Laberinto No.960 (06/11/2021)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

CIENCIA

FERNANDO ZAMORA

GERARDO HERRERA CORRAL

Claudia Llosa: del feminismo a la sensualidad

Los vaticinios de Marcos Moshinsky

Foto: Paradise Falls Peru

Foto: Pinterest

SÁBADO 6 DE NOVIEMBRE DE 2021 AÑO 18 - NÚMERO 960

Dostoievski: explorador de los abismos del alma humana David Toscana/ Ilustración: BOLIGÁN


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ANTESALA

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EN EL BANQUILLO

Gratitud

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TEDI LÓPEZ MILLS

as palabras improvisadas, las palabras obligatorias, la disidencia en el orden del día o el desorden de la noche. No hay rumbo si no hay principio. A las cinco de la mañana la luz de la luna sobre la silla blanca de plástico en el patio es un recurso de utilería. En qué persona escribo o qué espacio lleno. Inés Arredondo habla de un lugar “sin recuerdos ni ironías”. Habla “del estilo de la barbarie”. Las sombras calcan cuerpos. Me fijo en los bordes que van desapareciendo. Puedo contar la historia al revés; escribir en clave. Se afirma que son tiempos mejores; que todo va a cambiar, pero antes deben instalarse las ruinas para que sirvan de ejemplo. Pico piedra. El polvo se acumula en la superficie. Según Arredondo, “la mirada es lo más profundo que hay”. Sin embargo, los ojos se esconden cuando los busco. No es cualquier cosa hundirse en el silencio de una circunstancia; medir las consecuencias de lo que pasa un lunes, un martes, un miércoles, un jueves, un viernes; detenerse y observar una línea continua que no se va a extinguir por más que uno la pisotee y declare burlonamente que antes todo fue mentira y ahora todo es verdad. Quién decide, quién distingue las figuras o los moldes adecuados, quién da las instrucciones. Me coloco en mi sitio: es un hoyo callado. Dibujo señales de vida. Estoy aquí. Estamos aquí. Cada parte es sagrada. Cada voz es pertinente. Cada movimiento provoca distancia o cercanía. Alguien acusa y alguien se esconde. Son reflejos, máscaras, estridencias. No entiendo las reglas del juego. La tradición literaria se rompe o es una cadena a la que le faltan eslabones o es un mismo texto que se tacha, se enmienda, se cancela, se censura, se interpreta, se prohíbe. O dice demasiado o no dice nada. Me incluyo en las exclusiones. Me incluyo en las divisiones. Me pongo el disfraz de una metáfora rudimentaria: la mariposa es la rama del árbol que contemplo cuando un pedazo de nube se atora en el cable quemado después del chubasco. Las anomalías son ya una forma de normalidad. Estoy en mi casa y estoy afuera. Estoy sola y estoy acompañada. El miedo es ya una forma extraña de la felicidad: una prueba de existencia. Me asomo por la orilla. Los misterios se vacían cuando se propaga una sola versión de los hechos. Invento personajes. Invento tramas. Trazo letras en la hoja blanca. El lápiz entre mis dedos. Abajo mis pies nerviosos como animales peleados. Una niña se levanta y camina hacia la ventana. Creo que la ventana está abierta y en un jardín aledaño alguien poda el pasto. Creo que los olores y los sonidos se corresponden como analogías; que las visiones y los significados no son jamás equivalentes. Una experiencia se reproduce en la memoria y cada quien se queda con la suya y la narra a su manera, y a veces se llega a un acuerdo o incluso a un desacuerdo que vale la pena. A fin de cuentas, soy yo, eres tú, es ella, es él, somos nosotros, son ellas, son ellos, son ustedes. La alegría y la sonrisa no se borran.

El miedo es ya una forma extraña de la felicidad: una prueba de existencia

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Distancia de rescate. Dirección: Claudia Llosa. Chile, 2021.

HOMBRE DE CELULOIDE

Del feminismo a la feminidad FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA PARADISE FALLS PERU

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Hay una estética de cine específicamente latinoamericana? Parece que sí. Que poco a poco se va conformando una tradición de gran cine en esta región. Distancia de rescate compitió en la Sección oficial de San Sebastián en septiembre de este año, está disponible en Netflix y fue dirigida por la peruana Claudia Llosa. Evidentemente, no basta este hecho para afirmar que la película obedece a una estética propia de América Latina. Lo latinoamericano en Distancia de rescate aparece en cierta forma de mirar, cierta sensualidad, ciertos temas y preocupaciones. Basada en una famosa novela de Samanta Schweblin, la obra de Claudia Llosa gira en torno a la transmigración de las almas. Y en efecto, el argumento se presta al misterio. Al horror si se quiere. Pero la directora consigue trascender el cine de género y nos encierra en un pueblo claustrofóbico que recuerda la turbación psicológica que produjo en 2001 La ciénaga de Lucrecia Martell. En este pueblo hay un secreto ominoso que también resulta característico de la región y que opera como denuncia en la que se mezcla lo político con lo psicológico. Muy a la manera de la extraordinaria película Días de Santiago que, dirigida por Josué Méndez, se estrenó en 2004.

