Laberinto No.971 (22/01/2022)

Page 1

Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO LA GUARIDA DEL VIENTO

EL ATLAS DE PANDORA

ALONSO CUETO

IRENE VALLEJO

La tristeza de César Vallejo

En el desfiladero helado Foto: Autor anónimo

SÁBADO 22 DE ENERO DE 2022 AÑO 18 - NÚMERO 971

Un ensayo recobrado sobre Giménez Botey José Emilio Pacheco/ ILUSTRACIÓN: BOLIGÁN

Ilustración:Román


-02-

ANTESALA

22 DE ENERO 2022

LA GUARIDA DEL VIENTO

La vibrante tristeza de Vallejo

L

ALONSO CUETO

a vida y la obra de César Vallejo conforman un misterio que gana cada vez más cultores. A diferencia de otros grandes poetas de su tiempo (Borges, Neruda, Paz), Vallejo murió joven (acababa de cumplir 46 años), con una obra en parte inédita, sin la fama que lo iba a coronar. Esta fama está basada en su singularidad. Mientras otros poetas exploraron el castellano hasta sus límites, Vallejo fue más allá. Creó otro idioma. Uno de los grandes ejemplos es su libro Trilce que este año cumple un siglo. No es casual por ello que el interés por Vallejo siga en aumento. En años recientes la biografía de Stephen Hart (Cesar Vallejo. A Literary Biography) y la novela de Eduardo González Viaña (Vallejo en los infiernos) se han sumado a otros libros como el Monsieur Pain de Roberto Bolaño que cuenta los últimos días de su vida. La alusión al sufrimiento que se desprende de estos títulos vuelve a aparecer en El hombre más triste, que acaba de publicar Daniel Titinger, con edición de Leila Guerriero, en Ediciones Diego Portales de Chile. El libro no es una biografía sino un perfil del personaje, matizado por el relato de la búsqueda de testimonios sobre su vida y sobre su muerte. Titinger recoge con lujo de detalles algunos hitos biográficos: el nacimiento en Santiago de Chuco, los dos abuelos curas, el encarcelamiento, el viaje a Lima, la llegada a París en 1923 y la muerte el Viernes Santo de 1938 (casi un jueves como había pronosticado en “Piedra negra sobre una piedra blanca”). Sabemos que la pobreza del poeta en los inicios de su estancia parisina lo hacía buscar refugio en los vagones de los metros, donde se quedaba hasta la hora del cierre. De esos años, Titinger cita a Elena Garro en Los recuerdos del porvenir: “Él se dio cuenta de cómo lo miraba y me echó un brazo al cuello […]. A su contacto me invadió una corriente de bondad que no he vuelto a sentir”. La percepción de la bondad, unida a la de la tristeza crónica (según testimonios, Vallejo era capaz de estallar en llanto con suma facilidad), encuentran distintas versiones en el libro. En una de ellas, se cuenta que Picasso entró con Rafael Alberti a un café en París donde vio sentado a Vallejo. “Vámonos, que este es muy triste y nos arruina la tarde”, comentó. Sin embargo, poco después de la muerte de Vallejo, Juan Larrea le llevó a Picasso La rueda del hambriento y España, aparta de mí este cáliz . Al leerlos, Picasso exclamó: “A este poeta si le hago un dibujo”. Poco antes se había negado a retratar a García Lorca: “Que se lo haga Salvador Dalí”. El libro de Titinger abunda en alusiones a Georgette Philippart, la esposa de Vallejo, que tuvo un rol protagónico para la disciplina del escritor. En la lápida del poeta, en Montparnasse, hay una frase suya: “He nevado tanto para que duermas”. Georgette es una pieza esencial para la creación de una gran obra, sustentada por una vida de enigmas. Este libro las enriquece, con provecho para cualquier lector.

_

Cuando el destino nos alcance. Dirección: Richard Fleischer, Estados Unidos, 1973.

HOMBRE DE CELULOIDE

El Apocalipsis en 2022

A

FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA MGM

ño, 2022; lugar, Nueva York, población, 40 millones. Con este epígrafe comienza Cuando el destino nos alcance. Y en él está contenido el horror. Soylent Green (así se llama en inglés) está disponible en diversas plataformas de streaming y fue dirigida por Richard Fleischer en 1973. La primera cuestión por resolver es, ahora que hemos llegado a la fecha que auguraba aquel apocalipsis, ¿qué se ha cumplido y qué no en esta revelación fílmica? Basada en una novela de ciencia ficción de Harry Harrison, Cuando el destino nos alcance intuye ciudades donde la movilidad se ha limitado. La gente camina por las calles con la boca cubierta por mascarillas y la naturaleza está destruida. Pero, además, las corporaciones se han adueñado de los gobiernos del mundo y un frasco de fresas cuesta 150 dólares. Hasta aquí lo único que parece fuera del ámbito de lo real es el precio de la fruta pues hay otro detalle inquietante en esta obra: el cuerpo humano, en la visión de Harris y Fleischer, ha sido cosificado hasta tal punto que no solo se dispone de él como de un animal de granja; a las mujeres, particularmente, se les compra, vende y renta junto con los departamentos que, por supuesto, son lujos tan onerosos que solo los

políticos corruptos pueden rentar uno. Todos los otros viven en autos abandonados y en las escaleras de edificios por los que Charlton Heston sube y baja pisando a los pobres que se acumulan como si fuesen motas de polvo. Es cierto que la cosificación del ser humano no ha llegado al nivel de que alguien piense que su carne pueda servir para acabar con la hambruna mundial, pero los movimientos por la reivindicación de los derechos de las mujeres y las luchas por el respeto a las minorías sexuales tienen como base, sobre todo, este punto: evitar la cosificación. “Mi cuerpo”, dicen los activistas, “no le pertenece a nadie”. Entonces, ¿acaso el destino nos alcanzó? La película de Fleischer fue dirigida en el momento histórico en que el movimiento ambientalista comenzaba a ganar apoyo moral. En plenos años de Guerra Fría esta lucha gozó de un amplio poder de convocatoria en todos los estratos de las sociedades occidentales; tanto que resultaba más popular

