Laberinto No.951 (04/09/2021)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO DOBLE FILO

EL ATLAS DE PANDORA

FERNANDO FIGUEROA

IRENE VALLEJO

Río escondido vuelve al cine

Nubes Foto: Producciones Raúl de Anda

SÁBADO 4 DE SEPTIEMBRE DE 2021 AÑO 18 - NÚMERO 951

700 años bajo el signo de Dante Alighieri Ernesto Lumbreras, Guadalupe Alonso Coratella/ Dibujo: SANDRO BOTTICELLI. REPRESENTACIÓN DEL INFIERNO

Ilustración: Román


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ANTESALA

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DOBLE FILO

Figueroa en Río escondido FERNANDO FIGUEROA

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na apacible tarde de 1994, Gabriel Figueroa me comentó esto en su casa de Coyoacán: “Greg Toland, quien fotografió El ciudadano Kane, me hizo el favor de decirme: ‘Yo hubiera querido tu profundidad’. Eso fue después de que vio mi trabajo en Río escondido, en especial el triángulo que se forma cuando aparece María Félix con otras dos mujeres. Por tener todo en foco tuve que aplastar la iluminación, por eso no es perfecta en esa escena”. Ahora, mientras veo el gran trabajo que hizo el Laboratorio de Restauración Digital de la Cineteca Nacional con Río escondido (Emilio El Indio Fernández, 1948), espero con ansia esa célebre imagen, que se produce durante el velorio de un niño asesinado por el cacique. Al verla, me parece tan genial como todo el trabajo fotográfico de Figueroa. A más de siete décadas de distancia, el discurso nacionalista de El Indio en Río escondido se percibe demagógico, sobre todo en las secuencias iniciales en Palacio Nacional, mientras que el esteticismo de Figueroa perdura y se agiganta. La entonces bellísima María Félix interpreta a Rosaura, una maestra que reabre la escuela primaria de un miserable pueblo desértico y además encabeza la vacunación contra una epidemia de viruela. Cualquier semejanza con la actualidad no es mera coincidencia. Don Gabriel también me comentó: “Podría decir que mi estilo se inició en Flor Silvestre, una película con Dolores del Río y Pedro Armendáriz. Al inicio del rodaje, El Indio me dijo: ‘Tú coloca la cámara donde quieras’. En la noche fuimos a ver rushes y quedó muy impresionado; lo que él vio, sobrepasó en mucho lo que tenía en mente y desde entonces me dejó poner la cámara donde yo quisiera”. Quien no le dio esa misma libertad creativa fue Luis Buñuel pero, según el propio Figueroa, “yo me defendí con base en la iluminación”. El director español y el fotógrafo mexicano trabajaron juntos en Los olvidados, Él, Nazarín, El ángel exterminador. Entre John Huston y Gabriel Figueroa también hubo estira y afloja al filmar La noche de la iguana: “Cuando hicimos la primera escena, en la iglesia, empezamos con un close up del cura que salía a la calle, y para allá íbamos; después venían los acercamientos para tener entrecortes del protagonista. Huston me decía: ‘Dame a estas dos gentes aquí’. Después de hacer la toma, le pregunté: ‘¿Qué le parece esta otra?’. Él me volteó a ver como diciendo: ‘¿cómo se atreve este a marcarme el emplazamiento?’. Finalmente, aceptó como el 30 por ciento de todo lo que le sugerí”. Y de John Ford: “Cuando lo conocí, él ya tenía una experiencia fabulosa; nunca veía rushes, se limitaba a preguntarme cuál lente estaba usando y con eso ya sabía todo. Ni siquiera se asomaba a la cámara. Hicimos El fugitivo en 1947 y él ya estaba en el cine desde 1912”. Acerca de su vida, don Gabriel me dijo: “Ha sido plena, feliz. En mi trabajo fui un hombre realizado, lo mismo que en mi familia. También hubo golpes fuertes, pero se fueron así como vinieron”. En ese momento, Figueroa tenía 87 años y se declaraba “listo para morir, ya tengo apartado mi lugar en el Panteón Francés. Quisiera morirme ya, a más tardar hoy; ¿para qué quiere uno perder todas las facultades?” Murió el 27 de abril de 1997, tres días después de su cumpleaños 90.

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Ok, está bien. Dirección: Gabriela Ivette Sandoval, México, 2020.

HOMBRE DE CELULOIDE

Comedia de dos enamorados del cine

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA D RAÍZ PRODUCCIONES

n guion. Esto es lo primero que necesita una buena película. Lo sabe el protagonista de Ok, está bien, dirigida por Gabriela Ivette Sandoval y escrita y actuada por Roberto Andrade Cerón. Y es que el protagonista es también autor de este guion que divierte, lleno de guiños y referencias a lo mejor del cine. A Manhattan, por ejemplo. Por eso al final de la película escuchamos un clarinete y asistimos a un montaje que elogia a Tlatelolco como si fuese Nueva York. Ok, está bien puede verse a través de Vimeo, plataforma que permite al espectador pagar directamente al creador de contenido, de modo que los cineastas no necesiten padecer las políticas de distribuidores y exhibidores al servicio del cine estadunidense. Así nuestro cine, con todo y sus penurias, puede aprovechar el momento histórico y democratizarse. El protagonista de Ok, está bien es, pues, un guionista de cine que se llama Mariano. Tiene 29 años, es gordo y no hace otra cosa que ver cine. En uno que otro momento lanza críticas (francamente justas) al estado del arte nacional. Por ejemplo, en las clases que ofrece en un asilo se queja de que los creadores parecen incapaces de levantar un proyecto sin el apoyo del gobierno. Y eso no es lo peor, dice, no consiguen historias

redondas porque viven seducidos por el oropel de los efectos por computadora del cine hollywoodense. Así que Ok, está bien tiene que predicar con el ejemplo. Y sale bien parada porque cuenta una historia redonda, aprovechando perfectamente sus recursos y sin la necesidad contumaz de “visibilizar”, “denunciar” o incluso medrar con las desgracias de este atribulado país. Ahora bien, además de un buen guion y un buen protagonista, una película, para ser excepcional, necesita de buenos actores de reparto. Los de Ok, está bien son magníficos. En torno a Roberto Andrade Cerón (quien a todas luces escribió la historia para explotar su histrionismo natural) gira la madre mexicana, esperanzada con que su hijo ya por fin escriba una película y, cuando menos, gane una beca. Gira también un primo que, cual pez fuera del agua, viene de Querétaro para vivir con este soñador fracasado y una muchachita guapa que, nos enteramos, tiene aliento a guayaba.

