Laberinto No.973 (05/02/2022)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

EL ATLAS DE PANDORA

FERNANDO ZAMORA

IRENE VALLEJO

El Macbeth de Joel Coen

Casas repletas de cosas Foto: A24

Ilustración: Román

SÁBADO 5 DE FEBRERO DE 2022 AÑO 18 - NÚMERO 973

Metaverso: ¿El futuro será la realidad virtual? Gerardo Herrera Corral/ Ilustración: SHUTTERSTOCK


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ANTESALA

5 DE FEBRERO 2022

LA GUARIDA DEL VIENTO

El mago

S

ALONSO CUETO

eguimos leyendo y admirando a Thomas Mann. Nos quedamos con algunas de sus frases y personajes. Sus obras integran la belleza formal y la profundidad de la visión. Entre tantos otros géneros cultivó la novela biográfica en Lotte en Weimar, alrededor de Goethe, a quien veía como un emblema del alma humanista alemana. Ahora el escritor irlandés Colm Tóibín escribe una novela biográfica sobre Mann en The Magician (Scribner, 2021). Tóibín ya había escrito la magnífica The Master, basada en un episodio de la vida secreta de Henry James. En las casi 500 páginas de El mago, Tóibín traza un arco empezando con el retrato de la familia burguesa de los Mann en Lübeck. Mann fue el segundo hijo de Thomas Heinrich Mann, un senador y comerciante de granos, y de Julia Da Silva, una inmigrante brasileña. Su hermano mayor, Heinrich, autor de la novela El ángel azul, es uno de los referentes de que se vale Tóibín para contar una vida llena de logros literarios y de conflictos familiares. El nombre de El mago tiene un origen familiar. Tóibín cuenta que Mann solía hacer algunos trucos para impresionar a los niños en el comedor. En una ocasión, su pequeño hijo Klaus (que luego sería también un escritor de mérito cuya vida terminó en un suicidio) le contó de una pesadilla. Había visto a un hombre decapitado con su cabeza en la mano. Mann le contestó que debía informar a ese hombre que él era hijo de un mago y que no le iba a permitir que volviera. Al día siguiente, en el desayuno, Klaus anunció a la familia: “Papá es un mago”. Uno de los pasajes más bellos es sin duda el del viaje familiar a Venecia en 1911. Es allí donde Mann se entera de la muerte de su admirado Mahler. En el famoso Grand Hotel des Bains del Lido, Mann observa a un joven polaco y escucha rumores sobre la llegada de la peste a la ciudad. Esos son los materiales que van a confluir en su gran novela corta. Tóibín nos recuerda que la esposa de Mann, Katia, siempre asumió los deseos homosexuales de Mann como una evidencia, y que incluso lo ayudó a elegir a alguno de sus amantes al paso. Uno de los puntos centrales del libro es el que cuenta su inicial negativa a condenar a los nazis (por miedo a que sus obras fueran prohibidas). Cuando finalmente lo hizo, Mann se fue a vivir a Estados Unidos, primero en Princeton y luego en Pacific Palisades, en los Ángeles. Es allí que asocia el clima tropical con el de Brasil de su madre. También allí recibe a otra inmigrante, la viperina Alma Mahler, que se encarga de enemistarlo en Los Ángeles con Schönberg, todo alrededor de las supuestas alusiones en Doktor Faustus. Uno de los momentos conmovedores del libro es el del suicidio de su hijo Klaus y la carta incriminatoria que su otro hijo Michael le manda a Thomas. La pregunta que sobrevuela esta historia es si es posible ser un gran artista y un hombre querido y responsable de su familia y amigos. Tóibín parece decirnos que no, incluso si se tiene de aliada a una esposa como Katia.

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La tragedia de Macbeth. Dirección: Joel Coen. Estados Unidos, 2021.

HOMBRE DE CELULOIDE

Del sonido en Macbeth

E

FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA A24

l papel que juega el sonido en la obra de Shakespeare ha sido estudiado con mucho interés en el ámbito académico. Especialmente el sonido en La tragedia de Macbeth. Toda esa tinta, que ha sido impresa en revistas y diarios especializados, parece haber sido leída por Joel Coen pues su interpretación de Macbeth (disponible en Apple TV) resulta tan atractiva precisamente por el papel que en esta película juega el sonido. Ante todo, el elemento sonoro desencadena la ruina del protagonista por escuchar en el sentido de creer. Tomás de Aquino, en abierta discusión con la Metafísica de Aristóteles, sostiene que es el oído (y no la vista) el sentido más importante en el ser humano. Y es que, sostiene el filósofo medieval, por el oído viene la fe. No se trata solo de que, al escuchar a las brujas, Macbeth les dé fe; el noble escocés escucha también a su esposa y, sin embargo, resulta incapaz de atender a su propia conciencia. Esta contradicción resulta especialmente notoria en el arte que tiene Denzel Washington para recitar algunos de los monólogos más hermosos del idioma inglés. Lo hace con el aire meditabundo que exige Shakespeare, pero, además, consigue que con su voz sea evidente que su virtud se está derrumbando. Hasta llegar al asesinato. Lo sonoro en Macbeth

