Laberinto No.974 (12/02/2022)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

MEMORIA

FERNANDO ZAMORA

EDGARDO BERMEJO

El circo posible de Guillermo del Toro

Carlos Martínez Rentería: libre y feliz

Foto: Searchlight Pictures

SÁBADO 12 DE FEBRERO DE 2022 AÑO 18 - NÚMERO 974

La vocación andariega de Rafael López Castro José Luis Martínez S./ FOTOGRAFÍA: ALBERTO TOVALÍN AHUMADA

Foto: Rogelio Cuéllar


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ANTESALA

12 DE FEBRERO 2022

EN EL BANQUILLO

Glosa

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TEDI LÓPEZ MILLS

egún T. S. Eliot vale la pena preguntarse una y otra vez acerca de la utilidad de la crítica literaria. Se refiere, sobre todo, a la que mejor conoce: la suya propia, y dedica una conferencia de 1961 a repasarla: “mi justificación debe ser que no hay ningún crítico, vivo o muerto, acerca de cuya obra esté yo mejor enterado…”. Comenta que quizá su experimento lleve a otros críticos a examinarse y a desahogar confesiones similares. No sé si esto haya ocurrido o vaya a ocurrir. Eliot, en todo caso, se declara relativamente satisfecho con su relectura. Admite que ya no está de acuerdo con varias de sus antiguas afirmaciones; que otras ya no las defendería con tanta convicción y que, incluso, algunas ya ni siquiera las entiende. “Hay errores de juicio y, lo que más lamento, hay errores de tono: un dejo ocasional de arrogancia, de vehemencia, de engreimiento o de rudeza, la fanfarronería del hombre de modales apacibles a salvo en su trinchera detrás de la máquina de escribir”. ¿Pero a salvo de qué? En una comparación seguramente tosca y arbitraria se puede equiparar la trinchera con una tribuna y señalar que, como la crítica o el crítico se erigen en juez y autoridad, su opinión es casi inapelable por la simple razón de que la pronuncian: leen un libro y emiten un dictamen oficial. Es poco frecuente que la autora o el autor se atreva a juzgar o denunciar públicamente al juez. Hay lágrimas, mensajes, llamadas, amigas y amigos que se sulfuran en solidaridad, pero el silencio es la única respuesta digna. Se finge que el asunto no tiene importancia, pues la literatura está por encima de algo tan nimio como una revisión circunstancial. Pero la artimaña no funciona. Queda el ready-made de un juicio provechoso a la hora de establecer cánones que vienen con etiquetas y polémicas incluidas. Sorprende cuando el ataque es retrospectivo. Eliot escribió en 1919 que Hamlet no es una obra maestra, sino “indudablemente un fracaso”. Cerca del final de su ensayo introdujo uno de sus conceptos más célebres: “la única manera de expresar la emoción en forma artística es por medio de un ‘correlato objetivo’; en otras palabras, un conjunto de objetos, una situación, una serie de acontecimientos que serán la fórmula de esa emoción en particular ”. En la conferencia de 1961 reconoce que le costaría trabajo definir aquel concepto con “verosimilitud forense”, pero aclara que fue eficaz para estimular el pensamiento de la época. También sugiere que muchas de sus generalizaciones literarias eran una defensa implícita “del tipo de poesía que escribíamos mis amigos y yo”. Así de sencillo; cualquier cosa, poemas, por ejemplo, como La canción de amor de J. Alfred Prufrock o La tierra baldía. Eliot se disculpa ante su público: conforme envejece el crítico, disminuye el entusiasmo. Sin embargo, añade, tal vez aumenten la sabiduría y la humildad. ¿Cómo decirlo de modo más impecable? “Buenas noches, señoras, buenas noches, dulces señoras, buenas noches, buenas noches”.

Eliot escribió en 1919 que Hamlet no es una obra maestra, sino “un fracaso”

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El callejón de las almas perdidas. Dirección: Guillermo del Toro. México, Estados Unidos, Canadá, 2021.

HOMBRE DE CELULOIDE

¿Quién es el monstruo en el circo?

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA SEARCHLIGHT PICTURES

sta semana se anunció que El callejón de las almas perdidas de Guillermo del Toro compite por cuatro premios Oscar. Se ha dicho que a la película se le notan las costuras y que tal vez por eso las categorías en las que participa este año son menores en comparación con los premios que el cineasta ya recibió en el pasado. En todo caso decir que a esta película se le ven las costuras implica creer que el cine debe ser una ilusión, lo cual a todas luces es falso. La cinematografía, se ha visto una y otra vez, no existe para adormecer, sino para despertarnos. Y es que el gran cine (como El callejón de las almas perdidas) no aletarga, nos hace conscientes de la hermosura del arte que es también la belleza de esta vida con todo lo que en ella hay de monstruoso. La vida, según Del Toro, vale la pena, para comenzar, porque está llena de posibilidades. Como las del héroe en esta película, un hombre que interpreta Bradley Cooper y que al inicio de la obra ha dejado atrás un pasado que se irá revelando poco a poco, en el momento justo. Es hermosa también porque hay circo y el circo (como sabía Fellini) es el lugar de encuentro entre lo grotesco y lo sublime, lo artificioso y lo humano. El protagonista de El callejón de las almas perdidas se une pues a

una compañía circense para la cual Del Toro ha creado un extraordinario diseño de producción. Porque el cine es, ante todo, arte visual y golpe de teatro; sorpresa y tensión. Es Hollywood, pero también Wagner. La narrativa se mueve en modo vertiginoso. Todo el tiempo estamos al borde del asiento queriendo saber qué sucederá con este estafador dispuesto a sacrificar el amor a cambio del reconocimiento que su padre nunca le dio. Así, Bradley Cooper se embarca en la aventura de unirse al circo para atreverse a vivir lejos de la vida mediocre a la que fue condenado. Y sin darse cuenta se lanza en este universo de suspenso y asombro. Muy a la Hitchcock. Esto es el cine: personajes llenos de cicatrices. Héroes y heroínas cuyo pasado apela a una tradición que exige entretener, pero que no se contenta con ello. La película salta de peripecia en peripecia, pero construye a un protagonista al borde del abismo; uno capaz de seducir a tres mujeres

