Laberinto No.957 (16/10/2021)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

EL ATLAS DE PANDORA

FERNANDO ZAMORA

IRENE VALLEJO

Lo que promete Días de invierno

Érase una vez una voz Foto: Pirotecnia Films

SÁBADO 16 DE OCTUBRE DE 2021 AÑO 18 - NÚMERO 957

Frida Kahlo: retrato de la artista rebelde Carlos Rubio Rosell/ FRIDA: EL VENADO HERIDO/ FOTOGRAFÍA: CORTESÍA TASCHEN

Ilustración: Román


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ANTESALA

16 DE OCTUBRE 2021

DOBLE FILO

De Chavela a Billie Holiday FERNANDO FIGUEROA

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a colombiana-canadiense Flora Martínez se dio a conocer en el papel estelar de la película Rosario Tijeras (Emilio Maillé, 2005). Está convertida en una versátil cantante que compone sus temas (Aquello, 2021, EP) y recrea a sus musas (La Vargas. Ritual Chavela, 2020, LP), incluso a Billie Holiday (Lover Man, 2021, sencillo). En 2022 se presentará en dos fechas en el Lunario, una con el monólogo musical Frida libre y otra en concierto con boleros, jazz y baladas. Hoy juega ping-pong con Laberinto. ¿Qué es cantar? Arrullar el alma. ¿Qué es el jazz? Un diálogo intenso. Billie Holiday en dos palabras. Mi musa. Una canción interpretada por ella. “Trav’lin’ light”. ¿Qué suele decirte el piano? Me contiene. ¿Quién encaja mejor con el blues o jazz: José Alfredo, Lara, Grever o Consuelito? José Alfredo. Tu compositor favorito de esos cuatro. Depende del día. ¿Qué es el bolero? Una carta de amor. Bolero que te hubiera gustado escribir. “Bésame mucho”. Y una ranchera. “No volveré”. Lola Beltrán o Lucha Villa. Lola Beltrán. Dos virtudes de Chavela Vargas. Valentía y temple. Una canción cantada por ella. “Paloma negra”. ¿Qué significa componer una canción? Generar libertad en una cárcel de tiempo. ¿Qué es el teatro? Donde todo puede ocurrir. El legado de Frida Kahlo. La libertad de ser uno mismo. Un cuadro de ella. “Recuerdo (El corazón)”. ¿Qué es el cine? Un punto de vista. ¿Qué te dejó Rosario Tijeras? Muchas cicatrices. ¿Amar es más difícil que matar? Supongo que sí. ¿Qué te enseñó Bigas Luna? El entusiasmo en el arte. Un director de cine. Wong Kar-wai. ¿Qué es actuar? Ver a través de los ojos de otro. ¿Qué aprendiste en el Conservatorio de Arte Dramático de Nueva York? Que todo está dentro de ti. ¿Y modelando para pintores? Que el cuadro se parece más a ellos. ¿Y de bartender? Que eso no es lo mío. Bebida favorita. El café. Música para tus últimos minutos de vida. Algo flamenco. Tu epitafio. Se lo robo a Frida: “Donde no puedas amar, no te demores”.

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Días de invierno. Dirección: Jaiziel Hernández. México, 2021.

HOMBRE DE CELULOIDE

La existencia que se va

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA PIROTECNIA FILMS

l universo de las relaciones familiares, la claustrofobia de quien está convencido de que la vida está en otra parte y, en fin, los problemas existenciales de un muchacho (Néstor) y su madre (Lilia) en un pueblo al norte de México son los núcleos temáticos de la película Días de invierno, ópera prima de Jaiziel Hernández. Núcleos temáticos, pues decir “trama”, en esta clase de cine, resulta equívoco. Y es que el guion de Días de invierno aspira a retratar el interior de sus protagonistas más que a contar una historia redonda. En este sentido las peripecias más que producir una ficción siguiendo el esquema hollywoodense se estructuran como productoras de estados de ánimo que buscan contagiar al espectador, identificarlo con los personajes. En ello radica el primer logro de esta película: Hernández nos pone en los ojos de Néstor para que vivamos el fin de la adolescencia en este pueblo a mitad de la nada; un pueblo en el que parece que el futuro no existe más. Ahora bien, para hablar de esta ausencia de expectativas ni el director ni la guionista Oriana Jiménez recurren a truculencias, lo cual es el segundo gran logro de Días de invierno. Y es que salvo honrosas excepciones, el público ha terminado por fastidiarse de

ficciones que visibilizan, denuncian o en suma medran con el escandaloso estado de las cosas en una región azotada por la violencia. Así que una película como esta cae fresca porque los jóvenes son eso, jóvenes que, ante todo, tienen que aprender a crecer. Hernández no se pone a pontificar en torno a ninguna clase de truculencias. Es así como Días de invierno no menciona el narcotráfico ni el tráfico de gente ni los asesinatos de mujeres. ¿Acaso el director ha renunciado a su condición de zoon politikón? Al contrario, en la medida en que la mirada de Hernández se concentra en asuntos que, evidentemente, conoce bien, su obra resulta más honesta, lo cual permite ser auténticamente político. Y aquí están las referencias a un par de injusticias que cuestionan el estado de las cosas en cualquier economía capitalista: la falta de oportunidad para los más jóvenes, un despido disfrazado de renuncia y cierto estadunidense que vaga por el pueblo atormentado por

