Laberinto No.941 (26/06/2021)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

EL ATLAS DE PANDORA

FERNANDO ZAMORA

IRENE VALLEJO

El Marruecos de Nabil Ayouch

Amores flemáticos Foto: France 3 Cinéma

Foto: Word Press

SÁBADO 26 DE JUNIO DE 2021 AÑO 18 - NÚMERO 941

Espejos para mirar la vida de René Villanueva Beatriz Zalce/ FOTOGRAFÍA: ARCHIVO BEATRIZ ZALCE


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ANTESALA

26 DE JUNIO 2021

DOBLE FILO

Momentos de Aurora Cano FERNANDO FIGUEROA

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irectora artística de la compañía Teatro de Babel y del festival DramaFest, Aurora Cano actúa en La fundamentalista, del finlandés Juha Jokela (Teatro del BosqueJulio Castillo). A ella y Luis de Tavira los dirige Ignacio García, trotamundos madrileño. Cano estudió actuación y dirección en la Ciudad de México, Londres y Cambridge; también fue cantante del grupo Aurora y la Academia. Hoy juega ping-pong con Laberinto. ¿Qué es el teatro? Un espejo del comportamiento humano. ¿Para qué sirve? Para reflexionar. ¿Qué significa actuar con Luis de Tavira? Un regalo del destino. Ignacio García en una frase. El director más empático e ilustrado con el que he trabajado. ¿Qué te deja La fundamentalista? Comprender a quien piensa diferente. ¿Agnóstica gracias a Dios? Gracias a la información científica. ¿En qué terreno sí eres fundamentalista? En el compromiso con lo que amo profesional y afectivamente. ¿Qué aprendiste en las escuelas inglesas? Técnicas y pensamiento crítico. ¿Y en la calle? A comer delicioso. Algo que no se pueda enseñar en una escuela de teatro. A vivir. ¿Shakespeare ya lo dijo todo? Casi. Obra favorita del “Cisne de Avon”. La tragedia del rey de Escocia cuyo título no debe decirse. ¿No le falta escándalo a la cartelera? Le falta diversidad de pensamiento. Dos dramaturgos mexicanos vivos. Conchi León y David Gaitán. Y uno fallecido. Héctor Mendoza. ¿Paráfrasis es igual a plagio? No. Es homenaje y reinterpretación. El aporte fundamental de DramaFest. Poder ver en escena la nueva escritura. Dos libros en una isla desierta. Los que estoy leyendo: Sapiens, de Yuval Noah Harari; y Middlemarch, de George Eliot. Y dos discos. Variaciones Goldberg, de Bach, y uno de éxitos de José Alfredo Jiménez. Madonna o Björk. Björk. Una canción de Aurora y la Academia. “El desierto”. Un momento inolvidable como cantante. Toda la grabación del primer disco en Nueva York. Una canción de Fobia y una de Moderatto, grupos donde toca tu hermano Iñaki. De Fobia, “El crucifijo”. De Moderatto, “No hay otra manera”. Una lección de la pandemia. Carpe diem. Vivir el momento. Música para tus últimos minutos de vida. “Dios nunca muere”, de Macedonio Alcalá. Tu epitafio. “Siempre puede ser peor”.

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Hacia la libertad. Dirección: Nabil Ayouch. Marruecos, Bélgica, Francia, 2017. Puede verse por Cinépolis Klic.

HOMBRE DE CELULOIDE

Cuando todo se derrumba

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA FRANCE 3 CINÉMA

a lucha de clases, el conflicto entre sociedad tradicional y mundo moderno y en última instancia el enfrentamiento entre diversos proyectos de vida se ven expresados en Hacia la libertad, del marroquí Nabil Ayouch. Hijo de padre musulmán y madre judía, Ayouch consigue en esta película transmitir la importancia que en su vida ha tenido el contraste cultural. Además, el director está nominado a la Palma de Oro de Cannes con su última obra (Casablanca Beats), de modo que vale la pena revisar su filmografía y volver a ver Hacia la libertad. Lo primero que salta a la vista es el guion. Realizado junto a su esposa, la actriz Maryam Touzani (quien interpreta aquí un papel protagónico), Hacia la libertad es un ensamble coral de diversas historias que, en un espacio de 30 años, confluyen finalmente en las protestas de 2011. Probablemente la más entrañable de las cinco historias que Ayouch nos propone sea la de un maestro rural que, en la década de 1980, se ha empeñado en enseñar a sus alumnos de primaria en su idioma materno: el bereber. Y es que justo con base en esta batalla cultural comienzan a desarrollarse los proyectos en pugna en un país como Marruecos, microcosmos de los

estertores políticos que en los últimos 30 años ha sufrido la humanidad. En efecto, no es casual que, de entrada, el primer conflicto de Hacia la libertad sea lingüístico. La imposición de un idioma sobre otro es siempre un hecho violento, pero además debería resultarnos muy oportuno en tanto mexicanos, toda vez que en nuestro país también se creyó durante algún tiempo que, para modernizarnos, era necesario acabar con los idiomas originales. Este personaje ofrece además al director una suerte de mirada distante que de modo poético (y en bereber) comenta sucesos muy lejanos en el espacio y el tiempo. Es como si la poesía de este hombre humillado fuese el Marruecos que, aun en 2011, se niega a perecer. Como se sabe, aquel año una serie de disturbios sociales llegó hasta las calles de Rabat y Casablanca. Hubo ciudadanos que querían la sariá y otros que, en oposición, pedían la reducción del sistema monárquico y pedían más democracia e igualdad. En los deseos