Pero está también el registro simbólico: la bruja de pueblo, la brutal diferencia de clases y un universo en el que los protagonistas, a pesar de ser tan refinados, saben sobrevivir en el campo. Como sucede en Nuestro tiempo, de 2018, dirigida por Carlos Reygadas. La vida en el campo funciona también como metáfora para hablar de las relaciones sociales en la región. Además, si en la película de Reygadas la muerte de un toro de lidia desencadenaba el tormento psicológico en torno a lo vacío de una existencia sin Dios, lo mismo sucede en la película de Llosa, si bien el detonador no es un toro, sino un caballo de carreras. Ahora bien, la historia de este caballo sirve como articulación para entrever el modo en que Claudia Llosa ha hecho suya la historia de Schweblin y, con una serie de elementos propios del cine latinoamericano, construirse un arte propio, una pieza que irradia una sensualidad que trasciende lo feminista para volverse más bien

La directora consigue trascender el cine de género y nos encierra en un pueblo claustrofóbico

cine de lo femenino. En este sentido, la comparación que cabe más es con El Anticristo de Lars von Trier. En la película danesa de 2009 la feminidad era percibida como lo siniestro, lo propio de las brujas que, más que en un sentido textual, se entregaban al mal en sentido psicológico. La sexualidad femenina era, en la película de Las von Trier, fuente de perdición, de locura. Todo esto se trastoca completamente en la obra de Claudia Llosa. Los primeros planos en Distancia de rescate enfatizan las miradas, la piel, la humedad. Interesadas más en la sensualidad que en la sexualidad, las protagonistas de esta película perciben a lo masculino como la fuerza destructora del campo, de una naturaleza que es maternal. Desde que comenzó su carrera como cineasta en 2006 (con Madeinusa), Claudia Llosa ha ido construyéndose una carrera cada vez más sólida. Y puede que Distancia de rescate aún padezca algunos de los vicios del cine latinoamericano, a saber, la necesidad de plegarse a intereses que trascienden lo estético para complacer a los inversionistas, pero, en espera de la obra que consagre definitivamente a Llosa como una artista a la altura del mejor cine del mundo, por lo pronto su película Distancia de rescate es una obra de arte que hay que ver.

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ANTESALA

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ESCOLIOS

POESÍA

En el castillo de Chillon LORD BYRON

Traducción: Víctor Manuel Mendiola Revisión: Eva Cruz Lord Byron (1788, Londres, Reino Unido-1824, Mesolongi, Grecia) escribió al menos dos poemas sobre el castillo de Chillon: “El prisionero de Chillon”, un poema largo, y “Chillon”, un soneto. El poema exalta la libertad en la figura de François Bonnivard.

Best Seller/ EKO

¿Escritor o personaje? ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

¡Eterno espíritu sin ataduras! ¡Presa, la libertad, brilla más! ¡Tú eres, porque allí tu hogar es el corazón! El corazón que solo a ti se entrega. Y penados tus hijos con grilletes, en la penumbra oscura de una cárcel, el país vence gracias al martirio y, en el turbión, la libertad se eleva. Chillon, tu celda es un lugar sagrado y tu piso un altar, porque tus piedras no se gastaron hasta que el pie duro de Bonnivard grabó su paso como si hollara un prado —¡salven estas huellas!, porque claman a Dios contra el tirano.

EX LIBRIS

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S

@Sobreperdonar

amuel Johnson (1709-1784) es un autor imponente que, por azar, ha pasado a la posteridad, más como personaje que como escritor, gracias a la célebre biografía que le compuso James Boswell. Se sabe que era un hombre pobre de provincia que anhelaba conquistar Londres; que se mudó a la capital a los 28 años; que tenía hambre permanente, maneras maniacas y una curiosidad intelectual desbordante; que generó su prestigio y autoridad por su ingenio e inflexible disciplina autodidacta y que, dentro de su temperamento melancólico, tenía momentos de alegría explosiva y le gustaba la conversación con gente de todas las condiciones. Es sabido también que, además de sus olvidadas obras poéticas, dramáticas y narrativas, emprendió, con mal pago, proyectos titánicos, indispensables para el idioma y el canon inglés, como la edición de las obras de Shakespeare, su famoso diccionario y sus extraordinarias vidas de poetas. En este crítico fundador destacan la versatilidad de competencias; la firmeza de carácter y el más refinado y feroz talento polémico. Precisamente, esa libertad y ese humor viperino, que no respeta ni al naciente ídolo Shakespeare, le brindan su sorprendente actualidad. Ensayos literarios. Shakespeare, vidas de poetas y The Rambler (Galaxia Gutenberg, 2015) es una magnífica selección de tres de sus facetas más brillantes: el exégeta y editor de Shakespeare; el biógrafo, precursor del canon inglés, y el avezado conversador que se siente a sus anchas en la tertulia periodística. Johnson analiza el hecho literario con sobriedad y sentido común, sin regatear al arte su potencial de elevación espiritual, pero sin colocarle ese halo casi sagrado, que llegó a imprimirle el histrionismo romántico. Por lo demás, su discernimiento crítico se basa en el equilibrio y Johnson es preciso en sus elogios, pero también en sus duras e hilarantes objeciones. Por ejemplo, el Shakespeare de Johnson es desaliñado, inculto y a ratos desarticulado, pero tiene la suprema virtud literaria de, como diría luego Harold Bloom, “inventar lo humano”. Así, afirma Johnson: “En las obras de otros poetas un personaje es, demasiado a menudo, un individuo, en las obras de Shakespeare, suele ser una especie”. En sus Vidas de poetas ingleses Johnson practica la biografía con una mezcla de admiración y severidad, empatía y crueldad, y le imbuye tanto la lucidez de la exégesis crítica como la emoción de la novela. Por su parte, sus ensayos y divagaciones muestran sapiencia, humor y capacidad de observación, así como una afable pedagogía civil. No parece haber en esta prosa una sola frase que no surja de la reflexión reposada, de la experiencia personal o de la erudición vivida como necesidad y ello le otorga su poder de seducción, su permanencia y su dignidad estética. Si algo enseña Johnson, y resulta muy necesario en estos tiempos de abusiva locuacidad, es que el ejercicio de la opinión entraña mucho rigor intelectual, responsabilidad moral y don de estilo.