incluye, claro, los susurros, los pasos y los golpes en el portón del castillo del noble que inspiraron a Beethoven para escribir su Quinta Sinfonía. Pero, además, el director Joel Coen introduce sonidos que seguramente hubiesen fascinado a Shakespeare: el goteo de la sangre de Duncan, por ejemplo, o el azote de una daga cuando emerge del antebrazo donde estaba oculta. Llevar Macbeth a la pantalla implica medirse con Welles, Kurosawa y Polanski, pero además con una tradición que en el mundo anglosajón tiene años meditando en torno a la forma en que hay que poner en escena al poeta inglés. Porque ya es tradición permitirse toda clase de extravagancias cuando se trata de interpretar a Shakespeare. La película Titus, de 1999, termina por ser ridícula. El dramaturgo ha sido puesto en pantalla en toda clase de tonos y en los lugares más impensados. ¿Cómo olvidar, por ejemplo, el Romeo + Julieta de Baz Luhrmann que sucede en Veracruz y en la Ciudad de México? No siempre estas

El director Joel Coen introduce sonidos que seguramente hubiesen fascinado a Shakespeare

rarezas quedan del todo mal. Cuando Orson Welles llevó Macbeth a la pantalla era consciente de esta larga tradición. Y, como para domar al público, decidió iniciar su película con un toque ciertamente teatral, una obertura de ocho minutos con una música exasperadamente mediocre. Porque también Welles era consciente de la importancia del sonido en Macbeth. Joel Coen inicia su película con una leyenda: “When”. Esta palabra subraya el inicio del famosísimo verso de las brujas (¿cuándo nos volveremos a ver?) y nos hace conscientes de que el sonido en Macbeth va más allá del portón y la daga y la sangre. El sonido es el habla que resulta, acertadamente, la única estrella. En cuanto a la imagen, mucho se ha hablado del gusto de Coen por el expresionismo alemán. Yo creo que se equivocan quienes creen que esta es su principal influencia visual. En realidad, hay dos fuentes muy claras en esta película: El séptimo sello dirigida por Bergman en 1957 y una de las películas más hermosas que se han filmado: La pasión de Juana de Arco, que dirigió en 1928 Carl T. Dreyer. Con esto y las actuaciones de Denzel Washington, Frances McDormand y Kathryn Hunter haciendo a las tres brujas no es necesario más.

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ANTESALA

5 DE FEBRERO 2022

POESÍA

Me acuesto como mujer

LOS PAISAJES INVISIBLES

Quasimodo: Signo de león

YU YOYO

me acuesto como mujer y me pongo de pie como hombre con una sola pierna nací lisiada siempre caminando detrás del amor me acuesto como hombre y me pongo de pie como el seno único de una mujer lleno de claro de luna y fuerza física para amar a alguien el claro de luna es de un blanco claro no puedo ver dónde y si hay un beso hace falta agallas para amar a alguien el paso del tiempo, años, han deformado mi cuerpo me duele cuando me acuesto pero ponerme de pie me angustia demasiado Traducido por Françoise Roy, este poema forma parte de la antología El brillo en las gavillas de arroz. Mujeres poetas de China contemporánea (Vaso Roto, 2021), editada por Jeannette L. Clariond y Ming Di, y en ella participan 66 poetas y 17 traductores.

