Laberinto No.948 (14/08/2021)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

POSDATA

FERNANDO ZAMORA

ERNESTO LUMBRERAS

Amenábar y la sombra de Unamuno

López Velarde: el entuerto o la broma

Foto: Mod Producciones

Foto: Autor anónimo

SÁBADO 14 DE AGOSTO DE 2021 AÑO 18 - NÚMERO 948

La Conquista en escena según De Tavira y Olguín Braulio Peralta, Roberto Pliego/ FOTOGRAFÍA: PILI PALA/ ESCENA DE LA OBRA TEATRAL 1521: la caída


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ANTESALA

14 DE AGOSTO 2021

EN EL BANQUILLO

Naturalista TEDI LÓPEZ MILLS

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olpes leves contra el vidrio de la ventana en la noche, como gotas de una lluvia escasa o pequeñas piedras que una racha de viento podría arrojar hacia los costados del edificio. Pero no llueve ni hay viento. Es lunes, martes o miércoles. Estoy leyendo Middlemarch de George Eliot. Las palabras sobran cuando se desprenden de la trama y arman sus propias teorías acerca de los personajes que han quedado suspendidos en las páginas del libro mientras la prosa los va convirtiendo en arquetipos. Casi cada frase de Eliot funciona como un aforismo. I know no speck as troublesome as self. El temor a olvidar lo que leo me distrae de mi lectura. Oigo un zumbido intenso, homogéneo, individual que, de repente, se detiene como si estuviera muy cerca. Miro la pantalla de la lámpara: una abeja. No me muevo, mucho menos intento matarla, no por el miedo atávico a que me persiga hasta picarme, sino por las noticias trágicas de que ese “insecto himenóptero” está en vías de extinción. La abeja choca varias veces con la pantalla y el foco encendido, luego vuela hacia la cortina y se esconde en uno de los pliegues. Opto por ignorarla, quedarme con la conciencia tranquila de que hoy no exterminé a ese bicho. Quizá haya alguna retribución o reconocimiento; se corra la voz de que en el lugar donde vivo abundan las buenas intenciones. Al día siguiente descubro el cadáver de la abeja. No lo quito de lo que ya considero su tumba. Según mi reciente esoterismo ecológico, el cuerpo minúsculo va a disolverse por voluntad y sabiduría; acaso deje una diminuta estela de polvo que, por desgracia, terminará en las entrañas de la aspiradora, episodio que no me concierne pues la culpa le corresponderá a una máquina. Me asomo por la ventana y veo manchas inusuales en el piso del patio. Salgo a investigar: abejas muertas como si hubieran librado una guerra. Y lo hicieron al estrellarse contra el vidrio de la ventana. Mi hipótesis dramática, a tono con los tiempos, es que se están suicidando. O los insecticidas las embotan, ellas pierden la orientación y se dirigen hacia cualquier luz porque la confunden con el sol. Recuerdo los cuatro poemas sobre abejas que escribió Sylvia Plath en el otoño de 1962 en su casa en Devon. Su marido, Ted Hughes, y ella decidieron convertirse en apicultores; alguien les regaló una caja y una colmena de abejas híbridas italianas, normalmente dóciles, aunque furiosas por el encierro. Plath piensa en liberarlas: “¿Qué hago para que se vayan?/ El ruido es lo que más me inquieta,/ las sílabas ininteligibles./ Como de una horda romana”. Compara los frascos de miel con ojos de gato. La negrura en el sótano se “hacina ahí adentro como un murciélago…/ La sonrisa de la nieve es blanca”. Sé que las abejas agitan las alas once mil cuatrocientas veces por minuto, que bailan para comunicarse y que solo las hembras pican. Sé también que de ningún modo debo suponer que la experiencia de una abeja es mi experiencia simplemente porque yo la percibo.

Oigo un zumbido intenso que, de repente, se detiene como si estuviera muy cerca

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Mientras dure la guerra. Dirección: Alejandro Amenábar. España, Argentina, 2019.

HOMBRE DE CELULOIDE

Algo más que una caricatura

M

FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA MOD PRODUCCIONES

iguel de Unamuno está moribundo, mira al Cristo en su biblioteca. Lo increpa. Su esposa, fallecida ya, lo llama. Unamuno se mira dormido en el regazo de ella, quien lo abraza. Como una Virgen en La Piedad. Esta escena onírica en la película Mientras dure la guerra (que puede verse por HBO Max) contiene los elementos por los que hay que ver esta obra de Alejandro Amenábar. En primer lugar el cuadro mismo. El fotógrafo Alex Catalán consigue un cuadro que remite al academicismo francés y español. Auguste Cot de modo inmediato, pero si uno se fija bien encontrará también la referencia a Francisco Pradilla. Y no se trata de un comentario erudito o anecdótico. Más que imágenes bucólicas, Pradilla exaltaba la historia de una España que, en su momento, se encontraba en franca decadencia política y moral. Este hecho nos remite al presente histórico y a la exaltación que parece querer transmitir Amenábar en Mientras dure la guerra: un retrato grandioso y muy pensado de una historia que aún duele, la de la Guerra Civil y el ascenso de Franco al poder. Estos retratos no son fáciles. El filme dejó descontentos a “fachos y a rojos” pero consiguió poner a Amenábar en los reflectores que parecían haberlo abandonado y sobre todo

consiguió que una película española pudiese competir con el imperio hollywoodense durante al menos un par de semanas. Porque en su país todo mundo la vio. Y también en el nuestro hay que verla. Para asombrarse con lo que es, sin duda, la honestidad y el trabajo de un autor cuando lo que quiere es hacer un retrato y no una caricatura. Y es que, viniendo de Amenábar, uno esperaría que esta historia que va de la famosa polémica entre Miguel de Unamuno y José Millán-Astray terminara por ser una parodia. Como la que el director nos espetó en la fallidísima Ágora de 2009; caricatura esta sí en la que los malos son los sospechosos comunes: los cristianos. También por eso llama la atención la imagen del hombre que se mira dormido en un prado, en los brazos de su mujer. El furibundo ateo y liberal que ha sido Amenábar ofrece a su protagonista la posibilidad de imaginar un más allá bucólico y lleno de paz. Llegados aquí es posible especular que ha sido el propio