La película fue dirigida cuando el movimiento ambientalista ganaba apoyo moral

que otras acciones muy fervientes en aquel tiempo. Los movimientos contra la Guerra de Vietnam, por ejemplo, o por los derechos civiles, no gozaban en 1973 de la atención que comenzó a recibir el ambientalismo. ¿Pero el principal problema es, como plantea esta película, el exceso de población? En torno a este punto la discusión sigue siendo amplia y acalorada, si bien parece estar demostrado que en dejar de reproducirse no está la clave. En lo que sí parecen haber acertado Fleischer y Harrison es en la inminencia de un desastre ecológico. Según apunta un personaje en Cuando el destino nos alcance, este apocalipsis en torno al cual se desarrolla la trama ha comenzado con un calentamiento global. Y si bien es cierto que en el mundo globalizado los políticos y ambientalistas tampoco se ponen de acuerdo en torno a la solución plausible para este problema, también es cierto que el horror, al menos en este sentido, cada día nos parece más cerca. Es solo por eso y no por sus valores estéticos (que a decir verdad son más bien pocos) que vale la pena volver a ver Cuando el destino nos alcance, una obra de horror que adivina que en este 2022 las calles se han llenado de gente que para circular necesita cubrirse con mascarillas.

_


ANTESALA

22 DE ENERO 2022

POESÍA

La música

LOS PAISAJES INVISIBLES

Coen y Almodóvar

ANNA AJMÁTOVA

Para Dimitri Shostakovich

En ella arde algo maravilloso, Y en sus ojos se tallan los lugares. Solo la música me habla Cuando otros temen acercarse. Cuando el último amigo se apartó Ella estuvo conmigo en mi tumba Y cantó como la primera tormenta O como si todas las flores conversaran.

1957-1958 Traducción de Jorge Bustamante García El poema "La música" fue escrito cuando la poeta rondaba los 69 años, afectada todavía por la muerte reciente de su amigo el escritor Mijaíl Zóschenko. El primer encuentro personal con Shostakovich se produjo quizá en la década de 1930, cuando él era ya un brillante y joven compositor. Su Séptima Sinfonía se menciona en “Poema sin héroe”. Los dos se encontraron en muchas ocasiones, y en 1958 Ajmátova le regaló al compositor una edición reciente de algunos de sus poemas, entre los que se encontraba el poema a él dedicado. Después de la muerte de la poeta, Shostakovich compuso la obra vocal Anna Ajmátova.

EX LIBRIS

Voz del amo/ EKO

-03-

IVÁN RÍOS GASCÓN

A

@IvanRiosGascon

lfred Hitchcock ponderaba a la imagen sobre la oralidad. En esa inmensa cátedra conversada que le dio a François Truffaut (El cine según Hitchcock), aseveró que “el diálogo debe ser un ruido entre los demás, un ruido que sale de la boca de los personajes, cuyas acciones y miradas son las que cuentan una historia visual”, pero eso es incompatible cuando se trata de versiones fílmicas del teatro, porque la columna vertebral del drama es la alocución. En tiempos de pandemia, se realizaron dos adaptaciones que no podrían estar más alejadas del punto de vista de Hitchcock, ya que los parlamentos son la materia, el alma de los personajes, aunque ambas producciones, como una especie de tributo a las teorías cinematográficas del director de Psicosis y Los pájaros, se ocuparon de construir un mundo estético impecable: Joel Coen escribe y dirige La tragedia de Macbeth (2021), de William Shakespeare; Pedro Almodóvar rodó un corto de 31 minutos basado en La voz humana (2020), de Jean Cocteau. Con la elegante fotografía en blanco y negro de Bruno Delbonnel, Joel Coen estructura su relato prácticamente al pie de la letra del texto de Shakespeare, pero es notable lo que consigue con la austeridad escenográfica y de recursos humanos con que ensambla la malhadada aventura del lord que se hace del trono de Escocia a través del magnicidio. Denzel Washington como Macbeth y Frances McDormand como Lady Macbeth no son lo más brillante, porque la fuerza narrativa se sostiene en la espléndida interpretación de Kathryn Hunter en tres papeles: las brujas, y el anciano que resguarda a Fleance, hijo de Banquo. Lo de Hunter es fuera de serie: su camaleónica lengua que muda de inflexiones y frecuencias, su expresividad, su elástica anatomía con la que se contorsiona en atroces siluetas, su habilidad para transfigurarse. Gracias a la energía que la luz, la sombra y los sutiles tonos plata de la imagen les confieren, las brujas de Kathryn Hunter rescatan el filme de Coen porque, a decir verdad, de no ser por esos siniestros personajes, La tragedia de Macbeth no sería más que una versión correcta de la obra del dramaturgo de Stratford Upon–Avon. Lo de Almodóvar es un caso semejante. Su adaptación libre de la obra de Jean Cocteau (bueno, ya en 1988 había hecho una paráfrasis con Mujeres al borde de un ataque de nervios: la mujer que espera la llamada del amante, que aguarda a que éste vaya a recoger sus cosas al departamento que compartieron), no ofrece elementos novedosos del estilo de Almodóvar (ahí está, como siempre, la cuidadosa foto de José Luis Alcaine sobre la escenografía vuelta una paleta de colores), salvo la actuación de Tilda Swinton, quien repasa las variadas mutaciones del espíritu maltrecho por el desamor. Indiferencia, melancolía, congoja, desesperación, odio, ira y resignación, todas esas emociones atraviesan la piel de Swinton, a la que acompaña una mascota igual de triste y ofuscada, el perro Dash, personaje adicional con que Almodóvar pule su puesta en escena de la obra que, en su momento, concitó menos aplausos que críticas feroces. (La voz humana siempre me recuerda esa anécdota que contó Sergei Eisenstein en Yo. Memorias inmorales: Eisenstein tenía dos boletos para el estreno en la Cómedie Française que le obsequió el propio Cocteau. Invitó a Paul Eluard quien, aburrido del monólogo de la protagonista, se puso en pie y gritó: ¡¿A quién llama?! ¡¿Al señor Desbordes?!, aludiendo la relación entre Cocteau y Desbordes, para después salir del teatro gritando ¡Merde! ¡Merde!) No obstante, hay que reconocer en Almodóvar su comprensión profunda del temperamento femenino, destreza con que reivindica el tedioso soliloquio que concibió el escritor francés. La tragedia de Macbeth puede verse en Apple tv. La voz humana está disponible en mubi.