Es el retrato de dos momentos clave en la vida de un hombre y una mujer

haber tenido que explicar en una fábrica el resultado de una tragedia que no debió suceder. Con todo y todo, el sufrimiento de Néstor y su madre es más de índole psicológica que social. En este sentido, la principal influencia del director parece ser Gus van Sant; por momentos el tono reflexivo de esta obra recuerda Paranoid Park de 2007. Y es que en ambas películas la imagen, hermosa sin ser preciosista, está al servicio de narrar dos formas de crecer: pasar de la adolescencia a la edad adulta (tanto en Paranoid Park como en Días de invierno) o transitar hacia una incipiente vejez en Días de invierno. Aquí vale la pena subrayar la actuación de Leticia Huijara, quien recientemente fue nombrada presidenta de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas. A pesar de que esta magnífica actriz aún es suficientemente joven, transmite bien el desconcierto de una mujer que ha llegado a la edad en que mira triste que la vida se le fue. Días de invierno es el retrato de dos momentos clave en la vida de un hombre y una mujer: él ha dejado de ser el hijo; ella ha dejado de ser la madre. Ambos se aman, pero la despedida es inminente. Y aunque siempre estarán relacionados, lo que han sido hasta ahora, como sucede en la vida, se desvanece.

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ANTESALA

16 DE OCTUBRE 2021

POESÍA

LOS PAISAJES INVISIBLES

JEANNETTE L. CLARIOND

Miedo y asco en Las Vegas: 50 años

Maimónides canta su sueño Bajo sus pies por pavimento baldosas de zafiro y por cielo un tapiz de densas nubes blancas, todo bordeado por una trenza vulnerable al azul. Allá lejos, un peñasco de donde surgen diminutas flores verdeoro, amarillas, naranja, semillas de viento en un suspiro de la naturaleza pues no es del monte florecer fuera del tiempo. Y es que solo sentimos algo en el corazón cuando debemos callarlo. Las cosas duelen si se guardan, mas la ira, como aquella de Noé, produce rebelión. Todo sentimiento posee el amor y la tumba. “Él dijo en su corazón” significa que lo pensó sin decirlo. Soñamos cuando la escritura no se adapta al lenguaje humano: el fuego no devora la espada ni la tierra a su población. Comer de la miel es alimentarse del panal que es dulce al paladar. Maimónides sueña con reinos de una gloria en donde el comer es la sabiduría: no hay hambre de pan ni sed de agua, sino sed de sabiduría antes de que asome el segundo diluvio. Así que, si leemos en Bishop que había grasa de cordero, quiere decir: “Venid a comer carne grasosa en casa de Rabã”. Con esto intento sugerir que, cuando leamos la poesía de los grandes, no juguemos a saber que eso que se escribe llega al corazón. También el intelecto tiene la altura de los Doctores. Y cuando acucie la sed, recordad: “Venid, vosotros los sedientos, venid a las aguas”.

EX LIBRIS

Ganesh lee todos los libros/ EKO

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IVÁN RÍOS GASCÓN

IvanRiosGascon

G

eorge Plimpton conoció a Hunter S. Thompson en un avión. El alucinado (y alucinante) reportero de Rolling Stone abordó el vuelo en Frankfurt y tomó asiento junto a George. Thompson ya había publicado Los Ángeles del Infierno y Miedo y asco en Las Vegas, y su apariencia se ajustaba la mar de bien con la prosa delirante de sus textos. Plimpton lo describe así: “una figura grande, ágil, que llevaba unas gafas de sol oscuras de aviador, una camisa Acapulco de color púrpura y fresa, vaqueros y unas zapatillas de baloncesto Chuck Taylor All Star que parecían demasiado grandes para sus pies, como si las hubiera robado del fondo de una consigna del vestuario de Los Angeles Lakers. […] Llevaba consigo un bolso de mano de cuero grande con una calcomanía identificativa de Rolling Stone y una placa donde ponía PRENSA. A veces lo llamaba su bolso y frecuentemente su botiquín: lleno de pastillas y ampolletas y frascos, a juzgar por la manera como tintineaba cuando lo movía”. El retrato de Plimpton concuerda con la personificación que Johnny Depp hizo del periodista gonzo en la versión fílmica de Miedo y asco en Las Vegas (1998), de Terry Gilliam, incluyendo el detalle de sus movimientos (“Caminaba con los dedos de los pies torcidos hacia fuera, moviéndose con un trote de liebre algo zigzagueante. […] Ir a algún sitio con él era difícil —los pies lo llevaban en sentido oblicuo un momento, y al siguiente golpeaban contra ti— y era facilísimo tropezar con él. Como llevaba zapatillas, proseguía con todos aquellos bandazos, diagonales y esquivas con un silencio propio de un ladrón que entrara en una casa sigilosamente, cosa que contribuía bastante al aura conspirativa que afectaba”). Cierto. Con su estilo, modales, escritura y temperamento, Hunter S. Thompson se nimbó a sí mismo con un hálito conspirativo. Cuando hace 50 años, en 1971, publicó Miedo y asco en Las Vegas, la sinceridad desvergonzada de su novela/crónica/reportaje le confirió el papel del más cáustico intrigante del sueño americano. En esa bitácora hiperreal en la que mezcla sus experiencias psicotrópicas con lo aburrido, anacrónico, estúpido y esquizofrénico de la rutina y el modo de vida en la capital simbólica de Nevada, Thompson consiguió más que cualquier otro explorador de la decadencia y la filosofía chatarra de Estados Unidos: auscultó, sin la profilaxis del patrioterismo ingenuo o del idealismo reaccionario, el colon de toda una nación, y al sacar la mano demostró que el tubo estaba a tope. Y es que, más allá de las desternillantes peripecias, las escenas revulsivas y los espectros químicos que abundan en las páginas de Miedo y asco…, Thompson se sumerge en el sinsentido vocacional, los fracasos del sistema, los descalabros espirituales y las estafas místicas de las generaciones que tras la resaca de los años 1960, no solo aspiraban a un nuevo pacto democrático sino a que la existencia fluyera en tres elementos: felicidad, divinidad y libertad. La locura carnavalesca de Hunter S. Thompson fue una acción política sutil. En Miedo y asco…, escrita y publicada en el periodo de Richard Nixon, hay un juicio feroz del gobierno y las instituciones, de los pastores, los gurús y todo tipo de santones, incluso literarios o enmascarados de científicos (Allen Ginsberg, Timothy Leary), de la cultura de consumo, de la mentalidad regresiva y la moral capitalista. Para aliviar los defectos de aquella época, Thompson creía que el único motor de un genuino movimiento libertario era la radicalidad, individual o colectiva (véase Los Ángeles del Infierno), y quizá es por eso que jamás abandonó su carácter provocador, indolente, subversivo (ejemplo: La maldición de Lono, redactado en los 1980), incluso a la hora de su muerte. El 20 de febrero de 2005 se dio un pistoletazo en la cabeza. Solo había cumplido 67.

