Suplemento cultural de MILENIO
LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE
EL ATLAS DE PANDORA
FERNANDO ZAMORA
IRENE VALLEJO
Aquel Nápoles de Sorrentino
El silencio y otros aullidos Foto: Netflix
Ilustración: Román
SÁBADO 25 DE DICIEMBRE DE 2021 AÑO 18 - NÚMERO 967
Historias alrededor del fuego navideño Lourdes Laguarda, Yesenia Cabrera, Claudia Cabrera Espinosa, Atenea Cruz, Ana García Bergua/ FOTOARTE: LUIS M. MORALES
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ANTESALA
25 DE DICIEMBRE 2021
DOBLE FILO
Fábulas de Monterroso
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FERNANDO FIGUEROA
l 21 de diciembre se cumplieron cien años del nacimiento de Augusto Monterroso, quien llegó al mundo en Tegucigalpa, Honduras; luego adquirió la nacionalidad guatemalteca y vivió exiliado en México de 1944 hasta su muerte en 2003. En 2000, año en que recibió el Premio Príncipe de Asturias y el PRI perdió la presidencia, lo entrevisté para Milenio Semanal. Me dijo que se había acostumbrado a que su famoso microrelato (“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”) se hubiera relacionado desde muchos años atrás con el entonces partido en el poder. Agregó que, como exiliado, no quería “echarle mucha sal a la herida”. Insistí: ¿Pensó que viviría para ver al PRI derrotado? Respondió: “Como dicen los políticos, todo puede suceder en la democracia”, y soltó una risita. Le dije que con el PAN podía surgir un Míster Taylor, el gringo de uno de sus cuentos que se enriquece exportando cabezas humanas reducidas por los jíbaros. Contestó: “Ese texto se ubica en 1944, cuando salí de Guatemala por presiones de la dictadura militar, a la que yo combatía en el periódico clandestino El Espectador. Guatemala vivió una larga guerra para que los terratenientes entendieran que los indígenas son seres humanos, pero ahí aún existe resistencia al cambio”. Mencioné que, en sus fábulas, los animales aman la política y la literatura. Replicó: “Las fábulas satirizan las actitudes de los seres humanos, y los políticos y los escritores están expuestos a ese tipo de crítica. Yo puse al león no como rey sino como presidente, y al intelectual como un mono que quiere el puesto del político”. Le comenté que sus fábulas dejaban la sensación de que el mundo es como es y no como uno quisiera. Contestó: “Eso es lo que reflejan las fábulas en general. El hombre no cambia, las cosas no cambian, se repiten. El mal triunfa sobre el bien”. Mencioné que los camaleones son personajes típicos tanto de las fábulas como de la política. Replicó: “Por supuesto, son muy pintorescos porque cambian de color de acuerdo con su conveniencia. A final de cuentas, nadie sabe de qué color son en realidad”. Le pregunté cómo llegó a la fábula. Dijo: “Sucedió al andar en busca de un género que me permitiera decir cosas que no podía expresar en cuentos comunes y corrientes. Pasé años pensando en eso y me di cuenta que la fábula era la forma que yo necesitaba”. Acerca del defecto humano que más lo inquietaba, señaló: “Defecto, vicio o pecado: la envidia. El Quijote le dice a su acompañante: ‘Todos los vicios, Sancho, traen un no sé qué de deleite consigo, pero el de la envidia no trae sino rencores y rabia’. Espero haberlo citado bien”. Al pedirle que mencionara a sus cuentistas favoritos, enumeró: “Melville, Chéjov, Faulkner, Mann, Lugones, Rulfo, Salarrué, Cortázar”. Respecto a cómo dosificaba la ironía en su literatura: “Debe usarse con mucha mesura y oportunidad; no se trata de ser un irónico profesional porque es dañino para la comunicación. El lector puede llegar al punto en que no sabe cuál es la idea que quiere transmitir el autor”. Esa fina ironía usó en su discurso de aceptación del Premio Príncipe de Asturias, cuando dijo que aprendió a ser breve en la escritura leyendo a Proust.
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Fue la mano de Dios. Dirección: Paolo Sorrentino. Italia. 2021.
