Suplemento cultural de MILENIO
LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE
EL ATLAS DE PANDORA
FERNANDO ZAMORA
IRENE VALLEJO
Doble moral en el imperio japonés
El nombre de la risa Foto: NHK
Ilustración: Román
SÁBADO 18 DE SEPTIEMBRE DE 2021 AÑO 18 - NÚMERO 953
Gustavo Dudamel: “El arte y la belleza son un bien común” Laura Cortés/ FOTOGRAFÍA: JULIEN MIGNOT/ ÓPERA DE PARÍS
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ANTESALA
18 DE SEPTIEMBRE 2021
DOBLE FILO
Viola para Piazzolla FERNANDO FIGUEROA
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a joven violista Astrid Cruz, quien estudió en la Escuela Superior de Música, forma parte de la Orquesta Sinfónica de Minería, de la Orquesta de Cámara de Bellas Artes y del Cuarteto Fundamental. En 2018, ella y César Olguín (bandoneón) crearon el dúo Tango Mortale y en 2020 grabaron un disco con título homónimo; en octubre ofrecerán una presentación en Ciudad de México y otra en noviembre dentro del Festival de Música de Morelia. Hoy Astrid juega ping pong con Laberinto. ¿Qué es la música? Todo lo que se expresa sin palabras. ¿Y el silencio? Un espacio mágico. ¿Qué es una partitura? Una oportunidad. ¿Y la viola? De donde soy. ¿Por qué la elegiste? Ella me eligió a mí. El violista a quien más admiras. Mozart tocaba varios instrumentos, entre ellos la viola. Otro instrumento que te gustaría dominar. Toco el piano, pero debo mejorar mucho. Una pieza para viola. Mejor varias de Paul Hindemith. Una enseñanza de Carlos Miguel Prieto. Que todo es posible. ¿Y de Ludwig Carrasco? Ver las cosas con perspectiva. Tu día más feliz en un escenario. Cuando debutamos con Tango Mortale. Una composición de Piazzolla. Zita. ¿Te apantalló Sarah Brightman? Ella es una mujer despampanante. ¿Y Hugh Jackman cantando? Participar en ese show me marcó porque él hace su trabajo con mucho amor. ¿Qué impresión te causó Riccardo Muti? Un gran asombro. ¿Y Enrique Diemecke? Me provocó mucha curiosidad. Un compositor mexicano. Silvestre Revueltas. Y uno popular. Francisco Gabilondo Soler, Cri-Cri. Un concierto memorable como espectadora. Maxim Vengerov en Bellas Artes. Un gusto musical culposo. Me gusta la trova, pero sin culpa. Un disco en una isla desierta. De Piazzolla en trío con César Olguín, Jorge Cristians y Francisco López. Y un libro. El conde de Montecristo. ¿Qué aprendiste en la escuela de música? A conocer a las personas. ¿Tuviste fiesta de 15 años? Sí, con vals y toda la cosa. ¿Quisieras que tus hijos fueran músicos? Solo si ellos lo desean. Una lección de esta pandemia. Las cosas se hacen hoy. Música para tus últimos minutos de vida. Tangos. Tu epitafio. “El destino toca a la puerta”.
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La mujer del espía. Dirección: Kiyoshi Kurosawa. Japón, 2020.
HOMBRE DE CELULOIDE
Un triángulo amoroso en el imperio japonés
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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA NHK
n El tambor de hojalata, publicada en 1959, Günter Grass escribió: todo un pueblo incauto creía en San Nicolás. Pero San Nicolás era en realidad el hombre que encendía los faroles de gas. Con el mismo espíritu de crítica a un país al que por otra parte ama tanto, el japonés Kiyoshi Kurosawa dirige La mujer del espía (que puede verse en Mubi), un filme que el año pasado ganó el León de Plata por mejor dirección en el Festival de Cine de Venecia, que este año acaba de finalizar. Construida con base en la tradición occidental del cine negro, La mujer del espía tiene, claro, un elemento de thriller que sin embargo se ve trascendido tanto en el terreno narrativo como en el formal. En el primer rubro la película pretende apuntar hacia la responsabilidad criminal de Japón en la guerra que sostuvo contra China en los albores de la Segunda Guerra Mundial. Satoko es una joven mujer muy enamorada de su esposo Yusaku. Los dos viven una buena vida burguesa gracias a una comercializadora de seda. Pero este negocio, conforme ha ido avanzando el fascismo en Japón, ha caído bajo vigilancia militar. El encargado de avisar a Yusaku que “debe tener cuidado” es Tsumori, un entusiasta del imperialismo de su país que, adivinamos, está enamorado de
Satoko. En esta pequeña sinopsis podemos advertir que, en efecto, la historia de espionaje es un pretexto para establecer un triángulo amoroso que tiene, además, un carácter simbólico. Y es que Satoko, la hermosa burguesita de Japón, la enamorada mujer que juega con su marido a hacer películas de espías (en un claro juego de espejos que habría que analizar con mucho detalle en un texto más amplio), simboliza a su país en el sentido de que sabe pero no quiere reconocer. Atrapada entre su marido, el empresario que viste y come al modo occidental y un enamorado dispuesto a morir por el emperador, Satoko enloquece no tanto a causa de los celos que le produce imaginar que su marido la engaña sino, más bien, por resistirse a ver eso que sabe pero se niega a pensar: que su país está cometiendo crímenes de guerra, que la vida de comodidades y whisky que está viviendo con su esposo tiene un costo político y un costo moral, que ninguno de los dos hombres que la aman podrán hacerla feliz.