Miguel de Unamuno era un hombre que solo estaba comprometido con el pensamiento

Unamuno quien cambió a Alejandro Amenábar, un director que para narrar el ascenso al poder de Francisco Franco y, sobre todo, la famosa polémica en que los fascistas estuvieron a punto de linchar al escritor en el paraninfo de la Universidad de Salamanca tuvo que investigar a profundidad y encontrar que a veces los fascistas (o al menos sus esposas) tienen actos de humanidad. Miguel de Unamuno era un hombre que solo estaba comprometido con el pensamiento. Justamente por eso no tuvo empacho en ser socialista y abandonar el socialismo, ser ateo y abandonar el ateísmo, ser nacionalista y abandonar el nacionalismo. Como buen intelectual, analizaba los hechos con la curiosidad de un sabio que, como vemos en Mientras dure la guerra, puede extraviarse del mundo doblando papelitos, haciendo papiroflexia. Y Amenábar ha tenido la honestidad de dejarse seducir por este protagonista. Este hombre que en la cara de Millán-Astray tuvo la valentía de discutir el lema de la Legión Española, el famoso “Viva la muerte”, y además tuvo el valor de decir a los fascistas en su cara: “venceréis, pero no convenceréis”. Mito o no, la realidad de este escritor fue capaz de volver artista a un director de cine que solía hacer caricaturas y nada más.

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ANTESALA

14 DE AGOSTO 2021

ESCOLIOS

POESÍA

Con los ojos... SILVIA TOMASA RIVERA

Con los ojos recién abiertos inhalo un aroma antiguo como de flores secas. Recuerdo las brillantes rosas amarillas en el jarrón del angosto pasillo. Cuántos días han pasado cuántas noches, resulta que el tiempo no está perdido es un atisbo de conciencia un informe de vida. Afuera de este cuarto el ruido parece una explosión, me vuelvo a la pared limpia de insectos. Mi mente en la vigilia abandona el campo de batalla. Este poema pertenece a Lobo de ciudad grande, de reciente aparición bajo los sellos de la UANL y La Otra.

EX LIBRIS

Obscena impunidad/ EKO

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El lector impuro ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

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@Sobreperdonar

s sabido que Roberto Calasso fue, antes que nada, un lector prodigioso que, desde niño, asombraba a sus interlocutores con su erudición y discernimiento. Este empedernido e insaciable devorador de libros también resultaba desconcertante por su alejamiento de los modelos convencionales de lectura. La forma de leer de Calasso (y sus sublimes ecos en su labor editorial y en su escritura) rebasa el carácter instrumental, el conocimiento positivo y el análisis racional y solo se entiende cabalmente dentro de una reverberación poética y analógica. Así, la fórmula de lectura calassiana resultaría sospechosa e impura por varias razones: su curiosidad, que traspone osadamente las fronteras disciplinarias; su extemporaneidad, que mezcla épocas, civilizaciones y cosmovisiones, y su voluptuosidad, que se solaza tanto con los argumentos e historias como con la música y la figuración de las palabras. Se trata de una lectura que aspira a ser absoluta; una ambición desmesurada para, mediante el rodeo por otras eras, abordar su propio tiempo, descubriendo los restos del mito más arcaico en la gesticulación contemporánea, observando los despojos de lo sagrado encaramados en lo cotidiano. Esta forma de intelección (que comparte con un pequeño linaje de autores desde Canetti y Lezama Lima hasta Callois, Girard o Quignard) resulta inaceptable para los modos ortodoxos de lectura, pues desafía su hambre de dogmas, simplificaciones y certezas edificantes. A partir de su condición de lector impuro, Calasso irrumpió violentamente en disciplinas como la antropología, la filosofía, la filología, el psicoanálisis, la historia antigua y la historia de las religiones para, desde esas regiones del saber, brindar atisbos de lo inefable. Se trata de una ambición que, aunque nutrida del mayor rigor, rechaza la exposición sistemática y se nutre de las correspondencias insólitas. Calasso quiere hacer una tentativa múltiple de desciframientos que requiere utilizar instrumentos oscilantes entre la poesía y la religión, como la analogía, la paradoja o la epifanía. En los libros más representativos de este método de lectura, La ruina de Kasch o Las bodas de Cadmo y Harmonía, por ejemplo, Calasso superpone escenas históricas, organiza una excitante rapiña de símbolos y patrocina una orgía de seres reales, míticos y fantasmales. Si su incomodidad y desdén del tiempo presente lo llevan a hurgar en lo arcaico, ese punto de comparación le permite refrescar la perspectiva de su época. Al final, Calasso revela un curso histórico que, con empobrecidos ropajes simbólicos, replica el mismo afán de dominación y de violencia. Por eso, el intento de Calasso va mucho más allá de la taxonomía de los mitos que patentó el estructuralismo, pero también de esa pretensión ingenua de restituir al mito como forma de conexión con el mundo. Su escritura más bien apunta a lamentar el extravío de una era, la nuestra, saqueada de dioses y habitada por todo tipo de falsas deidades.