Esta legión de condenados no está solo al servicio de un truco de magia vulgar

bellísimas y llegado al clímax batirse a puño limpio con el malo del filme. Pero la obra va más allá. Esta legión de personajes condenados no está solo al servicio de un truco de magia vulgar sino más bien al de un truco como los que hace Del Toro, este autor que siempre trasciende lo cotidiano y que ha construido para nosotros un collage en el que reconocemos su inmensa cultura visual. Al detallismo de autores estadunidenses como Edward Hooper, Guillermo del Toro ha unido la aspiración monumental del muralismo mexicano. Con base en una película de 1947 construye una obra tan suya como El laberinto del fauno o La forma del agua. El callejón de las almas perdidas es, además, una crítica al psicoanálisis y un elogio al viejo cine. Sin embargo, lo más llamativo es la capacidad del director para centrar su atención en el personaje más desafortunado. Es un nuevo tipo de monstruo que nadie quiere ver y que resulta tan humano como todos los de Del Toro. El modo entrañable en que el director retrata al personaje más ínfimo de este circo merece toda nuestra atención porque, ¿quién es el engendro que la gente contempla con asombro y miedo? Toda la película es un pretexto para la magnífica actuación del final.

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ANTESALA

12 DE FEBRERO 2022

ESCOLIOS

POESÍA

Oigo un ejército... JAMES JOYCE

Le gritan a la noche su nombre de batalla: gimo en el sueño cuando escucho a lo lejos sus risas impacientes. Ellos cortan la sombra de los sueños con llama turbadora, baten y baten sobre el corazón igual que sobre un yunque. Ellos vienen y sueltan en triunfo sus largas cabelleras verdes: ellos salen del mar y dando gritos corren en la orilla. Corazón, ¿no aprendiste y así desesperas? Mi amor, mi amor, mi amor, ¿por qué me abandonaste? Traducción: Víctor Manuel Mendiola Revisión: Eva Cruz

Poema final de Música de cámara, el primer libro de James Joyce, publicado en 1907, en Londres. Pound incluyó esta pieza en la antología Los imaginistas (1914).

Réquiem por Carlos Martínez Rentería/ EKO

Amor y vino ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

Oigo un ejército marchar sobre la tierra y el trueno de caballos sumergidos, la espuma en sus rodillas. Arrogantes, con negras armaduras, de pie tras ellos, los aurigas desdeñan frenos con látigos silbantes.

EX LIBRIS

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@Sobreperdonar

l vino aguza los sentidos y reconcilia con el mundo, induce un estado simultáneo de placidez y alerta que el buen bebedor trata de alargar, administrando la bebida y combinándola con la ingesta de alimentos y la charla. Para muchos, el vino es una de las más gozosas y refinadas experiencias mundanas y, para otros, resulta incluso una vía expedita, y exquisita, para atisbar lo ultramundano y divino. Una de las apologías más profundas y divertidas de esta bebida es la que realizó el escritor húngaro Béla Hamvas (1897-1968) en La filosofía del vino (Acantilado, 2018). Este ensayo es una jocosa reivindicación del carácter sagrado del vino y una diatriba contra los que él llama “ateos”, es decir aquellos puritanos, fanáticos del orden, las abstracciones y la moralina, que creen “haber hallado la única manera correcta de vivir” y pretenden imponerla a todos los demás. A estos especímenes tóxicos, el autor les suministra un único remedio: el vino. No es extraño que cuando el puritanismo ideológico del comunismo ascendió al poder en Hungría, a mediados del siglo pasado, este claridoso hedonista perdiera su empleo como bibliotecario municipal y padeciera el ostracismo por varias décadas, aun después de su muerte. No conozco la obra narrativa, ni las reflexiones mayores de Hamvas, que se ha traducido a cuentagotas, pero este pequeño y combativo ensayo deja ver su erudición, su ambición de conocimiento y su eclecticismo intelectual y religioso. Entre el panfleto y la epifanía, este libro elogia las propiedades del vino; lo relaciona con lo mejor de la sociabilidad, la lubricidad y el erotismo; da consejos para disfrutarlo, y recomienda algunas de sus variedades locales. Su prosa tiene sensualidad y profundidad y, entre estas letras jubilosas, navegan, disimulados, nombres eminentes de la mística de Occidente y libros clásicos de la espiritualidad de Oriente. Porque el vino es un producto a la vez natural y cultural que, antes que la embriaguez, propicia el autoconocimiento y genera un estado límite de conciencia, en el que se confunden lo más tangible y lo más abstracto de la experiencia humana. Con el vino se dan las nupcias entre la condición corporal y espiritual. El bebedor de vino se liga al mundo a través de su órgano más receptivo a lo vivo, que es la boca; pero también involucra al olfato, a la vista, y hasta al oído, cuando escucha el sutil deslizamiento del líquido en la copa, o al tacto cuando sostiene con los dedos ese efímero templo de cristal. El vino también contacta con el espíritu y lo divino, pues después que el hombre y otras especies fueron salvados del diluvio en un arca, se plantó una vid, lo que ejemplifica la gracia, la reconciliación y el amor. No en balde, en la tradición cristiana, la eucaristía es el rito por excelencia que conmemora el vínculo con lo divino. Con mucho humor, audacia y lirismo, Hamvas erige, en el culto al vino, una religión festiva y espontánea, que celebra la vida y condena la hipocresía.

