Laberinto No.970 (15/01/2022)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

MEMORIA

FERNANDO ZAMORA

YOLANDA DE LA TORRE

El Hollywood que ya murió

Todas las luces de Gerardo de la Torre Foto: Lailaps Pictures

SÁBADO 15 DE ENERO DE 2021 AÑO 18 - NÚMERO 970

El triunfo oficial de Michel Houellebecq Melina Balcázar Moreno/ FOTOGRAFÍA: AFP

Dibujo: José Agustín Ramírez


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ANTESALA

15 DE ENERO 2022

EN EL BANQUILLO

Desmemoria TEDI LÓPEZ MILLS

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ebo recordar todos los días que vivo en un país de izquierda gobernado por un señor de izquierda. El hecho de que lo olvide con tanta facilidad se explica por la estructura defectuosa y reaccionaria de mi propia percepción política. La cara sin mascarilla que nos habla a diario como si solo pudiera existir emitiendo reclamos o titubeos es la izquierda gobernando y merece mi respeto y mi solidaridad y mi paciencia de antemano. Cualquier forma de indignación equivale a una traición. El señor —voz ronca: “covidcito”— sabe lo que hace mucho mejor que nosotros o, en todo caso, que yo. La primera persona es mi lugar más seguro y me atrinchero en su pequeña hondonada, suave o ríspida según el cambio de luces o la cautela del silencio o los pasos en la azotea que enumero con mis dedos y son apenas siete a pesar del escándalo, como si una multitud corriera o bailara con torpeza o se dejara caer al mismo tiempo con el único propósito de alterar la paz de mis pensamientos cuando transcurren en su coto más íntimo, adentro, en la frontera con el penúltimo sueño. Una estampida de búfalos sería más amable con la superficie. Pero no se trata de eso, sino de la izquierda que no debo olvidar, mucho menos confundir con otra cosa: populismo, autoritarismo, caciquismo o mero caos. En las páginas del periódico del señor, un martes de enero de su cuarto año en Palacio Nacional, se anuncia con grandes titulares que las remesas son ya el origen principal de las divisas del país; logro que emociona pues el dinero, supongo, es foráneo y su denominación, sagrada y hasta limpia. Vale más el sudor de la frente en otras patrias con otros nombres en otros idiomas. Y me sigo con los mensajes sustantivos del señor. Nos dice que pronto nos va a entregar un aeropuerto y una refinería, y añade que sus instrumentos de comunicación son convenientes “porque no dependemos de los medios convencionales”. Antes había control de la información. “Por eso son las mañaneras, por eso es que damos aquí a conocer lo que sucede”. Nos desea un buen año a los mexicanos y a todos los seres humanos. Destaca con gratitud la labor de los militares. “Si no nos hubiésemos apoyado en la Secretaría de Defensa y en la Secretaría de Marina, no hubiésemos podido avanzar en la transformación de México, son dos pilares esas instituciones del Estado mexicano”. Menciona de nuevo su aeropuerto y habla de cómo el pueblo nos salvó del otro aeropuerto. “Es lo importante de la democracia”. Busco ahondar en el concepto de la transformación. Tendré que preguntarles a los expertos qué ha cambiado para bien. Un trozo de hielo se derrite en el vaso casi místico que lo contiene y deja el residuo exacto de su peso inicial en el fondo de vidrio. ¿Será posible? Las moscas se juntan en torno al gran sacrificador cuando perciben el aroma de la destrucción. Algunas se le meten debajo del cuerpo y él las golpea. La regla es nunca matarlas, sino solo despojarlas de su identidad. Yo soy un medio convencional.

Tendré que preguntarles a los expertos qué ha cambiado para bien

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She’s Funny that Way. Dirección: Peter Bogdanovich. Estados Unidos, 2014.

HOMBRE DE CELULOIDE

Entre la muerte y el renacer

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA LAILAPS PICTURES

esde que, en tiempos de Chaplin, el cine estadunidense comenzó a pagar sueldos de millones de dólares, los críticos franceses escribieron que Hollywood iba a desaparecer. Pero aceptémoslo, todo lo vivo muere, es verdad, pero a menudo renace también. Peter Bogdanovich es noticia sobre todo porque su cine muestra el fin de un Hollywood que, como él, ha muerto. En efecto, su última película de ficción, She’s Funny that Way (disponible en Mubi y en Cinépolis Klic) no podría haberse filmado después del año de 2017 que, como se sabe, marca el inicio del movimiento MeToo y el fin de la era de los grandes estudios en los que hombres como Harvey Weinstein podían descaradamente presumir de haber prostituido a todas las estrellas de Hollywood. Y eso es exactamente lo que hace Arnold Albertson, interpretado por el hilarante Owen Wilson. Él contrata prostitutas, las seduce con simpatía y mucho dinero. Luego, mediante un enredo que hay que ver, produce estrellas de cine que quedan agradecidas de haber participado en este comercio sexual. ¿Es cínica la película? Puede que sí. Y parece mostrar que Peter Bogdanovich, y los directores que vivieron como él la reinvención de Hollywood en la década de 1970, es-

taban convencidos de que el mundo era así y que, como indica el título en inglés, “así era más divertido”. En 1973 Peter Bogdanovich filmó una de las películas más hermosas de este sistema de estrellas y productores. Luna de papel fue estelarizada por Ryan O’Neal y su hija, una maravillosa actriz que ganó el Oscar a los diez años. Luna de papel es cine hecho de nostalgia por los años de la Gran Depresión que es, claro, el tiempo en que nació Bogdanovich. Entre Luna de papel y She’s Funny that Way se mueve este sistema que produjo a Weinstein y a Woody Allen; La guerra de las galaxias o Vaquero de medianoche. Entre lo frívolo y lo profundo, entre lo cínico y lo romántico. Este sistema, en un instante, se derrumbó. Y sí, se derrumbó de forma tan brutal que hoy vemos She’s Funny that Way como arte de un tiempo muy lejano. Uno en que reírse de algo tan serio no estaba mal. “¿Te acostaste con Arnold Albertson?”, pregunta una entrevistadora mal encarada. Y la protagonista responde que sí.