EX LIBRIS

Kali y mis sueños/ EKO

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IVÁN RÍOS GASCÓN

L

@IvanRiosGascon

as cartas de amor son historias de fantasmas. Virgilio le escribe a Maria: “Yo asistí a tus mutaciones como si hubieras sido mi criatura soñada, te vi salir lentamente de mis palabras”. Una carta de amor es un relato de deseo impedido por la lejanía o la adversidad. Virgilio le escribe a Maria: “El amor está hecho de gritos, de éxtasis, de postraciones sin memoria. No es medida, no es mirarse”. Una epístola romántica es un acto de fe. Virgilio le escribe a Maria: “Te convertiste en sangre por mi voluntad. El ángel, aquella figura que vi por mucho tiempo en el aire celeste, alucinado abrió los ojos y me miró desde el fondo de su luz en el momento de su encarnación. Decía su voz: ‘sí, amor, te amo’ ”. Pero Virgilio no es el heroico bardo que acompaña a Dante en el Infierno y el Purgatorio, es un hombre sencillo que, aunque también cultiva la poesía, recurre a ese seudónimo en homenaje a la Comedia, y Maria no es Beatriz sino una mujer concreta: su cualidad etérea solo es perceptible cuando se pone en movimiento. A través de la danza, ella sublima su cuerpo mortal. Signo de león, de Salvatore Quasimodo (publicado por anDante, con traducción de Guadalupe Alonso Coratella y Myriam Moscona), reúne una porción sustancial de las epístolas que el poeta italiano, tan olvidado a pesar de su Premio Nobel en 1959, le escribió a la bailarina Maria Cumani entre 1934 y 1959, una suerte de bitácora emotiva en la que Quasimodo se revela en cada súplica, cada recuerdo, cada promesa o confesión: el autor de Oboe sumergido, Y de repente la noche y La vida no es sueño era un amante inseguro, un sujeto frágil, pero también un artista imperioso, un soñador o un idealista que en la Cumani halló la fórmula perfecta de la adoración y la voluntad creadora, esa que se alimenta de tragedia: “Ahora no puedo darte consejos, solo podría decirte que tu ‘ausencia’ es mi desesperación. Pareciera que no pero aquello que existe si es arrancado con violencia, se mata”. Sin embargo, no todo en estos textos es halago o embeleso. En la correspondencia, Quasimodo le refiere a quien será su segunda esposa la vacuidad de la vida diaria, el trabajo intenso, la opresión del clima veraniego, el desprecio que le provoca la gente, sus congojas: “Arte, pero es la vida misma la que busca su modo de expresarse (humano, noble), el único modo válido para dar a conocer su presencia en aquellos que solo cuentan con movimientos físicos para manifestarse, instintos comunes con seres inferiores. Desprecio al hombre mediocre, me da náusea hasta el ‘volumen’ que ocupa en el aire. Tampoco tú deseas el contacto con los harapos de la plebe. Y son los hombres mediocres los que nos ‘miden’ el tiempo que por su naturaleza es libre”. El escritor y traductor del Novecento italiano, voz lírica del hermetismo, y algo menospreciado en su propia tierra (ciertas voces reclamaron que el Nobel lo merecían más Giuseppe Ungaretti o Eugenio Montale), escribía sus cartas en clave literaria (referencias a la Comedia de Alighieri, las Geórgicas de Virgilio, el Cancionero de Petrarca), y gustaba de redondear ideas con paráfrasis de sus propios poemas (“Délfica”, “En el justo tiempo humano”, “El eucalipto”), solo para romper con la estructura tradicional de la carta, de la prosa. Quasimodo era, ante todo, hombre de palabra: “Tenerte es un fatal asombro/ que de todo llanto sacia,/ dulzura que a las islas rememoras” (“Verde deriva”). La lectura de Signo de león es un magnífico reencuentro con el hombre de izquierda, el antifascista; el artista resentido, en constante lucha por el reconocimiento; el ser apasionado que, a la manera de Whitman, no concebía vivir un minuto sin amor, el visionario que condensó la existencia en unas cuantas líneas: “Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra/ traspasado por un rayo de sol:/ y de pronto la noche” (“Ed è subito sera”).

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DE PORTADA

5 DE FEBRERO 2022

¿Es posible que en un futuro cercano la realidad pierda espesor y sea sustituida por la pura virtualidad, como pronostica la novela Snow Crash, que cumple 30 años?

El metaverso y nuestra codiciada inmortalidad

H

GERARDO HERRERA CORRAL ILUSTRACIÓN SHUTTERSTOCK

ay momentos en que veo cosas que parecen salir de una novela del ciberpunk”, decía Neal Stephenson en una entrevista reciente. “La vida imita al arte”, comentó, invocando la postura filosófica que tuvo Oscar Wilde, el escritor irlandés que en uno de sus ensayos escribió: “la vida imita al arte más que el arte a la vida”. Stephenson escribió Snow Crash hace 30 años, una novela que le daría fama y larga vida en el mundo de la ficción científica y que ha sido catalogada como ciberpunk por su estilo marcado por un futuro distópico en el que las malas condiciones de vida conviven con una avanzada tecnología. En ella, Stephenson introdujo la palabra “metaverso”, de la que Mark Zuckerberg se apropió para su nuevo proyecto y que se ha convertido en el nombre de la aspiración que las empresas de alta tecnología informática alimentan con inversiones millonarias. Cuando le preguntan qué piensa de todo eso, el autor del legendario libro contesta: “Es una curiosa, pequeña distinción que puedo agregar a mi currículum vitae. Desde que el libro salió a la luz muchos han intentado hacerlo realidad desde diferentes compañías, lo han usado como una visión hacia la cual caminar. Han tratado de implementar la idea de lo que puede ser un metaverso y estas visiones son tan variadas como la gente que trabaja en ellas”.

El camino de Neal Stephenson Proveniente de una familia entregada a las ciencias básicas, nacido en Maryland el 31 de octubre de 1959 y ahora residente de Seattle, Neal Stephenson se ha convertido, sin apenas proponérselo, en un gurú de la ciencia ficción, o ficción especulativa, y, contra la opinión general, nunca se enlistó en las filas del ciberpunk. Su primer libro, La gran U (1984), fue eclipsado por el ruido avasallador que generó Neuromante, de William Gibson, un hito en el curso de la novela consagrada a las peligrosas relaciones entre el hombre y la tecnología.