Calasso superpone escenas históricas, organiza una excitante rapiña de símbolos

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DE PORTADA

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Luis de Tavira y reflexionan so fundacional y en los esc

El teatr Conq El dramaturgo, director de escena y Premio Nacional de Ciencias y Artes en 2006, nacido en 1948.

BRAULIO PERALTA

Los personajes de la catarsis nacional

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irector de teatro, Luis de Tavira es también el creador que hace uso del escenario para hablarnos de Morelos, León Toral, López Velarde o Hernán Cortés. Historia e identidad de México donde los personajes se asoman y dan la cara para decir sus verdades contra la historia oficial. Pocos saben lo que tú sobre la Conquista de México en el campo dramatúrgico. Conoces obras que van del teatro náhuatl al presente. Pienso en Corona de fuego y Corona de luz, de Rodolfo Usigli; Los argonautas y Moctezuma II, de Sergio Magaña; La noche de Hernán Cortés, de Vicente Leñero… Sobrevaloras lo que puedo saber sobre un tema tan complejo. Conozco las obras que mencionas, pero las recuerdo lejanas para hablar con fundamento. Sin embargo, he seguido reflexionando sobre la relación teatro e historia y de modo especial la postura antihistórica de Usigli al respecto, cuyo peor ejemplo es su obra sobre Cortés (Corona de fuego), y tal vez el mejor, su obra sobre Guadalupe (Corona de luz). O el intento de Leñero de proponer un teatro-documento mexicano, cuyos mejores ejemplos son los que dramatizan el juicio de León Toral o los procesos de Morelos. Su obra sobre Cortés sería casi la del antidocu-

mento, por las discutibles “verdaderas historias y revelaciones”, la pérdida de la memoria o la amnesia voluntaria de los mexicanos, según lo formuló Alfonso Reyes. Sobre las obras de Magaña, la de la Conquista (Los argonautas) o Moctezuma II, tengo impresiones más bien vagas sobre casi un intento solemne y deliberadamente shakespereano de tragedia histórica. Lo que me ha interesado más recientemente es el libro de Miguel León-Portilla sobre el teatro náhuatl: una selección de pensamiento teatral, consignación de tradiciones, textos dramáticos y fragmentos que constituyen una prodigiosa visión teatral de los vencidos. Tú dirigiste La noche de Hernán Cortés, en 1992. En su Cortés, Leñero quiere mostrar la relatividad de los documentos historiográficos y que, vistos así, no pueden legitimar a ninguna de las versiones oficiales del lado que sea: lo que han hecho es mitologizar para manipular a través de leyendas, blancas o negras. Como él decía, vivimos en el país donde “Nadie sabe nada” y, añadiría, tampoco quiere saber. Ese es el problema de la conciencia histórica: el talón de Aquiles de una cultura incapaz de objetivarse a sí misma, como decía Samuel Ramos. De ahí la necesidad del teatro que muy pocos consiguen entender. El teatro crea los personajes de la catarsis nacional. Por eso Ibsen decía que un pueblo sin teatro es un pueblo sin verdad. El teatro es producción de verdad; la verdad es el significado de lo real para alguien. Dice Aristóteles en su Poética que la superioridad del drama sobre la historia

consiste en que mientras que el propósito de la historia es narrar lo que alguna vez sucedió, el propósito del teatro es mostrar lo que sucede siempre. Dices que “el teatro es mostrar lo que sucede siempre”, pero la historia ha ganado la partida y el teatro ha sido el olvidado del convite. Así es. En esa partida, que solo es otro malentendido de la inepta cultura, ha prevalecido una historia que afirma sus negaciones, y al ser relegada esa especial verdad solo reservada al teatro, se ha perdido la dimensión de lo humano, que entraña la condición del espectador de su propio acontecer. Pero este es solo un episodio de un trayecto mucho más largo. La tragedia del vencido a la que canta Esquilo en Los persas posee una actualidad incomparable frente a las curiosidades que refiere la narración victoriosa del historiador Tucídides. La verdad del teatro no puede ser la misma verdad que persigue la ciencia porque entonces el teatro sobraría. Hablabas del libro de León-Portilla: Teatro náhuatl, prehispánico, colonial y moderno. El libro póstumo de León-Portilla comienza así: “Pensaban los antiguos mexicanos que su gran dios Tezcatlipoca tenía un espejo, su tlachialoni, para contemplar en él todo lo que hacían los hombres en la tierra”. Más que el inicio de un recorrido historiográfico,

“El contenido de toda historia humana se agota en el sino de las culturas particulares”