Con el vino se dan las nupcias entre la condición corporal y espiritual

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DE PORTADA

12 DE FEBRERO 2022

Rafael López Castro, diseñador gráfico y autor de carteles memorables, recrea una vida que recoge el volumen Suave trazo

“Fui un niño callejero, y qué bueno. Ese soy yo”

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JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. FOTOGRAFÍA ALBERTO TOVALÍN AHUMADA

afael López Castro es “un modelo de diseñador, todo un ejemplo a seguir”, decía Vicente Rojo. El libro Suave trazo, coordinado por Alberto Tovalín Ahumada, corrobora esta certeza al documentar la trayectoria del creador de las portadas de la serie Lecturas Mexicanas del Fondo de Cultura Económica; de carteles de películas como Canoa: denuncia de un hecho vergonzoso, El apando y Frida. Naturaleza viva; de campañas en favor de la democracia, la educación y las luchas sociales; de obras de teatro, espectáculos musicales y de revistas como El Machete y Voz y voto, en la que continúa trabajando con la colaboración de su hijo Guillermo López Whirt. Son miles los diseños que López Castro ha realizado, y Suave el trazo reúne muchos de los más conocidos, entre ellos el cartel llamado Aquí y ahora, en el que un bebé desnudo se observa mientras se toca el pene, “producido —se lee en el libro— cuando Rafael formó parte del Centro de Desarrollo Humano, Instituto Wilhem Reich fundado por el Dr. Rafael Estrada Villa”, y el cual ha sido plagiado en numerosas ocasiones. El dibujo, la fotografía, la irreverencia y el sentido del humor son característicos en la obra de López Castro, quien nació el 11 de septiembre de 1946 en el rancho El Laurel, municipio de Santos Degollado, en los Altos de Jalisco, y llegó con su familia al entonces Distrito Federal en 1950. Después de vivir un tiempo en Peralvillo y “otros lugares” se

instalaron en una de las colonias más alejadas en el norte de la ciudad: la Nueva Atzacoalco. En su casa de la calle Leonardo Da Vinci, en Mixcoac, de techos altos y llena de libros, revistas, carteles e instrumentos de trabajo, Rafael López Castro lamenta sus problemas con la memoria (“ya se me empieza a resbalar el patín”, comenta), pero no deja de bromear ni enfatizar el fervor guadalupano que le fue inculcado por su madre, Juana Castro, y del que dejó testimonio en el libro Vestida de sol, publicado por Artes de México. “La virgen de Guadalupe es mi reina”, dice sonriente mientras señala una imagen de la virgen bordada con lentejuela y chaquira, hecha casi toda por su hermana Josefina. Con algunas dubitaciones, López Castro recuerda: “A la Nueva Atzacoalco llegué muy pequeño, no había casas, no había nada. Cuando llegamos ahí, mi papá, Jesús López, mandó construir un cuartito con tablas”. Hace una pausa y dice: “Si conociste la Nueva Atzacoalco, conociste este país, el abandono, la pobreza”. Luego continúa: “Comencé a vender paletas [de hielo], salía con mi caja y me iba a vender a la Vasco de Quiroga, a la Díaz Mirón; cuando veía que las paletas comenzaban a derretirse, decía: ya me retiro. Alcanzaba a vender algunas de regreso y las que no, llegaba con los puros palitos”. Tenía siete, ocho años, le gustaba dibujar y leer, “pero en ese tiempo vender paletas tenía su nivel”, dice con aparente seriedad. “Cuando regresaba, mi papá me preguntaba: ¿Cuánto vendió hoy? Le respondía tanto, y me ordenaba: Bueno, hágale cuentas a su mamá. Yo amaba a mi mamá, todavía la amo y la seguiré amando hasta medio minuto antes

de morir. Me daba dos pesos para que me fuera a comprar las paletas que iba a vender”. Caminaba horas con su caja de paletas: “A veces, me iba a vender hasta el Estado de México, ahí en donde fusilaron a mi amigo el general Morelos, hasta allá [en Ecatepec], y luego me daba la vuelta. Fui un niño callejero, y qué bueno. Ese soy yo”. El padre de su papá, Mariano, también vendía paletas y dibujaba; el padre de su mamá, Emeterio, vendía gelatinas y era un amante de la lectura. López Castro comenta: “Con mis abuelos empecé a encontrarle gusto a lo impreso. Emeterio me enseñó a leer, me decía: A ver, léame esas aventuras de Pancho Villa, y me gustaba. Y Mariano me pedía: Dibuje unas muchachas, pero no las haga ni muy gordas ni muy flacas. Entonces, uno me hizo lector y el otro dibujante; para mí, estar con mis abuelos era un recreo”. En la secundaria, el maestro de Biología, Humberto Pliego, “militante socialista”, viendo sus habilidades le pidió que pintara bardas y mantas con los rostros de Hidalgo, Morelos, Juárez, Zapata. Así comenzó a dibujar fuera de su círculo familiar. A los 18 años, una novia y su habilidad para dibujar lo llevaron, con la ayuda de un amigo, a pedirle trabajo a Carlos Flores Heras, quien tenía un despacho en el que se formaban libros, revistas, suplementos culturales. Lo contrató como ilustrador, pero también le enseñó a calcular la tipografía y el lenguaje del diseño: columna, interlineado, medianil, cabezas... “Él

