz, guía al poeta hacia su propia transfiguración”. Para López Velarde la amada parece ser la única forma en la que él puede percibir lo Divino, es la mediadora por excelencia. En El son del corazón (1932), la compilación que se hizo de sus últimos poemas, dice: “vive en mí no sé qué mujer invisible y perfecta”, y también, “Adoro en la Mujer el misterio encarnado”. Y aquí escribe mujer con mayúscula. Aunque tampoco a la mujer con minúscula, como se ha visto, puede desenredarla de su sentimiento religioso —al menos en lo que toca a las metáforas—. Paz dice: “Su drama sería oscuro y vulgar sin ese idioma que con tan cruel perfección lo desnuda”. Una característica presente en sus metáforas e imágenes es que son más eclesiásticas y litúrgicas, más religiosas y teológicas que propiamente místicas. Aunque debe recordarse que López Velarde no era finalmente un místico sino un poeta, se puede cuestionar si esa aspiración hacia lo divino, que sin duda está allí, es una aspiración profunda o si ese deseo se detiene en la o las intermediarias. En un texto de El minutero, “Lo soez”, dice el poeta: “nada puedo entender ni sentir sino a través de la mujer. Por ella, acatando la rima de Gustavo Adolfo, he creído en Dios; solo por ella he conocido el puñal de hielo del ateísmo. De aquí que a las mismas cuestiones abstractas me llegue con temperamento erótico”. Ahora bien, esta oscilación de péndulo no agota las vetas de su poesía. Sin duda es el filón más rico y evidente; aunque la pasión tiene un reflejo natural en la poesía y la enciende con facilidad. ¿Pero qué decir de esa pura poesía velardeana que habla espléndidamente de un payaso, o de tantos acentos de la provincia, o de la fotografía de Margarita a los cinco años? Sin embargo, la expresión característica y más compleja de toda su obra se dará dentro del combate entre el “ángel guardián” —que es un ángel femenino— y el “demonio estrafalario”; aunque sus demonios más bien parecen diablos de pastorela, que él mismo no se cree, como cuando dice en “El perro de San Roque”, incluido en El son del corazón: He oído la rechifla de los demonios sobre mis bancarrotas chuscas de pecador vulgar. Pase a la página 10 •


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Esto no suena a que haya en él ni el peso de una culpa abrumadora, ni que esté cayendo en los abismos de la duda, la angustia existencial o el nihilismo. Las “tenebrosas anarquías del pensamiento y la conducta” se rescatan y se redimen: los pecadores, vulgares o no, siempre alcanzan el perdón cristiano, sobre todo en el caso del poeta, que dice: De mis pecados, los más negros están enamorados... Uno puede pensar en él, con mayor ligereza, recordando la descripción de Alfonso Camín, su amigo, el del “aire de murciélago y canario”, que dice de Ramón: “risueño y con levita,/ que cree en Jesucristo y sueña con Afrodita”. Es la misma disyuntiva que López Velarde ilustra constantemente, de distintas maneras. Por ejemplo: Yo reconozco mi osadía de haber vivido profesando la moral de la simetría. Y también: ¡Oh Psiquis, oh mi alma: suena a son moderno, a son de selva, a son de orgía y a son mariano, el son del corazón. En crédito de la teoría de Jung puede observarse, como ya lo hizo Paz, la presencia inseparable de esa psiquis o anima en su poesía. Sagrada y profana, intocada y poseída, invisible y material, solo disolviéndose en el arquetipo de la Amada, la Muerta o la Virgen, el ánima reabsorbe en sí la dicotomía de su devoto. Orlan mi bautismo, en alma y carne vivas las ráfagas eternas entre las fugitivas Esa dualidad llevará siempre al poeta a la doble transgresión de una línea que quiere dividir de modo irreconciliable lo eterno y lo fugitivo, lo espiritual y lo carnal. Y aunque el conflicto es la fuente de su inspiración y donde vibran más nítidamente todas las cuerdas de su alma, finalmente su poesía es la lira donde armoniza las tensiones opuestas y disuelve la dualidad. El juego de claroscuros de su “corazón leal” no solo se amerita en la sombra sino en la luz. En otro registro, dijo, al igual que Nerval: en la lira de Orfeo pulsé alternadamente, los suspiros de la santa y los gritos del hada.

