Suplemento cultural de MILENIO
LABERINTO DOBLE FILO
EL ATLAS DE PANDORA
FERNANDO FIGUEROA
IRENE VALLEJO
Gurruchaga el medallista
Poros Foto: EFE
Ilustración: Román
SÁBADO 8 DE ENERO DE 2022 AÑO 18 - NÚMERO 969
Pasolini: poeta, cineasta, emblema de la izquierda Claudio Magris, Fernando Zamora/ FOTOGRAFÍA: AFP
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ANTESALA
8 DE ENERO 2022
DOBLE FILO
Oro para Gurruchaga FERNANDO FIGUEROA
H
ijo único del ferrocarrilero Vicente y la cocinera Antonia, mensajero en un banco durante su adolescencia, creador de la Orquesta Mondragón, conductor de televisión que a finales de los ochenta escandalizó a las buenas conciencias españolas. Actor de teatro, cine y doblaje. Fan de Mick Jagger, The Beatles, Elvis Presley, David Bowie y Woody Allen. Su nombre es Ignacio Javier Gurruchaga Iriarte. En los estertores de 2021 se hizo acreedor a la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, otorgado por el Ministerio de Cultura (¡y Deporte!) de España. Nació en 1958, en San Sebastián, vive en Madrid y pasa largas temporadas en la Ciudad de México. Él no esperaba este reconocimiento y sintió “como cuando te dan un premio en el colegio y te hace mucha ilusión. Me llamó el ministro de Cultura y creo que lo aturdí porque casi no le dejé hablar. Te dan la medalla por una carrera, algo que me enorgullece, pero también me hace pensar que la vida es corta y que no me queda tanto tiempo”. Imita la voz aguda de su mamá cuando le pregunto qué le habría dicho doña Antonia: “¡Cuánto me alegro, Javi, realmente has sido empeñoso, cabezón!”. Su papá habría exclamado con tono grave: “¡Que se jodan los envidiosos!” Debido a la pandemia, Javier Gurruchaga no pudo celebrar el otorgamiento de la medalla en algún bar madrileño con sus amigos, así que vio en su casa Apocalypse Now Redux, “la penúltima versión de esa joya de Coppola, y la terminé casi al amanecer”. Como actor de teatro, recuerda su participación en “una comedia musical justo a mi medida: Golfus de Roma (A Funny Thing Happened on the Way to the Forum), de Stephen Sondheim, a partir de textos de Plauto, que luego Richard Lester llevó al cine con Zero Mostel y Buster Keaton”. Menciona otra obra: Carcajada salvaje, de Christopher Durang. En cine, sus nominaciones al Goya por El rey pasmado (Imanol Uribe, 1991) y Tirano Banderas (José Luis García Sánchez, 1993). Con la Orquesta Mondragón ha grabado casi una veintena de álbumes con canciones propias, covers y colaboraciones con Joaquín Sabina y otros autores. En 1988 condujo el programa de televisión Suba con nosotros, que aún es recordado por sketches célebres, como la entrevista con el entonces presidente “Felipe González”, quien contestó en francés, aunque realmente fue interpretado por Hervé Jean-Pierre Villechaize (actor con enanismo y cierto parecido con ese político español; para más señas: Tattoo en la serie estadunidense La isla de la fantasía). También el pitorreo en torno al equipo de futbol Barcelona y el gobierno catalán, más la juguetona encarnación de un venerado símbolo religioso de esa región. El intérprete de “Corazón de neón” vino a México por vez primera hace 40 años y se enamoró de nuestro país. Se ha presentado en el Zócalo de la Ciudad de México, Teatro de la Ciudad, Foro Sol (Vive Latino), Lunario y Voilà Acoustique. Se le ve con frecuencia en la Cineteca Nacional y en La Lagunilla “buscando vinilos y libros”. Le han aplicado tres dosis de vacuna anticovid-19 y está ansioso por retomar Historias extraordinarias, un show en el que combina narraciones de Edgar Allan Poe y canciones de la Orquesta Mondragón.
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La hija oscura. Dirección: Maggie Gyllenhaal. Estados Unidos, Grecia, 2021.