_


-04-

DE PORTADA

22 DE ENERO 2022

Con autorización de Cristina Pacheco, publicamos este valioso rescate, un motivo para conmemorar ocho años de la muerte del polígrafo mexicano

Giménez Botey o la forma contra el vacío JOSÉ EMILIO PACHECO FOTOGRAFÍA IAGO

D

esde que hace treinta años presentó su primera exposición en Barcelona, Giménez Botey mostró, con otras cualidades, un don que a pocos artistas les fue dado: el valor para emprender de tiempo en tiempo el balance y liquidación de una etapa antes de iniciar un nuevo tramo de ese elocuente camino que es su obra total. No es común a los hombres que supieron del éxito en su primera juventud, esa capacidad de renuncia y autocrítica que libera de toda falsa complacencia y ahonda, en cambio, el poder de expresión. Cuando se para a contemplar lo andado, Giménez Botey prueba todo lo contrario del desaliento o de la extenuación: simplemente quiere saber de dónde viene para saber a dónde irá. Y ello nunca ha significado un repudio al estilo anterior. Todo lo contrario: esa actitud es un ejemplo de fidelidad y honradez en un artista que es enemigo de copiarse a sí mismo y repetir sus hallazgos. Tras la poda y el renuevo, Giménez Botey ha dado siempre obras que recogen (y modifican) lo mejor de su inmediata trayectoria, que ahondan y enriquecen su temática, ponen a prueba su pasión creadora. En este libro Giménez Botey ha querido reunir, antológicamente, su obra de escultor que nos permite observar esa admirable continuidad nutrida siempre en la renovación. Otros juzgarán el valor de estas esculturas. Por modesto que sea, un

prólogo me ha parecido siempre un abuso de confianza, sobre todo si pretende blandir una “crítica” que anteceda y se imponga a la opinión de quien va a contemplar. Además, para escribir estas páginas, no tengo otro título que el de amigo de Giménez Botey y solo quiero anotar algunas muy generales impresiones en torno de una obra ya juzgada, ya “hecha” (y también en progreso) que no precisa de nuevas alabanzas. 2 Como ningún otro arte, la escultura se enfrenta —cuerpo a cuerpo— con la ávida presencia de la materia. Giménez Botey sabe que esos materiales informes son sus aliados y sus enemigos. Y que en cada batalla se juega el todo por el todo. El escultor nació y creció en la fábrica de piedra de ornamento de su padre en Barcelona. Me ha contado que la primera relación de su mirada y su tacto con el mundo exterior fue por medio de la arena y la arcilla que se amontonaban en el patio y escurrían entre sus dedos. Antes que la palabra, al niño le fue revelado el don de dar forma a lo que no la tiene y de unir lo disperso. Cierto, de esa coincidencia entre la aptitud natural y las circunstancias físicas de los primeros años, puede nacer el artista o simplemente el buen artesano. Pero ya se nos ha dicho que el artista se hace a partir del artesano; y en todo momento, además, tiene que ser un artesano —si no lo es, difícilmente (pero hay casos) llegará a ser grande en su arte—. A fin de probar que el arte moderno no es de mandarines, sino un arte humano, social, Cassou citaba precisamente este ejemplo de los artistas mediterráneos —como Picasso, nada menos— que ha encontrado en su trabajo el placer noble y elemental del

