Laberinto No.947 (07/08/2021)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

EL ATLAS DE PANDORA

FERNANDO ZAMORA

IRENE VALLEJO

Amar en Tengo miedo, torero

Visión de los vencidos Foto: Productora Forastero

SÁBADO 7 DE AGOSTO DE 2021 AÑO 18 - NÚMERO 947

Cristina Rivera Garza: a la caza del feminicida Carlos Rubio Rosell/ FOTOGRAFÍA: PAOLA GARCÍA

Ilustración: Román


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ANTESALA

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DOBLE FILO

Danza en la pandemia FERNANDO FIGUEROA

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ailarina y coreógrafa, Lidya Romero se inició en el Ballet Nacional de México y fue directora de la Academia Mexicana de la Danza. En 1982 fundó El Cuerpo Mutable/ Teatro de Movimiento, compañía que volvió mágicamente a las andadas presenciales en el Cenart con Vidrio obscurecido. Romero, quien en 2007 recibió la Medalla de Bellas Artes, hoy juega ping pong con Laberinto. ¿Qué es la danza? Vida. La mayor virtud de un bailarín. Habitar a plenitud su cuerpo. Su principal tema como coreógrafa. La ciudad. Lo más difícil de enseñar. Que el alumno se conozca a profundidad. ¿Qué aporta la danza en la pandemia? Salud. Vidrio obscurecido inició su gestación antes de la pandemia en salas de espera de hospitales. ¿Fue premonición? Parece que sí. ¿Qué distingue a la danza mexicana? Lo genuino de sus coreógrafos. El primer espectáculo que la impactó. Siendo niña, el Holiday On Ice. La principal aportación de José Limón a la danza contemporánea. La musicalidad del movimiento. El legado de Pina Bausch. Anteponer el lado humano. ¿Qué opina la coreógrafa Lidya Romero de la bailarina Lidya Romero? Que es extraordinaria. ¿Es posible bailar sin escuchar música o sin pensar en ella? Sí. El cuerpo tiene su propia música. ¿Qué le gusta bailar en una fiesta? Salsa y danzón. ¿Qué le recomienda a alguien que tiene dos pies izquierdos y quiere aprender? Que se vaya a Alemania para que pase desapercibido. ¿Qué aprendió en la escuela de Nueva York? Las cualidades del movimiento. Gurrola en una palabra. Provocador. Del 1 al 10, Tin Tan como bailarín. Diez. ¿Y Cantinflas? También diez. Un libro en una isla desierta. El capital. La virtud que más admira. La templanza. La última vez que sintió envidia. A cada instante: de las aves, las nubes. El día más feliz de su vida. Cuando cumplí dos años. Ese recuerdo lo utilicé en Vidrio obscurecido. Su mayor temor. Dejar de hacer lo que me gusta. ¿Qué le atrae de la fiesta brava? Todo. Es un ritual bellísimo. Música para sus últimos minutos de vida. De Mozart. Su epitafio. Como dijo Mae West: “Por las buenas, muy buena, pero por las malas, ¡impecable!”

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Tengo miedo, torero. Dirección: Rodrigo Sepúlveda. Chile, 2020.

HOMBRE DE CELULOIDE

Amor político, amor transgresor FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA PRODUCTORA FORASTERO

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ás que lugares comunes, los guiños que ofrece la película Tengo miedo, torero (disponible en Amazon Prime) son ingredientes de un género: cine gay. El chileno Rodrigo Sepúlveda ha conseguido llevar a la pantalla la novela del activista Pedro Lemebel con mucho éxito. Tengo miedo, torero es una biografía con elementos de ficción en que La Loca de Enfrente (así se llama el personaje) cae rendida por un mexicano que es cruza (según se dice medio en broma) de Pedro Infante con Jorge Negrete. Carlos el mexicano tiene sin embargo un secreto que, para disfrutar de la película, es mejor no revelar. La primera referencia que salta a la vista es El lugar sin límites de Arturo Ripstein. En ambas obras el macho que es objeto del deseo de La Loca resulta ambiguo y, adivinamos, malévolo. En Tengo miedo, torero, la historia va completamente por otro lado, es cierto, pero Leonardo Ortizgris, quien interpreta a Carlos, retrata con finura a este hombre similar al que hizo Gonzalo Vega en El lugar sin límites. Ortizgris es un actor portentoso, ya lo sabemos. Lo hemos visto en dos obras de Alonso Ruizpalacios: Güeros y Museo. Y lo había hecho bien, muy bien, pero en Tengo miedo, torero, demuestra que está por transformarse en uno

de los mejores actores de su generación. Es importante advertir, sin embargo, que Ortizgris no brillaría de modo semejante si no hubiese tenido la fortuna de encontrarse en el plató con un compañero del tamaño de Alfredo Castro. Este actor y director teatral interpreta a La Loca. Y como hizo Roberto Cobo en la película de Ripstein, Castro da profundidad y hasta ternura a un personaje tan decadente que muy fácilmente podría ser despreciado también por el público. Además, El lugar sin límites está basado en una novela chilena, de modo que los vasos comunicantes entre ambas películas trascienden la anécdota del amor impreciso entre un macho calado y un viejo homosexual. La otra película que influye Tengo miedo, torero es El beso de la mujer araña de Babenco. Y es que la historia supera la anécdota amorosa y nos mete de lleno en un asunto político que gira en torno a los últimos años de la dictadura de Augusto Pinochet. La Loca de Enfrente pudo ser uno de los muchos personajes

