Laberinto No.966 (18/12/2021)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

ESCOLIOS

FERNANDO ZAMORA

ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

Una Palma de Oro a debate

John Gray: filosofía felina Foto: Kazak Productions

SÁBADO 18 DE DICIEMBRE DE 2021 AÑO 18 - NÚMERO 966

Celebrando 100 años de Augusto Monterroso Guadalupe Alonso Coratella, Alejandro Arteaga, Javier Perucho/ ILUSTRACIÓN: BOLIGÁN

Foto: EFE


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ANTESALA

18 DE DICIEMBRE 2021

EN EL BANQUILLO

Edificio

L

TEDI LÓPEZ MILLS

lego a la calle indicada y camino mirando los números nones encima de cada puerta. Mil cuatrocientos diecisiete, mil cuatrocientos diecinueve, una hilera de arbustos, un tramo de pasto, una reja roja, luego el portón negro que busco —mil cuatrocientos veintitrés—, ligeramente abollado, el tablero de timbres con notificaciones pegadas con cinta adhesiva: “no sirve: grite”, “presione fuerte”, “mande mensaje”, un coche azul en el zaguán, una moto y, al pie de una columna, una hoja de periódico con un platito de plástico lleno de croquetas para gato. Toco en el departamento dos, según las instrucciones que he recibido de parte de mi jefe, hombre pulcro, serio. Soy su investigadora predilecta, la más dedicada; sé callarme, ser amable sin irme por las ramas; mis preguntas son precisas y mis apuntes, siempre claros. Oigo “¿quién?”, y respondo que me envía el licenciado Jiménez. La voz me pide que espere unos segundos; saco mi libreta de la bolsa de lona, la pluma, los lentes. Me abre una señorita en piyama y me conduce por un pasillo hasta el fondo, al último departamento en la planta baja. Entramos y me presenta a su novio, muy alto y fornido. Viene saliendo del baño; se acomoda la cachucha. Hay un árbol de Navidad cubierto de nieve. Nadie se da la mano. El novio me asegura que no le gustan los chismes, y yo le comento en tono razonable que los chismes de hoy serán la historia de mañana y escribo en mi libreta una frase breve acerca de la sombra del árbol que se esboza cual “figura inerme” en el piso laminado. El novio me cuenta que muchas personas raras, “un poco morenas”, viven en la azotea: una mujer joven, una señora coja, un señor gordo, dos niños, tres adolescentes flacos. Pongo ocho asteriscos en la página y abajo, porteras, portero, estirpe: SOSPECHOSOS, con mayúsculas. La señorita interrumpe al novio para decirme que el señor gordo deambula por el pasillo dizque barriendo o trapeando, pero de hecho la quiere ver a ella. Conoce su horario; todos los días ella sale a las cinco en punto rumbo al gimnasio: “me sonríe, me examina, ya sabe cómo, las nalgas, las chichis. A veces me sorprende en la banqueta. Me asusta. Pienso en él todo el tiempo. Por eso instalamos la cámara”. Me enseña imágenes diminutas en la pantalla de su teléfono y dos videos: en uno, el señor gordo está parado junto a la escalera. La luz se mueve o más bien vibra entre las delgadas ramas de un liquidámbar y las aspas de una palmera: casi inconsútil. En el otro, las ocho personas se hacen señas y se enfilan agachadas por el pasillo. Los cuerpos son bultos y una cuerda invisible parece jalarlos con lentitud. El novio me explica que ella es muy guapa y los hombres la persiguen. Menciona actos de violencia. No encuentro la cara de palo que guardo en mi cabeza. Anoche los pies sin ruido me despertaron. Sé que el devenir de los huesos rotos tiende a ser clandestino. “Todo metro es verso, pero no todo verso es metro”. En mi vida cada cosa debe estar en su lugar.

Sé callarme, ser amable sin irme por las ramas; mis preguntas son precisas

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Titane. Dirección: Julia Ducournau. Francia, 2021.

HOMBRE DE CELULOIDE

Horror sin asideros

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA KAZAK PRODUCTIONS

e ha estrenado Titane de Julia Ducournau, ganadora de la Palma de Oro en Cannes. Y si no fuese por este hecho, no valdría la pena ver una película construida con base en perversiones deshiladas. La necrofilia, el incesto, el sadismo, todo encuentra sitio en este guion de Ducournau quien, como se sabe, se hizo famosa con su película Voraz, una obra en que ya se adivinaba su vocación por espantar al público burgués. Y sea por el éxito que tuvo Voraz en 2016, sea porque, en efecto, la pasión estética de Ducournau gira en torno a la expresión de las pasiones más brutales, el hecho es que Titane sigue el mismo molde de Voraz. En ambas hay una mujer que rompe con todo y escupe a la sociedad sin un porqué. En efecto, lo primero que salta a la vista en las narraciones de Ducournau es que todo sucede sin un porqué. En los primeros minutos de Titane asistimos a un accidente. Una niña deja la mitad del cráneo estampado en el vidrio de un auto. Alexia, la protagonista, vuelve en sí con un tapón de titanio en la cabeza y al salir del hospital se enamora del coche en el que se accidentó. ¿Ha perdido la cabeza? Lo que debe perder el espectador es la esperanza de saber la causa de todos los prodigios que cuenta Ducournau. No se

conocerá nunca la razón por la que Alexia crece y se transforma en una famosa bailarina cuya especialidad consiste en abrir las piernas en ferias de extravagantes automóviles bien encerados. No se sabrá por qué de pronto ella decide comenzar a matar ni se explicará quién es el niño muerto a quien decide encarnar. Tampoco tendremos idea de cómo es que la protagonista consigue engañar al padre de este niño con un truco singular: moliéndose la nariz contra el borde de un lavabo público. Tal vez la directora piense que para volverse chico trans basta con tener los tamaños para reventarse la nariz a golpes y sin chistar. En fin, el sin por qué más extravagante de Titane es este: luego de una noche de sueños truculentos, Alexia despierta para encontrarse con un auto de esos cuadrados y grandes. De los que gastan mucha gasolina y lanzan rugidos y humo por el escape abierto. Nuestra heroína trepa al auto. En corte directo vemos a Alexia amarrada con sendos lazos escarlata. Y

