Laberinto No.956 (09/10/2021)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

CIENCIA

FERNANDO ZAMORA

GERARDO HERRERA CORRAL

El amor y el fuego de Pedro Almodóvar

Matemáticas y cambio climático

Foto: El Deseo

Foto: AFP

SÁBADO 9 DE OCTUBRE DE 2021 AÑO 18 - NÚMERO 956

Una historia del Premio Nobel de Literatura 2021 Abdulrazak Gurnah/ FOTOGRAFÍA: REUTERS


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ANTESALA

9 DE OCTUBRE 2021

EN EL BANQUILLO

Escalas

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TEDI LÓPEZ MILLS

n la pared detrás de mi silla hay un viejo calendario de Jesús Helguera ­—“La leyenda de los volcanes”—, un pequeño pizarrón de corcho, dos amuletos que cuelgan de un clavo —un llavero con un Pessoa de plástico, un ínfimo gorila de peluche con los brazos abiertos— y varias fotos pegadas con diúrex o tachuelas. Es el fondo que se ve en la pantalla cuando participo en zooms. “Bien rascuache”, me comenta un amigo cercano; “imágenes luidas, mal colocadas”. Compara mi pared con los grandes ventanales que se observan en el zoom de un célebre arquitecto, hermano de un colega suyo: “da mucha risa eso de las profesiones y sus destinos”. Más tarde me asomo a mi estudio e intento mirar el espacio como si no fuera mío. Lo rascuache, cuando por fin alguien se anima a señalarlo, es ubicuo y doloroso. Noto cierto desorden, una atmósfera diseñada por la nostalgia y luego tolerada por la memoria que tiende a ser olvidadiza. Me paseo por el departamento y examino detalles: el gris de los zoclos, la raya negra entre las losetas, la superficie pegajosa de los estantes más altos en la cocina, los vidrios percudidos de la sala, las manchas de herrumbre en el tubo del cortinero del baño. Extiendo el concepto de “rascuachismo” a zonas más personales o ríspidas. En los papeles de la semana pasada las calificaciones son mediocres: poca trayectoria, apenas suficiente, según los jueces, y casi ningún reconocimiento. Los números en los cuadritos de opción múltiple parecen garabatos o moscas. Un servidor público, muy amable, explica que los procesos se desenvuelven de manera compleja, translúcida, y que democratizarlos resulta arduo. Hay una fugaz y lamentable euforia en mi indignación. Por un instante diviso nuevos objetivos, nubes luminosas al alcance de la mano; caminos ascendentes y bien delineados entre hileras de arbustos. Pienso en la pregunta que vi en algún muro: “¿Acaso alguien hoy escribe ensayos sobre poesía mexicana que estén a la altura de los de Paz, Xirau, Elizondo…?” Yo no, pero quizá es hora de proponérmelo. Podría realizar un estudio de identidades poéticas, una lista de metáforas recurrentes o muletillas analógicas; rastrear las figuras del agua, de la noche, del silencio, de la luz, de las piedras; establecer concordias y discordias; elaborar una teoría de remolinos que absorben y enredan poemas dentro de un largo transcurso fenomenológico. Me dicen que soy sensible a lo espiritual o lo metafísico. Debo admitir que mi entusiasmo es frágil. En un artículo que leí el jueves sobre Dante se menciona, entre otras cosas, su ego rotundo. ¿Y quién no tiene ego, ya sea sencillo, difícil, exquisito, hasta modesto? A veces coincide con el talento propio o la apreciación ajena. Dante pone a los envidiosos en el Canto XIII del Purgatorio: “sus párpados atravesados y cosidos por un alambre, como se hace con los gavilanes salvajes para domesticarlos”. Se recargan unos contra otros. Son asombrosamente solidarios porque se desean la misma suerte.

Podría realizar un estudio de identidades poéticas, una lista de metáforas

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La voz humana. Dirección: Pedro Almodóvar. España, 2020.

HOMBRE DE CELULOIDE

Entre el amor y el fuego

L

FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA EL DESEO

uego de su etapa simbolista, Jean Cocteau se incorporó a los surrealistas, pero terminó por volverse tan despreciado por ellos que se dice que aparecieron en tropel durante el estreno de su monólogo La Voix humaine y le gritaron: “farsante, eres incapaz de aceptar tu condición homosexual”. Y sin embargo Cocteau se volvió Cocteau, un ser a la altura del deseo. Igual que Almodóvar, quien acaba de estrenar en YouTube La voz humana, pieza de arte basada en un libreto de Cocteau que ningún amante de las bellas artes puede dejar de ver. Cuando llegó a Madrid, Almodóvar era un muchachito de futuro incierto. Con grandes aspiraciones, pero pocas posibilidades de volverse un artista como Cocteau (irreverente, exquisito, dandy). Y, sin embargo, deseaba. Así lo demuestra el hecho de que La Voix humaine, el monólogo más famoso del francés aparezca una y otra vez en toda su obra. Efectivamente, su espíritu está en La flor de mi secreto, en La ley del deseo y por supuesto en Mujeres al borde de un ataque de nervios que resulta, en muchos sentidos, la apropiación total del espíritu de Cocteau. Donde quiera que hay, en la filmografía de Almodóvar, un amante adolorido aparece, detrás, la mujer enloquecidamente enamorada de La Voix