HOMBRE DE CELULOIDE
Odiar la maternidad
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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA NETFLIX
l inicio de La hija oscura (disponible en Netflix) es como el de tantas otras películas: un viaje. Leda, la protagonista, quiere, como Gustav en Muerte en Venecia, dejar que el aire de la playa se lleve sus pensamientos, pero, como en Muerte en Venecia, lo que sucede en La hija oscura es que aparece una familia que le quita la paz. La hija oscura está basada en una novela particularmente famosa de una escritora cuya personalidad sigue siendo un misterio: de Elena Ferrante se sabe que es un seudónimo, que escribe best sellers y poco más. En esta película, Ferrante ha puesto los cimientos para que Maggie Gyllenhaal, la directora, construya una historia que se alza en contra del sistema patriarcal. Pues si en Muerte en Venecia el interés de Visconti gira en torno al señalamiento de las múltiples formas que adquiere el deseo sexual, La hija oscura quiere mostrar que el hecho de ser mujer no implica de ningún modo tener ni el interés ni el instinto de ser madre. En efecto, con Elena Ferrante, Gyllenhaal y su equipo creativo enfrentan al público con el tabú de la maternidad. Y es que conforme avanza la película vamos entendiendo que la obsesión de Leda hacia la niña más pequeña en esta familia ruidosa que amenaza con
arruinar sus vacaciones en Grecia tiene que ver con su propia intranquilidad con este hecho: también ella es madre, pero, a diferencia de las mujeres con las que se enfrenta, Lena ha llegado a la conclusión de que las normas establecidas en el mundo en que ha venido a vivir no son algo que pueda (o quiera) asumir. Interpretada por Olivia Colman, Lena transmite desde el inicio, con tan solo un mohín, el desprecio que siente por este concepto: familia. Y la que tiene frente a sí lo es en el sentido más amplio de la palabra. Es grande, es ruidosa y es, en general, todo lo opuesto a lo que ella, Lena, encuentra sublime en un espacio íntimo: simplicidad, sencillez y esos papeles sobre los que, adivinamos, ella, que es escritora, puede pasar largas horas corrigiendo y meditando. La hija oscura es el primer largo de Maggie Gyllenhaal, una directora a quien vale la pena seguir, sobre todo por la capacidad que muestra para tocar temas difíciles con la sutileza de un movimiento de cámara,
Es indudable que se trata de la obra de una directora a quien hay que seguir
un close up o un gesto. Y es que, para retratar la realidad de una mujer que descubre que tiene más vocación de escritora que de madre, es necesario, además, un conflicto. El de Leda estriba en un posible arrepentimiento que por momentos intuimos. Y, sin embargo, éste no queda claro del todo. ¿Qué son para Leda sus hijas? ¿Atavismos que la obligan a comportarse de un modo que no está en su propia naturaleza? ¿Un estorbo para su carrera? ¿Un puro remordimiento que le recuerda el aislamiento de ser una típica mujer occidental, egoísta y siempre cerrada sobre sí misma? En el fondo, el conflicto de Leda estriba en la posibilidad de seguir por el camino de soledad que ha elegido o redimirse por el afecto indudable que le produce la más pequeña de las hijas de esta familia molesta que interrumpe sus vacaciones en la playa. La hija oscura tiene un par de problemas formales (sobre todo el hecho de que no todo el tiempo la película está bien fotografiada), pero es indudable que se trata de la obra de una directora a quien hay que seguir sobre todo por su indudable capacidad para utilizar símbolos. Como el de una muñeca que a lo largo de toda la película la protagonista no se atreve ni a tirar ni a atesorar. Igual que su maternidad.
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ANTESALA
8 DE ENERO 2022
POESÍA
Círculo de fuego
LOS PAISAJES INVISIBLES
Joan Didion (1934–2021)
MINERVA MARGARITA VILLARREAL
No hay pensamiento, solo un espacio en blanco, un círculo de constelaciones apagadas, un nudo sellado en la memoria, una imaginación que se deshoja. Y la sombra con su trilla segando los frutos, el campo despertando con su cabeza rapa. En las orillas las espigas duermen y un silencio letal amenaza con lluvia. Pero no hay nubes ni tormenta que se avecine. solo una larva blanca, un capullo naciendo entre las hojas. Y el remordimiento con su invisible flama incendiando este agostadero de sequía, esta mirada fugaz, este círculo donde los muertos andan. Poema tomado de Los libros del deseo (UNAM, 2021), que forma parte de la colección Poemas y ensayos dirigida por Marco Antonio Campos.
EX LIBRIS
La Venus de las pieles/ EKO
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IVÁN RÍOS GASCÓN
M
@IvanRiosGascon
artin Amis tenía sentimientos encontrados con la obra de Joan Didion. Por un lado, la consideraba la gran escritora del vacío norteamericano, y por otro, le hastiaba el tono prepotente en su escritura; prefería sus ensayos a los libros de ficción, ya que no entendía el abuso de cursivas en el narrador, una suerte de énfasis, repetición y reénfasis con el que se empeñaba en que el lector (como ella) contemplara ciertas cuestiones desde ángulos distintos. Asimismo, le confería el gran don (o el patético atributo) de convertir el sentimentalismo en disparate, filtrado por los excesos verbales que estropeaban la cadencia de la prosa pues, subrayaba Amis, estilo es carácter. Por último, le era imposible distinguir algún grado de transformación en sus fases creativas. Entre la óptica existencial de la señorita Didion y el de la señora Didion, parecía no haber años de por medio. Tales observaciones surgieron tras la revisión de cuatro libros de la autora oriunda de Sacramento, California: Run River (1963), Slouching