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1 En parte, este texto está construido sobre el capítulo dedicado a López Velarde en Los dos jardines: mística y erotismo en algunos poetas mexicanos (Ediciones sin nombre/ Conaculta, 2003).

Imágenes de la exposición dedicada a López Velarde en las rejas de Chapultepec.

ENSAYO

La madrina

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ay un curioso e incidental personaje en poemas de Ramón López Velarde, que sirve como enlace a la principal historia narrada, en el cual la crítica se ha detenido apenas, y que aparece en dos poemas de La sangre devota (1916) y uno de Zozobra (1919). Se trata de la madrina. Por el acta de nacimiento de Ramón sabemos que se llamaba Luisa Berumen. No es difícil imaginarla solterona, cargada de años, probablemente hermana del abuelo Berumen. El primer poema donde la recuerda es de 1909, “Poema de vejez y amor”, o sea, cuando López Velarde tenía 21 años. Leemos la primera estrofa: Mi vida, enferma de fastidio, gusta de irse a guarecer año por año a la casa vetusta de los nobles abuelos como a refugio en que en la paz divina de la voz de antaño solo se oye la voz de la madrina que se repone de un acceso de asma para seguir hablando de sus muertos y narrar, al amparo del crepúsculo, la aparición del familiar fantasma. La “casa vetusta de los nobles abuelos” sería aquella “fincada en plaza de armas”, esa casa a la que se refiere en su crónica “Meditación en la alameda” (El minutero). Desde 1898, cuando él tenía 10 años, la familia se mudó de Jerez a Aguascalientes, y la primera casa, la de Parroquia 33, dejó de ser de la familia López Velarde-Berumen, y la casa donde Ramón llegaría durante las vacaciones escolares en el pueblo natal sería la de los difuntos abuelos, donde, como él dice,

MARCO ANTONIO CAMPOS FOTOGRAFÍA ALEJANDRA DAMIANA

“gusta de irse a guarecer año por año”. Por la descripción de López Velarde, la vitalidad y el gusto por la vida de la madrina no eran su fuerte: asmática, solía conversar como fantasma con sus muertos y contar esas pláticas a la hora del crepúsculo. Todo hace contraste, a partir de la segunda estrofa, donde aparece Fuensanta, cuya “clara voz, como la campanilla/ de las litúrgicas elevaciones” “dialoga con la voz anciana”. La misma madrina Luisa era quien invitaba a la prima Águeda a la casa. No sabemos tampoco si la prima era de la rama de los Berumen Valdés paternos o de los Llamas Escobedo maternos. El poema está fechado en 1916; en 1913, fue la última ocasión que López Velarde estuvo en Jerez cuando era candidato a diputado; nunca volvió. La madrina Luisa aparece en el primer verso del poema y no vuelve a nombrársele, pero como por encanto, a partir de la segunda línea, el poema se vuelve nerviosamente sensual cuando el muchacho observa la figura u oye la voz de la prima: Mi madrina invitaba a mi prima Águeda a que pasara el día con nosotros y mi prima llegaba con un contradictorio prestigio de almidón y de temible luto ceremonioso. Águeda aparecía, resonante de almidón, y sus ojos

No es difícil imaginarla solterona, quizá hermana del abuelo Berumen

verdes y sus mejillas rubicundas me protegían contra el pavoroso luto… Yo era rapaz y conocía la o por lo redondo, y Águeda, que tejía mansa y perseverante en el sonoro corredor, me causaba calosfríos ignotos. A la hora de comer, en la penumbra quieta del refectorio, me iba embelesando un quebradizo sonar intermitente de vajilla y el timbre caricioso de la voz de mi prima. Si Ramón era “rapaz y conocía la o por lo redondo”, andaría entre los 13 y 15 años, es decir, era un muchacho que había despertado al sexo, y tres cosas de Águeda le avivaban el deseo o aun le causaban “calosfríos”: una, los ojos verdes y las mejillas rubicundas junto con el negro del “pavoroso luto”; la segunda, verla tejer “mansa y perseverante en el sonoro corredor”; y la última, “el timbre caricioso” de la voz que se confundía con el tintineo de la vajilla. Jamás sabremos si su nombre era en realidad Águeda o representó la conjunción de dos o más primas. La madrina vuelve a aparecer en un poema de Zozobra (“Jerezanas”), donde López Velarde recuerda a las paisanas que rondaban en la mañana la vetusta casa al norte de la plaza de armas: Jerezanas, colibríes de tápalo y quitasol, que vagabundas en la gloria matutina paraban junto a mis rejas, por espiar la joyante canción de mi madrina