humaine. Hay que decir por otra parte que, más que una película, esta obra de Almodóvar es arte visual. Y es que hay en ella un aire, un aliento de viejo pintor renacentista. En aquellos años, por ejemplo, se aconsejaba a los aprendices: “¡copia, copia, copia hasta que encuentres la perfección!” Almodóvar lo ha hecho. Desde que era un aprendiz hasta hoy que es, sin duda, un maestro. Por supuesto, la “copia” de Almodóvar no tiene nada que ver con la vulgaridad de quien, falto de imaginación, medra con el trabajo ajeno. El español se ha adueñado de los grandes directores del cine hasta volverse, por mérito propio, uno de ellos, pero no uno más. Por eso al libreto de Cocteau (tan manoseado) Almodóvar ofrece elementos que no aparecen ni en el texto original ni en la ópera de Poulenc ni en la versión de Rossellini en la que, hay que decirlo, sí que hay algo que ha decidido robar: un perro que sirve al director manchego para solucionar un final que Cocteau no hubiese podido prever.

Esta obra es arte visual. Y es que hay en ella un aire, un aliento de viejo pintor renacentista

Con estos nuevos elementos, Tilda Swinton puede medirse con quienes, antes que ella, han interpretado a esta mujer. Estamos hablando de divas del tamaño de Anna Magnani, Sophia Loren y la mezzosoprano Jane Rhodes. Nada más. Pero ¿cómo no iba a inspirarse Swinton si Almodóvar consiguió que le prestaran un vestido de Balenciaga para trabajar con él? No se trata de un asunto menor; el Balenciaga es uno de los dos elementos que otorga a la película de Pedro Almodóvar el carácter operístico que se merece este texto. El otro es el fuego. Se dice que alguna vez entrevistaron a Cocteau y le preguntaron: ¿si el Museo del Prado estuviese ardiendo, qué obra salvaría usted? Parece que Cocteau respondió: “el fuego”. Con fuego y un Balenciaga, con Almodóvar y un libreto que ya es clásico, Tilda Swinton no necesita más para entregarnos una de las interpretaciones más lúcidas de su carrera. Porque en La voz humana también ella, como el personaje de Agrado en Todo sobre mi madre, se convierte en su propio deseo: en una actriz que trasciende todo lo que significa ser una “chica Almodóvar” para transformarse en una artista capaz de construir con una vieja historia de desamor una nueva historia de amor. Y de amor luminoso. Justamente porque brilla con fuego.

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ANTESALA

9 DE OCTUBRE 2021

ESCOLIOS

POESÍA

Por el puente, no MARCO ANTONIO CAMPOS

“Por el puente, no”. El puente era largo, oscilante, de madera mohosa, y de montaña a montaña solo yo a solas no perdía el aviso: “No atravesar, cuidado” —y alguien decía desde abajo: “Entre el antes y el mientras”. Pero yo a diario lo traspuse de ida y vuelta, comoquienvayviene, va y viene del amor al odio, de la ternura que ilumina el cuerpo a la culpa que lo inclina, del ansia de conocimiento a la presunción gris y ciega de la ignorancia. ¿Dónde quedaría en la infancia la miel, el pan, la leche agria, el queso al que faltó tal vez la mínima sal sobre la tierra? En la infancia y la adolescencia no nos caía a los hermanos dinero en el bolsillo, y no me importó a veces, pero otras dolía no invitar al cine a una muchacha. “Por el puente, no”. Pero el que está destinado, por una u otra vía, sabe que vencerá el Mal. Y sin embargo, pasaron las décadas, y una tarde de sábado a domingo en que negó la noche, me precipité del cuándo hacia ninguna parte, mientras alguien me gritaba abajo, me gritaba, pero ¿quién?

EX LIBRIS

Durga arrullando a su león/ EKO

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No al Nobel ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

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@Sobreperdonar

l 14 de octubre de 1964, ante los insistentes rumores de que le sería concedido el Premio Nobel de Literatura, Jean-Paul Sartre envió una carta a la Academia Sueca explicando que, por razones tanto personales como objetivas, no podía, ni quería recibir tal reconocimiento, ni ese año, ni posteriormente. La Academia no hizo caso de la misiva (al parecer no llegó a tiempo) y el 22 de ese mes anunció que el ganador del galardón era Sartre. El escritor ratificó su rechazo al Premio señalando que siempre había declinado los reconocimientos oficiales de toda índole; que un autor debía basar su influencia en su propio instrumento de trabajo, que es la palabra escrita asumida individualmente, y que todos los honores agregados a un nombre literario someten a los lectores a una presión indeseable. Agregaba que la aceptación del Premio podría verse, por algunos, como una rehabilitación de su trayectoria por parte de Occidente, introduciría claroscuros en sus afinidades políticas y afectaría su lucha por la coexistencia pacífica de las dos culturas y bloques antagónicos de la Guerra Fría. El rechazo desató una controversia entre quienes aplaudían su gesto como una muestra de congruencia y quienes lo condenaban como un desplante de soberbia, esnobismo o envidia. Para sus defensores, Sartre era coherente con su filosofía de vida, con su credo antiburgués y con su divisa libertaria; para sus detractores, Sartre había calculado que le daría más notoriedad rechazar el Premio que aceptarlo y, además, muy probablemente albergaba un resentimiento con la Academia Sueca pues, mucho antes que a él, le había concedido el Nobel a su antagonista Albert Camus. Cabe señalar que Sartre no ha tenido una posteridad feliz, que la ascendencia que ejerció en vida se ha convertido, a veces, en indiferencia o animadversión póstuma y que mucho se le reprocha su gusto por los aparadores intelectuales, su disimulo con las tiranías y su palabrería. Es imposible determinar con certeza las motivaciones de Sartre al rechazar el Nobel; sin embargo, las razones que adujo son impecables. Los premios, como el Nobel, pueden ser vehículos para el reconocimiento de autores y géneros y para ampliar el orbe literario; sin embargo, a menudo también son instrumentos en una disputa sorda por la fama, el dinero y la influencia geopolítica. Sartre, pese a su extroversión e inclinación por los oropeles, rechazó de manera consistente integrarse a las instituciones establecidas. Por eso, acaso Sartre reaccionó con las vísceras a lo que consideraba un reconocimiento tardío, pero tal vez, también, rechazaba una honrosa petrificación y recordaba a ese niño enclenque (él mismo) que aparece en el que, para mí, es su libro más bello e intimista: Las palabras; ese niño que deambula a tientas en un mundo de adultos y que descubre en el universo de la lectura y la escritura un medio de autoconocimiento y afirmación; ese niño cuya soledad y marginalidad son un don agridulce, pero imprescindible e irrenunciable.