Creemos vivir la melancolía de un hombre judío que sobrevive en este mundo desigual

contrastantes en uno y otro bando, uno esperaría lo peor, pero Ayouch tiene la inteligencia de evitar el juicio sumario y presentar las posturas en juego independientemente de su propia filiación. Al bereber se suman los marroquíes que hablan francés (las clases empoderadas) y los enamorados del inglés (los que buscan modernidad). Como las historias, todos estos idiomas forman una suerte de música que poco a poco nos revela lo mejor del arte de Ayouch: su capacidad para retratar el mundo interior de todos estos personajes. Así, con ellos, sentimos lo que significa el deseo de volverse el Freddie Mercury de Marruecos, podemos entrar en la piel de una chica de 15 años que, enamorada de una joven y hermosa sirvienta, desea fervientemente perder la virginidad con un muchacho de su escuela. Creemos vivir la melancolía de un hombre judío que ve morir a su padre y que sobrevive en este mundo desigual gracias a que es dueño de un bar en Casablanca. Sí. Todos estos sentimientos confluyen también en la palabra “Casablanca”, que evoca el clásico de Michael Curtiz en 1942. En ella también había un bar, el bar de Rick. Y Rick, como Joe, luchaba por olvidar un amor mientras que afuera su mundo se estaba acabando.

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ANTESALA

26 DE JUNIO 2021

POESÍA

Una paz silvestre YEHUDA AMIJÁI TRADUCCIÓN DE CLAUDIA KERIK

No la de un alto al fuego ni la de la visión del lobo junto al cordero,1 sino la del corazón cuando se acaba la agitación y hablamos de un gran cansancio. Sé que sé matar, por lo tanto soy adulto. Y mi hijo juega con una pistola de juguete que sabe abrir y cerrar los ojos y decir “mamá”. Una paz sin el ruido de forjar las espadas en rejas de arado;2 sin palabras, sin el sonido de los pesados sellos de goma; que sea ligera por encima como espuma blanca y perezosa. Un descanso para las heridas, aunque sea breve. (Y el aullido de los huérfanos se pasa de una generación a otra, como en una carrera de relevos: la estafeta nunca cae). Que sea como flores silvestres, de repente, por necesidad del campo: una paz silvestre. 1 Isaías 11:6. 2 Isaías 2:4.

Este poema forma parte del libro, inédito en español, Be-lo al menat lizkor (Y no para recordar), Jerusalén-Tel-Aviv, Schocken.

EX LIBRIS

Lealtades/ EKO

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LOS PAISAJES INVISIBLES

Easton Ellis fuera de la burbuja IVÁN RÍOS GASCÓN

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@IvanRiosGascon

ace tres lustros, Bret Easton Ellis engatusó a los lectores con una supuesta novela autobiográfica, Lunar Park, que no es más que un relato de terror aliñado con juguetes diabólicos, mansiones tenebrosas y contactos truculentos a través de la Internet, donde, entre otras lúgubres andanzas, sufre el acoso de un doppelgänger que lo pone en aprietos de ubicuidad y, además de eso, lo atormenta con videos morbosos por e–mail y le quita el sueño con la idea siniestra de que ese gemelo puede salirse de control y cometer crímenes atroces por los que el auténtico Easton Ellis tendrá que responder. Después de esa falsa autoficción publicitada como un confesionario, podía pensarse que el creador de American Psycho no iba a exponerse más que como personaje, pero White (Blanco), su más reciente libro, ya no es un relato sino un ensayo vivencial, en el que medita sobre la influencia del cine en su narrativa; sobre lo que implica llevar a cuestas una existencia pública en tiempos de redes sociales y los espejismos culturales de los millenials; sobre los desencuentros y enemistades que cosechó con un sector de la comunidad gay en Estados Unidos; sobre la polarización que sembró el triunfo electoral de Donald Trump; sobre la alienación y los estereotipos mediáticos; sobre la epidemia de la autovictimación, sea individual o consecuencia de pertenecer a un gueto, y sobre la génesis de Patrick Bateman, más una breve pero crítica disquisición en torno de David Foster Wallace y el mito del genio suicida. En suma, Easton Ellis en estado puro. En Blanco todo pasa por el filtro de la actividad en Twitter, y el dilema que representa el que un posteo sea malinterpretado y deteriore la cualidad intelectual o la calidad moral del usuario, pues la ira sobrevuela el territorio dominado por las fake news, los haters, los bandos ideológicos y sus bots: lo que empieza por normar juicios a través del fenómeno de la post verdad termina por aislar bajo el dudoso cargo de delito de pensamiento. Easton Ellis lo enuncia bien: “He aquí el callejón sin salida de las redes sociales: después de que te hayas creado una burbuja propia que refleja únicamente aquello con lo que te conectas y con todo lo que te identificas, después de haber bloqueado y dejado de seguir a las personas cuya opinión y cuya visión del mundo discrepan de las tuyas y a las que juzgas, después de haberte construido tu pequeña utopía a partir de tus preciados valores personales, una suerte de narcisismo demente comienza a rodear esta bonita estampa. No tener la capacidad o la voluntad para ponerte en la piel del otro, para ver la vida de modo distinto a como tú la experimentas, es el primer paso hacia la falta de empatía, y por eso tantos movimientos progresistas se vuelven tan rígidos y autoritarios como las instituciones a las que se oponen”. ¿Acaso esos movimientos no son iguales en todos lados? Su certera selfie de las comunas virtuales describe el estado de ánimo contemporáneo. No es distintivo de una sociedad ni de un país o un hemisferio, sino el ambiente digital de un planeta distanciado de la realidad concreta y hundido en el vacío del glóbulo en el que los individuos se encierran por cuenta propia, esa burbuja, sí, tan útil para la discordia, la exclusión, la intolerancia, la prosperidad de la política identitaria (y todo tipo de políticas o tendencias) y el onanismo mental en una especie de laberinto solitario y misantrópico. Esta es la moraleja de Blanco (el título proviene de la propia condición de Easton Ellis como hombre blanco en la nación del perenne choque interracial), un interesante recorrido no por la biografía de un autor de culto sino por su experiencia en el páramo abisal de las redes que no son ni conexiones ni sociales pues, paradójicamente, ahí el mayor peligro que uno corre es el de ejercer la libertad de expresión.

