Laberinto No.963 (27/11/2021)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO PANORAMA

EL ATLAS DE PANDORA

ALONSO CUETO

IRENE VALLEJO

Caminos y heridas de las letras peruanas

Tu otoño brilla Foto: Pinterest

SÁBADO 27 DE NOVIEMBRE DE 2021 AÑO 18 - NÚMERO 963

Vitalidad del cuento en Hispanoamérica Alberto Chimal/ Ilustración: BOLIGÁN

Ilustración: Román


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ANTESALA

27 DE NOVIEMBRE 2021

DOBLE FILO

Cien años de La Guilmain

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FERNANDO FIGUEROA

e cumplieron cien años del nacimiento de Ofelia Guilmain (17 de noviembre de 1921–14 de enero de 2005), una de las mejores actrices mexicanas de la segunda mitad del siglo XX. Nació en el barrio madrileño de Chamberí y durante su adolescencia perteneció a una compañía del Teatro de Guerrillas de la República española. Ante el acoso del fascismo, huyó rumbo a Valencia y después a Barcelona. Entre balazos abandonó su país de origen por la provincia catalana de Figueras e ingresó a Francia, donde caminó durante varios días por senderos bajos de los Pirineos. Sus hermanos, Esther y Pedro, se quedaron en España y murieron defendiendo sus convicciones políticas, él en el frente de batalla debido a un disparo de fusil y ella torturada cruelmente por los militares golpistas. Ofelia permaneció varios meses en un campo de concentración francés. Luego, en el puerto de Burdeos, se reencontró con su madre y el destino quiso que ambas abordaran el barco de carga Mexique. Llegaron a Veracruz gracias a que Lázaro Cárdenas les abrió la puerta a miles de exiliados españoles. La actriz vivió durante seis décadas en Ciudad de México, donde tuvo cuatro hijos y forjó una gran carrera actoral en teatro, radio, televisión y cine. Todo esto se recrea con minuciosidad en el libro El retablo rojo (Océano, 2006; Debolsillo, 2019), de Carlos Pascual. Cuando entrevisté en su casa a La Guilmain para Milenio Semanal, me dijo que su obra favorita era Las troyanas, de Eurípides, “porque es la historia de mi vida, la derrota de un pueblo. Para mí es una protesta personal, una emoción bárbara. Los clásicos no caducan, son de ahora”. De La Celestina, de Fernando de Rojas, comentó que desde una butaca vio esa obra con Amparo Villegas en el papel principal. Entonces se juró a sí misma interpretarla en el futuro; años después la estelarizó en más de mil representaciones. Ofelia decía que, luego de tantas calamidades, el sentido del humor le ayudaba a salir adelante. Esa chispa la hacía adorable. Cuando platicamos, le dije: “Usted se parece a Carlos Ancira, en el hecho de ser lo máximo en el teatro, pero en el cine…”. No me dejó terminar y replicó: “¡Anda, dilo! Ya sé que soy una facha en cine, no lo niego. Nunca he sido de cine, pero me divertí haciéndolo, desde Buñuel hasta Cantinflas”. Su verdadero nombre era Ofelia Puerta Guilmain. Le pregunté por qué había eliminado su apellido paterno y dijo: “Pues porque eso de llamarse Puerta en el teatro como que sonaría raro”. Bromeando, añadí: “Entonces, usted no sería La Guilmain sino La Puerta”. Ella remató: “¡Y todavía me preguntas por qué me quité el apellido! ¡Qué cabrón eres!”. Quise saber qué la impulsaba a seguir vigente. Contestó: “En esta profesión, como en todas, nunca acabas de aprender. Si crees que sabes todo, te apendejas y te lleva la chingada”. Al verla fumar, le sugerí que dejara el tabaco y ella replicó: “Hazme el favor de no darme consejos. A mi edad, ya nada de nada. El único vicio que me queda es el cigarro. Antes me encantaba la copita, pero ya no me sienta nada bien. Y de lo otro (dijo con gesto pícaro), mejor ni hablamos”. Al despedirme, le comenté que teníamos en común el nombre de nuestras mamás. Suspiró profundamente y dijo “Aurora”, alargando la primera letra con esa voz potente y profunda que parecía surgir de una catacumba.

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Naomi, una joven y bella esposa. Dirección: Eitan Tzur. Israel, 2010.

HOMBRE DE CELULOIDE

De la frivolidad a la tragedia

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA EZ FILMS

menudo la diferencia entre una gran película y una menor estriba en el dilema moral, esto es, el conflicto. Un personaje tiene que elegir entre dos posibilidades y, si el espectador ha conseguido identificarse con los protagonistas, puede que aprenda algo sobre sí mismo y sobre la sociedad. El cine israelí ha dado a la historia del arte grandes dilemas morales. Naomi, una joven y bella esposa, disponible en Mubi, nos mete de lleno en la vida de un físico cincuentón casado con una mujer de veintiocho. Al inicio vemos al profesor en el mercado de Haifa. Compra flores y algo para comer. Pronto sabemos que su intención es cenar con su esposa quien, como anuncia el título, es muy hermosa. Pero ella no está. Y él espera. Tensión. Desde el inicio el director establece que esto es cine de misterio y que él, Eitan Tzur, egresado de la Facultad de cine de Tel Aviv, sabe cómo generarlo. Pronto iremos más allá. Y nos daremos cuenta de que el profesor está por enfrentarse a un dilema que involucra sus ideas en torno al amor, la muerte y la lealtad, el perdón y los celos. Todo ello lo consiguen las decisiones del realizador: el ritmo, el montaje, la localización de la cámara y un discreto sentido del humor capaz de ponernos un poco nerviosos.

Si esta misma historia basada en una novela de misterio hubiese sido realizada por un autor menos avezado sería puro y banal entretenimiento. Pero Eitan Tzur está al tanto de la enorme tradición de cine de un país relativamente joven y que, sin embargo, ha producido películas tan efectivas como La burbuja, dirigida en 2006 por Eytan Fox. En ella también la historia trasciende una sinopsis pequeña: el amor homosexual entre un soldado israelí y un terrorista palestino nos introduce más bien en el dilema de ser fiel a la familia o a uno mismo. En La fiesta de despedida (2014), Sharon Maymon supera la comedia ligera en torno a unos viejos que viven en un asilo y nos plantea, de modo brutal, las implicaciones éticas de la eutanasia. El mejor ejemplo de lo que sería el cine israelita si no planteara conflictos a la altura de la tragedia tal vez sea The Kindergarten Teacher. Como se sabe, hay dos versiones de esta misma película. La primera fue dirigida en 2014 por

El misterio es un pretexto para discurrir en torno a lo que es el amor en sentido amplio

Nadav Lapid. En ella se nos ofrece el dilema de una profesora de parvulario que busca evitar que su pequeño alumno de cinco años (un genio en la poesía según nos vamos enterando) termine devorado por lo que ella considera una sociedad mediocre y frívola. En la adaptación estadunidense, la misma sociedad mediocre y frívola que denunciaba la película original se apodera de la historia y lo que era un conflicto con muy diversos niveles de lectura termina por volverse un misterio sin importancia. Lo mismo sucedería con la historia de Naomi. Si un estudio de Hollywood arrancase el conflicto moral de los protagonistas nos quedaríamos con una funda vacía. Puro misterio. Pura frivolidad y entretenimiento. El gran logro de Eitan Tzur estriba en que el misterio es un pretexto para discurrir en torno a lo que es el amor en sentido amplio, el amor filial, el amor fraternal y, claro, el amor sexual. Naomi, una joven y bella esposa participó en la Semana de la Crítica del Festival Internacional de Venecia en 2010 y tiene todo lo necesario para que reflexionemos en torno a lo que haríamos en una situación semejante. Y esto, cuestionarnos éticamente, es, a menudo, lo que diferencia una gran película de una obra menor.