Bogdanovich es noticia porque su cine muestra el fin de un Hollywood que ha muerto

Y que lo disfrutó. Y que le parece que está bien prostituirse porque de todas formas con los chicos con los que podría salir a su edad quieren exactamente lo mismo que los clientes, pero estos, al menos, le ponen dinero sobre la mesa. Es importante dejar claro que el tono de She’s Funny that Way es el de una de esas comedias screwball en las que todo el elenco se burla de la moral. Un poco en el tenor de Woody Allen antes de caer en la infamia. Cuando la gente iba al cine a reírse, como en Manhattan, de que un cuarentón estuviese discretamente enamorado de una menor de edad. Y ese es justamente el Hollywood que ha muerto. Y es verdad, murió para bien, pero gracias al tono alocado y extravagante con el que Bogdanovich sabe tocar estos temas uno puede recomendar esta obra en el entendido de que recuerda un par de historias de Molière. She’s Funny that Way es como el testamento de un director de aquel Hollywood Babilonia escrito por Kenneth Anger. Uno que no se arrepiente de nada si bien reconoce que su tiempo quedó atrás. Así parece sugerir la escena en que Quentin Tarantino irrumpe en un pequeño papel. Como si Bogdanovich dijera, “el Hollywood en el que Harvey Weinstein y yo vivimos ha muerto, es verdad, pero hay quien lo hará renacer”.

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ANTESALA

15 DE ENERO 2022

ESCOLIOS

POESÍA

Un recuerdo de mi madre

Artesanos

MARCO ANTONIO CAMPOS

ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

Fuimos una familia difícil, escindida, y menos o más, aprendimos a alejarnos uno de otro. No obstante, debo decir, sin moralismos, que el alcohol no fue adversidad, ni causa de declive o pérdida. Madre se divorció de mi padre en el ‘57. Con el escaso ramaje del manzano, casi sola, hizo crecer más árboles para “sacar a los hijos”. Madre venía de Aguascalientes —pero no nació allí—. Con exigua experiencia, pero perspicaz, aguda, obstinada, sabía hacer amistades en largas filas. De temperamento enérgico, pocas veces la vi romperse, como aquella tarde de la adolescencia mía, cuando en su cuarto, abrumada por el desamparo, sin saber qué hacer con el dolor, se bebió una botella —tequila o ron o vino, no lo sé, o si fue otra, da lo mismo— En el comedor, la trabajadora doméstica me lo había advertido. Subí a su cuarto, y la vi, bocabajo sobre el lecho, y no supe reaccionar. Bajé las escaleras, y Epifania dijo: “Es mejor que se le pase”. Salí, y no recuerdo lo que hice. No recuerdo asimismo, por más que trato, que haya visto a madre beber alcohol de nuevo, pero pasadas seis décadas, uno comprende, que en momentos difíciles, no se sabe cómo superar la pena o cuál es el sentido de seguir viviendo.

EX LIBRIS

El tigre 2022 te devora pero tú eres el tigre/ EKO

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@Sobreperdonar

a moderna división del trabajo establece una brecha entre la labor intelectual y la manual, entre el artista y el artesano. Sin embargo, cualquiera que sea practicante o aficionado serio a algún arte, sabe que no hay auténtico artista sin un artesano afanoso. De hecho, para sus críticos (desde Ruskin hasta Ortega y Gasset), una de las razones de la decadencia de cierto arte moderno radica en su desvinculación con la formación y la ética artesanal y su conversión en una carrera por la excepcionalidad y el prestigio individual. El artesano (Anagrama, 2009), del versátil sociólogo Richard Sennett, es un análisis de la actividad y la personalidad artesanal a lo largo de la historia. Al hablarse del artesano, dice al autor, parece aludirse a una forma de producción, ampliamente rebasada por las revoluciones industrial y digital. Sin embargo, la figura del artesano no designa únicamente al trabajo manual, sino a muchos oficios y profesiones (el científico, el médico, el ejecutante musical o el artista) que realizan un trabajo integral basado en habilidades específicas las cuales, aunque ahora pueden adquirirse en la enseñanza formal, solo se perfeccionan después del más arduo entrenamiento práctico. Los oficios de artesano son milenarios y exigen un tributo a la tradición y a la transmisión cara a cara de saberes. El artesanado implica obediencia e imitación, pero también autonomía, y es un trabajo útil y, a la vez, expresivo que se caracteriza por la curiosidad, pericia y placer con que se manipula un material (el vidrio, el metal, el tabique, un instrumento musical o las palabras). El artesanado implica desplegar destrezas prácticas, pero también rasgos de carácter (la dignidad, la independencia y los códigos de honor de los antiguos gremios) y un estado de conciencia muy parecido al tan mentado mindfulness, que se entiende como un flujo gozoso de plena libertad y concentración. En suma, el artesano tiene una forma inconfundible de encarar el trabajo y la materia que difiere de las maneras a menudo enajenantes de la época contemporánea. Con todo, la vida moderna se caracteriza por poner obstáculos a las formas de autorrealización artesanal, los cuales van desde la fragmentación y burocratización de los procesos laborales hasta la manera en que la tecnología o la rigidez académica despersonalizan el aprendizaje práctico. Tanto la visión panorámica del artesano, como su sentido de responsabilidad y su gusto por la libertad, lo vuelven un habitante atípico de la sociedad de masas, caracterizada por su sujeción inercial a todo tipo de abstracciones. En este sentido, el trabajo útil y creativo tiene un vínculo cercano con el razonamiento libre y práctico y con la resistencia a la servidumbre. Como un poeta de la observación social, y no sin algún idealismo, Sennett introduce al lector en la función histórica del artesano, pero también en su fisiología, en sus formas profundas de percepción y en su manera de conciliarse con el mundo.