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DE PORTADA

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La tarde del 28 de junio de 2001 murió el fundador de Los Folkloristas, investigador musical, pintor, un hombre de izquierda

René Villanueva: entre pinceladas y conciertos

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BEATRIZ ZALCE FOTOGRAFÍA ARCHIVO B. Z.

a mayoría de la gente vincula a René Villanueva (1933-2001) con la música, como fundador e integrante del grupo Los Folkloristas con quienes dio más de tres mil conciertos en México, Estados Unidos, Europa, Centro y Sudamérica; como el investigador que durante varias décadas recorrió nuestro país y América Latina aprendiendo directamente de los músicos populares e indígenas, entrevistándolos, realizando grabaciones de campo. Delgado y de barba, René Villanueva parecía el Quijote. Amaba a los niños y a los árboles, se sabía los nombres de las estrellas y las constelaciones; para él la música era tan importante como el aire que respiraba. Una de sus señas particulares es que puso siempre el alma en todas y cada una de sus actividades. Entre sus poetas predilectos estaban García Lorca, Walt Whitman, León Felipe, Manuel Scorza y Pablo Neruda, que me leía en voz alta. Eduardo Galeano era nuestro escritor de cabecera. Juntos pasamos de los discos LP a los compactos. Juntos escuchábamos a Brahms y a Sibelius, a Bach y a Theodorakis. Egresado de la Facultad de Química, ratón de sinfónica desde la adolescencia, en 1957 se inscribió en la Escuela de Pintura La Esmeralda. Fue alumno de Santos Balmori, Raúl Anguiano y Benito Messeguer. A partir de 1962 asistió a la Facultad de Filosofía y Letras: a las clases de Adolfo Sánchez Vázquez, de Ida Rodríguez Prampolini y Justino Fernández. Por

eso le gustaba aclarar que era “analfamúsico” pues tocaba de oído, pero que pintura sí había estudiado. Un viaje a Perú se vuelve determinante en su vida. Atraído por la arqueología, visitó las ruinas de Machu Pichu. Conoció a un indígena de pronunciados rasgos incaicos que tocaba “El cóndor pasa” con su quena. René le hizo unos retratos mientras lo escuchaba. La música le llenó de luz el corazón: “Lo primero que conocí fue su voz, brotaba de la tierra, del silencio de la cordillera. Me di cuenta que no podría vivir sin hablar con ella. No sabía su nombre ni cómo ni dónde habitaba. Empecé a buscarla por los rincones de América, a donde pudiera encontrarla, reconocerla, comprender su esencia, ver los sitios donde se produce su eco, saborear los colores de sus voces, sentir la vibración y el palpitar de sus silencios”, escribió en su primer libro, Cantares de la memoria, al referirse a la quena, el más suyo de sus instrumentos musicales. Me atrevo a decir: su gran amor. Desde aquel 1963 la música estuvo presente en la pintura de René, pero es a partir de los años ochenta que tañe sus colores: el son huasteco es pasión que se canta, es voz que sale desde lo más hondo de las entrañas, es partitura dibujada en el cuerpo dormido de una mujer, es aletear de mariposas bajo una clave de sol, es un escucha nocturno, una joven que canta habitada por aves de negro plumaje que al anidar en ella la transforman en árbol, es la flauta azul, la melodía en sol, la cachondería de una guitarra… Es la armonía de la