Es imposible determinar con certeza las motivaciones de Sartre

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DE PORTADA

9 DE OCTUBRE 2021

Los siguientes fragmentos de una novela y una entrevista nos acercan a la obra y los intereses del escritor tanzano, Premio Nobel de Literatura 2021

El último obsequio ABDULRAZAK GURNAH FOTOGRAFÍA EFE

Publicada en 2011, The Last Gift refiere la incierta vida de Abbas, un marino retirado, y su vida convulsa en el país de adopción: Inglaterra. El colapso súbito del personaje es el detonante para que Gurnah indague en el pasado desconocido del inmigrante.

U

Un día

n día cualquiera, mucho antes de todos los problemas, desapareció sin decir nada a nadie y nunca más volvió. Otro día cualquiera, 43 años después, se derrumbó frente a la puerta de su casa en un pueblito inglés. Ya era tarde cuando sucedió, camino a casa desde su trabajo, ya era tarde para todo. Solo él era culpable por no haber hecho las cosas antes. Sintió venir el colapso. No con el temor de ruina que lo había amedrentado durante mucho tiempo cuando se acordaba, sino con un sentimiento de que algo deliberado y muscular se cernía sobre él. No fue un embate gratuito, fue más como si una bestia hubiera vuelto lentamente la cabeza hacia él, lo hubiese reconocido y luego alcanzado para hacerlo añicos. Sus pensamientos eran claros mientras la debilidad drenaba su cuerpo, y en esa claridad pensó, absurdamente, que era así como debía sentirse uno cuando muere de hambre o de frío, o cuando una piedra lo aplasta a uno dejándolo sin aliento. La comparación lo hizo retorcerse de dolor

a pesar de su ansiedad: ¿ven qué clase de melodrama puede provocar el cansancio? Estaba exhausto cuando salió del trabajo, ese tipo de cansancio que algunas veces lo abatía inexplicablemente al final del día, más en los últimos años, y que le hacía desear poder sentarse y no hacer nada hasta que el agotamiento hubiera pasado, o hasta que unos brazos fuertes lo levantaran y lo llevaran a casa. Ahora estaba viejo, envejecía, por decirlo de otro modo. El deseo era como una memoria, como si recordara a alguien que hacía eso mucho tiempo atrás —levantarlo y llevarlo a casa—. Pero no pensó que fuera un recuerdo. Entre más viejo se hacía, más infantiles eran sus deseos. Entre más vivía, su niñez se acercaba más a él, y parecía menos y menos una fantasía distante de la vida de alguien más. En el camión, trató de elucidar la causa de su fatiga. Seguía haciéndolo luego de todos esos años, tratar de darle sentido a las cosas, buscar explicaciones que pudieran disminuir el temor de lo que la vida permitió que ocurriera. Al final de cada día rehacía sus pasos hasta que encontraba la combinación correcta de percances que lo había dejado tan débil, como si saberlo (si era algo que se podía saber) fuera a aliviar su malestar. Envejecer, es, en principio, el deterioro por el uso, partes irreemplazables desgastadas de tanto usarlas. O apurarse para ir a trabajar por las mañanas cuando a nadie le importaba o le preocupaba si llegaba algunos minutos tarde, a veces el esfuerzo y la ansiedad lo dejaban sin aliento y adolorido con un ardor en el estómago por el resto del día. O una

mala taza de té que se había hecho él mismo en la cocina para empleados que le había ocasionado que sus tripas regurgitaran con una incipiente diarrea. Alguien dejó la leche afuera, en un jarro, todo el día, sin tapar, atrapando polvo y respirando la corrupción que las personas traían en sus idas y venidas. Sabía que no debía tocar esa leche, pero no pudo resistir la tentación de un sorbo de té. O simplemente había gastado demasiado esfuerzo inexperto, levantando y empujando cosas que no habría debido ni siquiera tocar. O podría ser dolor de cabeza. Era incapaz de saber cuándo vendría, o la razón o por cuánto tiempo. Pero mientras estaba sentado en el camión, sabía que algo inusual le estaba sucediendo, un desamparo centrífugo que lo hacía gimotear involuntariamente, la carne de su cuerpo calentándose y encogiéndose y un vacío ajeno se instalaba. Sucedía sin prisa: su respiración cambiaba, él comenzaba a temblar, a sudar, y se descubría a sí mismo doblado en ese bajón familiar de abandono humano, el cuerpo esperando dolor, disolviéndose. Veía a un doble junto a él, un tanto atemorizado por la disolución maliciosa, irresistible de su caja torácica, sus caderas y su columna, como si su cuerpo y su mente estuvieran separándose. Sintió una punzada aguda en su vejiga y tuvo conciencia de que su respiración era rápida, agitada. ¿Qué estás haciendo? ¿Te está dando una convulsión? Basta de histeria, respira profundamente, respira profundamente, se dijo.