El trabajo útil y creativo tiene un vínculo cercano con el razonamiento libre y práctico

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DE PORTADA

15 DE ENERO 2022

Michel Houellebecq no solo ha publicado una nueva novela, sino que se ha ganado el perdón de los medios y el mundo literario

“No me interesa el dinero, quiero ser amado, admirado”

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MELINA BALCÁZAR MORENO FOTOGRAFÍA AFP

ontrariamente a lo que pretende una célebre frase, creo que la buena literatura se hace con buenos sentimientos”, así responde Michel Houellebecq a la pregunta sobre el lugar del Mal en su escritura, durante la entrevista exclusiva que concedió al diario Le Monde, antes de la publicación de su novela Anéantir (Aniquilar), el 7 de enero pasado. “A lo largo del siglo XX —continúa explicando—, una fascinación por la transgresión y el Mal ha atravesado la literatura. De ahí la complacencia con autores colaboracionistas como Morand, Drieu la Rochelle, Chardonne, que me parecen mediocres. ¡No es necesario celebrar el Mal para ser un buen escritor! En mis libros, como en los cuentos de Andersen, comprendemos enseguida quiénes son los malos y quiénes son los buenos. Y si hay pocos malos en Anéantir, me llena de satisfacción. El logro supremo sería que ya no hubiera ni uno solo”. Si estas palabras del autor ya en sí resultan sorprendentes —a cualquiera de sus lectores le costará sin duda recordar en sus libros los buenos sentimientos que aquí menciona—, lo son también

por el medio en que aparecen: durante seis años, Houellebecq se negó rotundamente a cualquier entrevista o colaboración con Le Monde y prefirió expresarse en el muy conservador Le Figaro, diario de derecha por excelencia. Incluso, demandó a dicho periódico tras una serie de reportajes realizada sin su autorización en 2015, juicio que, por cierto, perdió. La entrevista con Jean Birnbaum, director de su suplemento literario, no solo pone fin a una relación hostil entre el escritor francés más leído y el diario de referencia galo. Significa ante todo una consagración como el escritor nacional, si no es que oficial. Toda la acostumbrada denuncia de la carga ideológica —anti-islam, anti-feminista, anti-izquierda— de sus novelas ha desaparecido. Toda duda sobre su genio o su virtuosidad también ha quedado atrás. El mismo Birnbaum que, en 2015, al momento de la publicación de Sumisión, lo acusaba de contribuir al odio contra los musulmanes y afirmaba que su novela era “literariamente mediocre”, defiende hoy a capa y espada su estatuto de gran escritor. De ahí tal vez que, durante su conversación, publicada en dos entregas, se escuche más la voz del entrevistador que la del entrevistado. Lo cual es una verdadera lástima, pues no deja de ser interesante —comparta o no uno sus opiniones políticas y estéticas— conocer la visión de

Houellebecq sobre la literatura y el lugar del escritor en las sociedades actuales. No obstante, algo de ello deja entrever la breve transcripción de sus respuestas. Por ejemplo, la importancia que otorga al sueño en su proceso creativo: “Nunca me he interesado mucho en Freud, de hecho, tengo muchos reproches que hacerle. Me interesan en realidad los sueños. Me alegra haber puesto tantos en Anéantir. El sueño es el origen de toda actividad ficcional. Por eso, siempre he pensado que todo el mundo es creador, porque todo el mundo reconstruye ficciones a partir de elementos reales e irreales. Es algo importante. Yo escribo apenas me despierto, cuando todavía me encuentro un poco sumergido en la noche, cuando aún me queda algo de mis sueños. Debo escribir antes de ducharme. En general, en cuanto nos bañamos, se jode todo, ya no servimos para nada”. O bien la importancia que da a la infancia tanto en su vida como en su entendimiento del mundo y que su más reciente novela, profundamente nostálgica, confirma: “Cuando era niño, casi nunca caminaba. Para ir de un lugar a otro, corría. Después,