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DE PORTADA

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Luis Martín Lozano, editor del volumen que reúne la obra pictórica de la gran artista, incursiona más allá de la biografía

“Frida no es la mujer que nos han contado”

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CARLOS RUBIO ROSELL FOTOGRAFÍA CORTESÍA TASCHEN

onvencido de que el lugar de la pintora mexicana Frida Kahlo (1907-1954) en la historia del arte del siglo XX debe establecerse por su condición de artista, por más atractiva que sean su biografía y personalidad y ofrezca materiales ideales para guionistas de cine, novelistas y toda clase de chismógrafos, el historiador y curador de arte Luis Martín Lozano (Chicago, 1965) afirma que en años recientes la atención y todo lo que se ha escrito sobre ella ha centrado su atención en el personaje, lo que ha terminado por opacar su pintura. “Sabemos menos de su capacidad creativa y, en cambio, estamos llenos de información no siempre fidedigna sobre los rumores y los chismes, lo cual parece llenar las expectativas de cierto tipo de público que busca en Frida Kahlo al personaje que le ha vendido la mercadotecnia”. Ese personaje, dice Lozano, es inevitablemente atractivo, pero es un factor que ha arrastrado su obra a una clase de utilización con fines mercantiles que ha terminado por distorsionar al propio personaje y, lo que es más lamentable, por condicionar la apreciación de su pintura. “Esto es lo que me parece grave”, subraya, “porque habiendo realizado muchas exposiciones sobre el arte de México, he visto que Frida aparece como parte de un proceso cultural donde lo único que importaba es que hubiera autorretratos de Frida Kahlo, como si no hubiera hecho otro tipo de pintura. Y esto es algo que incluso el propio público ha retroalimentado. Para ella, las experiencias que vive, las personalidades que conoce, las relaciones

que establece, son siempre en su calidad de pintora. Y este factor se nos olvida con mucha frecuencia”. Preocupado por esta distorsión y por la falta de atención de público y expertos hacia el objeto central de la creación artística de Frida Kahlo, Lozano dio inicio a una investigación que se ocupó de los orígenes del proceso que la llevó a convertirse en pintora, y descubrió que su historia no era como se había contado: reveló a una artista mucho más inteligente, inquieta y culta de lo que se pensaba. Ese es el planteamiento que refleja en el libro Frida Kahlo. Obra pictórica completa, que el sello Taschen acaba de publicar en una magnífica edición en la que colaboran, junto a Lozano, las historiadoras del arte Andrea Kettenmann y Marina Vázquez Ramos, quienes analizan de forma exhaustiva la producción pictórica de la artista, incluyendo aquellas obras pertenecientes a colecciones privadas de muy difícil acceso, e incluso se reproducen pinturas ya destruidas, que se habían perdido o que no se exponen desde hace más de 80 años. Así que estamos frente al estudio más extenso de la obra artística de Frida Kahlo publicado hasta la fecha. Esa es, destaca Lozano, una de las principales aportaciones de este volumen. “Teníamos el antecedente de un primer catálogo razonado que se hizo en los años ochenta, que tiene la virtud de contar con la obra conocida de Frida, incluidos los dibujos, los objetos, etcétera. Pero no se estudiaron los cuadros, no se comentaban y simplemente se enunciaban cronológicamente, lo que no opaca el significativo esfuerzo que representó, y que fue la plataforma de la que partimos, rastreando obras aparecidas, sobre todo en el contexto de las subastas, dibujos de los que no se conocía su paradero y las obras perdidas de las