La obra no necesita ni de vulgaridades ni de lugares comunes para hacer reír y pensar

Todos ellos se dan cita en un departamento en Tlatelolco en el cual, de inmediato, se establece un triángulo amoroso. Es justamente en este triángulo que Ok, está bien deja de ser una buena película para volverse de lo mejor. Porque a un guion, un protagonista y buenos actores hay que añadir un tabú que permita reflexionar cómicamente en torno a la sociedad. El tabú es este: Mariano tiene casi 30 años y se ha enamorado de una niña de 15 que, para colmo, es la novia de su primo Ramiro. Con todos estos elementos es lógico que Ok, está bien resulte una magnífica comedia. Al nivel de, por ejemplo, Temporada de patos, de Fernando Eimbcke, filmada, por cierto, en el mismo lugar. Porque la obra de Gabriela Ivette Sandoval y Roberto Andrade Cerón no necesita ni de vulgaridades ni de lugares comunes para hacer reír y pensar, no necesita de otra cosa que las vivencias de dos creadores capaces de reírse, primero, de sí mismos, de sus propios miedos y carencias, de la impuesta necesidad de triunfo al costo de vender los ideales y hacer cine que en el fondo dé pena. Con este miedo al fracaso y amor al cine los autores de Ok, está bien han realizado una obra magnífica que, paradójicamente, se burla de todo lo malo del cine nacional.

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ANTESALA

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POESÍA

La bicicleta

LOS PAISAJES INVISIBLES

Flaubert y Bulgákov

CARMEN VILLORO

Un día tuve una bicicleta

las líneas salen al principio chuecas luego van perfilándose en el aire inaugurando caminos luminosos por los que avanzo con seguridad. Papá murió hace unos cuantos años. ¿Se acordaría alguna vez de aquella bicicleta de mi infancia? ¿Qué pensamiento habita el

y un papá que la detuvo un largo

[tramo

corriendo a mi costado hasta que un frágil equilibrio le permitió soltarme. Algunas veces la risa del verano cayó sobre

[mi cuerpo

al chocar contra un árbol. Muchas otras me raspé las rodillas y le torcí las ruedas a mi bici. Un día tuve una juventud que expresó su delirante algarabía sobre una bicicleta: los brazos levantados, apretados los puños, el manubrio apenas controlado con un toque sutil de las rodillas, la marcada pendiente ante mis ojos, la vida que se cruza en una ráfaga. Tengo una bici en el portón de casa. Solo la miro, pero no la uso. Cuando escribo

[corazón de un padre

que da ese empujoncito, ese coraje íntimo y certero, ese amuleto? ¿Hay algún pensamiento en el amor? La vida me sorprende algunas veces con un hondo socavón en el que

[caigo

irremediablemente. Otras, en cambio recupero el dominio de mis piernas siento el viento en la cara y una presencia en mi

[costado izquierdo me acompaña.

EX LIBRIS

Jai Jai Ganapati/ EKO

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IVÁN RÍOS GASCÓN

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@IvanRiosGascon

n joven Gustave Flaubert denunció que “la felicidad es como la sífilis. Si la contraes demasiado pronto te echa a perder la constitución”, aunque este aciago silogismo, refieren sus estudiosos, tiene que ver con el amor no correspondido que Flaubert le profesó a Elisa Schlesinger, la mujer de un músico alemán que conoció en Trouville hacia 1836, pero no a consecuencia de saborear hasta el hartazgo la inmensa variedad de goces terrenales que, en verdad, pueden echarnos a perder la constitución. Contrario a la flaubertiana concepción venérea de la alegría, muchísimos años después, Mijaíl Bulgákov declara en voz del doctor Bomgard, personaje de Morfina: “Las personas inteligentes han observado desde hace tiempo que la felicidad es como la salud: cuando la tienes, no la percibes. Pero cuando pasan los años, cómo recuerdas la felicidad, ¡oh, cómo la recuerdas!” Antípoda curiosa. Según el escritor francés, el júbilo semeja esa mortífera plaga que, hasta buena parte del siglo XX, solo podía paliarse con el ungüento negro, en tanto que para el galeno y escritor nacido en Kiev representa la integridad física, mental. Y es que, confinado en los fríos pabellones de un dispensario rural, resignado a recorrer la sección de cirugía, terapia, enfermedades infecciosas y obstetricia, y obligado a convivir con peritonitis, difterias, catarros, laringitis, hernias estranguladas, partos transversales y, por supuesto, con la erupción estrellada, Bulgákov aprendió que la felicidad es, digamos, equivalente a la convalecencia: durante la sanación sentimos, o creemos percibir, que el cuerpo hace una tregua con lo fatal. Pero volviendo al asunto. En los relatos de nieve, ventisca, enfermedad, agonía, soledad, desesperación y algo de aburrimiento, Bulgákov vertió sus experiencias no solo como observador de la dolencia orgánica y la inminente corrupción de la materia, sino como adicto al opiáceo capaz de sosegar cualquier tipo de dolor físico o espiritual. Tal es la razón por la que Serguéi Poliakov, su alter ego, anota al comienzo de la bitácora de viaje a las entrañas de la droga: “No puedo dejar de alabar a quien por primera vez extrajo la morfina de las cabecitas de las amapolas. Es un verdadero benefactor de la humanidad”, aunque luego habrá de retractarse, no por culpa o remordimiento sino porque la felicidad que le proveía el pinchazo era tan breve como un parpadeo, además de que lenta, gradualmente, se transformó en la metafórica sífilis que refirió Flaubert. Pese a los extremos de sus dichos, Flaubert y Bulgákov tienen razón. La felicidad, si es que existe, no debe experimentarse demasiado pronto. El riesgo estriba en desear que la alegría sea el orden de una existencia destinada a la ansiedad o la congoja, más cercana a la melancolía que a la bienaventuranza. Quizá es por eso que los instantes de placidez pasan desapercibidos, solo se recuerdan al llevar a cabo el inventario de uno mismo en otros tiempos, otros lugares, lejanos desconsuelos: la retrospectiva de Bulgákov en Morfina le revela que lo más cerca que estuvo de la dicha fue durante su aislamiento juvenil en un recóndito hospital de pueblo. Entre las traqueotomías, las amputaciones, los tumores, los sangrados o el combate encarnizado con la ignorancia y necedad de sus pacientes, y más aún, entre esos viajes frenéticos al paraíso artificial que le echaron a perder la constitución, reconoce que nunca más volvió a sentirse tan contento. Por su parte, Flaubert moderó su oscura certeza y aclaró: “Los tres requisitos indispensables para ser feliz son la estupidez, el egoísmo y la salud. Pero si falta la primera, no hay nada que hacer”. Lo malo es que si el individuo sano rara vez se regocija con la condición de su organismo, será imposible entonces que reconozca el auténtico tamaño de su estupidez.