Con este thriller político, se sitúa nuevamente como revelador de una época

en algún momento dado, dejé de correr. Cuando hoy de repente corro, algo que ya casi nunca pasa, vuelvo a ser un niño. Cuando escribo poesía, no estoy tan seguro de serlo. Sin embargo, mi infancia me hace volver a una ausencia de distinción entre lo real y lo imaginario que, de cierta manera, persiste. Pero, al envejecer, con dificultad podemos salir del estado de vigilia, estamos más apegados al mundo. Cuando era joven, la gente se drogaba mucho, creo que de hecho sigue haciéndolo. Buscamos escapar de una conciencia clara de las situaciones, pues un estado de plena lucidez es incompatible con la vida”. Pese a los intentos de su entrevistador por ofrecer una nueva imagen de él, más positiva —Birnbaum elogia su “candor” e “ingenuidad” y lo compara incluso con un bebé que agita su sonaja cuando lo ve destapar su primera botella—, Houellebecq persiste en confirmar su mala reputación. “El vino blanco siempre es mejor. Soy un poco alcohólico, ¿sabe?”, le dice tras la cortina de humo que cigarro tras cigarro crea en torno suyo. Y luego de que el periodista identifica como un emotivo regreso a la poesía su vuelta al escenario para leer sus textos acompañado de música electrónica, el escritor se empeña en aclarar sus verdaderas motivaciones para escribir: “Es cierto, en aquella época


DE PORTADA

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veía a la gente emocionarse cuando leía en público. Pero al principio lo hacía para gustarle a las chicas y nada más. Se trataba de mostrarles que era alguien interesante, lo cual no era evidente con solo verme. Así que no hay que exagerar con la infancia y el espíritu infantil en mis libros. Fundamentalmente, soy una puta. Escribo para que me aplaudan. En absoluto me interesa el dinero, quiero ser amado, admirado”. Un escritor político Estas declaraciones confirman la gran labor que le ha supuesto ser aceptado en los medios y el mundo literario que ahora casi unánimemente celebran Anéantir como una obra maestra (con la excepción de los medios de la izquierda parisina, como Les Inrockuptibles o France Culture, y sus muy previsibles críticas). Aunque no siempre fue así. Tanto su gusto por la provocación como los temas que introduce en la novela francesa —antes de él, nada era menos atractivo literariamente que los ejecutivos y funcionarios, principales protagonistas de sus relatos— dividieron desde el inicio la opinión, a pesar de sus éxitos de venta. Su crítica acerba contra el espíritu libertario de 1968 le atrajo también fieles detractores. Desde 1998, explicaba la hostilidad contra él comparándose con el escritor estadunidense Bret Easton Ellis: “Como él, yo traigo malas noticias y muy

rara vez se nos perdona a los emisarios de las malas noticias”. Hasta hace poco, se quejaba con sus amigos de la campaña de odio dirigida hacia él. “Sería justo hablar de una guerra de exterminación total contra mí”, aseguraba al muy mediático filósofo Bernard Henri-Lévy. O en entrevista con su amigo, el polémico escritor Frédéric Beigbeder, afirmaba: “Soy un caso histórico de odio. Desde Rousseau, nunca se había visto algo semejante”. Las diatribas se intensificaron en 2015 con Sumisión, donde imagina una Francia gobernada por un presidente musulmán que impone un régimen islámico. La triste coincidencia de la salida de este libro el mismo día del atentado contra la redacción de Charlie Hebdo, el 7 de enero de 2015, lo obligó a suspender la promoción. Incluso el primer ministro de entonces, Manuel Valls, lo denunció como instigador de la islamofobia creciente: “Francia no es Michel Houellebecq, no es intolerancia, odio, miedo”. Triste coincidencia también: el periódico satírico le había dedicado la portada de su último número. Lo representaban como un mago haciendo predicciones: “en 2015, pierdo los dientes”; “en 2022, hago el ramadán”. De hecho, su novela había dividido a la redacción, entre quienes la defendían, como Philippe Lançon, autor del impactante testimonio El colgajo, y quienes la criticaban

con firmeza, como los caricaturistas Cabu y Luz, pues veían la confirmación de su peligrosa hostilidad contra el islam. En efecto, en 2001 había declarado que “la religión más estúpida es por mucho el islam” y había afirmado que “la lectura del Corán es de lo más repugnante”. Sin hablar de los controvertidos pasajes en Plataforma sobre los fieles de esta religión. Sin embargo, ahora todo eso ha quedado atrás. Michel Houellebecq ha sabido frecuentar a la gente indicada y ganarse los honores, desde el Premio Goncourt, en 2010, máxima recompensa de las letras francesas, hasta la Legión de Honor que le otorgó el presidente Emmanuel Macron en 2019 por sus libros “llenos de esperanza”. Pues Houellebecq nunca ha dudado de su valor ni del lugar que ocuparía en la literatura francesa. Así, a su primer editor, el legendario y temible Maurice Nadeau, para convencerlo de que lo publicara, se describió con una comparación sorprendente: “Soy el Georges Perec de hoy. Lo necesito”. Ahora, con Anéantir, busca afirmar su influencia como un escritor político, visionario, al situar la historia en un futuro cercano, las elecciones de 2027. “Si miro mis libros, decía ya en 2015, diría que constato y luego hago proyecciones, que no son profecías. Es algo difícil de explicar la proyección en ciencia ficción.

El autor de Anéantir, que en estos días apareció bajo el sello de Flammarion.