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POESÍA

Incendios

LOS PAISAJES INVISIBLES

La opulencia destructiva

ALFREDO PÉREZ ALENCART

Este mundo es un incendio al que muchos avientan sal con las manos ahuecadas. Este mundo es morada oscura, aunque tenga hogueras listas para sentencia. Tras el humo se acallan afónicas súplicas de purificación. Este poema forma parte de El sol de los ciegos, publicado por Vaso Roto, que este sábado se presenta de manera virtual en la FIL de Guadalajara de las 16:00 a las 16:50.

EX LIBRIS

Euterpe vs. Reggaetón/ EKO

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IVÁN RÍOS GASCÓN

E

@IvanRiosGascon

n El gran Gatsby, Francis Scott Fitzgerald sugiere que el mérito de las grandes fortunas no es dilapidarlas sin escrúpulo, sino ser parte de ellas. Recordemos: todas las noches, el palacete del misterioso vecino de Nick Carraway en Long Island Sound era una multitudinaria bacanal a la que asistía lo más selecto de la fauna neoyorquina. Los sirvientes dispensaban champagne a copas llenas; repartían cantidades industriales de bocadillos que, en el monstruoso desperdicio, erigían un impío monumento a la glotonería; las parejas se enzarzaban en beodas calistenias animadas por orquestas profesionales, porque el enigmático vecino de Carraway no se andaba por las ramas: en sus bailes no tocaban conjuntos de cuatro o cinco instrumentos andrajosos, de lo que se trataba era de mostrar el músculo de la riqueza incalculable. En la primera fiesta que acudió, cuyo gentío hacía pensar que todo el mundo estaba invitado, Carraway le pregunta a su compañera, la guapa golfista Jordan Baker, quién era el anfitrión y a qué se dedicaba. Jordan le responde con vaguedades pero afirma: “sea como sea… la cuestión es que da grandes fiestas. Y las grandes fiestas me gustan, son tan íntimas…, las fiestas íntimas carecen de intimidad”. Las palabras de miss Baker sintetizan la fórmula que Andy Warhol decretó para ser chic: estar presente en todos los convites glamorosos, alardear del despilfarro, y sobre todo, ser el anfitrión. Es más redituable. Por eso, cada vez que le era posible, Warhol prefería hospedar en la Factory a todo tipo de especímenes con clase (y sin ella), que hacer gira nocturna. Pero esa es otra historia, porque el punto es que, aunque el malogrado millonario Jay Gatsby se esfuerza por agasajar hasta al último gorrón, fracasa en todo lo que aspira por estar falto de estirpe, de círculo social y de pasado. Ahora bien, ¿de dónde provenía la riqueza de Gatsby, era legal o mal habida? A pesar de las murmuraciones, el origen de su fortuna a nadie le importa ni le quita el sueño, porque en el universo literario de Scott Fitzgerald (Este lado del paraíso, Hermosos y malditos, Suave es la noche, El último magnate), la falsa moral radica en que la ostentación no es reprobable. El pecado es no contar con pedigrí. Hoy en día, la falsa moral aplica otros argumentos. Usemos como ejemplo las fiestas de Jay Gatsby. Para ciertas sensibilidades, brindar un ágape opulento es imperdonable. Lo obsceno, entonces, no es tener dinero sino gastarlo con pompa, presumirlo, y he aquí la confusión: para ser virtuoso hay que esconder, tapar el tesoro. Disfrutarlo en la intimidad que, decía Jordan Baker, en realidad carece de la misma, y es peor aún, porque en privado, los avaros son los únicos que hallan consuelo en sus fortunas. En La música del azar, Paul Auster le confiere al dinero algo más que la capacidad de poder comprar lo que se quiera. Ese atributo es la libertad. De marcha interminable. De placer por el dispendio. De no volver a pensar, precisamente, en el dinero. Y es que, en la novela de Auster, lo único cierto es que el capital se consume por naturaleza. Acumularlo es absurdo, inútil. Por sí sola, toda fortuna busca el movimiento, y va a la contra del falso ascetismo que mira a la opulencia como algo destructivo, mientras predica la austeridad como facha de honradez. Aunque sea pura apariencia.

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Contra todo augurio, el cuento ha cobrado un inusitado auge en Hispanoamérica. Este ensayo traza sus nuevas coordenadas

Un antiguo en el mundo virtual

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ALBERTO CHIMAL FOTOGRAFÍAS BEATRIZ GARCÍA/ AP/ AP

ace apenas una década, todavía estaba de moda escribir acerca de la “muerte” del cuento. De la novela también, y de la poesía, y qué sé yo de qué más, pero especialmente del cuento. Era una discusión bastante aburrida, en realidad, pero articulistas y blogueros se las arreglaban para presentarla como un asunto sensacional. ¡No se han dado cuenta de que el género está extinto! ¡La novela se vende más! ¡Los videojuegos ofrecen la misma experiencia! ¡La gente ya no lee, solo los académicos! ¡Es más entretenido visitar un sitio punto com! El tratamiento chillón era un pariente, o un precursor, de la estridencia perpetua de nuestras redes sociales actuales. Desde luego, el tema nunca fue realmente popular, al modo de las noticias de deportes o espectáculos, pero ahora lo es mucho menos. Es que la escritura literaria sigue siendo comparativamente minoritaria —incluyendo a la novela—, pero sobre todo que la época presente es de contenidos, más que de formas discursivas. La gran mayoría de la narrativa contemporánea está sometida a las reglas de la explotación transmedia que llevan a cabo las grandes corporaciones, y las nuevas generaciones aprenden a interesarse en personajes y argumentos sostenidos a lo largo de mucho tiempo y en tantos “canales” como sea posible, desde películas y series hasta videojuegos para celular, toallas y vasitos tequileros. En ese contexto importa muy poco cualquier otra consideración.

Esto, por otra parte, tiene el efecto curioso de que la narrativa breve sigue existiendo. No se ha extinguido, se le sigue practicando, y hasta lectores tiene. Las historias escritas de escasa extensión, concentradas en una sola línea argumental, provistas de pocos personajes —la definición convencional del cuento como género que tenemos, cuando menos, desde tiempos de Boccaccio— aún están entre nosotros.