rememorando a Serafín Bemol: “Si soy la causa de lo que escucho, amigo mío lo siento mucho”. El español Alfonso García Morales, el mejor lopezvelardeano, escribe al final de la Obra poética de Ramón López Velarde (“Notas a los poemas”, UNAM, 2016), que en la estrofa se “reproducen palabras de la Señorita O al músico Serafín García Bemol, personajes de La gallina ciega, popular zarzuela cómica española, con música de M. Fernández Caballero y letra de M. Ramos Carrión, estrenada en 1873, y que en enero de 1919 se puso en escena en el Teatro Principal de México, donde López Velarde, asiduo en este tiempo del teatro, pudo verla”. Las fechas no (me) cuadran. Aquello de la madrina y las muchachas que cuenta López Velarde pasó un buen número de años atrás, quizá en la primera década del siglo XX, o a principios de la segunda década, máximo 1913. Pero entonces ¿cómo y de dónde conocería la madrina Luisa la letra de La gallina ciega? ¿O López Velarde vio la zarzuela en 1919 e inventó o recreó en el poema la escena de la madrina y las muchachas jerezanas, esas muchachas, que con su rebozo y sombrilla, se ponían junto a la reja de la casa familiar, para oír el trozo de la zarzuela con las dos líneas cándidas pero letalmente hermosas: “Si soy la causa de lo que escucho,/ amigo mío, lo siento mucho”? Si eso sucedió —y fue varias veces que oyeron a la madrina como se dice implícitamente en el poema—, esas dos líneas encantarían a aquellas muchachas jerezanas, y tal vez las repitieron alguna vez o soñaron repetirlas a un pretendiente.

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ENSAYO

Traducir “La suave Patria” La autora muestra el camino que siguió su traducción, la más reciente del poema de López Velarde JENNIFER CLEMENT ILUSTRACIÓN ROBERTO MONTENEGRO (1919)

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e tomó un poco más de quince años traducir “La suave Patria” de Ramón López Velarde, pero no porque la trabajara sino porque la abandonaba constantemente. Los retos eran grandes y recuerdo bien un día cuando hablé con Ramón Xirau sobre las dificultades que presentaba el poema. Me dijo: “No te preocupes de que el poema sea extraño en inglés, ¡es muy extraño en español!” Al traducir el poema, que se volvió, por la riqueza de sus imágenes concretas, una especie de pintura mural de palabras, tuve que enfrentar una obra llena de rimas perfectas y ritmo, con una calidad acrobática en la que dominan las consonancias y monorrimas. Yo traduje esencialmente ritmo y sentido. Esta acrobacia musical de “La suave Patria” también existe en la complejidad de los sentimientos: el poema es juguetón, erótico, religioso y grave, y estas variaciones se tenían que sentir de igual forma en el lenguaje. La traducción se me dio cuando encontré la puerta del sonido musical por medio de aliteraciones y armonías internas. Un ejemplo de esto lo reproduzco en estos dos versos conocidos y muy citados: Trueno del temporal: oigo en tus quejas crujir los esqueletos en parejas, Traducidos como: Thunderous storm: in your complaint I hear the crackle of coupled skeletons, El título también presentó problemas y después de pasar por muchas versiones, opté por The Soft Land. En un momento pensé en motherland, para que se sintiera la presencia femenina del poema en inglés pero, a mi juicio, motherland le daba al poema un tono político y demasiado exagerado. Sé muy que bien que, en inglés, esto es un eco fuerte de La tierra baldía, de T. S. Eliot. Al final decidí dejar que The Waste Land y The Soft Land, dos de los poemas más notables del siglo XX, caminaran juntos por unos instantes.

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La suave Patria Proemio Yo que sólo canté de la exquisita partitura del íntimo decoro, alzo hoy la voz a la mitad del foro, a la manera del tenor que imita la gutural modulación del bajo para cortar a la epopeya un gajo. Navegaré por las olas civiles con remos que no pesan, porque van como los brazos del correo chuan que remaba la Mancha con fusiles.