Towards Bethlehem (1968), Play It as It Lays (1970) y The White Album (1979), para un artículo que Amis publicó en 1980 en la London Review of Books. Por tanto, aún faltaba casi un lustro para que la Didion escribiera su libro más notable: El año del pensamiento mágico, memoria sobre el duelo, libro de autoterapia con el que curó sus heridas tras la muerte de su esposo, John Gregory Dunne, y la enfermedad que llevó a la tumba a su hija Quintana Roo (sí, la bautizó con ese nombre en honor al estado del sureste). Aunque podemos advertir la impronta de Joan Didion en la obra de escritores de generaciones postreras, digamos Douglas Coupland o Elizabeth Wurtzel, su pupilo más fervoroso es Bret Easton Ellis (Menos que cero y Las leyes de la atracción podrían pasar como secuelas de Play It as It Lays). Son varias las razones, las ha explicado él mismo: ambos se criaron en California y resistieron la frivolidad del mundillo ligado a Hollywood. Ella tenía, según su parecer, “ideas firmes y osadas”; era una feminista insobornable que intuyó un mal presagio en el propio movimiento. Easton Ellis dice: “Su estilo, su estética, vendía cuanto escribía, y esta fe en el estilo, y la precisión de su escritura, parecían borrar la ideología: era una realista, una pragmática, atenta a la lógica y los datos, pero que siempre priorizaba el estilo; como pasa con todos los grandes escritores, el sentido de su obra se encontraba en el estilo”. Este apunte proviene del capítulo “Tuitear”, de Blanco, sus memorias, en el que exalta a The White Album y hace trizas a David Foster Wallace por “su impostura y sentimentalismo”. Vaya paradoja: los defectos que Martin Amis halló en Didion, Easton Ellis los encontró en Foster Wallace. Para finalizar, una apostilla: Amis detestaba el nihilismo playero de Didion; a Easton Ellis le dolió que Foster Wallace lo tachara de “nihilista de almacenes Neiman–Marcus”. Como sea, la obra de Joan Didion posee el encanto de la ambigüedad: entre la utopía y la desilusión, el fervor y la indiferencia, esa voz, propia o imaginaria, conforma un cuadro premonitorio del mundo que marchaba, desde la década de 1970, a la indolencia. Esa desgana que solo se detecta tras una experiencia inesperada, el desamor, la bancarrota, la soledad, el abandono, la locura o la enfermedad o la muerte del ser querido. Esa “nada”, como dice Maria Wyeth, la antiheroína de Play It as It Lays, que hay en el fondo de todas las vidas, los destinos: la “nada” es nuestro significado. John Gregory Dunne murió el 30 de diciembre de 2003. Joan Didion comenzó a escribir El año del pensamiento mágico, un tejido de fantasías de resurrección, de reencuentro milagroso, en octubre de 2004. Y será por fe o por casualidad, pero ella también se marchó en diciembre, el 23 de 2021. Al igual que su marido, renunció a una de las fiestas.
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DE PORTADA
8 DE ENERO 2022
Estos ensayos exploran dos facetas del escritor y cineasta, figura incómoda y cardinal de la izquierda italiana
El siglo de Pasolini
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CLAUDIO MAGRIS FOTOGRAFÍA EFE
n 2022 conmemoraremos el centenario del natalicio de Pier Paolo Pasolini. Entre las posibles fechas para recordarlo, sin detenernos a respetar demasiado la fecha exacta de su cumpleaños, se podrían escoger algunos días particularmente significativos de su vida y obra. Por ejemplo, el 16 de junio, porque en esa fecha, en 1968, Pasolini publicaba su famoso poema sobre los enfrentamientos que se suscitaron entre los jóvenes manifestantes del 68 y la Celere, el grupo de reacción rápida de la policía, en Valle Giulia, Roma. El poema provocó todo un escándalo —lo cual no resultaba extraño cuando se trataba de las posturas de Pasolini respecto a las grandes cuestiones políticas de su época—. Fueron los biempensantes, sobre todo, los que apoyaron a los manifestantes, convencidos, al igual que los estudiantes que participaban en la marcha, que eran progresistas y culturalmente avanzados; pero ignorantes —el poeta fue uno de los primeros en darse cuenta de ello— de que estaban poniéndose al servicio del capital, de una forma de capitalismo, l’abito all’inglese e la battuta francese (el traje de corte inglés y el chascarrillo francés). Se puede marchar por los motivos más diversos. En esa marcha en Valle Giulia, los muchachos del 68 con caras de ser “hijos de papá —el mismo mal ojo […], prepotentes, chantajistas, seguros y descarados, buena raza que no miente”, escribe el poeta— se lían a golpes
Pasolini en seis películas El evangelio según San Mateo (Il Vangelo secondo Matteo, 1964) Edipo rey (Edipo Re, 1967) Teorema (1968) El Decamerón (Il Decameron, 1970) Las mil y una noches (Il fiore delle Mille e una notte, 1974) Saló o los 120 días de Sodoma (Salò o le 120 giornate di Sodoma, 1975) con la policía, “yo simpatizaba con los policías”, escribe él, “porque son hijos de pobres”. Paradójicamente, son los policías los que le parecen humanamente similares a las personas que marcharon no para ocupar universidades, sino fábricas, en un tiempo en el que el Partido Comunista aún no había comenzado a transformarse en un movimiento radical de masas, más preocupado en defender el derecho de chuparse el dedo —igualmente sacrosanto, por supuesto— que el trabajo y las condiciones de los trabajadores. Recuerdo que hace muchos años, el señor Carmelo, el portero del edificio de via del Ronco 6 en el que viví en Trieste, cada Primero de Mayo se vestía muy formalmente de saco y corbata para unirse a la marcha del partido. Una lección de respeto —de ese respeto que, en un país civil, debería de caracterizar a la lucha política, incluso a la de línea dura. En tiempos diferentes y de otro modo, Pasolini y D’Annunzio vivieron, denunciaron e hicieron propia —en su cuerpo, sus sudores y en sus pulsiones que a menudo eran narcisistas y eran humilladas— la radical