Hacía sonar más de 25 instrumentos musicales entre quenas andinas, flautas, gaitas

arquitectura gótica, el caleidoscopio de los vitrales, la fuga y el vértigo de las columnas que sostienen la casa digna de un dios. Si el tango es una tristeza que se baila, la vidala no es menos y le rinde homenaje a la sombra compañera, achatadita y callada. Entre pinceladas y conciertos, René asumió su compromiso social. Siguió paso a paso la Revolución cubana, no solo sintonizando Radio Habana sino también a través de las cartas que le enviaba la bailarina Rosa Bracho, quien lo mismo le hacía la crónica de los acontecimientos que musitaba palabras de amor. La guerra de Vietnam lo conmovió al punto de plasmar sus emociones en cuadros como El Bonzo, Prometeo ardiendo de tristeza o Taka Jeremiah, un líder colgado por los pies. El movimiento estudiantil de 1968 cimbra a René hasta la médula de los huesos. Participa de todas las maneras posibles. Asiste a las asambleas, “desface entuertos”, acude a actos culturales. Los Folkloristas dan conciertos en la Universidad a invitación del CNH. Traba amistad con José Revueltas, quien permaneció oculto en su casa: “Tuve el honor de conocer al genio en mangas de camisa, tener un trato de iguales, porque así te hacía sentir José. Le decía Pepe y él me llamaba compañero, usaba mi pluma fuente y bebía litros de café. No dormía, se la pasaba escribiendo”. Paralelamente al lado “moridor” del autor de El luto humano, había un aspecto muy amoroso, muy lúdico: las razones que daba a modo de disculpa por llegar tarde a las juntas del Partido Comunista parecían cuentos como el de una “árbola” que huía de la tala en su bosque y a la que Revueltas ayudaba a subir a un taxi rumbo al Desierto de los Leones a

donde la dejaba “instalada”, que no es lo mismo que plantada. Después de la masacre en Tlatelolco, Villanueva se encerró a pintar una serie de tintas que llamó 2 de octubre: dolor y violencia. Se consagró a Los Folkloristas, a la Peña de Los Folkloristas, al lanzamiento de Discos Pueblo. Hacía sonar más de 25 instrumentos musicales entre quenas andinas, flautas de carrizo, gaitas colombianas, ecuatorianos rondadores; percutía los huesos de fraile de los danzantes concheros y las claves cubanas. Su voz se prestaba muy bien para las valonas michoacanas, las melancólicas vidalas y una versión muy especial de “El comal y la olla” de Cri-Cri, mi favorita, sí: por encima de la del propio Francisco Gabilondo Soler. El 11 de septiembre de 1973 marca un hito en la historia del honor y la infamia. En cuanto al honor, por la memoria del presidente Salvador Allende. En cuanto al horror, por la toma de poder de Pinochet. Para René no se trataba solo de algo histórico. Estaba de por medio su admiración por Violeta Parra, el contacto con Ángel e Isabel, sus hijos; su amistad con Víctor Jara, con René Largo Farías y con los Inti Illimani. Con ellos se había sentado a la mesa a comer, a celebrar; con ellos había compartido la canción de sobremesa y sobre los escenarios, habían ido juntos a la farmacia por medicinas para sus hijos. Las noticias que llegaban de Chile rompían su alma. No le bastaban los conciertos en solidaridad, las cartas de denuncia, las marchas. Nos conocimos en 1988 en una conferencia que organizó René sobre la prensa del 68. Nos volvimos a ver en la marcha a 20 años de aquel 2 de octubre y al poco éramos inseparables.


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Un artista en primera persona* Con autorización de su autora, publicamos estos fragmentos de Como gotas de ámbar. Memorias de René Villanueva1, de Beatriz Zalce

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Arriba a la derecha, René Villanueva en su última foto con Los Folkloristas (1999).

“Amanece: el sol sale por Chiapas”, dijo René en los primeros días de 1994, a raíz del levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y al que consideró “una de las gestas políticas más bellas y profundas que marcan la historia por un México democrático”. Estuvimos presentes en todas las iniciativas de paz propuestas por los zapatistas: la Convención Democrática, las reuniones semanales de los asesores zapatistas ante la primera y única mesa de Diálogo que derivó en la firma (que no el cumplimiento) de los Acuerdos de San Andrés. Viajamos muchas veces a Chiapas, donde René lo mismo

discutía acaloradamente sus puntos de vista que tocaba la quena, enseñaba los secretos de las flautas a los niños de La Realidad, tomaba fotos; bailábamos desacompasadamente “La del moño colorado”. Los últimos años de su vida fueron de plenitud, de creatividad. Entre 1997 y 2001 editó quince discos con sus grabaciones de campo; el IPN le publicó tres libros: Cancionero de la Huasteca, Música popular de Michoacán y Guerrero: música y cantos. Hizo retratos de parientes y amigos. Para René, el arte es uno solo: no importa si se recurre al sonido, al color o a la palabra para expresarlo y compartirlo.

El quehacer de René está ligado a la serie Pampa Pipiltzin que hizo para la televisión en los años setenta, al Festival de Oposición que organizaba con los compañeros del Partido Comunista Mexicano, al programa radiofónico “Letra y Música en América Latina” e, indiscutiblemente, al proyecto de creación de la Fonoteca Nacional. René Villanueva murió la tarde del 28 de junio del 2001, escuchando los Conciertos de Brandemburgo. Desde hace 20 años su quena está silencia y sus colores quietos. Sin embargo, René está sembrado en nuestro recuerdo, en mi corazón.