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Conmemoramos 700 años de la muerte del poeta florentino con un mapa de su influencia en nuestro país y dos reflexiones

Las huellas de Dante Alighieri en México

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ERNESTO LUMBRERAS PINTURA EUGÈNE DELACROIX

mediados del siglo XVII, el Santo Oficio levantó un expediente al alarife poblano Melchor Pérez de Soto, acusado de nigromante. Después de su aprehensión, para abonar cargos en su contra, los inquisidores tomaron e inventariaron su biblioteca la cual reunía —todo un lujo para un particular de aquel periodo— 1663 volúmenes. Comentada la relación libresca por Manuel Romero de Terreros, encontramos lo mejor de la literatura castellana hasta esa época, de Tirso de Molina a Ercilla, de Gracián a Góngora, pero también numerosas novelas de caballería como para volver loco, otra vez, a Alonso Quijano, amén de libros relacionados con su oficio, la Arquitectura de Vitruvio, por supuesto, y otros más. “Tampoco faltaban —anota el historiador— la Divina comedia del Dante ni Os Lusíadas de Camoens”. Fatalmente en ese manjar de bibliófilos “las obras de astrología eran legión”, situación que terminaría agravando el auto acusatorio del maestro de obra quien moriría en la cárcel a pedradas, sin explicación convincente, por su compañero de cautiverio. Las ediciones italianas de la Commedia estuvieron en los estantes de la mayoría de las bibliotecas conventuales de la Nueva España. El incunable de la Biblioteca Nacional de México, impreso en Venecia en 1493, ratifica el comercio, la lectura y la estimación de este libro desde el amanecer virreinal. Por lo mismo, sorprende a los estudiosos de Sor Juana que el poema del florentino no se encontrara entre sus “queridos amigos”; ninguna alusión de Dante y su obra se localizan en los escritos de la monja

jerónima. ¿Lo leyó y desestimó sus méritos? ¿Lo incorporó como parte de lo que flotaba en el aire? Ciertamente, las Rimas, La vita nuova y la Commedia tocaron la lírica española en varios de los exponentes de los Siglos de Oro, y claro, la poeta de Primero sueño no fue la excepción. En este periodo, el sol de Petrarca eclipsaba cualquier otro astro por lo que los contados dantistas que quedaban en el siglo XVII marcharon con “antorchas apagadas”. Por otra parte, debemos entender que aquella era una época confusa para distinguir entre versiones originales y traducciones, perífrasis e imitaciones que circulaban muchas veces sin dominio autoral en los países de lenguas romances. No obstante la traducción castellana de Enrique de Villena de la Divina Commedia (ca. 1428) o la versión del Infierno (1515) de Pedro Fernández de Villegas, los impresores y libreros europeos circularon preferentemente el clásico toscano en su lengua original por lo menos hasta principios del siglo XIX. La valoración del legado dantesco en México comienza, precisamente, en dicha centuria, y no tanto en el rubro de las letras sino en el de la pintura y la escultura. Con la refundación de la Academia de San Carlos, obra de Antonio López de Santa Anna en 1843, se dispuso que las más brillantes promesas mexicanas del arte fueran becadas a Europa con una estancia en la Academia de San Lucas en Roma. El romanticismo del viejo continente, de Blake a Leopardi, de Goethe a Shelley, de Foscolo a Victor Hugo, habían colocado a Dante Alighieri como uno de sus capitanes en la cruzada contra el antiguo régimen de la razón y las luces. En sus recorridos por los museos y galerías, las iglesias y edificios públicos de Inglaterra, Francia y de Italia, los jóvenes artistas mexicanos