Ortizgris está por transformarse en uno de los mejores actores de su generación

que pueblan la noche de cualquier urbe occidental. Una más que coquetea y se emborracha en antros que huelen a maquillaje corriente. Pero Alfredo Castro da a su personaje la dimensión necesaria para ir desde lo sexual hasta lo político. Y es que La Loca y sus amigas viven marginadas no tanto por su homosexualidad como por su pobreza. Es por ello por lo que en la visión del director es imposible una revolución social que no incluya también una revolución sexual: “avísame cuando en tu lucha encuentres sitio para gente como yo”, espeta La Loca a Carlos. Y lo hace, claro, en referencia al desprecio que durante tantos años tuvieron los comunistas hacia las minorías sexuales. Ahí están Reynaldo Arenas y los deportados a La Isla de la Juventud durante la revolución de Castro para dar fe de que en el mundo nuevo del socialismo cubano no había lugar para gente así. En fin, que el duelo de actuaciones entre Leonardo Ortizgris y Alfredo Castro llega a tal nivel que uno olvida la magnífica fotografía y el modo en que el guion escancia la historia. Uno se mete de lleno, como en todas las grandes películas, en una ficción que tiene, sin embargo, este mensaje: que el amor también es un hecho político y justamente por eso resulta transgresor.

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ANTESALA

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POESÍA

Calcar CLAUDIA BERRUETO

extiendo un mapa hidrográfico y veo inmóvil, en el pliego, lo que fluye constantemente. los ríos sueñan que nadan, sueñan que flotan, pero la parte final de un río no es un sueño para las piedras que son lechos de sí mismas sumergidas en su cauce, calmando una fiebre que llamea desde el fondo como relámpago subacuático. paso mi lápiz sobre el papel calcante y con el pulso te olfateo en la bastilla de este [atlas líquido. voy tras tu rastro, mi caudal huido en los mapas, mi río perdido en el agua. Claudia Berrueto (Saltillo, 1978) recibió el Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada 2016 por Sesgo. Es coordinadora editorial de Difusión y Patrimonio Cultural de la Universidad Autónoma de Coahuila. El poema que aquí presentamos es inédito.

EX LIBRIS

A Roberto Calasso/ EKO

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LOS PAISAJES INVISIBLES

Un filme caduco IVÁN RÍOS GASCÓN

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@IvanRiosGascon

l mes pasado Netflix estrenó Red privada, de Manuel Alcalá, documental acerca del asesinato del periodista Manuel Buendía, perpetrado el 30 de mayo de 1984 en la colonia Juárez de la Ciudad de México. En una lectura rápida, la película de Alcalá solo es un recuento de ese caso mítico del periodismo mexicano del siglo XX, referente obligado, hasta los años 1990, de las generaciones de estudiantes o aspirantes a ingresar a las filas de la prensa, y que hoy ya solo es un capítulo anecdótico en la historia mexicana de la infamia, esa de las décadas “lejanas” del priismo hermético y los contubernios sospechosos, de la silenciosa represión informativa, del control estricto de las empresas de medios, de la imposición sistémica de la autocensura. Y es que, en la actualidad, el homicidio de Buendía acaso representa el primer atentado mediático de un periodista (y la enérgica reacción y movilización de un sector del gremio), en un contexto político y social un poco diferente al de estos días, quizá el de un país abiertamente más salvaje pero igual de turbio, sin eficacia judicial, sin legalidad y sin justicia. ¿Tenía sentido, entonces, desempolvar ese expediente para un público que, agobiado por el vertiginoso vaivén de la vida nacional, es susceptible de la desmemoria? ¿Qué importancia cobra ahora aquel mártir de la libertad de prensa y el derecho a la información, en un México en el que del año 2000 a la fecha han sido asesinados 131 periodistas, en tanto que 24 comunicadores están en calidad de desaparecidos desde 2003, mientras que de 2015 a 2020, 108 trabajadores de los medios fueron sometidos a acoso judicial por su labor, según informes de Artículo 19? ¿Arroja alguna luz el relato de lo que era el país hace 37 años para entender nuestro presente, si ya hemos visto tanto y tan grotesco? Otra lectura rápida de la película de Alcalá sería la confirmación (elemental) de que poco o nada ha cambiado en México, y que la simulación sigue siendo la fórmula de los gobiernos cuyo propósito no es la transformación sino la restauración de lo más podrido del antiguo régimen, no importa el color o las siglas del partido de las que provengan. La narrativa de Red privada incluye, una vez más (o como siempre), las actividades perniciosas de la inteligencia mexicana e internacional (espionaje y vigilancia), donde cohabitan las corporaciones de casi todo el mundo; la complicidad entre gobierno, cuerpos de seguridad y narcotráfico; la corrupción de los burócratas de más alto nivel; el ejercicio patrimonialista del poder; el uso del territorio para los enjuagues geopolíticos de Estados Unidos; la guerra sucia contra los enemigos domésticos, esos fantasmas que lo mismo pueden ser un activista o un guerrillero, a fin de cuentas, dice Luis Echeverría en una crestomatia, “son agentes de intereses extranjeros”. Y por supuesto, también aparecen los capos célebres de la época, jefes del cártel de Jalisco; los grupos fascistas de ultraderecha; el gobernador gángster (o viceversa); la (engañosa) comisión de la verdad; y el único animal político que desde 1980 ha sobrevivido a todos los presidentes, los partidos, las crisis, los escándalos, las vendettas y los periodicazos. Y en medio de todo esto que ya conocemos, están los testimonios de personajes cercanos a Buendía, o involucrados en el caso, paisaje en el que suenan, en voz de Daniel Giménez Cacho, ciertos párrafos brillantes de las columnas de ese periodista cuya lema favorito fue “para escribir bien, hay que pensar bien”. Así que en resumen, Red privada es un filme caduco, ya no tiene sentido: llega demasiado tarde. Su momento era otro, veinte años antes tal vez, ese tiempo en el que pudimos adelantarnos al destino que el trágico protagonista vaticinó en sus artículos: la génesis y posible consolidación del narcoestado, un asunto de seguridad nacional que nadie vio ni quiso ver, aunque el futuro de la patria estaba en riesgo.