Su imagen tiene un brillo que recuerda al cine negro de la tradición hollywoodense
Trasladado al terreno de lo real, este triángulo apela no tanto a la generación que sufrió los estragos de la guerra sino, en forma más puntual, a un pueblo que hoy vive anestesiado por el goce económico y que, asediado tanto por la tradición como por la occidentalización, se niega a saber. Por otra parte, en el terreno formal La mujer del espía no solo goza de unas actuaciones portentosas, la imagen tiene además un brillo que recuerda al cine negro de la tradición hollywoodense. Una hermosura que nos coloca emocionalmente en algún sitio entre Casablanca y El halcón maltés. Sin duda Kiyoshi Kurosawa merece el León de Plata y ser reconocido como uno de los autores más talentosos del Japón contemporáneo. Se trata de un director a quien hay que tener presente. Se ha ido forjando su camino hacia el arte poco a poco, desde los comerciales y el soft porno hasta este largometraje que demuestra que tiene los tamaños del gran narrador. Uno de esos directores que consigue que su película refleje simbólicamente un momento importante en la historia del mundo y que puede cuestionar el estado de las cosas utilizando para ello algo en apariencia banal: cine de espías contextualizado en la Segunda Guerra Mundial.
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ANTESALA
18 DE SEPTIEMBRE 2021
POESÍA
Ruego a Nzamé
LOS PAISAJES INVISIBLES
El libro y el calabozo
JAIME JARAMILLO ESCOBAR
Dame una palabra antigua para ir a Angbala, con mi atado de ideas sobre la cabeza. Quiero echarlas a ahogar al agua. Una palabra que me sirva para volverme negro, quedarme el día entero debajo de una palma, y olvidarme de todo a la orilla del agua. Dame una palabra antigua para volver a Angbala, la más vieja de todas, la palabra más sabia. Una que sea tan honda como el pez en el agua. ¡Quiero volver a Angbala!
EX LIBRIS
16 de septiembre/ EKO
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IVÁN RÍOS GASCÓN
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@IvanRiosGascon
égis Debray apuntó en Alabados sean nuestros señores. Una educación política (1999), que “un revolucionario es en primer lugar un vigilante, un soñador al acecho, mucho más que el homo politicus en tiempo de calma. A falta de medios mecánicos de conservación y sin soportes de fijación, el sabor de la inminencia no es más memorizable que un perfume, mientras que únicamente esa ansiedad podría dar fe, como un original, de nuestras motivaciones pasadas. A ese vigía es al que habríamos querido serle fieles; con la vara de sus expectativas es con la que mediremos, más tarde, la amplitud de nuestros fracasos”. En el oficio de escritor y en la inspiración revolucionaria, Sergio Ramírez no ha abandonado el papel de centinela que enfatizó Debray: sujeto a orden de captura y condenado por la dictadura de Daniel Ortega, su expediente revive la insana tradición de la conciencia punitiva, refleja la medida exacta del fracaso, la descomposición político–ideológica del Frente Sandinista de Liberación Nacional y de su caudillo enquistado en la presidencia de Nicaragua desde hace catorce años. Expatriado a la otra orilla del Atlántico, a Ramírez solo le queda denunciar la vileza, la hipocresía, la mendacidad y la obsesión exterminadora de un régimen que traicionó sus principios revolucionarios y se convirtió en lo mismo, o en algo peor, de lo que combatió: la dictadura de los Somoza se ha quedado corta frente a la tiranía de Daniel Ortega y Rosario Murillo, presidente–marido y vicepresidenta–esposa, ejemplares dignos de un museo de la embriaguez, la perversidad y los embrujos del poder. Nicaragua, nación que simboliza el perfecto paradigma del desastre latinoamericano (la vuelta al pasado, la maldición a repetir lo más agrio de su historia), nunca se libró de la vocación sistémica por el asedio, la represión, la cárcel. Criminalización y silencio a palos de la protesta, decenas de presos políticos, opositores condenados al exilio o desactivados penalmente para extinguir cualquier alternativa democrática. El régimen de Ortega está dispuesto a amordazar a la disidencia a toda costa, sigue al pie de la letra el Manual del despotismo, especialmente con la palabra escrita: censurar, perseguir, aniquilar al escritor. Acto seguido, desaparecer su obra y las verdades que hay en ella porque la dictadura suele guarecerse en la conspiración tejida por sus propias falsedades. La lucha entre escritor y Estado siempre es dispareja. Sobre este ridícula disputa, Coetzee suele citar al novelista André Brink, el teórico mayor de la experiencia autoritaria en Sudáfrica, y uno de los ejes fundamentales de los ensayos de Contra la censura: “un libro no puede ponerse a luchar contra una espada en un campo de batalla”. Imagen de Perogrullo, metáfora sarcástica pero puntual por su extraño despropósito. Las letras y el papel sucumben ante el filo, son fáciles de destruir, mas el contenido queda intacto. El peligro al que teme el tirano es que el mensaje llegue a tiempo, que haga de su destinatario un ser crítico, inconforme, consciente de la realidad y dispuesto a la rebeldía. En el destierro, Sergio Ramírez sigue siendo el vigilante del revolucionario que fue una vez, ese activista que luchó y colaboró con quien hoy encarna la infamia autocrática (Ramírez fue vicepresidente de 1985 a 1990, durante el primer gobierno de Ortega). El creador, el intelectual está a salvo pero su libro no corrió la misma suerte. Tongolele no sabía bailar, la nueva novela del Premio Cervantes 2017, purga la alegórica sentencia de su autor: silenciada en los calabozos de la aduana, es posible que no consiga la absolución y nunca llegue a manos del lector nicaragüense.