La necrofilia, el incesto, el sadismo, todo encuentra sitio en este guion

el coche da respingos cada vez más encabritado. Y la protagonista queda embarazada. De un coche, sí. Esta película ganó la Palma de Oro en Cannes. La crítica francesa ha encontrado sesudas conexiones entre Titane y Crash de David Cronenberg. Nada qué ver. En esta última (estrenada en 1996) la perversión sexual (sinforofilia) era el hilo en torno al cual giraba un guion bastante sólido. La película de Ducournau tiene el encanto de uno de esos programas de horror que asustaban a los adolescentes a finales de la década de 1980: Tales from the Crypt. De hecho, uno de estos famosos programas tiene la misma estructura de Titane: el asesino sin escrúpulos se hace pasar por otra persona y, sin querer, cae en un auténtico infierno en el que habrá de pagar ojo por ojo y diente por diente. Así sucede aquí, con una variante: la directora ha querido contarnos, según dice, una historia de amor. Que dicha historia incluya a un hombre que amaba tanto a su hijo que lo vestía de mujer es lo de menos; lo de más es asistir a una película que supuestamente es feminista, pero en la cual la actriz tuvo que someterse a toda clase de vejaciones. Titane se vende como “premiada en Cannes” pero en realidad es como un episodio perdido de American Horror Story. Hilarante, eso sí.

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ANTESALA

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ESCOLIOS

POESÍA

Campo de refugiados ALFREDO PÉREZ ALENCART

Y estos niños ¿qué combate perdieron sin haberlos provocado? Mujeres que solo esperan para enterrar a sus criaturas. Pues yo miraba ancianos entre el polvo o el barro de esos laberintos, hombres enfermos que ya ni cuentan lo que han vivido. Otra vez la gente agolpándose en el centro de mi corazón, otra vez la humanidad sin entonar su mea culpa. Poema incluido en El sol de los ciegos (Vaso Roto, 2021).

EX LIBRIS

Saraswati/ EKO

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Filosofía felina ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

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@Sobreperdonar

ace muchos años, cuando el gato de la familia desapareció, mi madre acudió diariamente a la iglesia de San Miguel a pedir desesperadamente el milagro del retorno de la mascota, el cual, tras seis angustiosos meses, se concretó. El afecto entre animales como el gato y el humano es prodigioso por el grado de confianza, intimidad y apego que puede darse entre dos especies tan contrastantes. Con el amor a los animales, especialmente al enigmático gato, la humanidad vuelve a un jubiloso animismo, en el que se desvanecen diferencias y jerarquías zoológicas y se establece un vínculo resplandeciente y concreto con nuestra más profunda naturaleza. John Gray, un original y controvertido pensador inglés que ha criticado implacablemente los modernos mitos ideológicos, utiliza ahora su afición gatuna para hacer una reflexión sobre los límites de la moral humana y el provecho de observar a otros animales. Para Gray, la creencia en la racionalidad y la benevolencia humana, llevada a sus extremos, puede conducir a la deshumanización y la barbarie. Por eso, en sus libros recurrentemente prescribe la humildad y el sentido de las proporciones con respecto a las capacidades de perfectibilidad de la especie. En Filosofía felina. Los gatos y el sentido de la vida (Sexto Piso, 2021), Gray hace una imaginativa interpretación de la “filosofía” de este felino y la contrapone a muchas actitudes humanas. Provistas sus necesidades esenciales de seguridad y alimentación, los gatos son seres despreocupados y cómodos consigo mismos que se sumergen en los goces más sencillos e inmediatos. Sin perder su independencia y su condición abismalmente salvaje, estos animales se las han ingeniado para convivir estrechamente con los humanos. Aparte de los servicios prácticos que ofrecen (matar ratones y otras plagas), los gatos con su presuntuosa serenidad (excepto cuando están en celo) contagian sosiego a los humanos y esa es una de las principales razones de nuestro apego a ellos. Entre digresiones filosóficas y crónicas de amor entre gatos y humanos (la conmovedora relación entre un corresponsal de guerra estadunidense y un gato vietnamita, la devastadora pérdida del gato de la escritora Mary Gaitskill, las voluptuosas relaciones entre humanos y gatos en las narraciones de Colette, Highsmith o Tanizaki), Gray construye una extraordinaria pieza ensayística que transita entre la reflexión ética, la crítica a la ideología y el homenaje gatuno. Gray insiste en que la humanidad no es intrínsecamente superior a otras especies y en que nuestros instintos y apetitos a menudo se disfrazan de razón y altruismo. Así, la Filosofía felina resulta, ante todo, un pretexto para ridiculizar los histrionismos filosóficos y las utopías y para sugerir que un auténtico humanista no es un fanático del progreso infinito de la especie, sino un ser un tanto escéptico y misántropo, que se hace pocas ilusiones acerca de su propio género y sabe aprender de sus otros amigos, los animales.