Era tal vez el hábito mental de un extraño nunca reconciliado con su entorno

Bajó del camión hacia el aire de febrero, un día de frío repentino, tembloroso y débil, respirando profundamente como él se había propuesto. No estaba bien vestido. Otras personas en torno suyo llevaban pesados abrigos de lana y guantes y bufandas, como si supieran por experiencia qué tan frío estaba, algo que él, pese a los años viviendo ahí, aún era incapaz de prever. O tal vez, a diferencia de él, escuchaban los reportes del clima en la tele y en la radio, y nada más les quedaba, felizmente, sacar de su clóset las prendas adecuadas. El llevaba el abrigo que usaba casi todos los meses del año, útil para protegerlo de la lluvia y del frío ligero, pero no demasiado caliente para cuando el clima era templado. Nunca había sido capaz de conservar un montón de prendas y zapatos para diferentes ocasiones y temporadas. Era un hábito de frugalidad que ya no necesitada practicar pero que nunca había sido capaz de romper. Le gustaba acabarse la ropa cómoda, y le gustaba pensar que si se veía a él mismo aproximándose por la calle se reconocería por las ropas que vestía. Pues en ese crepúsculo de febrero estaba pagando su moderación, o su tacañería, o ascetismo, lo que fuera. Era tal vez su desasosiego, el hábito mental de un extraño nunca reconciliado con su entorno, vestirse ligero para deshacerse del abrigo cuando fuera tiempo de partir. Eso era lo que creía, el frío. No estaba bien vestido, debido a sus propias razones estúpidas, y el frío lo hacía temblar fuera de control, con una temblorina interior que le hizo sentir que las vigas de su cuerpo estaban a punto de sucumbir. En la parada de camión, sin


DE PORTADA

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Irse o quedarse

veces Maryam ni siquiera se daba cuenta de que estaba en casa hasta que se plantaba frente a ella, sonriendo porque de nuevo la había sorprendido. Era una de sus bromas, hacerla brincar de un susto, su reacción de siempre, porque no lo había escuchado llegar. Esa noche Maryam se sobresaltó con el ruido de las llaves en la puerta y sintió un instante de placer ordinario cuando él llegó, tras el golpe de la puerta lo escuchó quejarse. Cuando iba hacia el pasillo, lo vio sentado en el suelo junto a la puerta interior, sus piernas estiradas frente a él. Su cara estaba húmeda de sudor, trataba de jalar aire y sus ojos estaban bien abiertos e inyectados de confusión.

Este segmento de una charla con Abdulrazak Gurnah, publicada en la revista Postcolonial Text y guiada por las académicas Anupama Mohani (Universidad de la Presidencia, Calcuta) y Sreya M. Dattaii (Universidad de Leeds), ilustra las preocupaciones en obras como Paraíso, Precario silencio y En la orilla. M. ¿Le parecería adecuado que sus obras fueran clasificadas como “novelas oceánicas” y no como literatura universal? Supongo que con “novelas oceánicas” usted se refiere a las conexiones entre las culturas del litoral a las que aludo frecuentemente en mi literatura. No estoy seguro de que sea una categoría plausible, más bien es una descripción que sirve para organizar. Lo que quiero decir es que si las conexiones están justificadas narrativamente, entonces el concepto funciona, de modo que su peso está en la narrativa más que en la cultura o en la geografía. Respecto a “literatura universal”, tengo la sensación de que se trata de un intento, desde la academia, de ubicar a la literatura comparada más allá de su tradición eurocéntrica. S. D. En sus novelas destaca la ausencia de desahogos humorísticos, incluso de momentos de felicidad y alegría, que no se ocultan de la posibilidad de la desolación inminente o la soledad paralizante. ¿Este tipo de melancolía es deliberada o funcional en sus estrategias narrativas? No estoy de acuerdo sobre la ausencia de lo que usted llama “desahogos humorísticos”. Sin duda, tenemos diferentes ideas de lo que es el humor, pero creo que hay humor tanto en los eventos como en el lenguaje. En cuanto a ocultar el dolor y la soledad, creo que esa es la condición de la existencia humana. A.M. De cierto modo, su literatura me recuerda a Conrad, quien en toda su obra persiguió una sola historia y, libro tras libro, se dedicó a pulirla. Las novelas que usted escribe me dan la impresión de buscar algo similar, una historia espectral que quiere perfeccionar o matizar. No sé si existe una única historia espectral que quiera perfeccionar. Estoy seguro de que hay más de una. He escrito muchas veces sobre cómo la gente toma la decisión de irse o quedarse, pero también de la experiencia de ser extranjero en Europa. De modo que hay un enfoque en mi literatura: la pertenencia, la ruptura, el desplazamiento. Y en medio de esos temas hay muchos otros asuntos que se relacionan con el dolor, la pérdida y la recuperación. Escribo sobre el ingenio con el que la gente se enfrenta a estas experiencias. A.M. ¿Realiza algún tipo de investigación histórica para escribir sus obras o escribe desde la memoria? ¿Diría que sus novelas son impresiones más que retratos realistas de la vida en África Oriental? Los temas que abarcan mis novelas siempre me han resultado muy interesantes, así que en cierto modo siempre he estado investigando el material con el que trabajo. Hay una necesidad de comprobar y leer a detalle algunos aspectos de momentos específicos, pero escribo sobre lo que conozco y sobre lo que me importa. No estoy seguro de por qué usted sugiere “impresiones más que retratos realistas”, como si se tratara de polos opuestos o procesos contrarios. Considero que la ficción, inevitablemente, es ambas cosas.

