Suplemento cultural de MILENIO
LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE
EL ATLAS DE PANDORA
FERNANDO ZAMORA
IRENE VALLEJO
Psicoanálisis y horror en Feral
Quédate, fantasma Foto: Ítaca Films
SÁBADO 21 DE AGOSTO DE 2021 AÑO 18 - NÚMERO 949
Emilio Uranga: genio olvidado de la filosofía José Manuel Cuéllar Moreno/ ILUSTRACIÓN: BOLIGÁN
Ilustración: Román
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ANTESALA
21 DE AGOSTO 2021
DOBLE FILO
El bandoneón y la locura FERNANDO FIGUEROA
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l compositor y bandoneonista César Olguín nació en la provincia de San Luis, Argentina, creció en Córdoba, radicó en Buenos Aires y desde hace cuatro décadas vive en México. El más reciente de sus discos acaba de salir del horno: Pincelada de tango, que grabó con varios aliados. El 28 de agosto acompañará al Cuarteto Latinoamericano de Cuerdas en el concierto “De Piazzolla y otros tangos”, en el Centro Cultural Teopanzolco de Cuernavaca. Por lo pronto, Olguín juega ping-pong con Laberinto. ¿Qué es la música? El lugar de donde soy y donde quiero estar. ¿Qué es el tango? El género musical que me permite expresarme por encima de mi autocensura. ¿Qué se necesita para tocar el bandoneón? Un certificado médico de estar mentalmente enfermo, hay que estar loco. Julio Pane sí tiene en realidad un certificado. Aníbal Troilo en dos palabras. Un ángel. Piazzolla en una. Genio. Una composición de Piazzolla. La totalidad de su obra. ¿Qué se siente tocar en la Sala Neza? Es algo mágico. ¿Y en el Palacio de Bellas Artes? Todos los teatros son respetables, pero Bellas Artes es mundialmente importante. Un compositor de música clásica. Son muchos… Bach. Una composición de él. Tocata y fuga en re menor. Un gusto musical culposo. Solo escucho lo que me gusta, sin culpa. Un disco en una isla desierta. Me llevaría el silencio. Una composición propia. “Tití. Preludio para mi madre”. Otro instrumento que también le gustaría tocar con virtuosismo. El violonchelo, pero no me creo un virtuoso del bandoneón. Su día más feliz en un escenario. Siempre soy muy feliz en el escenario. Su día más triste. Cuando murieron mi madre y mi hermano. La última vez que sintió envidia. En este momento siento envidia de que solo usted hace las preguntas. Una lección de esta pandemia. Desafortunadamente el mundo no cambiará. La virtud que más admira. La bondad. El libro que más le ha servido. Uno de cocina de Petrona C. de Gandulfo, que en Argentina es como Chepina Peralta. Del 1 al 10, ¿cuánto picante aguanta? Muy bajo, como 3.5 o cuatro. Lo que más le gusta de México. La hospitalidad de la gente. Fito Páez o Charly García. Charly García. Messi o Maradona. Los dos. Su epitafio. “Nació hombre y murió tratando de ser bandoneonista”.
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Feral. Dirección: Andrés Kaiser. México. 2018.
HOMBRE DE CELULOIDE
La ambigüedad del falso documental
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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA ÍTACA FILMS
l Feral (o El pequeño salvaje, como le llamó Truffaut en 1970) apela a ese espacio en el ser humano en que se unen arte y psicoanálisis, ese sitio en la psique de donde nace el horror, eso que Freud llamaba “ominoso” o “siniestro” en 1919. Los ferales son, además, el tema de la ópera prima de Andrés Kaiser, director y guionista mexicano que en Feral (recién estrenada por Cinemex) ha conseguido ponerse a la altura de todos los que han pensado en torno a este tema. Moviéndose entre los polos del arte y el psicoanálisis, Kaiser consigue utilizar acertadamente las convenciones del falso documental. Ahora bien, la reflexión en torno al arte trasciende el punto de vista formal. La película está bien filmada, cuenta con excelentes actuaciones y los recursos lucen en el diseño de producción, pero además el trabajo de autor propicia la reflexión en torno a la importancia del habla, eso que, según dicen, nos distingue del resto de la creación. Felipe de Jesús es un antiguo monje con inclinaciones homosexuales. Vivió en carne propia la fallida revolución de Gregorio Lemercier, monje benedictino que trató de mezclar, en un convento de Morelos, cristianismo y psicoanálisis. Falló. Todos sus
monjes abandonaron los hábitos. El caso real de Lemercier se mezcla con la ficción de este atormentado monje que ha decidido irse a vivir a un pueblo de Oaxaca donde, casualmente, paseando por el bosque, encuentra a los niños salvajes que dan nombre a la película. ¿Quiénes son estos niños? ¿Por qué han crecido hasta los diez años sin haber recibido ningún tipo de cuidado o afecto? ¿Por qué vagan por el bosque? La película ofrece pistas. Nos introduce incluso en una cueva en que, al modo de la famosa caverna de Platón, los pequeños fueron encadenados. Hasta que el primero escapó. Ahora, al modo de Sócrates, Felipe de Jesús quiere ser la guía, la luz que ilumine a estos niños. Enseñarles la verdad del mundo para que ellos puedan hablar. La cuestión está en lo que se entiende por “salvaje” pues en su inocencia estos niños son quienes enfrentan a Felipe de Jesús con sus propios demonios y una fe débil, más construida en torno al miedo al diablo que al amor a Dios. Además, está el
Un antiguo monje vive en carne propia la fallida revolución de Gregorio Lemercier
pueblo que comienza a murmurar: ¿qué hace este hombre viviendo con esos tres niños de aspecto extraño que han salido quién sabe de dónde? Conforme crece el chisme en el pueblo, se gesta el horror, lo siniestro de lo que hablaba Freud. Porque el feral, nos queda claro, es la sombra del hombre “civilizado”, es el ser humano mirando su desnudez, encontrándose frágil, cruel y habitado, sobre todo, por deseos que no quiere reconocer. Se trata de un tema que a lo largo de toda la película se materializa en el fuego que juega un papel doble en esta ficción. Por una parte, asombra a uno de los niños y nos conduce hacia lo que, adivinamos, terminará por ser el clímax de la película, pero es también símbolo de las pasiones sexuales. Este mismo niño que ama los cerillos y el fuego se deja acariciar la cara por la otra niña feral durante una escena que resulta al mismo tiempo inquietante y tierna. Otra vez la ambigüedad. El gran logro de Kaiser en su primera película es haber conseguido navegar en el difícil terreno de lo ambiguo y salir bien librado. Porque es ambiguo el falso documental, es ambiguo el protagonista de esta película, es ambiguo el significado del fuego y del mismo feral. Y este es el logro: que de la ambigüedad emana lo siniestro. El horror.