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esde el 15 de junio del año 2000 empezaste a entrevistarme para la escritura de mis memorias. Todavía estábamos en el Hospital de Nutrición, en el internamiento por la neumonía. La grabadora incluso registró el silbidito de las puntas de oxígeno que me tenía que poner. Gracias a tus preguntas se desvanece el tono sepia de los recuerdos y recuperan su lozanía las figuras amadas de mi infancia. De pronto me acuerdo muy bien de cosas que pasaron hace muchos años, puedo reconstruir perfectamente paisajes, escenas, rostros de antaño, pero me doy cuenta que me falla la memoria del pasado reciente. Preguntas, indagas. Primero te vas por el orden cronológico: buscas al niño, al adolescente, al joven, al adulto. Luego optas por los temas: la pintura, mis autores preferidos, la música, los amigos, los amores. Tienes la grabadora siempre a la mano. Te he contado mil veces de cuando mi abuelita se salía a sacudir las migajas del mantel y bajaban las palomas o cuando me metía debajo de la mesa y le cantaba las canciones de Cri-Cri. Has vivido conmigo todos mis recuerdos en tu afán de conocerme. Ya te sabes mis anécdotas, pero de todos modos mantienes la grabadora prendida por si hay un elemento, una palabra que antes no haya dicho y que contribuya a la posterior redacción. […] Tú eres mi memoria, el infinito que no comprendo. Eres el espejo que me hace mirar la vida, mirarme a fondo y con profundidad y en una mirada juntar el pasado con el presente, el tiempo que se fue y el tiempo que está fluyendo hacia el porvenir. En Cantares de la memoria, mi primer libro, me centro en Los Folkloristas, grupo al que pertenezco desde antes de su fundación y aun después del momento en que por mi enfermedad tuve que separarme. Por eso ahora me es muy importante escribir sobre mí. He dicho que quiero llegar a ser un viejo sabio, pero con el cáncer no se juega. Necesito hacer el balance de mi paso por esta vida. He sido un afortunado, un privilegiado. Mi amigo, el poeta mayor Juan Bañuelos, sugirió el nombre para estas memorias. Él me platicó que su máximo deseo es que uno de sus versos permanezca en una gota de ámbar, que el poema quede ahí, aleteando en el tiempo, vivo, cantando. Soy oaxaqueño hasta las cachas. Oaxaca es un universo de cantera verde, tierra donde crecen el Árbol del Tule y se levanta un pueblo a su alrededor, de laureles que unen el cielo a las profundidades de la tierra, entre la música que hacen los canteros cuando construyen edificios coloniales soberbios y zonas arqueológicas maravillosas; Oaxaca de la Noche de rábanos y calendas en Navidad, de pésames a la Virgen de la Soledad en Semana Santa, de Guelaguetza en julio, de toritos que iluminan con su pólvora las noches de fiesta; Oaxaca: música de bandas y marimba, de nieves y aguas frescas y caleidoscópicas gelatinas que se vuelven vitrales dulces, comestibles; tierra de Rufino Tamayo, Francisco Toledo y del ignoto oaxaqueño que esto te cuenta; tierra de músicos como Eduardo Mata, Gustavo López y Hebert Rasgado; tierra del mole que es uno de los inventos más grandes que se han hecho.

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* Título de la Redacción. 1Ediciones Pentagrama, 2008.


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LITERATURA

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EL ATLAS DE PANDORA

Amores flemáticos El deseo brota de la imaginación y subsiste cuando persistimos en reinventarlo

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odemos enamorarnos de repente, por los motivos más menudos y nimios, con insensata euforia. El acento de una voz que nos habla por teléfono, una silueta apenas vislumbrada en la ventana, la promesa de una prenda de ropa que baila al son del viento en un tendedero, el sonido de unos pasos en la noche. Nuestra ilusión se aferra a cualquier brizna de oportunidad, como la hierba tenaz que brota en las grietas del asfalto. Lo contó Clarín en un relato inolvidable titulado “El dúo de la tos”. La historia transcurre en un hotel de paso, poblado por huéspedes solitarios, en una ciudad norteña. Un hombre fuma en la ventana. Dos balcones más allá, envuelta en oscuridad, una mujer atisba la chispa triste del cigarrillo. Náufragos en el mismo piso de la fonda anónima, tuberculosos los dos, forasteros ambos, buscan aire sano para sus pechos enfermos. Ya dentro de las habitaciones, sin poder dormir, escuchan el tictac de los relojes y las toses del otro. A través de los tabiques, cada cual sueña que esa otra voz carraspea para hacerle compañía. La tos de la habitación 36 le suena a ella enérgica, atrevida. La de la puerta 32 resulta para él poética y dulce. Uno y otra creen entender mensajes ocultos en los gruñidos y sofocos, sienten lástima y simpatía mutua, empiezan a toser a dúo. Acostados en camas distintas, sin haber visto a su cómplice de flemas, ambos imaginan estar en una cita. Ella piensa: “¿Has llegado aquí solo? Yo también. ¿Te horroriza la muerte en soledad? También a mí. ¡Si nos conociéramos! Somos dos piedras que caen al abismo. ¿No conoces en mi forma de toser que soy buena?”. Pero, dice Clarín, ni siquiera los tísicos son románticos consecuentes, y ninguno se atreve a salir de su cuarto en la madrugada a buscar el abrazo que anhela. Al día siguiente, él debe dejar el hotel. Durante años, recordarán aquella experiencia erótica de toser al unísono. Ese enamoramiento. Curiosamente, la palabra pasión deriva del verbo latino padecer. Comparte raíz con términos que hablan de enfermedad y muerte, como paciente o patíbulo. Durante largos siglos se describió el amor ardiente en términos de infección,