HOMBRE DE CELULOIDE
Vivir es navegar
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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA NETFLIX
ine confesional. En los tiempos que corren este adjetivo indica que el narrador va a darse permiso de contar su vida sin censura, que va a extenderse en detalles morbosos. Sin pudor. Pero eso no significa “confesional”. Confesar es lo que hace Paolo Sorrentino en Fue la mano de Dios (disponible en Netflix). Se trata de una encantadora película llena del espíritu del viejo cine italiano, cuando no se había confundido aún el desparpajo con la impudicia. Fue la mano de Dios es confesional porque, habiendo llegado a la cúspide de su carrera, el director vuelve al Nápoles de su infancia para contar todo lo sucedido en torno a un accidente que lo volvió quien es. Fabio está por terminar el Liceo. Entre la posibilidad de gozar los pechos de su tía Patricia y un partido del Napoli con Maradona, Fabio prefiere esto último. Lo concluye entre risas con su hermano, un aspirante a actor que vaga por la ciudad haciendo pruebas para Fellini y Zeffirelli. Un día los hermanos se detienen asombrados. Ahí está, frente a ellos, conduciendo su auto, Maradona, el joven dios. Para explicar por qué lo es, Sorrentino se inventa a un vate que expresa: “este hombre humilló a los ingleses. Después de lo que sucedió en Las Malvinas, devolvió a
su país la dignidad”. Más adelante, cuando el accidente ha tenido lugar, el mismo vate le dice a Fabio: “te ha salvado La Mano de Dios”. Y puede que se refiera a Maradona. Después de todo, la afición de Fabio algo ha tenido que ver en que se haya salvado, pero es más factible pensar que Sorrentino entiende que la Providencia que salpica Nápoles con vírgenes, santos y pequeños monjes de la buena suerte es quien lo salvó. Esta conciencia, saber que no ha sido la casualidad lo que le ha permitido vivir, le da fuerza para seguir el consejo de otro director de cine excepcional. “Tus padres no te dejaron”, dice Antonio Capuano. “Te abandonaron, pero alégrate, ahora eres completamente libre”. Y sí, liberado del yugo de la familia a la que tanto amó, Fabio coquetea con la posibilidad de volverse un traficante y escapar en el puerto a toda máquina huyendo de la guardia costera. Coquetea con la posibilidad de enamorar a cierta actriz de teatro y confesar a Patricia su amor. Como
Venecia se planta frente a Cannes como foco de resistencia, de cordura
esto es un bildungsroman, el adolescente perderá también la virginidad y, sobre todo, ha de enfrascarse con su hermano en la siguiente discusión: “¿Lo que ha sucedido no te invita a encontrar un sentido para tu vida?” “No”, responde el mayor, “más bien me invita a tratar de ser feliz”. Pero el sentido de la vida, decían los marineros, no consiste en vivir, sino en navegar. Con todo lo aprendido, Fabio ha dejado de pensar que la felicidad es importante. Mejor vivir y dar permiso a esta locura: tratar de ser director de cine. Fue la mano de Dios arrasó en el Festival de Cine de Venecia en este moribundo año 2021. El joven actor que interpreta a Fabio (Filippo Scotti) ganó el premio Marcelo Mastroianni. Por su parte, Sorrentino ganó tanto el premio Pasinetti que otorga la sociedad de escritores de cine de Italia como el Gran Premio del jurado. Es de notar que con este premio y con el León de Plata que otorgó a El poder del perro de Jane Campion, Venecia se planta frente a Cannes como foco de resistencia, de cordura frente a los cineastas que quieren ser contestatarios sin talento y sin porqué. Lejos de la decadencia y del fuego de artificio, Venecia marca el rumbo de un cine que, a pesar de todo lo que ha sucedido, se atreve a ser emotivo y profundo.
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ANTESALA
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POESÍA
Yo te podría contar
LOS PAISAJES INVISIBLES
De Twickenham a Savile Row
JOSÉ ÁNGEL LEYVA
Tu patria son los sueños, decía mi abuela con su manual de nubes y aromas de la tierra. Me enseñó que puede regarse con éxito el silencio y entrar con ojos cerrados a los cines. Yo te puedo contar la música de fondo de un tren de amores en segunda, la historia muda donde aprendí de la derrota de los sin voz, leyéndoles los labios, a los nadie, que mueren por miles, como moscas. Yo te puedo contar lo que sentían antes de ser protagonistas. ¿Qué son los hombres en la niebla, hundidos en el frío y con el lodo al cuello, solo gusanos urgidos por el hambre? Y entonces, con tanta claridad humana, escucho al proyector pegarse un tiro. No le sangra la sien sino la imagen de flores que aprenden a hablar en el asfalto. Yo te podría contar...
EX LIBRIS
Apollinaire/ EKO
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IVÁN RÍOS GASCÓN
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@IvanRiosGascon
ada episodio dura más de dos horas y media. Es un sofisticado ensamble de escenas filmadas en 1969, con un vago toque de cinema verité. Se trata de material sobrante del documental Let It Be, dirigido por Michael Lindsay–Hogg, al que Peter Jackson dotó de un suave hilo narrativo, y en el que hay algo más que el simple registro de la rutina laboral de sus protagonistas, John, Paul, George y Ringo, sino un curioso (y caótico) cuadro costumbrista. Get Back, serie de tres capítulos que aborda la génesis del último álbum de The Beatles, Let It Be, y los embrollos para organizar, también, la última tocada en vivo del cuarteto (el legendario concierto en la azotea del edificio de Apple en Savile Row, en el centro de Londres), es lo mismo una panorámica en la que sobrevuelan los ribetes de la ruptura que inició en 1970, pero se formalizó cinco años después, que un entrañable itinerario de la inspiración creadora y sus fatigas. Fade In. Estamos en el set de Twickenham (sureste de Londres), donde Lindsay–Hogg reunió a The Beatles con miras a un largometraje de concierto, que aún no tenía proyecto definido. Ahí comienza el tour, sin magia