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ANTESALA
21 DE AGOSTO 2021
POESÍA
una mañana... LUIS AGUILAR
una mañana como cualquier otra B despierta mientras A le roza con suavidad no le parece extraño lo que sí le extrañó fue que durante el desayuno —preparado por A— este insistiera en el orden de importancia de algunos aprendizajes : cómo preparar un martini de manzana suave la esencia del octavo jinete del apocalipsis y entender que nada del sentido será descrito por el lenguaje con la precisión requerida comenzó a sospecharlo todo pero nada sintomático ocurrió por entonces [sólo confirmó que no toda ruptura encuentra su patrón de interferencia– : y se le ocurrió que las matemáticas pueden suturar rupturas Luis Aguilar es autor de Mantel de tulipanes amarillos y Muchachos que no besan en la boca, entre veinte títulos de poesía. Ganador del Premio Internacional de Poesía Gilberto Owen. Este poema pertenece a Fibonacci, los conejos y un bartender que no dijo su nombre, Premio Nacional de Poesía Rodulfo Figueroa 2021.
EX LIBRIS
Ganesha/ EKO
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LOS PAISAJES INVISIBLES
A propósito de nada IVÁN RÍOS GASCÓN
@IvanRiosGascon
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oody Allen dice que el fracaso tiene matices desiguales: “Hay una gran brecha entre fracasar en la letra impresa y fracasar en el escenario. Fracasar en la letra impresa es un asunto privado. Fracasar delante de la audiencia es algo embarazoso y el cómico experimenta la misma sensación desagradable que uno podría tener si lo crucifican”. El aserto, obvio, se refiere a la comedia, a quien inventa el chiste y a quien lo ejecuta ante el público ávido de risas y dispuesto a la venganza si se siente defraudado, porque el fracaso de un narrador o de un poeta no es una cuestión privada. Por su parte, el guionista tiene más posibilidades de cuidado. Si una película supera la mala hechura y desemboca en bodrio, el público lincha por instinto al director o a los actores, casi nunca se molesta en reclamar la cabeza del que escribió una porquería. La opinión de Allen proviene de su autobiografía A propósito de nada (2020), un recuento vivencial sobrecargado de ironía y cuya prosa, como sus pelis, transmite con fidelidad el temple neoyorquino: su infancia en Brooklyn y su frustrada vocación de mago, el éxito precoz como redactor de chistes (a los 16 ganaba más dinero que su padre), el camino pedregoso del stand up y la tv de variedades, la carrera en cine, sus amigos, matrimonios, desavenencias, fracasos, escándalos, la historia con Soon–Yi y la querella con Mia Farrow por el presunto abuso que cometió con su hija Dylan, que ocupa casi una tercera parte de las 438 páginas del libro. (Al respecto, para quien quiera sumergirse en un pantano espeso de dimes y diretes, y sacar sus propias conclusiones, HBO max estrenó hace unos meses Allen vs. Farrow, miniserie dirigida por Kirby Dick y Amy Ziering, con la versión de la familia y gente cercana a la actriz.) Pero volviendo a la autobiografía. Si algo queda claro, es que Allen es una especie de hierro magnético para seres más inestables que el uranio. Sea Louise Lasser, su segunda esposa, bella y talentosa, maniaca e infiel empedernida; sea uno de sus mejores colegas, Dick Cavett, el célebre comediante y presentador de televisión, carismático, ubicuo, irresistible, pero aquejado por una depresión de los mil diablos que lo mantuvo entre las fiestas y los electroshocks; sea su ex gran amiga Jean Doumanian, productora de sus filmes por largo tiempo, hasta que rompieron en los tribunales por una insignificante controversia: ella y su pareja se negaron a pagarle regalías. Sea, incluso, gente extraña: a los 25, una señora lo demandó argumentando que él no era Woody Allen sino un tal Ferdinand Goglia, el marido que la abandonó y le debía una millonada de pensión. Tras meses de abogados, él se presenta en el juzgado. La quejosa no asiste pero con solo ver al demandado, el tribunal dictamina su inocencia, pues entre las edades de ambos median guerras, epidemias y avances tecnológicos y científicos. Sea él mismo. Se confiesa el mayor fraude intelectual del siglo XX, porque no ha leído lo que uno cree, saquea los libros para ensamblar diálogos y sofisticar a sus personajes. Terminada la edición, no vuelve a ver sus filmes ni las cintas ajenas en las que actúa: “No me gusta verme en el cine, así que no vi ninguna de esas películas, como tampoco otra en la que yo actuaba en toda su extensión, llamada Cachitos picantes, de la que me di cuenta que ganaría el Oscar al Desperdicio Más Increíble del Celuloide del año 2000” (se trata de los filmes de Stanley Tucci y Douglas McGrath; Cachitos es, ni más ni menos, un churro de Alfonso Arau). Hay cierto encanto en las memorias de un creador. La sencillez, auténtica o postiza, con que se muestran, los despoja del nimbo que tejen sus fantasías. Pues como Luis Buñuel, que dijo que si pudiera extender su vida solo sería para beber un whisky y fumarse un cigarrillo, Allen señala que él no aspira a habitar en los corazones y la mente del público sino a seguir viviendo en su casa.