John Gray insiste en que nuestros instintos a menudo se disfrazan de razón

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Celebramos 100 años del autor de La letra e con las voces de Juan Villoro y An Van Hecke, y un ensayo sobre su poder fabulador

Augusto Monterroso: maestro de la parodia

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GUADALUPE ALONSO CORATELLA FOTOGRAFÍA ARCHIVO RICARDO SALAZAR

ace 100 años, el 21 de diciembre de 1921, nació Augusto Monterroso en Tegucigalpa, Honduras. Nacionalizado guatemalteco, se exilió en México desde 1956, donde vivió el resto de su vida. Aquí escribió la totalidad de su obra, conformada por textos breves impregnados de una profundidad inmensa. El escritor Juan Villoro, discípulo de Tito Monterroso, y la académica de la Universidad KU Leuven, en Bélgica, An Van Hecke, recuerdan a este gigante de las letras, “uno de los autores más humorísticos de la literatura latinoamericana, un autor que se vale de la sátira, la parodia, la ironía, para enfrentarse a un mundo triste y complicado”, apunta la investigadora. Juan Villoro, quien asistió al taller de cuento que impartía Tito en la Capilla Alfonsina, recuerda: “Cuando todos nos callábamos, Monterroso decía: ‘Qué bonito es ser feliz’. Era un hombre que vivía en estado de plenitud. No lamentaba el no ser más fecundo, se burló de sí mismo como autor escaso y asumió la vida como una magia extraordinaria. Por supuesto vivió circunstancias difíciles: la represión política —estuvo detenido por sus convicciones políticas—, padeció el exilio. Se fue primero a Chile, donde conoció a Pablo Neruda, y luego vino a México. Fue una persona que enfrentó los claroscuros de la vida, pero en él encontramos la bonhomía del sabio que vemos en los grandes filósofos —Sócrates, Montaigne— o en escritores como Cervantes, que tienen el temple de soportar las adversidades con gran sentido del humor.

Presentamos este apócrifo monterrosiano, que en 2022 será publicado en el libro homenaje que prepara Paqui Noguerol en Salamanca

Las ilusiones perdidas JAVIER PERUCHO FOTOGRAFÍA FOTOTECA MILENIO

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Para Francisca Noguerol

l atardecer, Míster Taylor intercedió con el tipógrafo para que el libro mayor de la Oveja Negra, Viaje al centro de la fábula, fuera estampado con la tinta bruna de su imprenta. La Oveja Negra, sin embargo, con esas mismas fábulas se lo impedía. En alianza, o cruzada política —váyase a saber cómo piensan los animales—, la vaca, el zorro, el lobo, la sirena y demás pájaros de Hispanoamérica conciliaron con ella, parlamentaron hasta el anochecer y, después de convencerla, apoquinaron los honorarios del impresor para que publicara el dicho volumen entre sus Obras Completas e incluyera en el mismo tiro otros cuentos. Lo demás es silencio, restos de una letra, E, zumbido de moscas y hablillas de la servidumbre. Mientras el cajista ordenaba la tipografía, la Oveja Negra sollozaba a orillas del río Mapocho, desconsolada por ese movimiento Monterroso tenía eso, era un sabio”. “El tema del exilio es complicado”, señala Van Hecke. “Él veía con escepticismo la identidad nacional, los pasaportes, las fronteras. Tenía conflictos con el concepto de exiliado. Yo prefiero verlo como peregrino, viajero, alguien en constante movimiento. Era inquieto, siempre viajando, como la mosca”. Juan Villoro añade: “No en balde escribió un libro que se llama Movimiento perpetuo donde trataba de demostrar que la vida está hecha de una danza de las ideas. La vida tiene que ver con la poesía porque sentimos

perpetuo hacia la palabra mágica, profesada por los buscadores de oro. La misma palabra que dio sustento a las ilusiones de los niños, los ancianos, las prostitutas, los inválidos, las abuelitas que cruzan la calle, los poetas y demás causas perdidas.

muchas cosas; con el ensayo porque pensamos muchas cosas; con la novela porque tenemos muchas historias, pero el poema es algo más, un movimiento perpetuo”. A Monterroso se le ubica como autor de cuentos, aunque se acercó a diversos géneros. “No quería repetirse”, dice Van Hecke, “si publicaba cuentos, el siguiente libro era de fábulas, luego ensayos, una autobiografía, una novela que no es novela, un libro de dibujos. ‘El dinosaurio’, por ejemplo, ha sido etiquetado como cuento porque está en un libro de cuentos; como fábula, porque hay un

animal; como anticuento, porque no es un cuento. Incluso se tomó por un poema y el propio Monterroso dijo que era una novela, que simplemente tomó unas tijeras y cortó el principio y el final”. Juan Villoro señala que “Italo Calvino lo consideró el mejor ejemplo en cuanto a brevedad en la literatura. Es un texto de siete palabras: ‘Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí’. En esencia, lo que nos da Monterroso es el final sorpresa de un cuento que no existe. El lector tiene que imaginar lo que ocurrió antes. Es un gran ejemplo de brevedad, pero esa brevedad dura mucho. Los textos de Monterroso son cortos, sin embargo, nos hacen pensar una y otra vez”. “Dialogar con Monterroso es dialogar con muchos otros autores”, dice Van Hecke. “Para él, la literatura se hace con la literatura. Casi no hay una frase o un párrafo sin una referencia implícita o explícita a otro autor, pero no los considera influencias ni modelos, sino cómplices, guías. He hecho algunos estudios sobre la intertextualidad con autores mexicanos, guatemaltecos o los clásicos: Heráclito, Zenón, Kafka, Cervantes, pero es una mínima porción del universo monterrosiano. Se dice que la literatura de Monterroso es como un laberinto, una selva o un jardín. A mí me gusta la imagen del viaje porque refleja el movimiento, la literatura como un viaje”. Juan Villoro destaca que “Monterroso se preciaba de ser autodidacta y de no haber leído jamás un libro por obligación. Ejerció una lectura hedónica, totalmente placentera. Al mismo tiempo, decía que las personas son más importantes que los libros y que nuestras historias deben estar hechas de gente, no de libros. Nos hizo conscientes de que la lectura es una forma de la felicidad, la ejerces cuando puedes, y cuando no…