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DE PORTADA

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En su más reciente novela, Cristina Rivera Garza recupera y da voz a la figura de su hermana, asesinada a la edad de 20 años

“En México hay un grado macabro de impunidad”

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CARLOS RUBIO ROSELL FOTOGRAFÍA PAOLA GARCÍA

a figura de su hermana Liliana, quien murió asesinada el 16 de julio de 1990, ha acompañado a la escritora Cristina Rivera Garza incluso en los minúsculos intersticios de los días: “Arriba de las ventanas, en el filo del horizonte, entre las sombras de los árboles”, escribe. Liliana ha estado junto a ella, envolviéndola con su calidez, protegiéndola de la intemperie. Ese, confiesa, ha sido el trabajo de duelo que ha tenido que realizar junto a su padre y su madre: “decirle que sí a su presencia”. Ahora, con su más reciente novela, El invencible verano de Liliana (Literatura Random House), Cristina Rivera Garza ha dado un paso más en ese duelo y, mediante ese artefacto hecho de palabras, de memoria, del eco de muchas voces y señales, de la propia voz de Liliana, nos hace partícipes de él y con talento narrativo reconstruye la imagen de esa joven estudiante de Arquitectura, quien pasada la segunda década del siglo XXI habría cumplido poco más de 50 años. Busca, asimismo, hacer justicia e impedir que muera el expediente judicial donde se asientan las causas de la muerte de Liliana Rivera Garza, el crimen que le arrebató la vida y el nombre de a quien se hace responsable de haberlo hecho: Ángel González Ramos. La ineptitud del sistema judicial ha permitido que pasen 30 años sin que el asesino responda a la orden de arresto que la Averiguación previa 40/913/990–7 hace pesar sobre él. “Soy historiadora de entrenamiento académico —dice Cristina Rivera Garza al otro lado de la pantalla, desde

su casa en California— y he vivido por muchos años con la impresión de que todo termina encontrando su lugar en un archivo muerto. Llámalo inocencia, pero es lo que he pensado porque es lo que utilizo cuando estoy haciendo mis trabajos como historiadora. Así que cuando una empleada del Ministerio Público me dijo la frase de que el expediente del caso de mi hermana podía morir, para mí fue un shock, porque subrayaba los fundamentos que había esperado del mundo. Pero no es cierto que todo termina en un archivo muerto, porque para que así sea tienen que ver nuestras relaciones de poder, qué consideramos valioso o no, qué vidas merecen ser rescatadas y preservadas y cuáles no. Así que el hecho de que exista un expediente en los archivos del Estado quiere decir que hay una traza institucional de tu experiencia por la Tierra. Por ejemplo, para buscar las trazas de hombres y mujeres de la clase trabajadora en el México de finales del siglo XIX tuve que recurrir a los expedientes de un manicomio, porque ahí es donde quedaron marcas de esa experiencia. Así que cuando me dijeron que los expedientes institucionales no viven para siempre, me dije que no quedaría una traza institucional de la vida de mi hermana, que solo iba a quedar nuestra memoria familiar, y como nosotros, la familia, hemos llevado un duelo tan personal, pensé que en el momento en que desapareciéramos de esta tierra no iba a quedar nada. Y esa posibilidad me aterró y desde ese momento me propuse escribir un libro cuya aspiración fuese sustituir ese expediente que no encontré y que anda por ahí. Y esa es, tanto en su fondo como en su forma, la intención subyacente de esta novela, y por eso responde a la lógica del archivo, del documento, porque de entrada está el terror de

ver desaparecer de la faz de la Tierra la experiencia fundamental de un ser humano entrañable. Pero también está la voluntad de hacer justicia. En cierta forma, este libro es un clamor de justicia y supongo que también se hace eco del clamor de justicia en México y en otras partes del mundo frente a los feminicidios. Creo que todos los libros son activistas. Por un lado, hay los libros que son libros comprometidos con el estado de las cosas y, por otro, libros comprometidos con criticar el estado de las cosas. Siempre he estado en el segundo equipo, porque el estado de las cosas, siendo una mujer migrante en el mundo que vivimos, deja mucho que desear. El estado de las cosas está fundamentalmente estructurado alrededor de una violencia de la cual cuerpos como el mío son carne de cañón todos los días. Así que una crítica de ese estado de las cosas me parece fundamental. En ese sentido, este libro es un libro activista, que se hace la pregunta sobre las condiciones materiales que permitieron el feminicidio de mi hermana en 1990 y que lo siguen permitiendo el día de hoy en el que perdemos diez mujeres al día en México, y estoy segura que en otros lugares del mundo los números tal vez no sean tan macabros pero tampoco son bajos. Por eso me pareció fundamental que este proceso de restitución de la historia de mi hermana fuese acompañado de una demanda de justicia, pues hay muchos feminicidas sueltos y en particular uno, contra quien se expidió una orden de aprehensión, porque se encon-