Traducido del inglés por José Abdón Flores. Tomado de: The Last Gift, Bloomsbury Publishing, 2011.

Traducción del inglés: Ángel Soto Saldivar. *Una versión extendida de este texto puede leerse en el sitio web de Laberinto (www.milenio.com/cultura/ laberinto)

A

El escritor nacido en Zanzíbar, en 1948, quien reside en Gran Bretaña desde 1968.

saber qué hacer, se escuchó gruñir, y entendió que estaba empezando a perder la noción de las cosas, como si se hubiera dormido un momento y despertado de nuevo. Cuando se forzó a caminar, era como si brazos y piernas no tuvieran huesos, y respiró con un aliento corto y pesado. Sus pies eran de plomo y estaban entumidos, abriéndose en grietas olorosas de carne congelada. Quizá debería sentarse y esperar a que el espasmo pasara. Pero no, tendría que sentarse en el pavimento y lo confundirían con un vagabundo, y entonces nunca más podría volver a levantarse. Se forzó a continuar, dando trabajosamente un paso tras otro. Ahora era importante llegar a casa antes de que se le acabaran las fuerzas, antes de que cayera en ese terreno salvaje donde su cuerpo sería destrozado y esparcido. El trayecto de la parada del camión a su casa le

llevaba por lo regular siete minutos, quinientos pasos más o menos. Algunas veces los contaba para ahuyentar la ansiedad en su cabeza. Pero en esa ocasión debió llevarle más tiempo. Ni siquiera estaba seguro de que su fuerza duraría. Creyó rebasar gente, y por momentos se tambaleó y tuvo que recargarse contra un muro por algunos minutos o segundos. Ya no era posible precisarlo. Sus dientes castañeteaban y sudaba copiosamente para cuando llegó a la puerta y, después de abrirla, se derrumbó en el pasillo, dejando que el calor y la náusea lo abrumaran. Por un momento, no pudo recordar nada. Su nombre era Abbas y, aunque no estaba consciente de ello, su llegada había sido ruidosa. Su mujer Maryam lo escuchó manipular con torpeza las llaves y luego lo oyó azotar la puerta, cuando por lo general llegaba sin hacer ruido. Algunas

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CIENCIA

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DESMETÁFORA

El Premio Nobel de Física 2021 La Academia se inclinó por los trabajos de Giorgio Parisi, Syukuro Manabe y Klaus Hasselmann

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lguien decía que los físicos tienen soluciones y están buscando el problema. Uno podría pensar que este es el caso de Giorgio Parisi, uno de los laureados con el Premio Nobel de Física que se anunció el pasado martes. Sin embargo, este físico italiano nunca tuvo empacho en forzar las matemáticas al extremo de lo que parecía absurdo. En una ocasión comentó: “cuando los físicos usamos matemáticas lo hacemos relajadamente”. Sus propuestas atrevidas han debido esperar años a que los matemáticos las formalicen y ubiquen en un lugar digno y consistente con la teoría. Parisi ha trabajado en una gran variedad de problemas. Entre lo más conocido de su obra está lo que se conoce en física de partículas elementales como ecuaciones de AltarelliParisi que elaboró en colaboración con Guido Altarelli —físico teórico de CERN—. Con la formulación es posible determinar la densidad de quarks y gluones dentro de los corpúsculos que forman y que se conocen como hadrones. Los protones que conforman a los núcleos de los átomos son un ejemplo al que se aplican estas ideas. Están hechos de quarks y gluones que, en su interior, forman una nube espesa y fluctuante evolucionando al ritmo que le marcan las ecuaciones. Después de su trabajo en física de partículas elementales se vio atraído por un material conocido por los especialistas como “vidrio de spin”. Este representa sistemas desordenados difíciles de describir. Cuando uno toma cobre cristalino al que se le ha incrustado algunos átomos de manganeso de manera aleatoria obtiene este arreglo desorganizado en que los átomos, incorporados al azar, tienen un giro o espín que queda fijo en direcciones irregulares. Para explicar las propiedades del arreglo atómico, Parisi se ingenió una manera de romper simetrías en el formalismo matemático como a nadie se le hubiera ocurrido. De esta manera logró una descripción sin las inconsistencias que tenían otras propuestas. El desarrollo teórico es considerado como el descubrimiento más importante en el estudio de sistemas desordenados. Lo que se aprendió de materiales amorfos se aplica ya a un gran número de otros tópicos que van de las ciencias computacionales a las redes neuronales.