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te dedicas a otra cosa. Era un hombre sabio, nunca pretendió ser algo que no era, jamás quiso convertirse en personaje”. Entre los autores más cercanos a Monterroso, An Van Hecke menciona a Kafka. “Realizó un estudio sobre ‘La cucaracha soñadora’, una fábula muy breve donde se infiere la presencia de Gregorio Samsa. Hay un ensayo, ‘La metamorfosis de Gregor Mendel’, y un dibujo donde aparece un personaje sentado en su sillón. Probablemente es Gregorio Samsa. La metamorfosis es un tema fundamental en Monterroso, Ovidio fue una de sus referencias. Por otro lado, está el Quijote, sin duda uno de los hipotextos más importantes en su obra. Le interesa estudiar ediciones críticas. Se obsesiona con el estudio de las notas, todo lo que está al margen le atrae incluso más que el texto. En una entrevista dijo que él tenía un ejemplar de el Quijote en cada habitación de su casa para poder leerlo constantemente y memorizar

fragmentos. Era como si el Quijote viviera con él y con su esposa Bárbara Jacobs, como si fuera parte de la familia. También vemos el impacto de Cervantes y esto se refleja en la tristeza, la melancolía. Tito se refiere mucho al Cervantes pobre y ve en el Quijote al antihéroe, la figura del fracaso”. “Como todo gran escritor —dice Villoro—, renovó a los clásicos. Escribió fábulas después de Esopo y de La Fontaine. Era un autor que de pronto anotaba en un papel algo y si se le perdía no le importaba gran cosa. De estos papeles perdidos fue estableciendo una estrategia dispersa para integrar algunos libros. Escribió libros autobiográficos como Los buscadores de oro, un diario como La letra e, donde apuntaba sus vivencias, sus lecturas, Lo demás es silencio, una novela fragmentaria, y así sucesivamente. Concluyó una obra bastante amplia a partir de todos esos fragmentos que fueron creando un tejido muy elocuente y

donde siempre pedía la complicidad del lector, porque la escritura fragmentaria tiene que ser conectada por la inteligencia de quien está del otro lado de la página”. Van Hecke agrega: “El lector tiene que llenar los huecos, como un cómplice que puede seguir inventando y creando”. Monterroso fue un maestro de la parodia, la caricatura, el doble sentido, y encontró en el lugar común un motivo para hacer literatura. Juan Villoro lo describe como “un moralista en el mejor sentido de la palabra. Quiso ilustrar al género humano y lo reflejó a través de las costumbres de los animales. En La oveja negra, como en otras fábulas, más que criticar los hábitos humanos, los exhibe. En este sentido era un moralista con empatía por las carencias o limitaciones del ser

El escritor guatemalteco, quien nació el 21 de diciembre de 1921.

“Los grandes autores revelan que no hay nada tan singular como lo cotidiano”: Juan Villoro

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humano y, al mismo tiempo, ejerció una ironía sobre sí mismo que es una de las principales labores de un autor irónico. Esta mirada, a un tiempo crítica pero comprensiva, determinó tanto sus fábulas como los demás textos que escribió. Uno de sus atributos fundamentales fue el sentido del humor y lo que nos revela es que somos criaturas risibles. Podemos tener pensamientos sublimes, pero también tenemos un retortijón y eso nos convierte en personas extrañas, cuestionables, frágiles. Monterroso supo captar esta doble dimensión del ser humano: la persona que aparentemente tiene grandes ideas y, sin embargo, es vulnerable. Ahí es donde opera esa doble faceta, indagar en la condición moral del ser humano y, al mismo tiempo, ejercer el sentido del humor. Se trata de que el humor te revele algo que no conocías, que active tu intelecto, y si eso además te da risa, pues qué mejor“. En las fábulas de Tito la mosca juega un papel preponderante. An Van Hecke dedica todo un capítulo al estudio de “este animal insignificante que él convierte en un símbolo literario. Lo vemos en los epígrafes de Movimiento perpetuo. Él explica que su intención era crear una antología de la mosca pero nunca lo logró; entonces hace un viaje por la literatura universal guiado por todas esas moscas. Es magnífico porque en las fábulas hay conejos, leones, tortugas, pero nunca una mosca; sin embargo, Monterroso la incluye en su fauna. También tiene el concepto de las frases-mosca, las frases que no dicen nada; una frase mosca es caótica. Tiene siempre estos dilemas, estas paradojas, caos y orden. Es un autor en constante búsqueda”. “Los grandes escritores reinventan la realidad”, afirma Villoro. “Monterroso, por ejemplo, dijo que la literatura tenía temas esenciales como el amor, la muerte y las moscas. Decía que las moscas son eternas, están con nosotros todo el tiempo; entonces, a partir del tema de la mosca, reinventa la realidad. Creo que los grandes autores nos revelan que no hay nada tan mágico, tan singular, como lo cotidiano y esa fue una de las virtudes de Tito, aunque en algunos de sus textos, por ejemplo, en La oveja negra, no está hablando de nuestra cotidianidad, sino de otra, la de los animales, que curiosamente se parece mucho a la nuestra. Su literatura está llena de paradojas, por ejemplo, tiene una fábula en donde habla de lo que significa irse al cielo y dice: ‘El cielo es un lugar muy agradable, hay buenos amigos, hay bebidas, cosas muy atractivas, pero el gran problema de irse al cielo es que desde ahí el cielo no se ve’. Es algo que te deja pensando y te obliga a interpretar”. “Leer a Monterroso —dice Van Hecke— es un aprendizaje de vida. Es casi un filósofo; te abre un mundo, te hace reflexionar”. Para Villoro, “volver a Monterroso es descubrir aspectos distintos del autor, pero sobre todo de nosotros mismos. En las fábulas de La oveja negra uno va reconociendo a sus parientes. Algunos todavía no están ahí, pero denles un tiempito y todos acabarán siendo personajes de La oveja negra”.