El escritor que inventó también las criptomonedas en su novela Cryptonomicon no invierte en ellas y aunque ha sido invitado a conferencias especializadas en el tema no se ha arriesgado ante el potencial tecnológico que él mismo pronosticó y que podría cambiar las reglas de la economía mundial. Snow Crash es un texto de difícil lectura porque el ciberpunk no se ciñe a las reglas tradicionales del relato. Enfatiza la acción por encima de la historia, de manera que sus primeras 35 páginas describen con todo detalle la vertiginosa entrega de una pizza cuando el proceso de elaboración no dejó mucho margen para que llegara a su destino en media hora. La narración va de una escena a otra y la acción se despliega como si se tratara de un cómic, pasa por descripciones ociosas de lugares y personajes que no tendrán ninguna relevancia en el relato, inventa palabras y está llena de referencias a otras

Ocho años y una novela después, publicó Snow Crash (que podría traducirse como Una falla en la recepción). Nada en ella se suma a la moda dominante de la década de 1990. No ofrece implantes cerebrales ni creaturas dotadas de inteligencia artificial, sino una visión del impacto de las redes informáticas en la sociedad y la cultura. Desde hace algunos años se muestra muy interesado en los viajes en el tiempo y en la investigación enfocada a cohetes propulsores, tecnología médica y geoingeniería.

obras y a un lenguaje que solo los expertos entienden. Uno tiene la impresión de estar incursionando en una secta de lectores que conoce los ángulos, las formulaciones y los guiños, el aparente sinsentido que en realidad es alusión y conflictos entre hackers y corporaciones del futuro. Aunque el término metaverso existió antes como ciberespacio, realidad virtual, mundo virtual o realidad artificial, ahora es recibido con renovada frescura, como si cambiar de nombre le diera nueva vida a la misma idea que se ha planteado ya de muchas maneras. Los entornos virtuales de un videojuego permiten superar las leyes físicas o cambiarlas a discreción, y Sandbox, Roblox o Cryptovoxel son metaversos que eliminan las limitaciones

Permite imaginar que en algún disco duro existe una mejor versión de nosotros mismos

en que vivimos ofreciendo, a través de avatares, una infinidad de posibilidades. Sin embargo, no serán estos, sino Microsoft, Nvidia, Google o Meta —por el poder de mercado que han alcanzado—, los consorcios que pondrán frente a nosotros la opción de tener una vida alterna. Basta echar una mirada a las noticias para leer que Microsoft compró Activision Blizzard —que produce videojuegos bélicos y que por cierto ya había dispuesto algunos de ellos como aplicaciones en Facebook—. Leemos que Walmart quiere poner una sucursal en metaverso que funcionará con su propia criptomoneda y que pretende fabricar y vender bienes virtuales. Ya vemos espectáculos deportivos en metaverso, gente que planea su matrimonio en ese mundo irreal y trajes que harán sentir besos y caricias a quienes los porten, porque el sexo no puede estar ausente, será la killer app, la que atraerá a la población general de manera irrevocable y en forma tal que la inmersión sea completa porque las plataformas integrarán software y hardware para ofrecer sensaciones. Los dispositivos auxiliares: sensores que registrarán nuestros movimientos, gafas que proyectarán el paisaje simulado a nuestros ojos y todo lo que se sume tendrá como objetivo conectar la virtualidad con la realidad, usar el cerebro, vincular el ensueño con los sentires, porque los mundos aislados no son metaversos. Quizá pronto llegará algún dispositivo que permita interpretar nuestras expresiones faciales que parecen ser tan reveladores como insondables.


DE PORTADA

5 DE FEBRERO 2022

Que las nuevas configuraciones sean más realistas y logren suspender la incredulidad de los usuarios, que consigan el encanto que existe en los engaños, que alcancen a producir la ilusión superlativa y se parezcan a la sutil realidad de los anhelos es un tema para debatir porque hay aspectos de nuestra vida que no serán sencillos de transferir a unas líneas de software: “No sé cómo mi cara pudo transmitir esa información, o qué tipo de circuitos internos de la mente de mi abuela le permitieron llevar a cabo esa hazaña increíble: condensar en hechos el vapor de los matices”. Es lo que dice sorprendida Juanita, experta en simulación facial de la novela Snow Crash, porque su abuela se percató de su embarazo sin que ella lo dijera, “condensando en hechos el vapor de los matices”. Es muy probable que el metaverso, que nos dará más y mejores vidas, contenga también algunos de los males de nuestra existencia. Entre los muchos, uno de los peores es nuestra propia fascinación apocalíptica; seguramente será trasplantada para que no extrañemos tanto lo que dejamos atrás al ingresar en el mundo de la percepción. En el metaverso los avatares lo llamarán infocalipsis, un concepto que nació con la palabra metaverso y que está previsto como sustancia etérea que da título a la novela: Snow Crash:

Esto del Snow Crash… ¿es un virus, una droga o una religión? —¿Y qué diferencia hay? —dice Juanita encogiéndose de hombros. Snow Crash es un esteroide, o más bien algo parecido a un esteroide. Sí, eso es. Se cuela a través de la pared celular, como los esteroides. Y luego le hace algo al núcleo de la célula. —Tenías razón —le dice Hiro al Bibliotecario—. Igual que el herpes.