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¿Por qué ha sido así? No es difícil observar que el cuento sirve, ni mejor ni peor que cualquier otro “canal”, para difundir el contenido que les interesa a los sectores de mercado más importantes, así como a los incontables fandoms en que se dividen. Así, una práctica editorial relativamente común del presente es la antología de cuento, centrada en alguna propiedad intelectual con suficientes aficionados, con textos escritos por autores que esos fans reconozcan. (Para dar un solo ejemplo, tengo aquí al lado una compilación de historias de Doctor Who, publicada en el momento de mayor popularidad del revival de la serie de televisión británica, con textos de Neil Gaiman, Holly Black, Eoin Colfer y otros. No es una mala colección. Pero jamás hubiera existido de no ser por Doctor Who.) Sin embargo, esto es únicamente una parte del fenómeno. La resurgencia del cuento literario, o como mínimo la conmutación de su condena, no se queda únicamente en esa creación de productos derivados. Sospecho que una consecuencia buena e inesperada de esa apropiación empresarial de todos los géneros utilizables es que se perciben menos, y que los prejuicios contra el cuento no pesan tanto ahora como

en las décadas bajas del género, alrededor del último cambio de siglo. Esto se ve claramente en Hispanoamérica. Además de experimentar directamente la persistencia del cuento, varias de sus estrellas literarias de este momento han construido su reputación a partir, precisamente, de su trabajo en la narrativa breve. El caso de la argentina Mariana Enríquez puede ser el más emblemático: sus atmósferas inquietantes, y el modo en que ha abrazado la tradición de las historias de terror del último par de siglos, le han ganado comparaciones con Shirley Jackson, Angela Carter o Amparo Dávila, al tiempo que su atención a las luchas contemporáneas de las mujeres y a la historia de su propio país permiten leerla como una autora indiscutiblemente actual. A su figura se pueden sumar, entre otras, las de los también argentinos Samanta Schweblin y Andrés Neuman, la ecuatoriana María Fernanda Ampuero, o los mexicanos Carlos Velázquez y Eduardo Antonio Parra. Incluso, se dan casos curiosos de gran admiración por cuentos individuales, a la manera de otras épocas, y hasta cuando quien los ha escrito no se tiene por cuentista. Por ejemplo, “La casa del Estero” de la mexicana Fernanda Melchor —crónica o cuento sin ficción de su libro Aquí no es Miami — circula entre los fans de la novelista como una historia de horror que tienta a ser creída como “real”, a la manera de lo que sucedía con “Tenga para que se entretenga” de José Emilio Pacheco: aquel que se convirtió, según la leyenda, en una leyenda urbana,

La escritura puede resonar y volverse significativa en vidas enormemente diferentes

contada por muchas personas que ya no sabían que era un texto literario ni que alguien de apellido Pacheco la había imaginado. Aún mejor, autoras y autores más jóvenes recurren también al cuento para comenzar y afianzar sus carreras. No lo hacen necesariamente por lealtad a la forma, pero eso no importa. He aquí tres de ellos, que he podido leer de cerca, por tener obras recientes y provenir de México: Atenea Cruz, quien en Corazones negros utiliza su propia vida como materia no solo de autoficciones, sino también de historias en las que la realidad se transforma en algo distinto, a veces más complejo, a veces plenamente sobrenatural; Andrea Chapela, cuyo Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio crea una visión muy particular —feminista, y en ocasiones con un subtexto lésbico que habría sido impensable en el siglo XX— de los “futuros posibles” del sur global; y Roberto Wong, que recuenta la soledad, el desarraigo y las estrategias de sobrevivencia a las que deben recurrir los habitantes de un tiempo prepandémico en Los recuerdos son pistas, el resto es una ficción. Me da gusto decir que no son los únicos nuevos cuentistas, ni los últimos.

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Como otras personas, yo mismo he podido constatar estas vueltas del cuento actual en el Encuentro Internacional de Cuentistas de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, que cumple 15 años en este 2021. El origen del Encuentro está en su primer organizador: el narrador mexicano Ignacio Padilla, que —en colaboración con la FIL— comenzó con las mesas de lectura y conversación ante el público que caracterizan al


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sus técnicas y entresijos provienen de la antigüedad más remota, cuando no existía ni la escritura y todas las narraciones eran orales, retenidas únicamente por la memoria. Pero al mismo tiempo hay espacio para infinitas variaciones dentro del “credo cuentístico” —las convicciones que cada cuentista desarrolla a lo largo de su práctica— y conocerlas en las mesas del Encuentro es darse cuenta de cómo la escritura puede resonar y volverse significativa en vidas enormemente diferentes. Sedentarias y viajeras, sosegados y estridentes, racionalistas y numinosas, serios y cómicos…, todo el mundo puede acercarse al cuento, y todo el mundo puede encontrar en él una experiencia relevante, memorable: una nueva parte de su propia vida. (Esto se aplica, por cierto, no nada más a quienes escriben cuentos, sino a quienes los leen.)

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Encuentro. Así se ha creado un público fiel, que ha vuelto cada año a los salones de la Feria por su nueva entrega de cuentistas, e incluso estuvo presente en la versión virtual de la FIL (a causa de la pandemia de Covid-19) en 2020. Además, el Encuentro —que cada año ofrece una publicación con textos de los asistentes— se ha convertido él mismo en una especie de antología intangible, en perpetuo crecimiento, hecha de las intervenciones de cada autora y autor invitados. Cuando Padilla falleció en un accidente en 2016, la Feria me propuso sucederlo en la organización; puedo decir que nuestra intención ha sido siempre hacerle honor a la pasión por escribir y leer breve que tuvo

Nacho, el “físico cuéntico” de la literatura mexicana, y además lograr que el Encuentro siga siendo una ocasión de descubrimientos y de reconocimientos. Me consta que hay quien va a las sesiones a escuchar a sus autoras y autores favoritos; me consta también que hay quien sale con favoritos nuevos, que no sospechaba llegar a tener. Y les cuento un secreto: a lo largo de cada año, entre un Encuentro y el siguiente, me toca conversar con frecuencia con Melina Flores, encargada de los programas latinoamericanos de la Feria, para hacer nuestra lista de deseos: la de aquellas personas a las que nos encantaría poder tener en el Encuentro siguiente, si lo permiten las agendas, los agentes, los

compromisos (y últimamente, la salud, las aduanas y los encierros). Si ustedes no han ido al Encuentro, este año podrán hacerlo, o bien ver las sesiones desde otros lugares, porque serán transmitidas en línea de forma simultánea. Les puedo garantizar que, aunque me toca moderar cada mesa, apenas se darán cuenta de que estoy allí, porque el objetivo es que se escuchen los cuentos y se vea a quienes los escribieron. Cada persona leerá un texto diferente, que pueda ser escuchado cómodamente en unos pocos minutos, y luego hablará de su trabajo, respondiendo, si las hay, las preguntas del público. Esta estructura tiene su utilidad. La forma del cuento puede parecer simple, y ciertamente es antigua: muchas de

Arriba: Samanta Schweblin. Abajo: Andrés Neuman y Mariana Enríquez, tres representantes del cuento actual.

Ya está por terminar este artículo y me parece que todavía puede hacerse una pregunta más. El cuento parece persistir: parece haber superado un tiempo malo de años previos y estar al alza (en la medida en que algo puede estar al alza en esta época tan felizmente deprimida, tan amenazada por todas partes). Está sobreviviendo, pues. Pero es lógico pensar que el cuento —como forma que se ha transformado muchas veces, dentro y fuera de las culturas de Occidente— debe haber tenido muchos momentos de crisis. ¿Cómo sobrevivió antes? ¿Cómo ha perdurado, de manera más o menos reconocible, cuando otras formas venerables y famosas no lo han hecho? Salvo como una curiosidad o un ejercicio intertextual, nadie escribe poemas épicos como los de la Grecia clásica ni argumentos de teatro all'improvviso, como los de la comedia del arte, y en cambio sí se escriben, y muy en serio, cuentos: son humildes, despreciados y pequeños, pero también tenaces. Ahí están. Y pensar en esos antecedentes me parece, al menos hoy, más interesante que pensar en su futuro, en el que quizá desaparezcan, por qué no, comidos por TikTok o por el metaverso de Facebook, pero quizá no. Sospecho que la respuesta a mi pregunta está en la sencillez y la humildad del cuento. Sus características esenciales son las que podría haber tenido en la Edad de Piedra. Se le ha adornado de muchas formas, pero nunca ha requerido más que un lenguaje llano y una conciencia del tiempo: de que cierto acontecimiento nos lleva a otro, y a otro, y así hasta el fin. Es un antiguo, un viejo sabio o al menos persistente, en nuestro mundo virtual. En él están cifradas nuestras primeras experiencias de la causa y el efecto, del movimiento del mundo y de nosotros en el mundo. Otros modos de contar requieren más aprendizajes evidentes y más accesorios: los del cuento son sutiles, y conocerlos parece opcional para quien meramente quiere pensar en cómo le fue en el día, o qué acontecimiento tremendo le acaba de pasar. ¿Y no es ésta otra virtud del cuento? ¿No es fácil lograr que nos acompañe, que nos explique, por escasos o nimios que podamos ser?