que teníamos conocimiento por fotografías de la época y por referencias bibliográficas o memorias de gente que la entrevistó. Finalmente, hay obras de Frida que están en colecciones privadas y que son de difícil acceso y no se exhiben, lo que explica por qué algunos cuadros apenas se conocen”. Hay mucha información sobre la vida de Frida Kahlo, pero poca sobre sus influencias como pintora. ¿Cómo fue el despertar de Frida Kahlo como pintora? Lo primero que debemos decir es que no había información del todo fidedigna sobre la biografía de Frida. Había datos aislados en algunos artículos de la época. Esa es la razón por la que Diego Rivera encargó a Raquel Tibol que viniera a México a entrevistar a Frida para hacer un libro sobre ella, pues se dio cuenta de que le quedaba poco tiempo y que no había una historia sobre su vida. Este proceso se inició, pero por diferentes factores no se llevó a cabo y, no obstante, aquellas primeras entrevistas de Tibol arrojaron mucha información biográfica. Luego viene el gran estudio que hace Hayden Herrera como tesis doctoral en Estados Unidos, y donde se definen los momentos de la biografía de Frida, sus afectos, sus amigos, amistades y experiencias. Sin embargo, no fue la intención de ese libro centrarse en la pintura porque es una biografía, y aunque Herrera hace otro libro, esta vez centrándose en la pintura, no lo-

“Fue cosmopolita, muy bien educada y formada dentro del arte europeo y las vanguardias”

gra hacer el estudio cabal de todos sus cuadros. Y precisamente al revisar los cuadros, la correspondencia, el diario, la historiografía de lo que se dijo en los años treinta sobre su trabajo, aparecen elementos que han quedado soslayados, quizá por ignorancia, pero también porque se han privilegiado otros discursos, sobre todo el feminista y el nacionalista, el de Frida como representante de la pintura mexicana y el de Frida como representante casi pionera de una postura de género en relación con el arte, lo cual se entiende en ciertos contextos históricos. Esta preeminencia ideológica o metodológica acaba condicionando el discurso posterior sobre Frida. Y es que Frida fue una pintora cosmopolita, muy bien educada y formada dentro del arte europeo y las vanguardias. Pero como eso no cuadra con ciertos discursos, solo se habla de Frida por su originalidad, por su vínculo con México, por sus raíces populares; se habla de una pintora naif, casi autóctona, cuando no hay nada más alejado de la realidad. Frida era una mujer cultísima, escritora, ávida de lecturas, que lo mismo quería leer a Freud que investigaba sobre las vanguardias alemanas o la poesía del Breton surrealista. Conocía la pintura de muchos artistas de las vanguardias y cuando en México hay debates sobre cuál es el camino de la modernidad ella participa en ese contexto. Vive el movimiento muralista, se casa con uno de ellos, pero esa no es la plataforma para lo que ella quiere decir. Así que vemos a una Frida Kahlo con capacidad de elección y no a una mujer que se vuelve artista por un accidente como afirman casi todos los libros. Era una pintora innata y todo su crecimiento de adolescente consiste en nutrir el intelecto para


llevar su pintura hacia un proceso estético vinculado a la fotografía, el paisaje, las revistas. Cuando analizamos estos factores, obtenemos una visión distinta de la pintura de Frida Kahlo. Por otra parte, cuando va a Estados Unidos no va como compañera de Rivera, y, en cambio, establece vínculos con artistas, curadores, críticos, ve exposiciones, compra catálogos. Era un alma. Y cuando uno revisa todo eso y lo confronta con su pintura descubre otras cosas. Hay cuadros en los que se aprecia el discurso del dadaísmo, o en los que explora los sueños, porque seis años antes de conocer a André Breton Frida ya hacía dibujos automatistas. Así que podemos analizar toda su producción en un correcto orden. Incluso hay cuadros que se llamaban de otra manera cuando se pintaron y nosotros quisimos volver a los títulos originales. De modo que, al ver todos esos elementos, encontramos una secuencia lógica de su proceso creativo; esos ciclos que se dan en todo artista. Y el libro trata de

mostrar ese proceso estético y técnico a la vez de su creatividad, en donde por supuesto no se puede ignorar que en un momento llegaron a estar influidos por problemas familiares. Diego Rivera le dice a Raquel Tibol que no es la tragedia la que preside la pintura de Frida, que las tinieblas de su dolor son solo el fondo aterciopelado para la luz maravillosa de su fuerza biológica, su sensibilidad finísima, su inteligencia esplendente y su fuerza invencible en su lucha por vivir. Esto señala muchas cosas que están en el fondo de la pintura de Frida. Rivera quiere decir que no debemos quedarnos con lo obvio, el dolor y la sangre, sino con la fortaleza de Frida. Es decir, lo que importa de Frida es cómo se sobrepone a la adversidad. Frida Kahlo se da cuenta de que sus últimos cuadros ya no reflejan quién es como artista. Y a Raquel Tibol le

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pide que le pase un cuchillo para destruir su trabajo, raspar la pintura, porque ya no la representa. Podemos decir que, a partir de un autorretrato de 1926 dedicado a Alejandro Gómez Arias, Frida será una “críptica invención”, una mujer, dice usted, al alcance de su propio destino, “una artista en busca de los secretos de la pintura, una pintora con el deseo de trascender a través del arte, y del arte de pintarse a sí misma”. Lo que hay que tener en cuenta son todos esos elementos en la dinámica de una disciplina que parte de la historia del arte, y solo desde esa objetividad uno entiende su obra, y no desde visiones obtusas como la del nacionalismo o la del feminismo, que acotan su comprensión. El asunto, en todo caso, es regresar a las pinturas con conocimiento, recuperando la información, revelar el proceso creativo de una pintora