En realidad, Snow Crash es algo peor que todo eso; es un algoritmo programado para destruir el metaverso convirtiendo la pantalla en una nube de puntos blancos como nieve que aparecen cuando no queda más que ruido en el ambiente. El metaverso no será pues la codiciada eternidad porque aún en ese mundo ficticio existirá el fin de los tiempos. No faltará quien invente la sustancia ilusoria a la que, con toda certeza, llamará Snow Crash para dar más líneas al currículum vitae de Neal Stephenson y que representará el fin de todo para que también ahí, en ese espacio informático, podamos despertar nuestra vocación de muerte. ¿Por qué la humanidad esta fascinada con el metaverso? Quizá hay una estructura en la propuesta, una configuración de elementos que no es aparente pero que, al vibrar, entra en

consonancia con la armazón cultural que nos conforma. ¿Es la misteriosa atracción que ejercen los antagonismos en nosotros? ¿La contradicción en nuestras vidas? ¿La contraparte de todo lo que somos? La dualidad inexorable y el misterio que reconstruye nuestro par de opuestos en la virtualidad; realidad e irrealidad, materia y espíritu, ser y no ser. Quizá, sin percatarnos, establecemos una analogía o quizá más: una relación entre el planteamiento tecnológico y los aspectos existenciales de la humanidad, entre los componentes básicos del concepto y lo que nos rodea. Quizá establecemos vínculos entre las nociones que representan a la realidad y todo aquello que nos define y nos delimita como especie. “Todo acto comunicativo se funda en un código”, decía Umberto Eco cuando hablaba de la estructura ausente en el lenguaje. Al momento de conectarnos al metaverso esos códigos estarán ahí y esos códigos definirán la existencia y el fin. La fantasía de poder contar con otra vida en un Universo paralelo, o la idea simple y llana de que todo puede ser distinto con solo cambiar un detalle. Un repartidor de pizza es el más experimentado guerrero en el metaverso y no podemos resistirnos a pensar en lo que hubiera sido de nosotros si la delgada cuerda no se

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hubiese roto cuando aún contaba, si no hubiese dejado de sostener lo que ahora ya es inamovible. Cómo sería todo ahora que el tiempo pasó, si la moneda al caer se hubiera encontrado con el aire más delgado para que el balance final invirtiera el curso de las cosas. Cómo sería el mundo si el azar dejara de existir y el dado que nos muestra sus diferentes rostros numerados, como distintas realidades, se nos presentara previsible en un paisaje de multiversos que nos ofrece otra manera de vivir la vida. ¿Es que un metaverso nos da opciones? Nos permite imaginar que en algún lugar del espacio y del tiempo o, mejor dicho: en algún disco duro de algún centro informático existe una mejor versión de nosotros mismos y un final menos trágico para todo lo que nos marcó. ¿O es que un paisaje en el metaverso rompe con la soledad que nos angustia? En todo caso, es muy probable que la sociedad en un futuro no muy lejano acabe como una idea implementada, convertida en un sistema de signos, una organización de contenidos, un código invisible con mensajes que se trasmiten involuntariamente, líneas de software y programas inasibles. La realidad entonces perderá vigencia porque la virtualidad cobrará sentido.

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LITERATURA

5 DE FEBRERO 2022

EL ATLAS DE PANDORA

Casas repletas de cosas La espiral del despilfarro es el signo de un tiempo que juzga que todo es desechable

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sta es una historia de hogares conquistados por acumulación, día a día, sin tregua: espacios invadidos despacio. Un habitante de un país rico puede poseer hoy miles de objetos a lo largo de su vida, desde móviles hasta pañales, ropa de todos los colores y grosores, botecitos de champú birlados en hoteles de varios continentes, regalos arrinconados, deportivas supervivientes de buenos propósitos pretéritos, souvenirs de guardia en estantes abarrotados o ubicuos envases de comida. Cuando nos mudamos, tomamos conciencia de la apabullante cantidad de cosas que amontonamos. Como escribió Baudrillard, los objetos cotidianos proliferan, las necesidades se multiplican, la producción acelera su nacimiento y su muerte. Un tranvía de deseos con fin de trayecto en la basura. Nuestros ancestros tenían —y tiraban— pocas posesiones. Los pobres vivían hacinados y los poderosos hacían patente su riqueza con otros códigos: tejidos suntuosos, colores caros, perfumes, tiempo libre. Exhibían el precio y la rareza de sus propiedades, no su abundancia. Sin embargo, a los antiguos romanos —la primera sociedad de consumo de la historia— ya se les hizo una montaña el problema de los desechos. Literalmente. El monte Testaccio, con cuarenta y nueve metros de altura, es un cerro artificial situado en la Urbe formado por más de treinta millones de vasijas rotas que, durante siglos, fueron abandonadas allí. La mayoría eran grandes ánforas de aceite de oliva elaborado en la Bética, en Hispania; el contenido se trasvasaba a otros recipientes más pequeños y, como no era rentable lavarlas y reutilizarlas, las rompían en pedazos y las cubrían con cal para evitar malos olores. Aquella colina romana que viajó desde España fue una temprana advertencia de la peligrosa escalada de lo sobrante. En nuestros tiempos, cuando cada europeo se deshace de un promedio de quinientos kilos al año y cada estadunidense tres veces más, estamos cambiando la orografía del mundo con auténticas cordilleras de