artesano. Particularmente en la escultura, la artesanía es, digamos, el solfeo, la gramática, el andamiaje que proporciona algunas cualidades que nunca están de más: el tener los pies en la tierra, la conciencia de los límites y las posibilidades, todo en fin lo que antes se llamó “la alegría de los oficios” —alegría inexistente en la era de la máquina, la explotación, la especialización y el gran dinero: circunstancias que llevaron a Hugo von Hofmannsthal a presentir que la verdadera realidad de estos años reside en el arte y que lo otro, lo exterior, es la irrealidad, el caos, la no-vida, pues nos hemos olvidado de la vida por lo que no debería ser más que el medio para vivir y no debería valer sino como instrumento. 3 Los materiales de Giménez Botey surgen de la tierra para encontrar su forma de estar vivos. Tal vez a él le agradaría como referencia a su obra, la idea —presente en casi todos los pueblos primitivos— de que el escultor es el hombre capaz de extraer la forma que guarda, dentro de sí, toda materia. En esta mayéutica de la creación, el artista solo tendría que desbrozarle el camino a una forma natural que pugna por salir y abrirse paso. Nada, pues, habría más grande en el mundo que la capacidad y el oficio de buscar el contorno del vacío, de poblar el gran vacío que sería el mundo sin la obra del hombre.

El arte es también un dominio del freno y de la espuela, hay cuestas y llanuras

Pero esas obras cumplen su rebeldía: todo lo que creamos tiene que separarse de nosotros, vivir su propia vida llena de impensables significados. Inútil: una nueva transformación es imposible, cambiar las cosas arrostraría el peligro de destruirlas. Y allí están nuestras obras mirándonos, burlándose desde el jardín irónico en que el deseo de Tántalo ahondaba su distancia de las cosas. No hay más remedio que olvidarlas y seguir adelante. Por eso, si Giménez Botey ha llegado a ser un escultor moderno (es decir, a marchar en consonancia con su tiempo) lo fue por un proceso, un crecimiento orgánico. Para quebrantar las reglas hay que haberlas dominado, primero, y después sustituirlas por otras nuevas, propias, pues ¿qué sería de la libertad del artista sin una resistencia a vencer? Enemigo de lo anárquico, Giménez Botey se libró a tiempo de la gran tentación del artista moderno: desechar la tradición antes de haberla conocido y experimentado. Mas la continuación es, por esencia, transformación; la influencia, aumento del caudal. Aunque el periodo “clásico” o “académico” de Giménez Botey ya deja ver la seguridad y la invención personales, no creo que (sin pasar por alto el dominio adquirido) en lo futuro se tome demasiado en cuenta para juzgarlo, excepto —y qué más— como la sólida raíz de su plenitud. El escultor vivía aún de una maestría anterior y meditaba antes de elegir uno entre los muchos laberintos


DE PORTADA

22 DE ENERO 2022

-05-

HALLAZGO

Un libro fantasma

E

Escultura de José María Giménez Botey.

que confluyen en la Babel que es el arte moderno. 4 A mediados de la década anterior, Giménez Botey empieza a dar de sí sus más rotundas expresiones. Ha tomado su tiempo. Es dueño de sus dones y asimiló el mundo Mediterráneo que ha dejado atrás (pero nunca en su memoria ni en su conciencia) y el mundo de México, al que ahora pertenece. No se extraña ante las influencias: las asume y transforma. Su escultura ha renunciado a la estatuaria, a lo inmediatamente visible, para convertirse en metáfora, en imagen poética. Sus motivos ya no son naturales sino escultóricos; pero el resultado son estos misteriosos seres naturales, nacidos del poderío de su creador. El ritmo le interesa más que nunca y medita sus planos y volúmenes. Esculpe con una seguridad sustentada en la invención plástica. La contención y la mesura son cualidades sobresalientes. Sabe decir y callar, cubrir y dejar huecos. Silencio y grito, contención y desborde, el arte es también un dominio del freno y de la espuela, hay cuestas y llanuras. Pero nuestra necedad se resiste a

admitir que el arte moderno no tiene la culpa de que no lo “entendamos”. Por esas oquedades se ha ido, acaso por mucho tiempo, la semejanza que identificaba la expresión del artista con lo que deseábamos ver. Pero en esas oquedades se conserva el tiempo, la cadena de instantes voraces que espían toda materia. De ganar la batalla cada vez que se emprende la creación, la escultura hará que el tiempo forme parte de su ser —que así puede volverse temporal. Ya que, por otra parte, las esculturas de Giménez Botey no “halagan” los sentidos ni tienen “encanto” de las cosas bonitas. Pero en ellas está la belleza trágica, esa densidad y ese vacío que existe en el impredecible acontecer de nuestro mundo. El escultor, dicen los cánones, debe crear la hermosura. Bien, ¿pero qué es la hermosura? Ese árbol nudoso y lleno de inscripciones, con el tronco roído por la enfermedad y por los siglos, es hermoso ante mí, para mí. No para los que han ordenado que se tale y se convierta en leña o en poste; es decir, sirva, sea útil, cumpla una función, como si existir no abarcara todo eso y aún más.