“Yo hacía de la fotografía una parte importante del diseño, y tenía la costumbre de leer”

me impulsó mucho, me decía: ¿Dónde va a poner ese texto? No, no, no, súbale aquí, bájele allá, que se lea bien. Lo importante en este trabajo es que la gente lea con comodidad. Hasta la fecha ese es mi lema: dibujar, diseñar para que la gente lea con gusto”. Ahí aprendió los rudimentos del diseño gráfico y conoció el trabajo de Vicente Rojo, quien diseñaba el suplemento La cultura en México, de la revista Siempre!, que Flores Heras leía. Luego comenzó a interesarse en las portadas que Rojo hacía para las editoriales Joaquín Mortiz y Era, admirándolo cada vez más. Dos años trabajó con Flores Heras, después emprendió su propio camino como freelance, haciendo fotos, otra de sus pasiones, para revistas como Claudia, que publicaba Novedades Editores. En ese tiempo, sin recordar con precisión cómo, conoció a uno de sus grandes amigos, Juan Manuel Torres, escritor y cineasta muerto en un accidente de tráfico, en Calzada de Tlalpan, la madrugada del 17 de marzo de 1980, unas semanas antes de cumplir 42 años. “Muy cerca de esa editorial estaba otro lugar que yo aprendí a amar: el Café La Habana (en Bucareli y Morelos). Ese fue mi medio ambiente, una república de diseñadores; en ese tiempo el diseño gráfico no era tan famoso, lo hacíamos porque era nuestro trabajo, pero a mí me gustó. Así fue el asunto y, como dicen en mi tierra, me chingué porque me gustó trabajar”. López Castro fue un tiempo a la Escuela Nacional de Artes Gráficas, pero insiste en que su maestro fue Carlos Flores Heras, “el primero que me dio chamba y mi mejor crítico. Yo era un adolescente y con él fui aprendiendo. No estudié Diseño, pero sabía dibujar”.


DE PORTADA

12 DE FEBRERO 2022

El creador de las portadas para la serie Lecturas Mexicanas oculto por un cartel de 1977.

Patrocinado por El Colegio Nacional, Universidad Veracruzana, Facultad de Artes y Diseño, UNAM, UAM, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Cinemanía, Parametría, Gobierno del Estado de Jalisco. Coordinación editorial: Alberto Tovalín Ahumada. Juan Manuel Torres y él se cayeron bien; cuando platicaban, como López Castro mencionaba a cada rato a Vicente Rojo, un día Juan Manuel lo animó para que fuera a pedirle trabajo a la Imprenta Madero: “Me dijo, vete a la Madero para que tengas un maestro de a deveras. “Fui y ahí estaba Vicente, mi hermano mayor”. López Castro sonríe, levanta su jarro con agua y dice: “¡Salud!” Llevaba muestras de su trabajo, Vicente Rojo las revisó, le dijo que no podía contratarlo, pero hizo una selección de lo que llevaba y le recomendó que se la mostrara a Joaquín Diez-Canedo, el legendario director de Joaquín Mortiz, donde López Castro

comenzaría pronto a colaborar. Años después por fin entró a trabajar a la Madero, “donde hacía sobre todo diseño gráfico, pero también otras cosas, como calcular la tipografía. Me preguntaban: A ver, ¿cuántas letras van a caber en una página? Y ahí estaba yo, contaba una línea, la multiplicaba por la cantidad de líneas que llevaba una página y ya. En ese tiempo la computadora no era la divina garza envuelta en huevo. Éramos los diseñadores los que hacíamos todo”. Al preguntarle cómo era el trato con Vicente Rojo, responde: “Uf, uf. Es mi hermano mayor, ya te lo dije. Siempre nos llevamos muy bien. Nos visitábamos, yo lo visitaba en su casa. Mira, te voy a sintetizar, mis mejores

Diseño gráfico editorial y curaduría de contenidos: Germán Montalvo y Jacqueline Montalvo. Con textos de 51 autores, entre ellos Vicente Rojo, Juan Villoro, Alejandra Moreno Toscano, Carlos Monsiváis, Humberto Musacchio y Felipe Garrido.

amigos han sido Juan Manuel Torres, Óscar Chávez, Paul Leduc y Vicente Rojo, que era el más elegante”. Sobre el motivo que lo llevó a renunciar a la Madero, es claro: “Porque uno crece. Después trabajé en muchos lugares. Mi preocupación nunca fue tener dinero, sino conocer, trabajar en muchas cosas”. Dice que sus encuentros con Vicente, Óscar y Paul eran tranquilos: “Nos podíamos echar un tequilita, pero yo nunca he sido un buen bebedor y Paul y Vicente tampoco eran bebedores”. En una reunión, Alba Cama, esposa de Vicente Rojo, que estaba en el FCE, lo invitó a trabajar en la serie Lecturas Mexicanas, que entonces estaba en proyecto. Para las