El corazón (óleo sobre lámina de metal).

inteligente, sofisticada, culta, preparada y ambiciosa. Y esto es a lo que he aspirado en mi estudio y la edición de su obra pictórica completa, que redimensiona el arte de Frida Kahlo y muestra al lector que la historia no es como se la han contado, que los cuadros tienen una riqueza de información estética, conceptual y cultural. Es una paradoja que cuando Frida alcanza la certeza de haberse convertido en una artista reconocida en México y en el extranjero, sufra físicamente y esto le impida sobreponerse hasta colapsar su existencia. Visto con objetividad, es una gran pena. Frida sufrió por su salud y sus enfermedades desde niña, y se vuelve introvertida, refugiándose en el arte, en los libros y en la fotografía. Pero ni esas enfermedades, ni los sufrimientos ni el dolor, detuvieron a Frida Kahlo. Ella siempre sorteó la adversidad. Sin embargo, lo cierto es que al final el grado de deterioro de su cuerpo hacía ya insostenible que pintara, como reconoce en sus cartas. El resultado de lo que pintaba reflejaba cada vez menos su capacidad técnica. Estaba tan cansada y débil que ya no puede ejercer la pintura como oficio, y eso es más doloroso que el dolor físico. Más allá de lo biográfico, sostengo que su última etapa, cuando parece orientar su pintura hacia una pintura estalinista, es producto de la propaganda a la que ella queda a merced, pues la rodean personas con una agenda política que acaba aislándola. En su deterioro físico, además, se cierne la sombra de ese proceso en el que la convencen de que la causa es entregarse al estalinismo. Y uno lo ve en esos retratos de Stalin que hace en los años cincuanta. Así que hay un epílogo físico, cuando le amputan una pierna y queda postrada, y un epílogo artístico, aún peor, un panfleto dogmático que contradice todo lo que había realizado antes. Tal vez el último cuadro, Frida ardiendo en llamas como un girasol, sea una despedida que recupera a la artista en toda su crudeza. Es la deconstrucción del personaje, de la pintura y de la pintora, porque se da cuenta que su pintura ya no la refleja. Y por eso lo que dice al respecto Raquel Tibol es tan significativo: prefiere destruir el cuadro que dejarlo inconcluso. Para mí, es el último testimonio pictórico de Frida: ella en la desolación de un paisaje, en donde su identidad está diluida y su rostro ya no existe. Y por eso ella misma dice que quiere suicidarse, lo que representa una gran pena: que una pintora con tanto potencial termine de esa manera, traicionada también por la propia izquierda, que no la respetó como sujeto creativo y la volvió una marioneta. Lo que queda es su obra pictórica, que ahora puede comenzar a mirarse más allá del personaje. Lo que queda es lo que Diego Rivera siempre quiso: que se recordara la pintura de Frida Kahlo. Y así concibió su museo, para que el espectador pudiera regresar a su obra una y otra vez. Y aunque las cosas no terminaron así, porque todo se volvió un gran circo y se busca más otro tipo de historias, lo que quedan son los cuadros, el legado de Frida Kahlo, que era imperativo que conociéramos a fondo.

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LITERATURA

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EL ATLAS DE PANDORA

Érase una vez una voz La lógica de los cuentos revela que el miedo al abandono es un gran estigma infantil

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n la infancia no tenías miedo de los ogros que acechan en la sombra, del lobo o de los pasos en la oscuridad. En tus pesadillas, lo que te asustaba era verte sola, sin nadie que te tomara de la mano, y hubieras agradecido un buen monstruo cerca con quien hablar. Hoy, lees a tu hijo cuentos sobre criaturas abandonadas que se aventuran al mundo sin ayuda, desvalidas. Ovillado en su cama, te mira temeroso hasta que, al final, los niños de papel encuentran cobijo y respiráis aliviados. Como escribió Toni Morrison, la literatura nos protege del espanto de las cosas sin nombre. Nada nos aterroriza más que sentirnos completamente solos, y el miedo al abandono es especialmente acuciante en la infancia. Por eso, en los cuentos de hadas siempre nos ponemos de parte de sus pequeños héroes extraviados: de los hambrientos Hansel y Gretel, no de la propietaria de la casa de bizcocho y azúcar que intentan zamparse. En nuestra adolescencia conocimos a la huérfana Momo, las andanzas de Pinocho o los niños perdidos de Peter Pan, una pandilla de críos a los que nadie reclamaba y por eso acababan en el País de Nunca Jamás. En la serie De los Apeninos a los Andes , una generación entera lloró a moco tendido por Marco, ese italiano de nueve años que buscaba con su mono Amedio el rastro de su madre emigrante. De Zeus a Moisés o el rey Arturo, nuestro imaginario se asienta en historias de niños amenazados que sobreviven gracias a la bondad de los desconocidos. A los fundadores de Roma, Rómulo y Remo, abandonados al nacer, los amamantó una loba —o una puta, en la versión más irreverente del mito— y luego los adoptaron un pastor y su mujer, que ya tenían doce vástagos. Ella, Aca Laurencia, sería ascendida a diosa por los romanos, nombramiento bien merecido por sus milagros domésticos con sueldos de porqueros como único ingreso. Según san Mateo, Jesús fue un apasionado defensor de la causa de