5 Se ha dicho que en los siglos anteriores se creaba (se componía música, se escribían versos, se pintaba y se esculpía) para la eternidad, y que ahora el arte es creado solo para el presente y el instante. Se ha dicho que roe a la obra contemporánea una avidez de muerte, una aguda conciencia del propio final. Quien, sobre estos aspectos, se erija en juez, es reo de complacencia en sus dones proféticos: no podemos saber, desde el presente, cómo verán el arte de estos días los que lo enjuicien en el año 2000. Pero hay un punto indiscutible: desde un intolerable día de 1945 —¿y hasta cuándo?— todo lo que hacemos trae la conciencia de que lo hagamos por última vez. Giménez Botey puede mirar o no las arenas movedizas del futuro. Lo único cierto es que no se esculpe para conservar su tiempo, su nombre, su experiencia; esculpe para transformar todo lo que le ha tocado vivir en algo que, de tal modo, desprendido de su autor, alcance vida autónoma y, lenguaje al fin, pueda hablarnos a todos y, mañana, sea canto y testimonio, quiero decir: presencia.

_

Marzo de 1964.

JESÚS QUINTERO

n 1964, José Emilio Pacheco (30 de junio de 1939-26 de enero de 2014) tiene apenas un año de haber inscrito su nombre en los catálogos editoriales con la publicación de su primer poemario, Los elementos de la noche (UNAM), y su libro inicial de relatos, El viento distante (Era). Estos volúmenes han confirmado el empeño del autor con un estilo y rigor también evidentes en su faceta de periodista literario. Precoz y prolífico, Pacheco suma para entonces colaboraciones en la revista Estaciones entre 1957 y 1960; desde 1959 en la Revista de la Universidad de México y en los suplementos comandados por Fernando Benítez —entre 1960 y 1961 en México en la cultura, en Novedades, y desde 1962 en La cultura en México, en Siempre! Ese mismo año, y acaso para probarse en un terreno ajeno al literario, Pacheco redacta el prólogo de un libro centrado en la obra de un escultor barcelonés radicado entonces en México. Por su reducido tiraje —400 ejemplares numerados—, el volumen llega solo a manos de coleccionistas y galeristas, pero no a las de los comentaristas bibliográficos ni a las librerías; es decir, Giménez Botey: escultura (Editorial Fournier, México, 1964) es un volumen fantasma, un título que en poco tiempo será eliminado de la bibliografía oficial del polígrafo mexicano. Giménez Botey: escultura (cuya edición estuvo a cargo de Juan B. Climent) es en realidad un catálogo fotográfico en blanco y negro de la obra del artista catalán que, en 1934, después de estudios en Barcelona y París, había empezado a ver su nombre en exposiciones colectivas, premios y en la comisión de obras. En 1936, ante el golpe de Estado franquista, se incorporó al ejército republicano. Al año siguiente, tras una breve residencia en Estados Unidos, se estableció en México. Aquí empezó a estudiar el mundo prehispánico, se hizo amigo de José Clemente Orozco, Silvestre y José Revueltas, y en el taller de Germán Cueto pasó de lo figurativo a lo abstracto. En 1974 falleció en Barcelona, adonde había regresado ocho años antes.1 De la existencia de Giménez Botey: escultura dio noticia Hugo J. Verani desde 1987 en su magnífico José Emilio Pacheco ante la crítica (Era, ampliado en 1994). Sin embargo, la búsqueda de este libro había resultado infructuosa durante no pocos lustros, hasta diciembre pasado, cuando fue localizado el ejemplar número 90 en la excelsa biblioteca del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, erigida por el maestro Francisco Toledo. La exhumación de “Giménez Botey o la forma contra el vacío” amplía un territorio que aún está por ser reunido en un libro: las artes plásticas en la mirada de José Emilio Pacheco. Un índice tentativo tendría que comprender sus textos sobre Helen Escobedo (1964), José Luis Cuevas (1973), Héctor Xavier (1973), Felipe Orlando (1981), Roberto Márquez (1984), Enrique Bostelmann (1987), Pablo Ortiz Monasterio (1996) y Vicente Rojo (2012). Así sea.

_

1 Datos provenientes de Guadalupe Tolosa Sánchez: Diálogos con México: escultores españoles del exilio (Inbal-Cenidiap, 2008, en línea) y Cristina Rodríguez Samaniego: Tradición, abstracción e hibridación en la obra mexicana de J. M. Giménez Botey (ASRI, 2016, en línea).


-06-

LITERATURA

22 DE ENERO 2022

EL ATLAS DE PANDORA

En el desfiladero helado El confinamiento ha llevado a dialogar cada vez más con nosotros mismos en busca de calma y sosiego