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DE PORTADA
21 DE AGOSTO 2021
A cien años de su nacimiento, el filósofo exis político sigue incendiando el debate sobre l
Emilio Uranga: nuestro prim
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JOSÉ MANUEL CUÉLLAR MORENO* FOTOGRAFÍA ARCHIVO MARTA EZCURRA
milio Uranga González nació en Ciudad de México hace cien años, el 25 de agosto de 1921. Una pregunta obvia nos sale al paso: ¿quién fue Emilio Uranga y por qué vale la pena celebrar su natalicio? Se le recuerda sobre todo por su brillante e intrépido libro de 1952, Análisis del ser del mexicano, pero también por su trabajo como periodista y como asesor de cuatro presidentes: López Mateos, Díaz Ordaz, Echeverría, López Portillo. ¿Estamos ante un “genio maligno” del PRI? ¿Un personaje sórdido que realizaba para los príncipes trabajos de cañería profunda? La imagen es un poco caricaturesca. Uranga fue un genio “como los que se dan en Europa una vez cada siglo”, según reza el famoso augurio (¿o habrá sido maldición?) de su maestro José Gaos. Nadie puso nunca en tela de juicio su inteligencia endemoniada y su apabullante capacidad para hilvanar y deshilvanar ideas. Detrás de los anteojos de gruesa montura, Uranga tenía una mirada de rayo láser. Un amago de sonrisa, un manoteo nervioso, una frase lapidaria de Uranga bastaban para echar por tierra el argumento de su interlocutor. Si algo lo caracterizaba era un afán implacable de desenmascarar, a lo Nietzsche. Uranga mojaba su pluma en veneno antes de escribir; zarandeaba las fibras sensibles, leía entre líneas y gritaba lo que otros se empeñaban en ocultar. Gaos, Arreola, Cosío Villegas, Fuentes y Paz fueron tan solo algunos de sus blancos predilectos. Nunca fue dócil. Ni con sus coetáneos ni con el poder ni consigo mismo. Le gustaba decir que era un consejero mas no un aconsejado del presidente. ¿Cómo fue que esta joven promesa de la filosofía se quedó en agraz, cambiando el ámbito ascético y monacal de la academia por los reclamos y los tirones del periodismo? ¿Qué pudo haber sido —qué puede ser— su “análisis del ser del mexicano”? De su infancia y de su adolescencia nos quedan algunas imágenes huidizas. Lo vemos salir del colegio La Salle y tomar la mano de su tío, un hombre serio y de bombín. Lo vemos caminar con paso desenfadado por la calle Belisario Domínguez y detenerse en una
librería a gastar el poco dinero familiar en los folletines de Rocambole, Sherlock Holmes y Julio Verne. Hacia 1935 lo vemos con las narices hundidas en la biblioteca del nuevo mercado Abelardo L. Rodríguez, justo frente a su casa, y lo vemos, finalmente, a los 16 años, sentado en el salón de un personaje fascinante y misterioso: la Nena Serrano, pariente de ese general Serrano asesinado en Huitzilac. Esta dama elegante y etérea celebraba tertulias en su palacete de las calles Durango y Sonora. Palabrejas como “escepticismo”, “estoicismo” y “eclecticismo” revolotearon por primera vez en los oídos de Uranga. En la prepa se ganó el apodo de Enemilio por su erudición y su estilo cáustico. Ricardo Garibay recordaba que “era imposible estar con Uranga un minuto en silencio. Él hablaba tres, cuatro, cinco horas y uno unos veinte minutos. La relación era oral y sin tregua”. Uranga acabó la prepa con un promedio de 8.81 y se inscribió en Medicina. Alternaba sus lecturas de Jean
Falleció en 1988 tras un largo declive y sin haber dado a la imprenta su sistema eternitario Léo Testut con sus lecturas de Ganivet, Unamuno, Ortega, Vasconcelos, Reyes, Joyce, Mann, Huxley. Iba del Café Colón a la nevería La Princesa y de allí a la Librería Robredo. La lechuza de la Revista de Occidente le devolvía la mirada detrás del escaparate. Un lunes de 1943, a las 7:15 p.m., Uranga asistió a una conferencia de Alfonso Reyes en El Colegio Nacional. Reyes dio lectura a los primeros capítulos de El deslinde. Uranga, al verlo, sintió el llamado irresistible de la filosofía. Del Palacio de la Inquisición (es decir, de la Facultad de Medicina) caminó a la Ribera de San Cosme (la Facultad de Filosofía y Letras). Uranga se dio conocer en 1947 como el enfant terrible que rompió con la ortodoxia heideggeriana de José Gaos y como el principal introductor del existencialismo francés (JeanPaul Sartre, Maurice Merleau-Ponty). Uranga se erigió en la cabeza más brillante y visible del Grupo Hiperión (conformado por Jorge Portilla, Luis Villoro, Ricardo Guerra, Salvador