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ENSAYO

Un relato camaleónico, un ensayo que fabula

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icciónsobreficción,Augusto Monterroso se retrata a menudo en sus libros como un escritor renuente al que sus amigos orillan a publicar: “mi amigo me hizo acudir a su oficina […] y una vez ahí me dijo […] que si en los próximos treinta días yo no le presentaba los originales del volumen en cuestión, me despediría” (“Mi primer libro”, Literatura y vida, 2004); o como un hombre al que seres infames constantemente abruman con la exigencia de una nueva publicación: “Varios amigos me preguntaban: ¿cuándo publicas otro libro? Pacientemente he reunido los textos aquí incluidos. Si a estos amigos no les gustan, pueden culparse únicamente a sí mismos, pues yo siempre les decía: ¿para qué?” (La vaca, 1998); o acaso como un sujeto bonachón y bromista que acepta coleccionar un puñado de escritos para saciar ese reclamo y congraciarse con los suyos: “Me gustó la idea de reunir en un libro textos misceláneos que tuvieran cierto valor literario para entretener un poco a mis amigos” (Viaje al centro de la fábula, 1981). Sea lo anterior un mito o la simple media filiación del personaje que todo escritor se construye, Monterroso agrupa en unos cuantos breves volúmenes — obligado quizá por esos amigos fantasma— los textos que erigen su menudo y a la vez gigante monumento: Obras completas (y otros cuentos), La oveja negra y demás fábulas, Movimiento perpetuo, Viaje al centro de la fábula, Lo demás es silencio, La palabra mágica, La letra e, Los buscadores de oro, La vaca, Pájaros de Hispanoamérica y, de manera póstuma, Literatura y vida. Y aunque algunos de ellos se clasifican tajantemente como cuentos, fábulas, novela, memorias o ensayos, otros —la mayoría— parecen flotar entre géneros y constituirse como el sello de la casa: la miscelánea o el almanaque. Se sabe, todo intento de abordar el legado de un escritor es una reducción, el ensayo de una miniatura para apreciar desde otra perspectiva un acontecimiento. Por tanto, como si se hiciera uso de una falsa herramienta, tal vez resulte aventurado confinar el trabajo de Monterroso a dos grandes rubros, la ficción y el ensayo, pues es posible que con su obra suceda lo mismo que con la de Jorge Luis Borges: cuando se trata de separar la obra narrativa de sus ensayos aparece el problema de dónde colocar sus textos ensayísticos sobre libros ficticios y dónde sus relatos disfrazados de textos críticos. No existe una solución satisfactoria para los entusiastas del casillero y la etiqueta. Sin embargo, como un intento de zanjar el asunto, el autor de “El dinosaurio” dejó algunas líneas que podrían

ALEJANDRO ARTEAGA FOTOGRAFÍA ARCHIVO RICARDO SALAZAR

Augusto Monterroso y Rubén Bonifaz Nuño, uno de sus mejores amigos.

investirse en los fragmentos de una poética cuyos sentidos convergen, una preceptiva que retrata con fidelidad sus ejercicios de escritura y nos permite tomar aire. Sin más: un relato camaleónico y un ensayo que fabula. Así, en su texto “El árbol”, aparecido en el libro La vaca, escribe sobre el cuento: “Con frecuencia me pregunto: ¿qué pretendemos cuando abordamos las formas nuevas del relato, del cuento, corto, breve o brevísimo? ¿De qué manera enfrentamos esa vaga o tajante indiferencia de lectores y editores hacia este género inasible [...]? Sé que de muy diversos modos: transformándolo, cambiando su sentido, su configuración; dotándolo de intenciones diferentes, a veces reduciéndolo sin más al absurdo, y aun disfrazándolo: de poema, de meditación, de reseña, de ensayo, de todo aquello que sin hacerlo abandonar su fin primordial —contar algo—, lo enriquezca y vaya a excitar la imaginación o la emoción de la gente”. Algunos de sus mejores relatos, “Míster Taylor”, “Primera dama”, “Leopoldo (sus trabajos)”, “Movimiento perpetuo”, “Sinfonía concluida” o “De lo circunstancial o lo efímero”, son narraciones clásicas atravesadas con frecuencia por la ironía que difícilmente