transformación del hombre que tuvo lugar en su época; la cual todavía está sobreviniendo; cada vez con mayor violencia, una violencia que muchas veces pasa desapercibida porque se vive como una reacción natural. Con una contradicción desgarradora, Pasolini se da cuenta que esos policías hijos de pobres, que siente humanamente cercanos, históricamente, están equivocados, porque se oponen a lo que, en ese momento, es el rumbo del mundo, al que, sin darse cuenta, concurre y promueve la marcha del 68. Una nueva forma de capitalismo y de la sociedad de consumo, contra la que los manifestantes creen luchar y de la que son la vanguardia, contribuyendo a destruir o a debilitar las instituciones y los valores que podrían ser una pequeña barrera para su triunfo global. En ese momento Pasolini sabe que esos estudiantes representan lo nuevo y que, independientemente de su aversión por eso nuevo, oponerse a la Marcha del Mundo también es una ceguera ante el cambio. Pero es un cambio, según Pasolini, que destruye cualquier sentido de lo sagrado. Piénsese en las posiciones asumidas por Pasolini, que sorprendieron a sus amigos radicales, sobre el referéndum sobre el divorcio y, sobre todo, sobre el aborto. Pasolini, luego del resultado del referéndum sobre el divorcio, se regocija de la derrota de Fanfani y su vertiente política; y que el divorcio no haya sido derogado, pero aprehende y rechaza el tono de la gran parte de la mayoría victoriosa, que
En sus palabras sobre el aborto, no ignora el drama y el sufrimiento de las mujeres
ha votado como él pero sustancialmente por otras razones, es decir, no para liberar a muchas personas en situaciones insostenibles o absurdas sino para degradar también sentimientos y vínculos fundamentales —amor, matrimonio, maternidad, paternidad— a bienes reemplazables como todo bien de consumo. “Fue la televisión —escribe— la que de hecho convenció a los italianos de votar no en el referéndum”. Y en sus palabras sobre el aborto, ciertamente Pasolini no ignora el drama y el sufrimiento de las mujeres, además injustamente consideradas por antigua ley como las únicas responsables —razón en sí misma
DE PORTADA
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RETRATO
El arte como clarividencia
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más que suficiente para considerar injusta la ley que solo las afectaba a ellas— pero también sabe que el individuo existe en cada instante de su vida, es siempre él o ella en cada fase de su parábola. Conocí muy poco a Pasolini, sustancialmente cuando trabajamos juntos en la antología Il non tempo del mare de Biagio Marin, “este bendito setentón de diez años”, como decía Pasolini. En ese entonces, los años que tenía Marin, impugnados por su vitalidad, me parecían muchos; ahora mucho menos. Aquellos estudiantes de Valle Giulia que no le gustaban a Pasolini desafiaron las reglas, no solamente las
del mundo y de la escuela en donde crecieron, sino las reglas mismas. No reflexionaban que las reglas, contrariamente a lo que se dice, son de izquierda; no casualmente el ataque frontal al Estado de bienestar social y a los derechos de los trabajadores ganará con la destrucción de las reglas, la desregulación de Reagan o la política de Thatcher. Leonardo Sciascia manifestó un apropiado elogio de Pasolini, definiéndolo como “fuera del tiempo”, es decir, no ideológico.
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Traducción de María Teresa Meneses. Texto tomado de Il Corriere della Sera, 12 de diciembre de 2021.
El autor de Pasión e ideología, entre otros libros, nació el 5 de marzo de 1922.
FERNANDO ZAMORA
n 1871 Rimbaud escribió Las cartas del vidente: “Quiero ser poeta y me estoy esforzando por volverme vidente”. Desde entonces relacionar poesía con adivinación es un lugar que, no por común, carece de precisión. No se trata, por supuesto, de prever el futuro como un agorero. La propuesta de Rimbaud implica apropiarse del porvenir para inventarlo. Y eso hizo Pier Paolo Pasolini en una obra poética que incluye, claro, su cine. Que Pasolini seguía a Rimbaud lo demuestra el siguiente pasaje de “Una premessa in versi” (1967). Lo traduzco aquí como otros versos que más adelante buscan mostrar que, en el sentido del vidente francés, Pasolini miró su muerte: “Soy uno que nació en una ciudad llena de pórticos en 1922 y, en lo que respecta a la poesía, comencé a los siete años”. La referencia a Rimbaud es evidente. Sin embargo, como se verá, el final de ambos fue muy distinto. Durante su infancia, Pasolini “vivía dentro de un poema, como un obseso […], y tenía entre mis manuscritos también mi primera novela. Eran los tiempos de Ladrón de bicicletas y los intelectuales redescubrían Italia”. Pero Pasolini, según nos cuenta, dejó de ser un intelectual. Como se sabe, su ruptura con la intelligentsia estuvo relacionada con el hecho de que se negó a que trataran de domeñar su sexualidad. Lo suyo era vagar de noche en autos de lujo y enredarse con jovencísimos prostitutos en sitios donde la única ley era violenta. Pasolini nació (según escribe en El llanto de la excavadora) “pobre como un gato del Coliseo”. Y aun así, según leemos en Actos impuros y Amado mío, desde muy niño se obsesionó con esa clase de muchachos que podían ofrecer a sus ansias o un beso o una puñalada. Tanto el cine como la literatura fueron para él dos caras de la misma moneda: “pues el cine no es solo una experiencia lingüística”, escribe, “es una experiencia filosófica”. Y en cine hay dos secuencias que advierten