FOTOGRAFÍAS JORGE GO

lo que propone es una poética capaz de elucidar el impulso de una teatralidad originaria como vía de conocimiento; una teatralidad en la que, dice LeónPortilla, sus creadores y espectadores “ríen y meditan; a la vez contemplan y piensan”. Ese tlachialoni prodigioso se asemeja a lo que nombra la palabra griega theatrón, mirador, asombroso artificio que nos convierte en espectadores de nuestro acontecer. El contenido de toda historia humana se agota en el sino de las culturas particulares que se suceden unas a otras, se tocan, se dan sombra, se oprimen, se asimilan o se destruyen. Mucho ha desaparecido, mucho se reinventa, algo se conserva. Ahí están vivas esas terribles “Danzas de la Conquista”, esos enigmáticos “Moros y cristianos”, esas “Pasiones”. Pero sobre todo la tradición del Teatro Guadalupano, basado siempre en el drama náhuatl Nican mopohua, una tradición ininterrumpida desde el original de Antonio Valeriano, entre aparicionistas y antiaparicionistas, desde el auto mariano de Fernández de Lizardi, el grito de Hidalgo con el estandarte guadalupano, hasta Usigli y Óscar Liera. Con Cúcara y mácara, ¡claro! Usigli dijo: “Guadalupe no es adorno, es destino”. Si hay algo a lo que podríamos llamar Símbolo Nacional, porque es capaz de integrar en una igualdad tal diversidad como la mexicana, ese símbolo es Guadalupe. Por otra parte, el teatro es el arte de la peripecia, el espectáculo que con mayor hondura puede ofrecer a la conciencia la experiencia de la más cabal ley de la historia. Un teatro capaz de representar las cosas como son es un buen teatro. Será mejor si además muestra las causas del sufrimiento de la mayoría y será aún mejor si muestra que el cambio es posible y que la desdicha pudo evitarse.

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DE PORTADA

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y David Olguín obre ese hecho y su actualidad cenarios

ro de la quista

ONZÁLEZ/ ULISES ÁVILA

ROBERTO PLIEGO

El dramaturgo, director de escena y ensayista, nacido en 1963.

Choque de naturalezas humanas

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l 12 de agosto, en el teatro El Milagro, David Olguín estrenó 1521: la caída, 22 monólogos que terminan conformando una visión plural y contrastante de la Conquista. Son cuatro programas, que se presentan como si fueran cuatro montajes distintos, pero en un mismo espacio y con la misma organización escénica. Inicia con los augurios sobre el regreso de Quetzalcóatl y cierra con la derrota del imperio azteca. Con una mezcla de actrices y actores jóvenes y otros de amplia trayectoria, y con iluminación y escenografía de Gabriel Pascal, la obra teatral —que permite el encuentro con el público— llama a una postura a contracorriente de las historias oficiales y las verdades absolutas. ¿Hablamos de una obra histórica, de una recreación o de una puesta inclinada hacia la ficción? Es una obra que tiene sin duda un marcado fundamento histórico en la medida en que los monólogos hacen el esfuerzo por retratar el contexto y la idiosincrasia de los personajes que actúan y hablan, y eso implica por fuerza una subjetividad lo más fundamentada posible, una dura batalla de documentación. En ese sentido, es histórica. Pero, como enseña Marcel Schwob en Vidas imaginarias, no es lo mismo la ciencia de la historia

que la ficción literaria, la nervadura invisible de la hoja de la historia. Pongo un ejemplo: el de un conquistador que viajó con Juan de Grijalva en sus dos incursiones de exploración hacia la península de Yucatán, Benito el Panderetero. Se sabe que bailó para los totonacos. Y lo sabemos porque se incorporó al ejercito de Cortés, un hecho que consignó el cronista Juan Álvarez. Ahí está ese único dato, ese hombre del que no sabemos nada más y que ni siquiera menciona Manuel Orozco y Berra. Así que me aventé la tarea de construir al personaje desde la posibilidad de la ficción. Ese riesgo llega incluso a darle voz y acción a los animales y a ciertas divinidades. Ahí está La Rabona, uno de los caballos que llegaron con Cortés; está una lebrela, que los españoles usaban para intimidar a sus enemigos; está un guacamayo totonaco y una lagartija. Podemos hablar también de Santiago Apóstol, del que Bernal Díaz del Castillo asegura que se apareció en la batalla de Cintla, y de la Coatlicue. Así que me gusta pensar en un mosaico que aglutina muy distintas voces en el que no faltan las de rigor: Hernán Cortés, Moctezuma II, Malintzin, fray Bartolomé de Olmedo y Bernal Díaz del Castillo. Asimismo, presento personajes poco conocidos: Juan Garrido, un angoleño del que se dice que fue el primer panadero en estas tierras luego de que Cortés le regaló tres granos de trigo; María de Estrada, una feroz guerrera española, de la

que se cuenta incluso que enfrentó a Pánfilo de Narváez y llegó a vencerlo; capitanes mexicas, mujeres anónimas que sufrieron el sitio de Tenochtitlan y ocuparon el sitio de los guerreros caídos. La idea es que cada uno de los monólogos se integre a los demás y establezcan un contrapunto. Creo que la naturaleza del teatro es mostrar las verdades en conflicto y evitar los puntos de vista maniqueos que la actualidad está propiciando. Entiendo que en 1521: la caída hay lugar para aquellas figuras cuyos nombres no están impresos en letras de bronce sino que se han escrito con minúsculas. Eso es algo que me interesaba mucho pues esos personajes dan la mayor posibilidad de ficcionalizar, más allá de que casi todos tienen fuertes raíces historiográficas. Cortés, por ejemplo, no aparece sino hasta el cuarto programa, cuando Tenochtitlan ya se encuentra bajo asedio. Lo mismo sucede con Bernal Díaz del Castillo, a quien ubico al final de sus días, en la Audiencia de los Confines. Quiero creer que no es una obra que solo mire hacia el pasado sino que también se dirige a nuestro presente. El gran reto de escribir estos monólogos era cómo encontrar un código, una matriz, de un habla que tuviera