“Debemos procurar la subversión del lenguaje patriarcal para contar otra historia”

traron suficientes evidencias para que un juez determinara que así fuera. Se trata de una demanda de justicia para que ese feminicida, Ángel González Ramos, que se dio a la fuga y no ha sido localizado hasta el día de hoy, sea localizado y puesto a disposición de la justicia. Por eso decidí poner su fotografía, para decir que existe y es parte de una demanda de justicia. Hay un aspecto importante en la escritura de este libro: su lenguaje, que abreva en una serie de documentos encontrados en cajas donde se guardaban cuadernos de notas de la propia Liliana que se reproducen a lo largo de la narración. ¿Cómo lo trabajaste y de qué forma lo estructuraste? A veces pareciera, cuando se trabaja con documentos de archivo, que la labor es nada más copiar y pegar, pero nada más lejos de la realidad. Los testimonios hay que producirlos. No solo escuchas o grabas los testimonios, sino que los transcribes, cotejas, reescribes, te haces preguntas, reorganizas, y haces un trabajo muy complejo cuya labor es como el maquillaje de un rostro para que se vea natural y parezca que así era desde el inicio. En los textos hay un trabajo con la forma. En este libro, el lenguaje es fundamental porque lo que nos mantuvo en silencio por mucho tiempo, lo que nos calló la boca, fue la manera en que el patriarcado contó el feminicidio de mi hermana, como si se hubiera tratado de un crimen pasional, y al decir esto se culpaba de alguna manera a la víctima y se exoneraba al depredador. Al recurrir a las palabras de Liliana, a sus apuntes, a su manera de ver el mundo, se cuenta una historia completamente distinta. Y yo creo que ahí, en ese cambio, radica el poder crítico del lenguaje. Después, quise estructurar el li-


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bro de acuerdo a la forma que tenían los papeles de Liliana, de acuerdo a la forma en que ella los archivó, porque una forma de archivar es también una forma de pensar, de organizar el mundo, y eso hace que el libro responda a esa forma de organización mediante apuntes, cosas pequeñas, no importantes, fragmentarias, cotidianas. Ahí hay una labor de poner atención al contenido de la historia, a la otra versión de la historia, pero también a su forma. En eso radica el trabajo de artesanía, no solo en la manera en que se citan los apuntes de Liliana, sino también cómo se generan las entrevistas con sus amigos, con su círculo más cercano, y cómo se entreteje todo esto para que se conserve una impronta del presente. Ese es uno de los valores de esta obra: hace que el lector vaya acompañando a la narradora en el proceso de recuperación de los hechos y de la voz del personaje. A un nivel subjetivo, ¿qué desató la sensación de que ahora, después de tan-

to tiempo, por fin estabas lista para escriturar la pérdida? Eso no se cuenta en el libro. Estaba en Chiapas, en una reunión con los semilleros zapatistas en abril de 2019. En ese contexto, digamos libertario, discutiendo otra forma de futuro, por fin me pareció posible que la historia, como tenía que contarla, podía ser contada. Fue una especie de energía iniciática que surgió del zapatismo. Ahí estaba John Gibler, el periodista norteamericano que vive en México, peinó la Hemeroteca y encontró la noticia del asesinato de mi hermana en el diario La Prensa y me la pasó. Desde ese momento ya no pude parar de indagar. Por otra parte, estuvieron los movimientos feministas, que me permitieron pensar que esto era posible, porque hubo toda una producción de lenguaje que organizaciones de madres que buscan a sus hijas han hecho posible, grupos como La Tesis, que hizo un performance maravilloso titulado El violador en tu camino. Esto conformó un momento gracias al cual pude sentir el acompañamiento necesario para contar una

historia a contrapelo, una historia en contra del patriarcado. El duelo, escribes, es decirle sí a la presencia de Liliana. ¿Cómo es la Liliana que trazas en este libro? Uno de sus amigos la definió con una palabra que me encantó: dijo que mi hermana era muy cábula. Liliana era irónica, sarcástica, de buen humor, inteligente, crítica, con un deseo de comerse el mundo como usualmente sucede cuando tienes 20 años y estás pensando en el futuro. Liliana es alguien que está buscando soluciones, que está retando los límites que se le imponen. No es el retrato de una víctima pasiva que está recibiendo los golpes del mundo, y especialmente del depredador, sino el de alguien que trata de aclarar su camino por la vida. Esa es la Liliana que me ha acompañado por muchos años y por eso digo que el duelo es el fin de la soledad. Los que hemos perdido a alguien sabemos que no se va, que sigue con nosotros. Y en el libro hago la argumentación de que no hablo en términos metafóricos, sino de que material-

La autora de Dolerse. Textos desde un país herido y Autobiografía del algodón, entre otros libros.