y sin misterio, del ritmo de trabajo de un rígido, exigente Paul McCartney; un apático John Lennon, distraído deliberadamente con (y por) su rémora Yoko Ono; un George Harrison incapaz de disimular la molestia por el inveterado menosprecio de Paul y John, y un Ringo Starr jugando al hombre invisible en todas las sesiones, quizá porque, acostumbrado a mantener un bajo perfil, prefería ocultarse en los tambores para no empeorar la ya deshilachada relación entre esos egos indomables. Debido a que el álbum ha de acabarse en tan solo un mes (enero), las jornadas se tornan maratónicas, desesperantes, fastidiosas, y al mismo tiempo, divertidas, fraternales. Hay en ellas una atmósfera con cierto grado de toxicidad, de la que Peter Jackson se sirve con maestría, y en eso radica el encanto de Get Back: asistir a las discusiones para terminar una canción (“Get Back”, “The Long and Winding Road”, “Don’t Let Me Down”), al dilema de la banda luego de la renuncia de George Harrison (intentan resarcir las diferencias en casa de Ringo, conflicto que se resuelve tras una larga pausa reflexiva del desertor), a los covers de viejas rolas que interpretan para bajarse la presión, al efímero reclutamiento de Billie Preston (el quinto Beatle), a la nostalgia del viaje a la india con el Maharishi (incluye el pietaje de ese retiro que los Beatles hicieron para reencontrarse consigo mismos) y, sobre todo, al oscuro, desgastante funcionamiento del genio musical. Fade Out. El resultado es un espléndido montaje de vidas verdaderas, que contagia el fervor por las texturas sonoras; el placer de la creación, ese que oscila entre el entusiasmo por las ideas prematuras y el miedo al fracaso (las dudas de McCartney por “The Long and Winding Road”, uno de sus más poéticos tracks y que, durante un tiempo, fue despreciado injustamente, o la obsesión por retocar hasta el cansancio “Don’t Let Me Down” y “Let It Be”); el método para escribir: Lennon y McCartney anotaban las primeras estrofas y luego peloteaban el intermedio y el final. Como satélites, o decorado, el apoyo de los últimos artesanos del sonido, Glyn Johns, George Martin y Neil Aspinall, completan la puesta en escena de la inexorable conclusión no de una banda, sino de toda una generación. Get Back es una aventura fascinante, viva, conmovedora. Su poder estriba en la magnética personalidad de Paul, John, George y Ringo, sí, pero lo que le confiere un temperamento excepcional, es la música que hicieron. P.D. Desde el año anterior, soportamos la pandemia del Covid 19. La resistencia sigue, sumada a otros males como las mutaciones del virus, la polarización, la crisis del sector salud, el desempleo, la inflación, el conflicto migratorio, el desbordado poderío de la delincuencia. A pesar de todo esto, y mucho más, le deseo felices fiestas, querido lector. Que el 2022 nos pinte mejor.
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Como ya es tradición, celebramos esta temp manojo de historias en las que reconocemo y el espíritu de libertad que nos propone la
Cuentos de Navidad
Regalo sorpresa LOURDES LAGUARDA FOTOGRAFÍA SHUTTERSTOCK
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n sus nueve años de vida, Bruno había recibido muchos regalos de Navidad: cubos de madera, peluches, carritos, pelotas, robots, castillos, libros, calcetines, crayones… incluso, un perro. Pero nunca, nunca, había recibido un fantasma. Fue un error, por supuesto. Al envolver el regalo, el abuelo nunca imaginó que ese tren de colección estuviera embrujado y, más tarde, al desenvolverlo en Nochebuena, Bruno no sospechó que hubiera puesto en libertad a un ser espectral. Las primeras pistas de la
presencia del fantasma se manifestaron pronto en la casa. Una leve sacudida en las esferas del árbol. Una puerta movediza. Un par de regalos tambaleantes. Un escalofrío repentino. Una sombra pasajera en la cocina… Sin embargo, Bruno no notó las señales hasta la hora de la cena, cuando su taza de ponche de frutas se volcó misteriosamente y los cubiertos del pavo salieron volando. Pese a todo, ni el abuelo ni sus padres ni sus tíos ni sus primos parecían enterados
Sumido en la penumbra, salió disparado hasta el punto más lejano de la cama
de las fechorías del espíritu. Solo él, convencido de su existencia, miraba con pánico a su alrededor, en busca de las pistas que el ánima dejaba a su paso: la ondulación sutil de las persianas, el acorde inexplicable en el piano, el robot repentinamente animado, el cachorro jugueteando con la nada… —¿Bruno? —llamó de pronto su madre—. ¿Bruno? —el pequeño sacudió la cabeza y parpadeó un par de veces—. ¿Ya terminaste de cenar? Es tarde. Deberías ir a dormir. —Pero, mamá… —Ya pasa de la medianoche. A la cama. —Pero…
—¿Qué ocurre? Bruno se acercó a su oído y le habló en voz baja: —Me da un poco de miedo. Creo que hay un fantasma en la casa. Su madre le sonrió con ternura: —Los fantasmas no existen, mi vida. —¿Segura? —Segura. Casi tanto como que los renos no pueden aterrizar si no estás dormido cuando lleguen. Bajo la promesa de más regalos, Bruno se armó de valor y caminó a su recámara. Aún temeroso, se puso su piyama y, con la luz aún encendida, se hundió debajo del cobertor hasta quedar sepultado por completo. Una vez ahí,
resgu ojos ños, r hubie no tu to má cuart del in mido rado más l reple —¿ con l por l quiet ahí? Muer cami
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porada con un os la imaginación a literatura
uardado por la tela, cerró los con fuerza y apretó los purogando que el fantasma se era quedado en la sala. Pero uvo suerte. Apenas un minuás tarde, escuchó pasos en el to, seguidos por el chasquido nterruptor de la lámpara. Suo en la penumbra, salió dispade su capullo hasta el punto lejano de la cama, donde se egó, temblando. ¿Señor Fantasma? —preguntó, la mitad del rostro cubierto las sábanas y la mirada inta—. ¿Señor Fantasma, está —silencio—. Ya no es Día de rtos —nada—. ¿Se perdió en el ino de regreso de la ofrenda?