“No somos ni un bando ni somos los pueblos originarios, pero ahí están nuestras raíces”

el espíritu de aquellos tiempos, de aquella gente, pero desde el español que hablamos estos días en México. Quiero decir que intenté construir puentes que comunicaran nuestra actual condición humana con la de aquellos hombres y mujeres. ¿Podemos hablar de una tradición teatral que se inspira en la Conquista? Para todo dramaturgo es un reto entrarle a ese momento histórico, un momento definitorio de nuestra constitución como nación. No somos ni un bando ni somos los pueblos originarios; somos otra cosa, pero ahí están nuestras raíces. De suyo, ofrece una galería fascinante de personajes, conflictiva a más no poder. No estoy en la línea de la antihistoria ni del panegírico que hizo Rodolfo Usigli. Creo que soy más un desacralizador que hace ejercicios de reconstrucción que son también literarios. ¿Cuál es la verdad del teatro frente a un hecho histórico como la Conquista? La verdad del teatro es la del choque de subjetividades: quién es tu enemigo, quién es tu aliado, un enfrentamiento de naturalezas humanas. No hay más que verdades parciales. Un fenómeno que siempre invoca el teatro cuando trata con personajes de carne y hueso es el de las preguntas que nos hacemos a cada momento: qué decidimos, por qué camino optamos. Hay una frase de Stephen Dedalus, el personaje del Ulises de Joyce, que siempre me ha gustado: la historia es una pesadilla de la que me quiero despertar. La Conquista es un momento en el que formas de vida, formas de gobierno, fueron destruidas, y eso me parece fascinante como estímulo teatral.

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LITERATURA

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POSDATA

El entuerto o la broma La errónea atribución de “La mujer X” a López Velarde ha provocado las críticas de algunos escritores ERNESTO LUMBRERAS FOTOGRAFÍA AUTOR ANÓNIMO

El sábado 31 de julio, en su edición 946, Laberinto publicó el texto “Un poema desconocido de López Velarde”, escrito por Evodio Escalante en referencia a “La mujer X”. Guillermo Sheridan fue el primero en advertir el equívoco en su cuenta de Twitter, señalando a su probable autor: Enrique Fernández Ledesma. En días recientes, el poeta Luis Vicente de Aguinaga publicó en la revista digital La Santa Crítica un artículo para “desautorizar el yerro con toda nitidez”, dado que ni Escalante ni el editor de Laberinto reconocieron “el error públicamente” ante el comentario de Sheridan. Desde luego, admitimos la equivocación y el siguiente artículo —solicitado antes del señalamiento de Luis Vicente de Aguinaga— es muestra de ello.

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clarado el equívoco por el tuit de Guillermo Sheridan, el poema “La mujer X” de Enrique Fernández Ledesma tuvo la ilusión —al menos por un día— de haber sido escrito por Ramón López Velarde. Tal vez el entuerto o la broma no duró solo un día, sospecho y divago. Una semana después del artículo de Evodio Escalante, publicado aquí en Laberinto, Luis Vicente de Aguinaga abonó argumentos para desvanecer la confusión; incluso rompió una lanza para releer sin prejuicios al autor de Con la sed en los labios (1919) al que en vida llovieron —de Carlos Pellicer y Salvador Novo, por ejemplo— duros ataques “por imitar” al autor de La sangre devota.1 Entre los dos poetas, nacidos en pueblos de Zacatecas y educados en su primera juventud en Aguascalientes, se forjó una amistad sin dobleces, de una lealtad a carta cabal. El prestigio del jerezano arropó y promovió las letras del amigo al grado de publicar, en la misma editorial que diera a conocer Zozobra, su único libro de versos. Pero, también, la confianza fraterna entre estos dos “bohemios” los llevó a cerrar filas cuando el giro de la obra velardeana —con las entregas líricas de su segundo libro— alentó dudas y descalificaciones de la canalla literaria de la época. Fue precisamente Fernández Ledesma el confidente en torno de los comentarios amargos que suscitó “La última odalisca”2 y de la resolución de López Velarde para “escribir un poema tan simple, tan cristalino, tan llano” para desconcertar a sus detractores. De Aguinaga refiere que Allen W.

Phillips había detectado el error, apenas consignado en una escueta nota a pie de página en su libro de 1962.3 Necio como Santo Tomás, quiero ver y tocar las fuentes hemerográficas originales. Revisar, por ejemplo, si en la edición del día siguiente de El Universal4 o en posteriores se aclaró o no la equivocación. ¿Por varios meses Enrique Fernández Ledesma fue el autor de “Ánima adoratriz” y Ramón López Velarde de “La mujer X”? ¿Estamos seguros que fue un error del formador de la página? El humor y el desenfado del autor de Galería de fantasmas fueron conocidos y celebrados por sus contemporáneos.5 En honor de esa levedad, la posible boutade convenida por los amigos —va mi resto al 8 negro de la ruleta— se mantuvo al menos hasta finales de 1919, en el que se publicaron sus respectivos libros en las ediciones de México Moderno. Contrastadas las piezas, “La mujer X” es a todas luces “un poema tan

El prestigio del jerezano arropó y promovió las letras de Enrique Fernández Ledesma

simple, tan cristalino, tan llano”, a mucha distancia de las piruetas verbales y los enigmas insondables de “Ánima adoratriz”, ejemplo absoluto de lo “despatarrante”, diría Enrique González Martínez. Otra vez, el aleteo de una mariposa en Tacámbaro provoca un tifón frente a las costas de Malasia. La broma o el entuerto literarios de 1919 —los sutiles mecanismos de la trampa que fascinaron a Borges y Perec— convocaron un siglo después a varios escritores mexicanos a un teatro o un ring de sombras, ora cándidos y solemnes, ora rigurosos y despreocupados.