GERARDO HERRERA CORRAL gherrera@fis.cinvestav.mx FOTOGRAFÍA AFP

Restos de un iceberg en las costas de Groenlandia.

En fechas más recientes, Parisi se ha visto atraído por el vuelo de los estorninos. ¿Cómo es que estas aves consiguen moverse de manera colectiva? ¿De qué manera se comunican para virar en forma coordinada? Estas preguntas lo han llevado a grabar y fotografiar parvadas mientras sus alumnos desarrollan programas que intentan imitar el vuelo de los pájaros. En una vertiente distinta de investigación reciben la otra mitad del Premio Nobel el japonés Syukuro Manabe y el alemán Klaus Hasselmann, ambos estudiosos del clima. Las primeras simulaciones de la atmósfera fueron publicadas por Manabe en la década de 1970. Hasselmann propuso ideas originales que fueron incorporadas poco a poco en el estudio de la atmósfera.

El desarrollo de los primeros modelos climáticos es sin duda un gran avance

Al otorgar el premio a quien trabaja en estos temas es claro que el comité del Nobel quiere llamar la atención del mundo sobre el cuidado que debemos poner en la reducción de emisiones contaminantes. El desarrollo de los primeros modelos climáticos es sin duda un gran avance y el impacto de las ideas es incuestionable. El cambio climático provocado por las emisiones antropogénicas ha inundado todos los espacios de la discusión social y en la política ocupa ahora un lugar central, definiendo posturas. De manera tal que el trabajo de Hasselmann y Manabe ha dado forma a las preocupaciones del momento. La revista Der Spiegel reseñó la recepción del Premio Nobel al alemán que ahora es pensionado del Instituto Max Planck en Hamburgo diciendo: “El honor es, hay que decirlo, también un premio político, llega unas semanas antes de la conferencia mundial del clima en Glasgow. ‘No podemos decir que no lo sabíamos,

los modelos del clima son claros’, este es el mensaje de Estocolmo”. Modelar la atmósfera y los cambios que ocurren cuando entra en contacto con los océanos que también circulan, y el suelo y la vegetación, la gran variedad de fenómenos y circunstancias, los movimientos del planeta y los cambios en el Sol, no ha sido algo que dé confianza a muchos. El razonamiento de los especialistas como Manabe ha sido siempre que los cálculos del modelo producen patrones y esos patrones aparecen en la realidad. Esta argumentación ha terminado por convencer a los que por mucho tiempo consideraron que era un trabajo poco creíble. Por su parte, Hasselmann desarrolló también un modelo unificador de la teoría de partículas elementales y la teoría de la relatividad general al que se conoce con el nombre de Modelo Metron. Sin embargo, esos intentos no han tenido la resonancia en un campo de estudio que es muy distinto del modelaje del clima.

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EN LIBRERÍAS

9 DE OCTUBRE 2021

NARRATIVA, ENSAYO Donde los escorpiones

La traidora

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A FUEGO LENTO Y al polvo regresaremos

Isla partida México, 2021

Lorenzo Silva Destino México, 2021 348 páginas

V. S. Alexander Planeta México, 2021 356 páginas

Ana Lucía Guerrero Lumen México, 2021 200 páginas

Un nuevo caso para Bevilacqua y el sargento Chamorro. El asesinato de un militar español los lleva hasta Afganistán y su red de talibanes y sembradores de amapola, la mayor riqueza nacional. Las pesquisas apuntan a un infiltrado que por fuerza conoce las costumbres de la región y a una serie de personajes insólitos y al mismo militar asesinado, quien parecía sufrir trastorno depresivo por las experiencias vividas en misiones de combate. Un thriller de vuelcos desconcertantes.

Basada en hechos reales, esta novela recupera las acciones del grupo alemán Rosa Blanca, comprometido con la tarea de denunciar los crímenes perpetrados por Hitler y sus esbirros durante la Segunda Guerra Mundial. Su heroína es una joven estudiante de enfermería que se incorpora a las filas de ese grupo que opera en el anonimato. Las atrocidades que experimentó en el frente ruso y el encarcelamiento de su padre mueven sus actos.

La Revolución mexicana, sus purgas y sus extensiones son el escenario de esta novela protagonizada por una extensa familia queretana que carga a cuestas una estela de rupturas, agravios, prejuicios y matrimonios concertados: la abuela tiene el poder de hablar con las almas en pena, una de las cuales revela el sitio donde se oculta un tesoro; uno de sus hijos se ordena como sacerdote; una de sus hijas se convierte en el juguete sexual de un militar…

1985

Viaje al centro de la Tierra

Suicidio

Anthony Burgess Minotauro México, 2021 384 páginas

Julio Verne RBA España, 2020 336 páginas

Arnoldo Kraus (coord.) Debate México, 2021 256 páginas

Este libro ocupa un sitio especial en la bibliografía del autor de La naranja mecánica. Como cuenta Andrew Biswell en el prólogo, Burgess cayó en depresión porque no podía escribir una obra maestra, así que su esposa Liana le pidió a una editorial estadunidense que le encargara un libro sobre Orwell. Híbrido de crítica y ficción, en su primera parte 1985 es un análisis de 1984 empleando diversas formas; la segunda ofrece su versión de una distopía alternativa.