Si mi hermanita dice Kram YESENIA CABRERA
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o ha llegado papá. Lo extraño. Han pasado días y no lo veo. No sé dónde andará. Mamá me dijo que tiene que trabajar en estas fechas. Pienso que no debería hacerlo. Estas fechas son para pasarlas en familia. Si mi papá no trabajara seríamos muy felices. No tendríamos que cantar para alegrarnos. No tendríamos que asomarnos por las ventanas y sacar fotos. No tendríamos que ganar nuestros regalos. Ellos vendrían solos. No lo entiendo, por más que me lo diga mamá, mamaíta, no lo entiendo. Esta es su ocupación. No puede desprenderse papá de las fechas. Él es las fechas. Sé que no tiene sentido. Últimamente me doy más cuenta de las cosas. Mamá dice que he crecido o que estoy mardurando. Me gusta mardurar . Tal vez tiene que ver con durar más, más durar. Mamá dice que no, que hable bien. Extraño a papá. Quiero que venga a narrarme historias. También llora mi hermanita. Ella es feliz cuando papá le cuenta todo lo que hace cuando no está, cuando le trae huesitos con los que hacemos música al bailar, cuando nos quedamos en casa y miramos hacia la ventana esperando a que llegue. Mientras tanto, todo es aburridísimo, tanto que mis ojos pintan todo de café, como si estuviera viejito el mundo y pronto fuera a morirse. No sé si mi hermanita vea el mundo así, café y viejito. Cuando ella pueda hablar le preguntaré. Mamá dice que soy muy tonto a veces. Ella también es tonta, más cuando se desespera por no ver llegar a papá. ¿Es culpa de nosotros, mía, que papá no esté en casa? Quisiera apartar todos los pensamientos malos. Negativos, dice mi mamá. Negativos también son los rollos negritos con los que se sacan fotos. Las fotos no me interesan hasta que empiezo a sentir que papá se va porque tiene que trabajar. Va a alguna parte donde prepara todo para solo dejar a los niños bien portados recibir regalos y que todo sea felicidad. A mí me gustaría ir con él. Por
eso veo a mi hermanita y le hago preguntas o me paro de puntitas con la cámara en las manos y saco muchas, muchas, muchas fotos del mundo viejito. Mamá es de otra época. De una época alegre. No entiendo cómo se puede llevar bien con mi papá. Aunque, según ella, se aman. El otro no tiene sentido sin el uno. Pero han pasado los días y ya viene, lo siento en el aire. Kram, kram, dice mamá. ¡Papá llega, lo siento, ahí viene, está en el viento que tira las hojas y vuelve el suelo blanquito y esponjoso, está en los bailes de la gente, esa que se divierte durmiendo fuera de sus casas, recostándose en las bancas del parque, y se quitan el frío bailando y moviendo los huesitos como si les diera algún ataque! Kram, kram, dice mamaíta. ¡Papaíto llegó! ¡Ha terminado los preparativos de su trabajo! Me encanta cuando llega, todo se vuelve blanco e impluto , muy impluto como dice mamá, mi mamita verano. Kram, kram, dice. Mamá también se alegra, porque cuando llega mi papito invierno ella salta de alegría, pues dice que solo cuando llega papito ella tiene sentido, ella es ella y la gente la quiere, la anhela y la busca, porque afuera el aire es muy impluto pero también muy frío y te hace querer bailar como sacudiendo los huesitos. Kram, kram, dice mamita, ha llegado. Pus, pus, dice mi hermanita, saltando de alegría. ¡Papá llegó, me saltan las lágrimas de felicidad, río y mi hermanita también ríe! Ahora iré a ver si también llegaron los regalos. Mi papito invierno siempre trae cosas muy interesantes, muy frescas, muy rosadas y aún calentitos. Kram, kram, balbucea mi hermanita, y yo respondo: pus, pus.
Papá llega, lo siento, ahí viene, está en el viento que tira las hojas y vuelve el suelo blanquito
Más pasos y un suspiro: —Perdóname, Bruno. No fue mi intención asustarte —aseguró una voz extrañamente familiar—. Soy un poco torpe ahora como fantasma. Con esas palabras, un rostro translúcido se materializó en el aire, portando esa sonrisa cálida que él reconocería en cualquier sitio. —¿Abuela? —preguntó, sorprendido, mientras se levantaba de un brinco—. ¡Te extrañé muchísimo!.
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Lourdes Laguarda. Narradora. En 2012 obtuvo el Premio de Cuento el Mecanismo del Miedo.
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Yesenia Cabrera. Es licenciada en Lengua y Literatura Hispanoamericana y autora de Los pequeños macabros.