The Soft Land Diré con una épica sordina: la Patria es impecable y diamantina. Suave Patria: permite que te envuelva en la más honda música de selva con que me modelaste por entero al golpe cadencioso de las hachas, entre risas y gritos de muchachas y pájaros de oficio carpintero.

Proem I, who only sang from the exquisite, intimate decorum score, now lift up my voice at center stage like a tenor who imitates the guttural modulation of a bass as if to carve out a slice of an epopee. I will navigate through civil waves with weightless oars, which move like the arms of an emissary from the royalist Chouans

who, with rifles, rowed across the English Channel. I will muffle the tone of my epic: the Land is impeccable and diamantine. Soft Land: allow me to cloak you in the deepest jungle music with which you molded me whole to the lilting stroke of hatchets, among young women’s laughter and cries and among birds whose trade is carpentry.


LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.

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TOSCANADAS

Virginidad DAVID TOSCANA

S

an Ambrosio tiene un tratado sobre la virginidad. Cuenta cosas que requieren de obstinada meditación para entenderlas: “Cristo es virgen y esposo de virgen, y si se admite la frase, diré que es esposo de la castidad virginal, porque la virginidad es propia de Él y no al revés”. Exagera un poco cuando clama: “¡Tan admirable cosa es la virginidad, que hasta los mismos leones la veneran!”. Y entregado a la espontánea especulación agrega: “Pero si quieren mayor alabanza de la castidad, les diré que hace ángeles; y con esto lo he dicho todo; pues quien la guarda es ángel, y quien la pierde, demonio”. Su contemporáneo, San Juan Crisóstomo, echa por delante falacias especuladas antes que verdad revelada: “La virginidad es algo tan grandioso, y requiere tanto esfuerzo, que cuando Cristo bajó de los cielos para convertir a los hombres en ángeles y sembrar la vida celestial en la tierra,

SAN AMBROSIO

El teólogo y obispo de Milán.

no se atrevió a imponerla ni a dictar una ley sobre ella”. También en aquellos tiempos, San Agustín, famoso por sus aventuras carnales, califica la virginidad de “laudabilísima” y sentencia que: “La integridad virginal y el abstenerse de todo trato carnal, fruto de la continencia que nace de la piedad, es participación en la vida angélica y anticipo en la carne corruptible de la incorrupción perpetua”. Esto debe funcionar mejor que un “no”, pues si andando alguien caliente y ríase la gente, la otra persona le dice: “Participemos mejor en la vida angélica y salvemos nuestras carnes de la corrupción”, a cualquiera se le baja el fervor. Santo Tomás, el santo que no es san, al igual que Santo Toribio o Santo Torcuato, para que no se les confunda con irreales Santo Más o Santo Ribio, o Santo Rcuato, dedica varios artículos al asunto. En el más interesante cuestiona si la virginidad es la mayor de las virtudes. Apoyándose en sus

maestros responde que el martirio y el estado monástico son más grandes que la virginidad. Curioso, pues debe de ser gran martirio el estado monástico con castidad. Fray Luis de Granada tiene una sabrosa Guía de pecadores, en la que no evita el tema de marras. Dice que “entre todas las batallas de los cristianos, las más duras son las de la castidad”. Recomienda que “cuanto más sientes que pasa ligeramente el tiempo, tanto más te conviene vivir castamente; porque muy miserable es la hora del deleite, en la cual se pierde vida que dura para siempre”. La carne siempre ha sido tema predilecto de los moralistas; pero moralmente no tiene importancia: que cada quien disponga. Si uno lee los tratados de estos doctores de la fe, es Santo Tomás de Aquino quien busca dar respuesta a la duda que en verdad nos inquieta a todos: si los ángeles comen y van al baño.