Johnson es preciso en sus elogios, pero también en sus duras e hilarantes objeciones

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DE PORTADA

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Con este ensayo celebramos 200 años del nacimiento del escritor ruso, gran explorador del alma humana

Dostoievski sobre la sombra de nuestras conciencias

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DAVID TOSCANA RETRATO VASILI PEROV

ucho antes de leer el libro Tolstói o Dostoievski, de George Steiner, yo ya tenía mi respuesta: Dostoievski, siempre Dostoievski. Tomo dos citas citables de este ensayo de Steiner para comenzar. La primera es de E. M. Forster: “Ningún novelista inglés es tan grande como Tolstói, es decir, ha dado un cuadro tan completo de la vida del hombre, en su aspecto doméstico y heroico a la vez. Ningún novelista inglés ha explorado el alma del hombre tan profundamente como Dostoievski”. La segunda cita viene del filósofo ruso Nikolái Berdiáiev: “Sería posible establecer dos modelos, dos tipos de almas humanas: las que se inclinan hacia el espíritu de Tolstói y las que se inclinan hacia el de Dostoievski”. Nótese que tanto Steiner como Forster y Berdiáiev ponen primero el nombre del conde Tolstói. Mas aquí abandono las comparaciones, pues este texto no es sobre Tolstói, y paso a sumar las segundas mitades de las citas para decir que mi alma se inclina hacia quien ha explorado más profundamente el alma humana. Con esto me voy acercando a lo que quiero expresar. Los lectores tibios se allegan a los libros como meros espectadores; pero en manos, ojos y conciencia de un lector fervoroso, las grandes novelas son cosas que nos ocurren. Más que decir: “Leí Crimen y castigo ”, digo: “Me ocurrió Crimen y castigo”. Me acaeció Demonios. Me sucedieron Los hermanos Karamazov y El idiota. Me aconteció

Memorias del subsuelo. Me sobrevino Memorias de la casa muerta. Se vuelven experiencias más contundentes que la vida cotidiana; no son ficciones, sino hechos. Participar en la conversación con Iván y Aliosha Karamazov deja una huella más profunda y relevante que cualquier charla con los amigos. Mi vida ética y religiosa ya no es la misma luego de compartir una copa con los Karamazov. Cuando este tipo de lector al que le suceden los libros dice que Dostoievski es quien ha explorado más profundamente el alma humana, en verdad está diciendo: “Con él he explorado más profundamente mi propia alma”. Podemos acercarnos al ideal griego de “conócete a ti mismo” con novelistas como Dostoievski. Aunque soy hombre, mucho de lo humano me es ajeno, pero nadie me hace avanzar tanto en humanidad como Dostoievski. Por eso sus novelas hay que leerlas y releerlas en la adolescencia, juventud, madurez, senectud y tiempo de compensación. El contraste entre la superficialidad de la vida cotidiana y la hondura de la literatura se percibe de manera clara en el asunto central de Crimen y castigo. “Estudiante asesinó a prestamista y su hermana”, leemos en la prensa y de inmediato nos vienen emociones ordinarias. “Maldito. Que se pudra en la cárcel”. Pero Raskólnikov hace lo mismo y nos inundamos de comprensión y clemencia y deseos de que la policía no lo atrape. ¿En qué se basa nuestro perdón? ¿Será porque tiene una madre que lo ama? ¿Será porque su hermana es bella? O quizá porque a la prestamista se le llama usurera y, cuando Raskólnikov nos dice que su departamento es limpio y ordenado, remata con: “Solo en