su muerte. En Accattone (su primera película, 1961), el protagonista sueña que sus amigos le anuncian que ha sido asesinado. No se trata (aún) de que el poeta fuese capaz de recrear detalles tan puntuales como los que se verán más adelante. Más bien aquí, en Accattone, comenzó a soñarla. A recrearla. Cuando se proyectó la película en el Festival de Venecia, el director apareció con un grupo de ragazzi di vita que se pusieron a molestar a los burgueses. Eran, una y otra vez, muchachos como Pino Pelosi, su asesino. Rostros, cuerpos y aromas de una imagen de la que siempre estuvo enamorado y que aparecen una y otra vez en toda su obra. Era aquel “a quien amaba, aunque yo no era amado. Pero todo se iluminaba con ese amor”. Era (según leemos en El llanto de la excavadora) un “oso errante de berraco con aliento de rosa”. El que lo llevaba hasta una habitación donde “la colcha corroída [huele a] los últimos sudores juveniles”. Con este amor ideal Pasolini se metía en lugares repletos de templos, de tapias y rincones decrépitos, livianos como huesos en confines de un ardiente cielo sin escalofríos en que llegó a ver escrito: ¡Viva México! Y de con ellos volvía “rico de sus años”. Poeta al fin, Pasolini no solo profetizó a sus asesinos. En 1964 escribió: “uno de tantos hijos bajará desde Algeria con una nave de velas y remos. Vendrán con él miles de hombres” (la migración hacia Italia fue escrita por Pasolini en un texto que se llama “Profecía”). En El llanto de la excavadora parece describir a un poeta-Accattone que se contempla muerto en la playa de Ostia. “Grito de alegría por el sol de la mañana prodigiosa. Tan herido en lo hondo de los pulmones por el aire tibio”. Golpeado, atropellado por su propio automóvil, había quedado como un títere sin cuerdas sobre la playa. Pero de sus asesinos parece haber escrito: “[se han] incendiado todas tus pasiones, todo tu tormento interior, toda tu vergüenza de ingenuidad […], muchacho perverso”. Aún más precisa resulta, sin embargo, la secuencia final de una película que nunca filmó: La Nebbiosa. Escribió: “Poco antes del amanecer el grupo de Teddy Boy saca de su automóvil a un homosexual y lo conduce hasta un lugar solitario. Lo desnuda para golpearlo. Lo asesina con una ferocidad inaudita”. Ahora bien, hay que preguntarnos, como David Ballerini en Edipo Re e Medea: ¿qué significa adivinar la propia muerte? Ante todo, implica anticiparla como un sacrificio. Son tantos los pasajes que anuncian su muerte que resulta necio enumerarlos aquí. Hay que leer Poesía mundana o, mejor, Poesía en forma de rosa. Es importante, sin embargo, evitar la tentación de pensar que el poeta dirigió su muerte como aquel otro iluminado, Yukio Mishima, por más que hay que reconocer vasos comunicantes entre ambos. Tanto Mishima como Pasolini estaban convencidos de que el poeta debía morir de modo violento y mítico para renovar en el mundo un sentido de gratitud. En cuanto a Rimbaud. Pasolini mismo propone este camino diverso: el del éxtasis de quien lo abandona todo para buscar absolutamente lo otro que es África y es Dios. Esto parece querer decir Pasolini en Frammento alla norte: “Vengo de ti y vuelvo a ti [...], he caminado a la luz de la historia, pero siempre mi ser fue heroico bajo tu dominio, íntimo pensamiento [...]. Vuelvo a ti como vuelve un emigrante a su país y lo redescubre. Y ahora el desierto sordo del viento. Lo estupendo e inmundo. El sol de África que ilumina el mundo. África es mi única alternativa!”.
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LITERATURA
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EL ATLAS DE PANDORA
Poros Ante la fantasía de una apariencia tersa, las artes celebran la imperfección del mundo
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uestro órgano más grande, la piel, es un enorme archipiélago de poros. Somos creaturas agujereadas, aunque nos gusta imaginarnos tersas, firmes y esculturales. Alimentamos esa fantasía con filtros y cremas, retoques fotográficos o quirúrgicos. Como escribe Byung-Chul Han en La salvación de lo bello, “lo pulido, liso e impecable es la seña de identidad de la época actual. Es lo que tienen en común las esculturas de Jeff Koons, los iPhone y la depilación. Lo pulido encarna la actual sociedad positiva. Sonsaca los ‘me gusta’ ”. Encumbrar las superficies brillantes y bruñidas, sin defectos, significa apostar por una estética anestesiada. Hace más de medio s i g l o, l a l i t e r a t u r a d e ciencia ficción anticipó esta obsesión por las superficies impecables. Un joven llamado Ray Bradbury, que se ganaba la vida vendiendo periódicos por la calle, solía refugiarse al acabar la jornada en sus adoradas bibliotecas. Allí, con una máquina de escribir alquilada, escribió Fahrenheit 451, un vibrante alegato sobre el valor del arte, ambientado en un mundo totalitario —esas invivibles sociedades perfectas— donde los libros están proscritos y deben ser quemados. En un conmovedor capítulo, un profesor de literatura privado de su puesto se pregunta: “¿Por qué los libros son odiados y temidos? Muestran los poros del rostro de la vida. La gente comodona solo desea caras de luna llena, sin poros, sin pelo, inexpresivas”. El personaje recuerda que cuarenta años atrás se quedó sin trabajo al cerrar la última universidad de humanidades. Un día, sentado en un banco del parque, mientras acaricia un libro de poesía oculto en su chaqueta, su posesión clandestina, le escuchamos describir con palabras de cadencia musical el cielo, los árboles y la exuberante naturaleza. “No hablo de cosas, señor. Hablo del significado de las cosas. Me siento aquí y sé que estoy vivo”. La belleza de la poesía es porosa, ambigua, imperfecta, peligrosa.