Reyes Nevares, Fausto Vega). Una vez aliviada la potestad de Gaos-Heidegger, los hiperiones tomaron la batuta de la “filosofía de lo mexicano”. ¿Cómo definir al nuevo ser humano surgido de la Revolución? Esta pregunta de calado metafísico se la habían planteado Caso, Vasconcelos, Ramos, Zea. Para estos filósofos, la Revolución había de entenderse y de vivirse, más que como un cambio de gabinete, como una transformación “íntima y cordial”. El nuevo mexicano era todavía un quehacer, una potencialidad en espera de realización. “Esta conexión del asunto del mexicano con la meditación estrictamente metafísica no era una ocurrencia, no se trataba de una reflexión folclórica o costumbrista. El proyecto era ambicioso y no estaba al alcance de todos”. De 1948 a 1952, la “filosofía de lo mexicano” abandonó los estrechos pasillos de la Facultad para convertirse en un fenómeno cultural y mediático. La gente se amontonaba y distribuía codazos con tal de escuchar las candentes tesis de Emilio Uranga (“la vida para el mexicano entraña un esencial ‘tronchamiento’ o ‘quebrazón’, acción y efecto de romperse bruscamente, súbitamente”, “en el mexicano hay una sensación casi nunca dominada de agobio del ser”, “los comportamientos del mexicano son ‘modos’ de accidentalización de su originaria accidentalidad”). El joven filósofo ofrecía al público una sonrisa maliciosa y triunfante. Uranga recelaba de la “doctrina de la mexicanidad” y de la fiebre modernizadora de Miguel Alemán Valdés. Su voto de confianza estaba con el cardenismo y con el PRM. “La filosofía sobre el mexicano era expresión de una vigorosa conciencia nacional. Tenía en lo espiritual un sentido semejante al que en lo económico había inspirado la expropiación realizada por Cárdenas”. Institucionalizar la Revolución sonaba a rigidizarla, a clausurarla. No había que reducir una gesta humanista a groseros factores económicos ni hacer del mexicano —un ser inacabado y mercurial— el objeto de ninguna definición patriotera. El prejuicio de que el Análisis del ser del mexicano promovió una moda pintoresca y nacionalista hoy está refutado; lo mismo ese otro prejuicio que le arroga a Uranga el tenebroso propósito de legitimar, con terminajos filosóficos, la incipiente dominación priista. Hoy leemos el Análisis del ser del mexicano como
El autor de Análisis del ser del mexicano, quien nació el 25 de a
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stencialista y asesor las identidades nacionales
RESEÑA
mer posmoderno
agosto de 1921.
un discurso ferozmente anticolonial. Reyes felicitó a Uranga por el libro y le palmeó el hombro. “¡Y ahora a quitarse la grasa de la academia! Escriba con sabor y subordínele el saber”. Con esta grave encomienda Uranga partió a Europa. En Friburgo conoció a Heidegger. “Causa pena ver al más grande de nuestros pensadores ataviado tan miserablemente. Un saco negro de corte sport, una camisa azul y una corbata roja”. De Friburgo se trasladó a París, que era por entonces —mediados de los años cincuenta— una gran fiesta latinoamericana. Un día el doctor Jean Wahl, profesor de la Sorbona, invitó a Uranga a un cocktail en que se darían cita filósofos de todas las latitudes. Uranga no sabía qué denominación elegir para su “sistema” filosófico. ¿“Humanismo del accidente”, “ontología del mexicano”? El anfitrión solventó el problema presentándolo como el exponente del existencialismo francés en México. “Hubo un murmullo de aprobación y de complacencia, se me tendieron muchas manos y un rescoldo de atención y de cuchicheos dio remate a la faena. El bautizo estaba ya consumado. La franquicia de universalidad conseguida sin vacilación ni cavilaciones”. Uranga volvió a México en marzo de 1957. Retomó su trabajo como profesor de la UNAM, pero no acababa de sentirse cómodo en el salón de clases. Las festivas calles del centro histórico nada tenían que ver con la pedregosa Ciudad Universitaria. Gracias a sus copains en el gabinete, Uranga obtuvo trabajo como asesor de López Mateos. “Fueron años de un periodismo batallón en revistas como Política y Siempre! y en diarios como Tiempo de México y La Prensa. En todo me consultaba con Porfirio Muñoz Ledo”. Uranga llegó a la conclusión de que “la filosofía de lo mexicano” era una filosofía caduca. Había tenido su vigencia y su contexto de enunciación; resultaba inútil prolongar sus estertores. “Examen”, la inclemente columna de Uranga en La Prensa, sobrevivió a la renovación de poderes de 1964 y se prolongó durante el diazordacismo hasta 1968. Díaz Ordaz admiraba la inteligencia luciferina de su asesor. Procuraba mantenerlo cerca y a raya. Alguna vez se le oyó decir: “Estamos ante un raro caso de lucidez, de la que me tengo que cuidar, porque si abro la boca, don Emilio me crea un problema”.