las viviendas de estas perversas y viejas viudas puede verse una limpieza semejante”. ¿Ese insulto, esa manera de denigrar, nos predispone al asesinato? ¿Aceptamos en la vida humana el utilitarismo de tal modo que un joven con espléndido futuro tenga derecho a acabar con la vida de alguien que ya vio pasar sus mejores días? ¿Es correcto que yo le robe dinero a un millonario que no disfruta su fortuna tanto como yo la disfrutaría? ¿Nos causa placer la escena del homicidio? “Como era de escasa estatura, el hacha la alcanzó en la parte anterior de la cabeza. La víctima lanzó un débil grito y perdió el equilibrio. Lo único que tuvo tiempo de hacer fue sujetarse la cabeza con las manos. En una de ellas tenía aún el paquetito. Raskólnikov le dio con todas sus fuerzas dos nuevos hachazos en el mismo sitio, y la sangre manó a borbotones, como de un recipiente que se hubiera volcado”. Apenas en este pasaje las preguntas éticas son incontables, y se multiplican cuando Dostoievski hace aparecer inesperadamente a la hermana de la usurera, menos vieja, no tan fea, nada mala, y también asesinada. “Ni siquiera hizo el movimiento instintivo de levantar las manos para proteger su cabeza: se limitó a dirigir el brazo izquierdo hacia el asesino, como si quisiera apartarlo. El hacha cayó de pleno sobre el cráneo, hendió la parte superior del hueso frontal y casi llegó al occipucio”. Muchas veces se ha dicho que Dostoievski hace “novela sicológica”, pero el término se queda corto. Habría que inventar el de “novela angelodemoniaca”, pues en sus aleaciones de lo bajo y sublime del

En manos y ojos de un lector fervoroso, las grandes novelas son cosas que nos ocurren

ser humano estamos más cerca del exorcismo que del diván del sicólogo. En cada línea tenemos al providencial diablito discutiendo con el angelito sobre la sombra de nuestras conciencias. Tomando una frase de Iván Karamazov: “Ahí el diablo lucha con Dios, y el campo de batalla es el corazón del hombre”. La primera vez que leí la novela me dejé llevar por la voz de Raskólnikov, y así me incliné a despreciar a Svidrigáilov: un viejo sensual, voluptuoso, pedófilo, potencial violador, quizá asesino y corruptor. Svidrigáilov se consigue una prometida de quince años, una “chiquilla con un vestidito corto y semejante a un capullo que empieza a abrirse… a mi juicio, la mirada infantil, la timidez, las lagrimitas de pudor de las jovencitas de dieciséis años valen más que la belleza... apenas llego, la siento en mis rodillas y ya no la dejo marcharse. Su cara enrojece como una aurora y yo no ceso de besarla”. Escuchando esta relación con otros detalles, Raskólnikov se indigna: “Esa monstruosa diferencia de edades aviva su sensualidad”. Pero Svidrigáilov tiene un lindero; por eso llega a espantarse cuando le sobreviene una visión con una niña de cinco años: “Algo desvergonzado, provocativo, aparece en su rostro, que no es ya el rostro de una niña. Es la expresión del vicio en la cara de una prostituta. Y los ojos se abren franca, enteramente, y envuelven a Svidrigáilov en una mirada ardiente y lasciva, de alegre invitación… La carita infantil tiene un algo repugnante con su expresión de lujuria”. He ido sumando años; me acerco, llego y rebaso la edad de Svidrigáilov, y en las relecturas comprendo que su infierno supera el de Raskólnikov. Mientras que a Raskólnikov la vida le dará otra oportunidad y le bastará prisión de pocos años y


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El autor de Crimen y castigo, quien nació el 11 de noviembre de 1821.

el arrepentimiento para borrarle el pasado, a Svidrigáilov lo ha condenado el destino y lo ha enlodado el narrador. Pero he acabado por comprender que él comete sus yerros porque está desquiciada y mortalmente enamorado de la hermana de Raskólnikov. Por eso es leal, traidor, cobarde y animoso. Por eso no le queda más salida que pegarse un tiro.

El tema del hombre maduro enloquecido por la mujer joven lo retoma Dostoievski con intensidad en Los hermanos Karamazov. Ahí son padre e hijo disputando por la misma mujer: Grúshenka, una muchacha con más atributos físicos y sensuales que intelectuales y espirituales. Papá Karamazov es un hombre muy seguro de sí en su chocarrería, pero delante de Grúshenka se

vuelve un juguete. Mucho de ridículo hay en los modos de papá Karamazov para seducir a Grúshenka, confiando en su dinero más que en su hombría. “Grúshenka, ¿eres tú? ¿Dónde estás, querida, ángel mío? ¿Dónde estás? Ven. Tengo un regalo para ti. Ven y lo verás”, fueron sus últimas palabras en vida antes de que le partieran la cabeza.