Tal vez resulte aventurado confinar su trabajo a dos grandes rubros, la ficción y el ensayo

mudan de soporte aunque se imbrican de recursos heterogéneos. Más allá de su alta calidad, la prosa camaleónica que en realidad forja su estilo aparece no en el relato “El dinosaurio” o “Vaca” —que solo lo prefiguran— sino en las fábulas. Esas fábulas, además de actualizar y revertir un género, sirven de perfecto aparador para el humor y la sátira que el autor deslizará en sus posteriores ensayos, varia invención y sobre todo en su novela Lo demás es silencio, donde registros de distinto carácter —testimonios, cartas, decálogos, refranes, viñetas, dibujos, ponencias, artículos, diarios, aforismos, dichos o apotegmas— abonan al relato de la vida y la obra del escritor Eduardo Torres en San Blas. Más allá, el sitio donde las rutas se cruzan para bien y nos permiten vislumbrar el secreto de la prosa monterrosiana lo encuentro en el texto “Cervantes ensayista” (Literatura y vida, 2004), en el que además de presentar sus armas, el autor define lo que debería ser el ensayo creativo para cualquiera que se apreste a escribirlo: “Ensayo, sabe usted, [es] un texto más o menos breve, muy libre, de preferencia en primera persona, sobre cualquier cosa […], escrito en tono aparentemente serio pero idealmente envuelto en un vago y ligero humor y, de ser posible, en forma irónica, y preferible si autoirónica, sin el menor afán de afirmar nada concluyente; y si de lo expresado en él se desprende cierta melancolía

o determinado escepticismo respecto del destino humano, mejor; y si una digresión se desliza aquí o allá, mejor que mejor, pues la libertad de pasar de un punto a otro sin excusas ni rebuscamientos, y hasta de interrumpirse y olvidarse (o hacer como que uno se olvida) de por dónde va, puede ser lo que venga a dar al ensayo ese encanto parecido al que se desprende de una conversación inteligente”. En esta convergencia se presenta y aclara la maniobra del guatemalteco para su prosa no deliberadamente narrativa. A saber, una “conversación inteligente” y desenfadada, una charla natural donde aparecen y se entremezclan asuntos que amplían, detallan, bifurcan, comentan y distraen para presentar de una manera amena las obsesiones, las manías, las memorias desgajadas de una personalidad curiosa, falsamente humilde, aunque sorprendentemente lúcida y cultivada, que no pretende aleccionar ni concluir sino provocar, seducir, inspirar; un ensayo sin disculpas ni credos, un ensayo libre de desviar su rumbo e incluso de inventar sus fuentes, construir un misterio o timar a su lector más querido. En resumen: un ensayo que fabula. Y si uno se da a la tarea de indagar los asuntos de varios de sus ensayos en Movimiento perpetuo, La palabra mágica, La letra e, La vaca o Literatura y vida, nos parecerán pronto un catálogo de temas dispares que abren sus puertas a la imaginación: el seudónimo, las pulgas, la rareza del libro propio, la exportación de cerebros como solución financiera, célebres errores literarios, la biblioteca del pobre, las costumbres de una nueva soltería, los sueños del latín, el árbol de temas para un cuento, la traducción de títulos, las influencias sin fin, buena y mala suerte de los libros, novelas sobre dictadores, las batallas contra la solemnidad, los palíndromos y juegos de palabras, los obituarios, las consecuencias benéficas y maléficas de un encuentro con Borges, maneras de deshacerse de los demasiados libros, o la estatura de los escritores y la brevedad. Torre de Babel de los géneros para un escritor a la fuerza, apuntes misceláneos, palíndromos inadvertidos, fábulas sin moral, crueles divertimentos, avisos sin ocasión, recomendaciones infundadas, descabellados aforismos, sátira fronteriza y marginal ironía, una lluvia ácida de frases resulta útil para el asedio de una obra que escapa al análisis rutinario, la de Augusto Monterroso, un hombre que habría cumplido cien años el 21 de diciembre de 2021 y quien también se extrañaba de la fascinación de hombres y mujeres ante el sistema decimal.

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CIENCIA

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Interpretación de un reloj basado en núcleos de átomos.

DESMETÁFORA

Relojes nucleares La medición aguda del tiempo permite construir mecanismos cada vez más precisos

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ay días que nunca existieron. En febrero de 1582 el papa Gregorio XIII decretaba un nuevo calendario para sustituir al Juliano. Su afán por la precisión tenía un costo y ese mismo año varios días de octubre desaparecieron en Italia, Polonia, Portugal, España, para luego ser borrados de la historia. Según el decreto, el día siguiente del jueves 4 de octubre pasó a ser viernes 15, de manera que los diez días intermedios nunca existieron. Nada pudo ocurrir en esas fechas; nadie nació, nadie murió y nadie preguntará jamás por lo acontecido en los días fantasmales del siglo XVI. Y es que 46 años antes de nuestra era, el emperador romano Julio César había encargado al astrónomo alejandrino Sostigenes la elaboración de un calendario. La cuenta de los días llevaría el nombre del emperador en los siglos por venir, la duración del año se fijaría en 365 días y seis horas ab Urbe condita, es decir: desde la fundación de Roma. El cálculo resultó ser asombrosamente exacto si consideramos lo rudimentario de los instrumentos de la época. El margen de error era de tan solo 11 minutos y 9 segundos al año, es decir, menos de un segundo por día. Con el fin de evitar complicaciones, se tomó entonces al año con una duración de 365 días. Sin embargo, con