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HORIZONTES

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Desde el Inca Garcilaso de la Vega hasta nues y Vargas Llosa, la narrativa ha reflejado los co

Literatura peruana: heridas ab

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ALONSO CUETO FOTOGRAFÍAS PERÚ 21/ JUAN LUIS ROD/ DIARIO CORREO

a historia peruana, rasgada de conflictos y divisiones, ha sido un escenario propicio para su narrativa. Si los escritores nos alimentamos de las diferencias y los contrastes, el Perú ha sido un paraíso para la creación. El desarrollo de la novela peruana es una prueba de que el género necesita de sociedades resquebrajadas, en proceso de formación. La novela en una sociedad armónica y utópica sería tan aburrida como irreal. En unos pocos años se cumplirán cinco siglos del inicio moderno de esta historia. Con la Conquista (la captura de Atahualpa, el último inca, ocurre en noviembre de 1532) se inicia un nuevo proceso de contrastes y desigualdades, cuyas fracturas hasta hoy no se han soldado. La cultura, el arte, la literatura que emerge de ese proceso es de una riqueza extraordinaria. Sus nudos son resultado de la confluencia de abismos, voces que se entremezclan, desde distintos ángulos de la historia. Puede decirse por tanto que la narrativa peruana ha reflejado los contrastes de un país dramático. Este dramatismo, hecho de un universo de diferencias y discriminaciones, parece una proyección de su historia y también de su geografía. Un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo señala que es uno de los países con más diversidad natural en el planeta, albergando 28 de los 32 climas conocidos en el mundo. Picos de montañas como el Huascarán, lagos de agua helada a más de cuatro mil metros como el Titicaca, ríos frondosos como el Amazonas, abismos marinos como el que se encuentra frente a las costas marinas de Paracas, selvas, desiertos, manglares: la geografía parece haber imitado los contrastes de la historia social y cultural. Centro de la inmigración, las costas peruanas han estado marcadas durante siglos por etnias venidas de África, Asia, Europa y Oceanía. Centro de la civilización, los incas erigieron una capital a la que llamaron “el ombligo

del mundo”. De estos procesos complejos, consecuencia de un mestizaje que se sigue renovando, surge una identidad problemática, llena de desafíos. Es una identidad en movimiento. Habitantes de diferentes geografías, los personajes de las novelas peruanas son unos individuos caminando en un laberinto de diferencias. En su Ultimo diario, José María Arguedas afirmó: “Todas las naturalezas del mundo en su territorio, casi todas las clases de hombres”. García Lorca exclamó en uno de sus poemas: “¡Oh, Perú de metal y de melancolía!” El primer gran escritor peruano, el Inca Garcilaso de la Vega (Gómez Suárez), le da forma literaria a este conflicto. En sus Comentarios reales (1609), cuenta las historias del imperio perdido, que él quiere reconstruir en las palabras. El mismo, hijo de un español y de una ñusta, es una encarnación de esa dualidad. En su gran libro, el Inca se proclama mestizo con orgullo (“me lo llamo yo a boca llena, y me honro con él”) y hace una historia de la civilización cuyo centro es el Cusco (“que fue otra Roma en aquel imperio”). Su visión idealizada del imperio inca contrasta con otro libro, contemporáneo al suyo, escrito entre 1600 y 1615. Se trata de la Primer nueva crónica y buen gobierno, un documento de más de mil páginas, dedicada al rey Felipe III de España. Su autor es Felipe Guamán Poma de Ayala, cronista bilingüe, traductor y viajero, originario de Ayacucho. Todas las injusticias y los abusos de las autoridades coloniales aparecen allí en un castellano mezclado con el quechua. Poma sostiene en su documento que el Perú “es nuestro país porque Dios nos lo ha dado a nosotros”. Propone además un nuevo tipo de gobierno. El rey Felipe por cierto nunca leyó el texto que fue encontrado solo 300 años más tarde. Estas versiones del conflicto que realizan el Inca Garcilaso y Guamán Poma se van a replicar a lo largo de los siglos. Luego de la independencia, Ricardo Palma escribe las

La cultura que emerge del proceso de la Conquista es de una riqueza extraordinaria

Tradiciones peruanas (publicadas a lo largo de varios años hasta reunirse como volumen en 1872), como un intento por mostrar esa diversidad. Palma ofrece una galería contrastada de historias, ambientadas en el Incanato, la Colonia y la República. El propósito de Palma, escritor del romanticismo, fue consolidar la identidad de un país a través de los relatos de sus personajes históricos. Poco después aparece la figura de la moqueguana Mercedes Cabello de Carbonera, autora de seis novelas, entre ellas Blanca Sol (1888). La obra de Cabello, en la que hay una abundancia de artículos y ensayos, se centra en su representación de la mujer y la causa de la emancipación de género. Unos años más joven que

Cabello de Carbonera, la cusqueña Clorinda Matto de Turner es otra figura de su tiempo. Su actividad como fundadora de revistas, activista de los derechos indígenas y femeninos (fundó la imprenta La Equitativa, donde solo trabajaban mujeres), se plasma en la creación de su novela Aves sin nido (1889). Considerada una precursora del indigenismo, Aves sin nido precede la obra de autores del siglo XX como Ventura García Calderón, Ciro Alegría y sobre todo José María Arguedas. Las grandes obras de este último (especialmente Los ríos profundos y Todas las sangres, de 1958 y 1964) logran un gran pico literario en sus representaciones del mundo indígena. Todas las sangres parece una


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stros días, pasando por Arguedas ontrastes de un país desgarrado

biertas, sangre narrativa

novela actual. Aunque no proyecta una visión maniquea, está poblada de personajes en conflicto. Allí están los hermanos Aragón de Peralta, las transnacionales, la mina de plata de Aparcora, y el líder indígena Rendon Willka. La convivencia conflictiva es inseparable de la discriminación, el abuso y la violencia. Esta versión de la violencia iba a continuar de otros modos en la narrativa. No es casualidad que en la primera gran novela de Mario Vargas Llosa, La ciudad y los perros (1963), la cuadra del colegio militar Leoncio Prado albergue a cadetes, venidos de tan distintos lugares: el serrano Cava, el negro Vallano, el blanco Alberto Fernández, el débil Ricardo Arana, el poderoso Jaguar.