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Se barajó el nombre de Uranga como uno de los posibles autores de ¡El móndrigo!, un libelo infame que denostaba al movimiento estudiantil. Hoy se sabe que el autor principal de este libelo no fue Uranga, sino Jorge Joseph Piedra. Sea como fuere, la matanza de Tlatelolco tuvo el efecto de ubicar a Uranga en el “lado oscuro”. No podemos caer en la tentación fácil de ver en Uranga a un consejero áulico y mucho menos al orquestador de la represión gubernamental. Entre 1968-69 Uranga publicó cerca de 120 artículos. Condenó con palabras taxativas la brutalidad del Estado. Ensayó arriesgadas hipótesis sobre la violencia juvenil y la violencia reactiva. Uranga todavía publicó dos libros: Astucias literarias (1971) y ¿De quién es la filosofía? (1977) en un intento por sustraerse a las pasiones efímeras y caedizas del periodismo. Falleció en 1988 tras un largo declive y sin haber dado nunca a la imprenta ese sistema filosófico eternitario con el que alguna vez soñó. Su obra se quedó inconclusa como la sinfonía de Franz Schubert. Cada oyente tiene que responder a la solicitud de completarla. Uranga se perfila en la actualidad como uno de los filósofos mexicanos más importantes y más leídos. Su Análisis del ser del mexicano ya ha sido traducido al inglés y se le considera un referente para el estudio de las identidades fronterizas. Por sus críticas a la ontología occidental y por sus críticas a cualquier narrativa sustancializante y opresora hoy reconocemos a Uranga como una especie de filósofo posmoderno avant la lettre. Comenzamos a reconocer, además, su faceta como crítico literario de afilado colmillo. “Estás condenado a ser siempre promesa”, le dijo en cierta ocasión Rosario Castellanos. “Sí —replicó Uranga con cínico orgullo—, como un billete de la lotería, a un tris de ser, permanente y renovadamente, el premio mayor, pero no por ello perdiendo su calidad de ser un contrato de esperanza. Mientras haya viciosos de la lotería mi destino no caducará”.
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*Maestro en Filosofía por la UNAM y la Universidad de Barcelona. Autor, entre otros libros, de La Revolución inconclusa. La filosofía de Emilio Uranga, artífice oculto del PRI (Ariel, 2018). Editor y compilador del libro Emilio Uranga. La exquisita dolencia. Ensayos sobre Ramón López Velarde (Bonilla Artigas, 2021).
Emilio Uranga. La exquisita dolencia. Ensayos sobre Ramón López Velarde México, 2021
Tras las huellas de López Velarde
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GUILLERMO HURTADO
ace cien años murió Ramón López Velarde y hace cien años nació Emilio Uranga. Esta coincidencia nada nos diría de no ser porque entre ambos creadores hay una liga invisible. José Manuel Cuéllar ha publicado un libro delgado, pero denso, en el que examina ese vínculo intangible. Emilio Uranga, La exquisita dolencia. Ensayos sobre Ramón López Velarde, introducción, selección y notas de José Manuel Cuéllar (Bonilla Artigas Editores, México, 2021) reúne todas las publicaciones del filósofo Emilio Uranga sobre López Velarde en el lapso que va de 1952 a 1976. Esta recopilación puede dividirse en dos partes. La primera consiste en el último capítulo del Análisis del ser del mexicano publicado en 1952. En ese texto, Uranga analizó la poesía de López Velarde desde la perspectiva de la filosofía de lo mexicano. La lectura que hizo Uranga de López Velarde no tiene parangón en la historia de nuestra filosofía: es el mejor ejemplo que tenemos en nuestra tradición filosófica de cómo aprovechar la poesía para la filosofía más rigurosa (si buscáramos un equivalente en otra tradición de pensamiento, habría que recordar la lectura que hizo Heidegger de Hölderlin). Uranga encuentra en los escritos del poeta las intuiciones fundamentales de una ontología de lo mexicano. El filósofo extrae de la poesía de López Velarde una noción que incorpora al conjunto de categorías propuestas para comprender la existencia mexicana y, de manera más general, la existencia humana. Esta categoría es la de zozobra. Uranga no solo lee la obra de López Velarde desde la ontología de lo mexicano, también lo hace desde la filosofía de la historia de México. El poeta encuentra en la caracterización que esboza el poeta de la Revolución mexicana intuiciones que nos permiten comprender su significado más profundo. La segunda parte de la recopilación consiste en una serie de artículos que escribió Uranga entre 1960 y 1976 y que aparecieron en periódicos y revistas como El Mundo (de Tampico), Novedades, El Universal, Política y Siempre! En esos artículos, Uranga conecta el pensamiento de López Velarde con temas de la vida política y social de aquellos años. Las conexiones que traza el filósofo son asombrosas y todavía hoy resultan esclarecedoras. Encontramos en algunos de estos textos a un Uranga muy íntimo, a un Uranga que encuentra en la figura de López Velarde a un hermano espiritual que lo invita a revelar sus emociones más hondas sobre temas como las mujeres y la provincia. La introducción de José Manuel Cuéllar es estupenda. No cabe duda de que Cuéllar es el especialista más destacado en la vida y obra de Emilio Uranga. Cuéllar combina las herramientas de su formación filosófica con las de su experiencia literaria para ofrecernos un estudio comparativo que nos brinda datos reveladores sobre el pensamiento filosófico y político de Uranga y, al mismo tiempo, nos regala una manera muy estimulante de aproximarnos a la obra de López Velarde.