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Gustavo Dudamel debutará el 22 de septiembre como director musical de la Ópera de París. En entrevista exclusiva para Laberinto, habla de su nueva aventura
“La música tiene el poder para transformar vidas”
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LAURA CORTÉS FOTOGRAFÍA JULIEN MIGNOT/ ÓPERA DE PARÍS
i alguien conoce el poder transformador de la música es el venezolano Gustavo Dudamel (Barquisimeto, 1981), uno de los directores más aclamados en el mundo. “Soy el resultado de un programa artístico social. Sé del poder y de la fuerza que tiene la música para transformar vidas”, dice en entrevista para Laberinto, unos días antes de su debut como director musical de la Ópera de París. Su nombramiento ocurre en un momento crucial, no solo por la pandemia, sino por la urgente demanda para que las compañías operísticas diversifiquen su personal, su elenco y su repertorio. Soplan vientos de cambio y quién mejor para dar ese impulso a la institución francesa, una de las más antiguas de Europa, que un artista que ha demostrado desde el podio que se puede ser incluyente y plural. Director desde 2009 de la prestigiosa Filarmónica de Los Ángeles, Dudamel es el primer latinoamericano al frente de una de las compañías con mayor tradición en Europa, adonde llega con la misma certeza que cuando era titular de la Sinfónica Simón Bolívar en Venezuela: “la música puede unir al mundo”. La trayectoria del deslumbrante director no podría entenderse sin la influencia de su mentor, el músico y activista José Antonio Abreu, creador del programa de educación artística El Sistema. “Cada oportunidad de hacer música es una ocasión para mejorar el mundo”, repetía su maestro y el alumno más destacado se lo tomó en serio. Ahora esas palabras resuenan en su cabeza cada
vez que toma la batuta. Esa convicción permanece intacta. “Siempre he sostenido que el arte es un derecho universal. Pocas ciudades en el mundo, como París, han entendido que la belleza y el arte son un bien común, un ejercicio de comunidad”, aseguró durante el anuncio de su nombramiento. Por su parte, Alexander Neef, director general de la compañía, comentó: “su ejecución musical me conquistó. Me di cuenta de que era él quien podría transmitir su amor por el arte lírico al mayor número de personas”. Y Neef sabe de lo que habla. En el mundo de la música Dudamel es una celebridad que va con la misma soltura y vitalidad de dirigir Otelo, en el Teatro Liceu de Barcelona, a ofrecer en el Hollywood Bowl un concierto con el colombiano Carlos Vives o con la superestrella pop estadunidense Billie Eilish. A partir de su nombramiento, se habla de una nueva época de la Ópera de París. ¿Cómo será esto? Es un gran honor formar parte de la Ópera de París. Soy admirador de esta institución que, por su calidad, es un referente histórico en el mundo, pero no hay nada estático y creo que el término tradición limita muchísimo porque te arraiga a algo que no puede transformarse, que no puede trascender. En este nombramiento hay un deseo colectivo, no solo mío sino también de la institución, de continuar un proceso evolutivo dentro de los aspectos artístico, social y humano. Cuando se trabaja artísticamente tiene que haber una conexión muy especial, más allá de las diferencias ideológicas. Hay que buscar ese punto de encuentro para seguir transformando: tomar lo que se tiene y llevarlo a los siguientes niveles. Será una nueva época de exploración, descubrimiento y colaboración.