Tomando como base las ediciones Hetzel de finales del siglo XIX, en las que las ilustraciones son un elemento destacable, se pone en circulación la Biblioteca Julio Verne, una buena oportunidad para redescubrir la obra del escritor más visionario que hayan dado las letras. Como el cine no le ha hecho justicia, hay que acercarse a sus libros. Esta novela cuenta los esfuerzos del joven Axel y su tío el profesor Lidenbrock por llegar a las entrañas del planeta.

El médico y escritor ha convocado a un grupo de voces provenientes de la ciencia, el panorama intelectual y la literatura para ofrecer una visión desprejuiciada de un fenómeno que, según la OMS, es la segunda causa de muerte entre los jóvenes. La ruta comprende las circunstancias que alientan los pensamientos suicidas, algunas medidas de prevención y el derecho a elegir la propia muerte. Roger Bartra, Eduardo Matos y Sandra Lorenzano se cuentan entre los invitados.

Despropósitos y extravíos ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

U

na mujer parte a una isla para dejarse morir. En una realidad paralela, esa misma mujer continúa haciendo su vida rutinaria. Al mismo tiempo, se pone en marcha una serie galopante de recuerdos, delirios y anomalías neurológicas. En apariencia, eso es Isla partida (Almadía) de Daniela Tarazona. Digo en apariencia porque más bien se trata de un retorcido despropósito. Tras la veladura de un estilo que se pretende poético no hay sino una tosca superficie de ocurrencias y trucos baratos. Mientras vamos a la isla y estamos de regreso en la ciudad, la voz narrativa hilvana algunos recuerdos infantiles de la protagonista; diserta sobre la terrible condición de nuestro mundo; experimenta algunos trances religiosos; nos lleva al neurólogo para evaluar el “sistema de atención, los problemas afectivos, los impulsos, las ideas de persecución y la percepción de realidades que los demás no conciben”; asiste a sesiones de yoga y a una limpia y hasta reflexiona sobre los alcances cognitivos de la escritura. Como hemos de creer que esa mujer sufre un desdoblamiento, y que su cerebro funciona sin orden ni concierto, entonces todo disparate está permitido. No vemos, por fortuna, a una madre contrahecha poniendo un huevo pero sí a Lee Harvey Oswald mostrando sus cuernos de reno durante una cena mexicana o a un ovni, “una bola de fuego gigantesca”, posando junto a una ventana. Tardamos poco en sospechar que cualquier cosa puede ocurrir, y por supuesto narrarse, con tal de reflejar a una mente que únicamente puede reconocerse en el extravío (quiero decir que solo faltaba encontrarse con un ave prehistórica sobrevolando esa isla). Isla partida se resiste a toda posibilidad de lectura. No dialoga con el lector, no espera sino refocilarse consigo misma, con frases como “extiendes hilos que salen de tus sienes en una procuración de alcanzar lo que ya no está” o “Eras el mar” o “Boca que se abre, manos que escriben, para decir: la magia es”. Incluso el delirio tiene una forma, y nada en Isla partida es digno de esa aspiración. Estamos frente a la prueba flagrante de que en estos tiempos que corren hay demasiado lugar para quienes confunden la auténtica escritura con las confesiones en el diván del psicoanalista o con la molicie verbal que adormece el hombro de una buena amiga.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.

9 DE OCTUBRE 2021

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TOSCANADAS

Se pegó un tiro DAVID TOSCANA

S

in duda el elogio más descabellado de la historia se lo dedicó el escritor Aleksandr Fadeyev a Stalin. Le llamó “el más grande humanista que ha conocido el mundo”. En esa admiración que sintió por su líder desde que subió al trono, había glotonería de privilegios y temor. Fadeyev dejó de ser un escritor para volverse un propagandista. Como presidente de la Unión de Escritores Soviéticos, boicoteó los intentos de autores polacos por hermanarse con los de Occidente, y como si la vida del dictador fuese eterna, se dedicó a traicionar a muchos de sus amigos y colegas; aunque también ayudó a otros. Censuró obras, acusó a intelectuales, y colaboró para que algunos de ellos fueran ejecutados o pararan en un gúlag. A Vasili Grossman le hizo la vida cansada, dándole largas para publicar una novela, queriéndole cambiar cada detalle que pudiese disgustar al líder. Orlando Figes cuenta en Los que

ALEKSANDR FADEYEV

El presidente de la Unión de Escritores Soviéticos.

susurran que a Ilia Ehrenburg lo atacó por “proceder de ese círculo de la intelligentsia que entiende el internacionalismo en un sentido cosmopolita vulgar, y que no logra superar su servil admiración hacia todo lo extranjero”. Bautizó a ese grupo como “los cosmopolitas” y los sumisos del régimen arremetieron contra ellos. Los verdaderos soviéticos contra los cosmopolitas. Al morir Stalin, Nikita Khrushchev marcó su distancia con el estalinismo, y Fadeyev no tuvo modo de borrar sus lisonjas y trapacerías. Menos aún cuando Khrushchev había liberado a muchos prisioneros de los gúlags y varios de ellos buscaban encararse con Fadeyev. Pese a todas esas grietas, muchos colegas lo consideraban un hombre noble y antes les inspiraba lástima que rencor. Figes nos dice que: “Fadeyev había sido un hombre decente, pero había quedado reducido al estado de un

alcohólico tembloroso por las concesiones morales que se había visto obligado a hacer”. Se pegó un tiro. Aunque en su libro de 2011 The Victims Return, Stephen F. Cohen dice que “continúa sin saberse por qué Fadeyev se suicidó”, allá en 1956, cuando ocurrieron los hechos, a Ilia Ehrenburg no le cabía la menor duda: “Le asediaba el retorno de los prisioneros y sus esposas”. Figes asegura que lo destruyó “el conflicto entre ser un buen comunista y ser un buen ser humano”. Él dejó su carta del adiós: “Como escritor, mi vida ha perdido todo sentido, y la abandono con alegría, con un sentimiento de liberación de esta vil existencia, en la que el alma está aplastada por la malignidad, las mentiras y la calumnia”. Los testimonios de quienes lo conocieron son inequívocos: Fadeyev amaba intensamente la literatura. La literatura da y exige; hay que estar a la altura.