IRENE VALLEJO ILUSTRACIÓN ROMÁN
En torno al año 400, un poeta de Alejandría llamado Páladas, contemporáneo de la sabia Hipatia, dejó constancia de sus penalidades: “Soy profesor de letras. La cólera de Aquiles fue para mí causa de funesta miseria. Me matará el hambre fiera. Para que otra vez Paris raptara a Helena, yo me he hecho mendigo”. Me gusta imaginar al profesor cesado de Fahrenheit en aquel mismo parque, charlando con Hipatia y el viejo Páladas, mientras recitan poemas y comparten penurias. Al poco, se uniría una curiosa pandilla de profesores de la Universidad de Oxford: primero llegarían envueltos en una nube de humo, pipas en ristre, Tolkien y C. S. Lewis, ambos filólogos empedernidos;
El amor a Homero, además de mendigos, puede forjar con el tiempo millonarios
después, el matemático Lewis Carroll, tal vez acompañado de la pequeña Alicia, hija de un especialista en griego clásico. La fantasía de este estrafalario trío de enamorados de las lenguas antiguas creó personajes literarios y sagas inolvidables que hoy generan colosales beneficios y un rentable imperio económico. A Páladas le hubiera divertido saber que el amor a Homero, además de mendigos, puede forjar con el tiempo inesperados millonarios. La creatividad es un laberinto de pasadizos sorprendentes. Cada vez más encerrados en nuestras cápsulas herméticas, pasamos por alto la belleza imprevista, espontánea, sin precintar. En 2007, el periódico The Washington Post llevó al metro de Washington al célebre violinista Joshua Bell, que interpretó obras de Bach con un valiosísimo Stradivarius. En plena hora punta, miles de personas pasaron
de largo con total indiferencia. Dos días antes había llenado un teatro a cien dólares la butaca, pero esa vez Bell solo recaudó 32 dólares y no llamó la atención de más de seis espectadores, la mayoría niños. Como sabían el maestro de Bradbury y la Alicia de Carroll, la literatura y el arte son madrigueras que comunican nuestra imaginación con el mundo. Quienes enseñan humanidades abren cada día pasadizos. Sin su labor, nos arriesgamos a perder la valiosa imperfección del mundo: lo bello resbalaría sin empaparnos. Frente a pieles etiquetadas y envasadas al vacío, la filosofía, la música y las lenguas antiguas todavía respiran, manteniendo viva la esperanza de ser porosos.
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EN LIBRERÍAS
8 DE ENERO 2022
NARRATIVA, ENSAYO El señor Wilder y yo
Panza de burra
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A FUEGO LENTO El sendero de la sal
Anfiteatro México, 2021
Jonathan Coe Anagrama España, 2021 280 páginas
Andrea Abreu Elefanta Editorial México, 2021 156 páginas
Raynor Winn Capitán Swing España, 2021 320 páginas
El escritor británico vuelve con una novela de temperamento juguetón y nostálgico. Su protagonista, quien padece la indiferencia de sus dos hijas, se traslada a la noche en que conoció a Billy Wilder, el genial director, y se embarcó en la filmación de Fedora en una isla griega. La experiencia termina por ser una lección de vida.
Un barrio obrero en Tenerife, con casas a medio encalar y a medio empezar, es el escenario de esta novela de la poeta y narradora española nacida en 1995. La trama gira alrededor de dos niñas que se acercan a tientas a la pubertad y no tienen más horizonte que el de una amistad que en cada episodio se pone a prueba.
La naturaleza como fuente sanadora es la estrella que guía a este testimonio desgarrador que tiene la forma de un viaje. El autor y su joven esposa, a quien le han diagnosticado una enfermedad terminal, toman la decisión de caminar los casi mil kilómetros que van de Somerset a Dorset luego de perder su hogar y su trabajo.
Cyrano de Bergerac
Ideología
Familias de acogida
Edmond Rostand Austral México, 2021 238 páginas
Jorge Alemán Ned España, 2021 172 páginas
Jordi Solé Ned España, 2020 192 páginas
Como expone Jaime Campmany en la introducción, la obra del dramaturgo francés cierra las obras teatrales escritas en verso en su país. Albert Thibaudet recordaba que con ella: “El teatro en verso tuvo grandes funerales y suntuosas honras fúnebres”. Su éxito inmediato respondió a circunstancias particulares.
Nacido de un seminario virtual, este ensayo explora las relaciones entre capitalismo y la pandemia provocada por el covid-19. El psicoanalista argentino sostiene que, sin ser idéntica al neoliberalismo, la consecuencia radical del capitalismo, la pandemia se extiende con la misma velocidad y voracidad que éste.