GERARDO HERRERA CORRAL gherrera@fis.cinvestav.mx FOTOGRAFÍA PHYSICS

el pasar de los siglos los años julianos habían provocado que el equinoccio de primavera se adelantara en diez días y eso tergiversaba las celebraciones de Pascua. La inter gravissimas decretada por el papa Gregorio puso fin al creciente desplazamiento del inicio de la primavera y el día de Pascua de resurrección. Uno pensaría que estas son historias distantes, curiosidades del pasado tan apartadas de nosotros que solo se las encuentra en los libros porque ahora tenemos control del tiempo. Uno pensaría que no necesitamos recurrir a medidas tan drásticas como la desaparición de los días; y, sin embargo, actualmente debemos hacer correcciones del mismo tipo porque los errores se acumulan como lo hacían entonces. Es cierto que hemos aprendido a medir el tiempo con precisión extraordinaria, pero también que es necesario añadir fracciones de segundo de vez en cuando con el fin de igualar los días solares con la oscilación regular de los átomos de Cesio, que son usados desde 1967 para medir el paso de los segundos. Ahora la precisión atómica nos

En este año 2021 no fue necesario añadir un segundo intercalar para compensar

permite medir la diminuta impuntualidad de los días utilizando el salto de los electrones que pasan de un nivel de energía a otro en los átomos. Una alteración de este tipo puede ser provocada con luz láser cuando la frecuencia del haz es la necesaria para que ocurra. La medición de los cambios de energía de los átomos nos permite determinar el tiempo con precisión insólita, pero cuando de exactitud se trata buscaremos siempre la manera de incrementarla. Los avances científicos recientes nos hacen pensar que pronto podríamos tener relojes nucleares que alcanzarán una concisión aún mayor. Los núcleos de los átomos están formados por protones y neutrones apiñados con un cierto orden. Estos también ocupan ciertos niveles de energía y los relojes del futuro podrían hacer uso del salto entre niveles nucleares de manera parecida a como lo hacen los relojes atómicos con los electrones de los átomos. El problema hasta ahora ha sido que los niveles de energía de los núcleos son muy altos, de manera que inducir, estimular y controlar los cambios energéticos en el núcleo atómico requeriría de luz láser con energías inalcanzables. Este hecho natural tiene una excepción: el elemento químico metálico llamado torio.

De manera extraordinaria el átomo de torio tiene dos niveles de energía en el núcleo que son muy cercanos entre sí. Eso permite que un láser pueda excitar el núcleo de manera controlada. Un reloj que se base en la transición de energía del núcleo es menos sensible a las perturbaciones externas y por lo mismo sería más estable que el mejor de los relojes atómicos. La medición aguda del tiempo no solo permite construir calendarios más precisos, también posibilita entender mejor el movimiento del planeta y mantener los relojes sincronizados. Cronómetros exactos proporcionarán mayor precisión a los sistemas de navegación GPS, harán posible la medición de las constantes físicas fundamentales, pondrán a prueba la teoría de la relatividad general y mejorarán la búsqueda de materia oscura que eventualmente distorsionaría el tic tac del minucioso reloj. En este año 2021 no fue necesario añadir un segundo intercalar para compensar como se hizo en 2016. Tampoco será necesario restar un segundo, aunque la Tierra gira con mayor rapidez desde hace varios años. En la actualidad no desaparecen días del calendario como en los tiempos de Gregorio XIII, pero de vez en cuando aparecen como regalo o nos arrebatan sin resquemor un segundo de vida.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.

18 DE DICIEMBRE 2021

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TOSCANADAS

Bienaventurados los glotones DAVID TOSCANA

L

aOdiseaesunacelebración del comer y beber. Telémaco cuenta sobre los pretendientes de su madre que “nos degüellan los bueyes, ovejas y cabras lozanas, al banquete se dan y se beben el vino espumoso sin mesura y sin cuenta”. Él igual goza cuando le toca ser huésped de Néstor. “Al banquete los sentó sobre blandos vellones… les dio sus raciones de entrañas, el vino les vertió en una copa de oro”. La historia continúa con asadores en la playa para comer lengua, lomo, tasajo, muslo de res, y celestiales vinos añejados hasta once años. El gozo por la buena comida ha existido desde tiempos remotos. Plutarco habla de Lúculo, el más famoso de los gourmets antes de Cristo; y sabemos que a Cristo también le gustaba el buen comer y buen beber, por lo que le llamaban comilón y hacía milagros dignos de un mesiánico sommelier. Me gustan los antiguos libros de cocina que celebran los placeres de la

mesa. Más allá de los clásicos de Brillat-Savarin y Pellegrino Artusi, o ya en el siglo XX los de Curnonsky, alias el Príncipe de los Gastrónomos, mis preferidos son los tomos del Almanach des gourmands, que Grimod comenzó a publicar en 1804, repletos de recetas, anécdotas, deberes del anfitrión, sabiduría culinaria, y lo que él llama morale et politesse gourmande, siempre con inteligencia, cultura y humor, y todo como parte del savoir-vivre. Una cena para cualquier día de diciembre incluye camarones grises, consomé con profiteroles, rodaballo en salsa holandesa, turnedós a la Choron, pichón a la polonesa, lomo de liebre, ensalada italiana, velouté de espárragos, manjar blanco con almendras, además de los vinos más pertinentes y los licores finales. Estos cuatro glotones vivieron al menos veinte años por encima de la expectativa de vida en su momento. Por suerte no había nutriólogos en sus épocas.