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Tomemos un caso típico: cuando Orwell escribe 1984 en 1948, en Inglaterra, no dice que va a ocurrir lo que escribe. Quiere expresar más bien un miedo inconsciente en los británicos de su época, el cual era ‘nos van a socializar y a controlar’ ”. Con esta nueva novela, un thriller político que al final se transforma en una meditación metafísica, Houellebecq se sitúa nuevamente como revelador de una época. Pone en escena a un alto funcionario del ministerio de Economía, Paul Raison, de 47 años, que poco a poco saldrá de su vacío existencial y se reconciliará con su padre al afrontar la muerte. Su posición como confidente del ministro de Economía Bruno Juge —alusión apenas velada a Bruno Lemaire, actual ministro de Economía y amigo suyo, que le abrió las puertas de Bercy para documentarse— lo hacen tener una posición privilegiada sobre las elecciones. Junto con el candidato de la mayoría presidencial, una estrella televisiva, Bruno Juge intentará prolongar la política del mandatario saliente, Emmanuel Macron, que, sin nunca ser nombrado, es fácilmente reconocible. Como en sus anteriores novelas, su crítica de la sociedad actual se basa en la sátira humorística. El lector no se sorprenderá al encontrar las mismas críticas violentas contra las mujeres —divididas entre quienes les gusta coger y quienes no—; contra los periodistas, oportunistas sin ninguna convicción política real; contra los políticos que dirigen el país de manera desastrosa al abandonar el combate por una política económica que defienda los intereses nacionales. Son quizá las partes dedicadas a la relación entre el protagonista y su padre en coma donde aflora algo distinto, un ánimo de reconciliación, casi de apaciguamiento. Mucho de las relaciones padre e hijo en este libro, confiesa Houellebecq en su entrevista con Le Monde, “están muy ligadas a las relaciones que tuve con mi padre. Me parezco a él terriblemente. Cuando era bebé ya decían que era su vivo retrato. Y, en efecto, entre más envejezco más me parezco a él. Probablemente moriré de lo mismo que padeció, algo de vasos sanguíneos. Pero morir no es grave, el problema es que cada vez veía menos y mi vista comienza a disminuir mucho. Por eso, para la nueva presentación de mis libros, me importaba que la letra fuera lo suficientemente grande”. Como él mismo lo resalta, el objetivo subyacente de sus novelas, “aunque parezca un poco anticuado”, es “hacer reír y llorar”. De sobra sabemos lo que hace reír a Michel Houellebecq. Nada detesta más que la hipocresía, lo políticamente correcto y lo biempensante. Pero ¿qué lo hace llorar? ¿La tristeza que le suscita esta sociedad decadente? ¿La soledad del mundo contemporáneo cuyo testimonio más sórdido son las residencias para ancianos que minuciosamente describe? Los lectores encontrarán quizá en Anéantir una respuesta a esta interrogante, tal vez la única válida para él: ¿cuál sería el hacha que rompa el mar helado en nosotros?

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LITERATURA

15 DE ENERO 2022

MEMORIA

La muerte no podrá contra ti Este testimonio traza el retrato del escritor y cineasta Gerardo de la Torre, quien murió el pasado 8 de enero

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l viernes 7 de enero, antes de medianoche, mi padre, Gerardo de la Torre, tuvo un primer infarto; lo habían estabilizado cuando le sobrevino otro. De la segunda reanimación ya no regresó. No hubo sufrimiento: papá se desvaneció de pronto, inconsciente hasta el final. Toda la tarde estuvo en el hospital Star Médica de Cuautitlán Izcalli, adonde fue a consulta en compañía de mi sobrino Miguel. Había terminado de merendar cuando quiso levantarse y ya no pudo. Fue una jornada que pasó feliz, acompañado, contando historias hasta que su enorme corazón se detuvo. Yo no estuve ahí, las restricciones pandémicas lo impidieron, pero el jueves le di un beso en la frente y nos mantuvimos juntos largas horas. Después supe que tras su infarto ocular de hace unos meses no tuvo covid: lo suyo fue una insuficiencia cardiaca que comenzó a manifestarse en su dificultad para caminar y respirar, a la que se sumaron daños irreversibles en su otrora impecable maquinaria que nunca iban a permitirle ser de nuevo el hombre fuerte e independiente que le gustaba ser. Papá decidió irse, estoy segura, porque primero muerto que jodido. Ese viernes los De la Torre —una amplia familia de locos, como los muchachos locos de tantos veranos que vivió mi padre en la Narvarte, donde conoció a mi mamá y a José Agustín, cuyos padres y hermanos lo acogieron desde chamaco— perdimos a nuestro patriarca. y al recibir la noticia muchos de sus amigos y colegas, una multitud de alumnos suyos que veneraban el suelo por donde él ponía los pies y algunos lectores fieles quedaron tan desamparados como nosotros, los de su sangre: las redes sociales transformaron su partida en nota y en cuestión de instantes comenzaron a llegar a las cuentas de mi padre, la mía y la de mi hermano decenas, cientos, innumerables mensajes de amor y solidaridad. Fue como contemplar una lluvia de brutales rosas blancas. Gerardo de la Torre, sobra decirlo, escasas veces obtuvo el reconocimiento de la crítica como el autor fundamental que es dentro de la narrativa mexicana de los siglos XX y XXI: ahí están, como prueba, Muertes de Aurora, Hijos del Águila y Los muchachos locos… Guionista de televisión educativa, fue

YOLANDA DE LA TORRE FOTOGRAFÍA ARCHIVO FAMILIA DE LA TORRE

Arriba, a la izquierda, Gerardo de la Torre en sus días de beisbolista.

responsable de programas como el primer Plaza Sésamo y la telenovela El que sabe, sabe (en la que adaptó el sistema educativo de Freire a la televisión y por la cual ganó un premio de la Unesco); escribió las series policiaca y de terror Tony Tijuana y Hora marcada, y como guionista de cine, entre sus muchas colaboraciones con Felipe Cazals, destacó Los niños de Morelia, por la que recibió un Coral en el Festival de Cine de La Habana como mejor guion inédito. En el ínter forjó más de 50 generaciones de narradores solo en la Escuela de Escritores de la Sociedad General de Escritores de México (Sogem). Durante los últimos 25 años papá, un peleador legendario, ya se había dado un par de agarrones con la muerte; de ambos lo vimos salir victorioso con el puño izquierdo en alto. La primera vez rondaba los 60 años y compartía una partida de dominó con sus alumnos en una cantina cuando le vino un fuerte dolor en el pecho y el brazo izquierdo. En vez de preocuparse,