se toparían a menudo con lienzos y murales, bronces y mármoles cuyos temas y personajes provenían de la Commedia. Visita obligada de aquellos estudiantes fue el Museo del Louvre. En esos muros medievales, La barca de Dante (1822) de Eugène Delacroix sería una estación demorada en el recorrido de aquellos jóvenes. También en la ciudad luz, en el Palacio de Versalles, pudieron continuar con la pasión dantesca del pintor francés y admirar los murales de las cinco cúpulas de la biblioteca pintados entre 1840 y 1847. En el periplo italiano, Dante y su imaginario cumplirían las expectativas de nuestros juveniles prospectos, ya fueran estos los prodigiosos Juan Cordero, Santiago Rebull o Felipe S. Gutiérrez. Por los archivos de la Academia de San Carlos se sabe que Rebull presentó una copia del fresco de Rafael —La disputa del sacramento pintado en el Vaticano— donde aparece el poeta florentino coronado de laurel entre el papa Sixto IV y Savonarola. ¿Dónde estará ese lienzo? Además, en los mismos archivos hay registro de tres obras tituladas Dante y Virgilio de la autoría de Manuel Buenabad, Isidro Santoyo y Rafael Flores (1832-1889). La obra de este último, en resguardo del Museo Nacional de Arte, merece el calificativo de un capo lavoro. Fechada en 1855 y expuesta en la muestra anual de los alumnos de la academia, la tela presenta a los dos poetas en el saliente de una montaña donde observan — con un resplandor maléfico en sus rostros— el valle de los malos consejeros con Ulises y Diomedes a la cabeza; allí pululan millares de almas que arden por la eternidad como antorchas noctámbulas.

Entre los modernistas, el mundo del poeta encontró modestos homenajes

Sin embargo, el gran tributo de la Commedia en el siglo XIX mexicano lo encabezó el joven arquitecto Jacobo Gálvez a quien la Academia de San Carlos rechazó su solicitud de beca. No obstante, con apoyos de mecenas tapatíos, hará el viaje a Europa a finales de 1851; pasará poco más de un año entre Francia e Italia para regresar con ideas y sueños que pronto habrá de materializar en su natal Guadalajara. Su obra más memorable es la construcción del Teatro Degollado (1856-1866) en cuya bóveda pintaría —en colaboración con Gerardo Suárez y Carlos Villaseñor— una recreación del canto IV del Infierno, el Limbo del nobilísimo castillo de los sabios y de los poetas de la antigüedad. Para los grandes pintores y escultores mexicanos de la siguiente centuria, los cuadros líricos del florentino no llamarán su atención para traducirlos en imágenes y volúmenes, al menos no en las coordenadas y dimensiones de los trabajos de Auguste Rodin, Salvador Dalí o Miquel Barceló. Existen pequeños acercamientos como las viñetas que realizó José Clemente Orozco para la edición vasconcelista de La divina comedia de 1921 y una tinta sobre un pasaje del canto XXI del Infierno, una pieza en yeso de Ignacio Asúnsolo de un proyecto escultórico sobre Dante que se planteó erigirse en la Alameda Central, los dibujos de Guillermo Guzmán para el libro Dante Alighieri, su vida, su obra y su tiempo (1983) de Óscar Flores Tapia y las ilustraciones de Isabel Leñero para la edición de El infierno (1989) de Vicente Leñero, una versión paródica y “mexicanizada” del poema del florentino. En el vasto mundo de las ilusiones perdidas, queda la posibilidad —sueño de un maestro grabador o de un editor exquisito— el haber levantado una carpeta gráfica o una edición dantesca con piezas


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de José Clemente Orozco para el Infierno, de Diego Rivera recreando el Purgatorio y de Rufino Tamayo para los sagrados planetas del Paraíso. Entre nuestros modernistas, la obra del florentino apenas encontró modestos homenajes: el soneto “A Dante” de su libro Versos de 1890 y el poema “Frente a la casa degli Alighieri” de Luis G. Urbina, así como los pareados “Incip vita nova” de Amado Nervo de su obra póstuma La última luna. Para entonces circulaban, sin contratiempos, las traducciones de La divina comedia del conde de Cheste —en verso y en terza rima—, dadas a conocer en 1868, a las que seguirían las versiones en prosa de Manuel Aranda y San Juan en 1869 y la realizada, también en prosa, por Cayetano Rosell en 1872. Después de esas tres ediciones españolas, Bartolomé Mitre publicaría la suya, también en verso y con rima, en 1889. Una de dichas versiones en prosa compró el joven y pobre José Vasconcelos, según nos refiere en su Ulises Criollo, en una librería de lance a un costado de la Catedral, lectura que turbó el ánimo y afirmó el carácter del futuro filósofo, ratificando el lugar principal del italiano: “En Milton se advierte el artificio, en Shakespeare cansa la vena patética de ambición herida y siempre humana. Únicamente Dante

en cada verso plasma una porción de realidad eterna”. Sin ser una presencia central en sus intereses, Alfonso Reyes escribe un breve ensayo, “Dante y la ciencia de su época”, de utilidad para leer la Commedia con claves del siglo XIV. De la generación de Contemporáneos, salvo unos guiños dantescos de Carlos Pellicer, Xavier Villaurrutia escribirá un poema de alto vuelo, intenso y desasosegado, “Amore condusse noi ad una norte”, título tomado del parlamento de Francesca da Rimini del canto V del Infierno. Por múltiples referencias, constatamos que Octavio Paz leyó a cabalidad a Dante aunque no consagró un ensayo o un artículo en torno de su legado. Con motivo del séptimo centenario de Dante Alighieri, en 1965, se publicó el ensayo En la ruta de Dante, 1265-1965 de Samuel Ruiz Cabañas, la traducción del latín de Églogas de D. A. a cargo de Rubén Bonifaz Nuño, en la Revista de la Universidad de México del mes de mayo. Jaime García Terrés celebra la efeméride en su columna “La feria de los días” y publica fragmentos de la Commedia y de La vita nuova en traducción de Homero Aridjis y en el mes de julio comparte un ensayo de Vittore Branca sobre la edición más escrupulosa de La vida nueva, mientras la Revista de Bellas Artes dedicó su

número 2 al vate toscano en cuyo índice se pueden leer “El epitafio de Dante” de Boccaccio en versión de Eduardo Lizalde, la misteriosa carta al Can Grande della Scala, ensayos de Santayana, Guardini, Pound, Eliot, Borges, Ungaretti… Los festejos institucionales corrieron por cuenta del secretario de Educación Pública, Agustín Yáñez, en un discurso, “Dante, concepción integral del hombre y de la historia”, leído en el Palacio de Bellas Artes el 19 de mayo de 1965 y publicado en una cuidada plaquette. En su disertación, recordaría el acto conmemorativo de 1921, en el cual su homólogo de aquella época, Vasconcelos, pronunció esta frase: “después de leer a Dante nos sentimos hombres nuevos frente a un destino infinito”. Diez años después de la celebración del natalicio, en 1975, se publicará el estudio más completo escrito por un mexicano, Dante Alighieri de Antonio Gómez Robledo, trabajo de muchos años de investigación en bibliotecas de Europa y América donde analiza todo el corpus de la obra dantesca y sus probables fuentes. En su momento, en lengua castellana no existía un volumen de tal dimensión y calado, obra que debe mucho a sus años de embajador en Roma (1967-1970), donde escucharía, cada domingo, a un especialista