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1 El artículo en cuestión: “Vida y milagros de la mujer X”, 9 de agosto de 2021, de la revista virtual lasantacritica. Enlace consultado el 10/08/2021 https://lasantacritica. com/lo-que-trajo-el-cartero/vida-ymilagros-de-la-mujer-x/ 2Poema publicado en El Universal Ilustrado el 11 de abril de 1919. 3Según la breve noticia de Phillips, “ ‘Ánima adoratriz’ apareció en El Universal, el 26 de enero de 1919, con

un error de firmas; pero no sabemos si se tomó ya del libro Zozobra”, lo que da pie a De Aguinaga para conjeturar razonablemente que en esa misma edición apareció “La mujer X”, poema acreditado equivocadamente a López Velarde. La última oración de la cita desconcierta porque, para esa fecha, el segundo libro del jerezano estaba en proyecto. ¿Qué quiso decir Phillips? 4 Apoyándose de nueva cuenta en Phillips, De Aguinaga, con la colaboración de Carlos Ulises Mata, nos enmienda la plana a Alfonso García Morales y a mí, aclarando que el supuesto entuerto lírico no tuvo lugar en las páginas de El Universal Ilustrado sino en los pliegos de El Universal. Otro asunto a despejar es el origen de esta confusión que se prolonga en la edición del 19 de junio de 2021 de El Universal en línea. 5 El círculo de íntimos de López Velarde gustaba de la guasa y la picardía. Un ejemplo de suplantación: en viaje a Guadalajara, en mayo de 1921, Rafael López hizo pasar al doctor Jesús López Velarde como Jesús Fernández Ledesma, según la nota de sociales de El Informador.


EN LIBRERÍAS

14 DE AGOSTO 2021

POESÍA, NARRATIVA, ENSAYO La surrealista oculta

Oryx y Crake

Territorio de luz

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POESÍA EN SEGUNDOS

13 de agosto VÍCTOR MANUEL MENDIOLA

A Valentine Penrose WunderKammer México, 2021 336 páginas

Margaret Atwood Salamandra España, 2021 488 páginas

Yuko Tsushima Impedimenta España, 2020 193 páginas

Es la primera ocasión en que la obra de esta poeta reconocida por Paul Éluard ve la luz en español. Esposa de Robert Penrose, una figura eminente de los círculos literarios en Inglaterra, formó parte del movimiento surrealista en París durante sus años de mayor influencia. Su poesía conjuga el esoterismo con una perspectiva erótica de la realidad, las referencias a la naturaleza con el lenguaje de la sensualidad. Fue, por cierto, la autora de la célebre novela La condesa sangrienta.

La autora de El cuento de la criada se aventura con una ficción especulativa. Su argumento no puede ser más premonitorio: después del azote de una plaga y de una serie brutal de cataclismos naturales, la humanidad se encuentra a un paso de la extinción. El protagonista llora la pérdida de su mejor amigo y de la mujer de la que estaba enamorado y, mientras tanto, se dirige hacia la burbuja de alta tecnología donde espera encontrar respuestas a los hechos pasados y futuros.

De fuerte naturaleza autobiográfica, esta novela, publicada en Japón en 1979, es un llamado a la independencia y a la vez un canto a la soledad. Una bibliotecaria pasa los días sin propósito alguno después de ser abandonada por su esposo y padre de su pequeña hija. Su única relación con el mundo es la ventana de su departamento, desde la cual mira los cambios de las estaciones y a la gente que pasea o se mueve con prisa. La atmósfera tiene el sabor de un te amargo.

Ese horrible deseo de pertenecer

El revés de la trama

Napoleón

Igor Ramírez García-Peralta Emecé México, 2021 251 páginas

Graham Greene Libros del Asteroide España, 2020 360 páginas

María Rosas Madre Editorial México, 2021 96 páginas

“Juntos nos entregábamos a nuestros impulsos. Ella iba por la religión y yo por fantasearme mujer”, leemos al inicio de esta novela de fuerte contenido erótico que nos lleva hasta la condición marginal de un personaje marcado por el rechazo familiar y la influencia de una abuela dictatorial. Vamos de Guadalajara a Nueva York y de regreso, y entretanto la trama adquiere un ritmo de furtivos encuentros sexuales y ansias de libertad. El amor se plantea como deseo insatisfecho.

El escritor inglés es más conocido por thrillers como El tercer hombre y Nuestro hombre en La Habana, que Jorge Ibargüengoitia llamaba “divertimentos”, pero también es autor de novelas “serias”, como la presente, en la que explora la circunstancia humana. La acción ocurre en un país africano y expone la difícil relación del subcomandante Scobie con su esposa. Aficionada a la lectura, sufre por su soledad; quiere salir de ahí, pero su esposo carece de recursos.