El gobierno de España acaba de publicar el peor recetario de la historia, más infame que aquellos que se publicaban en la Unión Soviética. Con el título de Comida rápida, barata y saludable, dicen que ha de servir “como herramienta para combatir el sobrepeso y la desigualdad”. Evidencia una promoción del veganismo y de paso busca matarle a los españoles la poca alma que les queda. Nada hay en este libro sobre el savoir-vivre. Es difícil elegir el peor plato. ¿Carpaccio de remolacha? ¿Falso sushi de pepino? ¿Alubia confetti? ¿Olleta de arroz? Son cosas que no se come un perro. Si en una prisión siguieran tales recetas habría un motín. Me acordé otra vez de la Odisea. Circe convierte a los marinos de Ulises en cerdos. “Al mirarse en su encierro lloraban y dábales Circe de alimento bellotas y hayucos y bayas de corno, cuales comen los cerdos que tienen por lecho la tierra”.

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BICHOS Y PARIENTES

El origen de todo

H

ace un par de meses salió el libro de David Graeber y David Wengrow que venía haciendo ruido. Desde el título: The Dawn of Everything: A New History of Humanity (Los orígenes de todo: una nueva historia de la humanidad). Tristemente, Graeber murió el año pasado, a los 59 años. Fue un autor prolífico, brillante y un tanto descosido. Quizá haya sido más famoso por su activismo político, como organizador del movimiento Occupy Wall Street. Y en eso se parece a Chomsky: en ambos se instaló un atarantamiento político, mezclado con una obra teórica de gran calado. La filosofía del lenguaje de Chomsky es uno de los pasajes brillantes del pensamiento reciente; lo poco que conozco de la obra de Graeber (Fragmentos de una antropología anarquista y Trabajos de mierda) es más disparejo, un claroscuro con luces muy brillantes y muchos tramos de oscuridad sin misterio. De David Wengrow, éste es el primer libro que veo, pero en sus entrevistas (en YouTube hay muchas) resulta un arqueólogo inteligente que, por temor o convencimiento, parece ceder con frecuencia a la moda de las correcciones políticas. Como sea, este nuevo libro tendrá que aparecer pronto en español, porque vale mucho la pena... incluso con las molestias que pide al lector. Sobre todo su crítica primera y de arranque: ese mito que supone que la humanidad pasó de unas tribus de cazadores-recolectores (el comunismo inocente original) a la división y jerarquías, merced a la propiedad privada y la agricultura. Al parecer, los irrita el dilema entre las versiones vulgares, tanto de Hobbes (la vida en estado natural se da “sin artes, sin letras,

JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA PAUDAL

sin sociedad, y lo que es peor, el miedo continuo y el peligro de muerte violenta: y la vida del hombre, solitario, pobre, desagradable, brutal y breve”), como de Rousseau (que no logra explicarse “por qué encadenamiento de prodigios pudo el fuerte decidirse a servir al débil, y el pueblo a comprar una tranquilidad ideal al precio de una felicidad real”). Ese dilema, dicen con razón Graeber y Wengrow, está muy mal planteado: las sociedades han sido mucho más imaginativas, dadas a

Al parecer, les resultan ricas las mitologías de los pueblos intocados por la modernidad

experimentar, ávidas de cambios y retornos, de lo que deja ver esa estrecha rendija teórica. Gran punto, aunque resulta curioso que un antropólogo y un arqueólogo usen despectivamente el término de “mito”. Al parecer, les resultan ricas las mitologías de los pueblos intocados por la modernidad, pero desprecian la propia —es verdad que rota— mitología de las sociedades modernas, con lo cual, aunque sea parcialmente, muestran que incurren en lo que refutan. No les habría venido mal esa lección de Eliade, a quien admiran, o Roland Barthes, que no aparece citado en el libro. Dejo ver que me han hecho enojar. Pero también, y más, los celebro. Su voluntad de hacer “mejores preguntas” lleva por un derrotero que requiere la cautela del lector, para

El arqueólogo David Wengrow y el antropólogo David Graeber.

no extraviarse, porque, en efecto, el desmedido título del libro se cumple en intento. Primero, no incurren en la ingenuidad de suponer a las sociedades como una evolución en la intelección, o la ética, o las capacidades. Bien saben que cualquier persona, de cualquier época, está igualmente equipada, moral e intelectualmente, que cualquiera otra. Se solazan con la historia del jefe hurón Kondiaronk (1649–1701), hombre notable, admirado por su retórica forense y la agudeza en sus debates, cuyas estratagemas envolvieron a otras tribus y a los franceses en una política que no lograron descifrar. Interpretan bien las estratagemas de Kondiaronk y subrayan en su caso lo mismo que habían señalado Lévy-Strauss (no hay lenguajes primitivos), Piaget (los niños adquieren el lenguaje como estructura completa, no juntando piezas e imitando), Pierre Clastres (las sociedades indivisas carecen de Estado porque quieren, no por incapacidad). El hecho es que la sociedad política, como el lenguaje, existen ya echados a andar. Por ejemplo, el niño que comienza a hablar y dice “yo sabo”: no es una imitación: nadie en su familia habla así. De pronto, el lenguaje ya está ahí, organizado. Lo descubrimos solamente porque el “error” (conjugar un verbo irregular como si fuera regular, ¿es de veras un error?) llama la atención sobre la organización mental. Es decir: no hay sociedades en situación de infancia; no hay política ingenua; no hay “pueblo bueno”. Solamente humanos en forma completa. La ingenuidad de considerar primitivos o infantes a otros es un retorcimiento narcisista. Ya por eso habría que leer este libro.

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