IRENE VALLEJO ILUSTRACIÓN ROMÁN

desperdicios: aquí unos Urales de basurales, allá un Everest de vertederos. El consumismo ha creado sorprendentes consignas. “Vida desechable” fue el título de un artículo publicado en la revista Time en 1955, donde una familia sonriente atiborraba el cubo de su cocina con platos de papel y cubiertos de plástico que “nos robarían más de 40 horas para limpiarlos”. Por aquel entonces las grandes potencias empezaron a enviar sus desechos a países suficientemente pobres como para aceptar un desembarco de despojos. En Los Soprano la mafia se reciclaba en el tráfico ilegal de residuos, la droga que producimos pero no queremos ver. Y, en las sucesivas

Estamos cambiando la orografía del mundo con auténticas cordilleras de desperdicios

crisis, nos colonizó la metáfora: trabajo basura, bonos basura, comida basura, televisión basura. Hace dos décadas, Agnès Varda partió en busca de los disidentes de la vida desechable, y los retrató en su documental Los espigadores y la espigadora. Siguió las huellas de la antiquísima tradición del espigueo, el derecho de niños y mujeres humildes a recoger las espigas de trigo caídas al suelo tras la cosecha. Con su cámara de vídeo, acompañó a quienes recolectan patatas abandonadas en los campos porque son demasiado pequeñas para comercializarlas, o quienes rebuscan entre las sobras caducadas de los supermercados de las ciudades. Gentes que escarban por pobreza, pero también por resistencia a derrochar o por amor al arte. La propia cineasta se revela como una espigadora poética que colecciona retazos de experiencias humanas.

Una y otra vez nos muestra tomas de sus manos arrugadas, amarillentas y nudosas como tubérculos rechazados. Quizá crear siempre consistió en hurgar entre los desperdicios, es decir, habitar y recuperar lo antiguo: una historia de segundas vidas. En este mundo que dilapida en nombre del tanto tienes —y tiras— tanto vales, nada sale más caro que lo barato desechable. De la Montaña Basura de Fraggle Rock a las montañas de basura de la distópica Wall-E, los cuentos contemporáneos han profetizado las temibles consecuencias de nuestra espiral del despilfarro. Aún es posible frenar la alocada carrera desde el escaparate al vertedero: un sinsentido consentido.

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© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, S. L. © Irene Vallejo.

Y, además, en nuestra edición digital: Alberto Blanco: Meditaciones: Estrellas • Andrea Serdio: Anticuarios: una ventana al pasado • Avelina Lésper: El tigre de agua • Félix Terrones: La escritura extranjera de Armonía Somers • Fernando Figueroa: Jorge F. Hernández: de la Plaza México a Las Ventas • José Manuel Cuéllar: Samuel Ramos y el PRI • Liliana Chávez: Viajar sola • Sylvia Navarrete: ¿Arte comprometido?


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NARRATIVA, ENSAYO Paraíso

La hija del campeón

A FUEGO LENTO La última condesa nazi

Torres México, 2021

Abdulrazak Gurnah Salamandra México, 2022 300 páginas

Florencia Etcheves Booket México, 2022 316 páginas

Viruca Yebra Espasa México, 2022 576 páginas

La novela más celebrada del Premio Nobel de Literatura 2021 sigue los pasos del joven Yusuf, quien después de entrar como criado a las órdenes de un próspero comerciante inicia una vida trashumante a través de una África que padece las embestidas más cruentas del colonialismo europeo. La naturaleza hostil sirve de escenario.

Un thriller policiaco armado con grandes dosis de realismo. El inspector Francisco Juánez llega desde Mar del Plata hasta Cayo Hueso, Florida, para auxiliar a Ángela Larrabe, a quien conoció muchos años atrás luego de que su madre fue arrojada desde un balcón por su esposo, el campeón mundial de boxeo.

En esta ficción novelística que mucho debe a la historia, su protagonista, la condesa de Orange, debe abandonar Alemania tras el avance soviético y refugiarse en Nueva York y Londres y, más tarde, en Marbella, que se ha convertido en refugio de artistas, bohemios, aristócratas y antiguos miembros de la elite nazi.

Dante

Tinta, papel, nitrato y celuloide

Ética cosmopolita

Alessandro Barbero Acantilado España, 2021 400 páginas

Peredo Castro y Strange Reséndis UNAM México, 2021 376 páginas

Adela Cortina Paidós México, 2022 208 páginas

El medievalista italiano ha escrito no solo una biografía acuciosa del autor de la Comedia sino un colorido retrato de época. Ha ensanchado el horizonte de las fuentes y los testimonios y, sin embargo, se ha topado con más de un misterio sin resolver. No solo reconstruye el estatus social y económico de los Alighieri sino al hombre de mundo.

En estos Diálogos entre cine, prensa y literatura en México, como anuncia el subtítulo, el lector podrá encontrar, entre otros, los siguientes textos: la labor como crítico de cine de Efraín Huerta; el cuento de la Revolución mexicana desde el punto de vista de las creadoras; del cine hollywoodense al nacional.