Otra vez parece que la lujuria adulta es indecorosa, y triunfa la locura juvenil, así haya crímenes de por medio, y es de extrañar que el buen Dostoievski no fuera más condescendiente con la edad cuando él mismo se casó a los cuarentaicinco años con una golosina de veinte. Pero, otra vez, no es lo mismo leer a los Karamazov a los veinte que a los cuarenta o sesenta años. La torcida y a veces criminal lubricidad de sus personajes nace en la infancia del pequeño Dostoievski cuando una compañerita de juegos es ultrajada y asesinada. Alguna vez quiso volverlo tema central de una novela. Habló de un proyecto sobre un noble que, luego de una noche de borrachera, hace lo indecible con una niña de diez años. No escribió la novela, pero sembró esa mezcla de diablo y ángel en otras de sus obras con temas de crueldad contra los niños. Especialmente áspera es la confesión de Stavrogin, en Demonios, en una escena tan dura que no apareció en vida del autor. Todo esto procuró las habladurías sobre Dostoievski; en especial porque un atributo del buen escritor es la ambigüedad. Quizá sea Iván Karamazov quien habla por el corazón del escritor. “Toda la sabiduría del mundo es insuficiente para pagar las lágrimas de los niños. No hablo de los dolores morales de los adultos, porque los adultos han saboreado el fruto prohibido. ¡Que el diablo se los lleve! ¡Pero los niños...! ¿Qué papel tienen en todo esto los niños? No puedo resolver esta cuestión. Todos han de contribuir con su sufrimiento a la armonía eterna, ¿pero por qué han de participar en ello los niños? No se comprende por qué también ellos han de padecer para cooperar al logro de esa armonía, por qué han de servir de material para prepararla. Comprendo la solidaridad entre el pecado y el castigo, pero ésta no puede aplicarse a un niño inocente”Y al final pregunta a su hermano Aliosha: “Si los destinos de la humanidad estuviesen en tus manos, y para hacer definitivamente feliz al hombre, para procurarle al fin la paz y la tranquilidad, fuese necesario torturar a un ser, a uno solo, a esa niña que se golpeaba el pecho con el puñito, a fin de fundar sobre sus lágrimas la felicidad futura, ¿te prestarías a ello? Responde sinceramente”. Aliosha tiene su respuesta. Pero lo cierto es que Dostoievski nos pregunta a nosotros; a esos pocos nosotros que no somos meros espectadores. Por esa forma de exprimir el alma humana, Dostoievski fue en su época más que un escritor: fue un profeta. Y lo sigue siendo.

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CIENCIA

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DESMETÁFORA

Cien años de Marcos Moshinsky: recordando el futuro Su descubrimiento de la difracción en el tiempo sigue siendo un desafío para el sentido común

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n 1952 Marcos Moshinsky estudió lo que ocurriría cuando un haz de partículas es cortado súbitamente por un obturador que suspende su flujo para luego dejarlo pasar nuevamente. En ese caprichoso experimento mental el físico mexicano descubrió el fenómeno que él mismo bautizaría con el nombre de “difracción en el tiempo”. Moshinsky se percató de que a un haz de luz o partículas microscópicas obligado a atravesar por una ventana de tiempo le ocurre lo mismo que al pasar por una rendija, es decir, se difracta. La difracción es el fenómeno que todos hemos percibido cuando vemos que la luz se encuentra con un borde agudo, una ranura o un obstáculo pequeño. El objeto se convierte en una fuente secundaria de luz que produce franjas de intensidad desigual como bandas claras y oscuras. Lo podemos ver en la sombra de un objeto pequeño proyectado en la pared donde se forman anillos de penumbra a su derredor, lo vemos en los restos de luz que al pasar por una fisura nos deja sombras dispersas con distintos niveles de iluminación. Las rendijas por las que se hacen pasar electrones, luz o átomos, generan un patrón de difracción que nos hace pensar que la materia se comporta como ondas. Sin embargo, cuando colocamos la barrera con dos finas rendijas equipadas con sensores que nos digan por cuál de ellas pasan los electrones que lanzamos, entonces vemos con asombro que la interferencia desaparece. El solo hecho de observar a los electrones cambia todo. Detrás de las ranuras, en la pantalla colocada para ver la huella que dejan los electrones que lograron pasar, vemos la mancha que producen corpúsculos y no ondas. La naturaleza ondulatoria desaparece cuando vemos a los electrones. Ante ese asombroso fenómeno la mecánica cuántica concluye: la materia es onda y es partícula a la vez. Mas aún, su naturaleza parece depender del observador. Lo desconcertante de un experimento tan sencillo es que si no vemos la trayectoria y solo lanzamos un electrón contra las dos rendijas este parece interferir consigo mismo para llegar a la pantalla final y generar lo que harían las

GERARDO HERRERA CORRAL gherrera@fis.cinvestav.mx FOTOGRAFÍA PINTEREST

ondas. Este es uno de los aspectos misteriosos del ensayo más simple y enigmático que podemos montar en el laboratorio y aunque la mecánica cuántica nos lo explica no podemos entender cómo puede ocurrir tal cosa. No existe nada parecido en nuestra experiencia cotidiana y quizá por eso el experimento de las dos rendijas violenta al sentido común. Si lanzamos un electrón este interferirá consigo mismo para que al cabo de muchos lanzamientos de electrones se vaya formando el patrón de interferencia propio de las ondas. ¿Los electrones pasan de alguna manera por las dos rendijas? ¿Se comunica un electrón con todo el arreglo para comportarse como lo hace? ¿Percibe el espacio en su derredor y reacciona ante él? Marcos Moshinsky se imaginó un experimento aún más sorprendente. Construyó primero una rendija, pero en el tiempo, no en el espacio. Así pudo ver que los electrones difractan

¿Es que las rendijas temporales llevan algo del futuro para perturbar el pasado?