E

IRENE VALLEJO ILUSTRACIÓN ROMÁN

l cuerpo es un símil de la realidad donde habita. Cuando a lo largo y ancho del mundo el confinamiento cerró las calles, empezamos a sufrir contracturas físicas y mentales. Somatizamos los duelos como dolores, y la ansiedad es una secuela cada vez más palpable de este paréntesis angosto e interminable. El miedo, las tensiones, el peso del trabajo y el poso de las soledades se traducen a un lenguaje de carne en nuestras piernas, estómagos, corazones y cabezas. Este malestar encajonado tiene raíces antiguas; “angustia” significaba en latín “desfiladero, lugar estrecho, abismo”. Lo mismo ocurre con la tensión que nos oprime: “estrés” procede de strictus, en el sentido de “estricto, apretado, estreñido”. La tristeza estrangula el aire, enmudece la voz. Hasta que, de pronto, como en un hechizo, ciertas palabras nos permiten abandonar el pasadizo helado y encontrar alivio. Cuántas veces, tratando de levantar nuestro ánimo, hablamos con nosotros mismos para conjurar el miedo, igual que susurramos al niño temeroso de la oscuridad. Nos decimos que es preciso confiar, ser fuertes, no desistir. Esta capacidad para desdoblarnos en un yo sereno que trata de apaciguar al otro yo es una proeza sorprendente y antigua. Ya Homero contaba en la Odisea que, a veces, el llanto sacudía a Ulises, y entonces escondía la cara tras el manto, humedeciendo la tela en silencio. Al regresar a Ítaca, el navegante encontró su palacio ocupado por extraños y tuvo que mendigar en su propia ciudad. Derrotado, se dijo: “Corazón, sé paciente, en otras ocasiones sufriste reveses más duros, pero aguantaste”. Por primera vez en nuestra cultura, un humano habla no con sus semejantes o con los dioses, sino consigo mismo. El diálogo íntimo nació así, con una llamada a la calma y al sosiego. Durante estos tiempos tormentosos, los duelos amputados han agudizado nuestro malestar. C. S. Lewis intuyó que el dolor por la muerte de un ser querido se expresa a menudo en el idioma de la angustia. Con más de 50 años, el devoto profesor de Oxford aceptó casarse con la poeta norteamericana

Helen Joy Davidman —católica, divorciada y comunista—, que le pidió ayuda para evitar la expulsión del país cuando le denegaron el permiso de residencia. Por sorpresa, ese matrimonio de conveniencia en la madurez desembocó en un inesperado y hondo enamoramiento, que poco después truncaría el cáncer. Cuando ella murió, Lewis escribió en Una pena en observación: “Nadie me había dicho que la pena se viviese como miedo. La misma agitación en el estómago, la misma inquietud. No estoy asustado, pero la sensación es idéntica. Aguanto y trago saliva. Antes tantos caminos y ahora tantos

Cuando el túnel nos aprisiona, la risa ensancha los pulmones con aire fresco

callejones sin salida”. Lo conmovedor es que esas reflexiones anotadas en cuadernos, sus apuntes sobre la tristeza, se convirtieron en un libro que le ayudaría —como a tantas personas, todavía hoy— a escapar de la calle angosta, de la trinchera circular. La ansiedad es una habitación estrecha. Luis Buñuel lo explicó en su película El ángel exterminador, donde unos amigos se reúnen a cenar en un lujoso salón y después, por una razón inexplicable, no consiguen atravesar el umbral para salir. Según el cineasta, habrían sido atacados por una plaga misteriosa e innombrable. Entre esas cuatro paredes se suceden la desesperación y el humor surrealista: una comedia trágica sobre la asfixia y el desasosiego. Cuando el túnel nos aprisiona, la risa ensancha los pulmones con aire fresco. Conversando

con otros exiliados españoles en México, el director señaló la clave: “Los hombres cada vez se ponen menos de acuerdo y por eso se combaten entre ellos. Pero ¿por qué no se entienden? En la película es lo mismo, ¿por qué no llegan juntos a una solución?” Según Buñuel, debería asombrarnos no que los personajes sean incapaces de salir, sino que no intenten colaborar. Hoy, más que nunca, hay que observar las penas, hablar con el corazón, reír en el desfiladero y atreverse a buscar ayuda. Hace falta coraje para dar rienda suelta a las palabras enjauladas. No siempre comprendemos cuánta fortaleza se necesita para vivir en la fragilidad. © Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, S. L. © Irene Vallejo.

Y, además, en nuestra edición digital: Avelina Lésper: Ataraxia • Fernando Figueroa: Una leyenda viviente llamada Silvia Pinal • Alberto Blanco: Meditaciones: Cielo • Andrea Serdio: El galano arte del coctel

_


-07-

22 DE ENERO 2022

NARRATIVA, ENSAYO, TEATRO H. P. Lovecraft

Cuál es tu tormento

A FUEGO LENTO

Piranesi

Relatos del futbol México, 2021

Michel Houellebecq Anagrama España, 2021 130 páginas

Sigrid Nunez Anagrama España, 2021 200 páginas

Susanna Clarke Salamandra España, 2021 272 páginas

Como expresa el autor de Sumisión, este ensayo, concebido en 1989, está escrito “como si fuera una especie de primera novela”. Tiene la forma de una biografía, la de un hombre que tiene miedo de llegar a la edad adulta y cree que la vida es un infierno, sin dejar de atender a una obra que conduce a los páramos del terror cósmico.

Como en su libro anterior, El amigo, Nunez se sumerge en las complejidades del alma humana. Dos personajes llenan la escena: una escritora y su compañera de juventud, quien enfrenta un cáncer terminal. Confinadas en una casa de ensueño, repasan sus vidas, hasta ofrecer un cuadro sin fisuras de la muerte y el dolor.

En su segunda novela, Clarke crea una realidad onírica en la que se superponen la comicidad y la sensación de extrañamiento. Su escenario tiene la consistencia del agua: un edificio monumental donde abundan los corredores y habitaciones pobladas por miles de estatuas, y vive un mar —sí, un mar— que encierra un gran secreto.