Quiero hacer que la Ópera de París esté cada vez más conectada con el alma de la ciudad y del país que la rodea. Aunque es más identificado como director sinfónico, ha estado muy involucrado en el ámbito operístico. Háblenos de esa experiencia. He sido director de sinfónicas y filarmónicas, titular de la Simón Bolívar en Venezuela, de la Sinfónica de Gotemburgo, de la Filarmónica de Los Ángeles, entre otras. La gente tiene esa referencia de mí, pero desde hace muchos años, desde mi juventud, estoy haciendo ópera. Estudié a Mozart, Verdi, Donizetti, Wagner, y eso está dentro de mi formación con el maestro Abreu. En estos años de carrera como director he tenido la oportunidad y el privilegio de dirigir ópera en Venezuela, en la Scala de Milán, en Viena, en Berlín, en Japón, en Los Ángeles, en París, de manera que hay un recorrido operístico importante. Creo que la ópera es un reflejo de la sociedad, un mundo en sí mismo que contiene la totalidad de lo que la mente humana es capaz de crear. Después de dirigir óperas como Otelo o La Bohème se ha hablado del “sello Dudamel”. ¿Cuál es ese sello? Yo no busco poner un sello “Gustavo Dudamel”; eso sería muy egoísta, muy egocéntrico. El punto inicial es el compositor y el deseo de llevar su mensaje y adaptarlo en la medida de lo posible a nuestros tiempos, respetando la historia de la obra y el texto literario. En el aspecto técnico, musicalmente hablando, eso implica también a la orquesta, al coro, al elenco, de manera que es un trabajo colectivo. Y eso es lo que me fascina de dirigir, lo que me
“En este momento es fundamental entender la dimensión de la cultura”
enamora de la dirección de orquesta. No se trata del aislamiento del director como un jefe y como un todo, pues me siento parte de un equipo. El director propone, inspira, lidera… pero a través de la inspiración de la misma música que hace. Dentro de todas las interpretaciones que he hecho, prevalece la regla de disfrutar y de conectar a través del respeto a los artistas con quienes trabajo y el respeto a la obra y a la música que toco. ¿Por qué seleccionar Turandot para abrir la temporada en la Ópera de París? Es una obra emblemática, una obra que adoro. Desde joven tengo mucha admiración por Puccini. Además de ser su última ópera —que no culminó—, Turandot es una obra de un poderío maravilloso. Aunque formaba parte del repertorio de la orquesta, tiene más o menos 20 años que no se hacía. Por eso pensé que era una obra perfecta para comenzar. Dentro de la programación también está una nueva producción de Las bodas de Fígaro. Así que vamos de la exuberancia de Puccini a la belleza de Mozart, de la sencillez y al mismo tiempo la complejidad de su música. Creo que es una manera de encontrarme con la orquesta, con toda la familia de la Ópera de París que a partir de ahora también será mi familia. Teniendo en la paleta a Puccini, a Mozart y al repertorio sinfónico que dirijo con la orquesta, haremos un viaje entero para conocernos durante toda la temporada. Ha mencionado su interés por incluir en el futuro obras de compositores contemporáneos como la mexicana Gabriela Ortiz. ¿Se dará esta colaboración? Siento una gran admiración y mucho cariño por Gabriela. Es una compositora con un talento fuera de serie. Hemos
desarrollado una relación personal y artística maravillosa, muy fructífera, con muchos estrenos y muchos encargos para la Filarmónica de Los Ángeles, donde ella forma parte de esa familia. Aunque no hay todavía nada en concreto, hay una lista de compositores que deseo que se sumerjan en el mundo de la ópera, un mundo complejo, intenso. En esa lista está Gabriela, en primer lugar, porque sé que puede hacer óperas maravillosas, como ha hecho obras sinfónicas y de cámara. Hay muchos compositores consolidados, como Gabriela, que están expandiéndose. Hay muchísimo talento ávido de tener espacio en las dimensiones de la ópera. Vamos hacia allá. Próximamente dirigirá una ópera donde participará Javier Camarena. ¿Cuál ha sido su relación? Trabajar con Javier es un privilegio. Es uno de los grandes tenores de nuestros tiempos. Además de ser una per-
sona maravillosa, es un artista inmenso. El próximo año haremos La flauta mágica en el Liceu de Barcelona; será nuestra primera ópera juntos. Tuvimos la oportunidad de trabajar nada más una pieza en uno de los conciertos que hice en junio para conmemorar el centenario de la catedral de Burgos, donde cantó de manera muy generosa. Siento que el rol que va a desarrollar ahora en La flauta mágica va a ser maravilloso, referencial. Javier es un tenorazo. ¿Cómo surgió su relación con el compositor mexicano Arturo Márquez? Conocí al maestro Márquez cuando yo era parte de la Orquesta Infantil de Venezuela, yo tenía 10-11 años. Un día, mientras tocábamos el Danzón núm. 2, llegó el maestro a dirigirnos. Esa obra se ha convertido en una pieza fundamental para mí, la tocamos muchísimo en El Sistema, la grabé con la Orquesta Simón Bolívar, la he tocado con la Filarmónica de Berlín, con la
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de Los Ángeles, la he tocado muchísimo con las orquestas que he dirigido. Con él me unen muchas cosas. Evidentemente, mi admiración por su música es gigantesca, pero también nos une el hecho de que él tiene muy claro que la música es un elemento de transformación social y por eso nuestra relación es mucho más estrecha; comprendemos por qué hacemos lo que hacemos. No es solo un compositor que crea obras maravillosas o un director que dirige esas obras; en su acción artística está implícito de una manera gigantesca el hecho de ver la música como un transformador de las sociedades, sobre todo en el caso de los más desfavorecidos, de las nuevas generaciones, de los niños que no tienen acceso al arte como parte de su educación ni de su vida. El maestro Márquez ha visitado mucho Venezuela y era muy cercano al maestro Abreu. Hemos hecho cosas maravillosas a través de sus programas de educación musical en México, con El Sistema, con la
Dudamel y el tenor mexicano Javier Camarena preparan su primera ópera juntos.