de la misma manera que cuando pasan por la rendija espacial de la que hablamos arriba. Luego se imaginó dos rendijas en el tiempo produciendo un haz de partículas con un obturador que se abre y cierra en tiempos breves de manera consecutiva. Hoy podemos pensar en attosegundos, que son la trillonésima parte de un segundo, como el ancho en tiempo de las dos aperturas. Lo que ocurrirá es el equivalente del experimento en el espacio, donde dos fisuras separadas por una distancia pequeña generan un patrón de interferencia. Curiosamente, las ventanas en el tiempo producen paquetes de onda-partícula que se comportan de manera aún más extraña que en el famoso experimento de las dos rendijas espaciales porque, si entre las rendijas espaciales nos impresiona que la partícula interfiera consigo misma a través de la distancia, ¡aquí lo hace en el tiempo más allá de si es pasado o futuro! ¿Es que entonces la interferencia de los objetos ocurre del futuro al pasado? ¿Es que las rendijas temporales llevan algo del futuro para perturbar el pasado? Construir una imagen del

fenómeno es tanto o más difícil que en el clásico experimento de las dos rendijas espaciales, porque lo intrigante ahora parece insondable, desatinado e irreal. El formalismo que Moshinky planteó originalmente para la mecánica no relativista ha sido generalizado a las ecuaciones relativistas y ha sido estudiado a lo largo y ancho del mundo por aquellos que se interesan en la transmisión de señales por fibra óptica, condensados de Bose Einstein y procesos químicos moleculares. El fenómeno previsto por uno de los físicos más recordados en nuestro país fue verificado experimentalmente en la década de 1990, en lo que se conoce como “experimentos de rendija temporal”, y en fechas más recientes en Condensados de Bose Einstein usando átomos de rubidio 87. Los átomos fríos tienen asociadas ondas de longitud grande y tiempos que favorecen la observación de las predicciones de Moshinsky, de manera que también en este escenario se planea ahora buscar el fenómeno cuando han pasado 100 años de que naciera uno de los físicos más renombrados de México.

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EN LIBRERÍAS

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NARRATIVA, ENSAYO Un par de cómicos

Aquelarre

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A FUEGO LENTO Nocturnas

Lo que el 20 se llevó México, 2021

Don Carpenter Sexto piso España, 2021 188 páginas

Lizzie Fry Minotauro México, 2021 476 páginas

Pilar Pedraza Valdemar España, 2021 336 páginas

El mundo del espectáculo en Estados Unidos, con esos polos caníbales y magnéticos que son Hollywood y Las Vegas, es el centro de atracción de esta novela protagonizada por dos estrellas de la comedia que han sobrevivido al éxito, a la fama, la separación y aun a ellos mismos. Ante nosotros desfilan los chacales del show business, la maquinaria que encumbra y despeña figuras con una mano en la espalda, y, sobre todo, las leyes inquebrantables de la amistad.

Novela que tiene como tema la brujería. Aquí a las brujas las llaman “las elementales” y son consideradas delincuentes. Hay brujas de cristales, de cocina y las “herederas”, que nacieron para ser brujas. La protagonista es Chloe, una adolescente cuyo poder es tal que hizo desaparecer su casa, lo que provoca que los Centinelas la persigan. Chloe vive en Inglaterra y los Centinelas en Estados Unidos. En ese sentido, la autora retrata el choque de idiosincrasias.

Luego de la trilogía en la que deconstruye a Grecia y Roma, Pilar Pedraza entrega una selección de historias vampíricas. Son quince y tienen el propósito de exhumar viejos cuentos en los cuales las mujeres tienen un papel principal. Ofrecen lo mismo la versión más clásica que la interpretación simbólica del mito universal. La galería convoca a gitanas, seres encontrados en excavaciones arqueológicas, doncellas transilvanas o rebeldes guillotinadas durante la Revolución francesa.

La casa de la contradicción

Voces de largos ecos

Qué hacemos con los idiotas

Jesús Silva-Herzog Márquez Taurus México, 2021 304 páginas

Carlos García Gual Ariel México, 2021 336 páginas

Maxime Rovere Paidós México, 2021 138 páginas

Este ensayo sobre la naturaleza política de México parte de la idea de que la contradicción, es decir, la convivencia de proyectos opuestos, es la esencia de la democracia, siempre en construcción. Qué ocurre cuando esa construcción niega la contradicción, cuando todo se deja a la competencia electoral y se echa en falta la legalidad. La respuesta, dice el autor, salta a la vista: un país víctima de la violencia y la corrupción, que dieron aliento a una nueva forma de simplificación: el populismo.

Subtitulado Invitación a leer a los clásicos, en este libro García Gual la hace dándole otra perspectiva. Como explica, está ordenado cronológicamente y va de los autores griegos a los latinos. Inevitablemente comienza con Homero; la nómina se completa con Aristófanes, Plutarco, Marco Aurelio, Platón, Jenofonte, Aristóteles, Longo, Petronio y Pseudo Calístenes. El texto dedicado a Aristóteles ejemplifica la intención del autor de ofrecer una mirada renovada.