Orgullo y prejuicio

El jardín secreto

Macbeth

Jane Austen Austral México, 2021 352 páginas

Frances Hodgson Burnett Austral México, 2021 384 páginas

William Shakespeare Austral México, 2021 158 páginas

Un clásico del siglo XIX y un modelo de exploración psicológica. Una trama sencilla —la llegada de un joven adinerado despierta los afanes casaderos de la comunidad— alienta una serie de enredos y duelos amorosos que se resuelven con sobrada ironía. Su protagonista, Lizzy, es incapaz de seguir las huellas del rebaño.

Inglesa de nacimiento, la autora desarrolló su obra lejos de casa, en Estados Unidos. Aunque escribió libros para adultos, es conocida sobre todo por los que escribió para niños y jóvenes. El pequeño lord Fauntleroy y El jardín secreto son sus novelas de más fama (ambas fueron llevadas al cine) y calado existencial.

Orson Welles, Akira Kurosawa, Roman Polanski y, recientemente, Joel Coen han adaptado la obra de Shakespeare al cine. Ángel-Luis Pujante, traductor y responsable de la presente edición, en el texto introductorio apunta que en los mundos del teatro y el cine la consideran una obra gafe, es decir, que trae mala suerte.

El placer de leer www.librotea.com

¿Alguien sabe de futbol?

S

ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

uena a una tremenda obviedad: para escribir una ficción futbolera hay que saber, cuando menos, de futbol. Ese saber primordial está ausente en la mayoría de los narradores —dream team, los llama Enrique Juárez Flores, a cargo de la selección— convocados a Relatos del futbol (Editores Mexicanos Unidos). La desazón se impone desde las primeras páginas. En “La soledad del guardameta”, Adriana Azucena Rodríguez trae a cuento un escenario aun impensable en la Puerta 6 de la Deportiva: dos porteros suplentes en la banca. Un poco después, en “Dios juega al futbol”, Marco Díaz López arma su historia sobre la certeza de que el credo evangélico y el futbol son incompatibles. Sospecho que nunca ha visto un Gremio contra Botafogo. Más adelante, en “Crónica de los aficionados”, Rocío Contreras ignora la diferencia elemental entre un partido y un torneo, y entre la alineación de un equipo y una jugada. Pero quizá estas pifias carezcan de importancia. La verdadera desazón se instala cuando comprobamos que la mayoría de los relatos exhibe una escandalosa pobreza estilística. Y luego están las gracejadas, tan reprochables como un codazo en el rostro. Hablo de “El clásico del Mar Egeo”, de Héctor Carreto, y de “Mundial”, de Bernardo Barrientos Domínguez. El primero reduce la gesta homérica a una tanda de penales entre griegos y troyanos para dirimir al vencedor después de diez años de escaramuzas. El segundo encumbra a un personaje inspirado en Zlatan Ibrahimović, cuya figura mediática sustituye a la Torre Eiffel y, después de un lance suicida, resucita al tercer día. El único relato a la altura del futbol (“Crack”) es, paradójicamente, obra de un entusiasta aficionado al beisbol: Armando Alanís. No sin amargura, y con la fortuna en su contra, aquella estrella que fue Alberto Onofre mira en el televisor cómo la selección mexicana empata a cero en el partido inaugural de la Copa del Mundo de 1970. El lector que por curiosidad o despiste llegue a Relatos del futbol debería reconsiderar su propósito de irse al ataque y mejor replegarse en Historias del calcio, un modelo de narración vívida. Desde la crónica periodística, Enric González demuestra que imaginar el futbol es solo cuestión de interrogar a la realidad.

_


LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.

22 DE ENERO 2022

http:// www.milenio.com/cultura/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLaberinto/Instagram: milenio_laberinto

HUSOS Y COSTUMBRES

Directorio telefónico ANA GARCÍA BERGUA

¿

Dónde lo leí? En algún lugar un escritor o un personaje presumían que su nombre, domicilio y teléfono figuraban en el directorio. Pensé por eso que las primeras casas con teléfono en cualquier ciudad tendrían algo de notable; estar registradas en la guía de teléfono ostentaría su chic. Busqué en mi Almanaque Bouret de 1897 el anuncio del directorio general de la República Mexicana: ¨Los nombres de los principales habitantes de la Ciudad de México, con la dirección de sus respectivos domicilios y la de sus negocios” ocupaban una sección completa, al lado de aquellas dedicadas a las oficinas de gobierno, comercios e industrias. En el almanaque no hay números de teléfono, supongo que aún habría muy pocos en la ciudad, quizá solo en los cuarteles y mediante operadora. De hecho, para 1900 no había más de 3000 teléfonos en toda la República. Eso sí, las oficinas de te-

SECCIÓN AMARILLA

légrafos y sus precios ocupan páginas y páginas en mi facsímil, editado por el Instituto Mora hace bastantes años. Los directorios de entonces, con sus nombres de “los principales habitantes”, debían ser más livianos que los muy democráticos de hasta ahora, quizá, ¿veinte, quince años?, cuando aún existían en toda su plenitud. Crecía el monstruo urbano y cada año pululaban por las colonias unos señores muy agitados y sudorosos con sus diablitos repletos de libros gordos: el directorio blanco y la sección amarilla. Por un dinero te cambiaban el del año pasado por el actual (¡y ay de aquel que no entregaba el anterior!). Uno procedía inmediatamente a buscarse en el directorio, a su familia o a su casa, y constatar su existencia entre los 800 mil García, Martínez, González, Pérez, un ejercicio de demografía a escala y lugar en el mundo. Algún prestigio de principal habitante