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LITERATURA
21 DE AGOSTO 2021
EL ATLAS DE PANDORA
Quédate, fantasma La memoria es siempre una estrategia para mantener a los muertos cerca de nosotros
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os muertos se aparecen, es un hecho comprobado. Cuando la pérdida es reciente, una y otra vez vienen a buscarnos. Al volver a casa, detrás de la puerta, sentimos nítidas su presencia y su espera. Cuando bajamos la guardia, escuchamos sus pasos y sus ruidos menudos por los cuartos. Reaparecen de golpe en una nota escrita con su letra, tararean dentro de nuestra cabeza sus canciones, incluso dicen sus frases favoritas por nuestra boca. En la calle, a lo lejos, creemos verlos entre la gente: su nuca, su corte de pelo, su manera de andar. Los recuperamos un instante por sorpresa, se nos desboca el corazón y después volvemos a perderlos. El impulso de contarles las buenas o malas noticias durará mucho tiempo, tal vez toda nuestra vida. Hablaremos con ellos a escondidas, en silencio pudoroso, para revivir un recuerdo, un detalle nimio, una broma con sentido oculto que nadie más sabría descifrar. En numerosos casos de amputaciones, los médicos describen el síndrome del “miembro fantasma”. Ante la ausencia de una parte de nosotros, el cerebro crea sensaciones ilusorias de frío, temblor o calambres. Las sombras también duelen. No siempre los relatos de fantasmas son historias de terror. En Sub luce maligna, una antología de textos de la antigua Roma sobre creaturas sobrenaturales, el profesor Gonzalo Fontana recoge la insólita historia de un espíritu bienvenido. Una mujer, desolada por la muerte de su hijo único, recibe una noche la espectral visita del niño: idénticos los rizos, la mirada, la voz. “Se me presentó de repente, rompiendo la oscuridad; y no estaba pálido, sino hermoso y lozano”. Durante unas horas habla con ella y la abraza, se sienta a su lado hasta el alba. No es una aparición aislada: el visitante del otro mundo regresa a diario, siempre después del crepúsculo. Ella confía el secreto a su marido, y este, horrorizado, paga a un mago para que encadene al fantasma a su tumba. La madre, rota de
IRENE VALLEJO ILUSTRACIÓN ROMÁN
dolor, inicia un delirante pleito por daños para exigir a los tribunales el regreso nocturno del chico. “Lo veía y de él gozaba. Qué alegre se me mostraba, cómo me persuadía de que no creyera en su muerte. ¿Y a quién le importaba? Mago, deshaz tus conjuros. En cuanto lo liberes, volverá”. El litigio termina con un conmovedor alegato por el derecho al fantasmal consuelo. En su inolvidable La hora violeta , el escritor español Sergio del Molino relata las bromas de su hijo, poco antes de morir, al ver unos patos en el río. “Nos reímos, nos besamos y volvimos a casa. Pablo ya no volvió a salir de ella nunca más. Por eso, cada vez que veo un pato, yo también le cuento que lo he visto,
En los primeros momentos del duelo, la idea misma del consuelo suena a deserción, a falsedad
y cómo era el pato, y si iba solo o en grupo. Deliro y hablo con mi hijo por los rincones de mi casa y por las calles de mi ciudad”. Ciertas personas —como algunos libros— son presencias invisibles con el poder de acompañarnos siempre: recordar es, en cierto modo, dejarse visitar por fantasmas. En los primeros momentos del duelo, no deseamos escapar de la memoria, no queremos volver a la vida normal. La idea misma del consuelo suena a deserción, a falsedad, a despropósito. Durante las horas vacías, invitamos al espectro, le rogamos que nos obsesione y embruje nuestra casa. Así lo cuenta Emily Brontë, con torrencial romanticismo, en Cumbres borrascosas. Los protagonistas se enamoran, se traicionan y se aniquilan el uno al otro con desamparada crueldad. Parecen empeñados en destruir toda posibilidad de final feliz, pero cada vez se
necesitan más. Cuando Catherine está a punto de morir, Heathcliff le suplica que lo persiga: “Hay espíritus que andan errantes por el mundo. Quédate siempre conmigo, toma cualquier forma, vuélveme loco. Pero no me dejes solo”. Emily escribió la novela mientras cuidaba a su hermano, enfermo de tuberculosis, durante largas vigilias agónicas. En su libro, las apariciones expresan un deseo que reconocemos bien: la permanencia del ser amado. Ella, la recluida hija de un pastor anglicano, pensaba que la fantasía es un distrito de lo cotidiano. Los fantasmas existen —aunque no sean reales— porque los necesitamos. No sabemos vivir sin los muertos.
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© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, S. L. © Irene Vallejo.
EN LIBRERÍAS
21 DE AGOSTO 2021
NARRATIVA, ENSAYO Frida y los colores de la vida
El diccionario del mentiroso
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A FUEGO LENTO Desmorir
Cuando las luces aparezcan México, 2021
Caroline Bernard Planeta México, 2021 336 páginas
Eley Williams Sexto Piso México, 2021 274 páginas
Anne Boyer Sexto Piso México, 2021 262 páginas
Esta novela sigue el curso de los hechos que marcaron la vida de Frida Kahlo: el accidente en tranvía que la condenó a la esterilidad, su vida al lado de Diego Rivera, sus inicios como pintora y una cauda de infidelidades que hicieron imposible su relación con el muralista. Este último hecho señala el rumbo definitivo que habrá de tomar su vida, un rumbo que la sitúa entre la rebelión y la independencia emocional y la coloca más allá de la influencia de cualquier hombre.
Jugar con las palabras y sus significados es la tarea primordial de esta novela de carácter excéntrico y juguetón. Sus protagonistas son el lexicógrafo Peter Winceworth, habitante del siglo XIX, y Mallory, una becaria que en la actualidad se une al proyecto de Winceworth de inventar palabras para describir realidades que se niegan a tener nombre. Los destinos de uno y otra terminarán unidos por el amor a la fragilidad y a la vez al rigor del lenguaje. Una suerte de homenaje a Nabokov
Un testimonio sobrecogedor de las batallas que la poeta estadunidense libró contra un cáncer de mama de pronóstico desalentador. Madre soltera, hecha para las más duras faenas, su enfermedad fue el punto de partida para repensar las políticas de género relacionadas con la salud, y para reflexionar sobre la experiencia corporal y mental del dolor, el papel de las farmacéuticas, la proliferación de charlatanes, el papel del Estado benefactor. El libro obtuvo el Premio Pulitzer de No Ficción 2020.