En La ciudad y los perros así como en La casa verde y en las novelas que siguieron, Vargas Llosa siguió dramatizando con maestría los conflictos que la sociedad peruana le había ofrecido como materia prima. En La guerra del fin del mundo hizo una operación parecida con la historia brasileña. Es el gran tema en realidad de la historia latinoamericana. Otras novelas peruanas como Un mundo para Julius (1971), de Alfredo Bryce Echenique, prolongaron esta visión dramática de la sociedad (en este sentido la relación entre Julius, Vilma y Susan es emblemática). Lo mismo puede decirse de relatos canónicos de Julio Ramón Ribeyro como La piel de un indio no cuesta caro (1964).

La tradición de la narrativa peruana ha seguido dando numerosos ejemplos de obras y autores hasta nuestros días. Sin embargo las generaciones más jóvenes muestran nuevas rutas y opciones que han roto con esta tradición. Entre los invitados a la FIL de Guadalajara aparecen figuras como Charlie Becerra cuyas obras, influidas por la crónica, han recogido el ambiente de la calle y la delincuencia para ofrecernos libros tan interesantes como Solo vine para que ella me mate. Por su parte, Diego Trelles ha novelado con una convicción y rigor magníficos los horrores de la violencia política en libros como Bioy. Distinto es el camino de Alina Gadea que explora los misterios de

Tres autores de la nueva narrativa peruana que estarán en la FIL Guadalajara. A la izquierda: Alina Gadea. En esta página: Diego Trelles (arriba) y Charlie Becerra (abajo).

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La polémica literaria JESÚS ALEJO SANTIAGO

En septiembre pasado, la delegación de Perú para la FIL Guadalajara sufrió un pequeño terremoto, tras el anuncio de las autoridades culturales entrantes de hacer algunos cambios a la lista de participantes, en especial retirarles la invitación a escritores como Renato Cisneros y Gabriela Weiner, entre otros, lo que propició la renuncia de algunos otros, como Alonso Cueto y Santiago Roncagliolo. El pasado 7 de octubre juró Gisela Ortiz como nueva ministra de Cultura de Perú, con lo cual las aguas se tranquilizaron un poco, aun cuando las renuncias se mantuvieron, como la de Roncagliolo, quien dijo a MILENIO (25 de septiembre de 2021): “ni siquiera me he planteado la posibilidad de regresar a la delegación oficial: no tengo un problema político, no detesto a nadie, simplemente exijo que nos traten con respeto”. “Con la nueva gestión, a cargo de la ministra Gisela Ortiz, quien se disculpó con las personas que decidieron renunciar, se está reconstruyendo la relación con ellas, porque el diálogo que tiene el Estado con los escritores no solo es a nivel de feria; hay otras actividades que podrían resultar perjudicadas, por lo que restablecer las relaciones y la confianza es algo básico. La gestión actual lo ha entendido así y estamos en esa reconstrucción”, comentó el coordinador de la delegación peruana en la FIL Guadalajara, Leonardo Dolores Cerna. Dentro del diálogo para restañar la fractura hay una certeza: la presencia en la capital tapatía no será la única vez en la que deberán unirse esfuerzos para la internacionalización del libro peruano, “por lo que estamos convencidos de que vamos a seguir trabajando con estas personas y con otras más”. “Son cuestiones que se han superado. La nueva gestión se ha vinculado, se han dado las explicaciones del caso, estamos en buenos términos”, en palabras de Leonardo Dolores, quien ahora espera se concrete la divulgación de la diversidad y riqueza de su literatura. una casa antigua, basándose en una línea de Martín Adán, en su fina y lograda novela Todo, menos morir. Por su parte, Yeniva Fernández integra los espacios de Lima y de su propia intimidad en su muy interesante Siete paseos por la niebla. Otros autores peruanos que asisten a la FIL, dignos de toda mención, han ido modificando la tradición realista, proponiendo géneros como la literatura fantástica, la novela policial y la novela histórica, entre otros. Cualquiera sea el género, es una narrativa que se seguirá escribiendo, con nuevos abismos, heridas y caminos.

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* Escritor, su novela más reciente es Otras caricias, Penguin Random House.


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LITERATURA

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ENSAYO

Gabriela Wiener: una retratista que desnuda al yo La escritora peruana cultiva un género en el que concurren la crónica, el reportaje y el diario personal

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on la publicación de Huaco retrato (Literatura Random House, 2021), la autora peruana Gabriela Wiener se ha convertido en una de las más exitosas portavoces de la llamada literatura del yo, un género entre la ficción, la crónica, el reportaje, el diario personal, la autobiografía y la memoria que ha ganado cada vez más lectores en América Latina, donde había poca tradición para estas exploraciones personales. Huaco retrato está sostenido por cuatro expediciones: la historia del tatarabuelo de la narradora, Charles Wiener, un austriaco que en el siglo XIX visitó Perú al frente de una misión científica, embarazó a una mujer (la verdadera fundadora del linaje, de la que casi nadie habla) y abandonó el país con una colección de piezas de cerámica que ahora se pueden ver en un museo en París; está también la historia del padre recién fallecido de la narradora, un periodista de izquierda que sostiene dos casas, la oficial, la familia de la autora, y otra familia, la de su amante y una hija; luego, está la huella de todo este pasado en el cuerpo de la autora, una mujer morena, de rasgos indígenas con un apellido extranjero en un país racista como Perú y avecindada en otro país, como España, donde el racismo es igual de persistente, pero está cubierto por una capa de respetabilidad progresista; y, finalmente, se trata también de una indagación del deseo, del impulso poliamoroso de la narradora como una manera de superar la marca del colonialismo que nos impone un modelo blanco y patriarcal de relaciones personales. Wiener teje estas historias con mucha astucia literaria y nos entrega un libro corto, eficaz y bien labrado. Me gusta lo que escribió Paul Preciado, un filósofo español conocido por sus aportes a la teoría queer, sobre el libro de Gabriela Wiener: “Poco a poco lo que parece el encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas sobre una mesa de disección, se acaba convirtiendo en el mejor libro que he leído sobre la filiación y el amor en la condición poscolonial contemporánea. ¡Gabriela Wiener inventa la psicogenealogía queer y descolonial!”

GUILLERMO OSORNO FOTOGRAFÍA CORTESÍA PENGUIN RANDOM HOUSE

La autora de Sexografías y Huaco retrato, entre otros libros.

Como el libro se publicó en octubre pasado, justo en el mes cuando en España se celebra el controvertido Día de la hispanidad (aquí Día de la raza), generó una amplia discusión sobre el racismo ibérico. El debate ya estaba caldeado por el intento de la derecha de relanzar la hispanidad como programa político y de apuntalar a la Conquista como una empresa civilizatoria. Hay que decir, además, que el presidente Andrés Manuel López Obrador ya había hecho su contribución a este asunto cuando pidió que la Corona española ofreciera una disculpa por la Conquista. El debate se encendió más luego de que a principios de octubre el mismo papa Francisco pidió perdón al pueblo de México por los “pecados cometidos” por la conquista española. El expresidente de derecha José María Aznar había ridiculizado