¿Por qué los filósofos se han ocupado tan poco de la idiotez?, pregunta el autor, especialista en Spinoza. Quizá porque es fácil combatirla. Solo hace falta empeñarse en la búsqueda del conocimiento. Pero qué hay de los idiotas, que se multiplican como hongos en temporada de lluvias. Los que hallamos en las calles, en la oficina, en la familia, es decir, los que tienen una consistencia real, son el verdadero problema. Son, sugiere este ensayo, un mal inevitable, pero qué hacemos con ellos.

El exilio en casa ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

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o debería extrañar que, además de dejar una secuela de miedo e incertidumbre a su paso, el Bicho se haya convertido en una fuente inspiradora de la creación literaria. Su mortal eficacia ha trastocado de tal manera nuestras vidas que ya no podemos concebirnos sin él. Este nuevo métome-en-todo de la historia humana es el protagonista de Lo que el 20 se llevó (Cal y arena), que reúne 20 textos dispares. Los hay de corte ensayístico (“Exilio, desastre y derrota”, de Iván Ríos Gascón) o cobijados por la ficción (“Una manzanita”, de Yael Weiss) o que coquetean con la especulación filosófica (“Hume y la pandemia”, de Guillermo Fadanelli) o en forma de bitácora personal (“Lo viral”, de Jorge Carrión) o irreverentes hasta llevar a preguntarnos por la realidad de nuestras emociones (“Se(x)pidemic”, de Jorge Martínez) o lacrimosos (“Otros nosotros”, de Amandititita) o que invocan formas inéditas de resistencia (“History Reboot”, de Ramiro Sanchiz) o abiertamente prescindibles (“Es cosa de cabello”, de Orfa Alarcón; “Niños, stereos y perros ajenos”, de Warpig). Más, o menos sugerentes, y más, o menos elaborados, todos comparten un estado de ánimo: el duelo por aquellas cosas que han dicho adiós, lo mismo un estilo de vida que el sueño profundo o la presencia de un ser amado. Decir “nueva normalidad” a los tiempos de la vacuna y la retirada aparente del Bicho suena más a discurso inspiracional que a una valoración del presente. La pandemia ha dado un duro golpe a la soberbia congénita de la especie humana, tanto como la ha convertido en rehén de la tecnología. Después de la cuenta millonaria de los muertos y los anhelos rotos, el sentimiento de vulnerabilidad y humildad frente a las fuerzas de la naturaleza parece nuestro único triunfo. Como certifica la mayoría de los testimonios convocados a esa tertulia que es Lo que el 20 se llevó, nuestras vidas tienen ahora la forma de una sucesión de cataclismos; no importa qué tan trepidantes sean o hayan sido. Ya que a estas alturas la noción de futuro se antoja una desmesura, por no decir un impulso religioso, dejo al lector con estas palabras de Valeria Villalobos-Guízar, quien escribe en “Exilio, desastre y derrota”: Hemos tenido que revaluar nuestra idea de la cercanía, y el padecimiento en compañía: la compasión”.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.

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TOSCANADAS

Azar del zar DAVID TOSCANA

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a viuda de Dostoievski dijo que si su marido no hubiese muerto cuando murió, habría muerto “por una ruptura arterial” un mes después, al recibir la noticia del asesinato del zar Alejandro II. Es frase memorable que se repite en las biografías del autor, y ella debió de hallar consuelo en sus propias palabras al pensar que, de cualquier modo, su marido ya tenía el pase de salida. Pero la crónica del asesinato del zar entraña varios elementos de azar que bien pudieron no ocurrir si Dostoievski no hubiese muerto cuando murió. El multitudinario séquito que acudió al cementerio a despedir al novelista causó mucho más que un efecto mariposa; sus olas sin duda movieron todas las piezas de San Petersburgo de tal modo que, a partir de ahí, nada fue como hubiese sido, tanto así que el zar pudo no haber sido asesinado. Así las cosas, si el zar, en vez de morir de bomba a los sesentaidós años

EL ZAR ALEJANDRO II

hubiese muerto de muerte natural a los ochentaidós, no existiría la Iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada que se levantó para conmemorar su asesinato, y quién sabe a qué se hubieran dedicado durante esos años los obreros que la construyeron… y tal vez su sucesor… y tal vez Lenin… y tal vez la Revolución rusa… Ninguna computadora es capaz de procesar la infinidad de “hubieras” que se desencadenarían al trocar un evento por otro. Matemáticamente, la probabilidad de que ocurra un suceso tal como ocurre es cero, y sin embargo ocurre. Acaso un novelista especulativo podría optar por una versión, pues una novela también es un cosmos con infinidad de posibilidades en el que, tras el punto final, solo queda una. La probabilidad de que exista una novela tal como Los hermanos Karamazov es cero, pero sabemos que existe. Mientras el moribundo zar, con las piernas destrozadas, era trasladado de

vuelta a su palacio, en vez de al hospital, habrá pensado en esas alternativas infinitas que lo hubieran salvado. Comenzando porque luego de un primer bombazo que lo dejó ileso gracias a su trineo blindado, fue tan imprudente para apearse y curiosear, quedando a merced de una segunda bomba. También porque esa mañana su mujer le había pedido que no saliera, pues tenía “un mal presentimiento”. La respuesta del zar fue tumbarla sobre la mesa para “poseerla”. No sé cómo se diga “mañanero” en ruso. Las posibilidades de que hubiese ocurrido otra cosa son siempre infinitas. En esa infinitud también cabe suponer que si Dostoievski no hubiese muerto cuando murió, se le rompiera una arteria y muriese tal como dijo su viuda tras enterarse de que habían asesinado al zar, dejando a los petersburgueses, no con infinitas, sino con solo dos posibilidades: ¿voy al entierro del zar o al del escritor?