Filarmónica de los Ángeles, con YOLA (Orquesta Juvenil de Los Ángeles), de tal manera que hay muchísimas cosas por las cuales esta relación es tan grande, tan hermosa y especial. ¿Tiene algún proyecto de educación musical con la Ópera de París? Soy una persona optimista. La Ópera de París tiene un programa educativo muy importante que se puede ampliar y hacer algo mucho más conectado con la comunidad. En Francia también hay movimientos inspirados en El Sistema. Con la riqueza humana y artística de la Ópera de París podemos hacer miles de cosas transformadoras. Creo que lo que ya existe es muy importante, pero quiero estar mucho más involucrado, porque no quiero que haya límites; por el contrario, busco que se expanda lo que existe. Quiero que la gente sienta la ópera no como un elemento para entretenerse un rato; busco que se sienta identificada con las acciones cotidianas de la ópera, no solo en el aspecto artístico —que obviamente allí está—, sino también en el aspecto educativo y social. Eso forma parte de mi ADN. Soy resultado de un programa artístico social y sé de la fuerza y del poder que tiene la música para transformar vidas. No es solo una cuestión de acercar a la gente a la música. No se trata de eso. Es algo más profundo: se trata de tener identidad a través de la cultura y del arte. Es fundamentalmente un proceso de identidad. Esa es la única manera de que los sientas tuyos. Tenemos que afianzar la cultura a través de la expansión. Los artistas, ahora más que nunca, debemos hacer lo imposible por elevar el arte hacia algo tan simple como trascendental y llevarlo a quienes más lo necesitan. ¿Cuál es la importancia de la música en tiempos de pandemia? En este momento crucial es fundamental entender la verdadera dimensión y la importancia de la cultura, porque tiene que ver incluso con la salud. En estos tiempos tan convulsos, con una pandemia y un aislamiento terribles, el arte es parte esencial de la cura espiritual de la humanidad. Es muy importante vencer este virus a través de la medicina y la ciencia, pero espiritual y síquicamente ya estamos tocados y, aunque suene a cliché, la música es medicina y alimento para el alma. La música es algo tan hermoso que te puede curar porque te lleva a otros lugares, te hace viajar, te puede enamorar. ¡Imagínate el poder tan amplio de la música! Necesitamos encontrar una motivación, una inspiración. La música y el arte juegan un rol esencial en la cura y en la unión que el mundo necesita. Creemos que el mundo se va achicando porque tenemos más posibilidades de contactarnos a través de internet y de la tecnología, pero en lugar de acercarnos nos vamos alejando cada vez más porque se van creando más y más fronteras por cuestiones ideológicas. La música es un ejemplo de que se puede crear una verdadera unidad más allá de las diferencias y de los problemas que la humanidad está viviendo. La música es un gran refugio para unirnos y curarnos.
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LITERATURA
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EL ATLAS DE PANDORA
El nombre de la risa El humor más crítico apunta a los poderosos y a lo que más queremos IRENE VALLEJO ILUSTRACIÓN ROMÁN
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uien hace reír arriesga. En el chiste fracasado experimentamos la vulnerabilidad del cómico, ese incomodísimo silencio que penaliza a quien no sabe ser gracioso. Otras veces, la broma choca de frente con quien siente ofendidas sus convicciones o su poder. El humor siempre corre el peligro de la enmienda a la totalidad. Todos tenemos parcelas donde nos reservamos el derecho de admisión de la risa y la irreverencia. Como decían los Electroduendes en la televisión española de finales del siglo pasado: “Oiga usted, no se ría de la Bruja Avería”. Entre tantas empalizadas, se sufre más para divertir que para conmover al respetable. A pesar de tantas suspicacias, las carcajadas nos dan la vida. Literalmente. En un papiro egipcio del siglo III, la Cosmogonía de Leiden, se conserva una peculiar versión del Génesis donde reír es el acto creador: “Cuando el dios rio por primera vez, apareció la luz. Rio por segunda vez, y del agua surgió la Tierra. Cuando quiso reír por tercera vez, apareció la inteligencia. […] En la sexta vez, brotó el tiempo. Cuando rio la séptima vez, nació el alma”. Esta risueña espiritualidad contrasta con cierta mirada reprobadora sobre la risa ruidosa y desinhibida. A través de los siglos, los buenos modales han dictado que las personas finas —y, sobre todo, las mujeres— no debían desternillarse. Por eso, las carcajadas impúdicas de Claudia Cardinale en El Gatopardo, de Visconti, o las de Julia Roberts en Pretty Woman, de Garry Marshall, se retratan como groseras. En el cine ríen más a gusto los villanos que los héroes; las risotadas malvadas de Cruella de Vil y otros bellaquísimos cofrades son casi un subgénero. Y, sin embargo, se ríe. De época romana ha sobrevivido una antología de chistes titulada Philogelos. Abundan las bromas misóginas, sobre avaros —era un tipo tan roñoso que a la hora de hacer testamento se nombró heredero a sí mismo—, sobre borrachos o el mal aliento, sobre las idioteces de personas supuestamente inteligentes, y acentos regionales o ironías costumbristas. Un peluquero pregunta: “¿Cómo quiere que le