El año pasado presentó una obra de teatro sobre su relación poliamorosa

la petición de López Obrador y la alcaldesa de Madrid había reprochado las palabras del papa sobre el asunto. Dijo que el indigenismo era una forma de comunismo. En medio de este clima llegó Gabriela Wiener con su libro, y sus descripciones de los zoológicos humanos europeos, donde se exponían a los indígenas de América como una rareza digna de observación. A finales del siglo XIX, en Madrid hubo un centenar de indígenas filipinos expuestos al público. Barcelona tuvo también su exhibición de negros salvajes. Es la misma huella que está impresa sobre uno de los pasajes más sobrecogedores del libro: la narradora va a una fiesta de cumpleaños de la abuela de su esposa Roci (la narradora vive en una relación poliamorosa con Jaime, un peruano, su primera pareja, y Roci, una española). Es una reunión en el seno de una familia burguesa de Madrid cuya matriarca es católica y franquista. Se da por descontado que Gabriela o Roci explicarán la naturaleza de

la relación entre ellas; pero lo que es imposible de esconder es el aspecto de la narradora: “Entonces de refilón oigo a la abuela hablar, le está preguntando a alguien por mí, concretamente, le está preguntando a una de sus hijas ‘qué tal trabajo’. […] Le intentan explicar que se está equivocando, una de las tías de mi chica se desvive intentando explicarle que yo soy la amiga de su nieta, la periodista que escribe cosas. ¡Ella escribe en El País, mamá!, exclama. Pero ella no se da cuenta de lo que está pasando y esta vez se dirige a mí para preguntarme cuántas casas limpio, porque la mujer paraguaya que trabaja en la suya se va a ir a fin de mes a su país de vacaciones y ella se va a quedar sola”. Uno de los mayores atributos del libro es esta mirada sobre las identidades dudosas, bastardas, es que se vuelve un examen sobre sí misma y su lugar en el mundo. Gabriela Wiener nos tiene acostumbrados a estas indagaciones incómodas. Desde su primer libro, Sexografías (Melusina, 2008),


LITERATURA

27 DE NOVIEMBRE 2021

la autora se somete a situaciones sexuales extrañas; un club de swingers, la zona de las putas y las travestis de París, la recámara de la estrella porno española, Nacho Vidal. Aquella era una cronista explorando el periodismo gonzo, donde el narrador ocupa el paisaje que describe para convertirse en protagonista de la historia. Desde entonces, sus lectores sabíamos que estábamos frente a una rebelde que no tendría compasión sobre sí misma. En Nueve lunas (Literatura Random House) —un libro publicado en 2011 y reditado con 2021 con una revisión de la autora sobre aquellos aspectos que le provocaban un dolor en el ojo, como dijo en una entrevista—, Wiener narra un lado oscuro y crudo de su embarazo, el dolor, la extrañeza ante las transformaciones corporales, las obsesiones que se le ocurren a una migrante peruana en España que esta a punto de parir. Y en uno de mis libros favoritos, Llamada perdida (Malpaso 2016), Wiener regresa con una colección de ensayos personales y muestra a una autora dispuesta a enfrentar sus propios demonios. No es difícil empatizar con este esfuerzo de autoconocimiento y las situaciones extremas en que nos ponen. Otra lección de la propuesta de Wiener es su capacidad de convertir sus exploraciones en una actuación. El año pasado presentó una obra de teatro sobre su relación poliamorosa, Qué locura enamorarme de ti, donde actuaban ella misma, Jaime y Rocío, el trío completo, y sus dos hijos, que aparecen en video, dirigidos por la peruana Mariana de Altahus. Se trataba de una crítica a la manera en que el conjunto amoroso ha gestionado sus acuerdos, una escenificación de cómo estalla la relación frente a un público que llenaba el teatro todas las noches, primero en Lima y luego en Madrid. A veces pienso que era una desvergüenza. A veces, que se trata de una genialidad. En cualquier caso, no se puede permanecer indiferente a Gabriela Wiener. Además de los escándalos que provoca, Wiener se vio recientemente involucrada en un incómodo episodio. Con el cambio de gobierno en Perú, el Ministerio de Cultura hizo cambios en la comitiva de escritores que representará al Perú, el país invitado en la Feria del Libro de Guadalajara. Le quitaron el boleto a tres mujeres: Katya Adaui, Karina Pacheco y a la propia Gabriela Wiener. Otros autores renunciaron al honor de representar a Perú en protesta por estos cambios. Hace poco hablé con Gabriela y le pregunté sobre este episodio. Aunque no le gustó la forma en que se hicieron los ajustes, básicamente está de acuerdo con que su lugar sea ocupado por una representación de escritores menos conocidos, de culturas diferentes y de lugares remotos. Así que en esta FIL no tendremos a Gabriela Wiener, pero contamos siempre con su espíritu iconoclasta, con su capacidad de revisarse a sí misma como una metáfora del constante examen que hacemos todos de nosotros mismos. Su lección es la de hacerlo sin compasión, para desenmascarar engaños personales, pero también históricos, políticos y sociales.

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EL ATLAS DE PANDORA

Tu otoño brilla Antiguos y modernos han perseguido el ideal de la juventud perpetua

T

u hijo imagina el tiempo como una carretera de doble sentido. Mamá, dice, jugaremos juntos cuando seas pequeña. Hace planes para tu niñez convencido de que alguna vez en la vida volverás a la infancia. Igual que él, las leyendas antiguas fantaseaban con escapar al flujo irreversible de los años: el sueño de ser jóvenes de nuevo es muy viejo. El preste Juan, legendario viajero, aseguró que quien se bañase en la fuente de la juventud retornaría a la edad ideal de treinta y dos años. Se dice que otro Juan, Ponce de León, buscó en vano el famoso manantial en Florida, península convertida hoy —irónicamente— en retiro dorado para jubilados. En China, los cuentos populares describían las Tierras de la Inmortalidad, pobladas por gentes que nunca envejecían ni morían. El emperador Qin Shi Huang envió a un alquimista con un séquito de tres mil soldados para descubrir el elixir. Jamás regresaron. También los antiguos griegos estaban obsesionados con la juventud perpetua y la vida eterna, pero eran muy conscientes del peligro que entrañaba esa aparente bendición. Los Himnos homéricos narran la conmovedora historia de Titono, un troyano que enamoró a Eos, diosa de la aurora. Incapaz de aceptar que un día su amado moriría, suplicó a Zeus la inmortalidad para Titono. Sin embargo, atolondrada, olvidó pedir explícitamente que no envejeciera. Mientras Eos permanecía siempre idéntica, dormía junto

IRENE VALLEJO ILUSTRACIÓN ROMÁN

a un amante cada noche más decrépito, y acabó encerrándolo con llave tras unas puertas doradas. Allí, Titono se arrugó y menguó hasta convertirse en una cigarra cuyo monótono canto es la súplica de morir. A partir de esta leyenda, los modernos gerontólogos han acuñado “el dilema de Titono”: puesto que las células humanas están programadas para deteriorarse, no es sensato alargar la duración de nuestra vida sin cuidar del buen vivir. En la estela de Eos, nuestro mundo oculta la vejez bajo siete cerrojos. Temerosos de mencionar lo innombrable, el lenguaje fabrica eufemismos insólitos como “cremas antiedad” o personas “de cierta edad”, en una extravagante aplicación del principio de incertidumbre. La publicidad nos martillea con mensajes de rebeldía y hedonismo siempre juvenil: sé auténtico, pero sin arrugas. Obsesionados por un ideal irrealizable, olvidamos que la perfección es una cualidad de los objetos, nunca de las personas. En latín, “perfecto” significa “terminado y pulido”, es decir, algo finalizado, intachable, expuesto en una vitrina, pero en la parálisis de lo intocable. Hablar de cuerpos perfectos es una paradoja y, tal vez, lo opuesto al deseo, siempre hambriento de acción y roce tempestuoso. En la Antología palatina, una variada colección de versos griegos recopilados hace más de un milenio, los poemas anhelan la belleza viva de la imperfección. “Aun vestida de arrugas, querida Filina, eres más hermosa que las jóvenes —escribe un poeta