IRENE VALLEJO ILUSTRACIÓN ROMÁN

los menores: “El que acoja a uno de estos niños en atención a mí, a mí me acoge. Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños”. En su infancia, Jesús había sido un jovencísimo refugiado, por suerte en compañía de sus padres, cuando la familia huyó de la matanza de Herodes. Los Evangelios no describen esos años, pero es posible que, como extranjeros pobres, conocieran el recelo y las sospechas. Tal vez los carpinteros egipcios acusasen a José de robarles el trabajo. O, todo lo contrario, quizá los recuerdos de la hospitalidad recibida lejos de casa expliquen sus palabras acogedoras. Un reciente estudio británico afirma que las estadísticas y números no modifican el rechazo contra

En la serie De los Apeninos a los Andes, una generación entera lloró a moco tendido

emigrantes y refugiados; en ocasiones, lo refuerzan. Sin embargo, las historias personales sí pueden cambiar miradas. “Vivir es contarse”, escribió Michel del Castillo, autor de Tanguy, la conmovedora crónica de una infancia solitaria en las tempestades del siglo XX europeo. Hijo de española y francés, se exilió con su familia tras la guerra civil. Denunciados por su propio padre, madre e hijo acabaron en un campo de refugiados en Francia. Abandonado también por ella, Michel fue encerrado en Mauthausen a los nueve años. “Lo que hasta entonces solo había comprendido a medias se le reveló bruscamente: que estaba definitivamente solo, que iba a ser tratado como un hombre, que había dejado de ser niño”. Repatriado a España con apenas doce años, buscó su lugar en el mundo. Entre sus mil penurias, recuerda a las personas —algunas, ciertamente

improbables— que le tendieron la mano durante su infancia oscura: un alemán en el campo de exterminio, un marginado en Barcelona, un jesuita en Úbeda, su humilde casera en Sitges, un falangista en Huesca. “Tienes pinta de granuja, de chorizo, de mal nacido”, le espeta su padre cuando por fin se reencuentran en París. “Para Tanguy, todo el mundo era bien nacido. Había aprendido a amar a los demás por lo que son, no por lo que parecen”. Aquel niño perdido, sin más compañía que sus miedos, aspiraba a encontrar cobijo en tiempos de intemperie. Hoy, sus palabras resuenan como un homenaje a quienes prefieren, frente a la lógica de las cuentas, la de los cuentos.

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© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, S. L. © Irene Vallejo.


EN LIBRERÍAS

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NARRATIVA, ENSAYO, TEATRO Por los buenos tiempos

El profesor A. Donda

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A FUEGO LENTO

Cuadros vivos

Mi lucha México, 2021

David Keenan Sexto piso España, 2020 292 páginas

Stanislaw Lem Impedimenta España, 2021 96 páginas

Pierre Klossowski Canta Mares México, 2021 211 páginas

Los cuatro protagonistas de esta novela pertenecen al Ejército Republicano Irlandés y se mueven por un Belfast miserable y convulso. No hay nada en sus vidas que no se relacione con la lucha armada y su estela de víctimas y calles que vuelan por los aires. Son adictos a la música y a los cómics, y respetados como si fueran estrellas de rock. Pero Keenan no se conforma con eso. También recrea el clima de corruptelas y traiciones de aquella irreverente década de 1970.

Para celebrar el centenario del escritor ruso, uno de los mayores genios de la ciencia ficción de lengua no inglesa, llega esta nouvelle inédita en español. Se trata de un texto satírico que fue publicado por vez primera en 1973. Lem retoma como personaje al astronauta y explorador Ijon Tichy. En un mundo postapocalíptico, las computadoras se han destruido a sí mismas, por lo que las armas modernas y el sistema monetario se han vuelto obsoletos en el Tercer Mundo.

Con traducción de Melina Balcázar, este libro reúne los ensayos mayores del polifacético escritor parisino, discípulo de Georges Bataille. Abre con aquellos publicados en la revista Acéphale entre 1936 y 1937, reflexiones sobre la obra de Sade y Nietzsche. Continúa con algunos acercamientos a Rilke, Joyce y Walter Benjamin, y cierra con un mosaico que expone sus encuentros y rupturas con el pensamiento de sus contemporáneos. Pintura y escritura se dan la mano.

Lo que está en juego

Avándaro. 50 años

El Tartufo y Don Juan

Philipp Blom Anagrama España, 2021 232 páginas

Luis de Llano Macedo Ediciones del Lirio México, 2021 180 páginas

Molière Austral México, 2021 272 páginas

El historiador alemán hace un diagnóstico desolador de la sociedad contemporánea. En muchos sentidos, lanza un grito de alerta. ¿Sus preocupaciones?: el cambio climático, sin duda la asignatura más alarmante; la desigualdad generada por el consumismo; la pauperización de las clases medias; la inteligencia artificial como amenaza para los puestos de trabajo; los populismos de cariz autoritario. El mundo nacido de la Ilustración está en peligro.

El 11 y 12 de septiembre de 1971 son un parteaguas en la historia de la cultura popular mexicana. No solo se celebró un multitudinario concierto de rock al aire libre sino que la juventud encontró un foro privilegiado para expresar su rebeldía. Este libro recoge testimonios, documentos e imágenes de músicos, asistentes, historiadores, entusiastas y detractores, lo que termina por conformar un relato coral. En aquellos días, una generación ganó el cielo y perdió la inocencia.