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El espíritu inevitable CLAUDIA CABRERA ESPINOSA
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ecidimos que ese año íbamos a ser firmes. Ni nacimiento ni árbol ni cenas. Esa no era nuestra realidad. Éramos una pareja progre y la religión nunca había entrado en casa. Otros rituales sí, porque no íbamos a negarles un tequila y un pan de muerto a los difuntos. Pero nada de figuritas de fieltro con chaquira ni musgo o espejos simulando lagos encantados. Habíamos puesto dos o tres arbolitos a lo largo de los años y fue más por hacer el paseo a Amecameca con los amigos. Pero esta vez no. Las series estaban fundidas, no queríamos contribuir al ecocidio y no teníamos ganas de lidiar con nuestras familias. Desde principios de mes lo hablamos y estuvimos de acuerdo en que esa noche veríamos una película y prepararíamos palomitas. Le dijimos a todo el mundo que saldríamos de la ciudad. Conforme la fecha se acercaba, sin embargo, el escándalo de las posadas de los vecinos y los destellos de las lucecitas de la cuadra nos impedían olvidar la temporada. La salsa y las cumbias, los cantos enronquecidos por el licor de los ponches y los palazos a las piñatas nos envolvían en el ambiente que tratábamos de evitar. “Tenemos que mudarnos, Rita”. “¿A dónde, a un penthouse?” “No estaría mal”. El 22 de diciembre pedimos comida a domicilio. Apenas cerramos la puerta, nos abalanzamos sobre el pedido. Rompimos la bolsa, sacamos las bebidas y las cajas de cartón, y cuál fue nuestra sorpresa al ver que en vez de sushi y tepanyaki había bacalao, romeritos y pavo. Teníamos tanta hambre que nos comimos todo en vez de llamar al restaurante. Pero no debimos hacerlo. Era la punta del iceberg. A la mañana siguiente, en el baño, los artículos de limpieza estaban dispuestos de un modo distinto. Los dos cepillos de dientes, junto al lavabo, formaban un extraño trío con el rastrillo y parecían vigilar un jaboncito que descansaba sobre la jabonera. Dos desodorantes roll-on flanqueaban el bultito como mirándolo con ternura. “Rita, ¿qué broma es esta?” “¿Cuál?” “¿Hiciste un nacimiento en el baño?” “¿Cómo se te ocurre…? ¡Madre santa! ¡Son los Reyes Magos!” “Por eso te pregunto si lo hiciste tú”. “Pues no. O no lo sé, a lo mejor dejé ahí mi desodorante, pero…”. “Nada. Una coincidencia”. Luego vino la corona en la puerta. Varitas, lazo rojo, hilos dorados. Supusimos que fue un niño travieso o la vecina del 103, que escucha misa por la radio. No sabíamos si dejarla o no. Si la veían en la basura podrían considerarlo una afrenta. La dejamos recargada en el pasillo. Al día siguiente estaba de nuevo sobre el clavito, que tampoco supimos cómo llegó ahí. Hoy es 24 y nos llega desde fuera la eterna letanía: “Eeen el nombre del cieeelo…”. Suena más cerca cada vez. Nos hemos metido a la cama y tememos que el timbre suene en cualquier momento. No estamos preparados para recibir a los peregrinos. Ante la inminencia de la intrusión, he dejado una breve carta para Santa. Ya que no pudimos librarnos de esta, a ver si nos trae un PlayStation.
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Claudia Cabrera Espinosa. Doctora en Letras por la UNAM. Es autora del libro de relatos Las ondulaciones del mar (2020).
El intercambio ATENEA CRUZ FOTOGRAFÍA SHUTTERSTOCK
22 de octubre
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uerido diario: La vida vale la pena por las películas. Ojalá pudiera meterme en una, como en La rosa púrpura del Cairo. Yo sí me quedaría dentro. Odio mi vida. Odio a mi papá. 31 de octubre Mi tía nos llevó a la cineteca al maratón de Halloween, era de 24 horas, pero solo vimos The Skeleton Key. Se trata de una muchacha que estudia para enfermera y trabaja cuidando viejitos, pero le hacen vudú. Me gustó mucho. 6 de noviembre En tarde se pelearon mis papás. Abdiel quiso defender a mamá, pero papá le metió un puñetazo en el estómago que lo dejó tirado. Yo me encerré en el baño. Me da vergüenza ser tan cobarde. 15 de noviembre Hoy pasaron Viernes de locos en el canal 7. Estaría bueno poner a papá en mi cuerpo y pegarle para que viera lo que se siente. En la noche que llegó de trabajar le gritó a mamá porque me sirvió la cena antes que a él: dice que tiene preferencias, que le arruinó la vida cuando salió embarazada de mí, que somos unos parásitos. Lo odio. 17 de noviembre Hoy acompañé a mamá a la Cruz Ro-
ja porque papá la aventó contra la pared y le quebró un brazo. Me dio coraje que ella dijera que se había caído. La enfermera no le creyó. Cuando nos quedamos a solas le dije que nos fuéramos de la casa, Abdiel y yo podemos trabajar. Ella se puso a llorar. Me hizo prometerle que no voy a dejar de estudiar. Pero no pienso aguantar más años así. 30 de noviembre Estuve investigando y creo que di con la solución. No sé si funcione, pero nada se pierde con intentar, excepto dinero. Definitivamente no me alcanza con lo que tengo ahorrado de las tareas que vendo. 14 de diciembre Hoy fuimos a casa de la abuela para ponernos de acuerdo para la cena navideña. Papá dijo que no nos iba a dejar participar, que mi tía nos da regalos solo para humillarlo, que la Navidad sin dinero vale madre, que las fiestas familiares son pura hipocresía. Lo que no sabe es que al menos yo sí haré un intercambio.