La barca de Dante (1822), que se exhibe en el Museo del Louvre.

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en la materia en la célebre Cathedra Dantis Romana. Entre las traducciones modernas de La divina comedia se encuentra la realizada por el guanajuatense Salvador Sánchez, publicada por Libro Mex Editores en 1958, esfuerzo un tanto marginal que valdría la pena releer. El candidato ideal para una versión “mexicana” del clásico toscano fue el infatigable Guillermo Fernández, traductor de una centena de títulos de autores italianos. Curiosamente, uno de sus primeros trabajos sería La divina comedia: trece cantos de “El Infierno” de Dante Alighieri y otros textos de 1981, tal vez el fundamento para emprender más tarde el viaje completo de los cien cantos del poema inmortal. Su asesinato en 2012 nos privó de esa posibilidad. En fechas más recientes, destaca el Dante (2019) de Marco Perilli, una lectura personalísima del periplo de ultratumba con conexiones a otras lecturas, especialmente modernas, y con estaciones de goce sibarita para comentar pasajes, tercetos o versos donde el arte mayor del florentino se torna a lo mínimo, lo íntimo y lo sutil. Para concluir el recuento de Dante en México, el Taller Martín Pescador de Juan Pascoe editó este 2021 —exquisitez para bibliófilos— Seis canciones de Dante Alighieri en versión de Francisco Segovia.

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REFLEXIONES

La puerta al Renacimiento David Huerta y Marco Perilli revaloran el gran poema de Dante y su concepción del mundo

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ncontréaDanteeneltranvía n. 76”; así tituló Jorge Luis Borges una conferencia que impartiera en Buenos Aires en 1958. David Huerta lo evoca al hablar del poeta florentino a 700 años de su muerte, la madrugada del 13 al 14 de septiembre de 1321. “Borges contó que camino al trabajo se llevaba en el tranvía un ejemplar de la Comedia en italiano y un diccionario. Terminó leyéndolo sin necesidad de traducción. A través de los siglos, se han publicado innumerables estudios sobre Dante. Entre los primeros está Vida de Dante, de Boccaccio —quien le pone el adjetivo “Divina” a la Comedia—. El dantismo no tuvo un destino homogéneo porque el poeta de mayor influencia en Europa fue Petrarca. Dante empieza a tener un perfil definido más adelante y un apogeo en el siglo XIX”. Para el escritor y editor Marco Perilli, la Comedia es la más grande construcción poética, en cuanto a poemas narrativos, que se ha escrito. “La Comedia es la única que expresa el mundo en su totalidad, no por una superioridad o jerarquización respecto a otras. No digo que Dante sea superior a Cervantes, Shakespeare o Montaigne; digo que la civilización expresada en la Comedia cabía en una forma literaria, con significados explícitos, cosa que no sucede con Cervantes o Shakespeare. Después de Dante el mundo cambió, en términos de conciencia del espacio y tiempo. Para Dante, el mundo era el Mediterráneo; su centro ideológico, religioso, Roma”. “Todo confluye en la Comedia”, continúa Perilli; “es la historia de Dante como individuo, de Dante Alighieri florentino, político, exiliado, y es la crónica de un tiempo histórico. No es casual que, en el poema, Dante sitúe el viaje en 1300, año del gran jubileo convocado por el papa Bonifacio VIII, su enemigo mortal y a quien echa al infierno estando aún vivo. Cuando Dante fungía como diplomático en Roma, fue detenido por Bonifacio VIII, mientras en Florencia la facción enemiga llegaba al poder. Dante se quedaría sin patria, sin pertenencias. Así comienza su peregrinación de veinte años por toda Italia. Dante sitúa el viaje al más allá en el año escogido por su enemigo como el gran parteaguas en la historia de la cristiandad. Es interesante la posible interpretación del primer verso de la Comedia: ‘A mitad del camino de nuestra vida’. Quiere decir que al tener Dante 35 años ‘se encontró en una selva oscura’, una forma de fechar el

GUADALUPE ALONSO CORATELLA RETRATO DOMENICO DI MICHELINO (1465)

El poeta florentino, quien murió el 14 de septiembre de 1321. El cuadro se exhibe en la Catedral de Santa María del Fiore.

viaje. Pero hay una lectura que sitúa esa fecha como el punto medio en la historia del mundo”. El crítico literario Harold Bloom consideraba a Dante un gnóstico. La sabiduría que emana de la obra no solo revela su formación, sino una capacidad intelectual expresada en distintos niveles. “Como buen conocedor del latín, era lector ávido de poesía: Ovidio, Estacio, Lucano, por supuesto de Virgilio, maestro y ejemplo moral”, refiere Huerta. “Y es interesante la presencia de Saladino, el guerrero generoso, misericordioso, pero pagano, admirado por Dante. Un musulmán, kurdo, que aparece en la Comedia. Es conmovedora la sensibilidad de Dante ante ese mundo, el de los enemigos islámicos de la fe católica”. “Es posible”, añade Perilli, “que Dante se haya atrevido a incluir imágenes que pertenecían a una tradición enemiga, que él mismo condenó al infierno, para alimentar su poema. Posiblemente había raíces comunes entre Dante y estas fuentes islámicas, pero hay casos en donde no puede ser coincidencia la copia del texto árabe en los versos de la Comedia. De su formación, puede decirse que Dante sabía todo lo que se sabía en su momento. No es solo el poeta, sino un pensador que no separaba