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mente su presencia continúa, porque hay un tiempo de residencia de nuestras sustancias, de lo que nos conforma, que tarda millones de años en desaparecer. Yo hablo de esa compañía material que continúa con nosotros. El invencible verano de Liliana también nos recuerda la tremenda paradoja de que, como escribes, uno no aprende a callar, sino que es forzado a callarse, de que muchas veces a uno le callan la boca como a Liliana le callaron la boca. Y por eso recuperas su voz, hablas y no callas. Me parecía muy importante hacer eso porque lo que a Liliana le quitaron fue el aire. El dictamen de su parte de defunción dice que fue muerta por sofocación. Cuando alguien te quita el aire evidentemente te quita la vida, pero el ataque es contra tu capacidad de denunciar, de producir lenguaje. Digamos que así como a Liliana le callaron la boca, a mí, a nosotras, también por muchos años. Creo que ha sido necesario el trabajo en conjunto, socialmente, para producir esas palabras y esos términos, hacer posible la subversión del lenguaje patriarcal para contar otra historia, una historia más apegada a los hechos mismos, una historia en la que mi hermana no sea ni la víctima pasiva ni la víctima propiciatoria, sino una muchacha de 20 años con ganas de vivir y a quien de manera injusta le fue arrebatada esa posibilidad. ¿Qué puedes decir de las instituciones judiciales, pero también sociales, que se niegan a escuchar o que son torpes escuchando, que no ven o son miopes para detectar a los perpetradores de los feminicidios? La cuestión es que muchas veces estas cosas se cuentan en la clave del monstruo, que parece ser que a los perpetradores tendríamos que reconocerlos por sus perfiles monstruosos. Pero lo que nos enseñan una y otra vez estas historias es que se trata de hijos sanos del patriarcado, y por lo tanto sus actos pueden confundirse con cualquier otra experiencia. De ahí la importancia de producir mapas que señalen desde los asuntos menos peligrosos hasta los más peligrosos; lo que en México se conoce como el “violentómetro”, que produjo el Instituto Politécnico Nacional, o lo que produjo la enfermera Rachel Louise Snyder, quien realizó el estudio No Visible Bruises [Sin moretones visibles] en Estados Unidos con ejemplos y evidencias para reconocer los niveles de peligro. Todo eso nos hace falta, porque nos permite reconocer el peligro y una vez reconocido nos permite actuar en consecuencia. Esto no quita la responsabilidad del Estado, la responsabilidad de las instituciones cuyo fin es impartir la justicia. No quita que existe un grado de impunidad macabro en México, donde siguen existiendo feminicidios porque el feminicida sabe que se puede salir con la suya, sabe que no le va a pasar nada. Y mientras ese siga siendo el caso, seguirá habiendo feminicidios en México y en el mundo. Así que es un trabajo conjunto, del Estado pero también de nosotros mismos, porque todos participamos en el proceso de irnos alertando, de irnos diciendo que no debemos buscar al monstruo, sino al hijo sano del patriarcado.

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LITERATURA

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EL ATLAS DE PANDORA

Visión de los vencidos La dignidad del adversario es uno de los sellos que distinguen a nuestras tradiciones más antiguas

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uando la realidad se tambalea, nos formamos una opinión sólida refugiándonos en los —imparciales— análisis de quienes piensan como nosotros. Sospechosamente, las versiones que coinciden con nuestros prejuicios nos resultan más verosímiles. Las redes y los buscadores de internet alimentan ese sesgo de confirmación: cada día más cómodos y convencidos dentro de nuestra burbuja, observamos a los discrepantes como gente malintencionada que solo busca su provecho. Censuramos los intereses ilegítimos del prójimo, mientras encontramos en los nuestros pura lógica y sentido común. Rara vez hacemos el esfuerzo de entender las razones del otro, y eliminamos cualquier matiz intermedio entre atacar y acatar. La literatura occidental empieza a sangre y fuego: la primera palabra de la Ilíada es “cólera”. Sin embargo, el poema ofrece rostros más amables. Es insólito que los enemigos troyanos aparezcan representados con la misma dignidad que los griegos victoriosos. Los hexámetros ceden la palabra también a los adversarios, escuchamos sus miedos y sus dilemas; el aedo parece incluso simpatizar más con el fiable Héctor que con el inflamable Aquiles. Cuenta la leyenda que, en la “operación retorno” tras la guerra, los dioses castigaron a los vencedores por sus fechorías en el saqueo y su crueldad con los derrotados. Tras los cortinajes de los desfiles y la fiesta, el triunfo siempre oculta la oscuridad de la barbarie. Como también haría Clint Eastwood en Cartas desde Iwo Jima, Homero evita la caricatura del enemigo pérfido e incluye la mirada del adversario. Somos seres de memoria y, desde que empezamos a contarnos el pasado, hemos escuchado sobre todo la voz engolada de los ganadores. Sin embargo, a veces, algunos textos salvados sacan a la luz los relatos del bando olvidado. Durante un verano de hace cinco siglos, Tenochtitlan se convirtió en una ciudad sitiada. En una recopilación de crónicas indígenas editada por Miguel León-Portilla,