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portadas, López Castro tomó como modelo lo que hacía el santanderino Daniel Gil en Alianza Editorial, pequeñas instalaciones que luego fotografiaba. “Yo hacía de la fotografía una parte importante del diseño, y tenía la buena costumbre de leer, que todavía conservo. Leía el libro, o por lo menos le pedía a alguien que lo contara, y hacía mis bocetos. Me acostumbré a no diseñar si no sabía de qué se trataba el texto. Hice 200 portadas, ahí tengo la colección”. En el trabajo de López Castro son muy importantes los carteles, y entre ellos los de cine, de películas, festivales, ciclos de grandes directores. ¿Cómo se involucra en ese ambiente? Afirma que por Juan Manuel: “Él es mi gran impulsor en ese momento, en los años setenta, con otro gran personaje, Sergio Olhovich”. Comenta que comenzó a diseñar carteles por gusto personal: “Los pegaban en la calle. En ese tiempo, el cartel en la calle no era tan famoso, pero empezaba a ponerse de moda”. (“Te voy a enseñar algunos carteles”, dice, y su hijo se encarga de sacarlos de la mesa de trabajo; muchos son muy conocidos, como el de Ramón López Velarde con un beso tricolor pintado en la comisura de los labios.) Cuando se le inquiere sobre su proceso creativo, responde: “Soy muy preguntón, pregunto o platico sobre el trabajo que voy a hacer. Acostumbro tener un block que voy rayando para ver qué se me ocurre, porque hay que tener ideas; si no tienes ideas ya te chingaste”. Rafael López Castro se asume un enamorado de la fotografía. Durante muchos años recorrió la ciudad con su cámara para registrar imágenes que luego utilizaba en sus diseños. En la actualidad, en su trabajo cuenta con la colaboración de su hijo: “Siempre dependí de mis ayudantes en la modernidad, no sé ni encender la computadora, y Guillermo es mi mano derecha y mi mano izquierda”. López Castro habla con gusto de Suave trazo (“ahí está mi carrera”), elogia el diseño de Germán Montalvo y dice que quiere preparar una exposición con sus trabajos. ¿De todo lo que ha hecho, de qué se siente más satisfecho? “Me siento satisfecho —dice— de haber trabajado, nunca me he colgado de nadie. Eso lo aprendí de mi madre: nunca le pidas a la gente más de lo que te puede dar”. Antes de comenzar a revisar más carteles, de “presumirlos”, como él dice, comenta: “Siempre me ha gustado el buen trato, no pelearme con nadie, si no podía o no quería hacer algo, lo decía. Mis parientes me decían: A ver, ¿gana más peleándose o diciendo que no puede”? Admirado por sus colegas y por toda la gente que conoce su trabajo, López Castro afirma: “Mis fanáticos son la gente que me quiere, mis tíos, por ejemplo. Tengo un tío, mi tío Lupe, que es de Degollado, igual que yo, que me dice: ¿Qué, de veras trabaja? Parte de una familia de once hermanos, tres hombres, uno de los cuales murió muy pequeño, y ocho mujeres, López Castro cierra el círculo con el que comenzó la entrevista diciendo: “Al final, soy un niño de la calle, me gustó mucho y lo aproveché”.

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LITERATURA

12 DE FEBRERO 2022

MEMORIA

El loco de la revista Generación Con este testimonio recordamos a Carlos Martínez Rentería, un bárbaro de la cultura mexicana EDGARDO BERMEJO FOTOGRAFÍA ROGELIO CUÉLLAR

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arlos Martínez Rentería es una figura central y entrañable en el paisaje de la cultura mexicana de nuestro tiempo. Fue un cronopio trasnochado, excesivo y vital, un apocalíptico que no buscó ser fama ni quiso, jamás, ser integrado. Pertenece a la saga de los escritores y los gestores culturales en México que hicieron de la libertad una hazaña, y de la irreverencia, la independencia y la fiesta una institución perdurable. Fue el más feliz de mis amigos, el más pleno, el más libre. Y fue, también, un poeta. Podemos resumir su vida a partir de cuatro batallas. La primera —por la libertad creativa, la tolerancia y la irreverencia cultural— se prolongó durante los 33 años que dirigió Generación, la revista mexicana que ha dibujado como ninguna otra el mapa contracultural de nuestras diversidades insumisas. Fue una batalla editorial, pero también un espacio de brega cultural en casi todos los frentes, que hicieron de Carlos un gestor incansable y el gran museógrafo de nuestras transculturalidades. De la noche y sus demonios, a la queer, lo marginal y lo incorrecto, hasta la despenalización del consumo de drogas, de la Casa del Poeta a la Pulquería Insurgentes, su vocación fue la de ampliar las fronteras de nuestro entendimiento de lo cultural. La segunda batalla que libró lo llevó a construir y deconstruir infinidad de veces a su propio personaje, a contracorriente del ninguneo zafio, y de sí mismo. Siendo un hombre de batallas culturales, cultivó amistades y complicidades sin el menor asomo bélico, dejó pasar de largo malquerencias e incomprensiones, no formó camarillas empoderadas, no se alimentó del rencor hacia nadie, y pagó el costo de lo radicalmente marginal poniéndose al centro de una biografía saturada de excesos y ocurrencias geniales, que lo arrimaron felizmente a los territorios de la poesía. Fue un paladín, que no un caudillo. La tercera fue la batalla que le ganó a la paternidad a lo largo de una vida cotidiana que apostó por la estética del caos y la certidumbre de la bancarrota: su hijo Emiliano es la síntesis

gobernador —comenzó Martínez Rentería casi balbuceando—, señor gobernador —repitió—, yo solo quiero decir… que estoy bien pedo”. Fin del discurso. Silencio. Cero aplausos. Da Jandra enmendó la situación y apuró un mensaje entusiasta lleno de referencias filosóficas y agradecimientos al gobierno de Oaxaca. A él sí le aplaudimos. El Encuentro de Huatulco no se volvería a realizar.