Como trabajador de la palabra, creía que cualquiera puede convertirse en escritor

fue a dar la vuelta a la manzana, tratando de desentumir el brazo, y al sentirse mejor regresó a la partida como si tal cosa. Al día siguiente fuimos a desayunar y tuvo el descaro de pedir unos chilaquiles verdes con dos huevos encima de los que no dejó rastro. Después de hablar con amigos y médicos, preguntándose si habría sufrido algo muscular, su cardiólogo le dijo que el único músculo capaz de provocar esos síntomas era el corazón. Mi padre comenzó a cuidarse. Quería más vida. Así era papá. Un toro, un búfalo cuya rudeza era una tímida forma de cariño. Como buen trabajador de la palabra, creía que cualquiera puede convertirse en escritor y se dedicó a demostrarlo en clases. Uno de sus placeres era ir a los tianguis por libros para regalar a sus alumnos, a quienes les inculcaba el amor por el lenguaje y les exigió, implacable, claridad y precisión; sus críticas, sin embargo, siempre resaltaron los aciertos y mostraban las distintas maneras de abordar, pulir y casi esculpir una historia hasta obtener líneas potentes y libres de ripios, capaces de ganar por nocaut. No solo les regaló sus trucos narrativos: a

sus chicos los llenaba también de dulces y chocolates por el simple hecho de ir a clase y después de impartir su sesión solía llevar a todo el mundo a la cantina, dispuesto a pagar innumerables tragos. Su generosidad, como su rectitud, no tuvo límites. El siguiente asalto mi padre lo peleó en el peligroso cuadrilátero del cáncer de vejiga cuando tenía 70 años. Para recibir quimioterapias le insertaban sondas que una y otra vez lo sometían a sangrados al orinar en medio de un agónico sufrimiento. Muchas de esas sesiones ocurrieron un día antes de su clase de cuento en la Escuela de Escritores, que era los jueves. Él jamás faltó. Prefería soportar el dolor —al estilo de Lawrence de Arabia en la película de Lean, cuando sostiene en sus dedos una cerilla que se apaga entre ellos— que abandonar a sus alumnos. Cuando finalmente venció al cáncer muchos pensamos que nos enterraría. Su necesidad de cuidar de los suyos provocaba que no deseara irse sin conocer el final de nuestras tramas. En su última jornada le dijo al doctor que quería mejorar, vivir un tiempo más. Tenía pendiente la publicación de una novela policiaca, Satán en San Xavier ―continuación de Nieve sobre Oaxaca― y la reedición de sus Instantáneas, ahora ampliadas e intituladas Instantes. También deseaba terminar una novela sobre los niños de Morelia y poco antes de fallecer me comentó que le venían a la mente párrafos para otra más sobre nuestra familia. Su capacidad creadora no se detuvo ni en los últimos momentos. Deja más de 30 novelas y libros de cuentos e innumerables textos periodísticos en los que, como obra en conjunto, tocó temas más amplios que las luchas proletarias sin restringirse al marco experimental de La Onda: urge revalorar su legado. Deja también familia, amigos, alumnos, lectores y colegas que durante largas generaciones compartiremos su dignidad de beisbolista, trabajador, comunista, cineasta, maestro y narrador, su modo de vivir para otros. Y él no habrá muerto. Como dijo José Agustín al enterarse del deceso, citando al gran Neruda para otro grande: “Aquí me quedo con la luz de enero”. Descansa, Gerardo de la Torre. Descansa, papá.

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EN LIBRERÍAS

15 DE ENERO 2022

NARRATIVA, ENSAYO Casa de furia

La peste blanca

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A FUEGO LENTO Historia de un alemán

Leer en los aviones México, 2021

Evelio Rosero Alfaguara México, 2021 396 páginas

Karel Capek Pálido fuego España, 2021 118 páginas

Sebastian Haffner Booket México, 2021 318 páginas

Con los ingredientes del drama y la comedia, esta novela hace el retrato de una sociedad colombiana que disfruta la fiesta mientras todo a su alrededor prefigura una catástrofe. La trama se ubica en 1970, en uno de los barrios exclusivos de Bogotá. Estamos en casa del magistrado Ignacio Calcedo, quien celebra su aniversario de bodas.

Las pesadillas distópicas pueden volverse reales. Esa es la impresión que deja esta novela escrita en 1937 por el célebre escritor checo. Una enfermedad proveniente de China, que descompone el cuerpo humano, y para la cual no hay tratamiento ni vacuna, azota a la humanidad hasta que interviene un humilde médico.

Estas Memorias 1914-1933, según reza el subtítulo, tienen como eje un duelo entre “un Estado tremendamente poderoso, fuerte y despiadado, y un individuo particular, pequeño, anónimo y desconocido”. El poderoso Estado quiere someter a ese personaje insumiso advirtiéndole que puede recibir severos castigos.