“Los mejores efectos especiales están en la Comedia, no en Hollywood” dice David Huerta

la poesía de la doctrina, la ciencia de la teología, la filosofía de la religión”. Todo en la Comedia parece concatenarse con una precisión matemática. David Huerta habla de Dante como “alguien que diseña o dibuja con la imaginación y las palabras y literalmente nos presenta construcciones. Por otro lado, la numerología de Dante es muy profunda, es una forma simbólica de utilizar las cifras para seguir diciendo cosas que no son evidentes. La estrofa tiene tres versos, la terza rima o el terceto encadenado; el gran poema tiene tres estaciones: Infierno, Purgatorio y Paraíso. Es fascinante: arquitectura, números, amor, teología. Es un libro multidimensional de muchas vertientes”. Uno de los aspectos que han atraído a Perilli es este equilibrio arquitectónico, el orden compositivo. “Todo apunta a que Dante utilizó números, líneas, proporciones matemáticas, antes de escribir. La correspondencia, la armonía, determinadas coincidencias que son puntuales en la repetición de números, no dejan espacio para un hallazgo casual. No puede ser coincidencia que en determinados puntos estratégicos en términos de composición aritmética, se hable del mismo tema, el mismo contexto, ideas básicas en términos filosóficos y morales del pensamiento dantesco. No puede ser casualidad que en el punto áureo de toda la Comedia se dé el empalme entre la despedida de Virgilio, guía de Dante a través del

Infierno y el Purgatorio, y la aparición de Beatriz desde el Edén al cielo”. David Huerta presume que hoy es difícil identificarnos con las ideas contenidas en la Comedia. “Si bien fue escrita en los umbrales del Renacimiento, es un poema medieval. El escolasticismo de Dante es, hasta cierto punto, rígido, entiende las cosas a la luz de la doctrina y no parece moverse mucho, aunque se mueve. Es un poeta religioso que transita con mucha versatilidad en el mundo de lo humano”. ¿Cómo acercarnos hoy a la Comedia? “Podemos leerla como un poema”, dice Perilli, “aunque Dante se enoje, pues para él era un tratado filosófico. Aun así, hay algo que trasciende todo esto: la sangre que late en el ser humano en todas las generaciones. Personajes como Francesca o San Francisco viven experiencias más allá de la anécdota o la clasificación moral en la que Dante los sitúa, transpiran ese hálito de vida que puede ser la idea del bien, del mal, del amor, la soledad, los celos, la curiosidad”. David Huerta propone compartir la propia experiencia con el poema, “incluso decirle a los jóvenes que los mejores efectos especiales no están en las películas de Hollywood, sino en la Comedia. Son efectos deslumbrantes: la metamorfosis de los personajes en el infierno, un hombre que se convierte en las raíces de un árbol o las llamas moviéndose como una forma humana. ¿Qué más se puede pedir?”

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LITERATURA

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A FUEGO LENTO

El canto del pájaro ciego México, 2021

Balada carcelaria ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

EL ATLAS DE PANDORA

Nubes Desde Sócrates, la labor y el saber de los maestros alientan el desarrollo íntimo y colectivo

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omo asiento en una sillita verde de dos palmos y descubro que, desde esa altura, la perspectiva cambia. En el aula donde tendrá lugar la reunión, padres y madres parecemos personajes huidos de Alicia en el país de las maravillas, tras haber comido un pedazo de pastel que nos provoca un crecimiento desproporcionado. Desde la humildad del asiento bajo y la postura ridícula, alzo los ojos hacia la sonrisa de giganta dulce de la maestra de mi hijo. Vuelvo a mi infancia; recupero imágenes nítidas de la luz que bañaba mi colegio, los palotes en el cuaderno, las canciones, las rimas y el perfil pecoso de un niño pelirrojo llamado René. Sentada en la silla verde miro de nuevo la escuela como la veía en la niñez: un teatro fascinante del juego y la palabra. La escuela siempre ha sido un escenario de debate social. Hace 2 mil 500 años, Aristófanes estrenó ante el público ateniense su comedia más famosa, Las nubes, donde caricaturizaba a Sócrates y la pedagogía innovadora de la época. Aristófanes, como buen conservador, se preocupaba por la decadencia de la enseñanza, y en algunas escenas parece anticipar nuestras guerras culturales del presente. Su discurso en Las nubes añora los buenos tiempos pasados, cuando los niños eran disciplinados, obedientes y respetuosos con sus mayores. “Por norma no se oía nada, ni un gruñido infantil, y todos caminaban por la calle guardando la compostura. Si uno

IRENE VALLEJO ILUSTRACIÓN ROMÁN

de ellos hacía una payasada, le daban una tunda”. La didáctica de los palos era insuperable; en cambio, los métodos permisivos de la nueva educación convertían a los jóvenes en una panda de chicos pelilargos, flojos, charlatanes, liantes e inmunes a la voz de la autoridad. Al final de la comedia, un padre desatado decide zanjar el conflicto por la vía pirómana, y prende fuego al Pensadero, la escuela donde Sócrates impartía sus peligrosas enseñanzas. Sucede, y ahora hablamos de la realidad, que el filósofo sería condenado años después a beber una dosis letal de cicuta por corromper a la juventud con ideas nocivas. La paradoja es que Sócrates y los corrompidos discípulos que continuaron su labor —unos tales Platón y Aristóteles, entre otros— son hoy recordados como una generación dorada. Ya no hay maestros como ellos, suspiran los elegíacos. Se diría que la educación está siempre degenerando. Los padres, en perpetuo estado de alarma y premonición de catástrofes, reincidimos en la ridícula costumbre de enseñar a los profesores cómo cumplir su tarea. Aunque el apocalipsis suele faltar a la cita, los profetas del fin del mundo no parecen perder un ápice de credibilidad. Y mientras discutimos sobre el declive de la enseñanza, olvidamos reivindicar la labor y el saber hacer de los maestros. Ya los agoreros antiguos, encantados con sus cataclismos, se desentendieron de minucias como reclamar mejoras y medios para esta profesión