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BICHOS Y PARIENTES

Le toca a Melville

Y

que las hordas de la bondad académica cancelan a Melville, otra vez. Usa palabras malas; en Typee y Omoo habla de salvajes y caníbales, en Benito Cereno dice negro de malos modos, y en Moby Dick usa una lista larguísima de palabras que no pueden ser toleradas: indio, pielroja, esquimal... No queda sino ver el gozo de los nuevos inquisidores por enviar a la hoguera una obra tan dañina. Es hora de leer a Melville. Según Richard Morse, en Benito Cereno hay más de una clave para comprender la historia de América Latina. Novela breve sobre un motín de negros en un barco esclavista donde no son solamente víctimas, sino hombres capaces de acciones atroces y viciosas. Y es que Melville observa como ningún europeo había hecho. No es la mirada de un marino mercante ni la de un soldado obediente al imperio que, al fin, son puntos de vista dependientes de una jerarquía. Leer a Melville hace comprender que la colonización no está sobre unos americanos, víctimas de unos europeos malvados cuyo objetivo fuera venir a someter y explotar. El colonizado es el europeo: el americano toma, usa y transforma ideas, objetos, dispositivos. Basta observar el entusiasmo de Wilde, o el de Robert Louis Stevenson cuando saludan a Whitman: “usted, Walt Whitman, nuestro maestro en libertad”. Mientras Europa padece el amollentamiento de Rousseau y sus lamentaciones por la servidumbre, en los Estados Unidos bullía una vertiente confusa y saludable de la autonomía: la Self Reliance de Emerson, la desobediencia de Thoreau.

JULIO HUBARD ILUSTRACIÓN AUTOR ANÓNIMO

Por momentos pareciera que Melville había sido tocado por la idea del buen salvaje: “Allí estaba sentado, con su misma indiferencia proclamando una naturaleza en que no acechaban hipocresías civilizadas ni blandos engaños”. Pero no se trata del pregón de Rousseau: la naturaleza humana buena en sí. Todo lo contrario. Lejos de la lamentación de un súbdito, es el desprecio del hombre libre a las jerarquías. Rousseau es un manojo de quejas, pero nunca entendió la libertad; Melvile elogia a un hombre libre, el arponero Queequeg, maorí, caníbal.

Muchos gringos fueron ciudadanos cuando los europeos todavía eran súbditos

Muchos gringos fueron ciudadanos cuando los europeos todavía eran súbditos. Cuando Hegel inventa el nombre de “sociedad civil”, ya había sociedades civiles en Estados Unidos. “Ya me daba cuenta de que en el negocio de la pesca de la ballena no pagaban remuneración, sino que todos los tripulantes, incluido el capitán, recibían ciertas porciones de los beneficios llamadas ‘partes’, y esas partes estaban en proporción al grado de importancia correspondiente a los deberes respectivos en la tripulación del barco”. Por eso, los balleneros no quieren ni oír de la marina mercante: ellos se juegan el cogote y trabajan como socios; los mercantes son piramidales, sus marineros están contratados a sueldo, como empleados o como súbditos. Son dos economías de dinámica distinta: una de acumulación, otra

Tripulantes del Essex, ballenero del siglo XIX.

de participación. Y las consecuencias son notables: “Hasta que la pesca de la ballena dobló el Cabo de Hornos, no había más comercio que el colonial. [...] Fue el ballenero quien primero irrumpió a través de la celosa política de la Corona española, tocando en esas colonias y, si lo permitiera el espacio, se podría demostrar detalladamente cómo gracias a esos balleneros tuvo lugar por fin la liberación de Perú, Chile y Bolivia del yugo de la vieja España, estableciéndose la eterna democracia en aquellas partes” (Moby Dick, capítulo XXIV). Los balleneros fueron decisivos en el mestizaje, en las rutas comerciales que no requieren de permisos de gobiernos, en la cartografía de las aguas y puertos, en los intercambios culturales. Durante muchas décadas, la iluminación de las casas, los lubricantes de maquinaria, dependían del aceite de ballena. Sus utilidades han sido sustituidas por otras industrias y, por fortuna, el mundo —salvo japoneses, noruegos, islandeses— ha dejado de cazar ballenas. Lo significativo es que una práctica que nos resulta ahora cruel e inmoral fue un motor de independencia y autonomía política. Melville no busca justificaciones morales ni se siente superior a sus antepasados, ni salvador de nada. Pero quede dicho: a bordo del Pequod viajaba una mezcla de razas, culturas, costumbres, que pudo convivir y establecer lazos, cosa que no pueden lograr las actuales bondades. Y es una reverenda desgracia ver que Melville queda cancelado. Por racista. Pero que a esos santones logófobos, en la noche, el espíritu de Queequeg les jale las patas.

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