Contradictoria resulta la figura de Napoleón: por un lado, llevó a los países que conquistó los principios de la Revolución francesa —libertad, igualdad, fraternidad—, pero, por otra, siguiendo a los emperadores romanos, concentró en su persona el poder político extendiéndolo temporal y espacialmente lo más posible. Genio militar y político, aprendió estas habilidades de Julio César y Maquiavelo. Modelo de los dictadores modernos, no dejará de ser controvertido.

unque la poesía sobre la caída de México-Tenochtitlan parece ser escasa y poco significativa, quizá tiene una relevancia mucho mayor. Si pensamos, entre otros poemas, en El peregrino indiano de Antonio de Saavedra Guzmán, de fines del siglo XVI, y si tomamos en cuenta Primavera indiana, de finales del XVII, basada en los textos de los evangelistas guadalupanos —textos que arrancan siempre de la referencia directa a la guerra de Conquista, colocando este hecho como un antecedente esencial a la aparición de la Virgen—; y si añadimos los poemas escritos por Ignacio Rodríguez Galván, Juan de Dios Peza y Rubén Darío sobre Cuauhtémoc, en el siglo XIX; y los de José Santos Chocano, Ramón López Velarde, Carlos Pellicer, Octavio Paz y José Emilio Pacheco compuestos en el XX, resulta un cuerpo literario inesperado y apreciable. Sin embargo, el texto significativo, el que creó en términos poéticos una pieza singular —solo “El cántaro roto” tiene un valor parejo en la creación de un retrato (el cacique gordo de Cempoala)—, es sin lugar a dudas “Cuauhtémoc” de López Velarde. Muy probablemente, el poeta jerezano escribió “La suave Patria” por encargo o sugerencia —y desde luego por urgencia intelectual— para recordar el aniversario del sometimiento de la antigua Ciudad de México, pero también de la Independencia y quizá de las resonantes victorias de la Revolución mexicana. No obstante, el poema no es una celebración de esas guerras y mucho menos de la Revolución. Del mismo modo que el Proemio no advierte de forma gratuita que quien navegará “en las olas civiles” será un chuan , tampoco es un azar que el Intermedio realice un retrato barroco de Cuauhtémoc y la pintura, en versos agónicos, de la derrota de los mexicas. López Velarde, al decirnos que el “único héroe a la altura del arte” es el joven príncipe mexica, plantea, en un segundo mensaje oculto, que en México no hay héroes para celebrar o, si los hay, son discutibles. Así, su poema solo puede exaltar a un paladín, a Cuauhtémoc. Y solo a él. Los otros actores son “gentes sin amor, fastidiada, con prisa de retirar el mantel, de poner las sillas sobre la mesa, de irse”, si le hacemos caso a “Novedad de la patria”. Los versos culminantes del Intermedio: “todo lo que sufriste, la piragua/ prisionera, el azoro de tus crías,/ el sollozar de tus mitologías,/ la Malinche, los ídolos a nado”, ¿qué poseen que no tiene toda la retórica literaria y política sobre la Conquista? Al ubicar en el centro de su poema el retrato del último tlatoani y el cósmico derrumbe, López Velarde nos propone pensar, no en el triunfo de las batallas sino en la tragedia de la crueldad y la violencia de los caudillos, y nos sugiere convertir ese terrible momento de objetividad feroz en el instante interior en el que lo real trueca a ideal. Con su retrato de Cuauhtémoc y la ciudad abatida, López Velarde asciende a un poema total y lleno de una altivez rebelde donde a “tu nopal inclínase el rosal”.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.

14 DE AGOSTO 2021

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TOSCANADAS

Poeta inactivo DAVID TOSCANA

E

l público abarrotó el Instituto de México en España el día del nombramiento de Jorge F. Hernández como su director. Era justo la fecha climática del debate sobre la carta que el presidente mexicano había enviado al monarca español. En ese evento estuvo un funcionario de la Secretaría de Relaciones Exteriores que farfulló las palabras huecas de un funcionario. En cambio, Jorge F. Hernández sumó sus talentos de orador, historiador, intelectual y literato para pronunciar un discurso sabio, cálido y hasta tierno sobre México, España y Hernán Cortés. “Cortés murió conquistado”, fue la última frase. Hubo aplausos y hasta lágrimas. Nos conmovió por igual a mexicanos y españoles. En su primera hora como diplomático, Jorge había sentado cátedra sobre diplomacia. Varios españoles se acercaron para decirme algo así: “A este hombre habría que nombrarlo embajador”.

JORGE F. HERNÁNDEZ

El historiador y autor de Un bosque flotante, entre otros libros.

El pequeño funcionario, más empequeñecido por la grandeza física, moral, humana e intelectual de Jorge, habló de sí mismo. “Yo soy poeta”, llegó a decir, “poeta en activo”. Reímos en silencio. ¿Qué es un poeta en activo? ¿Acaso un poeta no es siempre un poeta? Ese funcionario era el mismo que habría de firmar como “doctor Enrique Márquez” el boletín que echaba a Jorge F. Hernández de su cargo por “comportamientos graves y poco dignos de una conducta institucional”. Quizá el doctor Márquez sí tenía botón de encendido y apagado, y se expresó mal cuando se denominó “poeta en activo”. A diferencia de Jorge, que siguió siendo “escritor en activo” cada día de su vida de funcionario, y por lo mismo llegó a ser el funcionario más eficaz, digno y querido, tal vez el doctor Márquez dejó de ser poeta con su primer sueldo domesticador del gobierno mexicano. O, para usar sus mismas coplas oficialistas, el doctor Márquez mostró

“comportamientos graves y poco dignos de un poeta”. Pero también como funcionario ha hecho lo contrario de lo que se espera en la Secretaría de Relaciones Exteriores. La evidente urgencia por destituir a Jorge F. Hernández viola la ética laboral, traiciona el compañerismo entre colegas, convierte en público lo que pudo ser privado y, lo peor, ha dañado la imagen de México y ha descalabrado la diplomacia cultural. Además, ha provocado burlas y abucheos contra varios funcionarios, lloviendo incluso sobre la señora Beatriz Gutiérrez Müller. Usted, doctor Márquez, con sus ganas de congraciarse con usted sabrá quién, acabó salpicando mucho lodo. Usted, que no hace bien su trabajo, echó a quien mejor trabajaba. Un poeta presentaría su renuncia. Anímese, doctor, que los escritores no somos inquisidores, y lo recibiremos de nuevo con los brazos abiertos en la República de las Letras.