humilde, típica de quienes caían en desgracia y exiliados. “O se ha muerto o es maestro en alguna parte”, dice un personaje de comedia sobre alguien de quien no se tienen noticias. “Tuvo un oscuro comienzo”, escribe Tácito a propósito de un hombre que dio clase en su juventud. Nieta como soy de maestros, me pregunto por qué no hablamos más a menudo de confianza y gratitud. Son profesionales con una misión exigente y visionaria: la escuela es el lugar donde primero edificamos el futuro, un espacio de crecimiento íntimo y colectivo. La figura de Sócrates ofrece uno de los ejemplos más antiguos del ascensor social en funcionamiento. Descendía de una familia humilde y cuentan que era el tipo más feo que merodeaba por Atenas. La fealdad no es un dato anecdótico: los griegos estaban tan obsesionados como nosotros por la belleza física. Llama la atención que aquel hombre de túnica raída, malcarado y sin pedigrí aristocrático, dejase una huella imborrable. Su historia de ascenso se truncó cuando lo procesaron, convirtiéndole en uno de los primeros maestros perseguidos de la historia. Él, que tal vez sonrió ante su caricatura en el teatro, sabía que la educación no es un juego: es lo que siempre está en juego.

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© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, S. L. © Irene Vallejo.

E

l argumento de El canto del pájaro ciego (Textofilia) tiene un atractivo no carente de espanto: un joven mexicano purga injustamente una condena a muerte por asesinato en una cárcel de Illinois. Mientras prepara su defensa, se convierte al islam (o al menos sigue sus enseñanzas), ejercita su cuerpo, estudia leyes por correspondencia y aprende a sobrevivir entre violadores, asesinos, maestros y aprendices de la violencia. Es inocente del cargo de asesinato pero no es un digno representante de la especie humana. En contra juega su carrera como ladrón de autos, vendedor de cocaína y pandillero. Antes que un fresco de la vida carcelaria, Bibiana Rivera Mansi ha querido dibujar un cuadro introspectivo sobre el cual se desplazan la soberbia, la culpa y, al cabo de diez años de querellas judiciales —un laberinto de apelaciones y revisiones del caso que se prolonga doce años más—, una suerte de arrepentimiento mezclado con desplantes religiosos. El protagonista de la novela recorre el camino ascendente del converso. Vista de tal manera, El canto del pájaro ciego parecería un trasunto de la historia de Job, es decir, la del hombre dispuesto a redimirse a través de la exclusión y el sufrimiento. Una cosa, sin embargo, es el argumento y otra muy distinta es la manera en que se presenta. El estilo, es decir, la ausencia de estilo, para empezar, está salido de un taller de escritura creativa (donde se procura la ignorancia de las reglas de puntuación): alcanza a duras penas el nivel de una redacción decorosa, es pobre en metáforas e imágenes y desconoce la musicalidad que puede contener una frase, como si el lenguaje fuera incapaz de transmitir el grado cero de la belleza. La paciencia del lector termina una vez que, al paso de los años en prisión, aquel joven se ha transformado en consejero y guía de otros reos. La voz narrativa ya solo tiene el propósito de abrumarnos con filosofemas sobre los cuales se fabrican los manuales de autoayuda. Para concluir, ofrezco algunas evidencias: “No permitas que el cansancio te venza, sigue soñando”; “No es siervo del tiempo y, este, lo único que no puede matar es la libertad del pensamiento”; “El miedo es un ave de alas negras que llega y cubre con ellas la mirada”; “los sueños son propios y nadie es falso en la búsqueda de su realización”; “Si nadie observa con el corazón, nada cambia”.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.

4 DE SEPTIEMBRE 2021

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HUSOS Y COSTUMBRES

Helados ANA GARCÍA BERGUA

E

stábamos hablando de Chiandoni, la antigua heladería de la colonia Nápoles. Entre la plática sobre los sabores más exquisitos, recordé cuando papá nos llevaba los domingos por la mañana al Café de las Américas. No era exactamente ir a Chapultepec, pero se sentía un júbilo especial cuando se acercaban sus amigos a conversar. Para que no nos aburriéramos, papá nos invitaba helados: la sesentera nieve de limón con Coca-Cola o el helado de chocolate, que no era especialmente bueno, pero tampoco malo, y cómo lo disfrutaba con sus dos galletas wafer de rombos. Me entretenía escuchar con una oreja conversaciones sobre cine, política y hasta mujeres, mientras el helado de chocolate preservaba la infancia y por Insurgentes pasaba un desfile de tranvías, autos coloridos y gente de todo tipo. Algo hay con la infancia y los helados; escoger el sabor, por ejemplo,

CHIANDONI

La heladería en la colonia Nápoles de Ciudad de México.