La disputa del pasado
La nueva disputa sobre el futuro
López Obrador: el poder del discurso populista
Emilio Lamo de Espinosa (coord.) Turner México, 2021 248 páginas
Luis Rubio Grijalbo México, 2021 168 páginas
Luis Antonio Espino Turner México, 2021 264 páginas
Los cinco siglos transcurridos de la derrota que los españoles infligieron a los aztecas ha generado una discusión en la que no se avizora un acuerdo a corto plazo, porque, como escribía Nietzsche: “las guerras hacen vengativo al vencedor y resentido al derrotado”. Subtitulado España, México y la leyenda negra, el eje de este libro puede condensarse en la siguiente frase de Pierre Nora: “la historia se escribe hoy bajo la presión de las memorias colectivas”.
El economista y analista político ofrece un diagnóstico del gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Si algo observa con mayor impacto es una obsesión con el pasado que equipara sus logros con los de la Independencia, la Reforma y la Revolución, y pospone el futuro. Por otro lado, ve con alarma cómo los problemas del país siguen un modelo de soluciones basado en estrategias que podríamos trasladar a la década de 1970. La realidad, sostiene, ha descalificado a la mayoría de estas.
¿Por qué si el gobierno de la 4T no ha conducido al país a una situación mejor de lo que lograron gobiernos anteriores, la gente continúa apoyando al Presidente Andrés Manuel López Obrador? Esa es la pregunta que el autor se aboca a contestar en este volumen. La respuesta, señala, “es consecuencia de la forma en la que él utiliza el poder del discurso”. El corazón de su retórica se encuentra en presentar lo que emprende como una lucha de “buenos” contra “malos”.
¿Los otros archivos X? ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com
U
n jefe de familia secuestrado por extraterrestres, un vendedor de seguros confinado en la realidad movediza de un cuadro sin autor, un poblado de Morelos transfigurado en una prisión mental, cientos de visitantes del planeta Kepler en busca de asilo en la Tierra y portadores del virus de la vejez prematura, un feto de posible origen alienígena capaz de torturar a su madre con reclamos impertinentes, un programa diseñado para medir la reacción de clones humanos ante experiencias traumáticas: estas son las figuras y los motivos que animan a Cuando las luces aparezcan (Paraíso Perdido) del joven narrador Roberto Abad. Estamos frente a seis relatos que podríamos inscribir en la nueva ficción de naturaleza fantástica. Todo busca el extrañamiento del lector o, aún más, instalarlo en una realidad a la que si acaso reconoce es porque ha pasado muchas horas frente al televisor. Digamos que tienen más de Mulder y Scully y sus archivos X que de Philip K. Dick o Thomas Ligotti. Reconocemos de este modo la pretensión de erigir una dimensión extraordinaria mediante el desarrollo de ciertas creencias asociadas a los augurios populares o científicos: la sospecha, por ejemplo, de que algunos seres humanos han sido utilizados como conejillos de Indias por viajeros de otras galaxias; o la posibilidad de conocer a nuestros pares genéticos. Hay otra intuición, quizá la mejor prevista, en “El retrato”: la del hombre que mira cómo su presente se ve inmediatamente plasmado en el óleo que compró en la tienda memoriosa de un bazar. El malestar comienza una vez que tenemos muy claro que la escritura corre en sentido contrario a la dimensión fantástica de la realidad. No pasa de ser denotativa, sobre todo cuando se concentra en las rutinas laborales, amorosas o fraternales de los protagonistas. Y es, sobre todo, machaconamente convencional cuando el relato exige mover los hilos con espíritu de riesgo. Las sombras hacen una vez más su aparición cuando leemos al final de “Hijo”: “Agujas atraviesan las capas de mi piel bajo el abdomen. Es un ardor que aumenta, me quema y no tengo otro remedio que abandonarme a esa sensación. Les pido que paren. Me sostengo de los tubos de la cama, les suplico que lo detengan, que no puedo más, ya no quiero, ya no, por favor”.
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LABERINTO
DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.
21 DE AGOSTO 2021
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HUSOS Y COSTUMBRES
La fugaz memoria ANA GARCÍA BERGUA
Q
uizá es que ya se acaba el mundo y, por lo mismo, muchos evocamos y escribimos y damos vueltas a la memoria como quien hace maletas buscando no olvidar lo indispensable. Quizá será porque algo se clausura que estamos ocupados en la huella, en el rastro difuso y raro que quizá encontrarán de nosotros unos seres que lograrán vivir en Marte o en un lugar lejano. Algo ya no será como ha sido hasta ahora y no acabamos de imaginar lo que sigue: pasado mañana será ciencia ficción, anteayer fue novela histórica. Y el tiempo de hoy no termina de pasar para que llegue lo nuevo o el cada vez más improbable retorno. Por algo será que muchos autores coinciden en la escritura de memorias o novelas memoriosas. Hay un límite que se percibe y despierta una necesidad de recapitulación. Lo escribo pensando en varias novelas aparecidas en estos meses: por ejemplo, Días de tu vida, el libro en el que
TEMPLO MAYOR
Maqueta en el Zócalo de Ciudad de México.
Bárbara Jacobs escribe las palabras de su hermana como un virtuoso y duro homenaje; o El invencible verano de Liliana, la novela de Cristina Rivera Garza dedicada a su hermana asesinada, en la que la autora salda la cuenta de una vida. En un registro distinto, Jorge F. Hernández cuenta en la muy conmovedora Un bosque flotante la infancia en Estados Unidos con May, la madre que, justamente, ha perdido la memoria. Y una madre que se va en motocicleta con su amante es la que detona la novela deslumbrante de Rosa Beltrán, Radicales libres, donde desfilan ante nuestros ojos sorprendidos, como en una película, tres generaciones de mujeres con México y la ciudad de fondo. Novelas escritas con la fuerza de la incertidumbre, que señalarán el color de una época del país y de nuestra literatura. Y afuera, en lo público, vemos revisiones, cambios de la memoria que se pinta de otro color o de plano se
clausura: el pasado, se dice, no fue como se imaginó hasta ahora. Y se vuelve a contar la historia como si fuera fácil olvidar que antes también se había vuelto a contar y recontar. Sobre el zócalo que construyeron los españoles encima de las pirámides, se asienta ahora una pirámide de cartón, frágil como una mala memoria que intenta desvanecer las cosas con su peso más que ligero. Encima, espectáculos que hacen pensar en otros años veinte, en épocas expresionistas, futuristas y mexicanistas, pasados redivivos. Y eso que no ha llegado todavía el 16 de septiembre: ¿será que al final coronarán a Iturbide? ¿Dónde dijo Jules Rénard que si viviera otra vez “quisiera que la vida fuera como ha sido hasta hoy, solo que abriría un poco más los ojos”? Quizá no quede otra que fugarse hacia adelante, muy hacia adelante, o abrir los ojos muy grandes, para no perderse en el bosque.