del siglo VI—. No me atrae la juventud, tu otoño brilla más que una mortal primavera y tu invierno es más cálido que el sol del verano”. Otro escritor dice de su amada Melita: “Han pasado muchos años, pero no su risa aniñada. Los estragos del tiempo no alcanzan a rendirla”. Nuestra mirada está infectada por ese afán de perfección que, como una epidemia, contagia la obsesión por adelgazar, estirar y rejuvenecer los cuerpos. A finales de los setenta, antes de la revolución digital y las pulidas imágenes de las redes, la película La fuga de Logan, de Michael Anderson, profetizó esta obsesión por eliminar las huellas del tiempo. En su estilo naif e ingenuo —canto del cisne de la antigua ciencia ficción—, retrató un mundo de personas aparentemente felices que cultivan una belleza en serie mediante operaciones estéticas instantáneas. Esa vida de hedonismo juvenil tiene un precio: a los treinta años, todos deben morir. En ese mundo desquiciado y superficial, donde la experiencia ha sido borrada, el protagonista huye en pos del privilegio de envejecer. Hay algo heroico en quien hoy luce con orgullo las canas, las arrugas, los achaques, las varices, los signos y los surcos de la vida: saben que el peso de las horas vale oro.

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© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, S. L. © Irene Vallejo.


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EN LIBRERÍAS

27 DE NOVIEMBRE 2021

NARRATIVA, ENSAYO

POESÍA EN SEGUNDOS

La vanguardia católica ignorada

Neguijón

Encrucijadas

Un segundo amor

Fernando Iwasaki Seix Barral México, 2021 192 páginas

Jonathan Franzen Salamandra España, 2021 512 páginas

Mariana Palova Océano México, 2021 216 páginas

El neguijón, informan los editores, es “un gusano que —según el imaginario barroco— anidaba en las dentaduras de los pecadores, corrompiendo las almas y los cuerpos”. Libro divertido y erudito a la vez, se ubica en el Virreinato del Perú y tiene como protagonista al sacamuelas Gregorio de Utrilla, quien busca un ejemplar del bicho.

Como en Las correcciones, ese gran retrato del Medio Oeste, el escritor estadunidense confronta a una familia con sus demonios más conspicuos. Estamos en las navidades de 1971, en una ciudad de Chicago azotada por una nevada. Cuatro hijos visitan a sus padres, embarcados en la carrera de divorciarse uno antes que el otro.

Tercera entrega de la saga La nación de las bestias. En esta novela se narran hechos ocurridos ocho años antes del primer libro. El eficaz y un tanto autista detective de narcóticos de Nueva Orleans Salvador Hoffman es herido al seguir un caso de elaboración de metanfetaminas y alcanza a percibir a un niño que se presumía muerto.

Diálogo con mi sombra

Ruido

Hacia un alma de bondad

Pedro Juan Gutiérrez Anagrama España, 2021 240 páginas

Daniel Kahneman Debate México, 2021 494 páginas

Christopher Phillips Ariel México, 2021 245 páginas

Más que una autobiografía, este libro es una serie de entrevistas con los alter ego creados por el autor de Trilogía sucia de La Habana, dirigidas a convertirse en una guía para los aspirantes a escritores. Sus páginas evocan la juventud temprana, en la época más represiva en Cuba; la idea vampírica de la literatura y las influencias.

Cualquier decisión, no importa si incide en la ciencia, la política, los negocios, la medicina, el derecho… está irremediablemente marcada por limitaciones de juicio. ¿Cómo evitarlas, es decir, cómo aminorar el ruido, para pensar mejor nuestro entorno? Tal es la pregunta que guía esta original investigación.

En el inicio de este libro está la muerte y el duelo y la necesidad de curarlos mediante el viaje. Así vemos al autor recorriendo Sao Paulo, Busan, Atenas, al tiempo que se lanza en busca del “alma sana” de la que hablaba Platón, y del camino que siguieron los filósofos empeñados en alcanzar la alegría y la libertad.

VÍCTOR MANUEL MENDIOLA mendiola54@yahoo.com.mx

U

na aproximación superficial a la poesía mexicana podría hacernos pensar que lo más notable de nuestra modernidad lírica está constituido casi exclusivamente, como ocurrió en otras latitudes —dentro de nuestro idioma o fuera de él—, por un afán de ruptura y por la conciencia de la desaparición de los ídolos del pasado. Este es el caso del poema baudeleriano “A un cadáver” de Salvador Díaz Mirón, de “Poesía” de Xavier Villaurrutia y de “Viaje” de Salvador Novo. Poemas en los que lo escatológico —en el primero—, un erotismo secreto y subversivo —en el segundo— y un humor futurista —en el tercero—, producen un efecto perdurable. Sin embargo, esta perspectiva es incompleta como ha mostrado, desde hace muchos años, Gabriel Zaid con su insólito libro Tres poetas católicos (Penguin Random House, México, 2021). Al lado de los autores mencionados, podemos poner a Ramón López Velarde, a Carlos Pellicer y al Padre Manuel Ponce. Y al reunir el primer grupo con el segundo, nos damos cuenta de que no solo el sentimiento religioso en “abstracto”, sino la emoción católica en “concreto”, permiten producir poemas tan inquietantes y actuales como aquellos otros concebidos desde la conciencia y la exclamación: “¡Dios ha muerto!”, “¡Ya no existe Dios!”, de Jean Paul y Nerval. Con versos como “Canela ultramontana/ e islamita/ por ella mi experiencia/ sigue de señorita” o “El arcángel de pie, junto a la puerta, miraba las miradas” o “Yo estoy herido/ de muerte, una muerte venial y liviana”, comprendemos la agudeza sensible y psicológica que surge de la pasión intelectual del catolicismo. ¿Por qué ha sido necesario que Gabriel Zaid publicara este libro con un título tan apartado de las fórmulas literarias complacientes? Fundamentalmente, porque las suposiciones fáciles, las ilusiones falsas y, en general, el lugar común, han dado por un hecho que la cultura católica milenaria ya no tiene nada que decir en el cambio de la sociedad contemporánea y de la literatura moderna hacia una supuesta síntesis simbólica y tecnológica sin dimensión metafísica. Así, Tres poetas católicos nos revela cómo, durante el periodo de las vanguardias históricas y en el largo periodo de sus efectos estéticos, una poesía muy original y excéntrica creó, al margen del puritanismo moral protestante —conservador o liberal—, un espacio complejo. Esta poesía articuló el orden imaginario de las Escrituras con el barroco redescubierto, el cubo futurismo y la poesía pura. Pero lo que es más importante, la lectura de este libro nos permite entrever por qué el catolicismo, a pesar de sus “defectos” y su omisión culposa, ha perdurado y, de hecho, continúa vivo. En los versos citados observamos claramente una indagación de la apariencia y lo sensible realizada gracias al rigor y la erudita cultura eclesiástica. El sentido aquí no es una negación de los sentidos. Es su afirmación. Y ello ha permitido la plenitud lírica de López Velarde, Pellicer y el Padre Ponce. Tres poetas católicos representa la conciencia de este hecho radical.

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Madre Editorial invita a la presentación de Herejías. Lecturas para tiempos difíciles, de José Luis Martínez S. Presentan Maruan Soto Antaki y Carlos Puig, y modera Guadalupe Alonso Coratella. La cita es el martes 30 de noviembre, a las 11 horas, en el Salón 1 de la Expo Guadalajara.


LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.