corte el pelo?”; el cliente pide: “En silencio”. Los habitantes de Abdera cumplían el mismo papel en las bromas que los de yucatecos o gallegos en México. Curiosamente, no aparecen burlas racistas: aquella sociedad tan clasista miraba el tamaño de la bolsa más que el color de la piel. Los irreverentes Monty Python se atrevieron a adaptar sus chistes sobre esclavos y crucificados, con momentos memorables como la canción “Always look on the bright side of life”, de La vida de Brian. Ahora y siempre, el mejor humor es el que no se ríe de los débiles, sino de lo que más queremos —es decir, de nosotros mismos— y del poder. Los
La utopía cómica aspira a restaurar la igualdad, a revelar el artificio de las jerarquías
gobernantes autoritarios y quisquillosos suelen chocar con los cómicos: la sátira atrae a un público más amplio que la disidencia seria. Tal vez por eso se perdieron tantas comedias antiguas, además del tratado de Aristóteles sobre la risa, pero no el de la tragedia. El asesino imaginado por Umberto Eco en El nombre de la rosa explica el peligro que entrañaba el famoso libro aristotélico: “De aquí podría saltar la chispa luciferina que encendería un nuevo incendio en todo el mundo, y la risa sería capaz de aniquilar el miedo”. Goya vio sus Caprichos retirados de circulación, Chaplin irritó a Hitler y la censura franquista se cebó con Buñuel, Azcona y Berlanga. Cuenta Luis Alegre en Hasta siempre, Mister Berlanga que un censor suprimió en el guion un plano general de la Gran Vía. “Si fuera otro, no pasaría nada. Pero
Berlanga es capaz de poner a tres obispos saliendo del cabaret Pasapoga”. Cuando el cineasta supo del suceso, lamentó no haber escuchado la propuesta: la hubiera rodado con mucho gusto. Su corrosiva comedia negra El verdugo fue fulminantemente prohibida en todos los cines: la risa es un oficio de riesgo. La antigua utopía cómica aspira a restaurar la igualdad, a revelar el artificio de las jerarquías y diferencias sociales. Si las carcajadas —tan saludables como asediadas— pudieron crear el mundo, tal vez consigan transformarlo. Y si no, en nuestra era de la ira, el sentido del humor seguirá siendo, sin duda, la virtud más divertida. © Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, S. L. © Irene Vallejo.
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EN LIBRERÍAS
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NARRATIVA, ENSAYO La tierra de la gran promesa
A fuego lento
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A FUEGO LENTO Los caballos de Hitler
El último suspiro del Conquistador México, 2020
Juan Villoro Literatura Random House México, 2021 408 páginas
Paula Hawkins Planeta México, 2021 477 páginas
Arthur Brand Planeta México, 2021 280 páginas
El cronista, cuentista y observador de la vida nacional vuelve a la novela con una reflexión tan íntima como política sobre los demonios que actúan a sus anchas en el México de nuestros días. Tiene como personaje principal a un documentalista que habla en sueños. Realidad y creación artística borran sus líneas fronterizas.
La autora de La chica del tren y Escrito en el agua vuelve con este thriller policiaco ambientado en Londres. Un hombre es asesinado a puñaladas mientras descansa en su barcaza y tres mujeres se vuelven el blanco de la policía: la joven que descubre el cadáver, la tía del hombre asesinado y una vecina chismosa que oculta evidencias.
Al autor de origen holandés se le he calificado de “El Indiana Jones del mundo del arte” porque ha participado en investigaciones en las que se han recuperado obras maestras. En esta especie de reportaje-crónica novelado cuenta cómo encontró un par de caballos que Hitler ordenó esculpir para adornar su búnker.
Orgullo y prejuicio
Ese instante
El ocaso de la democracia
Jane Austen RBA España, 2020 320 páginas
Silvia Cherem Aguilar México, 2021 327 páginas
Anne Applebaum Debate México, 2021 200 páginas
Basada en la Cranford Collection, la colección Novelas Eternas ofrece una selección de las mejores novelas de finales del siglo XIX y principios del XX. La autora de esta novela es la mejor representante del costumbrismo inglés de su época, en el que no faltan detalles de un fino humor. Esta es una de sus obras más reconocidas.
Mezclando los mejores argumentos del periodismo y la literatura, la autora recrea seis historias sobre el significado de la sobrevivencia: la de Karen y Jacobo durante el tsunami de 2004 que arrasó el sureste asiático; la de Laura en los atentados a las Torres Gemelas; la de Fritz ante un cuadro de cuadriplejia...
El argumento central de este ensayo no podría ser más urgente: frente al auge de los autoritarismos, nada más necesario que la defensa de la democracia, al menos en Occidente. Entre otras cosas, expone las razones por las cuales los nacionalismos y los populismos han alcanzado tanta aprobación entre los ciudadanos.