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CAFÉ MADRID
Las cocinas del poder
A
l presidente que quiso llevar a México al Primer Mundo le encantaba comer nopales y frijoles. Él mismo lo dijo una y otra vez a lo largo de su sexenio. De hecho, recuerdo que el día de su último informe de gobierno, Jacobo Zabludovsky subrayó ese particular gusto del hombre que terminaría siendo “el chupacabras” y “el culpable de todos los males que aquejan a la nación”. Dijo el fallecido locutor: “antes de salir de la residencia oficial de Los Pinos rumbo al Congreso de la Unión, el señor Presidente de la República, licenciado Carlos Salinas de Gortari, compartió con su señora esposa, y sus apreciados hijos, una mexicanísima y deliciosa dotación de nopales y frijoles, la comida que más disfruta el político empeñado en modernizar a nuestro país durante los últimos años”. Ya se había levantado el EZLN en Chiapas, ya habían matado a Colosio en Tijuana, y todo empeoraba aquel fatídico año de 1994, pero el señor Presidente no dejaba de alimentar su optimismo con nopales y frijoles. Aquel día, frente a la tele, también recuerdo la risa y la incredulidad de mi padre: “¿tú crees que ese pinche pelón va a comer lo mismo que nosotros? ¡Ya ni la amuela el Jacobo!” Bueno, ¿por qué no?, decía yo. Años después me enteré que Luis Echeverría, orgulloso y pletórico, le había dado agua de jamaica a la mismísima reina de Inglaterra. ¿Y por qué no? ¿Los gustos culinarios pueden influir en las decisiones de los poderosos? Pienso en ello ahora que, en medio de una abrasiva y terrible ola de calor, acabo de leer Cómo alimentar a un dictador (Oberon) del periodista
VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA AFP
polaco Witold Szablowski. Se trata de una crónica política y un relato gastronómico centrado en cinco grandes déspotas del siglo XX. A través de los cocineros que durante años les prepararon la comida en sus palacios, uno de los grandes exponentes de la actual Escuela Polaca del Reportaje perfila aspectos poco conocidos de Sadam Husein, Pol Pot, Idi Amin, Enver Hoxha y Fidel Castro. “Fue muy complicado encontrar a estos chefs
¿Los gustos culinarios pueden influir en las decisiones de los poderosos?
y convencerles para que hablaran. Si todos cocinaron para tiranos, y sobrevivieron, fue porque supieron tener la boca cerrada durante mucho tiempo. Pero, al final, se revelaron como magníficos contadores de historias”, puntualiza Szablowski. Según Abu Ali, capitán de los fogones de Sadam Husein, el líder iraquí quedó deslumbrado el día que le hizo un pastel de cumpleaños que recreaba la antigua Mesopotamia y medía tres metros de alto. Pero si un día estaba de mal humor, y le parecía que lo que había cocinado era demasiado y tenía muchos ingredientes, le descontaba una buena parte de su sueldo. “Días después le hacía, por ejemplo, unas lentejas; él quedaba encantado, pedía que le sirvieran más y ordenaba
Fidel Castro en Nueva York (1959).
que me aumentaran el sueldo. Así era Sadam”, apostilla Abu Ali. Pol Pot, líder de los Jemeres Rojos, que exterminó al 25% de la población de Camboya, “era muy exigente con la ensalada de papaya. Le gustaba al estilo tailandés, con cangrejo seco, pasta de pescado y cacahuates”, recuerda su cocinera que, ya puesta, confiesa que se enamoró, “en secreto”, de él porque “soñaba con un mundo donde nadie pasara hambre”. El día que el ugandés Idi Amin se convenció de que su cocinero hacía “verdaderas delicias occidentales”, le triplicó el sueldo y le regaló un Mercedes Benz. ¿Es verdad que le gustaba comer carne humana? “¡Para nada!”, responde quien fuera su cocinero. “Lo que sí es verdad es que alimentaba a los cocodrilos con trozos de gente a la que asesinaba”. Erasmo Hernández, el chef de Fidel Castro, cuenta que el platillo favorito del comandante era la sopa de verduras y que le encantaban los helados. Eso sí, “en la guerrilla, Fidel se había acostumbrado a comer a cualquier hora y no había manera de planificar nada con él. Había que estar a su disposición”. El albanés Enver Hoxha tenía que seguir una rigurosa dieta porque había sufrido un infarto y era diabético. Además, su cocinero buscaba la manera de influir en su estado de ánimo: “muchas veces mitigó los instintos asesinos del tirano con su destreza gastronómica y así salvó varias vidas y recondujo algunas de sus acciones de gobierno”, subraya Witold Szablowski. Quién sabe si en realidad Carlos Salinas de Gortari prefería los nopales y los frijoles. A lo mejor sí. Y… ¿eso tuvo que ver algo en cómo le fue a México?
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