Nada más los declamadores, como los llama Savater, seguirán pensando que la pandemia nos “transformará profundamente”. Concediendo que esa transformación pueda ocurrir, se debe seguir un proceso, y eso es lo que propone la filósofa española en este libro. Para ella, debe evitarse que “prosperen los más fuertes, los supremacistas”.

El placer de leer www.librotea.com

La celosa autoficción ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

¿

Ensayo? ¿Otro ejemplar digno de esa impudicia que es la llamada autoficción? ¿Un anchuroso relato a donde van a dar las pérdidas familiares y amorosas, y las ciudades que alguna vez pertenecieron a los paseantes? En Torres (ERA), el género, y su nueva disposición hacia la impureza, importa poco. Lo que en verdad llama la atención es la libertad creadora que José Ramón Ruisánchez ejerce para dar cuenta de su vida. No solo echa mano de numerosos recursos; también sabe conciliarlos para transmutar el magma impreciso de los recuerdos en literatura. La autoficción exige un alto grado de sinceridad y, sobre todo, de una franca devoción por las formas que adopta el solipsismo. Torres satisface estas exigencias. No escatima, por ejemplo, las referencias a la actividad sexual ni a los amoríos que se suceden con singular derroche. Tampoco guarda silencio ante algunos fracasos académicos y los sinsabores de una amistad ya en desuso. Sin embargo, sus mejores —sin duda, sus más brillantes— momentos están dedicados a la relación con la poesía y las artes visuales. Sus acercamientos a la obra de Coral Bracho, Colette Soler, Tamara Kamenszain, Raúl Gómez Jattin… muestran que la lectura puede transfigurarse en una revelación, y que, como asienta Ruisánchez, enseña a mirar —y que también es deseable seguir el camino inverso—. En este sentido, Torres pudo haberse titulado Anunciación, pues si una vocación sobresale de entre todas las que Ruisánchez le adjudica a ese yo que se juzga a la distancia es la del viajero por placer o compromiso y visitador de museos en busca de las Anunciaciones cuyo formato debemos a la tradición pictórica de la Iglesia ortodoxa. “Ser adulto no es olvidar sino recordar, añorar dolorosamente al muchacho que he sido”, leemos con la sospecha de que estas palabras contienen el propósito de este libro al que solo podríamos reclamarle una falta. A excepción de la figura paterna, cuyo retrato es de entrañables y grandes dimensiones, los demás, los muchos que saltan a escena o salen al paso para sugerir sus resacas y pasiones, no dejan de representar el papel de comparsas. Su estatura minúscula apenas y se distingue en el amplio decorado. ¿O se trata acaso de uno de los tantos sacrificios que reclama la siempre celosa autoficción?

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.

5 DE FEBRERO 2022

http:// www.milenio.com/cultura/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLaberinto/Instagram: milenio_laberinto

HUSOS Y COSTUMBRES

Movimiento perpetuo ANA GARCÍA BERGUA

U

rante la Segunda Guerra Mundial y da pie a una trama apasionante de espías. La trama que suscitarían mis llamadas es tortuosa y aburrida, por eso la eludo con mucho cuidado. A últimas fechas me envían también mensajes con amenazas de embargo, pero a una dirección muy lejana, seguramente la de otra persona que tampoco es el hombre. Lo hacen desde teléfonos distintos y yo los sigo bloqueando; no sé si algún día se les terminarán, pero mi verdadera duda es si de verdad quieren encontrar al hombre o si aquel hombre existe. ¿Y si también dio un nombre falso? A este paso es seguro que nadie nunca pagará la deuda, nadie responderá y ellos seguirán enviando mensajes cada vez más marcianos de amenazas, plazos, propuestas de negociación. Es como una guerra en territorio equivocado. Para colmo, debo decir, aunque me tilden de neoliberal, que la cantidad es fuerte, pero tampoco

n hombre contrajo una deuda en un banco y dio un número de teléfono falso que resultó ser el mío. Puedo imaginar por qué lo hizo; lo que no entiendo es por qué el banco no comprobó el teléfono antes de darle el dinero. El tema es que me llaman de aquel banco —del que ni siquiera soy cliente— día y noche. Algunas veces les he contestado, cada vez con más enojo, explicándoles que no conozco a ese sujeto ni sé por qué dio mi número. Algunos operadores me aseguran que borrarán mi número de su lista, jamás lo hacen. A veces, cuando protesto, me preguntan mi nombre y desde luego no lo doy, puedo imaginar cómo se complicaría la trama si lo hiciera: quizá me perseguirían como a aquel personaje de El ministerio del miedo, la novela de Graham Greene en la que un hombre se gana un pastel en una feria. Claro que esto sucede entre los bombardeos nazis a Londres du-

es para tanto, si bien aumenta como en todas las pesadillas bancarias. La verdad he comenzado a ver el fenómeno como una especie de máquina conceptual, parecida a esas esculturas de alambre con movimiento perpetuo; un ciclo de energía que no cesa. ¿Cuántas llamadas habrá así, en el aire, que no llegan a ningún lado, ni a quien deben llegar, pero siguen y siguen, tan solo porque alguien, en alguna parte, hizo una lista de nombres y números, o escribió un 8 en lugar de un 4? A veces pienso que toda esa energía podría quizá iluminar la Ciudad de México durante 20 años, por ejemplo. O pagar la luz de 50 editoriales, 300 museos, mil conciertos, ahora que todo tiende a desaparecer. Habría que inventar un adminículo similar al Baby HP del cuento de Juan José Arreola, ese que concentraba la energía del llanto de los bebés para producir electricidad; estoy segura de que avanzaríamos mucho.