Encuentro de Escritores en Huatulco, 1995.

de todos sus esfuerzos y todas sus pasiones intelectuales y afectivas. Emiliano será, ya es, su continuador. La cuarta, y en sentido estricto la última de sus batallas, fue la de la salud. Por más de 20 años encaró sus padecimientos con inyecciones diarias de insulina y la certeza feliz, temeraria, de quien se sabe mala hierba. II En 2018, con motivo de los 30 años de la revista Generación, escribí algunos recuerdos de Carlos y su revista, de la que fui fundador y miembro vitalicio de su Consejo Editorial. Recupero una de ellas. Debió ser 1995. La revista Generación y la revista Viceversa, de Fernando Fernández, unieron esfuerzos para convocar a un grupo de sus colaboradores a un encuentro literario en Huatulco. Leonardo Da Jandra fungió como nuestro generoso anfitrión por espacio de tres días, en los que hablamos de todo y nos divertimos mucho. Larga y diversa la lista de asistentes al encuentro. Enrique Serna, Héctor Manjarrez, Eduardo Antonio Parra, Christopher Domínguez, Jorge Volpi, Martín Solares, Jorge Fernández Granados, Guillermo Fadanelli, Armando González Torres, Roberto Vallarino, David Miklos, Fernanda Solórzano, José Ramón Ruisánchez, Roberto Frías,

Pagó el costo de lo marginal poniéndose al centro de una biografía saturada de excesos

Claudia Hernández de Valle Arizpe y Natalia Toledo, entre muchos otros. El tercer y penúltimo día del encuentro arrancó un sábado. La noche anterior una parte del grupo agotó la noche entre conversaciones, muchos tragos y la visita a un congal. De modo que costó más trabajo que el habitual levantarse a las 8 de la mañana para asistir a un desayuno ofrecido de último momento para los escritores visitantes por el entonces gobernador del estado. Para Da Jandra, aquel gesto del gobernador representaba un signo alentador que permitiría contar con apoyo económico del gobierno para una nueva edición del encuentro al año siguiente. De modo que nos insistió mucho en no faltar a la cita y casi todos acudimos. Unos más desvelados que otros, unos más crudos que otros, y algunos todavía con mucho alcohol en las venas. Entre estos últimos, el director de la revista Generación. El desayuno transcurrió silencioso y extraño. Da Jandra departía en la mesa principal con el gobernador de guayabera blanca y sombrero Panamá, mientras que el resto nos alimentábamos con chilaquiles y huevos fritos, más bien callados e incómodos, en varias mesas distribuidas a lo largo de un patio asoleado hasta la deshidratación. Vino el momento de dar unas palabras de agradecimiento. Carlos fue el primero en tomar la iniciativa. Dio un traspié al dirigirse al micrófono e imaginamos lo peor, sin saber que estaba a punto de ofrecernos la mayor pieza de oratoria de su carrera: “Señor

III A Carlos Martínez, el poeta, le debemos este manifiesto libertario. Se titula “Mandamientos bárbaros” y forma parte de su libro Barbarie, publicado por la editorial Moho en 2011: “Amarás la libertad/ por sobre todos los dioses./ Amarás solo con la intensidad/ que traiciona el instinto./ Descubrirás verdades luminosas/ solo en la destrucción de tu vida./ Nunca un bárbaro/ despilfarrarásuexistencia/sinlaconcienciaplena/ de su estupidez irrenunciable./ Ningún disfrute mundano/ será digno de un verdadero bárbaro,/ si no es compartido con otro bárbaro./Aquel bárbaro que reniega/ de su vida excesiva/ y regresa al redil de los felices/ habrá hecho lo correcto./ Qué aburrido./ De cualquier manera,/ toda lucidez del pensamiento bárbaro/ es basura frente a un atardecer frente al mar,/ una mujer amada/ y un niño que te llama papá./ Los verdaderos bárbaros/ dilapidaron lo mejor que les dio la vida./ No supieron cumplir/ con su condición humana./ Simplemente saltaron/ el tiempo de su tiempo/ y no vivieron para comprobarlo”. IV A mediados de la década de 1990, cada mes de noviembre, Carlos tomaba un autobús con una maleta cargada de revistas para asistir a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, donde tuvo por años —y hasta que los precios de la renta del espacio se lo permitieron— un stand de Generación. En algún momento le propuso a Raúl Padilla la creación del Premio Fernando Benítez de Periodismo Cultural, que el propio Benítez recibió en 1992. Carlos fue jurado del premio en alguna de sus primeras ediciones. Sostengo convencido que este año se le debería entregar el premio post mortem. Se lo merece.

Y, además, en nuestra edición digital: Virginia Woolf: Un cuarto propio • Alberto Blanco: Meditaciones: Música • José Juan de Ávila: El mito plebeyo de Maradona • Jorge Esquinca: La preciosa confidencia

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12 DE FEBRERO 2022

NARRATIVA, ENSAYO Fantasías y buenas noches

Retorno al Reich

A FUEGO LENTO La hija del fotógrafo

El verano de la serpiente México, 2022

John Collier Perla Ediciones México, 2022 568 pp.

Eric Lichtblau Planeta México, 2022 279 páginas

Claudia Duclaud HarperCollins México, 2021 360 páginas

Publicado en 1951, este es un libro de culto para los amantes de la fantasía . Los relatos convocan a personajes tan extraños como flores comehombres y demonios enfermos de insatisfacción. Su autor inició como poeta y abandonó Inglaterra para triunfar en Hollywood como guionista. A él se debe la aterradora Dimensión desconocida.

Después de haber escapado del Holocausto y refugiarse en Estados Unidos, Fred Mayer, un judío-alemán, volvió al campo de guerra como espía para encabezar una misión de insurgencia en los Alpes austriacos. Murió en 2006, a la edad de 94 años. Esta es la crónica novelada, y más que documentada, de su vida fabulosa y heroica.

Lo primero que el lector encuentra en esta novela es a una joven enfrentada a las altas exigencias de su padre y a un ambiente gobernado por el machismo y los prejuicios religiosos. Más tarde observa cómo esa joven se abre paso a golpes de rebeldía para afirmar su lugar en el mundo y tropezar con la cruda realidad.