IRENE VALLEJO ILUSTRACIÓN ROMÁN

como un trastorno que penetraba en los cuerpos por contagio o intoxicación. En la trágica leyenda de Tristán e Iseo, los protagonistas no deben enamorarse, pues ella está prometida a un familiar de él. Sin embargo, toman por equivocación un filtro mágico: “En cuanto bebieron el precioso vino, sus corazones se transmutaron, un irrefrenable amor los encadenó. Tristán se acordaba de su tío y se apartaba con horror de los sentimientos que lo invadían. Pronto su pasión fue más fuerte que sus almas y se entregaron a ella”. Invisible, poderoso, tóxico y mortal, el deseo se equiparaba a la peste. En el más erótico de sus diálogos, El banquete, Platón describe una mansión donde se celebra una gran fiesta. Allí se acerca la Pobreza a rogar limosna, y queda fascinada por el Ingenio, un “charlatán, embelesador, cazador temible, valeroso e intrépido”. Embriagado de néctar, él se tiende en el jardín bajo las estrellas, y la mendiga se acuesta a su lado. Esa noche engendran a Eros. Así, el dios del amor nace pobre, flaco, descalzo y sin hogar. De su madre hereda el hambre permanente, la avidez. De su padre, el afán de belleza y un carácter soñador y fantasioso. Según el mito platónico, nuestro deseo brota de la imaginación y la carencia; está tejido de apetito y búsqueda, de indigencia y esperanza. Igual que los dos solitarios tuberculosos, todos idealizamos los primeros compases del enamoramiento, cuando hasta la tos puede sonar a piropo e incluso expectorar se convierte en una forma de cortejo. Con el paso de los años, seguimos encontrando en la fantasía una aliada para las relaciones auténticas. El afecto no es una infección: se necesita creatividad para seguir queriéndonos un martes cualquiera, menos jóvenes cada día, rutinarios, ojerosos y acatarrados. En esos momentos, las palabras apasionadas requieren la inspiración y la constancia de una obra de arte. Como sabía la mendiga, el amor verdadero hay que estar siempre inventándolo.

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© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, S. L. © Irene Vallejo..


EN LIBRERÍAS

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NARRATIVA, ENSAYO Odisea

A lo lejos

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A FUEGO LENTO Todo en vano

Los que no México, 2021

Homero Blackie Books España, 2021 477 páginas

Hernán Díaz Impedimenta España, 2020 340 páginas

Walter Kempowski Libros del Asteroide España 2020 352 páginas

Con una traducción del inglés basada en la clásica de Samuel Butler (“La más fiel de las versiones homéricas”, de acuerdo con Borges), esta edición ilustrada contiene materiales complementarios que la vuelven por demás atractiva; en principio “La versión de Penélope” de Margaret Atwood, escrita desde una perspectiva feminista; después, las variaciones que sobre esta historia imaginaron Dorothy Parker, Nick Cave, Javier Krahe y Augusto Monterroso.

Finalista del Premio Pulitzer-PEN, esta novela representa una vuelta de tuerca al género del western. Estamos en el siglo XIX, en la Norteamérica de la Fiebre del Oro y de los alguaciles que administran la ley a su antojo. Hasta allá se traslada el protagonista, Hákan, un joven sueco que sigue la huella de su hermano desaparecido a través de regiones inhóspitas y salvajes, y sorteando los peligros que salen a su paso. La maldad de los hombres campea de principio a fin.

Aclamada por la crítica, y publicada en 2006, un año antes de la muerte de su autor, esta novela captura un momento de la historia alemana que muchos han querido silenciar: la caída del régimen nazi y el avance del ejército soviético, un huracán que va destruyendo todo a su paso. La acción transcurre en una finca de Georgenhof, donde un grupo variopinto de personajes expone sus puntos de vista, nunca convergentes, sobre la guerra. Un devastador ajuste de cuentas.

De pronto oigo la voz del agua

Lucha en las fracturas

La banda

Hiromi Kawakami Alfaguara México, 2021 187 páginas

Pablo Lazo Briones Gedisa México, 2021 400 páginas

Frederic M. Thrasher NED España, 2021 672 páginas

Los atentados simultáneos en varias estaciones de la red del metro de Tokio son el telón de fondo de esta novela de acentuado tono melancólico. La narradora recuerda la casa familiar, las viejas historias de su madre, la salud mermada de su padre, el trato con su hermano pequeño. “A veces la nostalgia nos devuelve a la memoria algunos buenos momentos del pasado”, leemos, y, mientras tanto, las preguntas sobre su origen biológico se instalan como un huésped indeseable en su vida.

Santiago Castro-Gómez recuerda en el prólogo que para el filósofo Slavoj Zizek “toda forma de resistencia al capitalismo no es otra cosa que una manera de fortalecerlo”. Lazo Briones llama resistencia cíclica a esta forma cuyo mejor ejemplo son las marchas que se hacen cada año. El subtitulo del libro, Por una resistencia intersticial, destaca lo que para él debe ser la verdadera forma de socavar al poder. Dialoga con Critchley, Badiou y Nietzsche, entre otros.