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BICHOS Y PARIENTES

Otro modo de la imagen

L

a idea de la guerra se transforma cuando coinciden dos cosas: las modernas técnicas terapéuticas y los medicamentos, y el periodismo, sobre todo con fotografías. Aunque la información sobre las atrocidades de Bélgica en el Congo ya se había difundido y, entre muchos, Mark Twain, Joseph Conrad y John Dewey escribieron artículos indignados tratando de encauzar un rechazo internacional contra el rey Leopoldo, la verdadera conciencia y el repudio definitivo no se generó sino hasta la publicación de las fotografías de Alice Seely Harris, en 1904. Los periodistas y sus fotografías dieron a conocer, también, el abuso imperial en la India y la larga fila de féretros provenientes de Vietnam. La imagen ha tenido mucho más impacto que la escritura en la conciencia pública pero, más allá del periodismo, sobrevive la poesía. No impacta, pero da sentido mucho más profundo a la mentalidad de las épocas. Y es que hay diferencias entre la imagen de una fotografía y la imagen que queda en un poema. Son dos universos conceptuales muy distintos. La fotografía periodística afecta de modo inmediato; la del poema se va formando junto con el entendimiento; toma su tiempo y echa raíces en el ánimo, la inteligencia, la percepción. Cecil Day Lewis dice que “Dulce et decorum est”, de Wilfred Owen, es el mejor poema sobre la guerra de toda la lengua inglesa. Hay que considerar que la poesía inglesa, como muchas otras, tiene orígenes y raigambre bélica: desde las leyendas de Arturo; la valentía del Enrique V de Shakespeare; el libertador Lord Byron; la cabalgata de la caballería

JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA REDES

ligera, de Tennyson, hasta el patriotismo entusiasta, en la Primera Guerra, con que Rupert Brooke acepta su propia muerte en tierra extraña: “Si he de morir, pensad tan solo esto:/ que algún rincón de tierras extranjeras/es ya por siempre de Inglaterra”. Las imágenes de la Primera Guerra no eran escasas; sin embargo, no alcanzaron a disuadir a los jóvenes de enrolarse. Prevalecía la antigua idea del heroísmo y entre los jóvenes valientes que marcharon al combate

Hay que considerar que la poesía inglesa, como muchas otras, tiene orígenes y raigambre bélica

—Robert Graves, T. E. Lawrence, Rupert Brooke, Siegfried Sassoon, Ivor Gurney, Wilfred Owen— se dio una coincidencia extraordinaria: todos eran poetas seducidos por la tentación del héroe y por la poesía de Homero, Virgilio y Lord Byron. Algunos fueron heridos y regresaron a las trincheras, otros murieron; ninguno cedió a la cobardía, pero todos quedaron mental y espiritualmente devastados. Ellos son los autores de un cambio histórico de muy hondo calado: son los primeros pacifistas conscientes de la historia y de las dos caras del horror. Después de ellos, la guerra dejó para siempre de ser una actividad de la cual enorgullecerse para quedar, quizá de modo definitivo, como el horror puro. Su recurso no fue el discurso de la información, ni la imagen periodística,

Soldados atrincherados en la Primera Guerra Mundial.

ni el relato de historias, la novela o el cuento. La conciencia se transformó con ese otro modo de la imagen. Y quizá la mejor —concuerdo con Lewis— sea este poema de Wilfred Owen, que traduzco tentativamente: Dulce et Decorum Est Como esos pordioseros doblados por los bultos,/ vencidas las rodillas, tosiendo tos de ancianas, maldijimos entre lodos/ hasta que las bengalas nos urgieron a volver/ y regresamos tambaleantes rumbo al descanso remoto./ Marchábamos sonámbulos. Muchos perdieron sus botas/ y renqueaban calzando su sangre; todos jodidos, todos ciegos,/ ebrios de agotamiento y sordos hasta al silbo tras nosotros/ de abúlicos obuses, traspasado su alcance.// ¡Gas! ¡GAS! Rápido, jóvenes. Un éxtasis de yerros/ por embutirse el torpe casco a tiempo apenas,/ pero uno no dejaba de gritar y tropezaba/ espástico, incendiándose con fuego, o con cal.../ Opaco tras los vidrios empañados y en una tenue luz verdosa,/ yo vi cómo se hundía en un mar verde.// Se lanza contra mí en todos mis sueños,/ frente a mis ojos indefensos gruñe, regurgita y se ahoga.// Y si en algunos sueños sofocantes, pudieras tú marchar/ detrás de la carreta en la que lo arrojamos,/ ver los ojos en blanco, retorcidos en su cara,/ en su colgante cara, como diablo hastiado de pecar,/ si pudieras oír, bache tras bache, la sanguaza/ gorgotear esa espuma en sus pulmones carcomidos,/ obscena como el cáncer, amarga como pus/ de aftas incurables en lenguas inocentes,/ amiga, no dirías con tal pungente orgullo/ a esos niños en ascuas por alguna gloria desesperada,/ esa vieja Mentira: Dulce et decorum est/ pro patria mori.

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