Las familias a las que hace referencia el título, fenómeno que en México de hecho no existe, se ligan a la adopción, pero mientras en este caso se recibe al niño de manera permanente, en el acogimiento es temporal. Como lo reconoce Solé, se trata de un fenómeno complejo porque se ejerce “una doble función de control y ayuda”.
Y, además, en nuestra edición digital: Avelina Lésper: Los NFT´s hackeados
El manto negro del arte ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com
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Cómo leer Anfiteatro (Arlequín/ Secretaría de Cultura), esa novela escurridiza de Alejandro Arteaga? ¿Nada más que como un thriller policiaco, ambientado en una Viena espectral y decadente, con el empeño clásico de conocer los motivos de un asesinato? ¿Cómo una puesta en escena de los excesos del arte contemporáneo, botín de advenedizos y charlatanes? ¿O como la prueba de que la tecnología se ha convertido en una amenaza mayúscula para el género humano? No es fácil arriesgar una respuesta, sobre todo porque una de las virtudes de Anfiteatro es que desconfía de la pureza de los géneros. El relato fantástico muda de piel para transformarse en especulación científica, que sin tropiezos evoluciona hacia el ensayo, que a su vez tiende hacia el terror metafísico… Y lo más gratificante es que estas mudanzas se producen con virajes suaves de tono, mediante una escritura de naturaleza camaleónica. La extrañeza se instala desde las primeras páginas y no cesa de recubrir los hechos: una historiadora del arte ha sido asesinada y su cuerpo —decapitado, desmembrado y vuelto a armar— presentado como si se tratara de una instalación plástica. Un antiguo amante, un escritor, decide entonces jugar al detective, sin más experiencia que la proveniente de sus libros favoritos, y hallar al asesino. Lo que podría ser una trama convencional de pistas falsas entremezcladas con revelaciones inesperadas toma en cambio la forma de una fantasmagoría. Nada hay de normal en los seres a los que ese escritor debe interrogar o confrontar: o exhiben las marcas de una vidente, o solo son capaces de comunicarse a través de mensajes cifrados o se creen destinados a hacer volar por los aires la marcha de la humanidad. Son todos estrambóticos, tanto que se antojan los habitantes favoritos de las pesadillas. De hecho, en sus pasajes más delirantes y opresivos, Anfiteatro provoca el efecto de una sustancia alucinógena: consigue mostrar que la realidad siempre está un paso atrás o dos más adelante. El mundo como enigma es una intuición que nos acompaña al menos desde que el arte se erigió en una forma de conocimiento. Pero en dónde queda el arte como forma de conocimiento cuando se propone el envilecimiento de nuestra humanidad. Esa es el pregunta a la que Alejandro Arteaga ha intentado dar respuesta con las luces de la imaginación literaria.
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LABERINTO
DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.
8 DE ENERO 2022
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HUSOS Y COSTUMBRES
Subtítulos ANA GARCÍA BERGUA
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los niños tardan en leer. Igual muchas películas y series españolas no se entienden, aunque estén en nuestro idioma, por aquel habla madrileña tan rápida que va bajando de volumen conforme aumenta de intensidad. Y, durante mucho tiempo, las películas mexicanas tampoco se entendían porque el sonido era muy malo. Con subtítulos se resuelve el problema. Curiosamente, el cine no ha inventado un método para evitarles la lectura a los perezosos cuando los personajes leen los mensajes de sus celulares: en la pantalla de la película aparecen globitos de escritura. Quizá no tarde en resurgir aquel locutor que nos leía los letreros de las caricaturas, esos que decían “peligro” y, por no verlos, a Willie Coyote le costaban quedar apachurrado o hecho cenizas. Algo genial es ver películas dobladas y con subtítulos: como son traductores distintos, las frases nunca corresponden. El actor dice “Está muy bien” y el
urante las vacaciones, me aficioné a ver una serie sueca. Gracias a los subtítulos, logré memorizar algunas palabras elementales de un idioma que, a diferencia del inglés o las lenguas romances con los que mal que bien convivimos, nos puede resultar totalmente ajeno. Y sin los subtítulos, claro, estaría perdida, tratando de adivinar la trama a partir de los gestos de los actores, un ejercicio que puede ser también muy interesante: interpretar como tragedia sentimental una discusión de tránsito o una cita de negocios como sesión de terapia. Los subtítulos abren un camino al oído atento a otros sonidos y otras expresividades. He escuchado gente decir que, o leen, o ven la película, y por eso prefieren el doblaje, ese al que se acostumbraron los españoles a raíz de la censura del franquismo, con resultados desastrosos. Las series infantiles suelen estar dobladas, pues
subtítulo “Es suficiente”. “La verdad es que te amo”, confiesa la actriz, y el subtítulo aclara “nunca te he odiado”. Cosas así, cuestión de matices. Es una esquizofrenia muy curiosa, nos dice que el habla con sus modulaciones y su extensión es imposible de sustituir, adaptar a un tiempo de lectura o una posición de los labios. Por eso me esfuerzo en aprender algunas palabras del sueco, el finlandés, el coreano, cuando veo las películas. Todo es cosa de querer asomarse al mundo ajeno, aunque a veces el blanco de los subtítulos se pierda con el fondo de un cielo o unas sábanas. Y hay situaciones de la vida en que los subtítulos son deseables: ¿quién no quisiera que hubiese subtítulos en los discursos de los políticos, para leer rápido y plasmadas en todas sus letras las ideas obtusas, las tonterías flagrantes? El subtexto de las mentiras bien puede venir traducido en subtítulos.