Mensaje de Cristina Pacheco Expreso mi agradecimiento sincero a quienes, desde las páginas de Laberinto, hicieron inolvidable mi cumpleaños. Para todos, mis mejores deseos y mi afecto. Cristina
Hernán Cortés embotellado ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com
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n un principio, El último suspiro del Conquistador (FCE) tiene el aspecto de una novela: una joven antropóloga asegura poseer el alma de Hernán Cortés que un antiguo brujo maya conservó en un frasco y está obligado a castigar, sin importar cuánto tiempo deba esperar. No tarda, sin embargo, en descomponerse hasta tomar el aliento de un libelo. ¿Podría esperarse otra cosa de su autor, Pedro Miguel, que en la nota final revela el propósito de mostrar “los infortunios que sufrió México durante el Calderonato y el Peñato, que juntos constituyen uno de los periodos más trágicos de la historia nacional”? Antes que perseguir una forma, El último suspiro del Conquistador solo responde a la ciega voluntad de acumulación. Se trata de un inmenso tiradero adonde han ido a parar zombis bailarines después de abandonar sus tumbas, algunos episodios finales de la caída de Tenochtitlan, alegatos seudocientíficos sobre la constitución de la materia, encuentros amorosos en hoteles sórdidos de París, diálogos entre el comisionado de Seguridad y el secretario de Gobernación, ritos ancestrales, alegatos en favor de la diversidad sexual, noticias de un país llamado la IV República, reflexiones en torno a la naturaleza del poder y aun la crónica de los funerales de Carlos Monsiváis. Todo esto en un presente en el que un narcotraficante exhibe las cabezas de los miembros del gabinete de gobierno. (El vivero tiene una disposición tan ruinosa que, en una forzada maniobra, el narrador se traslada tres décadas hacia el futuro para contar en un párrafo la muerte de la protagonista, la misma antropóloga, tras un intento malogrado de saltar en paracaídas desde una avioneta.) Hay que decir que El último suspiro del Conquistador no es una novela. Es en realidad una cursi historia de amor aderezada con propaganda social y política, muy del gusto de quienes solo aspiran a leer lo que saben y han creído de antemano. Como en esos manuales que llaman a la acción directa, la militancia contempla su propio ombligo: “en qué momento el país se había perdido a sí mismo y había dejado de ser un lugar habitable para convertirse en un territorio sin ley y sin confianza en el que el trabajo, la verdad y hasta la vida humana habían dejado de tener valor”.
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LABERINTO
DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.
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HUSOS Y COSTUMBRES
Crónica de una invisibilidad anunciada ANA GARCÍA BERGUA
H
ace poco salió en los periódicos una noticia sobre la creación de un Museo de Arte Invisible en Nueva York. Es un museo de arte conceptual en cuyos espacios, repletos de invisibilidad significativa, figuran unas fichas en las que los artistas describen cada obra. El espectador solo la imagina y ya está; hay hasta quien la compra si es de un artista connotado. Lo mejor, me imagino, es que no hay que pasar el plumero ni pagar restauradores. La verdad, me pareció una gran idea. Mientras el pedestal del antiguo monumento a Colón permanecía vacío, pensé que lo mejor sería dejarlo como un monumento de arte invisible: cada tanto, alguien podría poner una ficha descriptiva y cada quien imaginarla. Por ejemplo, algo que ahora se usa mucho: “Gran Salvador de la Patria en la lucha contra el neocapitalismo neocolonial”. Con la ventaja de que para sexenios próximos
ANTIGUO MONUMENTO A COLÓN
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podría sustituirse la ficha por otra que dijera: “Salvador de la patria número 14, en su lucha contra el Salvador de la patria anterior y el neocapitalismo neocolonial”, por ejemplo. En esas estábamos, cuando supimos que la nueva estatua, en lugar de la de Colón que señalaba para dónde está Europa, por si se ofrecía, iba a ser la de una mujer indígena. Me pareció muy bien, ¿pero cuál de todas, a ver? Porque culturas tenemos muchas. Luego me imaginé una ficha de arte invisible que diría: “Mujer indígena representativa de todas las culturas de nuestro territorio”. Que cada quien discurriera para sus adentros la que le pareciera más representativa y hasta la podría vestir a su gusto y todo. Luego resultó que la estatua era verdadera y se la encargaron a un escultor de Coyoacán. Bueno. Gran discusión. Pero para mí eso no era lo grave ni mucho menos, sino que solo sería la cabeza.
¿De verdad? ¿Una cabeza? Igual que Sebastián cuando reinterpretó al Caballito: lo redujo a una cabeza enorme de caballo de ajedrez. ¿Alcanzarían a hablarse a gritos la cabeza del caballo de Sebastián con la cabeza de la mujer por todo Reforma? Les podía contestar aullando la cabeza de Juárez que se llevaron no sé a dónde (quizá al limbo donde vivirá la estatua de Colón) y hasta alguna cabeza olmeca les mandaría mensajes por telepatía desde Tabasco. Por ventura, una carta de protesta ha descabezado a la cabeza. Ahora se formará una comisión que decidirá quién realiza la estatua, de preferencia una artista indígena que seguramente tendrá mejores ideas y espero le ponga manos, piernas y todo lo necesario. Pero de aquí a que se decida cómo, quién y cuándo, en nuestra ciudad prosperará el arte invisible: como están las cosas, quizá es el único que en realidad podemos soportar.