El grupo de Bloomsbury

La belleza y el terror

Cuentos

Quentin Bell Taurus México, 2021 168 páginas

Catherine Fletcher Taurus México, 2021 600 páginas

Oscar Wilde Austral México, 2021 160 páginas

Virginia Woolf, Roger Fry, J. M. Keynes, Lytton Strachey, Harold Nicolson... fueron algunos de los miembros destacados de ese grupo legendario que ejerció una influencia enorme en la sociedad inglesa de principios del siglo XX. Quien narra su historia fue una figura cercana, pues sus padres formaban parte de esa elite.

Como demuestra este ensayo, el Renacimiento italiano, modelo de la modernidad en Occidente, fue un tiempo de contrastes. Junto a las grandes creaciones intelectuales y artísticas campeaban las luchas políticas, los saqueos, la quema de aldeas rebeldes, la trata de esclavos… Fletcher se ocupa justamente de ese lado oscuro.

Como narrador, la figura de Oscar Wilde está ligada a esa obra maestra que es El retrato de Dorian Gray, su única novela. Su labor como cuentista queda relegada a un segundo plano comparándola con ella, y puede calificársele de menor por cuentos como “El gigante egoísta”, “El ruiseñor y la rosa” y “El príncipe feliz”.

Y, además, en nuestra edición digital: Carlos Illades: Víctor Serge, el valor de la crítica • Jorge Esquinca: Las fabulosos estrellas • Jorge Ortega: La casa del ser • Jaime Chabaud: 400 años de Molière

Viajar, no importa cómo ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

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n uno de los dieciocho relatos que componen Leer en los aviones (ERA), justo a la mitad del camino, Ana García Bergua ofrece una de las claves para iluminar nuestra lectura. El relato se titula “Don de lenguas” y es un homenaje —¿una brillante falsificación?— de aquellos universos creados por Italo Calvino en Las ciudades invisibles. Tenemos entonces al pastiche haciendo de las suyas. ¿Hay más? Muchísimo, en poco más de un centenar de páginas. Tenemos a la ironía con aliento dosificado, al llamado a la aventura no siempre bien retribuido, a la contención estilística como imperativo moral, a la perseverancia de algunos amores para ser obcecadamente ridículos, al gesto solidario hacia unos personajes que pocas veces pueden salir enteros del atolladero en el que se metieron. Pero sobre todo está la propensión al viaje como fatalidad, fuga o goce pasajero. Hay, por supuesto, lugar para los aviones, que, en el caso del protagonista del relato inaugural, “Crimen y castigo”, son una suerte de afrodisiaco que potencia su afición a la lectura, y, en el de la mujer a quien observamos en “Ladridos”, toman la forma de una selva donde el perro chihuahua que lleva consigo está en riesgo de extraviarse. Y hay también lugar para ferrocarriles, barcos, autobuses, camiones de mudanzas, patines, y, ah, sus eternos cómplices y templos privilegiados del anonimato: los cuartos de hotel, tan sofisticados como piojosos. Así que Leer en los aviones, además de una explosión de inteligencia humorística y satírica, es una invitación al viaje de muy diversas maneras. Como sostiene ese obseso que sueña con subirse al Concorde: “Tú no digas nada, que ya está hecho”. Podrían ser las mismas palabras que pronuncie Ana García Bergua una vez que abrimos su libro, o algo así: no me digas que tienes algo mejor qué hacer que acomodarte en mi confortable avión. Una visión ligera y cruda puebla a cada relato, y sus protagonistas absorben tensiones, frustraciones y apetencias como pararrayos bajo un cielo encapotado. Cuanto más se afanan por cumplir lo que llaman su destino, tanto más indefensos aparecen a nuestros ojos. Al final sus carreras hacia donde no creen pertenecer quedan en un remedo. Y entonces, sabedores de nuestras debilidades, sonreímos por solidaridad hacia nosotros mismos.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.

15 DE ENERO 2022

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TOSCANADAS

Templos de palabras DAVID TOSCANA

M

uy conocida es la historia de Eróstrato, que destruyó el templo de Artemisa en Éfeso para pasar a la historia. Los anales de la insensatez humana incluyen a otro pelmazo de ese tamaño. No me refiero ahora a George W. Bush, sino al veneciano Francesco Morosini, que en 1687 atacó la ciudad de Atenas y destruyó el Partenón a morterazos, aprovechando que, igualmente pelmazos, los turcos habían convertido el templo en un polvorín. No contento con la destrucción explosiva, Morosini quiso rapiñar las estatuas y acabó por arruinarlas a golpes de mazo e ineptitud. El majestuoso templo se había construido en cerca de una década con métodos primitivos. Ahora, con lo más sofisticado de la tecnología y mil quinientos millones de euros, lleva cuarentaisiete años en reconstrucción, y sigue siendo un esqueleto fracturado.

EL PARTENÓN

La mejor idea sobre su interior para siempre perdido, la tenemos en la crónica del viajero Pausanias, que lo visitó hace dos mil años. “Entrando en el templo que llaman Partenón, todo lo que está en el llamado frontón hace referencia al nacimiento de Atenea… La imagen está hecha de marfil y oro… con manto hasta los pies, y en su pecho tiene insertada la cabeza de la Medusa de marfil; tiene una Nike de aproximadamente cuatro codos y en la mano una lanza; hay un escudo junto a sus pies y cerca de la lanza una serpiente; esta serpiente podría ser Erictonio…”. De tal estatua no quedan sino esas frases. En verdad es una desgracia lo que ocurrió al templo de Artemisa y al Partenón. Sin embargo, la mejor herencia que nos legaron los griegos está hecha de palabras. Mayor desventura es que entre quinientos millones de hispanohablantes no se hallaran unos pocos miles de hispanolectores que aceptaran