Considerado “el mejor comediógrafo francés”, Molière en realidad trasciende lo cómico e involucra otros géneros como el drama. Las dos piezas reunidas en este volumen son las que más reconocimiento le han dado. Para Alain Verjat, como lo señala en el prólogo, el tema que hermana a ambas es la hipocresía. En El Tartufo o el impostor, su título original, el protagonista muestra solo una faceta de la falsedad, mientras que la de don Juan es siempre múltiple.

Un ruinoso fariseo ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

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l autoescarnio es una moneda tristemente devaluada en estos tiempos de dogmatismo y corrección política. Hay tantas cosas despidiendo un tufillo inquisitorial, flamígero y culposo. Por tal motivo la lectura de Mi lucha (Moho) resulta gratificante: una inteligencia maliciosa campea a sus anchas. Ari Volovich ha creado a un personaje marginal, reacio a seguir el llamado de la tribu: Oz Manischewitz, habitante resignado de la Ciudad de México, judío y ateo, que ha rebasado la frontera de los cuarenta y prepara una novela; no solo actúa como narrador sino como un autobiógrafo que se fustiga a sí mismo durante extenuantes jornadas por las que sobrevuelan la estrechez monetaria y los vaivenes sentimentales. De entre las mayores virtudes narrativas de Oz Manischewitz —o de Ari Volovich—podemos contar la de saber exacerbar la cotidianidad a golpes de ironía. Una mañana enfrentando la presencia del gato o la ausencia de respuestas a las solicitudes de empleo o el estómago de un refrigerador vacío o los domingos en la banca de un parque dejan de ser lo que son por la intervención de una escritura que nos llena de inquietud: un desayuno puede convertirse en una diatriba contra las ambiciones territoriales del Estado de Israel, una cena de gala puede invocar a los nuevos y falsos profetas de la izquierda mexicana que no conocen la diferencia entre una presunta ideología y el champán. Y esa ironía, o la sonrisa del diablo, se manifiesta a plena luz de la página cuando Oz Manischewitz, en la apertura de Mi lucha, antes de presentar sus credenciales como damnificado de los nacionalismos, los algoritmos, el contrato social… declara: “Ni una sola alma en toda Palestina despreciaba a mi sargento más que yo”. Mi lucha: la alusión es obvia. Tiene la firma de un escritor nacido en Jerusalén, con muchas horas de trabajo siguiendo el rumbo de los colapsos mexicanos. La ironía es entonces un animal, o una iluminación laica, de dos cabezas: dirige sus mordiscos hacia los colonos israelíes que buscan tragarse a Cisjordania de un solo bocado y hacia la turba que llama sabio al pueblo que a duras penas lee un libro vaquero al año. ¿La lucha?: nada más que una porción de dignidad y autonomía intelectual, tanto como, confiesa Oz Manischewitz, “lograr capear la gravedad sin partirme la cara en dos”.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.

16 DE OCTUBRE 2021

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HUSOS Y COSTUMBRES

Cuidado con el perro y otros avisos ANA GARCÍA BERGUA

C

violín número 1 de Paganini lo mandó al hospital; aceptamos cooperación. *** El elefante en este salón está convencido de que nadie lo ve, de ahí su vestimenta exuberante. Se le suplica al público asegurarle al paquidermo que es perfectamente visible y además estamos conscientes del problema (cualquiera que este sea). De lo contrario, comenzará el escándalo y las estampidas en círculo que han destrozado varias veces el mobiliario Luis XV, cuando no echa a andar la alarma sísmica. *** Aquí hay gato encerrado. Era demasiado inquietoynotuvimosotroremedioquemantenerlo en el estudio para que se tranquilizara. Por desgracia, ha aprendido a leer y desarrolló un poderoso sistema mediante el cual lanza mensajes telepáticos de auxilio. Por favor no haga caso a esos mensajes y, sobre todo, no lo libere. Nuestro gato lo chantajeará para que lo lleve a los restaurantes más caros con

uidado con el Tiberio, nuestro perro. Es sencillamente encantador, no ha visto usted a uno más simpático y hermoso. Por lo mismo, es muy probable que se enamore de él; lo acariciará, el perro le hará fiestas y lo deleitará con su mejor repertorio de gracias. Cuando se lo quiera llevar pues ya no puede vivir sin él, Tiberio le dará la espalda, la mirada fría, y regresará con nosotros. Nunca más lo volverá a ver; su corazón quedará hecho trizas, peor que si nuestro perrito le hubiera enterrado los colmillos. Así que cuidado. *** El canario del restaurante interpretará hoy el siguiente repertorio: Sinfonía Clásica de Serguéi Prokófiev, opus 25; Los pinos de Roma, Ottorino Resphigi. No piensa cantar a Vivaldi para alegrarle el desayuno a nadie; al mediodía interrumpirá para comer alpiste. A quienes preguntan por el canario del domingo se les informa que el Concierto para

los escorts más finos; lo dejará en bancarrota. Mejor póngase audífonos al pasar por aquí. *** Las lágrimas de este cocodrilo son sinceras. Tan sinceras que lleva llorando cosa de cinco años porque nadie le cree. Hemos olvidado la razón de sus lágrimas originales; él también, mas no por eso deja de estar su alma hecha pedazos de tanta incomprensión. Por favor créale, a ver si así se calla. *** La proliferación de esculturas de ovejas negras, a partir de que Augusto Monterroso le dio aquella idea al rebaño siempre crédulo, ha tenido como consecuencia a lo largo de los años, un serio problema de espacio en el prado —se está pensando en un parque temático— y un negocio de barbacoa que a estas alturas resulta inmoral. Las ovejas negras que, teñidas de azul, sobreviven en la clandestinidad, han formado un movimiento para exigir que las blancas pasen a ser negras y viceversa. Espere noticias.