IRENE VALLEJO ILUSTRACIÓN ROMÁN

encontramos fuentes poco atendidas, como los Cantos tristes. Fueron compuestos a la antigua usanza por poetas nahuas supervivientes ante los escombros del mundo que habían conocido. Allí se narra cómo los españoles, por orden de Alvarado, atacaron a los mexicas “mientras se gozaba de la fiesta, y se enlazaba un canto con otro, como una algarabía de olas. Los soldados, con sus escudos de metal y sus espadas, rodearon a los que bailaban y dieron un tajo al que estaba tañendo. Lejos fue a caer su cabeza cercenada”. Todo desembocó en un largo asedio y una epidemia de viruela que hizo estragos. Tras tres meses de contagio y cerco, cayó la capital de México. Los

La literatura occidental empieza a sangre y fuego: la primera palabra de la Ilíada es “cólera”

cantares recordarían durante mucho tiempo, como Ilíadas indígenas, el drama y el trauma de aquellos días: “Gusanos pululan por calles y plazas, en las paredes están salpicados los sesos, y era nuestra herencia una red de agujeros. Se nos puso precio. Precio del joven, el sacerdote, el niño y la doncella”. Solo unos pocos españoles, como Bernardino de Sahagún, trataron de conservar el eco de aquellas voces heridas. También Troya fue atacada en el transcurso de una fiesta. El relato es conocido: un grupo de guerreros griegos se escondió en el vientre del famoso caballo. Los troyanos lo introdujeron en la ciudad para celebrar la paz, creyendo que los enemigos habían huido. Mientras danzaban indefensos, los soldados emboscados salieron a través de la escotilla de madera, y empezó la masacre. Siglos más tarde, el dramaturgo griego

Eurípides escribió una tragedia, Troyanas, donde las mujeres esclavizadas por los vencedores hablan, lamentan y recuerdan. La anciana reina de Troya dice: “¿Qué debo silenciar? ¿Qué he de llorar? No hay otra musa para los desventurados que la de clamar sus desgracias sin la compañía de los coros”. La historia es un tapiz entretejido de civilización y brutalidad, pero no olvidemos que entre nuestras tradiciones más antiguas late la mirada de quienes dieron la palabra al bando contrario sin encubrir la barbarie propia. Si no escuchamos la versión del otro, del adversario, incluso del derrotado, nosotros también perdemos: el rumbo y el humanismo.

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© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, S. L. © Irene Vallejo.


EN LIBRERÍAS

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NARRATIVA, POESÍA, ENSAYO El funcionamiento general del mundo

La desaparición del principito

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A FUEGO LENTO

La ciudad que ya no existe

Almas flexibles México, 2021

Eduardo Sacheri Alfaguara México, 2021 525 páginas

Joaquín Guerrero Casasola Planeta México, 2021 405 páginas

Carlos Villasana Planeta México, 2021 216 páginas

Un viaje en familia a las Cataratas de Iguazú termina convertido en una expedición a la Patagonia. Y no solo eso: esa expedición conduce también a la juventud del protagonista y a una historia anclada en 1983, al futbol y a la ley de la selva en un colegio para varones. Sacheri ofrece una novela de tránsito, con una cauda de experiencias grandiosas y también humillantes, en la cual la lucha por definirse a sí mismo es el salvoconducto hacia la plenitud de la edad adulta.

El 31 de julio de 1944, Antoine de Saint-Exupéry despegó en una misión de reconocimiento y no volvió a saberse de él. Con este hecho misterioso en el horizonte, Guerrero Casasola traza una novela en la que convergen tres enigmáticas figuras: un detective de homicidios, un limpiador de escenas del crimen y un soldado alemán que sirvió en los campos de concentración. El resultado es una red de intrigas y pistas falsas que abonan a favor de la especulación histórica.

El creador del proyecto “La ciudad de México en el tiempo” reúne cien fotografías inéditas que pueden mirarse como un paseo por avenidas, edificios, barrios, monumentos de una urbe que fue la de nuestros antepasados y que tal vez pueda pertenecer a las nuevas generaciones. Las imágenes son más que sorprendentes (como la de una cancha de futbol en la actual Zona Rosa y la estación de ferrocarril en Insurgentes y Reforma) y son comentadas por Alejandro Rosas.

Cien años en contra del fantasma del Caudillo

Los perfeccionistas

María Antonieta

Víctor Manuel Mendiola Prosa Nostra México, 2021 59 páginas

Simon Winchester Turner Noema México, 2021 376 páginas

Sandra Flores Flores Madre Editorial México, 2021 96 páginas

Como es normal en la obra de todo poeta auténtico, la poesía de Ramón López Velarde continúa abierta a interpretaciones. En este caso, Mendiola se acerca nuevamente a “La suave Patria”, el supuestamente amable “poema nacional”. Anota el ensayista: “Me puse a releer el poema y me di cuenta de que este no era tan suave y tampoco tan sencillo como habían pensado varios de sus lectores”. “La suave Patria” es, en realidad, “el poema crítico contra el patrioterismo”.

Los aviones, el lente de una cámara, las máquinas de rayos X, el telescopio Hubble, los lavaplatos, el microchip deben su funcionamiento preciso al trabajo obsesivo de sus creadores: perfeccionistas, como el título de este ensayo que se ocupa de los talentos de la tecnología que hizo posible el mundo tal como lo conocemos. John Wilkinson, Henry Maudslay, Jesse Ramsden, Joseph Bramah y Joseph Whitworth, nombres de fama escasa, se cuentan entre ellos.