Estudio académico clásico publicado en 1927 cuyo subtítulo, Un estudio de 1313 bandas de Chicago, anuncia su tema. The Gang, su título en inglés, mantiene su vigencia a pesar del paso del tiempo y ciertas deficiencias metodológicas como se hace notar en la introducción. A su definición original: “Una banda es un grupo intersticial formado en su origen espontáneamente e integrado después mediante conflicto”, solo hay que agregarle algunas actualizaciones.

La tentación del fracaso ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

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n algún pasaje de Los que no (Alfaguara), el narrador (suerte de desdoblamiento del propio Álvaro Uribe) menciona “las admirables y temibles narraciones no ficticias, o casi no ficticias”, que componen Gente así de Vicente Leñero. Esos mismos atributos, admirable y temible, definen a esta novela que resuena como el canto elegiaco por una generación. Paseamos por una galería, o un memorial de daños, donde se exponen las vidas malogradas de un grupo ceñido de personajes que en algún tiempo estimularon la amistad, la complicidad y aun la admiración de ese narrador instalado en un presente colonizado por la enfermedad, cerca de sumarse a quienes “no llegaron a la meta”, y que, no sin inmodestia, va revelando las claves de su oficio. De modo que todo, o casi todo, pertenece al recuerdo y a sus colaboradores más cercanos: la censura y la enmienda. Álvaro Uribe no solo es capaz de contener esas vidas en una nuez sino de transformarlas en modelos de la joven promesa que cedió su talento, o su carisma, o ambos, a la tentación del fracaso. Conocemos así al exitoso importador de carnes, al talentoso profesor de filosofía, al poeta francés de melena indócil y abrigo negro, al seductor que pregona la escritura inconfesable de un libro, al prodigio musical obsesionado con Mahler. Se diría que, según las leyes de la herencia o la habilidad para sobresalir tempranamente en cualquier ambiente, han sido llamados a cumplir lo que prefiguran sus dones. Y sin embargo… Esta reticencia, o mejor, esta imposibilidad, es el fuego del que Los que no se alimenta. No son únicamente las ilusiones perdidas sino también la muerte prematura y las fuerzas menguantes las que anuncian, o revelan, el paso de la plenitud anunciada a lo que dejó de hacerse para convertirse en lo que hubiera podido ser. Por eso leemos: “Nada justifica el secreto afán de ser peores que los demás”. El lector debe renunciar a la compasión; quizá, si no teme mirarse con franqueza al espejo, podrá sentirse identificado. Y es que, como narrador de historias, Álvaro Uribe es un torturador minucioso de sus creaturas, a quienes vemos caer para volver a repetirlo, cada vez con mayor hondura. Y, sobre todo, al convertirse en habitante de su ficción literaria, no escatima palos ni advertencias para sí mismo.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.

26 DE JUNIO 2021

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HUSOS Y COSTUMBRES

A la salud del príncipe ANA GARCÍA BERGUA

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su preferido aquel hombre pequeño, al que le cuelgan las piernas de la silla? Todos temen incumplir el protocolo por sordera. Cada cierto tiempo, alguien levanta una copa y exclama: ¡a la salud del príncipe!, cosa en la que todos lo acompañan, por si acaso. ¿Dónde está? Hablando en su habitación, dicen. Hay miradas que se cruzan, cortesías, el deseo zumba encima de los faisanes, las zanahorias confitadas y las flores: ¿sabe usted quién es el caballero del traje color cereza? A veces responden de un lado: el embajador de Albania, y del otro una voz susurra: el segundo asistente del sexto asistente. ¿Y ella, la del peinado alto? La tía del príncipe, la esposa, la directora de trabajos hidráulicos. Los comensales sonríen porque el vino es excelente y el aguardiente tan intenso que la mente se confunde. La comida podría durar una eternidad, pero los vientres tienen un límite y hay quienes se levantan trastabillando y se despiden. Algunos quedan

s un lugar enorme, con una mesa enorme, cubierta por un mantel blanco sembrado de flores y loza delicada. Los comensales no se pueden escuchar bien, y los que comen en un extremo anhelan estar en el otro, junto a aquellos que parecen más importantes. Los meseros se atarean sirviendo manjares de una fuente que siempre se termina en algún punto: la mitad de los presentes se queda sin saber qué contenía. No todos pueden entrar al gran comedor. De las paredes penden los cuadros de antepasados que nadie conoció y los pasos se atenúan sobre alfombras gruesas y mullidas que obligan a bajar la voz. ¿El príncipe? Su voz es un murmullo proveniente de los jarrones en las esquinas. Nadie está seguro de lo que dice: quizá el hombre que ríe al otro costado de la mesa, o esa mujer que acomoda como al descuido el arreglo floral del centro. ¿Será

convencidos de haber logrado arreglos, promesas, encuentros futuros con un jarrón del que proviene la voz; otros no terminan de entender lo que significó aquella mirada un poco turbia, una carraspera. Muchos se sienten indigestos por el empeño en permanecer ahí demasiado tiempo. Los meseros recogen sus platos y cepillan el mantel para renovar la vajilla. Entonces llegan otros comensales, saludan con la efusión alegre de quienes comparten un secreto, aunque no quedan conformes con el lugar que les asignan. Pero llega la sopa y cierta excitación comienza a reinar: ¿quién es la joven de la diadema azul que está sentada junto al hombre grueso del saco de cuadros? La encargada de negocios culturales, dicen de un lado; la hermana segunda del duque de Babilonia, del otro. Zumbidos y suposiciones mientras alguien arregla las flores. Quizá, debajo de la mesa, alguien más anotó sus nombres.