una labor minuciosa y concentrada, casi como conocerse a sí mismo. Curioso que algo tan frío tenga una calidez que reconforte, aunque supongo que ahí interviene la forma, pues el helado se encuentra entre las cosas redondas que ilusionan a los niños: la paleta, la pelota, el sol, el globo. Son, quizá, el seno prolongado. El helado da pie a numerosos clichés porque se derrite como las ilusiones, también como ellas tiene aire y cuando a un niño se le cae el helado es una verdadera tragedia, algo así como la vida y la muerte, una muerte colorida y pegajosa. Su frío cauterizaba las operaciones de anginas y la lengua sensual quedaba congelada, aunque feliz. En México discutimos sobre helados: hay a quien las nieves le parecen una frivolidad frente a la untuosidad majestuosa del helado de crema; a otros el helado de crema les parece una solemnidad indigesta frente a la ligereza de las frutales nieves, y es que siempre

ponemos el Popocatépetl por delante. El Popocatépetl que parece un gran helado con su corona blanca de raspado. ¿Y quién bautizaría aquella especie de trajinera platanar con ese nombre como de película mexicana, Tres Marías? Amo el helado de vainilla con el expreso de Chiandoni. Mientras hablábamos de la heladería, salió a colación que Gerardo Deniz acudía ahí a probar un sabor distinto cada semana. De escritores y comida se habla poco, quizá: ¿sería que la química de los helados se metamorfoseaba en los versos del poeta? Pero mi sabor preferido, lo digo luego de un profundo examen de conciencia, es el de frutos rojos o frutillas. Claro que ese helado es el que el padre le da al niño en De cómo me hice monja, la primera novela de César Aira. El famoso helado de frutilla desencadena una serie de catástrofes, al estilo del genial argentino, así que habrá que tomarlo con precauciones. El helado no siempre es tan alegre como lo pintan.

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CAFÉ MADRID

La voz más guapa de la radio

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n casa de Juana Ginzo el teléfono sonaba y sonaba, pero ella no contestaba. Todas las mañanas, durante dos semanas, yo marcaba su número a media mañana con el firme propósito de convencerla de que me diera una entrevista. Sabía de su renuencia a hablar con periodistas, así que pensé soltarle a bocajarro el que para mí era un argumento irrefutable: “usted tiene que hablar conmigo, señora. Si no lo hace por gusto, hágalo por conciencia profesional”. Durante más de tres décadas, ella había sido la protagonista de las radionovelas que capturaban la atención diaria de los españoles y, en este país, era imposible contar la historia del entretenimiento sin tener su testimonio. Pero Juana Ginzo era sorda y por eso no atendía el teléfono. Me lo contó su marido el día que, por fin y gracias a él, la actriz nonagenaria dijo que aceptaría recibirme. Luis Rodríguez Olivares, un veterano periodista de Radio Nacional de España, donde yo aprendí los secretos de las ondas y descubrí la voz de su esposa, era 22 años más joven que ella. “¡Uy, como si una no pudiera tener una pareja más joven!”, me diría después Juana Ginzo, en la sala de su casa, donde tenía arrinconados, en el suelo y con una leve capa de polvo, los dos Premios Ondas (los más importantes del sector audiovisual local) que recibió a lo largo de su carrera. La mujer enjuta que no me escuchaba, pero sabía leer a la perfección mis labios, tenía 23 años cuando, un día de 1946, se presentó a las audiciones de Tu carrera es la radio, un programa que buscaba nuevos talentos para consolidar la industria radiofónica española.

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA EFE

Hasta ese momento se ganaba la vida como sirvienta. Era una muchacha alta y muy delgada, de boca grande y brazos largos, que se consideraba a sí misma “fea”. Su voz, en cambio, era perfecta para encarnar papeles de guapa en las radionovelas que, en los duros años de la posguerra, servían de válvula de escape para la mayoría de sus compatriotas. Así que aquella vez, tras superar la prueba, decidió dejar de limpiar casas para dedicarse a la radio.

Ante los micrófonos, improvisaba con destreza y aprendía de sus compañeros actores

Ante los micrófonos, improvisaba con destreza las interpretaciones y aprendía de sus compañeros actores de Radio Madrid. La fama le llegó al protagonizar los seriales de Guillermo Sautier Casaseca, “el rey de la lágrima”, un prolífico escritor y guionista al estilo de lo que más tarde haría Corín Tellado: historias rosas, machistas y cursis, con gran éxito entre el público hispano. La década de 1950 estaba a punto de concluir cuando Juana Ginzo dio vida a Ama Rosa, una mujer pobre, sufrida y cristiana que decide entregar a su hijo recién nacido a un matrimonio adinerado que acaba de perder al suyo. Con el paso de los años, Rosa se convierte en la sirvienta de su propio hijo, un joven malvado que no duda en

La actriz Juana Ginzo durante la grabación de un programa en 1968.

hacerle la vida imposible, mientras ella soporta todo con resignación. Al final, sin embargo, se conoce la verdad (“yo soy tu madre”), el amor triunfa, los malos se convierten en buenos y los que se niegan a redimirse son castigados. España entera se paralizaba al emitirse cada capítulo de la historia y Juana Ginzo se volvió sinónimo de audiencia disparatada. “La verdad es que odiaba hacer los seriales. ¡Me avergonzaba! Pero no podía dejarlos. Porque tenía que comer. Yo siempre he sido una roja-feminista que detestaba esas mierdas, pero… en este país no había opciones”, me dijo en un arranque de sinceridad. Tenía 92 años, una artrosis insolente y un montón de recuerdos arrinconados. “La vejez se lleva mal”, apostilló con cierta melancolía, pero sin perder la sonrisa mientras conversaba conmigo. Juana Ginzo murió el pasado 26 de agosto, casi un mes después de cumplir 99 años. Pensé que llegaríamos a festejar su centenario con ella presidiendo un gran banquete, pero el destino se le atravesó. Aquella vez en su casa, mientras la tarde se apagaba, le pregunté que cómo eran sus “días de vieja”, como ella misma se refería a su cotidianidad. “Son bonitos. Camino muy mal, por la artrosis, pero yo pienso que siempre se puede estar peor y no que siempre se puede estar mejor. Hago muchos crucigramas y veo muchas películas. Pero no puedo escuchar la radio”. Seguramente notó una mueca de tristeza en mi rostro y me pidió que apagara la grabadora para hablar de “otras cosas”. Entonces empezó a modular o a impostar la voz, según la anécdota en cuestión, como cuando estaba en la cresta de las ondas y era la voz más guapa de la radio.

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