En media hora… la muerte

Filosofía: quién la necesita

La tragedia del desabasto

Francisco Martín Moreno Alfaguara México, 2021 608 páginas

Ayn Rand Ariel México, 2022 288 páginas

Xavier Tello Planeta México, 2022 248 páginas

De acentuado carácter autobiográfico, esta novela desanda los pasos de dos familias marcadas por la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial que hacen de México su casa de adopción. El impulso inicial, como suele ocurrir cada vez que surge la necesidad de ir a los orígenes, es un secreto que inesperadamente sale a la luz.

Filósofa y novelista, Ayn Rand nació en Rusia y murió en Nueva York. La rebelión de Atlas es la novela que le dio fama y en la que expone su credo llamado Objetivismo, fundamentado en la razón. El texto central es una atendible defensa del capitalismo frente al comunismo escrita poco antes de la crisis de los misiles.

Hasta este momento, la educación y la salud son dos ámbitos en los que el actual gobierno ha quedado a deber resultados. El desinterés ha sido patente en el primer caso, mientras que la ignorancia, la incompetencia, la insensibilidad y la soberbia han imperado en el segundo como lo muestra el autor en este libro.

El placer de leer www.librotea.com

El jardín de la infancia ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

U

na desusada familia tapatía, con sus vocaciones truncas y sus zonas grises, conduce la trama de El verano de la serpiente (Alfaguara). Se antoja desusada porque sus miembros no exhiben ninguna inclinación religiosa, un sello de origen en Guadalajara, y en cambio son susceptibles a la indignación política y a los entresijos culturales de cada lengua. Fuera de eso, todo en ella parecería alentar una mórbida normalidad. Y sin embargo… Cecilia Eudave traslada al lector al verano funesto de 1977, cuando “en Miami nevó por primera y única vez” y “Estados Unidos preparaba el lanzamiento del transbordador Enterprise”, aquel en que, como preludio a los hechos posteriores, una de las niñas de esa familia se enfrenta, en una ruinosa feria ambulante, al asombro y el estrépito sexual: la mujer transformada en serpiente por desobedecer a sus padres es la misma que minutos después oirá jadear en la trastienda de un remolque. A varias voces, que llegan hasta nosotros como un eco de conversaciones remotas, Eudave va conformando una realidad en la que se sobreponen el plano de la cotidianeidad y el de la anomalía que se introduce con sigilo en las vidas de los personajes. De esta manera, a un hombre que tortura a su perro colgándolo de la rama de un árbol se agregan una boa que ya no desea alimentarse solo de ratones y una fantasma que habita la casa vecina. De tan habituales, estas presencias terminan por servir de intermediarios entre los habitantes de la pequeña comunidad a la que nos asomamos desde un presente fechado cuarenta años más tarde. Con una sucesión de golpes de escena y de tiempo, admirablemente dosificados por los flujos narrativos, Cecilia Eudave descompone el cuadro de una aparente normalidad y lo recompone en un pasaje que conduce hacia el jardín de la infancia mancillada. Después de los juegos a la orilla de la alberca, de las travesuras y los ritos iniciáticos, El verano de la serpiente convoca al demonio que rasga la inocencia antes de obligar a los lectores a tomar la decisión de olvidar o recordar. Como solo puede conseguirlo quien no se siente satisfecho con las reglas de etiqueta, Cecilia Eudave se ha servido de lo amargo y lo turbio detrás del umbral de las buenas costumbres para ofrecernos una experiencia dolorosamente literaria.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.

12 DE FEBRERO 2022

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TOSCANADAS

Caminito de la escuela DAVID TOSCANA

H

ace tiempo escribí sobre un documental de la nieta de Camilo José Cela. Se lamentaba de haber tenido tan mal abuelo. Decía: “Me hubiera gustado tener un abuelo que estuviera allí, que me contara cuentos, que me acompañara al cole”. Sin un mínimo de la facultad oratoria de Cela, comentó: “Al día de hoy me da pena, lo que pasa es que me da pena no haber vivido algo que sé que no habría podidovivirporquemedapenanohaber visto la realidad del día a día…”. Y ya en el colmo de la simpleza: “Yo la figura de Cela que conocía era un poco la figura de… de… pos Nobel, ¿no? De las tonterías”. También miré un documental sobre Michael Ventris, el hombre que en 1952 descifró el lineal B, la escritura que utilizaban los griegos micénicos. Los académicos trataron de menospreciarlo, pues no tenía estudios formales de arqueología ni filología: era un mero entusiasta que desde niño se

CAMILA CELA MARTY

La nieta de Camilo José Cela.

había propuesto leer esos signos que tenían más de tres mil años en silencio. A su hazaña se le consideró “uno de los grandes logros intelectuales del siglo veinte”, y con ella tendió un puente para comprender nuestro pasado. Sí, el nuestro. De paso dio ejemplo de cómo los grandes logros llegan con tenaz disciplina, esfuerzo de años, carácter y mucho estudio. La suya era una vida con un propósito, que acabó trágicamente en 1956. En el documental aparece la hija con tono de lamentación y revancha. “Creo que fue un gran hombre, pero no era fácil vivir con él. No nos dedicaba mucho tiempo cuando éramos niños. Hay que decirlo. No me gustaba vivir en esa casa. No recuerdo que pasara mucho tiempo con nosotros. Lo admiraba, pero creo que no lo quería. Quizá eran celos porque él atraía toda la atención”. La hija del filósofo francés Régis Debray publicó hace poco un libro en

el que ajusta cuentas con sus padres “sobre todo por no haberle prestado la atención suficiente cuando niña, obligándola a buscar cariño en sus abuelos paternos y en amigos del entorno familiar”. Me acordaba de tales cosas porque, no en las páginas de chismes, sino en la prensa cultural, se ventiló que García Márquez había tenido una hija en Cuba fue-ra del ma-tri-mo-nio y me topé con el encabezado de un artículo: “Treinta años de soledad para Indira y de indignidad eterna para García Márquez”. No lo leí, pero como si sí. Puedo citar casos de más padres y abuelos que no llevaron a sus hijas o nietas al cole, y en cambio hicieron grandes cosas para la ciencia, historia, política, artes y literatura, para la humanidad; pero no sigo porque no me queda espacio. Además, no sé si estas anécdotas tengan alguna moraleja. O quizá sí lo sé, pero prefiero no decirla.