tan valiosa herencia, de modo que le hubiesen dado vida la bendita Biblioteca Clásica Gredos. Está muy bien que algunos millonarios aporten para restaurar el Partenón, abran la chequera dadivosamente cuando se quemó Notre Dame y construyan museos de arte, pero da grima que no miren las letras con igual necesidad de restauración. Recuerden que Vasconcelos se granjeó la inmortalidad con la impresión de unos pocos clásicos. La arqueología gasta fortunas en desenterrar piezas de piedra, cerámica y metal, pero el gran evento arqueológico del año no sería hallar una estatua de Apolo, sino unos rollos con alguna tragedia perdida de Sófocles. Heinrich Schliemann gastó su fortuna e invirtió su vida en hallar Troya, pero nada de lo que llegó a desenterrar él o sus sucesores vale tanto como los versos que van desde la ira de Aquiles hasta los funerales de Héctor, domador de caballos.

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BICHOS Y PARIENTES

Groethuysen: la templanza intelectual

H

ay autores que no merecen su suerte. Algunos, porque su obra parece sobrevivir mejor las décadas que la crítica; otros, al contrario, injustamente se olvidan, incluso antes de alcanzar a esos lectores que no saben todo lo que pierden con la desaparición de algunos libros. Es el caso de Bernard Groethuysen, que parece haber desaparecido del catálogo del Fondo de Cultura Económica, que había publicado dos grandes obras suyas: Filosofía de la Revolución francesa (México, 1989, en traducción de Carlota Valleé) y La formación de la conciencia burguesa en Francia durante el siglo XVIII, en la colección de Historia (México, 1943, reimpresa en 1985) y con traducción y prólogo de José Gaos, su principal y entusiasta promotor en la lengua española: “este libro es considerado como una obra eminente de historia del espíritu, y como fundamental en el plano de la historia de las ideas y la historia social, ante todo por la utilización del material olvidado (sermones, etc.) y el estudio de las corrientes generales, incluso las extrañas a toda literatura”, y luego de hacer el recuento de Groethuysen, Gaos apuesta a que “es, en efecto, todo esto —y acaso aún algo más: una de las dos o tres obras maestras de la ciencia histórica en lo que va del siglo”—. Uno de los libros mayores de Gaos, Historia de nuestra idea del mundo, es deudor de la obra de Groethuysen. Los copiosos elogios de Gaos prendieron en Hugo Hiriart, a quien sus amigos hemos oído no pocas veces continuar el encomio de Groethuysen, y que sus lectores pueden hallar en su reciente y breve obra maestra:

JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA ANÓNIMO

Lo diferente. Iniciación en la mística (Random House, México, 2021). Respecto a la formación de la burguesía, dice Hiriart: “no conozco libro más logrado” que el de Groethuysen. Y en él se apoya para resumir un paso de capital importancia en la concepción del mundo, de las morales, de la trascendencia: “En la creencia ingenua del pueblo había unanimidad. Y así estaban las cosas cuando hizo aparición un personaje desconocido. El hombre estaba atribulado por un

La mentalidad que surge con el burgués cambió la historia y el lugar de las personas en el mundo

sufrimiento que nadie más padecía: la duda, el hombre dudaba. Y para calmar su dubitación solicitaba explicaciones personales, no las de la grey, no las del redil, sino las suyas, sus dudas, las de él. Tampoco esta actitud se había visto nunca. Este personaje indagador es el burgués”. Bernard Groethuysen (1880-1946) nació en Berlín, estudió ahí, en Viena y en Múnich; fue discípulo de Wilhelm Dilthey, Theodor Gomperz, Georg Simmel, Heinrich Wölfflin, por ejemplo. Huyó del régimen nazi e hizo campaña para que los intelectuales condenaran el racismo y la tiranía; se instaló en Francia y adquirió la nacionalidad francesa. Fue amigo de André Gide y Jean Paulhan. La lengua francesa le debe, además de sus propias obras, una traducción de

El autor de Filosofía de la Revolución francesa.

Goethe y la obra de Franz Kafka (él mismo tradujo y prologó El proceso). En su trabajo de historia de las mentalidades, con Dilthey, y en sentido contrario a las corrientes historiográficas y de historia de las ideas de su época, Groethuysen supo que “la visión del mundo no es filosofía, sino que la filosofía se limita a dar expresión de un modo especial a una visión del mundo ya existente”. Cometemos un error en creer que la historia se hace con las cimas literarias de las épocas cuando se fragua mucho más con las formas cotidianas del pensamiento y sus normas puntuales. O sea: el cura de la parroquia influye mucho más que Balzac en la conducta y los juicios de esa región. La formación de la conciencia burguesa... inicia justo en el recuento de sermones, opiniones dichas entre vecinos, diálogos transmitidos en documentos personales y familiares y desde la menuda arena de las opiniones va concretando su edificio histórico. No solo es un ejemplo de trabajo de historiador sino una templanza de las pretensiones de la grey libresca: el mundo es mundo con o sin intelectuales, y tiene ideas metafísicas y certezas morales y guías de pensamiento con y sin libros. Desde luego, no es un anti-intelectual; todo lo contrario, pero que las formas más depuradas del pensamiento sean guía y motor de las sociedades es una suposición supersticiosa e infundada: la mentalidad que surge con el burgués cambió la historia y el lugar de las personas en el mundo sin el requerimiento de sus intelectuales... Y por eso, dejar a Groethuysen en el olvido, además de un error editorial, es tirar un recurso de templanza intelectual.

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