Fuimos a casa de la abuela para ponernos de acuerdo para la cena navideña
20 de diciembre Compré dulces y cigarros para vender entre mis compañeros, me fue bien hasta que el maestro de mate me los confiscó. Comoquiera ya me alcanza. Mañana voy a faltar a clases para ir al mercado. 24 de diciembre Hoy es el gran día. No tuve tiempo de practicar más que con los perros de mi tía; la primera vez no pasó nada, la segunda salió bien. Ojalá funcione con personas. 25 de diciembre Hice el ritual mientras pedían posada. Casi al final me paré en seco porque todos empezaron a gritar. Pasamos la madrugada del 25 en la Cruz Roja: a papá le dio una embolia que casi lo mata. Creo que me equivoqué en algo. A lo mejor no debí usar a Lucky para el cambio. 1 de enero Siento que este Año Nuevo traerá cosas buenas. Como papá sigue siendo igual, mamá lo mandó a vivir a la azotea. La verdad es que cuida bien la casa, aunque me ha mordido y no se deja vacunar. Lo malo es que también hay que cuidar su antiguo cuerpo: se la pasa dormido, no habla y a veces, cuando lo alimentamos, nos muerde. Ya estoy pensando cómo solucionarlo.
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Narradora y poeta. Premio Nacional de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción 2017.
LITERATURA
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EL ATLAS DE PANDORA
POESÍA EN SEGUNDOS
El silencio y otros aullidos
Hacia Carcassonne
Una mancha marca aún a quien levanta la voz ante la injusticia
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l miedo es un espejo. Cumpleaños tras cumpleaños, tu hijo se acerca a la edad que tenías cuando todo empezó. Te aterroriza que un día deba mirarse en ese mismo cristal oscuro, en aquellas miradas burlonas, en esa soledad. El acoso se esconde tras un muro de silencio mucho más impenetrable que las tapias del colegio. Te preguntas si lograrías detectarlo a tiempo, romper esas mecánicas de mutismo y vergüenza que conoces tan bien. Creías muchas cosas, de niña. Que la opinión del grupo te definía. Que, si aguantabas y callabas, te respetarían. Que había algo peor, mucho peor, que humillar a un compañero: chivarse. Y eso tú nunca lo harías. Desde épocas remotas, un halo de turbia sospecha envuelve a la persona que acusa, incluso ante una agresión injusta. Cuenta una tradición romana que la bella Lucrecia pasaba la noche sola cuando llamó a su puerta el hijo del rey Tarquinio el Soberbio buscando cobijo de la lluvia. Lucrecia, intimidada, acogió al poderoso visitante. De madrugada, entre tinieblas, él entró en su dormitorio con una espada y la violó. Al día siguiente ella esperó el regreso de su marido y, con ojos helados, le contó lo sucedido. Entre los pliegues de su túnica escondía un puñal. Al terminar el relato, se suicidó. Tras la muerte, sus familiares lideraron una revolución que derrocó al rey, exilió al violador y dio nacimiento a la república romana hace veintisiete siglos. La escalofriante lección de esta leyenda es que Lucrecia se clavó la daga para apuntalar la veracidad de sus palabras. Tuvo que hablar desde la frontera de la muerte, donde ya no quedan motivos para mentir. En nuestro idioma, los apelativos relacionados con la denuncia tienen un matiz deshonroso y negativo: delator, soplón, acusica, chivato, bocazas. Como afirma el escritor peruano Fernando Iwasaki, carecemos de términos para aplaudir el valor de quien revela un abuso. Este es el campo léxico de la omertà: una semántica del silencio. De alguna forma, tras un terrible historial de delaciones y señalamientos en dictaduras, nuestro
IRENE VALLEJO ILUSTRACIÓN ROMÁN
imaginario no consigue reconciliarse con la figura de quien levanta la voz. Esta herencia genera sus patologías: nuestra democracia ha dejado solos y desprotegidos a quienes sacaron a la luz grandes casos de corrupción que muchos querían enterrar. Como intuías de niña, las represalias son la recompensa habitual para quien se atreve a desvelar lo oculto. El más calamitoso de los justicieros, don Quijote de la Mancha, escuchó un día a la vera del camino unos pavorosos aullidos de dolor. Al acercarse, descubrió a un muchacho atado a una encina, a quien su patrón estaba azotando cruelmente. Ante las preguntas del caballero andante, el hombre del látigo explicó que lo castigaba por reclamar su salario. “Estoy por pasaros de parte a parte con esta lanza. Pagadle luego sin más réplica”, ordenó amenazador don Quijote, y acto seguido se alejó orgulloso de sí mismo. Más de veinticinco capítulos después, el joven y el caballero se vuelven a encontrar. “El
En nuestro idioma, los apelativos relacionados con la denuncia tienen un matiz deshonroso
fin del negocio sucedió muy al revés de lo que vuestra merced se imagina”, dice el chico. “No solo no me pagó, pero así como vuestra merced traspuso del bosque y quedamos solos, me dio de nuevo tantos azotes, que quedé hecho un ‘sambartolomé’ desollado”. Así, el estrafalario paladín de los desvalidos descubre que no basta enfurecerse contra la injusticia: es necesario proteger a quien la desenmascara. Tras siglos de sigilos, seguimos retratando con fealdad a los informantes y arrepentidos. En las pantallas, desde el clásico Relato criminal hasta Reservoir Dogs o The Wire, son encarnados por actores enclenques o mal encarados: acostumbran a tener mala pinta y mal fin. Una mancha marca aún a quien denuncia. Pese al descrédito, piensas que tal vez decidiste escribir para convertirte en chivata profesional. Elegiste un oficio que aspira a desafiar tabúes, a indagar en las zonas de silencio, a invitar a hablar, a desvelar los miedos encubridores. Has pasado del nudo en la garganta a la palabra desnuda. Por suerte existe este trabajo tan poco respetable: la soplona que cuenta más de la cuenta.