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BICHOS Y PARIENTES

Una delgada cubierta

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or la cabeza pasan mil cosas cada minuto. De pronto, las asociaciones azarosas chocan, o consuenan y ponen cara de ser oráculo. Casualidad, pero puede dejar de serlo. En el prólogo de The Landmark Thucydides (La atalaya Tucídides), Victor Davies Hanson dice que Tucídides escribió una “historia intensa, fascinante y atemporal de hombres fuertes y débiles, de héroes y sinvergüenzas e inocentes también, todos atrapados en las fatídicas circunstancias de la rebelión, la plaga y la guerra que arrancan siempre la chapa de la cultura y muestran lo que realmente somos”. Chapa: en inglés veneer, esa capa que cubre un tambor o un bastidor de material basto para darle apariencia de buena madera, o hace parecer oro una bisutería de metal barato. Hanson refiere a un dicho inglés que parece refrán, sin serlo: “the thin veneer of civilization”. No conozco el origen, pero lo hallo repetido, con esa casualidad que se vuelve oracular, por el papa Francisco, por Timothy Garton Ash, ambos a propósito del huracán Katrina; por Boris Johnson, Joe Rogan, recientemente; por George Santayana y Herman Melville. La idea es clara: la civilización es una chapa delgada con la que cubrimos nuestro estado burdo, de naturaleza. Un calor fuerte, un frío intenso son suficientes para ajar nuestra elegante fachada y destapar “lo que hay abajo, la delgada costra con que cubrimos el borboteante magma de la naturaleza, incluida la naturaleza humana” (Garton Ash). Se entiende la preocupación de los estadunidenses: se les olvida su propia fragilidad y son capaces de dar

JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA EFE

por tierra con su república. Según una encuesta de CNN, “30% de los republicanos afirma que la violencia puede justificarse para ‘salvar’ a Estados Unidos”. Los enchapados requieren mantenimiento constante. Cualquier pequeña rajada, un agujero, puede ser el cáncer de su deterioro fatal. En Latinoamérica se dio esa reflexión desde el Facundo, civilización y barbarie, de Domingo Faustino Sarmiento, aquel argentino obsedido por la cultura y la construcción de universidades y escuelas como única forma de erguir

La civilización consiste en darse cuenta de la propia barbarie y evitar ser un piteco

una vida humana y no animal. Esa obsesión de Sarmiento marcó una de las más hondas guías del ideal civilizatorio moderno en la lengua española: la universidad, la escolaridad, la educación. De Sarmiento siguen Rodó y su maestro Próspero, José Vasconcelos y toda su apuesta educativa y por la Universidad. Pero como las civilizaciones católicas tienen muchos siglos cubriendo de maderas finas su barbarie, hemos venido a creer en un esquema equivocado: que la civilización se ahonda, que gana en densidad y profundidad con cada generación, que nos vamos haciendo mejores y más humanos. Por ejemplo, Baudelaire escribe en su diario: “Teoría de la verdadera civilización. No está en el gas, ni en el vapor, ni en las mesas giratorias. Está en la disminución de las huellas del pecado original”.

El asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021.

Hay dos modos de leerlo. Una, al modo de quienes creen en su civilización como algo que se fortalece y profundiza; que el alejamiento de su origen salvaje es cronológico: cada vez nos alejamos más del pecado original; luego, sus huellas se van diluyendo en el tiempo y somos menos bárbaros. Pero es una noción falsa y picada de soberbia. Suponer que los enchapados, por añosos, son suficientemente resistentes es agitar ese magma del que advierte Garton Ash. Los instrumentos de la civilización —incluido el enamoramiento universitario de Sarmiento y Vasconcelos— son tan frágiles como la capita de cultura de quienes forman la sociedad a la que esos instrumentos civilizan. La otra lectura debiera ser más cercana: el pecado original, como quiere Baudelaire llamar a la barbarie humana, no es parte de la evolución animal. Cada generación, cada individuo tiene que llevar a cabo su propio barniz: la materia es la misma. No se trata de una experiencia acumulada y heredable sino del mismo recubrimiento artesanal del que cada uno ha de hacerse responsable. Que la civilización consiste en darse cuenta de la propia barbarie y hacer lo necesario para evitar ser un piteco (glosando a Ortega y Gasset). Unos creen que la civilización es su estado real y que consiste en haberse alejado de la barbarie; otros, que se trata en efecto de una capa lábil y precaria. Los gringos podrían romper su república. Los miramos con espanto mientras escuchamos martillazos en nuestra casa. Al menos, ellos tienen miedo y, como hizo ver Hobbes, el miedo es el pegamento de la civilización.

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