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CAFÉ MADRID

Viaje a la fosa común

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a fosa común del periodismo se llama Hemeroteca (así, con inicial mayúscula. Porque un lugar tan importante y concurrido es lo menos que se merece). Ahí, entre el silencio, la oscuridad y un olor peculiar, el tiempo amarillea y humedece a quien los cursis llaman “el primer borrador de la Historia”. La clasificación y el orden que impera en su interior permiten a investigadores y curiosos echarse un largo y placentero clavado a otras épocas. Y así, con método y paciencia, pueden encontrarse muchas joyas de tinta y papel: entrevistas y reportajes memorables, fotos históricas o anuncios publicitarios de productos y servicios que caracterizaron periodos específicos del desarrollo social. Ahí va a parar todo lo que fuimos y somos, bajo las firmas de articulistas, columnistas, reporteros y redactores de todo tipo. Cada tanto, alguien se propone sacar de ahí algunas piezas que ayuden a completar el rompecabezas de la vida contemporánea. Hace unos años empezó a hacerlo, por ejemplo, la investigadora española Beatriz Ledesma Fernández de Castillejo, especialista en la diáspora republicana española en el Río de la Plata. Cuando pretendía desentrañar el exilio argentino de la feminista Clara Campoamor, fue topándose cada vez más con textos periodísticos sobre varios protagonistas de la cultura española de la primera mitad del siglo XX. Fue guardándolos y un día se dio cuenta de que tenía material para hacer una antología. La Fundación Santander la acaba de publicar bajo el título Retratos a medida. Entrevistas a personalidades de la cultura española (1907-1958), y no solo es un compendio de vivencias

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA PINTEREST

y reflexiones de gente como Benito Pérez Galdós, Jacinto Benavente, Margarita Xirgu, Victoria Kent, Juan Ramón Jiménez, Julián Marías o Pastora Imperio y Carmen Amaya, entre otros, sino toda una muestra del mejor periodismo literario en español (al parecer algo normal en la prensa porteña de la época). Cada pieza, la mayoría publicadas en el diario La Nación y la revista Caras y Caretas, es un diálogo en

Hay que ver lo que se cocía en la élite cultural española. No es que me asuste, es que me divierte

movimiento, un oasis de libertad de estilo y… de todo. Todo con descaro y sin autocensura (como debería ser siempre, digo yo). Fíjense cómo describen a la bailaora Carmen Amaya: “una gitanilla minúscula, delgaducha, fea a la vista”. Y al pintor Joaquín Sorolla: “Sorolla es un hombre pequeño. Muy pequeño. Demasiado pequeño. Pero lo oís hablar. Entonces aquel hombre pequeño se agranda por sobre sí mismo. Su voz no es simpática. Es una voz chillona que hiere, que lastima”. Pero no son solo los entrevistadores los que se expresan sin miramientos. También los entrevistados. Quizá porque, a diferencia de la interconexión global de hoy, en aquel entonces pensaron que sus declaraciones

El escritor español Pío Baroja, miembro de la Generación del 98.

nunca iban a ser difundidas en España. Por eso dejaban caer un montón de intimidades, críticas, chismes, rumores. O lucían sin freno sus egos y vanidades. O expulsaban con toda naturalidad un torrente de envidia, resentimiento, maledicencia, escarnio, vilipendio, desprecio, inquina. O hasta se daban permiso de reírse de sí mismos. Hay que ver lo que se cocía (¿se cuece?) en la elite cultural española. No es que me asuste, es que me divierte. Suelta con toda naturalidad, por ejemplo, Juan Ramón Jiménez: “vengo de casa de Antonio Machado. Sobre un montón de libros y papeles depositados en una silla había un plato con huevos fritos. Tal es la distracción y el desorden de este hombre que fue y se sentó sobre ellos”. Le preguntan a Pío Baroja: “¿tuvo amistad con Unamuno?” Y él responde, muy digno: “¡Con ese tío yo no voy a ninguna parte!” Luego recuerda: “Unamuno y Valle Inclán se conocieron gracias a mí. Los dos eran igual de intolerantes y, claro, las cosas entre ellos no pudieron marchar bien”. Don Pío remata sobre otro colega: “Rubén Darío tiene buena pluma. Se nota que es un indio”. Las entrevistas son tan buenas que los editores del libro encargaron la dramatización de algunas de ellas y pueden escucharse en podcast. No obstante, más allá de las sonrisas o carcajadas o reflexiones que nos arranquen los textos (y las lecciones de estilo que nos brindan), este volumen es una radiografía de personajes que, hasta ahora, habíamos visto sobre todo de manera solemne. Pero juntos, en la fosa común (o ahora “extraídos” de ella), son más originales, raros e incluso mágicos.

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