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VÍCTOR MANUEL MENDIOLA
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uan Arabia ha ganado un lugar en la rica poesía actual de Argentina y de América Latina por su magnífica publicación Buenos Aires Poetry, revista literaria electrónica muy concurrida e impulsada bajo la figura y el espíritu de Arthur Rimbaud. En ella podemos encontrar poetas contemporáneos en lengua española y descubrir a la mejor poesía de otras lenguas en las novedosas versiones de una generación emergente de críticos y traductores. Asimismo, en sus páginas hallamos ensayos y notas que tienen relevancia por su apertura y su valor analítico. Juan Arabia ha encontrado, de este modo, un camino que trueca en diversas direcciones hacia un mismo centro: la crítica. Y este punto de reunión y porfía, donde coinciden sendas múltiples —muchas veces olvidadas—, él lo ha transformado ahora, de manera suave, pero no sin dejar de tocar un viejo tema arcano, en la inquietud y la cavilación de su libro de poemas Hacia Carcassonne (Pre-Textos, 2021). Acompañado de los trovadores occitanos y, sobre todo, del esplendor meridional y del tiempo sorpresivo de la vida errante, Arabia avanza hacia la fortaleza, “el único castillo” —Carcassonne—, con el pensamiento de que los poetas mojan “su pan en todas las fuentes” y que esto significa acercarse de nuevo y sin prejuicios al canto fácil, leve, de la voz natural en la emergencia del contento y el deslumbramiento; y, al mismo tiempo, pensar el canto difícil, grave, del enigma inevitable encerrado en todas las palabras verdaderas. Entre sombras y luces, entre ambigüedades necesarias y certezas súbitas, Arabia ha sentido la premura de abandonar las repeticiones interminables de la cansada poesía epigonal de nuestros días y ha ganado el gusto de perseguir, aquí y allá, en toda clase de arbustos y malezas, las raíces, el principio que nunca se agota, siguiendo, casi seguro, la divisa de Rimbaud: “solo el amor divino otorga las llaves de la ciencia”. En este pequeño volumen de 37 páginas hay algo de comienzo iniciático. El poeta, cansado del crédito falso y de la sutileza charlatana, sabe que tiene que armarse y salir —no importa la edad—, abandonar casa, amigos, todas las cosas queridas y “probar al gentío,/ y el gusto y betún de las suelas”, para dirigirse hacia un a dónde. Quizá el poema más revelador del libro sea: “Sixtina: defensa del trovar clus”. En este texto, donde el autor se aparta de las sinuosas líneas de la prosa, en busca del verso, aparece con toda claridad su percepción del momento que vivimos: “Esos bardos que imitan a los pájaros/ silvestres, siempre olvidan que las jaulas/ cercan los aires más puros”. Con la sixtina en las manos y el tropo universal de la jaula y el pájaro, Arabia hace verosímil su camino a Carcassonne. En la representación poética, qué importa más, ¿la ligereza de la comunicación o la gravedad del enigma? ¿Los pájaros o la maleza y el lodo? Desde un desprendimiento que solo es posible en el efecto de ir hacia..., Arabia se ha topado con la suave y dura piedra del canto que crea, en la emoción del camino, un a dónde.
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LABERINTO
DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.
25 DE DICIEMBRE 2021
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HUSOS Y COSTUMBRES
La Navidad y el loro ANA GARCÍA BERGUA
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Ciencias Naturales de Rouen”. Tenía el cuerpo verde, la punta de las alas rosa, la frente azul y la garganta dorada. No vuelvo a leer a Julian Barnes antes de cenar, se dijo, y fue a mojarse la cara. Regresó para encontrarse de nuevo con el loro y su mirada fija como una acusación. Fue a la cama y echó una breve siesta. Cuando volvió a encaminarse al escritorio arrastrando las pantuflas, el perico seguía ahí, mirándolo. ¿Qué era eso?, ¿quién se lo habría dejado en el estudio? Quizá alguien quiso gastarle una broma de muy mal gusto. No eran raros los envidiosos, celosos de su inteligencia y su prestigio, a los que siempre les negaría cualquier pequeño dato que los ayudara a escalar más que él. O su familia, que lo avergonzaba, ya no dijéramos los compañeros del gimnasio. Él nunca dejaría entrar a nadie a su casa. Poseído de resentimiento, se vio a sí mismo reflejado en los pequeños ojos del animal: mezquino,
n la víspera del 24 de diciembre, el profesor Pardo, especialista en literatura francesa, se levantó para trabajar en su ensayo “Emma Bovary y Felicidad, dos caras ilusas de la misma moneda”, que pensaba publicar esa semana para conmemorar los 200 años del nacimiento de Gustave Flaubert. Había declinado las sucesivas invitaciones para pasar Nochebuena con su familia, los compañeros del gimnasio y los miembros de su academia porque detestaba la Navidad y odiaba al mundo. Luego de prepararse un café, aún vistiendo su piyama de escuetas rayas cafés, se dirigió al escritorio de cedro, cenáculo de su inteligencia, y se topó con una rara sorpresa: junto a las cuartillas comenzadas días antes, un gran loro disecado lo miraba retador. Pardo pegó un grito. Bastante polvoso y con las plumas caídas, el animal llevaba una tarjeta atada a la garra que decía “Museo de
seco, seguro moriría abandonado por todos. Entonces tuvo una epifanía, distinta a la de la vieja criada del cuento de Flaubert que veía en el loro al Espíritu Santo. ¡Ese loro es el Espíritu de la Navidad!, se dijo. Llorando arrepentido, llamó a sus colegas y les dictó las fichas de catalogación que les había ocultado; también les cedería a sus compañeros la escaladora y las pesas. Acudió a todas las cenas a que lo habían invitado con riesgo de indigestión y en un arranque de generosidad compró regalitos a la parentela, colegas y amigos. Pero estos, al ser abiertos, se transformaban en pequeños loros disecados que no pocos le tiraron a la cabeza con horror. Convencido de que el espíritu de Flaubert le había gastado una broma cruel por no estar a la altura, cambió su objeto de especialidad. Ahora estudia a Dickens, pero la Navidad no llega. El loro impasible sigue ahí.