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CAFÉ MADRID

El legado de Sabina

U

n a n o c h e d e 1 9 7 5, George Harrison llegó “acompañado por una hermosa dama” a Lupita de México, el restaurante londinense donde Joaquín Sabina cantaba rancheras para poder sobrevivir en la capital inglesa. Al darse cuenta, el andaluz autoexiliado se acercó a la mesa del ex Beatle y le susurró “desafinadamente” una melodía. Quién sabe si Harrison entendió la letra, pero sonrió y le dio al famélico cantante una generosa propina de cinco libras. “Pensé en no gastarlas y hasta en enmarcarlas. Pero la verdad es que el propósito me duró lo que tardé en llegar al pub más cercano”, recuerda ahora, entre risas, Joaquín Sabina, el hombre que todavía no se considera adulto. Sabina —la indumentaria negra, la voz aguardentosa— llegó el otro día al edificio del Instituto Cervantes, que antes fue un banco, para depositar lo que pomposamente llamaron “su legado”. Bajó hasta la cámara acorazada, hoy “contenedor de la cultura en nuestra lengua”, y en la caja de seguridad número 1237 metió su icónico sombrero bombín, su vieja y amarillenta colección de la revista literaria argentina Sur, en la que Victoria Ocampo dio cabida a lo más preciado de la intelectualidad hispana (“casi todas las obras de Borges se publicaron primero ahí y fue un refugio más para los exiliados españoles”, recordó), cuatro dibujos de unos gallos de pelea, otros dos de una pareja asturiana, la primera edición de su libro de sonetos Ciento volando de catorce, cuatro fotografías con amigos, entre ellos Mario Vargas Llosa y Gabriel García

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA EFE

Márquez, y dos manuscritos: el de la canción “Que se llama Soledad” y el del soneto “Puntos suspensivos”. Luego, en un coloquio público, sin quitarse las gafas de sol (¿a quién se le ocurre citar a un bohemio al mediodía?), contó los detalles de “su legado” y soltó anécdotas y reflexiones. Estaba acompañado por sus amigos escritores Benjamín Prado, Luis García Montero y Nativel Preciado. Todos coincidieron en que el éxito del vasto repertorio de Sabina, con el que varias generaciones se identifican, reside en que habla de “lo básico” en esta vida: el

En la caja de seguridad número 1237 metió su icónico sombrero bombín

amor, la amistad, la pasión y la huella del pasado. “Es que las canciones tienen la ventaja de que se incorporan a la memoria sentimental de la gente y así viajan a todas partes”, intervino el autor de 19 días y 500 noches. “Con las canciones la gente se alegra o llora o se consuela o se enamora o hasta se casa”. Hacía falta tequila para aderezar la charla, pero Benjamín Prado ya venía animado: “¿Alguna vez te has sentido cantante, Joaquín? Porque yo siempre te he visto como un escritor”. Sabina se sorprendió con la pregunta, se acomodó en el sillón y espetó: “Nunca pensé que sería cantante. Mi principal pasión es leer. Y todavía hoy, en mi casa apenas escuchamos música. Yo, más que cantando, siempre me recuerdo escribiendo”, afirmó, quizá para que la Academia sueca se entere y, ya que le dio el Nobel a Bob Dylan, también lo

El cantautor español en el Instituto Cervantes.

tome a él en cuenta. “Volví de Londres cuando se murió Franco y me di cuenta de que las canciones que yo quería escuchar no sonaban en la radio, que no se ponía atención a las letras, que les faltaba magia. Y me propuse dignificar a la canción”, remató, como para dejar bien claros sus méritos. Parecía que el público iba a levantarse de sus asientos para exigir el Nobel (o por lo menos el Cervantes) para el ídolo cuando, de pronto, Nativel Preciado quiso saber qué ha sido del montonal de dinero que su amigo ha ganado. “Lo he despilfarrado con los colegas y lo que me queda será para mis hijas, para evitarles la situación que está sufriendo ahora la juventud, que vive peor que sus padres”, arguyó. Las preguntas y las respuestas (y la donación de “su legado”, que es mucho más que lo depositado en la caja de seguridad) iban encumbrando al cantautor, hasta que la sinceridad lo traicionó y entonces volvió al redil: “No he sido nunca un padre ejemplar, ni un marido ejemplar, ni un amante ejemplar. Pero sí he sido un amigo leal”. No cantó y dijo que a lo mejor en año y medio volverá a hacerlo, solo para decir hola y adiós. O sea: que ya piensa en la retirada. Antes de desatar los aplausos de todos los asistentes, apresuró la charla (no fuera a ser que nos dieran la una, las dos y las tres), carraspeó y se puso nostálgico: “Hace muchos años me prometí que no iba a ser adulto, porque los adultos son unos hijos de puta. Pues bien, ya he llegado a los 72 años y todavía no me considero un hijo de puta. Con eso me basta”. No te mueras nunca, Joaquín.

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