Como lo han mostrado ejemplos recientes como los de Lady Di, la vida en una corte real no es fácil; la reina María Antonieta de Francia es otra muestra emblemática. En esos matrimonios arreglados que eran comunes antaño, su esposo, Luis XVI, no fue la mejor pareja que le pudo tocar. Los frutos de la frivolidad que anuncia el subtítulo maduraron de modo natural en un entorno lleno de intrigas palaciegas. La pareja real terminó siendo guillotinada, sin haber sido tirana.

Con el Bicho en el cuerpo ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

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alos tiempos nos han tocado vivir, o aun peores, desde que el Bicho llegó a nuestras vidas. A la zozobra hay que sumar el miedo, y a este la desconfianza por todo lo que resulte ajeno. De modo que no deberían sorprendernos los ya demasiados testimonios sobre el trato con el nuevo enemigo de la especie humana. Comienzan a resultar abrumadores y en algunos casos hasta oportunistas y chapuceros. Hay, por fortuna, libros iluminadores como Almas flexibles (Turner Noema) de Fernando Fernández. No solo es capaz de traducir la inminente debacle emocional y fisiológica sino de conciliar la observación con la reflexión y, todavía más, la auscultación del cuerpo doliente con una escritura vivaz, plena de imágenes, casi frondosa. Almas flexibles tiene la forma de una sonata, y no por capricho pues la música guía muchos de sus pasajes. Abre con la enunciación del tema principal que más tarde se expande, bifurca, y vuelve hacia sí mismo después de múltiples variaciones. En otras palabras, inicia anunciando el contagio por el virus SARS-CoV-2 y de ahí parte hacia la escalada de la enfermedad y la prolongada recuperación tras un breve periodo de internamiento en un hospital. Por momentos, la narración adquiere un tono clínico. Ahí están los estragos descritos con minucia científica; los medicamentos, sus efectos y sus formas; los trabajos de médicos y enfermeras. Dos presencias llamaron mi atención: la de un aroma “húmedo, concentrado, triste” que provenía del ambiente en los primeros días de convalecencia, y la de un sudor pestilente que se manifestaba por las noches. ¿El anuncio fatal que portaba un invisible heraldo negro? En otras ocasiones, Fernando Fernández se concentra en sus semejantes: su padre, su amiga Chicu, la mujer oaxaqueña que muere tras una larga agonía. Y todo esto sin melodrama ni excesos teatrales. Almas flexibles abre y cierra con una declaración de amor a Las cartas a Lucilo de Séneca y su elogio de la elasticidad del pensamiento. Por alguna desconocida razón, sin embargo, sus vaivenes me llevaron hacia la cara opuesta de esa visión, a las Meditaciones en tiempos de crisis de John Donne, en las que leemos: “Un lecho de enfermo es un modelo de tumba, y todo lo que el paciente dice allí no es más que una variación de su epitafio”.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.

7 DE AGOSTO 2021

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HUSOS Y COSTUMBRES

Tripas ANA GARCÍA BERGUA

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reinado en todo este periodo, a extremos exagerados. De las conferencias mañaneras de las que muy seguido brotan por desgracia toda clase de vientos y regurgitaciones, las noticias de espanto y los regaños vespertinos que hemos padecido con terror de contagio, el concierto visceral de nuestra vida pública no se ha detenido. Y no se hable de las recientes elecciones y consultas: votar con las tripas ante propuestas de desaparecer visceralmente a las partes opositoras. ¿Será que, para entender lo que el futuro nos depara, tendremos que leer hígados e intestinos como los arúspices romanos? La oficina de nuestras tripas habrá de ser la opuesta de los bomberos, que a saber en qué parte del cuerpo se podrían encontrar: una parte que enfríe, calme, piense; será quizá el tacto suave de las manos o el de la mirada que mide. Quizá la del cerebro: la mente fría, dicen, la que considera las cosas sin dejarse llevar por la emoción; o la

arece que ya es sabido que nuestro sistema digestivo tiene neuronas; son neuronasmuysensibles,pienso, especialmente temperamentales y a lo mejor no reaccionan de maneras tan inteligentes como se esperaría de una neurona hecha y derecha: ante cualquier contrariedad, lo único que se les ocurre es mandarlo a uno al baño o a la farmacia a comprar Peptobismol. De verdad que cuánta susceptibilidad: si con cualquier preocupación nos sacan de combate, con los terrores lanzan llamas, alaridos e inundaciones, es de no creerse la de recursos operísticos con que los estómagos nos azotan. No sé, será que tantos meses de pandemia, si no encerrados en las casas, por lo menos concentrados en las noticias del cuerpo y las sensaciones, a la espera de no perder a nadie más y no contraer la enfermedad, nos volvieron especialmente sensibles. Pero no solo: da la impresión de que las tripas han

del corazón, que acaso entiende. ¿Pero no es la mente la que se enardece de ideas locas, no es el corazón el que se apasiona? Las tripas son las que gritan en su nombre, las que se desbaratan. Son como los espectadores de nuestro estadio corporal: volátiles, crédulas como votantes demasiado convencidos o como público de futbol, se retuercen, saltan y se rebelan. Y no siempre podemos controlarlas, ni deshacernos de ellas. Hígados, vesículas, estómagos, apéndices, órganos esdrujularios y temperamentales, bailan en estos días por nuestros cuerpos inanes. Habrá que armarnos de paciencia y de placer, especialmente; defender el placer de la lectura, que es también el de la inteligencia y la curiosidad, que no son poco, y alegrarnos de haber podido ver, en las Olimpiadas, los prodigios de aquellos cuerpos deportistas y sus alcances, ese esplendor que también somos.