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BICHOS Y PARIENTES

Del resentimiento JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA HISTORIC COLLECTION

Q

ue a Dios o a los gustos y ánimos de los dioses se les antoje encumbrar a alguien o abismarlo no genera juicios morales o jurídicos sino meditaciones metafísicas y teológicas. Y si Plutarco tiene razón y los oráculos dejaron de hablar en versos porque la gente ya no cree en los dioses, la prosa del mundo puede aspirar, cuando mucho, a significados razonables. Con la desaparición de lo sagrado se pierden casi todas las cosas que carecen de valor de cambio: el rito, la oración, la relación con el misterio... y el perdón; queda la información sujeta al juicio y la deliberación común. Despejar de dioses la información hace posible la ciencia. Wilhelm Nestle dio un paso valioso en la historia de las ideas con aquel libro, notable todavía: Del mito al logos (1940), que sigue esperando un traductor al español. Pero en este mundo sin dioses, la justicia es inexplicable. ¿Por qué unos tienen y otros no? La inmensa mayoría de los afortunados carece del esfuerzo y la virtud para merecer lo que tiene y, al revés, los desposeídos no pueden sino esforzarse, no para volverse ricos sino para sobrevivir. Y, más allá de las riquezas, no hay justicia racional que explique el sufrimiento de los inocentes. La rebelión de la modernidad no es teológica, pero sí, como señaló Camus, metafísica. Y quizá su mejor exploración siga siendo Los hermanos Karamázov, y su leitmotiv: si Dios no existe, todo está permitido. La pregunta metafísica, habiendo muerto Dios, tiene dos válvulas posibles: la salida por el azar o la traslación de la voluntad divina a otro actor. El azar es extraordinariamente

complejo para los cálculos comunes. En cambio, el desplazamiento de Dios, o su muerte, traslada la voluntad y la responsabilidad a un agente: alguien es responsable, causante, del sufrimiento. Por supuesto, ni en la mente sencilla ni en los usos políticos es posible que la víctima sea responsable de su daño. Queda solamente la equivalencia entre el afortunado y el culpable. Por supuesto, dicho esquema es un resumen muy tosco, pero de aquí emergen cuitas metafísicas y justicieras de Dostoievski y Nietzsche, entre otros rebeldes metafísicos y,

Ni en la mente sencilla ni en los usos políticos, la víctima es responsable de su daño

un poco después, de Max Scheler, con un breve y terrible libro: El resentimiento en la moral (lo tradujo José Gaos, hay una edición en Editorial Caparrós; por ahí en las redes se puede pepenar el pdf ). Con buenos argumentos, Scheler discrepa de Nietzsche y se pone, a regañadientes, del lado de Dostoievski: no cree que el cristianismo sea una moral del resentimiento, pero concuerda con Nietzsche en que el resentimiento es una fuente de juicios morales. Los hermanos Karamázov termina de publicarse en 1880 y parece presagiar proféticamente los resentimientos que desembocarían violentamente en una Revolución movida más por el rencor y el odio que por la voluntad de progreso. La genealogía de la moral es de 1887 y parece intuir que el resentimiento es una fuerza más poderosa, y mucho más

El filósofo alemán Max Scheler.

cohesiva, que las consideraciones de clase de Marx. A fin de cuentas, los sentimientos (resentimientos) nacionalistas se impusieron violentamente sobre la unión cosmopolita que habría de transformar al mundo. Scheler escribe su libro en 1913, ya en el umbral de la boca del diablo y la Primera Guerra. Son obras muy distintas. Coinciden en ver el resentimiento como una fuerza inmensa que solo lleva a la desolación. Sin embargo, Dostoievski expone el horror con un distingo: las ideas... Digamos, la misma idea, en dos sujetos distintos. Es la turbulencia metafísica de Iván: si Dios no existe, todo está permitido, y un hombre superior debiera ser capaz de matar sin culpa. Iván cavila, medita y se atormenta. Nunca haría algo así. Pero Smerdiakov, el siervo rencoroso, que atiende y escucha con cuidado a Iván, es perfectamente capaz del crimen. Scheler lo pone de esta manera: “Los niños y las naturalezas serviles tienen la costumbre de disculparse diciendo: ‘¿No han hecho también otros lo que he hecho yo?’ La comunidad en el mal... se convierte ahora en el aparente ‘derecho’ a transformar lo malo en bueno. Así es como los rebaños de los resentidos multiplican su número y toman su conciencia gregaria por un sucedáneo del ‘bien objetivo’, que empezaron por negar”. Cuando un grupo ha llegado al poder y se justifica diciendo que otros hicieron lo mismo que ahora hacen ellos, ya no estamos en las disquisiciones metafísicas, ni entre los dioses y sus favoritos, sino en el terreno del resentimiento, donde el sucedáneo de la justicia es la venganza.

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