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HUSOS Y COSTUMBRES

Al breve chocolate ANA GARCÍA BERGUA

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Por suerte la familia vino a parar a la tierra del cacao. En cuanto al brebaje tan antiguo y prehispánico, poco hay que añadir a las páginas deliciosas que le destinó Salvador Novo a la untuosa materia en su Historia gastronómica de la Ciudad de México, donde entre otros fogonazos dice: “Frente a la variedad infinita de los bizcochos mexicanos, no es de asombrar que esa versión farinácea de las solitarias que son los churros españoles para tomar con chocolate, solo hayan alcanzado un éxito de novedad sin mayor arraigo”. Pero de ser la bebida que todo virreinal acomodado se mandaba traer a la cama nada más despertar y el alma de la merienda, el chocolate se convirtió en bebida para meriendas con los abuelos al estilo de Sara García, cónyuge oficial del frío, el pan de muerto y la rosca de reyes. A los niños de mi generación, Pancho Pantera nos hacía fuertes, audaces y valientes, y

i padre recordaba el chocolate que le había dado aquel diputado comunista francés que los ayudó a él y a su hermana mayor a reunirse con sus padres en París, durante la huida de España, cuando los vagones del tren en que viajaban se separaron, destinando a los hijos a un albergue de refugiados y a los padres a campos de concentración. Papá no tendría más de cinco años y ese chocolate significó para él un gran consuelo, aterrorizado como estaría en medio de la guerra. No era raro, entonces, que después de las comidas en la casa, sacara del cajón de su escritorio unas tablillas de chocolate oscuro que compartía con nosotros. Ese chocolate era como un pariente lejano, protector de la orfandad a la vez dulce y amargo, delicioso. Papá lo comió al mediodía en otras preparaciones durante toda su vida y nos heredó el gusto, un gusto nada difícil de adquirir, por otra parte.

en los frascos de Milo almacenaban nuestras mamás semillas y botones. Después vinieron las marcas más comerciales y mágicas, la droga perfecta para alimentar criaturas en serie. Y creo que desde el temblor de 1985, muchos dejamos de ir por churros al Moro después del cine. Pero las tablillas y los bombones seductores han prosperado. Como a un buen amigo, la sorpresa de encontrarlos es siempre un cálido consuelo, fiesta y felicidad pura. Da un poco de culpa, eso sí, por lo que decía Novo sobre la duración de los pasteles en el cuerpo de sus bisabuelas: “como un minuto en la boca, una hora en el estómago, y veinte años en los glúteos”. Enorme victoria cuando la tablilla se quiebra a la suave presión de los dientes, para después derretirse. Cierro los ojos tratando de que dure el brevísimo instante en que baila en la lengua, aunque luego se despida; ay, chocolate, manjar de dioses.

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CAFÉ MADRID

La voz de alguien

E

s probable que, mientras leen estas líneas, tengan cerca un ejemplar de Cien años de soledad. Cuando puedan, abran el libro y lean la dedicatoria de la portadilla: “Para Jomi García Ascot y María Luisa Elío”. Si Gabriel García Márquez decidió elegir a esta pareja como “los destinatarios” de su obra maestra fue porque, mientras la escribía, ellos iban con mucha frecuencia a visitarlo y escuchaban, maravillados, los avances de la novela. Bueno, en realidad Gabo les contaba una serie de versiones distintas a la historia que al final quedaría impresa y le daría fama mundial, “porque si no espantaba a los duendes”, se justificó varios años después. No obstante, ese par de amigos, dijo también, escuchaban sus relatos improvisados “como señales de la Divina Providencia. Así que nunca tuve dudas, desde sus primeras visitas, para dedicarles el libro”. Ascot y Elío era dos de los muchos exiliados que recalaron en México después del estallido de la Guerra Civil española. A ambos los unía la pasión por la literatura y por el cine. María Luisa Elío, además, estudió actuación con Seki Sano, otro refugiado, que revolucionó el teatro en México. Por su talento y hermosura pudo haber sido una deslumbrante estrella de cine, pero no le dio la gana. O tal vez no se animó porque batallaba demasiado para dominar sus vértigos y la nostalgia por la tierra y el modo de vida de su infancia. Ella y su familia habían salido de Pamplona (Navarra), escapando de la represión franquista y ese acontecimiento le torció la vida. En 2007, este suplemento le dedicó

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA DIARIO DE NAVARRA

un número especial al creador de Macondo por su cumpleaños número 80 y a mí me tocó entrevistarla. Una tarde me esperó en la sala de su casa, con su cara de luna (“porque tomo cortisona”, me aclaró), sus ojos verdes como aceitunas, que electrizaban todo lo que miraba, y su boca carmesí para expresar una ristra de recuerdos. Sola, adolorida, pero guapa y elegante, se desplazaba por su casa con ayuda de un andador. ¿Qué representa para usted la soledad?, le pregunté casi al final de la charla. “La vida misma”, me respondió al instante. “Hace poco tuve

Ella y su familia habían salido de Pamplona, escapando de la represión franquista

un accidente fuerte. Se me cayó un mueble encima y estuve diez horas debajo de él. Llegó mi cuidadora y me llevaron a un sanatorio y allí me morí. O eso creyeron todos. Yo solo sentí una soledad total, perfecta. Vivo sola y hablo conmigo misma. Gabo tiene razón: estamos condenados a la soledad. Lees mi libro Tiempo de llorar y notas que está lleno de soledad y que, al escribir, trato de quitar y no de poner. Porque me parece que das más quitando que poniendo”. Ese libro —valiente, minimalista, emotivo, tan bello como desgarrador— acaba de ser publicado en España por la editorial sevillana Renacimiento. Al texto lo acompañan un apéndice gráfico, con imágenes personales, cedidas por su hijo, el editor Diego García Elío, y el guion cinematográfico de En el balcón vacío, la única película que el exilio republicano realizó sobre sí mismo, escrita

La escritora y actriz María Luisa Elío.

y protagonizada por la propia María Luisa Elío y dirigida por su esposo. La Universidad de La Rioja acaba de reeditar, además, María Luisa Elío: la vida como nostalgia y exilio, una biografía y análisis de su obra, firmada por el investigador Eduardo Mateo Gambarte. Me ha emocionado mucho tener en mis manos este par de libros. No solo porque de inmediato me vino a la mente la imagen de aquella mujer guapa y extraordinaria que una vez respondió a mis preguntas, con una generosidad desmedida, sobre el destierro, la enajenación, la locura y la muerte (y un montón de detalles sobre su estrecha amistad con el Nobel colombiano), sino porque se nota que el equipo de Renacimiento se dio cuenta desde el principio que había dado con un material valiosísimo. Y publicar, por primera vez, el guion de En el balcón vacío es el mejor homenaje para la autora, fallecida en 2009, y para toda una generación de hombres y mujeres que se vieron forzados a abandonar su país de origen para aprender a (sobre)vivir en otro. Todavía no he dicho que esta nueva edición española de Tiempo de llorar tiene también un prólogo de la catedrática y escritora Soledad Fox Maura, en donde define a María Luisa Elío como “la voz de alguien” y articula de manera certera lo que representa: “Es una voz inolvidable, arrolladora, sorprendentemente sencilla y a la vez compleja, abstracta, íntima y personal. Con agallas y belleza. No te cuenta su dolor, lo vives con ella. Cuando la lees, te quedas con la sensación de haber vivido toda una vida a su lado”. No es una exageración. Vayan al libro y compruébenlo.

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