quedaría al figurar con nombre y dirección en el gran ladrillo y hasta ostentarlo, como en aquel libro que ya olvidé. Después, los apellidos raros, los médicos por si se ofrecía, los nombres de los amigos y a veces de los enemigos también. El pequeño universo del Directorio tenía su interés para curiosear un buen rato, y la Sección Amarilla no se dijera: ¿quién no miró los anuncios de los detectives privados, antes de los devocionarios, después de los dentistas, los deportes y los destapacaños? Esos directorios tan odiosos en las mudanzas pero tan útiles para planchar papel arrugado o subir los muebles de nivel, se fueron achicando hasta desaparecer por completo, tragados por el mundo infinito de internet y sus réplicas, junto con nuestras ganas de figurar en sociedad con nuestro teléfono y dirección, un escaparate para el Mal que desde hace tanto y tanto nos acecha y no se va.

_

CAFÉ MADRID

En busca de la igualdad

D

os días antes de que la prensa del corazón (la única que con sus cotilleos marca por completo la conversación en esta España mía), le hiciera una radiografía a “la hija secreta de Gabo” (si, en cambio, la noticia hubiese sido que, digamos, han encontrado un libro inédito del Nobel colombiano, aquí el asunto hubiera sido completamente marginal), una multitud se agolpó a las puertas del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Hacía mucho frío y el contagiadero de covid-19 no paraba de aumentar, pero eso no impidió la aglomeración en la esquina de Gran Vía y Alcalá para asistir a la presentación del nuevo libro de Thomas Piketty. No crean que el profesor de la prestigiosa Escuela de Economía de París causa furor en esta Villa y Corte. Para nada. La sensación estaba en ver y escuchar a quien iba a acompañarlo en el estrado: Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda del gobierno español y ministra de Trabajo y Economía Social. Esta gallega, militante del Partido Comunista Español, forma parte del ejecutivo gracias a la coalición que los socialistas hicieron hace poco más de dos años con Podemos para impedir que la derecha siguiera jodiendo el porvenir de este país. Díaz, siempre objeto de la crítica frívola por su aspecto sobrio y elegante (como si ser de izquierda le obligara a ser una chancluda desaliñada y a vivir debajo de un puente), ha conseguido en poco tiempo que los empresarios y los sindicalistas se sienten en la misma mesa y se den la mano para sellar varios acuerdos. En un país donde tres de cada cuatro trabajadores tienen un contrato

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA EFE

temporal y sobreviven en medio de una precariedad que raya lo obsceno, el principal objetivo de Yolanda Díaz ha sido crear el marco laboral del siglo XXI. En lo que lleva en el cargo, y a pesar de la pandemia, se ha ocupado de aumentar el salario mínimo, crear una ley para regular la explotación de los repartidores, conocidos como riders, extender la prestación por desempleo y el permiso de paternidad (“porque la crianza del recién nacido no solo incumbe a la madre”), implementar

Esta mujer que se casó vestida de rojo parece candidata a las elecciones presidenciales

otra ley para evitar los abusos de los jefes en el teletrabajo (“cumplir con nuestras labores profesionales desde casa no implica ser esclavo a distancia”) y, desde hace unas semanas, la supresión de los contratos-basura que propician la temporalidad y el camuflaje de los falsos freelancers. Por acciones como éstas (y por su constante aparición cercana y cero acartonada en los medios de información), esta mujer que se casó vestida de rojo es la política más valorada de España y se perfila como candidata a las elecciones presidenciales. La derecha, claro, no deja de ponerle obstáculos. Pero, hasta ahora, ella los ha esquivado todos. Admirar a alguien del mundillo político siempre es arriesgado, pero a estas alturas, cuando uno vive al límite, acechado por mil cosas, no

Yolanda Díaz, ministra de Trabajo y Economía Social del gobierno español.

está de más ver a alguien encarnar la esperanza. Eso piensa Piketty, que ha llegado a la capital del reino con Una breve historia de la igualdad (Deusto) bajo el brazo. “Yolanda Díaz es un ejemplo para Francia, donde la izquierda está muy dividida. Necesitamos alguien como ella para avanzar juntos”, soltó el también autor de El capital en el siglo XXI (FCE) y gurú de varios sectores del progresismo en Occidente. Sentado junto a la ministra de Trabajo, ante un auditorio repleto, el economista dijo que el mundo entero debería seguir el ejemplo de Suecia y Alemania, donde los trabajadores tienen voz y voto en los consejos de administración de todas las empresas. “Compartir el poder en el centro de trabajo implica acabar con la organización monárquica que existe en las empresas”, enfatizó. Yolanda Díaz estuvo “completamente de acuerdo” con el economista y añadió que, para conseguir la igualdad, hace falta pagar impuestos: “sobre todo los ricos. A ellos no les hace falta el Estado de Bienestar, vale, pero tienen la responsabilidad de contribuir a él. Tener una buena educación y una buena sanidad nos hace más iguales. También contar con una fiscalidad social, feminista y verde”. Piketty recordó que “durante 50 años, en Estados Unidos, las grandes empresas contribuyeron con grandes cantidades de impuestos a generar una clase media fuerte. Hoy, después de una crisis financiera y de una crisis pandémica, convendría que eso volviera a ocurrir en todo el mundo”, dijo. Pero entre quienes lo escuchaban no había dueños de grandes fortunas.

_


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.