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CAFÉ MADRID

En Normandía y en todo el mundo

H

ubo un tiempo en el que había “trabajos de verdad”. Destinabas ocho horas de tu tiempo a la actividad que no solo te daba dinero para vivir, sino que también te dignificaba, tenías un par de días libres a la semana, festivos e incluso puentes, tus vacaciones reglamentarias y las prestaciones de ley que el Estado de Bienestar (construido a base de luchas, reivindicaciones y hasta de revoluciones) te concedía y todas quedaban bien estipuladas en tu contrato fijo e indefinido. Con tu sueldo podías comprarte “una casita”, “un cochecito” (aunque fuera en abonos) y hacer de vez en cuando “un viajecito” y, claro, así también podías formar una familia, si es que esa era tu elección. Cuando llegaba el momento, te jubilabas y recibías una pensión que te permitía enfocarte con gusto y libertad en llevar a cabo lo que considerabas “pendiente” para sentirte “realizado” hasta el final de tus días o para emprender el “negocio de tus sueños” o para “reciclarte” en otro sector si te daba la gana. No era algo exclusivo de los llamados “trabajos cualificados”, pues un montón de oficios implicaban lo mismo en mayor o en menor medida. En la vieja Europa, por ejemplo, gracias a eso había lo que muchos llamaban con satisfacción “calidad de vida”. En 2008, sin embargo, todo ese panorama se resquebrajó. El capitalismo salvaje entró en una crisis abominable y la vida de la mayoría de los ciudadanos, de aquí y de allá, se precarizó de manera obscena. En Alemania comenzaron a proliferar los mini-jobs, con lo cual se tenía que trabajar pocas horas en varios sitios para poder costearse techo y

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA CINEFRANCE

sustento. Un país como Francia, cuna de los Derechos Humanos, tampoco fue la excepción y buena parte de su población tuvo que acostumbrarse a situaciones límite. Unos meses después del crack de aquel desgraciado año, la periodista Florence Aubenas, curtida en varios conflictos bélicos, se propuso hacer a un lado la mayoría de los privilegios de su vida diaria

Juliette Binoche se encarga de guiarnos en su labor de exploración y denuncia

en París, se instaló en un pueblo norteño del país y, al estilo de Günter Wallraff, se infiltró en la empresa que controlaba al ejercito de limpiadoras del ferry que lleva y trae pasajeros de Francia a Inglaterra. Llegó a una saturada oficina pública de búsqueda de empleo, dijo que era una mujer sola y recién separada que necesitaba trabajar y que había estudiado hasta el bachillerato. Así se abrió el camino (“las aproximaciones realistas implican ciertas dosis de impostura”). Ese ejercicio de “periodismo encubierto” quedó plasmado en El muelle de Ouistreham, un libro que publicó la editorial Anagrama. Poco más de una década

Fotograma de la película En un muelle de Normandía.

después, Emmanuel Carrère, que además de gran escritor es cineasta (no se pierdan El bigote, la adaptación audiovisual de su novela), roció con un poco de ficción esa historia real y la llevó a la pantalla grande. La otra noche fui al prestreno de la película en el Instituto Francés de Madrid. Como cortesía para el público ibérico (que tiene que acudir a verla bien enmascarillado), la han titulado En un muelle de Normandía. Está protagonizada por Juliette Binoche y por un elenco de “actrices no profesionales”, es decir, limpiadoras de verdad. Juntas, en poco menos de dos horas, revelan lo que muchas veces en el primerísimo mundo es “invisible”: la dureza de un trabajo imprescindible y nada valorado, la importancia de cada euro ganado y gastado y la solidaridad (en este caso, “edulcorada” por Carrère) entre compañeros de trabajo. Juliette Binoche se encarga, sin ningún obstáculo, de guiarnos en su labor de exploración y denuncia de un puñado de arduas condiciones laborales: tender, por ejemplo, 230 camas, a cuatro minutos por cama, en el ferry que atraviesa el Canal de la Mancha. También nos deja ver su labor de escritura y, entre una cosa y otra, su voz en off va soltando reflexiones sobre lo que atestigua. Dice: “Todos enfrentan cada largo y pesado día con aparente resignación. Y estresadas y extenuadas, ninguna de estas personas se permite tener sueños o aspiraciones. Quizá porque la puta realidad les demuestra, una y otra vez, que es imposible salir del agujero en el que el sistema los ha metido”. Ocurre en Normandía y en todo el mundo.

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