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CAFÉ MADRID
El hedonismo hollywoodense de Eve Babitz
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n día de 1997, Eve Babitz, la cronista del Hollywood cool, salió de un almuerzo dominical con amigos y colegas, se subió a su vocho para volver sola a casa y, segundos después de arrancar, se le antojó un cigarro. Podría haber esperado a toparse con un semáforo en rojo, pero no había tráfico. Así que se le hizo fácil sacar de su bolso un Marlboro y una cajita de cerillos. El coche avanzaba a una velocidad “normal” cuando, al pasar por un pequeño bache, el cerillo encendido se le cayó en su falda y en milésimas de segundo la prenda se incendió. Aterrada, alcanzó a frenar, abrir la puerta para lanzarse y rodar sobre el pasto de una pequeña colina con la intención de apagar las llamas. Nadie le brindó ayuda y ella, sin saber qué hacer, volvió al coche y se fue a casa de su hermana quien, al verla llegar en un estado deplorable, de inmediato llamó a una ambulancia. Eve tenía quemaduras de tercer grado en medio cuerpo, un susto del carajo y una incredulidad apabullante: ¿por qué la perra vida se le había volteado en un instante? Sus amigos no pararon de darle ánimos e, incluso, donaron varios objetos para hacer una subasta y obtener así una cantidad de dinero que le permitiera pagar una costosa operación y mantenerse mientras se recuperaba. Al salir del hospital, sin embargo, ya había decidido retirarse de la vida pública y dejar de escribir. Para entonces, esta diseñadora, fotógrafa y escritora, estaba consolidada como una de las “chicas mimadas” de la farándula estadunidense, un mundillo donde había hecho gala de su belleza, talento, entusiasmo y
VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA WIDELYVISION
libertad. Se parecía a Brigitte Bardot, era hija de uno de los músicos de la orquesta de la 20th Century Fox, ahijada del compositor Igor Stravinsky, amiga de Charles Chaplin, Greta Garbo, Pablo Picasso, Andy Warhol, Yoko Ono y de la pareja de escritores Joan Didion y John Gregory Dunne. También había sido novia o amante de Jim Morrison, Harrison Ford, Ed Ruscha, Steve Martin y Annie Leibovitz (“porque en esta vida hay que probar de todo”).
Hacía énfasis en el hedonismo de las estrellas dentro de la “burbuja” en la que vivían
Fue su amiga Joan Didion, con la que compartía, entre muchas otras cosas, la afición por las mismas drogas, quien la convenció de que pertenecer a una élite artística y cultural implicaba tener una responsabilidad hacia el público. Un día de 1971, la revista Rolling Stone le pidió un artículo a Didion sobre el día a día de las estrellas de Hollywood. La autora de El año del pensamiento mágico acababa de firmar un contrato de exclusividad con Life, así que llamó a Eve Babitz y le dijo: “deberías encargarte tú. Porque no hay nadie mejor para contar el glamur y los desmadres de las celebridades”. Babitz aceptó, el texto que entregó fue todo un éxito entre los lectores y desde ese momento las mejores crónicas del famoseo llevaban su firma.
La cronista y fotógrafa californiana, quien murió el pasado 17 de diciembre.
A diferencia de Hedda Hopper y Louella Parsons, las dos chismosas más célebres, venenosas y temidas de la época dorada de Hollywood, Eve Babitz hacía énfasis en el hedonismo que practicaban las estrellas dentro de la “burbuja” en la que vivían. Muchos de esos textos están reunidos en El otro Hollywood (Random House), uno de los libros más descarados, inteligentes, irónicos, vitalistas y divertidos que he leído. Ahí está Eve, encerrada en una habitación del hotel Chateau Marmont, bebiendo bourbon y comiendo papas fritas con un rico heredero petrolero y unos aspirantes a estrellas de rock, mientras Los Ángeles ardía en protestas por el racismo. O comiendo unos deliciosos tacos mexicanos con salsa picante (“mucho mejores que la heroína”) para combatir la soledad de una chica sensible como ella. O de fiesta en fiesta en las mansiones de actores y actrices. Además de éste, escribió otro libro de memorias y cinco novelas. En 1963, cuando se inauguró una retrospectiva de Marcel Duchamp en Pasadena, su amigo Julian Wasser, fotógrafo de la revista Time, le pidió desnudarse y sentarse frente al artista surrealista, como si ambos estuvieran jugando al ajedrez, para tomarles una foto. Ella tenía 19 años y Duchamp 76. La instantánea se convirtió en legendaria y desde entonces Eve fue considerada una musa de la contracultura. Después del accidente del cerillo, vivió encerrada en sus recuerdos y se murió el pasado 17 de diciembre, una semana antes que su amiga Joan Didion. Tenía 78 años y la última vez que concedió una entrevista dijo ser simpatizante de Donald Trump. Ni siquiera las musas son perfectas.
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