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CAFÉ MADRID

El Retiro indispensable

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o es solo porque hace poco hayan remodelado el Paseo de México donde, según se mire, empieza o acaba el majestuoso acceso que da a la Puerta de Alcalá, ni porque siempre que me adentro en su arbolado laberinto, o paso por su lago artificial, me acuerde de Chapultepec, ni por su moderna, luminosa (y bien surtida y pública y gratuita) biblioteca, ni por los pomposos pavorreales que pisan un jardín de cuento, ni por el Palacio de Cristal que tiene un aire a la Casa del Lago del ex-de-efe, ni por la coqueta y vetusta sala de fiestas donde se dejaba ver la jet set de la España Cañí y se grababan programas musicales de televisión. Ni tampoco es solo porque tiene un monumento dedicado a Pedro Vargas o por la estatua de Benito Pérez Galdós o, incluso, por la del Ángel Caído (entre otras efigies), ni por la variedad de sus visitantes (de todas las clases sociales y nacionalidades), ni por sus entusiastas cómicos y cantantes que se ganan la vida pasando el sombrero. Ni siquiera por su maravilloso aspecto en otoño, cuando las hojas amarillentas o marrones lo alfombran por completo y un sol tímido lo ilumina y yo, tan simple y tan cursi, me paso días enteros recorriendo todas sus arterias como si no hubiera un mañana. No es solo por eso. O también por eso. Pero a mí, en realidad, me fascina el Parque de El Retiro por la enorme sensación de libertad y tranquilidad que me brinda. Por el “efecto de sanación”, incluso, que ejerce sobre mí. El mes pasado, después de varios intentos, El Retiro fue declarado Patrimonio Mundial de la Unesco. A mí no me hacía falta que le adjudicaran tan pomposo título, pero a

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA MIRADOR MADRID

él sí. Porque de esta manera el Ayuntamiento de Madrid está obligado a no descuidarlo. Y eso quiere decir que siempre estará en óptimas condiciones para visitarlo (sin vías obstruidas, sin plagas de molestos insectos y sin bancas rotas, por ejemplo). El parque no fue incluido solo en la prestigiosa lista de la Unesco. Le sumaron el Paseo del Prado, en torno al cual se articula el denominado triángulo del arte, formado por

Aquí se encuentra actualmente el árbol más antiguo de Madrid. ¡Y es mexicano!

el Museo Reina Sofía, el Thyssen y el Museo del Prado. Esto quiere decir, entre otras cosas, que no podrán talar árboles de la avenida y, en consecuencia, la baronesa Tita Thyssen no tendrá que volver a encadenarse a uno de ellos para impedirlo, como lo hizo en 2007, cuando el gobierno local quiso beneficiar a los especuladores inmobiliarios que babeaban por la zona. Y a mí me encanta que todo este conjunto arquitectónico, escultórico y paisajístico esté protegido de “modernos” o corruptos que pretendan alterarlo en función de sus intereses. Celebro, además, que sea el primer Paisaje Cultural Urbano de Europa tomado en cuenta por el organismo especializado de Naciones Unidas.

Palacio de Cristal, enclavado en el Parque del Retiro.

El Parque de El Retiro fue construido en el siglo XVII para el disfrute del rey Felipe IV (quien casi enseguida ordenó que le hicieran un lago artificial para jugar a las batallas) y, cien años después, se abrió al público. Aquí se encuentra actualmente el árbol más antiguo de Madrid. ¡Y es mexicano! Se trata de un ahuehuete, plantado en 1667, al que algunos llaman ciprés clavo y otros tantos le dicen “El Abuelete”. Mide unos 25 metros y cuentan que es el único árbol que se salvó de la tala que el ejército francés, encabezado por Napoleón, hizo en el parque al invadir Madrid. Los franceses necesitaban madera para su artillería y se les hizo fácil obtenerla aquí, pues era el lugar arbolado más cercano a su cuartel general. Se dice que el ahuehuete se libró porque solo agarraron sus ramas para instalar entre ellas un cañón. En la década de 1960, cuando España todavía era uno de los platós más activos de Hollywood, John Wayne, Rita Hayworth y Claudia Cardinale filmaron aquí algunas escenas de la película El fabuloso mundo del circo. Los productores mandaron vaciar el lago artificial para instalar la carpa del circo (y no se encontraron cadáveres de la Guerra Civil como algunos pensaban). Podría contarles, en fin, varias historias como estas, pero baste decir que el Parque de El Retiro no solo es el remanso verde de Madrid sino, sobre todo, un lugar indispensable en mi vida. Y sí, lo sé: Chapultepec es más grande (incluso hay quien dice que es “el mejor parque de Occidente”) y es Patrimonio de la Humanidad desde hace 20 años. Pero entiendan: ahora mismo el Retiro me queda más cerca.

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