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BICHOS Y PARIENTES

Illich, la sequía y la extorsión

E

n 1984, en Dallas, Ivan Illich dio una sorprendente conferencia (disponible en Archive.org, en dos partes), que se transformó en su estupendo libro El H2O y las aguas del olvido (está en el tomo II de sus Obras Reunidas por el FCE). Asistió como invitado a una serie de debates acerca de un proyecto: frente al desecamiento inminente, ¿deberíamos anegar el centro de Dallas y convertirlo en un lago? Illich hizo mucho más que dar una opinión: señaló que la modernidad acrecentó la separación entre naturaleza y vida humana. De hecho, es el contacto, el paso de algo natural a través del cuerpo humano donde se da una transformación irreversible. Para vivir necesitamos meter cosas al cuerpo constantemente: aire, agua, alimentos. Pero en el cuerpo humano, la transformación es vergonzante: lo que sale produce repulsión, asco; sale convertido en excremento, peste, contaminación. Pero lo transformado por el trabajo humano, al contrario, se vuelve dominio de lo consagrado (templum) o de la técnica. La acción humana consiste en arrebatarle seres a la naturaleza. El agua es algo que nuestro cuerpo modifica esencialmente. Un lago o un río, con sus aves y peces, puede beberse; sin embargo, si se contamina ante nuestra vista con la excrescencia humana, se vuelve, al menos temporalmente, impuro, intocable... como si los animales no hicieran lo mismo. Pero de ellos viene una idea salutífera y, del cuerpo humano, la contraria. Desde antes de Hesíodo era claro que el animal humano no puede ser natural. No sobreviviría. Requiere la complicidad y el permiso de los dioses

JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA ARCHIVO MILENIO

y de la tecnología: se cultiva un área que deja de existir de modo agreste y bajo ciertos ritos (la función delimitante de la cultura, el ámbito negociado con Deméter). La gran tecnología de los desechos es casi toda dependiente del agua. Una forma de olvido tan eficaz que se olvidó de que, antes de la creación, “el espíritu de Dios se cernía sobre las aguas”, o de la misma Mnemosyne y del Leteo, el río del olvido que, dice Illich, se lleva nuestros recuerdos para devolvérnoslos en forma de poesía.

Las aguas de las cosmovisiones son eternas, cíclicas, dan vida y muerte, recuerdos y olvido

Las aguas de las cosmovisiones son eternas, cíclicas, dan vida y muerte, recuerdos y olvido. Pero la modernidad considera al agua un mero recurso, un compuesto: H2O. Y los objetos sin vida simbólica, sin imaginación, simplemente se usan y se desechan. Son desaparición cultural y empírica: que ni la conversación, ni los sentidos se enteren de lo que hizo el cuerpo. Pero el objetivo de la vida es morar, hallar el lugar de estancia y no solamente habitar. Sin posibilidad de morar, en medio del puro tráfago, no hay vida sino apenas una supervivencia precaria. Para tener una morada se requiere un equilibrio no natural sino técnico, sagrado y, en ambos casos, negociado con el agua. Las grandes ciudades han empobrecido la vida de las mayorías y en casi

Trabajos de reparación del sistema Cutzamala.

todo el mundo urbano el elemento primordial es justamente el motivo de la precariedad y el signo de la carencia. Pero el agua no puede solamente ser ese técnico H2O, “ni el líquido medido y distribuido por las autoridades. El agua que buscamos es el fluido que empapa los espacios del adentro y el afuera de la imaginación”. Por supuesto, no es la intervención de un lírico extraviado. También aporta una lectura analítica de los datos pero, como es Illich, resulta a la vez evidente y rarísima: el 42% de toda el agua que llega a una ciudad se utiliza para disolver excrementos... Veamos: la Ciudad de México pierde otro 40% en fugas por falta de mantenimiento, hundimiento de suelos, etcétera. El agua restante se usa una vez y deslavar el asco cuesta, dijimos, 42%. De modo que solo queda disponible algo así como el 25% de toda el agua que llega a la Ciudad. Y casi toda llega desde el Poniente (Cutzamala y Lerma). Al Oriente llegan unas esporádicas gotas. A resultas de las elecciones, el mapa de una ciudad escindida ha sido motivo de chistes de toda laya... pero coincide con el mapa de acceso al agua. Parece un poco idiota esto de ser una árida ciudad lacustre. ¿Por qué no tomar en serio, pero entre ciudadanos, el proyecto de varios especialistas, iniciado y capitaneado por Alberto Kalach? En principio, sería una perfecta respuesta a la preocupante división política entre habitantes privilegiados, al Poniente, y marginados, del Oriente. No nos vamos a hacer inocentes: la carencia de agua es una estrategia de extorsión política. Y la única salida no es cambiar de gobernantes sino cambiar el juego.

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