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CAFÉ MADRID
Boxeo dialéctico
E
n el Palacio de Vistalegre, réplica de nuestro Toreo de Cuatro Caminos, las luces se apagan y una pantalla gigante empieza a mostrar la cuenta regresiva. Desde las gradas, miles de muchachillos de estética pandillera angelina, pero con sus respectivas mascarillas pandémicas, gritan con todas sus fuerzas: ¡diez!, ¡nueve!, ¡ocho!... La descarga de adrenalina es imparable… ¡Siete!, ¡seis!... La música parece salir de ultratumba… ¡Dos!, ¡uno!, ¡ceeerooo! Dos animadores, uno español y otro peruano, saltan al escenario y preguntan al unísono: ¿Dónde está el ruido de Madriiiiid? Entonces arrecian los gritos y enseguida aparecen dos dj’s, luego ocupan sus lugares los cinco miembros del jurado y se da rienda suelta a la ronda de presentación de los participantes. Esto es la final internacional del torneo de freestyle en español, faltan seis horas para conocer al ganador, pero yo ya tengo el cerebro muy pateado. Reconozco que mi único referente en este arte eran las coplas que se restregaron Pedro Infante y Jorge Negrete en Dos tipos de cuidado. Resulta, sin embargo, que en la posmodernidad son los raperos, y no los charros, los que se acribillan con rimas improvisadas. Sobre una base instrumental que marca el ritmo, durante un minuto han de ser capaces de improvisar, interpelar (y enzarzarse) al “agarrarse” de las palabras que les lanza una pantalla cada diez segundos. Todo ocurre encima de un escenario, no de un ring, pero en este boxeo dialéctico la exhibición de lírica, métrica, fonética, tempo y pausas depende de la habilidad de cada contrincante. Quien últimamente se
VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA EFE
ha ganado el respeto de buena parte de los aficionados a este tipo de torneos acaba de aparecer, entre gritos y aplausos y silbidos, en esta plaza de toros techada y adaptada para el espectáculo. Se llama Aczino (léase “asesino”), es el campeón del año pasado y es mexicano. “Yo no vine a defender el título, bastardos./ ¡Yo vine a renovarlo!”, saluda al respetable, sin falsa modestia, este rapero nacido hace 30 años en Nezahualcóyotl, Estado de México, y la chavalería le responde con un coro de gritos desquiciados.
Están vestidos con lo primero que encontraron en el ropero o con lo que se pusieron para dormir
Los dj’s comienzan a pinchar sus vinilos, suena ¿la música?, y antes de que “la leyenda” (así lo consideran muchos) empiece a derramar su talento sobre las tablas, los reflectores alumbran al público y todos se encienden: “¡a-se-sino, a-se-sino, a-sesino!” Con el orgullo en la mirada, Mauricio Hernández, así se llama, se lleva el micrófono a la boca mientras, al fondo del templete, sus rivales se tornan en sus porristas, como para dejar claro su deportividad, y se dejan zarandear el alma por Aczino que, esta tarde calurosa de domingo, cómo no, tiene el verbo desatado. Miro a mi alrededor y me da la sensación de ser el más viejo del público. Todos han nacido en este siglo y por eso, por el arrojo que proporciona la adolescencia, no dudan en aleccionarme: “¡Hostia, tío!, ¿no lo pillas? Cada batalla tiene dos rounds
El rapero mexicano Aczino.
y gana uno de los dos contendientes. Pero si el jurado ve empate, entonces hay una réplica de 60 segundos de ida y vuelta, colega. Cada ronda les lanzan palabras y luego imágenes y luego objetos y luego temas y todo lo que canten debe estar acompasado, ¿vale?” Vale, respondo yo mientras pienso, para mis adentros, que esto ya está durando demasiado. Los enfrentamientos se suceden uno tras otro y sin pausa. Los participantes son diez, son de México, España, Chile y Argentina (hace tres días, en las eliminatorias, los representantes de otros países perdieron su derecho a estar aquí), tienen nombres como Skiper, Yoiker, RC, Papo, Nitro o Acertijo y están vestidos con lo primero que encontraron en el ropero o, de plano, con lo que se pusieron anoche para dormir. Al final de la jornada, sorpresivamente, Aczino perdió y ganó Gazir, un asturiano de 19 años que recibió una enorme copa plateada y un anillo como premio. “¡El título se queda en casa!”, gritó, y todos lo celebraron. Pero antes, para amenizar la larga velada y para que quedara claro la importancia de la competencia, El Jincho y Original Juan, dos “raperos de fama mundial”, interpretaron un par de sus respectivos éxitos. El Jincho quiso ser inspiración para todos los presentes. Criado en un barrio de la periferia madrileña, solo estudió hasta cuarto de primaria, a los 13 años asaltó la panadería de su barrio, luego secuestró a una persona y, al salir de la cárcel, cambió la pistola por el micrófono. Dijo en Vistalegre: “Si hay aquí algún delincuente, ¡que sepa que puede ser artista!”.
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