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CAFÉ MADRID
Panhispanismo
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igrar, aunque sea a un país que utilice el mismo idioma, implica adaptar o sustituir palabras y frases. Poco a poco, con la intención de “integrarse”, uno va incluyendo en su vocabulario los modismos y la sintaxis locales e incluso altera el acento (quién sabe por qué, pero los argentinos suelen ser la excepción en cada país hispano al que llegan). Si, además, uno convive con personas venidas de otras regiones geográficas de la misma lengua, nuestra habla cotidiana se enriquece aún más, pero, al cabo de un buen tiempo, nos da la sensación de expresarnos en modo neutro (¡ay!) o, por lo menos, ya no en el “original”. A mí me lo echaron en cara el otro día personas que admiro y respeto y que ostentan una reconocida autoridad lingüística, pero no se los tomé a mal: es el panhispanismo, ¡qué le vamos a hacer! Fue en el acto solemne del 70 aniversario de la Asociación de Academias de la Lengua Española (Asale). A la vieja y fascinante casona de la Real Academia Española (RAE) llegaron los presidentes o directores de las 23 academias hispanas y los embajadores de sus países y algunos miembros de sus respectivos círculos culturales, a quienes muchos llaman “connotados intelectuales”, todos muy formales (doctísimos, ilustrísimos) y enmascarillados y canosos (o con el tinte recién puesto y las arrugas estiradas o casi calvos) y ahí, frente al retrato de Cervantes, que preside el salón de actos, y delante de los reyes de España, se llevó a cabo un festival de acentos lingüísticos, en aras de la diversidad y la unión.
VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA RAE
Empezó Santiago Muñoz Machado, anfitrión con la zeta entre los labios, hablando de la representación de América en el diccionario después de la independencia de las colonias españolas. “Rota la conexión política, la lengua quedó como lazo de unión”, dijo el jurista, quien también recordó que, a partir de 1870, cuando las naciones independientes asumieron esa realidad, comenzaron a crearse las academias correspondientes, para estudiar y conservar el idioma. Primero fue Colombia, después Ecuador y así hasta la más
Frente al retrato de Cervantes, se llevó a cabo un festival de acentos, en aras de la diversidad
reciente, la de Estados Unidos, donde el español tiene por lo menos 50 millones de hablantes. Luego Concepción Company, mexicana que no deja de cecear, tomó la palabra porque fue en México, con el auspicio de Miguel Alemán, donde se creó la Asale en 1951. “Los hispanohablantes tenemos el privilegio de recorrer una extensa zona geográfica sin necesidad de cambiar nuestra lengua materna”, recalcó, y, ya que estaba, hizo alusión a que el diccionario de la lengua española cuenta con 794 palabras procedentes del náhuatl, “palabras de una lengua indígena que hoy tienen extensión mundial” (¡nomás pa’ que se den un quemón!). La Asale lleva embarcada varios años en una misión que, de tan titánica, a veces parece imposible: el Diccionario Histórico de la Lengua,
Ceremonia del 70 aniversario de la Asociación de Academias de la Lengua Española.
donde se pretende incluir la “biografía” de todas y cada una de las palabras del español, incluidas las que ya no se usan y las que están moribundas. Pero estos vetustos y sabios académicos no viven en el pasado. Hace tres años, con ayuda de varias compañías tecnológicas, echaron a andar un proyecto llamado Lengua Española e Inteligencia Artificial (Leia), con el propósito de que el español no pierda calidad en el ecosistema digital, de que no haya distorsiones en el lenguaje de “la nube” y de que robots como Siri o Alexa hablen correctamente. Otros acentos y reflexiones se escucharon en la Docta Casa, que algunos llaman “sede de la policía lingüística”, todo hay que decirlo, y más tarde los académicos iberoamericanos se erigieron en asamblea para darle carpetazo a la nueva edición (más panhispánica que nunca) del diccionario, la Actualización 23.5 (así es como hay que llamar a las cosas en la era cibernética) y ahí, claro, aunque me hubiera encantado, ya no puede entrar. Pero no tardé en imaginármelos a todos, sentados en una larga mesa, solemnes y meticulosos, hablando con puntos y comas y subordinadas, dándose un festín al seguir las instrucciones del poema de Octavio Paz: “Dales la vuelta,/ cógelas del rabo (chillen, putas),/ azótalas,/ dales azúcar en la boca a las rejegas,/ ínflalas, globos, pínchalas,/ sórbeles sangre y tuétanos,/ sécalas,/ cápalas,/ písalas,/ gallo galante,/ tuérceles el gaznate, cocinero,/ desplúmalas,/ destrípalas, toro,/ buey, arrástralas,/ hazlas, poeta,/ haz que se traguen todas sus palabras”.
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